Bible Commentaries
1 Tesalonicenses 4

Sinopsis del Nuevo Testamento de DarbySinopsis de Darby

Versículos 1-18

El ap�stol pasa luego a los peligros que acosaban a los tesalonicenses como consecuencia de sus antiguos h�bitos (y que segu�an siendo los de las personas que los rodeaban), h�bitos en contradicci�n directa con el santo y celestial gozo del que hablaba. Ya les hab�a mostrado c�mo deb�an andar y agradar a Dios. De esta manera �l mismo hab�a caminado entre ellos. ( 1 Tesalonicenses 2:10 ) A semejante conducta los exhortar�a con todo el peso que le daba su propio andar, as� como desear�a que crecieran en el amor seg�n el cari�o que les ten�a.

(Compare Hechos 26:29 ) Esto es lo que da autoridad a la exhortaci�n, ya todas las palabras de un siervo del Se�or.

El ap�stol toma especialmente el tema de la pureza, porque la moral pagana estaba tan corrompida que la impureza ni siquiera se consideraba pecado. Nos parece extra�o que tal exhortaci�n haya sido necesaria para cristianos tan vivos como los tesalonicenses; pero no tenemos bastante en cuenta el poder de esos h�bitos en los que las personas han sido educadas, y que llegan a ser como parte de nuestra naturaleza y de la corriente de nuestros pensamientos, y para la acci�n de dos naturalezas distintas bajo el influencia de �stos, aunque la concesi�n o el cultivo de uno pronto amortigua al otro.

Pero los motivos dados aqu� muestran sobre qu� terreno completamente nuevo, en lo que respecta a la moralidad m�s com�n, nos coloca el cristianismo. El cuerpo no era m�s que un recipiente para ser usado a voluntad para cualquier servicio que eligieran. Deb�an poseer este vaso en lugar de dejarse llevar por los deseos de la carne; porque conoc�an a Dios. No deb�an enga�ar a sus hermanos en estas cosas, [6] porque el Se�or se vengar�a.

Dios nos ha llamado a la santidad: es con �l que tenemos que hacer; y si alguno despreciara a su hermano, aprovech�ndose de su debilidad mental para usurpar sus derechos en este respecto, ser�a despreciar no al hombre sino a Dios, que �l mismo lo recordar�a, y que nos ha dado su Esp�ritu; y obrar as� ser�a despreciar ese Esp�ritu, tanto en uno mismo como en el hermano, en quien tambi�n mora.

El que fue agraviado de esta manera no solo era el esposo de una esposa, sino que era la morada del Esp�ritu Santo y deber�a ser respetado como tal. �En qu� terreno elevado coloca el cristianismo a un hombre, y eso en conexi�n con nuestros mejores afectos!

Como tocante al amor fraterno, nuevo resorte de su vida, no era necesario exhortarlos: Dios mismo les hab�a ense�ado, y ellos eran un ejemplo de amor para todos. S�lo que abunden en �l cada vez m�s; andando tranquilamente, trabajando con sus propias manos, para no estar en deuda con nadie, para que tambi�n en esto el Se�or sea glorificado.

Tales fueron las exhortaciones del ap�stol. Lo que sigue es una revelaci�n absolutamente nueva para su aliento y consuelo.

Hemos visto que los tesalonicenses siempre estaban esperando al Se�or. Era su esperanza cercana e inmediata en relaci�n con su vida diaria. Estaban constantemente esperando que �l los tomara hacia S�. Se hab�an convertido para esperar al Hijo de Dios del cielo. Ahora (por falta de instrucci�n) les pareci� que los santos que hab�an muerto recientemente no estar�an con ellos para ser arrebatados. El ap�stol aclara este punto, y distingue entre la venida de Cristo para tomar a los suyos, y su d�a, que fue un d�a de juicio para el mundo.

No deb�an angustiarse por los que hab�an muerto en Cristo [7] como se turbaron los que no ten�an esperanza. Y la raz�n que da de esto es una prueba de la estrecha conexi�n de toda su vida espiritual con la espera del regreso personal de Cristo para llevarlos a la gloria celestial. El ap�stol, al consolarlos con respecto a sus hermanos que hab�an muerto recientemente, no dice una palabra de que los sobrevivientes se reunir�n con ellos en el cielo.

Se les mantiene en el pensamiento de que todav�a deb�an buscar al Se�or durante su vida para transformarlos en Su imagen gloriosa. (Comp�rese con 2 Corintios 5 y 1 Corintios 15 ). Se requer�a una revelaci�n especial para hacerles entender que los que hab�an muerto previamente tendr�an igualmente su parte en ese evento.

Su parte, por as� decirlo, se parecer�a a la de Cristo. Ha muerto, y ha resucitado. Y as� ser� con ellos. Y cuando volviera en gloria, Dios los traer�a como traer�a a los dem�s, es decir, a los que viven con �l.

Sobre esto el ap�stol da alguna explicaci�n m�s detallada de la venida del Se�or en forma de revelaci�n expresa, mostrando c�mo estar�an con �l para venir con �l cuando �l se manifieste. Los vivos no tendr�n prioridad sobre los que duermen en Jes�s. El Se�or mismo vendr� como la Cabeza de Su ej�rcito celestial, disperso por un tiempo, para reunirlos a S� mismo. �l da la palabra. La voz del arc�ngel lo pasa, y se toca la trompeta de Dios.

Los muertos en Cristo resucitar�n primero, es decir, antes que los vivos. Entonces nosotros, los que estemos vivos y que quedemos, iremos con ellos, todos juntos, en las nubes para encontrarnos con el Se�or en el aire. As� estaremos para siempre con el Se�or.

Fue eso lo que el Se�or mismo ascendi�; porque en todas las cosas debemos ser como �l, una circunstancia importante aqu�. Seamos transformados o resucitados de entre los muertos, todos subiremos en las nubes. Fue en las nubes que �l ascendi�, y as� estaremos siempre con �l.

En esta parte del pasaje, donde explica los detalles de nuestra ascensi�n al Se�or en el aire, nada se dice de Su bajada a la tierra; es nuestro ascenso (como �l subi�) para estar con �l. [8] Tampoco, en lo que a nosotros se refiere, el ap�stol va m�s all� de nuestra reuni�n para estar para siempre con �l. Nada se dice ni del juicio ni de la manifestaci�n; sino s�lo el hecho de nuestra asociaci�n celestial con �l en que dejamos la tierra precisamente como �l la dej�.

Esto es muy precioso. Hay esta diferencia: �l subi� por derecho propio, �l ascendi�; en cuanto a nosotros, su voz llama a los muertos, y salen del sepulcro, y, cambiado el ser viviente, todos son arrebatados juntamente. Es un acto solemne del poder de Dios, que sella la vida de los cristianos y la obra de Dios, y los lleva a la gloria de Cristo como sus compa�eros celestiales. �Glorioso privilegio! �Gracia preciosa! Perderlo de vista destruye el car�cter propio de nuestra alegr�a y de nuestra esperanza.

Siguen otras consecuencias, que son el resultado de Su manifestaci�n; pero esa es nuestra porci�n, nuestra esperanza. Dejamos la tierra como �l lo hizo, estaremos para siempre con �l.

Es con estas palabras que debemos consolarnos a nosotros mismos si los creyentes mueren y se duermen en Jes�s. Regresar�n con �l cuando �l se manifieste; pero, en cuanto a su propia porci�n, se ir�n como �l se fue, ya sea resucitado de entre los muertos o transformado, para estar para siempre con el Se�or.

Todo lo dem�s se refiere a Su gobierno de la tierra: un tema importante, una parte de Su gloria; y nosotros tambi�n participamos en ella. Pero no es nuestra propia porci�n peculiar. Esto es, estar con �l, ser como �l, e incluso (cuando llegue el momento) abandonar de la misma manera que �l mismo el mundo que lo rechaz�, y que nos ha rechazado a nosotros, y que ha de ser juzgado.

Lo repito: perder esto de vista es perder nuestra parte esencial. Todo yace en las palabras, "as� estaremos siempre con el Se�or". El ap�stol ha explicado aqu� c�mo suceder� esto. [9] N�tese aqu�, que los Vers. 15-18 ( 1 Tesalonicenses 4:15-18 ) son un par�ntesis, y que 1 Tesalonicenses 5:1 sigue a 1 Tesalonicenses 4:14 ; Cap�tulo 5 mostrando lo que �l har� cuando traiga a los santos con �l seg�n 1 Tesalonicenses 4:14 .

En este importante pasaje encontramos al cristiano viviendo en una espera del Se�or, que est� conectada con su vida diaria y que la completa. La muerte, entonces, es s�lo un accesorio que puede tener lugar, y que no priva al cristiano de su porci�n cuando su Maestro regrese. La expectativa propia del cristiano est� enteramente separada de todo lo que sigue a la manifestaci�n de Cristo, y que est� relacionado con el gobierno de este mundo.

El Se�or viene en Persona para recibirnos a S� mismo; El no manda. Con plena autoridad sobre la muerte, que �l ha vencido, y con la trompeta de Dios, �l llama a los Suyos del sepulcro; y �stos, con los vivos (transformados), van a su encuentro en el aire. Nuestra salida del mundo se parece exactamente a la Suya: dejamos el mundo, al que no pertenecemos, para ir al cielo. Una vez all�, hemos alcanzado nuestra porci�n.

Somos como Cristo, estamos para siempre con �l, pero �l traer� a los Suyos con �l, cuando aparezca. �ste era, pues, el verdadero consuelo en caso de muerte de un cristiano, y de ning�n modo dejaba de lado la espera diaria del Se�or del cielo. Al contrario, esta forma de ver el tema lo confirmaba. El santo muerto no perdi� sus derechos al morir durmiendo en Jes�s; deber�a ser el primer objeto de la atenci�n de su Se�or cuando viniera a reunir a los Suyos.

Sin embargo, el lugar de donde salen a su encuentro es la tierra. Los muertos deb�an resucitar, esto era lo primero para que estuvieran listos para ir con los dem�s; y luego de esta tierra todos partir�an juntos para estar con Cristo en el cielo. Este punto de vista es muy importante para aprehender el verdadero car�cter de ese momento en que se consumar�n todas nuestras esperanzas.

Nota #4

Es bueno recordar aqu� que, aunque Cristo es Hijo sobre la casa de Dios, como Se�or, no es Se�or sobre la asamblea sino sobre los individuos. Adem�s de esto, �l es en un sentido general Se�or de todo. Pero Su acci�n hacia los individuos ministra al bienestar de la asamblea.

Nota #6 "pas touton" es un eufemismo para "estas cosas".

Nota #7

Se ha pensado que el ap�stol habla aqu� de los que hab�an muerto como m�rtires por causa de su nombre. Puede haber sido as� a consecuencia de las persecuciones, pero "dia tov Iesous" ser�a una forma singular de expresarlo; "dia" con genitivo se usa para un estado de cosas, una condici�n en la que estamos, que nos caracteriza. Estando en Cristo, su remoci�n fue solo dormirse, no morir. Ten�an esta posici�n por medio de Jes�s, no por Su nombre. (Compare, sin embargo, 2 Corintios 4:14 ).

Nota #8

Para que todos podamos regresar juntos con �l.

Nota #9

Compare 2 Corintios 5:1 , &c. Ya hemos se�alado como un hecho que este pasaje es una nueva revelaci�n distinta. Pero el alcance de este hecho aparece aqu� y prueba que tiene mucha importancia. La vida del cristiano est� tan ligada al d�a (es decir, a la potencia de la vida de luz de la que Cristo vive), y Cristo, que ya est� en la gloria, es tan verdaderamente la vida del creyente, que no tiene otro pensamiento que pasar a ella por este poder de Cristo, que lo transformar�.

(V�ase 2 Corintios 5:4 ). Se requer�a una revelaci�n nueva y accesoria para explicar lo que faltaba a la inteligencia de los tesalonicenses, c�mo los santos muertos no deb�an perder su parte en ello. El mismo poder se aplicar�a a sus cuerpos muertos como a los cuerpos mortales de los santos vivos, y todos ser�an arrebatados juntos.

Pero la victoria sobre la muerte ya estaba ganada, y Cristo, seg�n el poder de la resurrecci�n, siendo ya la vida del creyente, era natural, seg�n ese poder, que pasara sin morir a la plenitud de la vida con Cristo. Este era tanto el pensamiento natural de la fe que requer�a una revelaci�n expresa, y como he dicho, accesoria para explicar c�mo los muertos deb�an tener su parte en ella.

Para nosotros ahora no presenta ninguna dificultad. Es el otro lado de esta verdad que nos falta, que pertenece a una fe mucho m�s viva, y que realiza mucho m�s el poder de la vida de Cristo y su victoria sobre la muerte. Sin duda los tesalonicenses debieron considerar que Cristo hab�a muerto y resucitado, y no haber permitido que el abundante poder de su gozo al realizar su propia porci�n en Cristo les ocultara la certeza de la porci�n de los que durmieron en �l.

Pero vemos (y Dios lo permiti� para que pudi�ramos ver) c�mo la vida que pose�an estaba conectada con la posici�n de la Cabeza triunfante sobre la muerte. El ap�stol no debilita esta fe y esta esperanza, pero a�ade (para que sean consolados por el pensamiento de que el triunfo de Cristo tendr� el mismo poder sobre los santos que duermen que sobre los vivos; y que Dios traer� de vuelta a los primeros como as� como a estos �ltimos con Jes�s en la gloria, habi�ndolos arrebatado juntamente como su porci�n com�n para que est�n para siempre con �l.

A nosotros tambi�n nos da Dios esta verdad, esta revelaci�n de su poder. Ha permitido que miles se durmieran, porque (bendito sea su nombre) ten�a otros miles a los que llamar, pero la vida de Cristo no ha perdido su poder, ni la verdad su certeza. Nosotros como vivientes lo esperamos porque El es nuestra vida. Lo veremos en resurrecci�n, si acaso morimos antes de que �l venga a buscarnos; y el tiempo se acerca.

Obs�rvese tambi�n que esta revelaci�n da otra direcci�n a la esperanza de los tesalonicenses, porque distingue con mucha precisi�n entre nuestra partida para reunirnos con el Se�or en el aire, y nuestro regreso a la tierra con �l. No s�lo esto, sino que muestra que lo primero es lo principal para los cristianos, mientras que al mismo tiempo confirma y aclara el otro punto. Me pregunto si los tesalonicenses no habr�an entendido mejor este regreso con Cristo que nuestra partida de aqu� todos juntos para reunirnos con �l.

Incluso en el momento de su conversi�n, hab�an sido llevados a esperar a Jes�s desde el cielo. Desde el principio se estableci� en sus corazones el gran y esencial principio de que la Persona de Cristo era el objeto de la expectativa de sus corazones, y por ello fueron separados del mundo. Tal vez ten�an una vaga idea de que iban a aparecer con �l en gloria, pero no sab�an c�mo se llevar�a a cabo. Deb�an estar listos en cualquier momento para Su venida, y �l y ellos deb�an ser glorificados juntos ante el universo.

Esto lo sab�an. Es un resumen de la verdad. Ahora bien, el ap�stol desarrolla aqu� m�s de un punto en relaci�n con esta verdad general. Primero, estar�an con Cristo en Su venida. Esto, creo, no es m�s que una feliz aplicaci�n de una verdad que ya pose�an, dando un poco m�s de precisi�n a uno de sus preciosos detalles. Al final del cap�tulo 3 tenemos la verdad declarada claramente (aunque todav�a era indistinta en sus corazones, ya que pensaban que los muertos en Cristo ser�an privados de ella) que todos los santos deb�an venir con Jes�s, un punto esencial en cuanto al car�cter de nuestra relaci�n con �l.

Para que se esperara de Jes�s, los santos deber�an estar junto con Jes�s en el momento de su venida, todos los santos deber�an venir con �l. Esto fij� y dio precisi�n a sus ideas sobre un punto ya m�s o menos conocido. 2.� Lo que sigue es una nueva revelaci�n con motivo de su extrav�o respecto a los que durmieron. Ellos pensaron en verdad que los cristianos que estaban listos deber�an ser glorificados con Cristo cuando �l volviera a este mundo; pero los muertos estaban listos? No estaban presentes para compartir la gloriosa manifestaci�n de Cristo en la tierra.

Porque, no lo dudo, la vaga idea que se apoder� de la mente de los tesalonicenses era esta: Jes�s volver�a a este mundo, y los que lo esperaban compartir�an su gloriosa manifestaci�n en la tierra. Ahora el ap�stol declara que los santos muertos estaban en la misma posici�n que Jes�s que hab�a muerto. Dios no lo hab�a dejado en la tumba; ni �l los que, como �l, hab�an estado all�. Dios tambi�n los traer�a con �l cuando regresara en gloria a esta tierra.

Pero esto no fue todo. La venida de Cristo en gloria a la tierra no era lo principal. Los muertos en Cristo deben resucitar, y luego, con los vivos, deben ir al encuentro del Se�or en el aire, antes de Su manifestaci�n, y regresar con �l a la tierra en gloria; y as� deben estar siempre con el Se�or. Esto era lo principal, la porci�n del cristiano; a saber, morar eternamente con Cristo y en el cielo. La porci�n de los fieles que estaba en lo alto era Cristo mismo, aunque ellos aparecer�an con �l en la gloria. Para este mundo ser�a entonces el juicio.

Información bibliográfica
Darby, John. "Comentario sobre 1 Thessalonians 4". "Sinopsis del Nuevo Testamento de Juan Darby". https://beta.studylight.org/commentaries/spa/dsn/1-thessalonians-4.html. 1857-67.