Bible Commentaries
1 Corintios 14

Sinopsis del Nuevo Testamento de DarbySinopsis de Darby

Versículos 1-40

Dos Vers�culos en este Cap�tulo 14 demandan un poco de atenci�n ( 1 Corintios 14:1-2 el 3 y el 6 ( 1 Corintios 14:3 ; 1 Corintios 14:6 ).

El vers�culo 3 ( 1 Corintios 14:3 ) es el efecto, o m�s bien la cualidad, de lo que dice un profeta, y no una definici�n. Edifica, alienta, consuela hablando. No obstante, estas palabras muestran el car�cter de lo que dijo. La profec�a no es de ninguna manera simplemente la revelaci�n de eventos futuros, aunque los profetas como tales los hayan revelado.

Un profeta es alguien que est� tan en comunicaci�n con Dios como para poder comunicar Su mente. Un maestro instruye de acuerdo con lo que ya est� escrito, y as� explica su importancia. Pero, al comunicar la mente de Dios a las almas bajo la gracia, el profeta las anim� y edific�. Con respecto al vers�culo 6 ( 1 Corintios 14:6 ) , es claro que viniendo en lenguas (por el uso de las cuales los corintios, como ni�os, amaban resplandecer en la asamblea), el que as� hablaba, a nadie edificaba, porque no era comprendido.

Quiz� no se entend�a a s� mismo, sino que era el instrumento no inteligente del Esp�ritu, teniendo la poderosa impresi�n de que Dios hablaba por medio de �l, de modo que en el Esp�ritu sent�a que estaba en comunicaci�n con Dios, aunque su entendimiento era infructuoso En cualquier caso, nadie pod�a hablar para la edificaci�n de la asamblea a menos que comunicara la mente de Dios.

De tal comunicaci�n el ap�stol distingue dos clases de revelaci�n y conocimiento. Este �ltimo supone una revelaci�n ya dada, de la cual alguien se aprovech� por el Esp�ritu Santo para el bien del reba�o. Luego se�ala los dones que fueron, respectivamente, los medios para edificar de estas dos maneras. No es que los dos �ltimos t�rminos ( 1 Corintios 14:6 ) sean los equivalentes de los dos primeros; pero las dos cosas de las que aqu� se habla como la edificaci�n de la iglesia se cumplieron por medio de estos dos dones.

Pod�a haber "profec�a" sin que fuera una revelaci�n absolutamente nueva, aunque hab�a en ella algo m�s que conocimiento. Podr�a contener una aplicaci�n de los pensamientos de Dios, una direcci�n de parte de Dios al alma, a la conciencia, que ser�a m�s que conocimiento, pero que no ser�a una nueva revelaci�n. Dios act�a all� sin revelar una nueva verdad, o un nuevo hecho. El "conocimiento" o la "doctrina" ense�a verdades o explica la palabra, algo muy �til para la asamblea; pero en ella no est� la acci�n directa del Esp�ritu en aplicaci�n, y por tanto no la manifestaci�n directa de la presencia de Dios a los hombres en su propia conciencia y coraz�n.

Cuando alguien ense�a, el que es espiritual se beneficia de ello; cuando uno profetiza, hasta el que no es espiritual puede sentirlo, es alcanzado y juzgado; y es lo mismo con la conciencia del cristiano. La revelaci�n, o conocimiento, es una divisi�n perfecta y lo abarca todo. La profec�a y la doctrina est�n en �ntima conexi�n con las dos; pero la profec�a abarca otras ideas, de modo que esta divisi�n no responde exactamente a los dos primeros t�rminos.

El ap�stol insiste mucho en la necesidad de hacerse entender, ya sea que se hable, se cante o se ore. �l desea, y la observaci�n es de suma importancia al juzgar las pretensiones de los hombres al Esp�ritu, que el entendimiento est� en ejercicio. �l no niega que pod�an hablar en lenguas sin que el entendimiento fuera algo de evidente poder y utilidad cuando estaban presentes personas que no entend�an otro idioma, o cuyo idioma natural era.

Pero, en general, era cosa inferior cuando el Esp�ritu no actuaba sobre, y por tanto por medio del entendimiento en el que hablaba. La comuni�n de las almas en un sujeto com�n, por la unidad del Esp�ritu, no exist�a cuando el que hablaba no entend�a lo que dec�a. El individuo que habla no gozaba �l mismo, como de Dios, de lo que comunicaba a los dem�s. Si los dem�s tampoco lo entend�an, era un juego de ni�os pronunciar palabras sin sentido para los oyentes.

Pero el ap�stol deseaba entender por s� mismo lo que dec�a, aunque hablaba en muchas lenguas; para que no fueran celos de su parte. Habl� m�s lenguas extranjeras, por el don del Esp�ritu Santo, que todos ellos. Pero su alma amaba las cosas de Dios amaba recibir la verdad inteligentemente de �l amaba tener trato inteligente con los dem�s; y preferir�a decir cinco palabras con su entendimiento, que diez mil sin �l en una lengua desconocida.

Qu� poder maravilloso, qu� manifestaci�n de la presencia de Dios, cosa digna de la m�s profunda atenci�n y, al mismo tiempo, qu� superioridad a toda vanidad carnal, al brillo reflejado en el individuo por medio de los dones, qu� poder moral de la �Esp�ritu de Dios, donde el amor no vio en estas manifestaciones de poder en el don sino instrumentos para el bien de la asamblea y de las almas! Era la fuerza pr�ctica de ese amor, a cuyo ejercicio, como superior a los dones, exhortaba a los fieles.

Era el amor y la sabidur�a de Dios dirigiendo el ejercicio de Su poder para el bien de aquellos a quienes amaba. �Qu� posici�n para un hombre! �Qu� sencillez imparte la gracia de Dios a quien se olvida de s� mismo en la humildad y el amor, y qu� poder en esa humildad! El ap�stol confirma su argumento por el efecto que se producir�a en los extra�os que pudieran entrar en la asamblea, o en los cristianos no ilustrados, si oyeran hablar lenguas que nadie entendiera: los tomar�an por locos. La profec�a, llegando a su conciencia, les har�a sentir que Dios estaba all� presente en la asamblea de Dios.

Los regalos eran abundantes en Corinto. Habiendo reglamentado lo que concierne a las cuestiones morales, el ap�stol en segundo lugar reglamenta el ejercicio de esos dones. Todos vinieron con alguna manifestaci�n del poder del Esp�ritu Santo, en lo cual evidentemente pensaron m�s que en la conformidad con Cristo. Sin embargo, el ap�stol reconoce en �l el poder del Esp�ritu de Dios y da reglas para su ejercicio.

Dos o tres pod�an hablar en lenguas, siempre que hubiera un int�rprete, para que la asamblea pudiera ser edificada. Y esto deb�a hacerse uno a la vez, porque parece que incluso hablaron varios a la vez. Lo mismo que con los profetas: dos o tres pod�an hablar, los dem�s juzgar�an si realmente ven�a de Dios. Porque, si les fuera dado por Dios, todos podr�an profetizar; pero s�lo uno a la vez, para que todos puedan aprender una dependencia siempre buena para los profetas m�s dotados y que todos puedan ser consolados.

Los esp�ritus de los profetas (es decir, el impulso del poder en el ejercicio de los dones) estaban sujetos a la gu�a de la inteligencia moral que el Esp�ritu confer�a a los profetas. Eran, por parte de Dios, due�os de s� mismos en el uso de estos dones, en el ejercicio de este maravilloso poder que obraba en ellos. No fue un furor divino, como dec�an los paganos de su inspiraci�n diab�lica, lo que los arrebat�; porque Dios no pod�a ser autor de confusi�n en la asamblea, sino de paz.

En una palabra, vemos que este poder estaba encomendado al hombre en su responsabilidad moral; un principio importante, que es invariable en los caminos de Dios. Dios salv� al hombre por gracia, cuando hab�a fallado en su responsabilidad; pero todo lo que �l ha encomendado al hombre, cualquiera que sea la energ�a divina del don, el hombre lo tiene como responsable para usarlo para la gloria de Dios y, en consecuencia, para el bien de los dem�s y especialmente de la asamblea.

Las mujeres deb�an estar en silencio en la asamblea: no se les permit�a hablar. Deb�an permanecer en obediencia y no dirigir a otros. Adem�s, la ley conten�a el mismo lenguaje. Ser�a una pena escucharlos hablar en p�blico. Si hubieran tenido preguntas que hacer, podr�an preguntar a sus esposos en casa.

Con todos sus dones, la palabra no sali� de los corintios, ni les hab�a venido solamente a ellos; deben someterse al orden universal del Esp�ritu en la asamblea. Si pretendieron ser guiados por el Esp�ritu, reconozcan (y esto lo probar�a) que las cosas que el ap�stol les escribi� eran mandamientos del Se�or: una afirmaci�n muy importante; una posici�n responsable y seria de esta maravillosa sierva de Dios.

�Qu� mezcla de ternura, de paciencia y de autoridad! El ap�stol desea que los fieles lleguen a la verdad y al orden, conducidos por sus propios afectos; no temiendo, si es necesario para su bien, valerse de una autoridad sin apelaci�n, como hablando directamente de Dios, una autoridad que Dios justificar�a si el ap�stol se viera obligado a usarla de mala gana. Si alguno ignoraba que escribi� por el Esp�ritu con la autoridad de Dios, en verdad era ignorancia; que los tales sean entregados a su ignorancia.

Los hombres espirituales y sencillos ser�an librados de tales pretensiones. Los que estaban realmente llenos del Esp�ritu reconocer�an que lo que escribi� el ap�stol provino inmediatamente de Dios, y fue la expresi�n de Su sabidur�a, de lo que se convirti� en �l: porque a menudo puede haber el reconocimiento de la sabidur�a divina o incluso humana cuando es encontrado, donde no hab�a la capacidad de encontrarlo, ni, si se percib�a en parte, el poder de exponerlo con autoridad. Mientras tanto, el hombre de pretensi�n, reducido a este lugar, encontrar�a provechoso el lugar y lo que necesitaba.

Tambi�n observaremos aqu� la importancia de esta afirmaci�n del ap�stol con respecto a la inspiraci�n de las ep�stolas. Lo que ense�� sobre los detalles, incluso del orden de la asamblea, fue tan realmente dado por Dios, vino tan completamente de Dios, que eran los mandamientos del Se�or. Por doctrina tenemos, al final de la Ep�stola a los Romanos, la misma declaraci�n de que fue por medio de escritos prof�ticos que el evangelio fue difundido entre las naciones.

El ap�stol retoma sus instrucciones diciendo que deben desear profetizar, no prohibir hablar en lenguas, y que todo debe hacerse con orden y decoro.

Información bibliográfica
Darby, John. "Comentario sobre 1 Corinthians 14". "Sinopsis del Nuevo Testamento de Juan Darby". https://beta.studylight.org/commentaries/spa/dsn/1-corinthians-14.html. 1857-67.