Bible Commentaries
1 Corintios 7

Gran Comentario Bíblico de LapideComentario de Lapide

Versículo 1

Ahora bien, acerca de las cosas de que me escribisteis. A las preguntas que me hab�is hecho sobre los derechos, uso y fin del matrimonio y de la vida de soltero, respondo que es bueno que el hombre no toque a la mujer . N�tese aqu� de S. Anselmo y Ambrosio que ciertos falsos Ap�stoles, para parecer m�s santos, ense�aron que el matrimonio deb�a ser despreciado, por las palabras de Cristo (S.

Mt 10,12), "Hay eunucos que se han hecho eunucos a s� mismos por el reino de los cielos", lo que interpretaron como aplicable a todos los cristianos, especialmente desde el acto de fornicaci�n, que hab�a sido tan severamente condenado por el Ap�stol en el cap�tulo anterior, es f�sicamente lo mismo que la c�pula conyugal. Los Corintios, por lo tanto, preguntaron a San Pablo por carta si los cristianos deben ser tan castos, y deben ser tan libres para la oraci�n, la piedad y la pureza como para estar obligados, aunque est�n casados, a abstenerse por completo de las relaciones sexuales con sus esposas. .

Es bueno para un hombre no tocar a una mujer. Es hermoso, ejemplar y excelente. El griego aqu� es ????? . As� Teofilacto. Bien no es aqu� lo mismo que �til o conveniente, como dice Erasmo, sino que denota ese bien moral y espiritual que por s� mismo conduce a la victoria sobre las pasiones, a la piedad ya la salvaci�n (cf. vers. 32, 34, 35). Tocar a una mujer o conocer es para los hebreos una forma de hablar modesta, que denota el acto de la c�pula conyugal.

San Jer�nimo ( lib. i. contra Jovin. ) a�ade que el Ap�stol dice tocar , "porque tocar a una mujer es peligroso y debe ser evitado por todo hombre". Estas son sus palabras: " El Ap�stol no dice que es bueno no tener mujer, sino que 'es bueno no tocar a una mujer', como si hubiera peligro en el contacto, del cual no puede escapar nadie que debe tocarla: ser alguien que roba las preciosas almas de los hombres y hace que los corazones de los j�venes se salgan de control.

�Abrigar� alguno fuego en su seno y no se quemar�? o caminar sobre brasas y no sufrir da�o? De la misma manera, por tanto, que el que toca el fuego se quema, as� cuando el hombre y la mujer tocan sienten su efecto y perciben la diferencia entre los sexos. Las f�bulas de los paganos relatan que Mitra y Erictonio, ya sea en piedra o en la tierra, fueron engendrados por el mero calor de la lujuria. Por eso tambi�n Jos� huy� de la mujer egipcia, porque ella quer�a tocarlo; y como si lo hubiera mordido un perro rabioso y temiera que el veneno se lo tragara, se quit� el manto que ella hab�a tocado, "Que los hombres y los j�venes tomen nota de estas palabras.

El Cardenal Vitriaco, hombre sabio y sabio, relata de Santa Mar�a d'Oignies que ella hab�a debilitado y secado su cuerpo por los ayunos de tal manera que durante varios a�os no sinti� ni siquiera los primeros movimientos de lujuria, y que cuando cierto hombre santo junt� su mano con puro afecto espiritual, y as� hizo surgir los movimientos de la carne, ella, ignorando esto, escuch� una voz del cielo que dec�a: "No me toques", ella no lo entendi�, pero lo dijo. a otro que lo hizo, y desde entonces se abstuvo de todo contacto de ese tipo.

S. Gregorio ( Dial. lib. iv. c. 11) relata c�mo S. Ursinus, un presb�tero, hab�a vivido en castidad separado de su esposa, y cuando estaba en su lecho de muerte, exhalando su �ltimo aliento, su esposa vino acercarse y acercar la oreja a su boca, para escuchar si a�n respiraba. �l, que a�n le quedaban algunos minutos de vida, al percibir esto, dijo con toda la fuerza que pudo reunir: "Ap�rtate de m�, mujer, una chispa a�n permanece en las brasas; no la avivas hasta convertirla en una llama". Bien cant� el poeta: "Regulus por una mirada, la sirena de Achelous con una canci�n,

El sabio de Tesalia mata con suaves frotamientos:

As� con los ojos, con las manos, con el canto arde la mujer,

Y empu�e la luz de tres bifurcaciones de J�piter enojado",

San Jer�nimo infiere correctamente de esto ( lib. i. contra Jovin. ) que es un mal para un hombre tocar a una mujer. No dice que sea pecaminoso, como Joviniano y otros alegaron falsamente contra �l, sino malo. Porque este contacto es un acto de concupiscencia y del depravado placer de la carne; pero, sin embargo, se excusa por el bien del matrimonio, pero se elimina por completo por el bien de la vida de soltero.

Se puede instar a partir de Gen, ii. 18, donde se dice que no es bueno que el hombre est� solo, que por eso es bueno tocar a la mujer. Respondo que en el G�nesis, Dios habla del bien de la especie, Pablo del individuo; Dios en el tiempo cuando el mundo estaba deshabitado, Pablo cuando estaba lleno; Dios del bien temporal, Pablo del bien de la vida eterna del Esp�ritu. En esto es bueno que el hombre no toque a la mujer.

Versículos 1-40

CAP�TULO 7

SINOPSIS DEL CAPITULO

En este cap�tulo responde a cinco preguntas de los corintios sobre las leyes del matrimonio, y sobre el consejo de la virginidad y el celibato.

i. La primera pregunta es si el matrimonio y su uso son l�citos para un cristiano, como nacido de nuevo y santificado. La respuesta es que son l�citas, y que, adem�s, cuando cualquiera de las partes exige lo que le corresponde, debe d�rselo, y que, por lo tanto, es mejor casarse que quemarse.

ii. La segunda es (v. 10) sobre el divorcio, si es l�cito, y S. Pablo responde que no lo es.

iii. La tercera es (v. 12), si un creyente tiene una pareja incr�dula, �pueden continuar viviendo juntos? �l responde que ambos pueden y deben, si el incr�dulo consiente en vivir en paz con el creyente.

IV. El cuarto es (ver.17) si el estado de un hombre debe cambiar a causa de su fe; si, por ejemplo, una persona casada que era esclava cuando un pagano se vuelve libre cuando se convierte en cristiano, si un gentil se convierte en jud�o. Responde negativamente y dice que cada uno debe permanecer en su puesto.

v. El quinto es (v. 25) si en todo caso los que se convierten a Cristo como v�rgenes deben permanecer as�. Responde que la virginidad no se impone a nadie como precepto, sino a todos como consejo, como mejor que el matrimonio por seis razones:

( a ) Por la presente necesidad, por cuanto poco tiempo nos es dado para alcanzar ganancia no temporal, sino eterna; la que es virgen est� enteramente atenta a estas cosas (v. 26).

( b ) Porque el que est� casado est�, por as� decirlo, ligado a su esposa con el v�nculo matrimonial, pero el soltero es libre y sin restricciones (v.27).

( c ) Porque el soltero est� libre de la tribulaci�n de la carne que ataca a los casados ??(v. 28).

( d ) Porque la virgen s�lo piensa en lo que agrada a Dios, pero la casada tiene el coraz�n dividido entre Dios y su mujer (v.32).

( e ) Porque una virgen es santa en cuerpo y en alma, pero los casados ??no en cuerpo, y muchas veces no en alma (ver.34).

( f ) Porque el soltero da a su virgen oportunidad de servir a Dios sin interrupci�n, mientras que los casados ??tienen mil obst�culos para la piedad y la devoci�n (v.35).

Versículo 2

Sin embargo, para evitar la fornicaci�n, que cada hombre tenga su propia esposa. no sea que estando soltero, y no queriendo vivir una vida casta, caiga en fornicaci�n. Todo hombre , dicen Melancton y Bucero, debe incluir al sacerdote y al monje. Respondo que todo var�n es todo var�n que es libre, no obligado por voto, ni por enfermedad, ni por vejez; porque los tales son incapaces si el matrimonio. Las leyes y los documentos deben interpretarse de acuerdo con su objeto: solo se aplican a quienes pueden recibirlos, no a quienes no lo son.

Al que, pues, es libre y sin ataduras, y puede cumplir los requisitos del matrimonio, el ap�stol le da por precepto, pero consejo y permiso, que si teme caer en fornicaci�n, debe casarse con una mujer, o conservarla con la que tiene. ya casados, antes que caer en el peligro de cometer tal pecado. Entonces los Padres a quienes citar� en el ver. 9 todos est�n de acuerdo en decir. Este debe ser el significado del Ap�stol, porque de lo contrario se contradecir�a a s� mismo, pues a lo largo de todo el cap�tulo insta a la vida de castidad.

Adem�s, el ap�stol se dirige principalmente a los casados ??solamente, y no a los solteros. A estos �ltimos comienza a hablar en el ver. 8, Ahora digo a los solteros y viudas , donde el adversario ahora marca el cambio. Tambi�n dice aqu� que todo hombre tenga , no que todo hombre se case , porque est� hablando a los que ya ten�an esposas. Entonces S. Jerome ( lib. i. contra Jovin .

) dice: "Que todo hombre que est� casado tenga su propia esposa", es decir , contin�e teni�ndola, no despidi�ndola ni repudi�ndola, sino us�ndola l�cita y castamente. La palabra tener no significa una acci�n incipiente sino continua. Entonces 2 Timoteo 1:13 : "Ret�n la forma de las sanas palabras", donde se usa la misma palabra.

As� en S. Lucas 19:26 : A todo el que tiene (que usa su talento) se le dar�; y al que no tiene (no usa), aun lo que tiene le ser� quitado ; de lo contrario, no se le puede quitar a un hombre lo que no tiene. Que este es el verdadero significado es evidente por lo que sigue en el ver. 3.

Versículo 3

Que el marido brinde a la mujer la debida benevolencia. Una modesta par�frasis de la deuda conyugal.

Versículo 4

La mujer no tiene potestad sobre su propio cuerpo sino el marido. Ella no tiene potestad, esto es, sobre los miembros que distinguen a la mujer del var�n, en cuanto sirven para el acto conyugal. No tiene poder sobre ellos como para contener por su propia voluntad o para tener relaciones con otro. Ese poder pertenece solo al esposo, y eso solo para �l, no para otro. Cf. S. Agust�n ( contra Juliano , lib. v.). El griego es literalmente, no tiene derecho sobre su cuerpo, ya sea para contenerlo o para entregarlo a otro.

As� tampoco el marido tiene potestad sobre su propio cuerpo, sino la mujer. Por lo tanto, es claro que, aunque en el gobierno de la familia la esposa debe estar sujeta y obediente a su marido, sin embargo, en el derecho de exigir y devolver la deuda matrimonial, ella es igual a su marido, tiene el mismo derecho sobre su cuerpo que �l tiene sobre la de ella, y esto por el contrato de matrimonio, en el que cada uno se ha dado al otro el mismo poder sobre el cuerpo, y ha recibido el mismo poder sobre el cuerpo del otro.

El marido, por tanto, est� tan obligado a dar a su mujer, como la mujer a su marido, la fidelidad y la deuda matrimonial. Esto se ense�a extensamente en sus exposiciones de este pasaje de Cris�stomo. Teofilacto, Ecumenio, Primasio, Anselmo, y por S. Jer�nimo ( Cit. 32, qu. 2, cap. Apostolus ), quien dice que el marido y la mujer son declarados iguales en derechos y deberes. " Cuando, por lo tanto ", dice S. Cris�stomo ( Hom.

19), " viene una ramera y te tienta, di que tu cuerpo no es tuyo, sino de tu mujer. Del mismo modo, que la mujer diga a cualquiera que se proponga robarle su castidad: 'Mi cuerpo no es m�o, sino de mi marido". . '"

Versículo 5

No os defraud�is unos a otros. Negando la deuda matrimonial. Las palabras y al ayuno , aunque en griego, faltan en lat�n. De ah� que Nicol�s I, en sus respuestas a las preguntas sobre los b�lgaros (c. 50), les escribe que, durante los cuarenta d�as de Cuaresma, no deben acercarse a sus esposas. Pero esto es una cuesti�n de consejo.

Y juntarnos de nuevo. De esto Pedro M�rtir y los magdeburgueses concluyen que no es l�cito que las personas casadas hagan voto de continencia perpetua por mutuo consentimiento. Pero la respuesta a esto es que el Ap�stol no est� prescribiendo sino permitiendo el acto matrimonial.

Versículo 6

Pero hablo esto por permiso y no por mandato .

1. Permito el acto de copular por v�a de indulgencia: no lo prescribo. No, S. Agust�n ( Enchirid. c. 78) lo toma: "Digo esto a modo de perd�n". La palabra griega denota perd�n, y de ah� S. Agust�n deduce que es pecado venial tener relaciones sexuales, no por los hijos, sino por el placer carnal, y para evitar las tentaciones de Satan�s; porque se da perd�n a lo que es pecaminoso. As� tambi�n se da indulgencia en lo que concierne al pecado, o en todo caso al bien menor, como bien ha observado Santo Tom�s.

2. Que aqu� no se da precepto, es tambi�n evidente, porque el Ap�stol permite a los casados ??contener por un tiempo, para que se entreguen al ayuno ya la oraci�n; por tanto, si aceptan dedicar toda su vida al ayuno ya la oraci�n, les permite contenerse de por vida.

3. �l dice que se re�nan , y da la raz�n, "para que Satan�s no los tiente a causa de su incontinencia"; es decir , que no haya peligro de que caigas en adulterio, u otros actos de impureza, a causa de tu incontinencia. Por tanto, cuando no existe la causa, a saber, el peligro de la incontinencia, como no existe en los que tienen bastante altivez para reprimirla y domarla, les permite ser continentes de por vida.

4. Dice en el ver. 7, "Quisiera que todos los hombres fueran como yo mismo", es decir , no castos de alguna manera u otra, sino enteramente continentes, solteros, es m�s, almas v�rgenes, incluso como yo, que soy soltero. As� Ambrosio, Teodoreto, Teofilacto, Anselmo, Cris�stomo, Ecumenio y Epifanio ( H�res. 78), S. Jer�nimo ( Ep. 22 ad Eustoch ).

5. En los primeros d�as de la Iglesia muchas personas casadas, en obediencia a esta admonici�n de S. Pablo, observaban de com�n acuerdo la castidad perpetua, como nos dice Tertuliano ( ad Uxor. lib. ic vi., y de Resurr. Carn. C. 8, y de Orland, Virg. C. 13). Lo mismo dice el autor de los comentarios de Sing. Cl�rigo., dada por S. Cipriano.

He aqu� algunos ejemplos de personas casadas, no s�lo de baja condici�n, sino de personas ilustres tanto por su nacimiento como por su santidad y renombre, que conservaron intacta su continencia y castidad en el matrimonio.

(1.) Est�n la Sant�sima Virgen y Jos�, que han levantado el estandarte de la castidad no solo ante las v�rgenes, sino tambi�n antes de casarse. (2.) Tenemos a los ilustres m�rtires Cecilia y Valeriano, que fueron de tal m�rito que el cuerpo de S. Cecilia ha sido encontrado por Clemente VIII. en esta era, despu�s del lapso de tantos siglos, intacto e ileso. (3.) Hay SS. Julian y Basilissa, cuya ilustre vida es narrada por Surius.

(4.) S. Pulcheria Augusta, hermana del emperador Teodosio, hizo voto a Dios de castidad perpetua y, a la muerte de Teodosio, se cas� con Marciano, estipulando que deber�a mantener su voto, y lo elev� al trono imperial; y este voto fue guardado fielmente por ambos, como testifican Cedrenus y otros. (5.) Tenemos al emperador Enrique II. y Cunegunda, la �ltima de las cuales camin� sobre hierro candente para demostrar su castidad.

(6.) Est� el ejemplo de Boleslao V., rey de los polacos, que se llamaba la Doncella, y Cunegunda, hija de Belas, rey de los h�ngaros. (7.) El rey Conrado, hijo del emperador Enrique IV., con Matilde su esposa. (8.) Alfonso II. Rey de los asturianos, que por apartarse de su mujer se gan� el nombre de "el Casto". (9.) La reina Richardis, quien, aunque casada con el rey Carlos el Gordo, conserv� su virginidad.

(10.) Pharaildis, sobrina de S. Amelberga y Pepin, era siempre virgen aunque casada. (11.) Eduardo III. y Egitha fueron esposos v�rgenes. (12.) Ethelreda, reina de los �ngulos orientales, aunque se cas� dos veces, permaneci� virgen. (13.) Tenemos dos personas casadas de Arverno, de las que habla Gregorio de Tours ( de Gloria Conf. c. xxxii.): "Cuando la esposa estaba muerta, el esposo levant� las manos hacia el cielo, diciendo: 'Te doy gracias , Hacedor de todas las cosas, que como T� te dignaste encomend�rmela, as� Te la devuelvo sin mancilla de ning�n deleite conyugal.

' Pero ella dijo sonriendo: 'Paz, paz, oh hombre de Dios; No es necesario publicar nuestro secreto. Poco despu�s muri� el marido y fue enterrado en otro lugar; y, he aqu�! por la ma�ana las dos tumbas se encontraron juntas, como hoy: y por eso los nativos suelen hablar de ellos como los Dos Amantes, y rendirles el mayor honor." Hoy en d�a se pueden encontrar dos ejemplos de lo mismo.

Versículo 7

Porque quisiera que todos los hombres fueran como yo mismo. Eso es en lo que se refiere a la vida de soltero y la continencia. El Ap�stol quiere decir que lo desea si bien pudiera ser. Quisiera , por tanto, denota como acto incipiente e imperfecto de la voluntad. Esto es evidente tambi�n por su subjunci�n,

Pero cada hombre tiene su propio don de Dios. La palabra todos nuevamente significa cada uno, o todos tomados uno por uno, no colectivamente. Porque si todos los hombres en un cuerpo se abstuvieran, no habr�a matrimonio, y la raza humana y el mundo llegar�an a su fin juntos. Del mismo modo se dice que podemos evitar todos los pecados veniales, es decir, todos tomados individualmente, no en conjunto, o sea, cada uno.

Otros lo toman todo colectivamente, por cuanto si Dios inspirara a todos los hombres esta resoluci�n de la continencia, ser�a se�al de que el n�mero de los elegidos estaba completo, y que Dios quer�a acabar con el mundo. Pero Pablo sab�a muy bien que Dios en ese tiempo quer�a lo contrario, para que la Iglesia creciera y se multiplicara por medio del matrimonio. La primera explicaci�n por lo tanto es la sonda.

Pero cada hombre tiene su propio don de Dios, uno de esta manera y otro despu�s de aquel . Es decir, tiene su propio don de su propia voluntad, dice el tratado de Castitate , falsamente asignado al Papa Sixto III., que se conserva en el biblioteca SS. Patrum, vol. v. Sin embargo, es obra de alg�n pelagiano; porque el tenor de todo el tratado es mostrar que la castidad es obra del libre albedr�o, y de la propia voluntad del hombre, y no de la gracia de Dios.

(Cf. Belarmino, de Monach. lib. ii. c. 31, y de Clericis, lib.ic 21, ad. 4.) Pero este es el error de Pelagio; porque si quitas la gracia de Dios de la voluntad de un hombre, ya no puede llamarse "su propio don de Dios". Porque la voluntad de un hombre no es otra cosa que la libre elecci�n de su propia voluntad. Porque Dios ha dado a todos un don igual y similar del libre albedr�o; por lo cual aquel que escoge la castidad, otro el matrimonio, no puede decirse don de Dios si se le quita la gracia; pero habr�a que atribuirlo a la libre elecci�n de cada hombre, y esa elecci�n, por tanto, en cosas diversas es desemejante y desigual.

El don propio denota entonces el don de la castidad conyugal, virginal o viuda. Pero los herejes dicen que los sacerdotes y los monjes, si no tienen el don de la castidad, pueden contraer matrimonio legalmente. Pero por paridad de razones, podr�a decirse que, por tanto, los casados, si no tienen el don de la castidad conyugal, como no lo tienen muchos ad�lteros, pueden cometer l�citamente adulterio, o contraer segundas nupcias con un ad�ltero.

O tambi�n que si una esposa est� ausente, no quiere o est� enferma, el marido puede ir a otra mujer, si alega que no tiene el don de la castidad de viudo. Y aunque la pasi�n de Lutero puede admitir esta excusa como v�lida, sin embargo, todos la reh�yen; y los romanos y otros paganos, por instinto de la naturaleza, consideraban todos esos principios como monstruosos.

Respondo, pues, con Cris�stomo y los Padres citados, que el Ap�stol da aqu� consuelo e indulgencia a los d�biles, y a los casados, por haber abrazado el don y estado de la castidad conyugal, antes de haber permanecido v�rgenes. . Porque de los dem�s que no est�n casados, a�ade: Bueno les ser�a si permanecieran como yo; es decir, les conviene, si quieren, permanecer v�rgenes; pero esto no lo mando, es m�s, consuelo a los casados, y les permito el debido uso del matrimonio, para que eviten todo escr�pulo, teniendo en cuenta que cada uno tiene su propio don de Dios, y que tener el don del matrimonio, i.

mi. , castidad conyugal; porque el matrimonio mismo es un don de Dios, y fue instituido por �l. Dios quiere, para henchir la tierra, en forma general e indeterminada, que algunos se casen; y, sin embargo, este don del matrimonio es menor que el don de la virginidad.

Se puede decir que no s�lo el matrimonio es un don de Dios, sino que uno es virgen y otro casado tambi�n es un don de Dios. Respondo que esto es bastante cierto, como cuando Dios inspira a uno con el prop�sito de llevar una vida soltera, ya otro una vida casada; como, por ejemplo , en el caso de una reina que puede dar a luz una descendencia honesta para el bien del reino y la Iglesia; pero aun as� Dios no siempre hace esto, sino que deja totalmente a la decisi�n de muchos si elegir�n la vida casada o soltera.

Se replicar�: "�C�mo, pues, dice el Ap�stol que cada uno tiene su propio don de Dios?" Respondo que esta palabra don tiene un doble significado: (1.) Denota el estado mismo de matrimonio, celibato o religi�n; (2.) La gracia que es necesaria y peculiar a este o aquel estado. Si se toma el primero, entonces el don propio de cada hombre es de Dios, pero s�lo materialmente , en cuanto que el don que cada uno ha elegido para s� mismo y se ha hecho suyo tambi�n es de Dios.

Porque Dios instituy�, directamente o por su Iglesia, el matrimonio y el celibato y otros estados, y dio a cada uno tal o cual estado seg�n lo quiso; y en este sentido cada uno tiene su propio don, en parte de Dios y en parte de s� mismo y de su propia voluntad. Pero propia y formalmente , que este don o aquello sea propio de tal o cual hombre, es a menudo una cuesti�n de libre albedr�o. Sin embargo, se puede decir que est� tan lejos de Dios como toda la direcci�n de las causas secundarias, y toda buena providencia generalmente proviene de Dios.

Porque Dios en su providencia dirige a cada uno por sus padres, compa�eros, confesores, maestros y por otras causas secundarias, por lo cual sucede que uno se dedica, aunque libremente, al matrimonio, otro al sacerdocio. Porque toda esta direcci�n no lo obliga, sino que lo deja libre.

Note aqu� 1. que el Ap�stol podr�a haber dicho, "Cada hombre tiene su propio estado de s� mismo, habi�ndolo elegido por el ejercicio de su libre albedr�o"; pero prefiri� decir que "cada hombre tiene su propio don de Dios", porque quer�a consolar a los casados. No sea, pues, que alguno de conciencia escrupulosa y arrepentido se atormente y diga: Pablo quiere que seamos como �l, solteros y v�rgenes; �por qu�, pues, yo, miserable que soy, me cas�? culpa m�a que no abrac� el mejor estado de la virginidad, que me priv� de tan grande bien, que me sumerg� en las preocupaciones y distracciones del matrimonio, porque as� de d�bil, turbada y melanc�lica las personas miran a menudo las cosas, y especialmente cuando encuentran dificultades en su estado; y por eso buscan cosas m�s altas y m�s perfectas, y se atormentan achacando a su propia imprudencia la p�rdida de alg�n bien, y las miserias en que han incurrido Pablo, pues, para obviar esto, dice que el don, en el sentido explicado arriba, no es del hombre sino de Dios. Por tanto, cada uno debe contentarse con su estado y vocaci�n, ya que siendo don de Dios debe ser feliz, perfeccionarse y dar gracias a Dios.

2. El don puede ser la gracia que conviene a cada estado. Los casados ??requieren una clase de gracia para mantener la fidelidad conyugal, las v�rgenes otra para vivir en la virginidad; y esta gracia propia de cada uno es formalmente de Dios, porque, dado que hab�is elegido cierto estado, ya sea de matrimonio, o de celibato, o cualquier otro, Dios os dar� la gracia propia de ese estado para capacitaros , si se quiere, para vivir correctamente en �l.

Porque esto pertenece a la providencia de Dios bien ordenada, que como no ha tenido a bien prescribir a cada uno de nosotros su estado, sino que ha dejado la elecci�n de �l, as� como la niebla de otras cosas, a nuestro propio libre albedr�o, �l no abandonar� a un hombre cuando haya hecho su elecci�n, sino que le dar� la gracia necesaria para vivir honestamente en ese estado. En consecuencia, �l proveer� a todos los medios necesarios para la salvaci�n, por los cuales, si t� quieres, podr�n vivir en santidad y ser salvos.

Porque de otro modo ser�a imposible que muchos se salvaran, como, por ejemplo , los religiosos y otros que han hecho voto de castidad, el casado que se ha unido a una persona dif�cil de agradar, d�bil o detestable. Para hacer frente a tales dificultades y superarlas, necesitan recibir de Dios la gracia adecuada y suficiente. Porque ni los casados ??pueden ser desatados del matrimonio, ni los religiosos de su voto, para adoptar otro estado m�s conveniente para ellos.

En esto, el sentido de este pasaje es: Elige el estado que quieras, y Dios te dar� la gracia para vivir en �l santamente. As� Ambrosio. Y que este es el sentido estricto si el Ap�stol es evidente por las palabras, " Porque yo quiero ", que importan: He dicho que permito, pero no mando, el estado de matrimonio; porque quisiera que todos se abstuvieran de ella, y cultivaran la castidad, y vivieran una sola vida; pero a�n as� cada uno tiene su propio don, que se contente con eso, que lo ejerza.

Que el hombre soltero que ha recibido la castidad virginal o viuda, es decir , la gracia por la cual puede contenerse, la considere como un don de Dios; que el casado, que ha recibido la castidad conyugal, es decir , la gracia de usar castamente el matrimonio, lo considere como un don de Dios, est� contento con �l y util�celo como tal.

De ah� se sigue (1.) que Dios da a los visones, aunque sean ap�statas, el don de la gracia suficiente para permitirles, si quieren, vivir castamente; es decir, si oran a Dios, se entregan al ayuno, a la santa lectura, al trabajo manual, a la ocupaci�n constante. De otro modo estar�an atados a un imposible, y Dios les faltar�a en las cosas necesarias, y no tendr�an el don propio de su estado, aunque aqu� el Ap�stol afirma que cada uno, sea soltero, o virgen, o casado, tiene el don de la castidad propio de su estado.

Se sigue (2.) que si alguno cambi� su estado para mejor, Dios tambi�n lo cambia y le da un mayor don, y una mayor medida de gracia acorde con ese estado, porque esto es necesario para un estado m�s perfecto. As� el Concilio de Trento (Sess. xxiv. can. 9) establece: " Si alguno dijere que los cl�rigos que han sido puestos en las Sagradas �rdenes, o los regulares que han profesado solemnemente la castidad, y que no creen tener el don de castidad, puede contraer matrimonio l�citamente, sea anatema, ya que Dios no lo niega a los que lo buscan, ni permite que seamos tentados m�s de lo que podemos " .

Tiene su don de Dios. Los dones de Dios son dobles. 1. Algunos son totalmente de Dios. As� que los dones de la naturaleza, que no es m�s que otro nombre de dios, en cuanto autor y hacedor de la naturaleza, son talento, juicio, memoria y buena disposici�n. Los dones de la gracia son tambi�n la fe, la esperanza, la caridad y todas las virtudes infundidas por Dios, como Autor de la gracia.

2. Otros dones proceden ciertamente de Dios, pero requieren para su debido efecto nuestra cooperaci�n. Por ejemplo, toda gracia preveniente y buenas inspiraciones son dones de Dios; as� todas las buenas obras, y los actos de todas las virtudes, son dones de Dios, dice S. Agust�n, porque �l da ( a ) la gracia preveniente para incitarnos a estas obras y estas acciones, y ( b ) la gracia cooperante, por que �l trabaja con los hombres para producir tales cosas.

Sin embargo, esta gracia act�a de tal manera que el hombre queda libre y tiene en su poder actuar o no, usar o no esta gracia. En este sentido, todas las buenas obras son dones de Dios: sin embargo, son gratuitas para el hombre y est�n sujetas a su voluntad y poder. De esta segunda clase habla aqu� el Ap�stol en relaci�n con el don de la castidad. El don de la castidad es, en rigor, un h�bito infuso, o un h�bito adquirido en quien ya lo tiene infundido.

Pero para los que a�n no tienen el h�bito, hay suficiente ayuda de la gracia, tanto interior como exterior, preparada por Dios para cada uno, a fin de que, cooperando libremente con ella, cada uno viva en la castidad, si quiere. usar esa ayuda. Y esto es evidente por lo dicho en los vers. 25, 35, 38, sobre la vida de soltero aconsejada por Dios y Cristo, que la pone ante todos los hombres y les aconseja que la adopten.

Pero Dios no aconseja al hombre nada que no est� en su poder; pero la vida de soltero no est� en poder de cada hombre, a menos que su voluntad sea ayudada por la gracia de Dios. Por eso Cristo ha preparado, y est� dispuesto a dar a cada uno, esta gracia que es necesaria a la vida solitaria ya la virginidad. Si est� dispuesto a dar a cada uno la castidad virginal, mucho m�s conyugal. Quien, pues, tiene su propio don, que si su propia gracia, en su principio, la tendr� tambi�n en su perfecto fin, con tal de que ore a Dios ferviente y constantemente para que le d� la gracia preparada para �l, y luego co -Operar vigorosamente con la gracia que ha recibido.

versi�n 8. Digo, pues, a los solteros ya las viudas: Bueno les es si permanecen como yo. Yo soy soltero: que permanezcan igual. Por lo tanto, es m�s evidente que S. Paul no tiene esposa, sino que era soltero.

Versículo 9

Pero si no pueden contener, que se casen, porque es mejor casarse que quemarse. Esto puede ser una referencia a Rut 1:13 . Es mejor casarse que quemarse, a menos que, es decir, ya est�s casado con Cristo por un voto. Cf. S. Ambrosio ( ad Virg. Laps. cv). porque a las que est�n obligadas por voto de castidad, y son profesas, lo mismo que a los maridos, es mejor quemarlas y fornicar que casarse por segunda vez.

Porque tal matrimonio ser�a un sacrilegio permanente o adulterio, que es peor que la fornicaci�n, o alg�n sacrilegio moment�neo; as� como es mejor pecar que estar en constante estado de pecado, y pecar por obstinaci�n y desprecio. Pero lo mejor de todo es no casarse, ni quemarse, sino contenerse, como dice Ambrosio; y esto lo pueden hacer todos los que han profesado la castidad, como se dijo en la �ltima nota, no importa cu�n gravemente sean tentados.

Y as� lo hizo el Ap�stol en su dolorosa tentaci�n, como lo han hecho tantos otros santos, y especialmente aquel a quien exclamaban los demonios, cuando eran vencidos por �l y confundidos por la resistencia que hac�a a la tentaci�n de ellos: "T� has vencido, has vencido, porque estuviste en el fuego y no te quemaste".

Quemar aqu� no denota estar en llamas, o ser tentado por el calor de la lujuria, sino ser herido y vencido por �l, ceder y consentirlo. Porque no es el que siente el calor del fuego el que es quemado por �l, sino el que es herido y chamuscado por �l. As� canta Virgilio de Dido, que hab�a sido vencida por el amor de Eneas ( �n . 4. 68): "La Dido de mala estrella arde y vaga fren�tica por la ciudad.

Cf. tambi�n Ecl. 23, 22. El Ap�stol est� dando la raz�n por la que quiere que las incontinentes y d�biles se casen, a saber, para que no se quemen, es decir , fornicen; otras, que son combatientes de gran alma, quiere para contener. En otras palabras, que los que no contienen se casen, porque es mejor casarse que quemarse. As� Teodoreto, Ambrosio, Anselmo, Santo Tom�s, Agust�n ( de Sancta Virgen , c.

74), Jer�nimo ( Apolog. pro Lib. contra Jovin. ). "Es mejor", dice S. Jer�nimo, "casarse con un marido que cometer fornicaci�n". Y dice S. Ambrosio: " Quemarse es estar a merced de los deseos; porque cuando la voluntad consiente en el calor de la carne se quema. Sufrir los deseos y no dejarse vencer por ellos es parte de un ilustre y hombre perfecto ".

Puede objetarse que San Cipriano ( Ep. 11 ad. Pompon. lib. i.) dice de las v�rgenes que se han consagrado a Cristo, que "si no pueden o no quieren perseverar, mejor les es casarse que quemar." Pero Pamelius, siguiendo a Turrianus y Hosius, bien responde que S. Cyprian no est� hablando de las v�rgenes ya consagradas sino de las que est�n por serlo. A estos les aconseja que no se dediquen ni se prometan a Cristo si no tienen la intenci�n de perseverar; y en la misma ep�stola se�ala que ser�a ad�ltero para con Cristo si, despu�s de un voto de castidad, se casaran con hombres.

Como el ap�stol aqu�, �l est� hablando, por lo tanto, no de los que ya est�n atados, sino de los que est�n libres. Erasmo, por lo tanto, se equivoca y es descarado, como de costumbre, al hacer una nota al margen de este pasaje de S. Cipriano: "Cipriano permite que las v�rgenes sagradas se casen".

Puede objetarse en segundo lugar que S. Agust�n dice ( de Sancta Virgin. c. 34) que aquellas v�rgenes con votos que cometen fornicaci�n har�an mejor en casarse que quemarse, es decir , que ser consumidas por la llama de la lujuria.

Respondo (1.) que esto es una mera observaci�n pasajera de S. Agust�n, queriendo decir que para los tales ser�a mejor, es decir , menos malo casarse que cometer fornicaci�n. No niega que pecan al casarse, sino que s�lo afirma que pecan menos al casarse que al cometer fornicaci�n. De la misma manera podr�amos decir a un ladr�n: "Es mejor robar a un hombre que matarlo" , es decir , es un mal menor.

(2.) Para tales es incluso absolutamente mejor casarse que quemarse, si tan solo contraen matrimonio legalmente, es decir, con el consentimiento de la Iglesia y una dispensa de su voto de continencia del Papa. (3.) Posiblemente, y no improbable. S. Agust�n quer�a decir que incluso para aquellos que no tienen tal dispensa, es mejor casarse que cometer fornicaci�n persistentemente, es decir , vivir en un estado de fornicaci�n y concubinato.

Y la raz�n es que tal persona, si se casa, ciertamente peca gravemente contra su voto al casarse; sin embargo, despu�s de su matrimonio puede guardar su voto de castidad y estar libre de pecado, a saber, no exigiendo, sino pagando solamente la deuda del matrimonio, como lo hacen com�nmente las mujeres de las que S. Agust�n aqu� habla. Sin embargo, si tal persona est� constantemente rompiendo su voto, y en consecuencia peca m�s gravemente que si se casara.

Porque aquellos actos de fornicaci�n constantemente repetidos parecen ser un mal mucho peor y m�s gravemente pecaminoso que el solo acto de celebrar un contrato de matrimonio contra un voto de continencia. Porque aunque este �nico acto virtualmente incluye muchos, a saber, ver y pagar la deuda del matrimonio tan a menudo como le plazca, sin embargo, esto es solo de forma remota e impl�cita. Pero el que comete fornicaci�n constantemente peca directa y expl�citamente, y diariamente repite tales acciones; por tanto, peca m�s gravemente. Porque es peor pecar expl�citamente y en muchos actos que por una sola acci�n t�cita e impl�cita.

Obs�rvese tambi�n que en tiempo de S. Agust�n estas doncellas que hab�an hecho voto y profesado castidad, aunque pecaran cas�ndose, pod�an contraer matrimonio leg�timo. Porque la Iglesia, como S. Agust�n nos da a entender con bastante claridad, no hab�a hecho en aquel tiempo del voto solemne una barrera absoluta al matrimonio. Adem�s, es evidente por sus siguientes palabras que S. Agust�n es de opini�n que los tales deben guardar simple y absolutamente su voto de castidad; porque a�ade: " Aquellas v�rgenes que se arrepientan de su profesi�n y est�n cansadas de la confesi�n, a menos que dirijan su coraz�n correctamente, y de nuevo venzan su lujuria por el temor de Dios, deben ser contadas entre los muertos ".

Por �ltimo, que el Ap�stol habla aqu� a los que son libres, y no a los que est�n obligados por un voto, lo prueban largamente Cris�stomo, Teodoreto, Teofilacto, Ecumenio, Epifanio ( H�res. 61), Ambrosio ( ad Virgin . Lapsam c. 5), Agust�n ( de adulter. Conjug. lib. ic 15), Jer�nimo ( contra Jovin , lib. i.). S. Efr�n, hace 1300 a�os, cuando se le pregunt� a qui�n se aplica este vers�culo, escribi� un tratado muy exhaustivo sobre �l, en el que prueba abundantemente que se trata, no de los religiosos o del clero, y de los que han hecho voto de castidad, pero con laicos que son libres.

verso 10, 11. Y a los casados ??mando, &c. El Ap�stol pasa ahora de la cuesti�n del matrimonio a la del divorcio; porque, como indica este vers�culo, los corintios le hab�an hecho a Pablo una segunda pregunta, relacionada con el divorcio. Concedido que en el matrimonio su uso era l�cito, m�s a�n, obligatorio, como ha dicho S. Pablo, en todo caso, quien es fiel a su voto matrimonial, �no puede disolverlo y divorciarse? Y adem�s, cuando se ha producido un divorcio, �no puede la mujer o el marido casarse de nuevo? Este verso y ver. 11 dar la respuesta a la pregunta.

�l dice que la dejen permanecer soltera. De donde se sigue que el divorcio, aun suponi�ndolo justo y l�cito, no deshace el nudo matrimonial, sino que s�lo dispensa de la deuda matrimonial; de modo que si la mujer es ad�ltera, no es l�cito al marido inocente contraer otro matrimonio. Y lo mismo vale para la mujer si el marido es ad�ltero.

Debemos tomar nota de esto contra los herejes Erasmo, Cayetano y Caterino, quienes dicen que esto no se puede probar con la Escritura, sino solo con los C�nones. Pero se equivocan, como se desprende de este pasaje de S. Paul. Porque el Ap�stol aqu� habla evidentemente de una justa separaci�n hecha por la mujer cuando es inocente, y perjudicada por el adulterio de su marido, porque �l le permite permanecer separada o reconciliarse con su marido.

Porque si �l estuviera hablando de una separaci�n injusta, como cuando una esposa huye de su esposo sin ninguna culpa de su parte, no habr�a tenido que permitir la separaci�n sino ordenar la reconciliaci�n.

Se puede decir que la palabra reconciliado apunta a alguna ofensa y da�o hecho por la esposa que caus� la separaci�n, y que por lo tanto San Pablo est� hablando de una separaci�n injusta. Respondo negando la premisa. Porque reconciliar simplemente significa un retorno a la buena voluntad mutua; y se habla de la parte ofensora como reconciliada con la ofendida tanto como la ofendida con la ofensora.

Por ejemplo, en 2 Macc. i. 5, se dice "para que Dios escuche vuestras oraciones y se reconcilie con vosotros". Los Concilios y los Padres explican as� este pasaje, y establecen de �l que la fornicaci�n disuelve el v�nculo matrimonial en cuanto al lecho y la comida, pero no para que sea l�cito casarse con otro. Cf. Concilio Milevit. C. 17; Concilio Eliberto. C. 9; Concilio Florencio. ( Instructor. Armen.

de Matrim .); Concilio Tridente Ses. XX. pueden. 7); Papa Evaristus ( Efesios 2 ); S. Agust�n de Adultero. conjugado (lib. ii. c. 4); S. Jer�nimo ( Ep. ad Amand. ); Teodoreto, Ecumenio, Haymo, Anselmo y otros.

Puede decirse que Ambrosio, comentando este vers�culo, dice que el Ap�stol habla s�lo de la mujer, porque nunca le es l�cito casarse con otro despu�s de divorciada; pero que es l�cito al marido, despu�s de repudiar a la mujer ad�ltera, casarse con otra, porque �l es la cabeza de la mujer. Respondo que de este y otros pasajes similares se desprende que este comentario a las Ep�stolas de S. Pablo no es obra de S.

Ambrose, o en todo caso que estos pasajes son interpolaciones. Pues en el matrimonio y en el divorcio rige a la mujer la misma ley que al marido, como establece el verdadero Ambrosio ( en Lucam viii. y de Abraham , lib. ic 4). Por tanto, lo que el Ap�stol dice de la mujer se aplica igualmente al marido; porque a todos los casados ??est� hablando, como �l mismo dice; y adem�s, en ver. 5, declar� que los derechos matrimoniales del marido y la mujer son iguales, y que cada uno tiene igual poder sobre el cuerpo del otro.

Que el marido no repudie a su mujer. es decir , sin causa grave y justa; porque est� permitido repudiarla por causa de fornicaci�n y otras causas justas.

Versículo 12

Pero a los dem�s hablo yo... que no la repudien .

El resto son los que est�n casados ??y pertenecen a religiones diferentes; ya ellos les digo, que si un hermano, es decir , uno de los fieles, tiene una mujer que no es creyente, etc. En otras palabras, hasta ahora he hablado de personas casadas cuando ambos son del n�mero de los fieles, como insinu� en el ver. 5, cuando dije "para que os entregu�is a la oraci�n". Ahora, sin embargo, me dirijo a aquellos de capricho uno es creyente, el otro incr�dulo. Esta es la explicaci�n que dan muchos junto con S. Agust�n, a quien citaremos directamente.

Pero si esto es as�, es ciertamente extra�o que el Ap�stol no se expresara con mayor claridad, pues con la adici�n de una sola palabra podr�a haber dicho con mayor sencillez: "A los fieles que est�n casados ??no soy yo quien habla, sino el Se�or". ; pero a los dem�s, a saber, a aquellas parejas casadas de las cuales uno es incr�dulo, yo hablo, no el Se�or". Pero al decir no a los fieles , sino a los casados , parece hablar en t�rminos generales de todos los que est�n casados, ya sean creyentes o no creyentes.

Tampoco se debe objetar a esto que en el ver. 5 habla casualmente a los fieles, porque all� est� exceptuando de la ley general que rige la deuda matrimonial los de los fieles que est�n casados, cuando por mutuo consentimiento se dan a s� mismos. oraci�n. Pero esta excepci�n no se ha de hacer para abarcar todas las leyes del matrimonio, que el Ap�stol en este cap�tulo nos establece para todos los casados. Adem�s, el Ap�stol hasta ahora no ha dicho una sola palabra sobre el incr�dulo, o sobre una diferencia de religi�n.

Por lo cual podemos decir en segundo lugar y mejor, que los dem�s son los que no est�n unidos en matrimonio. Porque por las palabras pero y el resto este vers�culo se opone al ver. 10, como aparecer� m�s claramente directamente.

Hablo yo, no el Se�or. "Yo mando", dice Theodoret. Pero S. Agust�n ( de Adulter. Conjug. lib. ic 13 y ss .), Anselmo y Santo Tom�s lo interpretan: Doy el siguiente consejo, a saber, que el marido creyente no repudie a la mujer incr�dula que vive en paz con �l, y viceversa.

Hay una tercera interpretaci�n, y la mejor de todas, que se nos da de la Biblia romana, plantiniana y otras, que pone un punto despu�s de las palabras, Pero a los dem�s hablo yo, no el Se�or , separ�ndolos esto de lo que sigue. y uni�ndolos a lo que precede. Entonces tenemos el significado de la siguiente manera: Para el resto, es decir, los solteros, el Se�or no da ning�n mandato (mandamiento de suministro del ver. 10), pero yo digo, y aconsejo lo que dije y aconsej� antes en el ver. 8, a saber, que les conviene quedarse como est�n, solteros.

Esta interpretaci�n tambi�n est� respaldada por la ant�tesis entre el resto y los casados , por lo que queda claro que el resto deben ser las personas solteras, no casadas, de diferentes religiones. Adem�s, se explica a s� mismo de esta manera en el ver. 25, donde dice: "Ahora bien, respecto a las v�rgenes, no tengo mandamiento del Se�or, pero doy mi juicio", que es id�ntico a lo que dice aqu�: "A las dem�s hablo yo, no el Se�or".

Si alg�n hermano tiene mujer que no sea creyente. Esta es la tercera pregunta que los corintios le hacen a Pablo: �Puede uno de los fieles que est� casado vivir con un compa�ero incr�dulo? S. Agust�n y otros, como he dicho, relacionan estas palabras con las anteriores, que luego dan como significado: Aunque Cristo permiti� al creyente repudiar a su mujer incr�dula, yo le doy como consejo que no la abandone. ella lejos; porque repudiarla no es conveniente ni para su salvaci�n ni para la de los hijos, si ella est� dispuesta a vivir con un creyente sin reprochar a su Creador y a la fe.

De ah� que muchos doctores, citados por Henr�quez ( de Matrim. lib. xi. c. 8), deduzcan indirectamente por analog�a que, puesto que Pablo proh�be lo que Cristo permite, uno de los fieles que est� casado puede, con el permiso de Cristo, repudiar a un incr�dulo. compa�ero que reh�sa convertirse, y contraer otro matrimonio. Por el contrario, cuando ambos son creyentes, ninguno est� permitido, como se ha dicho. Pero si separamos estas palabras, como lo hace la Biblia Romana, de las anteriores, por un punto, nada si el tipo puede probarse.

No, Tom�s S�nchez ( de Matrim. vol. ii. disp. 73, no. 7), que no lee ning�n punto, como no lo hace san Agust�n, y por eso remite estas palabras a lo que sigue, piensa que todo lo que es De aqu� se deduce exactamente que Cristo permite a un creyente casado la separaci�n a toro , pero no la disoluci�n del matrimonio contra�do con un incr�dulo. En tercer lugar, este pasaje podr�a explicarse en el sentido de que Cristo no estableci� ninguna ley sobre este asunto, sino que dej� que lo establecieran Sus Ap�stoles y Su Iglesia, seg�n las necesidades de las diferentes �pocas, como, p.

g ., la Iglesia despu�s declar� nulo e inv�lido el matrimonio de un creyente con un incr�dulo, si uno era creyente en el momento del matrimonio. Seg�n la lectura de S. Agust�n, esta traducci�n se obtiene con dificultad; seg�n el romano, en absoluto. Porque todo lo que el Ap�stol quiere decir es que el creyente no debe repudiar a un incr�dulo, si este �ltimo est� dispuesto a vivir con el primero. Cf. nota a ver. 15.

La infidelidad en tiempos de San Pablo no era impedimento que destruyera el matrimonio contra�do con un creyente, ni imped�a que se contrajera, si el creyente no corr�a riesgo de apostatar, y si el incr�dulo consint�a en vivir en paz con el creyente, conservando su fe, como aqu� establece S. Pablo. Pero ahora, por una larga costumbre, se ha convertido en ley de la Iglesia que no la herej�a, sino la infidelidad, no s�lo impide, sino que tambi�n destruye un matrimonio que cualquiera que fuera creyente en ese momento desear�a contraer con un incr�dulo.

Versículo 14

Porque el marido incr�dulo es santificado por la mujer. Tal uni�n por matrimonio es santa. El creyente, por tanto, no es, como vosotros tan escrupulosamente tem�is, contaminado por el contacto con un incr�dulo, sino que el incr�dulo, como dice Anselmo, es santificado por una especie de nombramiento moral y aspersi�n de santidad, tanto por ser esposo de una esposa santa, es decir, creyente, y tambi�n porque al no estorbar a su esposa en su fe, y al vivir felizmente con ella, �l como que abre el camino para convertirse por medio de las oraciones, m�ritos, palabras y ejemplo de su esposa creyente, y as� llegar a ser santo. As� convirti� Santa Cecilia a su marido Valeriano; Teodora, Sisinnius; Clotilde, Clodaevus. As� dicen Anselmo, Teofilacto, Cris�stomo.

S. Natalia, la esposa de S. Adri�n, es ilustre por haber incitado no s�lo a su marido a adoptar la fe, sino tambi�n glorios�simamente a sufrir el martirio por ella. Porque cuando oy� que a las mujeres les estaba prohibido servir a los m�rtires, y que las puertas de la prisi�n no se les abrir�an, se afeit� el cabello y, habi�ndose puesto ropa de hombre, entr� en la prisi�n y fortaleci� los corazones de los m�rtires. por sus buenos oficios.

Otras matronas siguieron su ejemplo. Finalmente, el tirano Maximiano descubri� el fraude y orden� que se trajera un yunque a la prisi�n, y que se colocaran sobre �l los brazos y las piernas de los m�rtires y se aplastaran con una palanca. Los lictores hicieron lo que se les hab�a ordenado; y cuando la Beata Natalia lo vio, fue a su encuentro y les pidi� que comenzaran por Adri�n. As� lo hicieron los verdugos, y cuando colocaron la pierna de Adri�n sobre el yunque, Natalia agarr� su pie y lo mantuvo en posici�n.

Entonces los verdugos lanzaron un golpe con todas sus fuerzas, le cortaron los pies y le rompieron las piernas. Inmediatamente Natalia le dijo a Adri�n: "Te ruego, mi se�or, siervo de Cristo, mientras tu esp�ritu permanece en ti, extiende tu mano para que tambi�n te corten eso, y que seas como los m�rtires en todas las cosas: porque mayores sufrimientos han soportado que estos.� Entonces Adri�n extendi� la mano y se la dio a Natalia, quien la coloc� sobre el yunque y luego los verdugos se la cortaron. Entonces le quitaron el yunque, y poco despu�s su esp�ritu huy�. Cf. su vida, 8 de septiembre.

Vale la pena notar lo que escribe Genadio, patriarca de Constantinopla, en su exposici�n del Concilio de Florencia (Sess. v.) de Te�filo, un emperador hereje y no pagano, hijo de Miguel el Tartamudo, que fue salvado por el oraciones de su esposa Augusta. Hab�a hecho una avalancha de im�genes y, en consecuencia, su boca se abri� con tanta violencia que los hombres pod�an ver su garganta. Esto lo hizo recobrar el sentido y bes� la sagrada imagen.

Poco tiempo despu�s fue llevado a comparecer ante el tribunal de Dios, ya trav�s de las oraciones ofrecidas por �l por su esposa y por hombres santos recibi� el perd�n; porque la reina en su sue�o vio una visi�n de Te�filo atado y siendo arrastrado por una gran multitud, yendo delante y detr�s. Delante de �l llevaban diferentes instrumentos de tortura, y ella vio a los que iban detr�s que eran conducidos al castigo hasta que llegaron a la presencia del terrible Juez, y ante �l fue puesto Te�filo.

Entonces Augusta se arroj� a los pies del Juez Terrible, y con muchas l�grimas le rog� encarecidamente por su marido. El Juez terrible le dijo: "Oh mujer, grande es tu fe; por ti y por las oraciones de tus sacerdotes, perdono a tu marido". Entonces dijo a sus siervos: "Desatadlo y entregadlo a su mujer". Tambi�n se dice que el patriarca Metodio, despu�s de haber recopilado y escrito los nombres de todo tipo de herejes, incluido Te�filo, coloc� el rollo debajo de la mesa sagrada.

Luego, en la misma noche en que la reina vio la visi�n, tambi�n vio a un �ngel santo que entraba en el gran templo y dec�a: "Oh obispo, tus oraciones han sido escuchadas y Te�filo ha encontrado el perd�n". Al despertar del sue�o fue a la mesa sagrada, y �he aqu�! el inescrutable juicio de dios, encontr� borrado el nombre de Te�filo. Cf. tambi�n Baronuis (Annal . vol. ix., AD 842).

De lo contrario, tus hijos ser�an inmundos. Si repudiaras a una mujer que no cree, tus hijos ser�an considerados como nacidos en un matrimonio ileg�timo y, por lo tanto, como ileg�timos. Pero, tal como es, son santos, es decir , limpios concebidos y nacidos en honorable y leg�timo matrimonio. As� Ambrosio, Anselmo, Agust�n ( de Peccat. Meritis. lib.ii. c. 26). En segundo lugar, ser�an estrictamente inmundos, porque ser�an inducidos a la infidelidad y educados en ella por el padre incr�dulo, que hab�a buscado el divorcio por odio a su pareja; y especialmente si es el padre el que es incr�dulo, porque en tales casos los hijos en su mayor parte siguen al padre.

Pero si el creyente permanece en matrimonio con el incr�dulo, los hijos son santos , porque, con el permiso t�cito del incr�dulo, f�cilmente pueden ser santificados, bautizados y educados cristianamente por la fe, la diligencia y el cuidado del creyente. As� S. Agust�n ( de Peccat. Meritis. lib. iii. c. 12), y despu�s de Tertuliano, S. Jer�nimo ( ad Paulin. Ep. 153). Es de este pasaje que Calvino y Beza han extra�do su doctrina de la justicia imputada, ense�ando que los hijos de los creyentes son estrictamente santos y pueden ser salvos sin el bautismo.

Dicen que por el solo hecho de ser hijos de creyentes se les considera nacidos en la Iglesia, seg�n el pacto divino en Gen. xvii. "Yo ser� un Dios para ti y para tu descendencia despu�s de ti". Asimismo, en el Derecho Civil, cuando uno de los padres es libre, los hijos nacen libres.

Pero estos maestros yerran, Porque (1.) el Ap�stol dice igualmente que el esposo incr�dulo es santificado por la esposa creyente. Pero no es precisamente correcto decir que tal hombre es santificado a trav�s de su esposa; tampoco, por lo tanto, es estrictamente cierto para el ni�o. (2.) La Iglesia no es una rep�blica civil sino sobrenatural, y en ella nadie nace cristiano; pero por el bautismo, que ha tomado el lugar de la circuncisi�n, cada uno nace espiritualmente de nuevo y es santificado, no civilmente, sino realmente, por la fe, la esperanza y la caridad infundidas en su alma.

Esta es la mente de los Padres y de toda la Iglesia. (3.) Se dice absolutamente en S. Juan 3:5 , que "el que no naciere de nuevo del agua y del Esp�ritu, no puede entrar en el reino de Dios". Por lo tanto, es falso que cualquiera que no haya nacido del agua, sino simplemente de padres creyentes, pueda entrar en el reino de Dios.

Versículo 15

Pero si el incr�dulo se va, que se vaya. Si el incr�dulo busca la disoluci�n del matrimonio, o no quiere vivir con su c�nyuge sin perjudicar a Dios, tratando de llevarla a la incredulidad o a alguna maldad, o blasfemando contra Dios, o Cristo, o la fe , pues, como establece S�nchez del com�n consentimiento de los Doctores de la Iglesia (vol. ii. disp.

74), al obrar as� se considera con raz�n que desea la separaci�n; luego que el incr�dulo se aparte del incr�dulo, porque es mejor, dice S. Cris�stomo, estar divorciada del marido que de Dios.

Obs�rvese que el Ap�stol en este caso permite una separaci�n, no s�lo de un toro sino tambi�n de un v�nculo ; y por tanto el creyente puede contraer otro matrimonio, siendo �sta una concesi�n hecha por Cristo en favor de la fe; de lo contrario, un hombre o una mujer cristianos estar�an sujetos a la esclavitud. Porque es una esclavitud penosa estar ligado en matrimonio a un incr�dulo, para no poder casarse con otro, y estar obligado a vivir una vida de celibato, incluso si el incr�dulo se aparta.

As� S. Agust�n ( de Adulter. Conjug. lib. ic 13), S. Tom�s y S. Ambrosio, quien dice: "La obediencia del matrimonio no se debe a quien se burla del Autor del matrimonio, pero en tal caso volver a casarse es l�cito".

Adem�s, muchos doctores, citados por Henr�quez ( de Matrim. lib. xi. c. 8), entre los cuales est� San Agust�n ( de Adulter. Conjug. lib. ic xix.), deducen de este vers�culo y del vers�culo 12 que el creyente cuyo c�nyuge incr�dulo no est� dispuesto a convertirse, aunque est� dispuesto a vivir con ella sin da�ar a Dios, tiene por este mismo hecho derecho a contraer un nuevo matrimonio. pero s

San Pablo y los decretos can�nicos (cap. quanto , cap. Gaudemus , tit, de Divort , y cap. Si Infidelis 28, qu. 2) s�lo tratan del caso en que el incr�dulo quiere apartarse, o en el que es blasfemo contra el fe. Y, por eso, otros m�dicos, citados por Henr�quez, piensan que en este caso es l�cito que el creyente se vuelva a casar. Y esta opini�n es tanto m�s s�lida no s�lo por la raz�n dada anteriormente, sino tambi�n porque los Padres que apoyan la primera opini�n se basan en glosas sobre los varios cap�tulos, que son meras glosas de Orleans, y si algo oscurecen el texto.

Adem�s, ninguna glosa por s� sola puede ser fundamento de un derecho o de una nueva ley. Por tanto, como se conviene en que el matrimonio de los incr�dulos es verdadero matrimonio, y que no se disuelve por la conversi�n de cualquiera de las partes, porque no hay ley de Dios ni de la Iglesia para disolverlo, se sigue que deben celebrarse a su contrato, que por su propia naturaleza es indisoluble. Esto se fortalece con la consideraci�n de que cada parte posee buena fe; por lo tanto, no puede anularse, a menos que se convenga en que uno o ambos no tienen derecho a este matrimonio, o que uno pierde su derecho por la conversi�n del otro.

Esto, sin embargo, no est� de acuerdo, pero es muy dudoso. En materia de duda la posici�n del poseedor es m�s fuerte, y no debe ser expulsado de ella por la duda que pueda surgir.

Sin embargo, agrega S�nchez ( disp. 74, N�meros 9 ) que es l�cito que el creyente se case de nuevo, porque ahora est� prohibido por la Iglesia vivir con un incr�dulo que no se convierta, por el peligro de perversi�n que existe. Casi siempre. Entonces se considera que el incr�dulo se ha ido, porque se niega a vivir con el creyente de una manera l�cita y apropiada.

Pero S�nchez quiere decir que la Iglesia ahora proh�be en general que un creyente contin�e viviendo con un incr�dulo. Pero esto es negado por Navarrus y otros; porque aunque el Cuarto Concilio de Toledo proh�be a un creyente vivir con un incr�dulo si es jud�o, esto se hizo simplemente por la obstinada tenacidad de los jud�os a su credo. Ni aqu� ni en ninguna otra parte est� prohibido el matrimonio con un pagano.

Adem�s, el Concilio de Toledo fue meramente local, y este mismo canon ha sido interpretado de manera diferente por diferentes autores, como dice S�nchez ( disp. 73, N�meros 6 ). Y en verdad ser�a duro y justo motivo de ofensa si en la India, China y Jap�n, cuando se predica la fe por primera vez, los cristianos se vieran obligados a repudiar a las esposas con las que se casaron cuando eran incr�dulos, o si las esposas ser obligadas a dejar a sus maridos que no estaban dispuestos a convertirse al cristianismo, especialmente cuando estaban en una posici�n alta; pues de all� se aprovechar�a la ocasi�n para exterminar a los cristianos y su fe.

Otro caso es en Espa�a y entre los cristianos, donde la Iglesia podr�a, sin causar esc�ndalo, dictar esto, o por una ley general (que por cierto no existe, como he dicho), o por el uso y la costumbre, prohibiendo en particular a los individuos permanecer en matrimonio con alguien que no fuera creyente, por el peligro de perversi�n. Ser�a deber del creyente obedecer tal precepto, y por lo tanto no ser�a �l el culpable, sino el incr�dulo, que, rehusando vivir en matrimonio, seg�n la ley que obliga al c�nyuge creyente y al precepto de la Iglesia, se convierte en la causa de la separaci�n.

Actuando as�, se considerar� que el incr�dulo desea la separaci�n, y en consecuencia ser�a l�cito al creyente contraer otro matrimonio, como sabiamente argumenta S�nchez. Por ejemplo, la reina C�sar, esposa del rey de los persas en tiempos del emperador Mauricio, huy� en secreto a Constantinopla, y all� se convirti� y bautiz�. Cuando su esposo le pidi� que regresara, ella se neg� a hacerlo a menos que �l se hiciera cristiano.

Cuando fue a Constantinopla y all� fue bautizado, y Augusto lo ayud� a salir de la fuente, y habiendo recibido a su esposa nuevamente, regres� gozoso a su hogar. Esto sucedi� alrededor del a�o 593, seg�n relata Baronio por autoridad de Pablo el Di�cono y Gregorio de Tours. Todo lo dicho debe entenderse claramente que se refiere al matrimonio contra�do cuando ambos contrayentes son incr�dulos, seguido de la conversi�n del uno y la negativa del otro a convertirse; porque el matrimonio contra�do por un incr�dulo con un creyente ha sido declarado nulo por la Iglesia desde la �poca del S.

Paul y de ah� que la diferencia de fe sea una barrera para el matrimonio. Esta fue la raz�n por la que Teresa, hermana de Adelfonso, rey de Lieja, se neg� a casarse con Abdallah, rey de los �rabes, a menos que adoptara la fe cristiana. Esto lo prometi�, pero falsamente. Por lo tanto, a la llegada de Teresa, la oblig�, a pesar de sus luchas; pero siendo herido por Dios con una enfermedad dolorosa, no pudo curarse sin enviar a Teresa a su hermano. Esto lo cuentan Roderic, Vaz�us y Baronius (983 d. C.).

Tambi�n S. Eurosia, hija del rey de Bohemia, hecha prisionera por el rey de los moros, prefiri� morir antes que casarse con �l; y mientras esperaba pacientemente la espada del verdugo, escuch� a un �ngel que dec�a: "Ven, mi elegida, la esposa de Cristo, recibe la corona que el Se�or ha preparado para ti, y el don de que tus oraciones sean escuchadas como a menudo como los fieles te llaman para pedir ayuda contra la lluvia o cualquier tormenta.

Habiendo o�do estas palabras, habi�ndole cortado los brazos y las piernas, entreg� el esp�ritu, siendo renombrada por sus milagros, como relat� Lucius Marineus Siculus ( de Rebus Hispan, lib. v.).

Pero Dios nos ha llamado a la paz. Paz de conciencia con Dios, y de acuerdo con los hombres. Por lo tanto, de nuestra parte, no nos apartemos de los esposos incr�dulos, sino vivamos con ellos tan pac�ficamente como podamos. En segundo lugar , y m�s propiamente, la paz representa aqu� el descanso y la vida tranquila a la que el Ap�stol insta al creyente casado. Tal vida en separaci�n y soledad es preferible al matrimonio con un incr�dulo que desea partir, y que est� provocando perpetuamente al creyente a pelear y perturbando su paz. Esto concuerda mejor con la menci�n de partida que se ha hecho justo antes de estas palabras, y de la cual tendr� m�s que decir.

Versículo 16

Porque �qu� sabes t�, oh esposa, si salvar�s a tu marido? Si tomamos el primer significado de "paz" dado anteriormente, el sentido ser�: Vive en paz tanto como puedas, oh creyente, con tu compa�ero incr�dulo, porque no sabes el bien que puede sacar de ello: tal vez viviendo con �l lo convertir�s y lo salvar�s. As� Cris�stomo, Ambrosio, Anselmo, Teofilacto y otros, si tomamos el segundo significado de paz, el sentido ser� a�n mejor.

La paz es el don de Cristo; a esto hemos sido llamados por Cristo, no a la esclavitud infeliz y pendenciera. Por tanto, si el incr�dulo busca con querellas, abusos, amenazas contra la fe y contra su fiel compa�ero, alejarla, que se vaya y viva en paz, y pierda toda esperanza de su conversi�n. Porque �qu� base de esperanza hay para el que es pagano, blasfemo y pendenciero? Por lo tanto, �qu� sabes t�, o de d�nde esperas salvarlo?

Versículo 17

Pero como Dios reparti� a cada uno, como el Se�or llam� a cada uno, as� camine. Esto he dicho mucho sobre el matrimonio de un incr�dulo con un creyente, y sobre la separaci�n y el divorcio, si el incr�dulo lo busca, y sobre la convivencia en paz; pero no quiero que se entienda que quiero decir que se debe buscar el divorcio, o que se debe romper la paz, simplemente por la lujuria y el deseo de cambiar el propio estado, como, e.

g ., que el creyente, por ser creyente y llamado a la libertad cristiana, desee y encuentre excusa para cambiar su condici�n servil por una de libertad, su condici�n de gentil por la de jud�o. Ordeno, pues, que cada uno de los fieles, sea jud�o o gentil, esclavo o libre, conserve el estado y condici�n que el Se�or le ha dado, y que ten�a antes de ser creyente.

Que cada uno camine en su propia l�nea; que se contente con eso, y viva como corresponde a un cristiano; que no se inquiete para cambiar su estado a causa de su cristianismo, y as� hacer tropezar a los gentiles.

Información bibliográfica
Lapide, Cornelius. "Comentario sobre 1 Corinthians 7". El Gran Comentario Bíblico de Cornelius a Lapide. https://beta.studylight.org/commentaries/spa/clc/1-corinthians-7.html. 1890.