Bible Commentaries
Salmos 24

El Comentario del Púlpito de la IglesiaComentario del Púlpito de la Iglesia

Versículos 1-2

LA TIERRA ES DEL SE�OR

�De Jehov� es la tierra y su plenitud; el mundo y los que en �l habitan. Porque �l la fund� sobre los mares, Y la estableci� sobre los torrentes. '

Salmo 24:1

Si es en verdad la creaci�n de Dios, el universo de Dios, debe ser tambi�n la manifestaci�n de Dios y dirigirse siempre a lo m�s elevado, divino y espiritual en nosotros.

I. El mundo, reconocido como obra y manifestaci�n de Dios, est� necesariamente investido de un profundo temor religioso, de un solemne significado religioso. �Es imposible para un coraz�n correctamente constituido sentir la estrecha conexi�n de todas las cosas con el Dios invisible y Todopoderoso y, sin embargo, no considerarlas destinadas a ser consagradas �nicamente para usos nobles. El mismo pensamiento convierte a la vez el universo en un gran templo para la alabanza y adoraci�n del Eterno, y todas las bondades de la naturaleza en dones que se depositar�n sobre Su altar.

Sin duda, esto no es un asunto menor, pero es el �nico asunto m�s importante. Es simplemente la religi�n que se incorpora realmente a todo lo que hacemos; es simplemente la vida convertida en un largo acto de adoraci�n: las cosas m�s mezquinas entre las que nos movemos se vuelven sagradas, de modo que las mismas piedras de la calle y los �rboles del campo nos dan testimonio de Dios.

II. El hecho de que la tierra sea del Se�or es una fuente de puro y santo gozo del que podemos extraer cada vez que miramos algo en la naturaleza que sea justo y adecuado para cumplir el fin de su creaci�n. �El hombre religioso, el hombre que se da cuenta de manera pr�ctica y permanente de la verdad de mis textos, ve en la naturaleza m�s que cualquier otro hombre. El conocimiento de que Dios es su Creador y Se�or lo eleva muy por encima de s� mismo; hace de la tierra un gran s�mbolo del cielo: lo visible de lo invisible; pone a la mente humana en contacto con un mundo infinitamente superior y mejor. El hombre imp�o, el hombre religiosamente indiferente, no ve m�s de la mitad de lo que ve el hombre piadoso, y esa mitad es ciertamente la mitad m�s baja y menos valiosa.

III. Al enviar as� a los hombres a la naturaleza y a las Escrituras para su religi�n, nuestro texto tiende a dar amplitud y libertad al car�cter religioso. �Esto es lo que lamentablemente quieren muchos hombres sinceramente buenos. A menudo es imposible no reconocer su genuina seriedad y espiritualidad mental cuando nos repelimos mucho por su austeridad y estrechez de miras. Obviamente, respiran en medio de una atm�sfera viciada.

Hay enfermedad en su propia bondad. Ahora, cuando nos alejamos de la biograf�a de tal hombre, o de escuchar su conversaci�n, y leemos un salmo como, digamos, el ciento cuatro, vemos todo el misterio de la enfermedad. Hay una gran diferencia que se siente. Has pasado de la compa��a de alguien que piensa que la religi�n es una negaci�n de la naturaleza, a la compa��a de alguien que piensa que eleva y perfecciona la naturaleza.

Sientes que aqu�, donde est�s ahora, late un coraz�n, piadoso y espiritual en verdad, pero tambi�n de una humanidad grande y genial, que se deleita con toda la belleza natural y la excelencia natural. No hay nada artificial o exclusivo, nada que haga la vida r�gida y austera, insociable y antip�tica, en tal piedad, por profunda o ferviente que sea; mientras que es imposible describir cu�nta dureza, austeridad y enfermedad se le da al car�cter religioso al hacer de la Biblia sola, la Biblia separada arbitrariamente de la naturaleza y de la vida, la �nica fuente de crecimiento espiritual.

Entonces, dir�a m�s enf�ticamente que los hombres pensar�an en el evangelio no menos, sino m�s en la naturaleza. No puede haber amplitud, ni cordialidad de otro modo, ni sencillez infantil, ni la debida disposici�n a recibir la impresi�n Divina. Las influencias de la naturaleza son constantemente necesarias para mantener vivos esos sentimientos de admiraci�n, esperanza y amor que entran tan ampliamente en la vida espiritual.

IV. Solo reconociendo nuestra relaci�n con la naturaleza como creaci�n de Dios, obra de Dios, podemos darnos cuenta de nuestra relaci�n con Dios mismo. �Al darnos cuenta de su grandeza, por ejemplo, tenemos el sentimiento de nuestra propia insignificancia impuesta sobre nosotros de la manera m�s impresionante, no s�lo en relaci�n con ella, sino tambi�n, y m�s a�n, en relaci�n con su Autor.

V. Si realmente aceptamos lo que nos ense�a el texto, entonces obviamente estamos obligados a reconocer que le debemos todo a �l, y que nada podemos considerar estricta y enteramente nuestro. �No somos nuestros, somos del Se�or. La ley de nuestra vida no puede ser otra que su santa voluntad, que la voluntad que oramos diariamente se haga en el cielo y en la tierra.

Versículos 1-10

Salmos 24

Salmo apropiado para el D�a de la Ascensi�n ( Tarde ).

Salmos 24-26 = D�a 5 ( Ma�ana ).

Información bibliográfica
Nisbet, James. "Comentario sobre Psalms 24". El Comentario del Púlpito de la Iglesia. https://beta.studylight.org/commentaries/spa/cpc/psalms-24.html. 1876.