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Bible Commentaries
1 Tesalonicenses 5

Sinopsis del Nuevo Testamento de DarbySinopsis de Darby

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Versículos 1-28

La venida del Se�or de nuevo a este mundo asume, por tanto, un car�cter muy diferente al de un vago objeto de esperanza para un creyente como un per�odo de gloria. En el cap�tulo 5 el ap�stol habla de ello, pero para distinguir entre la posici�n de los cristianos y la de los habitantes de la tierra descuidados e incr�dulos. El cristiano, vivo y ense�ado por el Se�or, siempre espera al Maestro. Hay tiempos y estaciones; no es necesario hablarle de ellos.

Pero (y �l lo sabe) el d�a del Se�or vendr� y como ladr�n en la noche, pero no para �l: �l es del d�a; �l tiene parte en la gloria que aparecer� para ejecutar el juicio sobre el mundo incr�dulo. Los creyentes son los hijos de la luz; y esta luz que es el juicio de los incr�dulos, es la expresi�n de la gloria de Dios, una gloria que no puede soportar el mal, y que, cuando aparezca, lo desvanecer� de la tierra.

El cristiano es del d�a que juzgar� y destruir� a los malvados y la maldad misma de sobre la faz de la tierra. Cristo es el Sol de justicia, y los fieles resplandecer�n como el sol en el reino de su Padre.

El mundo dir�: "Paz y seguridad", y con toda seguridad creer� en la continuaci�n de su prosperidad y el �xito de sus designios, y el d�a llegar� repentinamente sobre ellos. (Comp�rese con 2 Pedro 3:3 .) El Se�or mismo lo ha declarado a menudo. ( Mateo 14:36-44; Marco 13:33-36 ; Lucas 12:40 , etc.)

; Lucas 17:26 , etc.; Lucas 21:35 , etc.)

Es algo muy solemne ver que la iglesia profesante ( Apocalipsis 3:3 ) que dice que vive y est� en la verdad, que no tiene el car�cter de corrupci�n de Tiatira, a�n debe ser tratada como el mundo por lo menos, a menos que se arrepiente

Quiz� nos asombremos al encontrar al Se�or diciendo de un tiempo como este, que los corazones de los hombres estar�n desfalleciendo por el temor y por estar atentos a las cosas que vendr�n sobre la tierra. ( Lucas 21:26 ) Pero vemos que los dos principios, tanto la seguridad como el temor, ya existen. El progreso, el �xito, la larga continuaci�n de un nuevo desarrollo de la naturaleza humana, �ste es el lenguaje de los que se burlan de la venida del Se�or; y, sin embargo, debajo de todo esto, �qu� temores por el futuro est�n poseyendo y oprimiendo al mismo tiempo el coraz�n! Uso la palabra "principios", porque no creo que haya llegado todav�a el momento del que habla el Se�or. Pero la sombra de los acontecimientos venideros cae sobre el coraz�n. �Bienaventurados los que pertenecen a otro mundo!

El ap�stol aplica esta diferencia de posici�n, a saber, que pertenecemos al d�a y que, por lo tanto, no puede venir sobre nosotros como un ladr�n para el car�cter y el andar del cristiano. Siendo hijo de la luz ha de andar como tal. Vive en la arcilla, aunque todo es noche y oscuridad a su alrededor. Uno no duerme en el d�a. Los que duermen, de noche duermen; los que se emborrachan, de noche se emborrachan; estas son las obras de las tinieblas.

El cristiano, hijo del d�a, debe velar y ser sobrio, revisti�ndose de todo lo que constituye la perfecci�n del modo de ser propio de su posici�n, a saber, de la fe y del amor y de los principios de la esperanza que le infunden valor y confianza para presionando hacia adelante. Tiene la coraza de la fe y del amor; �l va directamente adelante contra el enemigo. �l tiene la esperanza de esta gloriosa salvaci�n, que le traer� completa liberaci�n, como su yelmo; para que pueda levantar la cabeza sin temor en medio del peligro.

Vemos que el ap�stol aqu� trae a la mente los tres grandes principios de 1 Corintios 13 para caracterizar el valor y la constancia del cristiano, como al principio mostr� que eran el resorte principal del caminar diario.

La fe y el amor nos conectan naturalmente con Dios, revelado tal como es en Jes�s como principio de comuni�n; para que caminemos con confianza en �l: Su presencia nos fortalece. Por fe, �l es el objeto glorioso ante nuestros ojos. Por amor �l habita en nosotros, y nos damos cuenta de lo que �l es. La esperanza fija nuestra mirada especialmente en Cristo, que viene para llevarnos al goce de la gloria consigo mismo.

Por eso el ap�stol habla as�: "Porque no nos ha puesto Dios para ira" (el amor se entiende por fe, lo que Dios quiere en su mente respecto de nosotros) "sino para alcanzar la salvaci�n". Esto es lo que esperamos; y habla de la salvaci�n como la liberaci�n final "por nuestro Se�or Jesucristo:" y agrega naturalmente, "quien muri� por nosotros, para que ya sea que estemos despiertos o dormidos" (habamos muerto antes de Su venida o estemos vivos), "debemos convivir con El.

"La muerte no nos priva de esta liberaci�n y gloria, porque Jes�s muri�. La muerte se convirti� en el medio para obtenerlas para nosotros; y si morimos, viviremos igualmente con �l. �l muri� por nosotros, en nuestro lugar, para que , pase lo que pase, debemos vivir con �l. Todo lo que la estorbaba ha sido quitado de nuestro camino y ha perdido su poder, y, m�s que perdido su poder, se ha convertido en garant�a de nuestro disfrute sin obst�culos de la vida plena de Cristo en gloria; para que nos consuelemos y m�s que eso, nos edifiquemos con estas verdades gloriosas, a trav�s de las cuales Dios suple todos nuestros deseos y todas nuestras necesidades.

Este ( 1 Tesalonicenses 5:10 ) es el final de la revelaci�n especial con respecto a los que duermen antes de la venida del Se�or Jes�s, comenzando con 1 Tesalonicenses 4:13 .

Quisiera llamar aqu� la atenci�n del lector sobre la forma en que el ap�stol habla de la venida del Se�or en los diferentes cap�tulos de esta ep�stola. Se notar� que el Esp�ritu no presenta aqu� a la iglesia como un cuerpo. La vida es el tema de cada cristiano por lo tanto individualmente: un punto muy importante sin duda.

En el cap�tulo 1 se presenta de manera general la expectativa del Se�or como caracter�stica del cristiano. Se convierten para servir al Dios vivo y verdadero, y para esperar a su Hijo del cielo. Aqu� se presenta el objeto mismo, la Persona del Se�or. El propio Hijo de Dios vendr� y satisfar� todos los deseos del coraz�n. Este no es Su reino, ni el juicio, ni siquiera el descanso; es el Hijo de Dios; y este Hijo de Dios es Jes�s, resucitado de entre los muertos, y quien nos ha librado de la ira venidera; porque la ira viene. Cada creyente, por tanto, espera para s� mismo que el Hijo de Dios lo espera del cielo.

En el cap�tulo 2 es asociaci�n con los santos, gozo en los santos por la venida de Cristo.

En el cap�tulo 3 la responsabilidad es m�s la responsabilidad del sujeto en la libertad y en la alegr�a; pero sigue siendo una posici�n ante Dios en conexi�n con el andar y la vida del cristiano aqu� abajo. La aparici�n del Se�or es la medida y el tiempo de prueba de la santidad. El testimonio que Dios da a esta vida, al darle su lugar natural, tiene lugar cuando Cristo se manifiesta con todos sus santos. No es aqu� Su venida por nosotros, sino Su venida con nosotros.

Esta distinci�n entre los dos eventos siempre existe. Incluso para los cristianos y para la iglesia, lo que se refiere a la responsabilidad se encuentra siempre en relaci�n con la aparici�n del Se�or; nuestro gozo, con su venida para llevarnos a s� mismo.

Hasta aqu� entonces, tenemos la expectativa general del Se�or en Persona, Su Hijo del cielo; amor satisfecho en su venida con respecto a los dem�s; la santidad en todo su valor y pleno desarrollo. En el cap�tulo 4 no se trata de la conexi�n de la vida con su pleno desarrollo en nuestro ser actual con Cristo, sino de la victoria sobre la muerte (que no es obst�culo para ello); y, al mismo tiempo, el fortalecimiento y el establecimiento de la esperanza en nuestra partida com�n de aqu�, de manera similar a la de Jes�s, para estar para siempre con �l.

Las exhortaciones que concluyen la ep�stola son breves; la poderosa acci�n de la vida de Dios en estos queridos disc�pulos los hizo comparativamente poco necesarios. La exhortaci�n siempre es buena. No hab�a nada entre ellos a quien culpar. �Feliz estado! Quiz� no estaban suficientemente instruidos para un gran desarrollo de la doctrina (el ap�stol esperaba verlos con ese prop�sito); pero hab�a suficiente vida, una relaci�n personal con Dios suficientemente verdadera y real, para edificarlos sobre esa base. Al que tiene, se le dar� m�s. El ap�stol pod�a regocijarse con ellos y confirmar su esperanza y a�adirle algunos detalles como revelaci�n de Dios. La asamblea en todas las �pocas se beneficia de ella.

En la Ep�stola a los Filipenses vemos la vida en el Esp�ritu elev�ndose por encima de todas las circunstancias, como fruto de una larga experiencia de la bondad y fidelidad de Dios; y mostrando as� su notable poder cuando la ayuda de los santos hab�a fallado, y el ap�stol estaba angustiado, su vida en peligro, despu�s de cuatro a�os de prisi�n por un tirano despiadado. Es entonces cuando decide su caso por los intereses de la asamblea.

Es entonces cuando puede proclamar que siempre debemos regocijarnos en el Se�or, y que Cristo es todas las cosas para �l, la vida es Cristo, la muerte una ganancia para �l. Es entonces que puede hacer todas las cosas a trav�s de Aquel que lo fortalece. Esto lo ha aprendido. En Tesalonicenses tenemos la frescura de la fuente cerca de su fuente; la energ�a del primer manantial de vida en el alma del creyente, presentando toda la belleza y pureza y vigor de su primer verdor bajo el influjo del sol que hab�a salido sobre ellos y hac�a brotar la savia de la vida, cuyas primeras manifestaciones hab�an no ha sido deteriorado por el contacto con el mundo o por una visi�n debilitada de las cosas invisibles.

El ap�stol deseaba que los disc�pulos reconocieran a los que trabajaban entre ellos y los guiaran en la gracia y los amonestaran, y los estimaran grandemente por causa de su obra. La operaci�n de Dios siempre atrae a un alma que es movida por el Esp�ritu Santo, y exige su atenci�n y su respeto: sobre este fundamento construye el ap�stol su exhortaci�n. No es el oficio el que est� en cuesti�n aqu� (si es que existi�), sino el trabajo que atra�a y vinculaba el coraz�n.

Deben ser conocidas: la espiritualidad reconoci� esta operaci�n de Dios. El amor, la devoci�n, la respuesta a la necesidad de las almas, la paciencia en el trato con ellas de parte de Dios, todo esto se encomend� al coraz�n del creyente: y bendijo a Dios por el cuidado que otorg� a sus hijos. Dios actu� en el trabajador y en el coraz�n de los fieles. �Bendito sea Dios, es un principio siempre existente, y uno que nunca se debilita!

El mismo Esp�ritu produjo la paz entre ellos. Esta gracia fue de gran valor. Si el amor apreciara la obra de Dios en el trabajador, estimar�a la molestia como en la presencia de Dios: la obstinaci�n no actuar�a.

Ahora bien, esta renuncia a la voluntad propia y este sentido pr�ctico de la operaci�n y presencia de Dios da poder para advertir a los rebeldes, consolar a los temerosos, ayudar a los d�biles y ser pacientes con todos. El ap�stol los exhorta a ello. La comuni�n con Dios es el poder y Su palabra la gu�a para hacerlo. En ning�n caso deb�an devolver mal por mal, sino seguir lo que era bueno entre ellos y para con todos. Toda esta conducta depende de la comuni�n con Dios, de su presencia con nosotros, que nos hace superiores al mal. �l es este enamorado; y podemos serlo al caminar con �l.

Tales fueron las exhortaciones del ap�stol para guiar su caminar con los dem�s. En cuanto a su estado personal, alegr�a, oraci�n, acci�n de gracias en todas las cosas, estas deben ser sus caracter�sticas. Con respecto a los actos p�blicos del Esp�ritu en medio de ellos, las exhortaciones del ap�stol a estos cristianos sencillos y felices fueron igualmente breves. No deb�an impedir la acci�n del Esp�ritu en medio de ellos (porque este es el significado de apagar el Esp�ritu); ni menospreciar lo que pudiera decirles, aun por boca del m�s simple, si quisiera usarlo.

Siendo espirituales, pod�an juzgar todas las cosas. Por lo tanto, no deb�an recibir todo lo que se presentaba, ni siquiera en el nombre del Esp�ritu, sino probarlo todo. Deb�an retener lo que era bueno; los que por la fe han recibido la verdad de la palabra no vacilan. Uno nunca est� aprendiendo la verdad de lo que ha aprendido de Dios. En cuanto al mal, deb�an abstenerse de �l en todas sus formas.

Tales fueron las breves exhortaciones del ap�stol a estos cristianos que en verdad alegraron su coraz�n. Y en verdad es un hermoso cuadro del andar cristiano, que encontramos aqu� tan v�vidamente retratado en las comunicaciones del ap�stol.

Concluye su ep�stola encomend�ndolos al Dios de paz, para que sean preservados irreprensibles hasta la venida del Se�or Jes�s.

Despu�s de una ep�stola como esta, su coraz�n se volvi� prontamente al Dios de paz; porque disfrutamos de paz en la presencia de Dios no solo paz de conciencia sino paz de coraz�n.

En la parte anterior encontramos la actividad del amor en el coraz�n; es decir, Dios presente y actuando en nosotros, que somos vistos como part�cipes, al mismo tiempo, de la naturaleza divina, que es el manantial de aquella santidad que se manifestar� en toda su perfecci�n ante Dios con la venida de Jes�s con todos sus santos. Aqu� es el Dios de la paz, a quien el ap�stol espera la realizaci�n de esta obra.

All� estaba la actividad de un principio divino en nosotros, un principio relacionado con la presencia de Dios y nuestra comuni�n con �l. Aqu� est� el perfecto reposo del coraz�n en el que se desarrolla la santidad. La ausencia de paz en el coraz�n surge de la actividad de las pasiones y de la voluntad, aumentada por la sensaci�n de impotencia para satisfacerlas o incluso para gratificarlas.

Pero en Dios todo es paz. Puede ser activo en el amor; �l puede glorificarse a S� mismo creando lo que �l quiere; �l puede actuar en juicio para echar fuera el mal que est� ante Sus ojos. Pero �l descansa siempre en S� mismo, y tanto en el bien como en el mal �l conoce el fin desde el principio y no se ve perturbado. Cuando llena el coraz�n, nos imparte este descanso: no podemos descansar en nosotros mismos; no podemos encontrar descanso del coraz�n en la actuaci�n de nuestras pasiones, ya sea sin un objeto o sobre un objeto, ni en la energ�a desgarradora y destructiva de nuestra propia voluntad.

Encontramos nuestro descanso en Dios no el descanso que implica cansancio, sino el descanso del coraz�n en la posesi�n de todo lo que deseamos, y de aquello que incluso forma nuestros deseos y los satisface plenamente, en la posesi�n de un objeto en el que la conciencia no tiene nada. reprocharnos y no tiene m�s que callar, en la certeza de que es el Bien Supremo del que goza el coraz�n, la autoridad suprema y �nica a cuya voluntad responde y esa voluntad es el amor hacia nosotros.

Dios da descanso, paz. �l nunca es llamado el Dios de la alegr�a. �l nos da alegr�a verdaderamente, y debemos regocijarnos; pero la alegr�a implica algo sorprendente, inesperado, excepcional, al menos en contraste y como consecuencia del mal. La paz que poseemos, la que nos satisface, no tiene ning�n elemento de este tipo, nada que contraste, nada que perturbe. Es m�s profunda, m�s perfecta que la alegr�a.

Es m�s la satisfacci�n de una naturaleza en lo que le responde perfectamente, y en lo que se desarrolla, sin que sea necesario ning�n contraste para realzar la satisfacci�n de un coraz�n que no tiene todo lo que desea, o de lo que es capaz.

Dios, como hemos dicho, descansa as� en s� mismo, es este descanso para s� mismo. �l nos da, y es para nosotros, toda esta paz. Siendo perfecta la conciencia por obra de Cristo que ha hecho la paz y nos ha reconciliado con Dios, la nueva naturaleza, y en consecuencia el coraz�n encuentra su perfecta satisfacci�n en Dios, y la voluntad est� en silencio; adem�s, no tiene nada m�s que desear. No es s�lo que Dios satisface los deseos que tenemos: �l es la fuente de nuevos deseos para el hombre nuevo por la revelaci�n de S� mismo en el amor.

[10] �l es tanto la fuente de la naturaleza como su objeto infinito; y eso, enamorado. Es Su parte ser as�. Es m�s que creaci�n; es reconciliaci�n, que es m�s que creaci�n, porque en ella hay m�s desarrollo del amor, es decir, de Dios: y as� conocemos a Dios. Es lo que �l es esencialmente en Cristo.

En los �ngeles se glorifica en la creaci�n: nos superan en fuerza. En los cristianos se glorifica a s� mismo en la reconciliaci�n, para hacerlos primicias de su nueva creaci�n, cuando haya reconciliado todas las cosas en el cielo y en la tierra por Cristo. Por eso est� escrito "Bienaventurados los pacificadores, porque ellos ser�n llamados hijos hijos de Dios". Ellos tienen Su naturaleza y Su car�cter.

Es en estas relaciones con Dios o m�s bien es Dios en estas relaciones con nosotros en paz, en su comuni�n, quien desarrolla la santificaci�n, nuestra interior conformidad de afecto e inteligencia (y por consiguiente de conducta exterior) con �l y con su voluntad. "El mismo Dios de paz os santifique por completo". �Que no haya nada en nosotros que no ceda a esta benigna influencia de paz que disfrutamos en comuni�n con Dios! �Que ning�n poder o fuerza en nosotros sea due�o de nada m�s que de �l mismo! �Que �l sea nuestro todo en todas las cosas, para que s�lo �l gobierne en nuestros corazones! �l nos ha tra�do perfectamente a este lugar de bienaventuranza en Cristo y por Su obra.

No hay nada entre nosotros y Dios sino el ejercicio de Su amor, el disfrute de nuestra felicidad y la adoraci�n de nuestros corazones. Somos la prueba ante �l, el testimonio, el fruto, del cumplimiento de todo lo que �l tiene por m�s precioso, de lo que lo ha glorificado perfectamente, de lo que �l se deleita y de la gloria de Aquel que lo ha cumplido. , a saber, de Cristo y de su obra. Somos el fruto de la redenci�n que Cristo ha realizado, y los objetos de la satisfacci�n que Dios debe sentir en el ejercicio de su amor.

Dios en gracia es el Dios de paz para nosotros; porque aqu� la justicia divina encuentra su satisfacci�n, y el amor su ejercicio perfecto.

El ap�stol ora ahora para que, en este car�cter, Dios pueda obrar en nosotros para que todo responda a �l mismo as� revelado. S�lo aqu� se da este desarrollo de la humanidad "cuerpo, alma y esp�ritu". El objeto seguramente no es metaf�sico, sino expresar al hombre en todas las partes de su ser; la vasija por la cual expresa lo que es, los afectos naturales de su alma, las obras elevadas de su mente, a trav�s de las cuales est� por encima de los animales y en una relaci�n inteligente con Dios. �Que Dios se encuentre en cada uno, como motor, resorte y gu�a!

En general las palabras "alma y esp�ritu" se usan sin hacer ninguna distinci�n entre ellas, porque el alma del hombre fue formada de manera muy diferente a la de los animales en que Dios insufl� en sus narices el aliento (esp�ritu) de vida, y as� fue ese hombre se convirti� en un alma viviente. Por tanto, basta decir alma en cuanto al hombre, y se supone lo otro. O, al decir esp�ritu, en este sentido se expresa el car�cter elevado de su alma.

El animal tiene tambi�n sus afectos naturales, tiene un alma viviente, se apega, conoce a las personas que le hacen bien, se entrega a su amo, lo ama, incluso dar� la vida por �l; pero no tiene lo que puede estar en relaci�n con Dios (�ay!, lo que puede establecerse en enemistad contra �l), lo que puede ocuparse de cosas fuera de su propia naturaleza como el amo de los dem�s.

El Esp�ritu quiere entonces que el hombre, reconciliado con Dios, se consagre en todo su ser al Dios que lo ha puesto en relaci�n consigo mismo por la revelaci�n de su amor y por la obra de su gracia, y que nada en el hombre debe admitirse un objeto por debajo de la naturaleza divina de la que es part�cipe; para que as� sea preservado irreprensible hasta la venida de Cristo.

Observemos aqu�, que de ninguna manera est� por debajo de la nueva naturaleza en nosotros el cumplir nuestros deberes fielmente en todas las diversas relaciones en las que Dios nos ha puesto; pero todo lo contrario. Lo que se requiere es traer a Dios dentro de ellos, Su autoridad y la inteligencia que eso imparte. Por eso se dice a los maridos que vivan con sus mujeres seg�n el conocimiento o inteligencia, es decir, no s�lo con los afectos humanos y naturales (los cuales, como son las cosas, por s� mismos ni siquiera mantienen su lugar), sino como ante Dios y conscientes de su voluntad.

Puede ser que Dios nos llame, en relaci�n con la obra extraordinaria de su gracia, a consagrarnos enteramente a ella; pero por lo dem�s, la voluntad de Dios se cumple en las relaciones en que �l nos ha puesto, y en ellas se desarrolla la inteligencia divina y la obediencia a Dios. Finalmente Dios nos ha llamado a esta vida de santidad consigo mismo; �l es fiel y lo cumplir�. �Que �l nos capacite para unirnos a �l, para que podamos realizarlo! Obs�rvese nuevamente aqu�, c�mo se introduce la venida de Cristo, y la expectativa de esta venida, como parte integral de la vida cristiana.

"Irreprensible", dice, "en la venida de nuestro Se�or Jesucristo". La vida que se hab�a desarrollado en la obediencia y la santidad se encuentra con el Se�or en Su venida. La muerte no est� en cuesti�n. La vida que hemos encontrado ser� tal cuando �l aparezca. El hombre, en cada parte de su ser, movido por esta vida, se encuentra all� irreprensible cuando viene Jes�s. La muerte fue vencida (a�n no destruida): una nueva vida es nuestra.

Esta vida, y el hombre que vive de esta vida, se encuentran, con su Cabeza y Fuente, en la gloria. Entonces desaparecer� la debilidad que est� relacionada con su condici�n actual. Lo que es mortal ser� absorbido por la vida: eso es todo. Somos de Cristo: �l es nuestra vida. Le esperamos para estar con �l, y para que �l perfeccione todas las cosas en la gloria.

Examinemos tambi�n aqu� un poco lo que este pasaje nos ense�a con respecto a la santificaci�n. Est� conectado ciertamente con una naturaleza, pero est� conectado con un objeto; y depende para su realizaci�n de la operaci�n de otro, a saber, de Dios mismo; y se basa en una obra perfecta de reconciliaci�n con Dios ya realizada. En cuanto se funda en una reconciliaci�n cumplida, a la que entramos por la recepci�n de una nueva naturaleza, las Escrituras consideran a los cristianos ya perfectamente santificados en Cristo.

Pr�cticamente se lleva a cabo por la operaci�n del Esp�ritu Santo, quien, al impartir esta naturaleza, nos separa enteramente del mundo como nacidos de nuevo. Es importante mantener esta verdad y permanecer muy clara y distintamente sobre este terreno: de lo contrario, la santificaci�n pr�ctica pronto se desprende de una nueva naturaleza recibida, y no es m�s que la mejora del hombre natural y entonces es completamente legal, un retorno despu�s reconciliaci�n en duda e incertidumbre, porque, aunque justificado, el hombre no es considerado apto para el cielo esto depende del progreso para que la justificaci�n no d� la paz con Dios.

La Escritura dice: "Dando gracias al Padre que nos hizo aptos para la herencia de los santos en luz". Hay progreso, pero en las Escrituras no est� relacionado con la idoneidad. El ladr�n se reuni� para el Para�so y fue all�. Tales opiniones son un debilitamiento, por no decir destructivo, de la obra de la redenci�n, es decir, de su apreciaci�n en nuestros corazones por la fe.

Entonces somos santificados (as� es como habla con m�s frecuencia la Escritura) por Dios Padre, por la sangre y la ofrenda de Cristo, y por el Esp�ritu, es decir, somos apartados para Dios personalmente y para siempre. En este punto de vista, la justificaci�n se presenta en la palabra como consecuencia de la santificaci�n, cosa en la que entramos por ella. Acogidos como pecadores en el mundo, somos apartados por el Esp�ritu Santo para gozar de toda la eficacia de la obra de Cristo seg�n los consejos del Padre: apartados por la comunicaci�n de una vida nueva, sin duda, pero colocados por este apartamiento en el disfrute de todo lo que Cristo ha ganado para nosotros.

Repito, es muy importante retener esta verdad tanto para la gloria de Dios como para nuestra propia paz: pero el Esp�ritu de Dios en esta ep�stola no habla de ella en este punto de vista, sino de la realizaci�n pr�ctica de el desarrollo de esta vida de separaci�n del mundo y del mal. Habla de este desarrollo divino en el hombre interior, que hace de la santificaci�n una condici�n real e inteligente del alma, un estado de comuni�n pr�ctica con Dios, seg�n esa naturaleza y la revelaci�n de Dios con la que est� conectada.

A este respecto encontramos ciertamente un principio de vida que obra en nosotros lo que se llama un estado subjetivo: pero es imposible separar esta operaci�n en nosotros de un objeto (el hombre ser�a Dios si as� fuera), ni por consiguiente de un obra continua de Dios en nosotros que nos mantiene en comuni�n con ese objeto, que es Dios mismo. Por lo tanto, es a trav�s de la verdad por la palabra, ya sea al principio en la comunicaci�n de la vida, o en detalle a lo largo de nuestro camino. "Santif�calos en tu verdad; tu palabra es verdad".

El hombre, lo sabemos, se ha degradado a s� mismo. Se ha esclavizado a los deseos de la parte animal de su ser. �Pero c�mo? Apart�ndose de Dios. Dios no santifica al hombre fuera del conocimiento de s� mismo, dej�ndolo todav�a a distancia de �l; pero, al darle una naturaleza nueva que es capaz de ello, al dar a esta naturaleza (que ni siquiera puede existir sin ella) un objeto �l mismo, no hace al hombre independiente, como �l quer�a ser: el hombre nuevo es el dependiente. hombre; es su perfecci�n Jesucristo ejemplific� esto en su vida.

El hombre nuevo es un hombre dependiente en sus afectos, que desea serlo, que se deleita en, y no puede ser feliz sin serlo, y cuya dependencia es del amor, sin dejar de ser obediente como debe ser un ser dependiente.

As�, los que son santificados poseen una naturaleza santa en sus deseos y sus gustos. Es la naturaleza divina en ellos, la vida de Cristo. Pero no dejan de ser hombres. Tienen a Dios revelado en Cristo como su objeto. La santificaci�n se desarrolla en la comuni�n con Dios y en los afectos que se remontan a Cristo y que esperan en �l. Pero la nueva naturaleza no puede revelarse un objeto a s� misma; y menos a�n, podr�a tener su objeto apartando a Dios a su voluntad.

Depende de Dios para la revelaci�n de s� mismo. Su amor es derramado en nuestros corazones por el Esp�ritu Santo que nos ha dado; y el mismo Esp�ritu toma de las cosas de Cristo y nos las comunica a nosotros. As� crecemos en el conocimiento de Dios, siendo poderosamente fortalecidos por Su Esp�ritu en el hombre interior, para que podamos "comprender con todos los santos cu�l es la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y conocer el amor de Cristo que sobrepasa todo conocimiento", y sed llenos hasta la plenitud de Dios.

As�, "nosotros todos, mirando a cara descubierta la gloria del Se�or, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Esp�ritu del Se�or". �Por ellos yo me santifico a m� mismo, para que tambi�n ellos sean santificados en la verdad�.

Vemos por estos pasajes, que podr�an multiplicarse, que dependemos de un objeto y que dependemos de la fuerza de otro. El amor act�a para obrar en nosotros seg�n esta necesidad.

Nuestro apartamiento para Dios, que es completo (porque es por medio de una naturaleza que es puramente de �l mismo, y en absoluta responsabilidad hacia �l, porque ya no somos nuestros, sino que somos comprados por un precio, y santificados por el sangre de Cristo seg�n la voluntad de Dios, que nos quiere como suyos), nos coloca en una relaci�n cuyo desarrollo (por un conocimiento creciente de Dios, que es el objeto de nuestra nueva naturaleza) es una santificaci�n pr�ctica, obrada en nosotros por el poder del Esp�ritu Santo, el testimonio en nosotros del amor de Dios.

�l une el coraz�n a Dios, revel�ndolo siempre m�s y m�s, y al mismo tiempo revelando la gloria de Cristo y todas las cualidades divinas que se desplegaron en �l en la naturaleza humana, formando as� la nuestra como nacida de Dios.

Por tanto, como hemos visto en esta ep�stola, el amor, obrando en nosotros, es el medio de santificaci�n. ( 1 Tesalonicenses 3:12-13 ) Es la actividad de la nueva naturaleza, de la naturaleza divina en nosotros; y eso conectado con la presencia de Dios; porque el que mora en el amor mora en Dios. Y en este Cap�tulo 5 los santos son encomendados a Dios mismo, para que �l pueda obrar en ellos; mientras que siempre estamos puestos a la vista de los objetos gloriosos de nuestra fe para lograrlo.

Aqu� podemos llamar m�s particularmente la atenci�n del lector sobre estos objetos. Ellos son, Dios mismo, y la venida de Cristo: por un lado, la comuni�n con Dios; por el otro, esperando a Cristo. Es m�s evidente que la comuni�n con Dios es la posici�n pr�ctica de la m�s alta santificaci�n. El que sabe que veremos a Jes�s tal como es ahora y seremos como �l, se purifica a s� mismo como �l es puro.

Por nuestra comuni�n con el Dios de paz somos enteramente santificados. Si Dios es pr�cticamente nuestro todo, todos somos santos. (No estamos hablando de ning�n cambio en la carne, que no puede sujetarse a Dios ni agradarle). El pensamiento de Cristo y Su venida nos preserva pr�cticamente, y en detalle, e inteligentemente, irreprensibles. Es Dios mismo quien as� nos preserva, y quien obra en nosotros para ocupar nuestros corazones y hacernos crecer continuamente.

Pero este punto merece a�n unas pocas palabras m�s. La frescura de la vida cristiana en los Tesalonicenses la hizo, por as� decirlo, m�s objetiva; de modo que estos objetos son prominentes y muy claramente reconocidos por el coraz�n. Ya hemos dicho que ellos son Dios Padre y el Se�or Jes�s. Con referencia a la comuni�n de amor con los santos como su corona y gloria, habla s�lo del Se�or Jes�s.

Esta tiene un car�cter especial de recompensa, aunque una recompensa en la que reine el amor. Jes�s mismo tuvo el gozo que fue puesto delante de �l como apoyo en Sus sufrimientos, un gozo que por lo tanto era personal para �l mismo. El ap�stol tambi�n, en cuanto a su obra y labor, esper� con Cristo su fruto. Adem�s de este caso del ap�stol (cap�tulo 2), encontramos a Dios mismo y a Jes�s como objeto ante nosotros, y el gozo de la comuni�n con Dios y esto, en la relaci�n de Padre y con Cristo, cuya gloria y posici�n compartimos por la gracia. .

As�, es s�lo en las dos ep�stolas a los Tesalonicenses que encontramos la expresi�n "a la iglesia que est� en Dios Padre". [11] Se muestra as� el �mbito de su comuni�n, fundado en la relaci�n en la que se encontraban con Dios mismo en el car�cter de Padre. ( 1 Tesalonicenses 1:3 ; 1 Tesalonicenses 1:9-10 ; 1 Tesalonicenses 3:13 ; 1 Tesalonicenses 4:15-16 ; y aqu� 1 Tesalonicenses 5:23 .

) Es importante se�alar que cuanto m�s vigoroso y vivo es el cristianismo, m�s objetivo es. No es m�s que decir que Dios y el Se�or Jes�s tienen un lugar m�s importante en nuestros pensamientos; y que descansemos m�s realmente en ellos. Esta Ep�stola a los Tesalonicenses es la parte de la Escritura que instruye sobre este punto; y es un medio de juzgar muchas falacias en el coraz�n, y de dar una gran sencillez a nuestro cristianismo.

El ap�stol cierra su ep�stola pidiendo las oraciones de los hermanos, salud�ndolos con la confianza del afecto, y conjur�ndolos para que su ep�stola sea le�da a todos los santos hermanos. Su coraz�n no se olvid� de ninguno de ellos. Estar�a en relaci�n con todos de acuerdo con este afecto espiritual y v�nculo personal. Ap�stol hacia todos ellos, quiso que reconocieran a los que trabajaban entre ellos, pero mantuvo con ellos su propia relaci�n. El suyo era un coraz�n que abrazaba todos los consejos revelados de Dios por un lado, y no perd�a de vista al m�s peque�o de sus santos por el otro.

Queda por notar una circunstancia interesante en cuanto a la manera en que el ap�stol los instruye. Toma, en el primer cap�tulo, las verdades que eran preciosas para su coraz�n, pero que su inteligencia hab�a captado todav�a vagamente, y en cuanto a las cuales ciertamente hab�an ca�do en errores, y las emplea (en la claridad con que �l las pose�a). �l mismo) en sus instrucciones pr�cticas, y las aplica a relaciones conocidas y experimentadas, para que sus almas puedan estar bien establecidas en la verdad positiva, y claras en cuanto a su uso, antes de tocar su error y las equivocaciones que hab�an cometido.

Esperaron a Su Hijo desde el cielo. Esto ya lo pose�an claramente en sus corazones; pero estar�an en la presencia de Dios cuando Jes�s venga con todos sus santos. Esto estaba aclarando un punto muy importante sin tocar directamente el error. Su coraz�n se enderez� en cuanto a la verdad en su aplicaci�n pr�ctica a lo que pose�a el coraz�n. Entendieron lo que era ser ante Dios Padre.

Era mucho m�s �ntimo y real que una manifestaci�n de gloria terrestre y finita. Adem�s, estar�an delante de Dios cuando Jes�s viniera con todos Sus santos: una verdad simple que se demostr� al coraz�n por el simple hecho de que Jes�s no pod�a tener solo algunos de Su asamblea. El coraz�n capt� esta verdad sin esfuerzo; sin embargo, al hacerlo as� qued� establecido, como lo fue tambi�n el entendimiento, en lo que aclar� toda la verdad, y eso en cuanto a la relaci�n de los tesalonicenses con Cristo y los que eran suyos.

Incluso el gozo del ap�stol al encontrarlos a todos (tanto a los que hab�an muerto como a los vivos) a la venida de Jes�s, coloc� el alma en un terreno completamente diferente al de ser encontrado aqu�, y bendecido por la llegada de Jes�s. Jes�s cuando estaban aqu� abajo.

As� iluminados, confirmados, establecidos, en el alcance real de la verdad que ya pose�an por un desarrollo de la misma que se relacionaba con sus mejores afectos y con su m�s �ntimo conocimiento espiritual, fundados en su comuni�n con Dios, estaban dispuestos con cierta certeza base de la verdad para entrar y apartar sin dificultad un error que no estaba de acuerdo con lo que ahora sab�an apreciar en su justo valor, como parque formativo de sus bienes morales. Una revelaci�n especial aclar� todos los detalles. Esta manera de proceder es muy instructiva.

Nota #10

Por lo tanto, existe lo opuesto al cansancio en el disfrute celestial de Dios; porque �l, que es el objeto infinito del disfrute, es la fuente infinita y la fuerza de la capacidad de disfrutar, aunque disfrutemos como criaturas receptoras.

Nota #11

Tal vez tambi�n en relaci�n con su reciente liberaci�n de los �dolos al �nico Dios Padre verdadero y al Se�or Jesucristo.

Información bibliográfica
Darby, John. "Comentario sobre 1 Thessalonians 5". "Sinopsis del Nuevo Testamento de Juan Darby". https://beta.studylight.org/commentaries/spa/dsn/1-thessalonians-5.html. 1857-67.
 
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