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Bible Commentaries
1 Tesalonicenses 3

Sinopsis del Nuevo Testamento de DarbySinopsis de Darby

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Versículos 1-13

Ahora bien, esta remoci�n forzosa del ap�stol como principal obrero, sin debilitar el v�nculo entre �l y los disc�pulos, form� otros lazos que consolidar�an y fortalecer�an a la asamblea, uni�ndola por lo que cada coyuntura suministr�. Esto est� conectado (todas las cosas no son m�s que instrumentos del poder y la sabidur�a de Dios) con las circunstancias de las cuales los Hechos de los Ap�stoles nos dan los detalles principales.

Despu�s de las persecuciones provocadas por los jud�os, el ap�stol hizo una breve estancia en Tesal�nica, y luego se vio obligado a abandonar esa ciudad e ir a Berea. Incluso all� lo siguieron los jud�os de Tesal�nica e influyeron en los de Berea, de modo que los hermanos de Berea tuvieron que velar por su seguridad. La persona a quien lo encomendaron lo llev� a Atenas; Silas y Timoteo permanecieron en Berea por el momento, pero pronto, por orden suya, se reunieron con �l en Atenas.

Mientras tanto, se desat� una violenta persecuci�n contra los cristianos en Tesal�nica, una ciudad importante en la que, seg�n parece, los jud�os ya hab�an ejercido una influencia considerable sobre la poblaci�n pagana, influencia que fue socavada por el progreso del cristianismo, que el Jud�os en su ceguera rechazados.

El ap�stol, al enterarse de este estado de cosas por Silas y Timoteo, se preocup� por el peligro que corr�an sus nuevos conversos de ser sacudidos en la fe por las dificultades que acechaban en su camino cuando a�n eran j�venes en la fe. Su afecto no le permit�a descansar sin ponerse en comunicaci�n con ellos, y ya desde Atenas hab�a enviado a Timoteo para indagar en su estado y tranquilizar sus corazones record�ndoles que estando con ellos les hab�a dicho estas cosas. podr�a pasar.

Durante su ausencia, Pablo sali� de Atenas y fue a Corinto, donde Timoteo lo consol� nuevamente con las buenas nuevas que le trajo de Tesal�nica, y el ap�stol reanud� sus labores en Corinto con energ�a y valor renovados. (Ver Hechos 18:5 )

A la llegada de Timoteo Pablo escribi� esta carta. Timoteo le hab�a informado del buen estado de los cristianos tesalonicenses que se aferraban a la fe, que deseaban mucho ver al ap�stol y que caminaban juntos en amor. En medio de sus dolores, y de la oposici�n de los hombres en una palabra, de las aflicciones del evangelio, el esp�ritu del ap�stol es refrescado por estas nuevas. �l mismo es fortalecido, porque si la fe del trabajador es el medio de bendici�n para las almas, y en general la medida del car�cter exterior de la obra, la fe de los cristianos que son el fruto de sus trabajos, y que corresponden a es a cambio una fuente de fuerza y ??aliento para el trabajador; as� como sus oraciones son un gran medio de bendici�n para �l.

El amor encuentra en su bienestar espiritual tanto su alimento como su alegr�a; la fe, lo que la sostiene y la fortalece. La palabra de Dios se siente en �l. "Yo vivo", dice el ap�stol, "si est�is firmes en el Se�or. �Qu� gracias", a�ade, "podemos dar a Dios por vosotros, por todo el gozo con que nos gloriamos por vosotros delante de Dios?" y conmovedora imagen del efecto de la operaci�n del Esp�ritu de Dios, liberando las almas de la corrupci�n del mundo, y produciendo los afectos m�s puros, la mayor renuncia a s� mismo por el bien de los dem�s, el mayor gozo en su felicidad gozo divino, realizado ante Dios mismo, y cuyo valor fue apreciado en su presencia por el coraz�n espiritual que moraba en �l, el coraz�n que, por parte de ese Dios de amor, hab�a sido el medio de su existencia.

�Qu� v�nculo es el v�nculo del Esp�ritu! �C�mo se olvida el ego�smo y se desvanece en la alegr�a de tales afectos! El ap�stol, animado por este afecto, que aumentaba en vez de cansarse por su ejercicio, y por la satisfacci�n que recib�a en la felicidad de los dem�s, deseaba tanto m�s, por el hecho de que los tesalonicenses estaban as� sostenidos, volver a verlos; no ahora con el prop�sito de fortalecerlos, sino para edificar sobre lo que ya estaba establecido, y para completar su instrucci�n espiritual impartiendo lo que a�n faltaba a su fe.

Pero �l es, y debe ser, un obrero y no un maestro (Dios nos lo hace sentir), y depende enteramente de Dios para su obra y para la edificaci�n de los dem�s. De hecho, pasaron a�os antes de que volviera a ver a los tesalonicenses. Permaneci� mucho tiempo en Corinto, donde el Se�or ten�a mucho pueblo; volvi� a visitar Jerusal�n, luego toda Asia Menor donde hab�a trabajado antes; de all� fue a �feso, donde permaneci� casi tres a�os; y despu�s de esto volvi� a ver a los tesalonicenses, cuando sali� de esa ciudad para ir a Corinto, tomando su viaje por el camino de Macedonia, para no visitar Corinto antes de la restauraci�n de los cristianos all� al orden.

"Dios mismo" es as� como se expresa el deseo del ap�stol y su sumisi�n a la voluntad de Dios "Dios mismo dirija nuestro camino hacia vosotros". Su deseo no es vago. Se refiere a Dios como a su Padre, la fuente de todos estos santos afectos, Aquel que ocupa el lugar de Padre para nosotros, y ordena todas las cosas con miras al bien de Sus hijos, seg�n esa sabidur�a perfecta que abarca todas las cosas. y todos sus hijos a la vez.

"Nuestro Dios y Padre mismo", dice el ap�stol. Pero hay otra consideraci�n que no se opone, ciertamente, a esta, porque Dios es uno, pero que tiene otro car�cter y menos individual: y a�ade: "Y nuestro Se�or Jesucristo". Cristo es Hijo sobre la casa de Dios, y adem�s del gozo y la bendici�n y el afecto individual, hab�a que considerar el progreso, el bienestar y el desarrollo de toda la asamblea. Estas dos partes del cristianismo act�an con seguridad una sobre la otra.

Donde la operaci�n del Esp�ritu es plena y sin obst�culos, el bienestar de la asamblea y los afectos individuales est�n en armon�a. Si algo falta en uno, Dios usa el fracaso mismo para actuar poderosamente sobre el otro. Si la asamblea en su conjunto es d�bil, la fe individual se ejerce de manera especial, y m�s inmediatamente sobre Dios mismo. No hay El�as y Eliseo en el reinado de Salom�n.

Por otro lado, el cuidado vigilante de la asamblea por aquellos divinamente comprometidos en ella es la verdadera energ�a de su organizaci�n espiritual, fortalece la vida y vuelve a despertar los afectos espirituales de sus miembros adormecidos. Pero las dos cosas son diferentes. Por eso el ap�stol a�ade a "nuestro Dios y Padre", "y nuestro Se�or Jesucristo", que, como hemos dicho seg�n Hebreos 3 , es Hijo sobre su casa.

Es una bendici�n que nuestro camino dependa del amor de un Padre, que es Dios mismo, actuando seg�n los tiernos afectos expresados ??por ese nombre; y, en cuanto al bienestar de la asamblea, que depende del gobierno de un Se�or como Jes�s, que la ama con un amor perfecto: y quien, aunque tom� tal lugar, es el Dios que cre� todas las cosas, el Hombre que tiene todo el poder en el cielo y en la tierra, a quien los cristianos son objeto de un cuidado incesante y fiel que �l dedica a fin de traer finalmente a la asamblea a S� mismo en gloria de acuerdo con los consejos de Dios.

[4] Tal fue, pues, el primer deseo del ap�stol, y tales fueron aquellos con respecto a quienes lo formul�, Mientras tanto, debe dejar a sus amados Tesalonicenses al cuidado inmediato del Se�or de quien depend�a (comparar Hechos 20:32 ) A eso su coraz�n se vuelve Que Dios �dirija mi camino para ir a vosotros. Y el Se�or os haga crecer y abundar en el amor unos hacia otros y hacia todos.

Y su coraz�n podr�a presentar su afecto por ellos, como modelo de lo que ellos deben sentir por los dem�s. Esta fuerza de amor mantiene el coraz�n en la presencia de Dios y le hace encontrar su gozo a la luz de su presencia y con fervor. deseo que todos los santos est�n en su presencia, sus corazones preparados para ella y all�, porque Dios es amor, y el ejercicio del amor en el coraz�n del cristiano (fruto de la presencia y la operaci�n del Esp�ritu) es de hecho el efecto de la presencia de Dios, y al mismo tiempo nos hace sentir su presencia, de modo que nos mantiene ante �l y mantiene la comuni�n sensible en el coraz�n.El amor puede sufrir y as� probar su fuerza, pero estamos hablando del ejercicio espont�neo de la amor hacia los objetos que Dios le presenta.

Ahora bien, siendo as� el desarrollo de la naturaleza divina en nosotros, y el sustento de nuestros corazones en comuni�n con Dios mismo, el amor es el v�nculo de la perfecci�n, el verdadero medio de santidad, cuando es real. El coraz�n se mantiene alejado de la carne y de sus pensamientos, en la pura luz de la presencia de Dios de que goza as� el alma. Por eso ora el ap�stol, mientras espera darles m�s luz, que el Se�or aumente en ellos el amor para afirmar sus corazones irreprensibles en santidad delante de Dios, nuestro Padre, en presencia de nuestro Se�or Jesucristo con todos sus santos.

Aqu� encontramos de nuevo los dos grandes principios de los que habl� al final del Cap�tulo 1: Dios en la perfecci�n de su naturaleza; y el Se�or Jes�s en la intimidad de Su conexi�n con nosotros Dios sin embargo como Padre, y Jes�s como Se�or. Estamos ante Dios, y Jes�s viene con sus santos. �l los ha llevado a la perfecci�n: est�n con �l y por lo tanto ante Dios conocidos en la relaci�n de Padre.

Obs�rvese tambi�n que todo se refiere a esta esperanza: era una expectativa actual y presente. Si se convirtieron fue para servir a Dios y esperar a su Hijo del cielo. Todo lo relacionado con ese maravilloso momento en que �l deber�a venir. Lo que era santidad se demostrar�a cuando estuvieran delante de Dios, y los santos estuvieran con su Cabeza; adem�s manifestados con �l en la gloria, como entonces tambi�n deber�an gozar plenamente del fruto de su trabajo, y de la recompensa del amor en el gozo de todos aquellos a quienes hab�an amado.

[5] La escena que ser�a la consumaci�n de la obra se presenta aqu� en toda su carga moral. Estamos ante Dios, en Su presencia, donde la santidad se demuestra en su verdadero car�cter; estamos all� para la perfecta comuni�n con Dios en la luz, donde se manifiesta la conexi�n de la santidad con Su naturaleza y con la manifestaci�n de S� mismo; as� como esta manifestaci�n est� en conexi�n con el desarrollo de una naturaleza en nosotros, que por la gracia nos pone en relaci�n con �l.

"Intachable", dice, "en santidad", y en santidad "ante Dios". El es ligero. �Qu� inmenso gozo, qu� poder, por la gracia, en este pensamiento, por el tiempo presente, de mantenernos manifestados ante �l! Pero s�lo el amor, conocido en �l, puede hacer esto.

Pero tambi�n le a�adimos "Padre Nuestro". Es una relaci�n conocida y real, que tiene su propio car�cter peculiar, una relaci�n de amor. No es una cosa para ser adquirida, y la santidad no es el medio para adquirirla. La santidad es el car�cter de nuestra relaci�n con Dios, en cuanto hemos recibido su naturaleza de hijos suyos, y es la revelaci�n de la perfecci�n de esa naturaleza en �l en el amor. El amor mismo nos ha dado esa naturaleza y nos ha colocado en esa relaci�n; la santidad pr�ctica es su ejercicio en comuni�n con Dios, teniendo comuni�n con �l en su presencia seg�n el amor que as� conocemos, es decir, Dios mismo tal como se ha revelado hacia nosotros.

Pero el coraz�n no est� solo: hay compa��a en esta alegr�a y en esta perfecci�n; y sobre todo es con Jes�s mismo. El vendr�, El estar� presente, y no solo El que es la Cabeza, sino que todos los santos con El estar�n all� tambi�n. Ser� el cumplimiento de los caminos de Dios con respecto a los que le hab�a dado a Jes�s. Lo veremos en Su gloria, la gloria que �l ha tomado en relaci�n con Su venida por nosotros. Veremos a todos los santos en quienes �l ser� admirado, y los veremos en la perfecci�n que nuestros corazones desean para ellos ahora.

Observad tambi�n que el amor nos hace superar las dificultades, las persecuciones, los miedos, que el enemigo pretende producir. Ocupados con Dios, felices en �l, no se siente este peso de aflicci�n. La fuerza de Dios est� en el coraz�n; el andar est� sensiblemente relacionado con la felicidad eterna que se posee con �l, y la aflicci�n se siente como leve y moment�nea. Ni esto solamente; sufrimos por Cristo: es alegr�a con �l, es intimidad de comuni�n, si sabemos apreciarla, y todo est� investido de la gloria y de la salvaci�n que se encuentran al final "en la venida de nuestro Se�or Jesucristo". con todos sus santos".

En la lectura de este pasaje no se puede dejar de observar el modo inmediato y vivo en que la venida del Se�or se vincula con la vida pr�ctica cotidiana, de manera que la luz perfecta de aquel d�a se proyecta sobre el camino horario del tiempo presente. Por el ejercicio del amor deb�an ser establecidos en santidad ante Dios a la venida de Cristo. De un d�a para otro, ese d�a se buscaba como la consumaci�n y el �nico t�rmino que contemplaban a la vida ordinaria de cada d�a aqu� abajo.

�C�mo llev� esto al alma a la presencia de Dios! Adem�s, como ya he observado en parte, viv�an en una relaci�n conocida con Dios que daba lugar a esta confianza. �l era su Padre; �l es nuestro. La relaci�n de los santos con Jes�s era igualmente conocida. Los santos eran "sus santos". Todos deb�an venir con �l. Estaban asociados con Su gloria. No hay nada equ�voco en la expresi�n.

Jes�s, el Se�or, viniendo con todos sus santos, no nos deja pensar en otro acontecimiento que en su regreso en gloria. Entonces tambi�n �l ser� glorificado en Sus santos, quienes ya se habr�n reunido con �l para estar para siempre con �l. Ser� el d�a de su manifestaci�n como de la Suya.

Nota #5

Es muy sorprendente c�mo aqu� la santidad y la manifestaci�n en gloria se unen como una sola cosa en las Escrituras, solo que el velo se descorre cuando la gloria est� all�. Incluso Cristo fue declarado Hijo de Dios con poder seg�n el Esp�ritu de santidad por resurrecci�n. Nosotros, que contemplamos la gloria a cara descubierta, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen. As� que aqu�; debemos caminar en amor, ser irreprensibles en santidad.

Deber�amos haber dicho aqu�; pero no, el velo se corre a la aparici�n de nuestro Se�or Jesucristo con todos sus santos. En Efesios 5 nos lava con la palabra, para presentarnos un cuerpo glorioso sin mancha a s� mismo.

Información bibliográfica
Darby, John. "Comentario sobre 1 Thessalonians 3". "Sinopsis del Nuevo Testamento de Juan Darby". https://beta.studylight.org/commentaries/spa/dsn/1-thessalonians-3.html. 1857-67.
 
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