Bible Commentaries
Colosenses 1

Sinopsis del Nuevo Testamento de DarbySinopsis de Darby

Versículos 1-29

La Ep�stola a los Colosenses ve al cristiano como resucitado con Cristo, pero no, como en la de Efesios, como sentado en los lugares celestiales en Cristo. Una esperanza le est� guardada en el cielo; debe poner sus afectos en las cosas de arriba, no en las cosas de la tierra. Ha muerto con Cristo y ha resucitado con �l, pero a�n no est� sentado en los lugares celestiales con �l. Tenemos en ella una prueba de lo que demuestran otras ep�stolas, a saber, la forma bienaventurada en que nuestro Dios en su gracia vuelve todo para el bien de los que le aman.

En la Ep�stola a los Efesios, el Esp�ritu Santo hab�a desarrollado los consejos de Dios con respecto a los privilegios de la iglesia. Los cristianos de �feso no ten�an nada que reprochar: [1] por lo tanto, el Esp�ritu Santo pudo usar la ocasi�n brindada por ese fiel reba�o para desplegar todos los privilegios que Dios hab�a ordenado para la iglesia en general, en virtud de su uni�n con Jesucristo. su Cabeza, as� como los privilegios individuales de los hijos de Dios.

No fue as� con los colosenses. En cierta medida se hab�an apartado de esta porci�n bendita y perdido el sentido de su uni�n con la Cabeza del cuerpo; al menos, si no era as�, estaban asaltados por el peligro y expuestos a la influencia de aquellos que buscaban apartarlos de �l y someterlos a la influencia de la filosof�a y el juda�smo, de modo que el ap�stol tuvo que ocuparse del peligro, y no meramente de sus privilegios.

Esta uni�n con nuestra Cabeza (�gracias a Dios!) no se puede perder; pero como una verdad en la iglesia, o de la realizaci�n de los individuos, s� puede. Esto lo sabemos demasiado bien en la iglesia del d�a en que vivimos. Esto, sin embargo, da ocasi�n al Esp�ritu de Dios para desarrollar todas las riquezas y toda la perfecci�n que se encuentran en la Cabeza y en Su obra, a fin de recuperar la miembros del cuerpo de su debilidad espiritual, o mantenerlos en el pleno disfrute pr�ctico de su uni�n con Cristo, y en el poder de la posici�n ganada para ellos por esa uni�n. Para nosotros esto es instrucci�n permanente con respecto a las riquezas que est�n en la Cabeza.

Si la Ep�stola a los Efesios delinea los privilegios del cuerpo, la de Colosenses revela la plenitud que est� en la cabeza, y nuestra plenitud en �l. As� en que para los Efesios la iglesia es la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo; en que para los colosenses, toda la plenitud de la Deidad habita corporalmente en Cristo, y nosotros estamos completos en �l. Sin embargo, existe otra diferencia que es importante se�alar.

En la Ep�stola a los Colosenses no salvamos en la expresi�n "amor en el Esp�ritu" encontrar menci�n alguna del Esp�ritu Santo. �l es presentado completamente en los Efesios. Pero por otro lado, tenemos a Cristo como nuestra vida mucho m�s desarrollada, de igual importancia en su lugar. En Efesios tenemos m�s ampliamente el contraste del paganismo con el privilegio y el estado cristiano. La formaci�n del alma en semejanza viva a Cristo se desarrolla ampliamente en Colosenses.

Es m�s, en las conocidas expresiones, Cristo en nosotros que nosotros en Cristo, aunque no se pueden separar. Otra diferencia importante es que en Efesios la unidad de jud�os y gentiles en un solo cuerpo ocupa un lugar importante. En Colosenses s�lo se mencionan los gentiles, aunque en relaci�n con la doctrina del cuerpo. Bien notadas estas diferencias, podemos decir que las dos ep�stolas tienen una gran semejanza en su car�cter general.

Comienzan casi de la misma manera. [2] Ambos est�n escritos desde Roma, mientras el ap�stol estaba preso en esa ciudad, y enviados por el mismo mensajero y en la misma ocasi�n, as� como probablemente a Filem�n: por lo que los nombres y salutaciones nos dan raz�n para creer. El discurso a los Efesios los coloca quiz�s m�s inmediatamente en relaci�n con Dios mismo, en lugar de presentarlos como en comuni�n fraterna en la tierra.

No son llamados hermanos en Efesios 1:1 , solo santos y fieles en Cristo Jes�s. Se les ve caminando sobre la tierra en Colosenses, aunque resucitados. Por lo tanto, hay una larga oraci�n por su caminata, aunque en terreno alto y santo como se entreg�. En Efesios comienza con el pleno prop�sito y fruto de los consejos de Dios. En esa ep�stola, el coraz�n del ap�stol se expande de inmediato en el sentido de las bendiciones que disfrutaban los efesios.

Fueron bendecidos con toda bendici�n espiritual en los lugares celestiales en Cristo. Para los colosenses hab�a una esperanza guardada en el cielo. Y hay un prefacio de muchos Vers�culos que se refieren al evangelio que hab�an escuchado, y presentan su oraci�n por su andar y estado aqu�. Esto nos lleva a donde nos lleva Efesios 1:7 , pero con un desarrollo mucho m�s amplio de la gloria personal de Cristo, y m�s en una forma hist�rica de los tratos reales de Dios. Tambi�n es un discurso de iglesia m�s personal que el de Efesios.

Pero consideremos m�s de cerca lo que se dice a los colosenses. El llamado bendito del que habla el ap�stol ( Efesios 1:3-10 ), y los privilegios de la herencia ( Efesios 1:11-14 ), faltan en Colosenses; resucitado pero en la tierra, no est�n sentados en los lugares celestiales, siendo todas las cosas as� su herencia.

No son ellos en Cristo all�, sino Cristo en ellos la esperanza de gloria, y la oraci�n mencionada anteriormente llena el Cap�tulo hasta que llegamos al terreno com�n de la gloria de Cristo en Colosenses 1:15 ; e incluso aqu� se presenta la gloria divina de Cristo en Colosenses, el simple hecho del prop�sito de Dios en cuanto a Cristo en Efesios.

Y no s�lo no tenemos la herencia de Dios nuestra; pero en Colosenses no se habla del Esp�ritu como prenda de �l. De hecho, esto que hemos visto es caracter�stico de Colosenses. No se habla del Esp�ritu, sino de la vida. Tenemos la Persona y gloria divina de Cristo, y nuestra plenitud en �l, m�s insistida en Colosenses; pero no el lugar de los santos con Dios de la misma manera. Adem�s, como el santo es visto como en la tierra, no en Cristo en lo alto, se introduce su responsabilidad.

( Colosenses 1:23 .) Colosenses 1:3 responde a Efesios 1:16 ; s�lo uno siente que hay m�s plenitud en el gozo de Efesios 1:16 . La fe en Cristo y el amor a todos los santos se encuentran en cada exordio, como motivo de alegr�a del escritor.

El tema de su oraci�n es bastante diferente. En Efesios, donde desarrolla los consejos de Dios con respecto a la iglesia, ora para que los santos los entiendan, as� como el poder por medio del cual participan en ellos. Aqu� ora para que su caminar sea guiado por la inteligencia divina. Pero esto pertenece a otra causa, al punto de vista desde el cual, en su discurso, mira a los santos.

Hemos visto que en la Ep�stola a los Efesios, los ve sentados en los lugares celestiales. Por consiguiente, su herencia es la de todas las cosas que han de ser reunidas bajo Cristo como Cabeza. Aqu� ora por ellos en vista de una esperanza guardada para ellos en el cielo; su oraci�n, por lo tanto, se refiere a su andar para que est� en armon�a con el objeto que se hab�an puesto delante de ellos. Como en la tierra y en peligro de no adherirse a la Cabeza, los creyentes en Colosas estaban en peligro de apartarse de ese objeto. Por lo tanto, or� en vista de esa esperanza celestial. Hab�an o�do hablar de esta esperanza perfecta y gloriosa. El evangelio lo hab�a proclamado por todas partes.

Este evangelio fue predicado en vista de una esperanza depositada en el cielo que hab�a producido fruto entre los hombres, fruto que se caracterizaba por su fuente celestial. Su religi�n, la que gobernaba su coraz�n en estas relaciones con Dios, era celestial. Los colosenses estaban en peligro de volver a caer en la corriente de las ordenanzas y de las costumbres religiosas del hombre que viv�a en el mundo, cuya religi�n estaba en conexi�n con el mundo en el que habitaba, y no iluminado, no lleno de luz celestial.

No hay nada m�s que una uni�n consciente con Cristo que pueda mantenernos seguros all�. Las ordenanzas para llegar a �l no pueden tener lugar donde estemos unidos a �l; la filosof�a de los pensamientos humanos ninguna, donde poseemos seres divinos vivientes en Cristo.

Sin embargo, �cu�n precioso es, incluso si no estamos en la plenitud de nuestro llamado, tener un objeto puesto delante de nuestros corazones que nos libere de este mundo y de las influencias que ocultan a Dios de nosotros! Tal es el objeto del ap�stol en esta escritura. Dirige los ojos de los colosenses al cielo, para que puedan ver all� a Cristo y recobrar ese sentido de su uni�n con la Cabeza que en alguna medida hab�an perdido, o estaban en peligro de perder.

Sin embargo, el trabajo de base fue la fe en Cristo y el amor a todos los santos. S�lo les faltaba realizar su uni�n con la Cabeza; lo cual, adem�s, pod�a mantenerlos en el elemento celestial por encima de las ordenanzas, por encima de la religi�n humana y terrenal.

El ap�stol, para suscitarlos, parte como de costumbre del punto en que encontr� el bien en los santos a quienes escrib�a. Esta esperanza celestial los hab�a alcanzado y hab�a dado fruto. Es esto lo que distingue al cristianismo de todas las dem�s religiones, y en particular del sistema jud�o, que aunque los individuos que estaban en �l por gracia suspiraban por el cielo, escond�an a Dios detr�s del velo, y envolv�an la conciencia en una serie de ordenanzas a distancia de A �l.

Ahora bien, basado en esta esperanza que pon�a la vida interior de los cristianos en conexi�n con el cielo, el ap�stol ora para que los colosenses sean llenos del conocimiento de la voluntad de Dios en toda sabidur�a e inteligencia espiritual. Es el fruto de la conexi�n de un hombre resucitado con Dios en la tierra. Esto es muy diferente de los mandamientos y ordenanzas. Es fruto de la comuni�n �ntima con Dios, del conocimiento de su car�cter y de su naturaleza en virtud de esta comuni�n; y, aunque se refiere a la vida pr�ctica, como perteneciente a la vida interior, deja completamente atr�s las ordenanzas.

El ap�stol deb�a comenzar por este fin pr�ctico, por la vida cristiana. Quiz� los colosenses no entendieron al principio el alcance de estas instrucciones, pero conten�an un principio que, ya plantado en su coraz�n y capaz de ser despertado, los conduc�a al punto que el ap�stol apuntaba, y estaba al mismo tiempo. tiempo un privilegio muy precioso, cuyo valor estaban en posici�n de aprehender.

As� es la caridad. El ap�stol desarrolla sus privilegios a este respecto con fuerza y ??claridad, como quien conoce bien tal andar, y adem�s con el poder del Esp�ritu de Dios. No est�n en el cielo sino en la tierra, y este es el camino que conven�a a los resucitados con Cristo y mirando al cielo desde la tierra. Es la vida divina en la tierra, no el Esp�ritu Santo poniendo el alma del creyente en el centro de los consejos divinos, como en Efesios 3 a trav�s de Cristo morando en el coraz�n por la fe.

El primer principio de esta vida celestial pr�ctica era el conocimiento de la voluntad de Dios de estar llenos de ella, no de correr tras ella como una cosa fuera de nosotros, ni en la indecisi�n, en la incertidumbre, en cuanto a lo que era, sino en estar llenos con �l por un principio de inteligencia que viene de �l, y que forma el entendimiento y la sabidur�a del cristiano mismo. El car�cter de Dios se traduc�a vivamente en la apreciaci�n de todo lo que hac�a el cristiano.

Y observe aqu� que el conocimiento de la voluntad de Dios se basa en el estado espiritual de la sabidur�a del alma y la comprensi�n espiritual. Y esto es de toda importancia pr�ctica. Ninguna direcci�n particular del hombre en cuanto a la conducta cumple con esto en absoluto, m�s bien nos salva de la necesidad de la comprensi�n espiritual. Sin duda una mente m�s espiritual me puede ayudar en el discernimiento de la voluntad de Dios; [3] pero Dios ha relacionado el descubrimiento del camino de Su voluntad, Su camino, con el estado interior del alma, y ??nos hace pasar por las circunstancias de la vida humana aqu� abajo para probar y descubrir por nosotros mismos cu�l es ese estado, y ejercitarnos en ella.

El cristiano tiene por su estado espiritual conocer los caminos de Dios. La palabra es el medio. (Comp�rese con Juan 17:17 ; Juan 17:19 .) Dios tiene Su propio camino que ojo de buitre no ha visto, conocido s�lo por el hombre espiritual, conectado con, que fluye desde y hacia el conocimiento de Dios.

(Comp�rese �xodo 33:13 .) As� anda el cristiano como es digno del Se�or; �l sabe lo que le conviene, [4] y anda en consecuencia, para agradarle en todo, dando fruto en toda buena obra, y creciendo en el conocimiento de Dios.

No era entonces s�lo el car�cter de la vida: esta vida era productiva; dio fruto y, a medida que la vida creci�, aument� el conocimiento de Dios. Pero esta conexi�n con Dios trae otra consideraci�n muy preciosa. Adem�s del car�cter y la energ�a viva que est�n en relaci�n con este conocimiento, tambi�n en �l se desarrolla la fuerza del Se�or [5]. Obtienen fuerza de �l. �l la da para que puedan andar as�.

"Fortalecidos", dice, "con todo poder, seg�n el poder de su gloria". Tal es la medida de la fuerza del cristiano para una vida en armon�a con el car�cter de Dios. As�, el car�cter de esta vida se revela en la gloria celestial en las alturas de Jesucristo. En la tierra su manifestaci�n como lo hab�a sido en Jesucristo se realiza en toda paciencia y longanimidad con gozo, en medio del dolor y las aflicciones de la vida de Dios en este mundo.

Tambi�n llama la atenci�n esta forma de vida: toda la fuerza divina seg�n su gloria dada para ser pacientes, para aguantar. �Qu� car�cter le da a la vida del cristiano en este mundo! Y hay un porte generoso con los dem�s que nos permite mantener. Tampoco hay nada m�s manifiesto fruto del poder que esto. Will tambi�n est� aqu� sometido. As�, a pesar de todo lo que tenemos que soportar, tenemos con Dios gozo constante. Es un cuadro bendito de la forma en que se manifiesta la vida divina.

Y aqu� el ap�stol conecta esta vida de perseverancia con lo que es su fuente, su objetivo y su posesi�n presente por la fe. Caminando as� estamos llenos de alegr�a, y damos gracias al Padre que nos ha hecho aptos [6] para compartir la porci�n de los santos en la luz. Aqu� est�n los santos establecidos en su relaci�n apropiada con Dios (su Padre) en el cielo en la luz, lo que Dios es, y en lo que �l mora.

As� tenemos el estado del alma, el car�cter del andar y la fuerza con que lo realizamos. En cuanto a la conformidad con Dios en la luz, la poseemos. Adem�s, somos trasladados al reino del amado Hijo de Dios.

Se presentan luego los medios empleados y el car�cter pr�ctico de la obra que nos pone en la luz, introduci�ndonos (en la medida en que lo hace Colosenses) en los consejos de Dios, pero de manera pr�ctica en sus resultados futuros o presentes, no en consejo o como el misterio de su voluntad.

El Padre nos ha librado del poder de las tinieblas y nos ha transportado al reino del Hijo de Su amor. No es una regla jud�a para el hombre; es una operaci�n del poder de Dios, quien nos trata como todos por naturaleza esclavos de Satan�s y de las tinieblas; y nos coloca por un acto de ese poder en una posici�n y relaci�n enteramente nuevas con �l. En verdad vemos aqu�, si examinamos los principios en su origen, lo mismo que en Efesios 1:4-5 ; Efesios 2:1-6 , en cuanto a nuestra posici�n anterior.

Pero es evidente que faltan la plenitud y la definici�n de una nueva creaci�n. [7] "La herencia de los santos en luz", "el reino del Hijo de su amor", nos recuerdan Efesios 1:4-5 ; pero no es la cosa en s� misma, tal como est� en la mente de Dios, sino que hemos sido hechos aptos para ella cuando estamos aqu�; ni en consecuencia el desarrollo de una posici�n con la que uno est� familiarizado como si estuviera en ella.

El poder y el amor del Padre nos han hecho aptos para ello, y aunque el car�cter de Dios est� necesariamente all� como luz y amor, seg�n Su relaci�n con Su Hijo, lo que tenemos aqu� no es nuestra propia relaci�n con Dios mismo. , fuera de la cuesti�n de d�nde nos tom�, sino de la obra en general que nos sit�a all� en contraste con nuestra posici�n anterior. �l nos ha librado de la potestad de las tinieblas y trasladado al reino de Su amado Hijo; nosotros tenemos parte en la herencia de los santos en luz: pero �d�nde est� el santo "sin mancha delante de �l en amor?" �d�nde est� nuestra relaci�n con �l, seg�n los consejos de Aquel que vio s�lo el bien que se propuso en Su propio coraz�n? donde los "hijos suyos por medio de Jesucristo", a trav�s de Su predestinaci�n antes de que el mundo fuera?

En Efesios se presenta la liberaci�n como consecuencia de la posici�n en que se ven los herederos, los objetos de los eternos consejos de Dios. [8] Aqu� la liberaci�n es el tema principal. �Qu� peligroso y desastroso es apartarse de la Cabeza y perder la plena conciencia, en la luz, de nuestra uni�n con �l! �Cu�n perfecta y preciosa es esa gracia que toma nota de nuestra condici�n y nos lleva de ella a Dios, para hacernos disfrutar seg�n el poder y la gracia de Dios la posici�n inestimable que �l nos ha dado en Cristo!

El medio que emplea aqu� el Esp�ritu para realizar esta obra de gracia es el desarrollo de la gloria del Se�or, del Hijo de su amor.

Aqu� solo, creo, est� el reino llamado el reino del Hijo; y creo que es s�lo como introduciendo su Persona como centro de todo y d�ndonos la medida de la grandeza de la bendici�n. Es el reino de Aquel que tiene este lugar, el Hijo de su amor, en el que somos introducidos. De hecho, es Su reino; y para que podamos comprender el car�cter de este reino tal como es ahora para nosotros, y nuestra cercan�a a Dios como parte de �l, se llama el reino del Hijo de su amor.

Este es el fundamento actual y la caracter�stica de la relaci�n con Dios de los que verdaderamente est�n en y de �l. Como el reino del Hijo del hombre, es Su manifestaci�n de ahora en adelante en gloria y en gobierno. Aqu� se caracteriza por la relaci�n del Hijo mismo con el Padre, en su Persona, con el a�adido de aquello que nos da pleno derecho a participar de ella, la redenci�n por su sangre, el perd�n de los pecados.

El ap�stol, habiendo presentado as� al Hijo en Su relaci�n con el Padre, como el objeto central y poderoso que hab�a de atraer el coraz�n de los colosenses y liberarlos del yugo de las ordenanzas, esboza ahora las diferentes partes de la gloria de esa Persona. . Por lo tanto, si falta la propia gloria de la asamblea, la de Jes�s es tanto m�s puesta en mayor relieve ante nosotros. As� Dios saca bien del mal, y en todos los sentidos alimenta a Su amado pueblo.

El Se�or Jes�s es la imagen del Dios invisible. Es en el Hijo de su amor que vemos lo que Dios es. (Comp�rese con Juan 1:18 ; y tambi�n con 1 Juan 1:2 ). Este es el primer car�cter de Su gloria personal, el centro esencial de todo lo dem�s. Ahora bien, como consecuencia de este car�cter propio de Su Persona, �l toma por derecho la posici�n de representar a Dios en la creaci�n.

Ad�n fue creado de alg�n modo a imagen de Dios, y colocado como centro de una creaci�n que le estaba sujeta. Pero, al fin y al cabo, no era m�s que una figura del Cristo, del que hab�a de venir. El Hijo, en su misma Persona, en su naturaleza (y para nosotros como en el seno del Padre), es el que da a conocer a Dios, porque lo presenta en su misma Persona y en una revelaci�n plena de su ser y de su car�cter ante los hombres y en todo el universo; porque toda la plenitud de la Deidad habita corporalmente en �l.

Sin embargo, �l es un hombre. As� es visto por los �ngeles. Lo hemos visto con nuestros ojos o por fe. As� �l es la imagen del Dios invisible. El car�cter perfecto y la representaci�n viviente del Dios invisible se han visto en �l. �Maravillosa verdad para nosotros con respecto a la Persona de nuestro Salvador!

Pero entonces, �qu� lugar puede tener �l en la creaci�n cuando ha venido a ella seg�n los eternos consejos de Dios? S�lo pod�a tener uno, a saber, el de la supremac�a sin disputa y sin controversia. �l es el primog�nito de toda la creaci�n; este es un nombre relativo, no de fecha con respecto al tiempo. Se dice de Salom�n: "Lo har� mi primog�nito, m�s alto que los reyes de la tierra". As�, el Creador, cuando toma un lugar en la creaci�n, es necesariamente su Cabeza. Todav�a no ha hecho efectivos sus derechos, porque en la gracia cumplir�a la redenci�n. Estamos hablando de sus derechos derechos que la fe reconoce.

�l es entonces la imagen del Dios invisible y, cuando toma su lugar en �l, el primog�nito de toda la creaci�n. La raz�n de esto es digna de nuestra atenci�n simple, pero maravillosa: �l lo cre�. Fue en la Persona del Hijo que Dios actu�, cuando por Su poder cre� todas las cosas, ya sea en el cielo o en la tierra, visibles e invisibles. Todo lo que es grande y exaltado no es m�s que la obra de Su mano; todo ha sido creado por �l (el Hijo) y para �l.

As�, cuando �l toma posesi�n de ella, �l la toma como Su herencia por derecho. Maravillosa verdad, que Aquel que nos redimi�, que se hizo hombre, uno de nosotros en cuanto a la naturaleza, para hacerlo, es el Creador. Pero esa es la verdad.

En conexi�n con esta admirable verdad, era parte de los consejos de Dios que el hombre tuviera dominio sobre todas las obras de Sus manos. As� Cristo, como hombre, la tiene por derecho, y tomar� posesi�n de ella de hecho. Esta parte de la verdad de la que estamos hablando se trata en Hebreos 2 ; lo consideraremos en su lugar. Lo introduzco aqu� simplemente para que podamos entender las circunstancias bajo las cuales el Hijo toma posesi�n. El Esp�ritu habla de Aquel que es Hombre pero que es al mismo tiempo Creador de todas las cosas, el Hijo de Dios. Fueron creados por �l, necesariamente entonces fueron creados tambi�n para �l.

As� tenemos hasta aqu� la gloria de la Persona de Cristo y Su gloria en la creaci�n conectada con Su Persona. En �l se ve la imagen del Dios invisible. �l ha creado todas las cosas: todo es para �l; y �l es el primog�nito de todo lo creado.

Ahora se presenta otra categor�a de gloria, otra supremac�a. �l ocupa un lugar especial en relaci�n con la asamblea en el poder de la resurrecci�n. Es la introducci�n del poder divino, no en la creaci�n sino en el imperio de la muerte; para que otros puedan participar de su gloria por la redenci�n y por el poder de vida en �l. La primera gloria era, por as� decirlo, natural, la segunda especial y adquirida (aunque en virtud de la gloria de su Persona) al sufrir la muerte, y todo el poder del enemigo en ella.

Por consiguiente, est� relacionado, como acabamos de decir, con la redenci�n y con la introducci�n de otros en la participaci�n de los mismos privilegios. El es la Cabeza del cuerpo que es la asamblea, el Principio, el Primog�nito de entre los muertos, para que en todo tenga la preeminencia. �l es el Primog�nito de la creaci�n, �l es el Primog�nito [9] seg�n el poder de la resurrecci�n, en este nuevo orden de cosas en el que el hombre est� predestinado a una posici�n completamente nueva, ganada por la redenci�n, y en la que participa de la gloria de Dios (en cuanto puede hacerlo lo creado), y que participando de la vida divina en Jesucristo, Hijo de Dios y vida eterna; y, en cuanto a la asamblea, como miembros de Su cuerpo.

�l es el Primog�nito de la creaci�n, el Primog�nito de entre los muertos; el Creador y el vencedor de la muerte y el poder del enemigo. Estas son las dos esferas de la manifestaci�n de la gloria de Dios. La posici�n especial de la asamblea, el cuerpo de Cristo, forma parte de este �ltimo. �l debe tener esta resurrecci�n-gloria, esta preeminencia universal y superioridad tambi�n, como hombre, porque toda la plenitud (es decir, de la Deidad, v�ase Colosenses 2:9 ) se complaci� en morar en �l. �Qu� lugar podr�a tener �l sino el de primero en todas las cosas! Pero, antes de hablar de lo que sigue, quedan por hacer algunos comentarios importantes sobre lo que hemos estado considerando.

El Hijo se nos presenta aqu� como Creador, no con exclusi�n del poder del Padre, ni de la operaci�n del Esp�ritu. Son uno, pero es el Hijo quien est� aqu� puesto delante de nosotros. En Juan 1 es el Verbo quien crea todas las cosas. Aqu�, y en Hebreos 1 , es bajo el nombre de Hijo, que �l, que es tambi�n la Palabra, se nos revela.

�l es la Palabra de Dios, la expresi�n de su pensamiento y de su poder. Es por �l que Dios obra y se revela. �l es tambi�n el Hijo de Dios; y, en particular, el Hijo del Padre. �l revela a Dios, y el que lo ha visto a �l, ha visto al Padre. En cuanto nacido en este mundo por obra de Dios por medio del Esp�ritu Santo, es Hijo de Dios. ( Salmo 2:7 ; Lucas 1:35 .

) Pero esto es en el tiempo, cuando la creaci�n es ya el escenario de la manifestaci�n de los caminos y consejos de Dios. Pero el Hijo es tambi�n el nombre de la relaci�n propia de Su Persona gloriosa con el Padre antes de que existiera el mundo. Es en este car�cter que �l cre� todas las cosas. El Hijo debe ser glorificado como el Padre. Si se humilla, como lo hizo con nosotros, todo est� en sus manos, para que su gloria se manifieste en la misma naturaleza en cuya asunci�n se humill�. Y ya el poder de vida y de Dios en �l se manifiesta por la resurrecci�n, de modo que �l es declarado Hijo de Dios con poder por la resurrecci�n. Esta es la prueba de ello.

En la Ep�stola a los Colosenses lo que se nos presenta es la propia gloria de Su Persona como Hijo antes que el mundo fuera. �l es el Creador como Hijo. Es importante observar esto. Pero las personas no est�n separadas en su manifestaci�n. Si el Hijo hizo milagros en la tierra, por el Esp�ritu ech� fuera los demonios; y el Padre que mora en El (Cristo) hizo las obras. Tambi�n debe recordarse, que lo que se dice, se dice, cuando �l fue manifestado en la carne, de Su Persona completa, el hombre sobre la tierra.

No es que no separemos en nuestras mentes entre la divinidad y la humanidad; pero incluso al separarlos pensamos en la �nica Persona con respecto a la cual lo hacemos. Decimos, Cristo es Dios, Cristo es hombre; pero es Cristo quien es los dos. No digo esto teol�gicamente, sino para llamar la atenci�n del lector a la notable expresi�n: "Toda la plenitud se complaci� en habitar en �l". Toda la plenitud de la Deidad se hall� en Cristo.

Los gn�sticos, que en a�os posteriores tanto hostigaron a la asamblea, usaron esta palabra "plenitud" en un sentido m�stico y peculiar para la suma y fuente (y sin embargo, despu�s de todo, en el sentido de una localidad; porque ten�a un "oros" , l�mites que la separaban de todo lo dem�s) de la divinidad que se desarroll� en cuatro pares de seres syzygies Cristo siendo s�lo uno de un par. [10]

No es necesario profundizar m�s en sus enso�aciones, salvo observar que, con distintos matices de pensamiento, atribuyen la creaci�n a un dios inferior o malo, que tambi�n fue el autor del Antiguo Testamento. La materia, dec�an, no proced�a del Dios supremo. No com�an carne; no se casaron; al mismo tiempo se entregaron a toda clase de horrores y disoluciones; y, por extra�o que parezca, se asociaron con el juda�smo, adoraron a los �ngeles, etc.

El ap�stol estuvo a menudo en conflicto con estas herramientas de Satan�s. Pedro tambi�n los menciona. Aqu� Pablo expone, por la palabra de Dios, toda la plenitud de la divinidad de Cristo. Lejos de ser algo inferior, una emanaci�n, o tener un lugar por m�s elevado que fuera en esas genealog�as interminables, toda la plenitud misma habitaba en �l. �Gloriosa verdad con respecto a la Persona del Se�or nuestro Salvador! Podemos dejar en la sombra todas las tontas imaginaciones del hombre, para gozar de la luz perfecta de esta gloriosa plenitud de Dios en nuestra Cabeza y Se�or.

Toda la plenitud estaba en �l. Conocemos en verdad al Padre, pero revelado por �l. Nosotros poseemos ciertamente el Esp�ritu, pero la plenitud del Esp�ritu estaba en �l, y porque habiendo cumplido nuestra redenci�n y nuestra purificaci�n, �l entonces recibi� ese Esp�ritu para nosotros. Y Dios mismo en toda su plenitud se revel�, sin reserva alguna, en la Persona de Cristo; y este Cristo es nuestro, nuestro Salvador, nuestro Se�or.

�l se ha manifestado a nosotros y por nosotros. �Qu� gloriosa verdad para nosotros! Es para Su propia gloria, sin duda, que �l debe ser conocido como �l es, como amor; pero no es menos cierto que esta revelaci�n se refer�a a nosotros. No es s�lo el Hijo el que revela al Padre, por dulce y precioso que sea ese hecho; es la plenitud de la Deidad como tal lo que se revela y manifiesta en Cristo. Fue el buen placer de la plenitud morar all�.

Pero Cristo no s�lo era la Cabeza de la creaci�n en virtud de la gloria divina de Su Persona, y la Cabeza de la asamblea resucitado de entre los muertos y victorioso sobre el poder del enemigo; la creaci�n, y todos los que hab�an de formar la asamblea, estaban igualmente lejos de Dios, y �stos lo estaban aun en su voluntad; para estar en relaci�n con Dios deben reconciliarse con �l. Esta es la segunda parte de la gloria de Cristo.

No s�lo agrad� a la plenitud de la Deidad habitar en �l, sino que �l reconcili� todas las cosas consigo misma, habiendo hecho la paz por la sangre de la cruz. Esta reconciliaci�n de las cosas en el cielo y en la tierra a�n no se ha realizado. De hecho, la sangre hace la paz, pero el poder a�n no ha entrado para traer de vuelta a la totalidad a una relaci�n real con Dios de acuerdo con el valor de esa sangre.

As�, en Israel, la sangre fue puesta sobre el propiciatorio, y la paz de expiaci�n fue hecha; pero adem�s de esto todo fue rociado, y los pecados del pueblo fueron confesados. Esto, con respecto a Israel ya la creaci�n, a�n no se ha hecho. En cuanto a lo que es exterior, permanece todav�a a distancia de Dios, aunque se hace la paz. Sabemos que es el benepl�cito de Dios reconciliar todas las cosas en el cielo y en la tierra, en virtud de esta sangre.

Todas las cosas ser�n restauradas al orden bajo una nueva regla. Los culpables, permaneciendo en sus pecados, estar�n fuera de este escenario de bendici�n; pero el cielo y la tierra ser�n completamente libres del poder del mal (e incluso de su presencia durante el milenio, en cuanto a la manifestaci�n a�n posterior, absolutamente de su presencia misma), seg�n la virtud de esa sangre que ha separado entre el bien y el mal. , conforme al car�cter de Dios mismo, y de tal manera glorific� a Dios que se hizo la paz.

Dios puede actuar libremente para bendici�n; pero aqu� la obra es doble, como la gloria de la Persona de Cristo, y se refiere a los mismos objetos que Su gloria. Est� en los consejos de Dios reconciliar consigo todas las cosas en el cielo y en la tierra por medio de Cristo. Pero a los cristianos ya los ha reconciliado. Una vez no s�lo contaminados, como la criatura, sino enemigos en sus mentes, ya los ha reconciliado en el cuerpo de su carne por medio de la muerte.

La obra perfecta que Cristo realiz� en Su cuerpo, borrando nuestros pecados y glorificando perfectamente a Dios Su Padre, nos ha puesto en relaci�n con Dios en Su santidad seg�n la eficacia de esa obra; es decir, es eficaz para presentarnos, perfectamente reconciliados, santos, sin mancha y sin culpa, ante su rostro; y con la conciencia de ello, y del amor que lo ha forjado, y el favor en el que somos tra�dos, de modo que en el sentido de esto el coraz�n es devuelto a Dios: somos reconciliados con Dios. Esto supone que continuamos firmes en la fe hasta el fin.

La posici�n de los colosenses dio lugar a esta advertencia, siendo vistos como caminando sobre la tierra. [11] Hemos visto que se hab�an apartado un poco, o estaban en peligro de apartarse, de la realizaci�n de su uni�n con Cristo.

Se notar� tambi�n que el ap�stol habla de su evangelio como esparcido por todo el mundo. La gracia hab�a traspasado los estrechos l�mites del juda�smo y la espera del Mes�as, para dar a conocer el testimonio del amor perfecto de Dios en toda la creaci�n bajo el cielo, del cual Pablo fue instrumento como ap�stol de los gentiles. [12] Hasta aqu�, pues, el Esp�ritu de Dios ha puesto ante nosotros las dos preeminencias de Cristo, la de la creaci�n y la de la asamblea, y las dos reconciliaciones que les corresponden, a saber, la primera, la de las cosas por las que Cristo es puesto por Cabeza, es decir, de todas las cosas en el cielo y en la tierra; y segundo, el de los mismos cristianos: este �ltimo ya realizado, el primero a�n por venir.

El ministerio del ap�stol ten�a ahora el mismo doble car�cter. Indudablemente no tiene que predicar en el cielo; pero su ministerio se ejerce en todo lugar bajo el cielo donde hay un alma que escucha. �l es un ministro de ese evangelio; y entonces �l es un ministro de la asamblea, un servicio o ministerio distinto, dando a conocer su verdadera posici�n y sus privilegios, conectados de hecho con el otro, en que el evangelio sali� tambi�n a los gentiles para introducirlos.

(Vers. 23, 25) Con esta �ltima instrucci�n complet� la palabra de Dios: un principio importante con respecto a la autoridad exclusiva de la palabra escrita, que muestra que su totalidad ya existe, demostrada por los sujetos que comprende; temas que est�n completamente completados, con exclusi�n de otros que las personas pueden tratar de introducir. El c�rculo de verdades que Dios tuvo que tratar para revelarnos la gloria de Cristo y darnos instrucci�n completa seg�n su sabidur�a, es completo cuando se revela la doctrina de la asamblea.

No hab�a otros que a�adir. [13] No se trata aqu� de las fechas de los libros, sino del c�rculo de temas. La ley, el reino, la Persona de Cristo, la redenci�n y los caminos de Dios, ya hab�an sido manifestados; la doctrina de la asamblea deb�a entonces ser revelada, a fin de que las comunicaciones de Dios fueran completas en cuanto a sus s�bditos.

Pero esta doctrina en particular expuso al ap�stol a la persecuci�n y los sufrimientos, que los jud�os especialmente, y el enemigo procuraron infligirle por todos los medios. Pero se regocij� en esto como un privilegio, porque Cristo hab�a sufrido a causa de Su amor por la asamblea por los Suyos. El ap�stol habla aqu�, no de la eficacia de esta muerte, sino del amor que lo llev� a sufrir. Visto desde este punto de vista, el ap�stol pod�a participar de sus sufrimientos, y nosotros tambi�n en nuestra peque�a medida; pero el ap�stol de una manera peculiar, como el testigo especial de esta verdad.

Si Cristo se hubiera contentado con aceptar la posici�n de Mes�as seg�n el hombre, habr�a sido bien recibido. Si Pablo hubiera predicado la circuncisi�n, la ofensa de la cruz habr�a cesado: el hombre podr�a haber tomado parte en la religi�n de Dios, si Su religi�n hubiera reconocido al hombre en la carne. Pero si Dios se revela, si su gracia se extiende a los gentiles, si por esta gracia, y sin tener m�s respeto al jud�o que al gentil, forma una asamblea, que es el cuerpo de Cristo, participando de la gloria celestial de su Hijo, esto es lo que la carne no puede soportar.

Ser as� excluido como nada que valga la pena ante Dios, incluso en su religi�n, por mucho que se esfuerce, esto es insoportable. Esta es la fuente de la enemistad del esp�ritu judaizante, que se basa en la carne, en el hombre, y que reaparece constantemente en la historia del ap�stol, ya sea para excitar el odio de los paganos, o para corromper la doctrina de Cristo y el sencillez del evangelio. La religi�n en la carne se jacta de sus propios privilegios peculiares. (Ver Filipenses 3 ).

Nota 1

�Qu� doloroso es ver a esta amada iglesia tomada despu�s como ejemplo del primer amor perdido! Pero todo tiende al final.

Nota 2

El nombre de Timoteo no se encuentra en el discurso a los santos en �feso.

Nota 3

Es uno de los enga�os del coraz�n que, cuando realmente conocemos bastante bien la voluntad de Dios, vamos a pedir consejo a alguien no m�s espiritual que nosotros.

Nota #4

Hay tres medidas dadas del andar del cristiano en esta forma: digno de Dios que nos ha llamado a su propio reino y gloria; digno del Se�or, aqu�; y dignos de la vocaci�n con que somos llamados, es decir, del Esp�ritu Santo morando en la iglesia, Efesios 2 ; desarrollada como est� al final del Cap�tulo 3.

Nota #5

El antecedente es, creo, aqu� el Se�or; pero el Se�or y Dios est�n muy unidos en un solo pensamiento.

Nota #6

N�tese aqu� especialmente, que no se dice "nos har� conocer", como una cosa por hacer, y en la que progresamos.

Nota #7

Veremos tambi�n, m�s adelante, que el punto de partida es algo diferente, y aunque se hace referencia en parte a la base de Efesios, trae al hombre tal como se encuentra viviendo en pecado, y menos absolutamente a Dios, que lo encuentra ya muerto en pecados. , y lo crea seg�n sus propios consejos. Pero de este m�s all�. Adem�s, en Efesios 1:6 nuestro lugar es la plena gracia en Cristo; en Colosenses 1 est� presente la liberaci�n real del poder de las tinieblas y la traslaci�n al reino del Hijo de Su amor, no 'charis' o 'charitosis en to egapenenoo'.

Nota #8

Esto pertenece al principio mencionado anteriormente. En Efesios, todo se ve desde el punto de vista de los eternos consejos de Dios antes de que existiera el mal, el bien que �l se propuso en S� mismo aunque la redenci�n era necesaria cuando el mal hab�a entrado, y la gloria de Dios mismo y la base de nuestra gloria en el cumplimiento de ellos, se hizo bueno en ella. En Colosenses el hombre en el mal es objeto de la gracia.

Nota #9

Una de estas preeminencias depende de sus derechos divinos como Creador, la otra de su obra y del poder desplegado en su humanidad en el acto de resurrecci�n. �l tiene todo como hombre y todo por poder divino, pero de alguna manera se puede decir que una parte de Su gloria depende de Su divinidad, la otra de Su victoria como hombre.

Nota #10

De hecho a�adido a los cuatro como complementarios.

Nota #11

Cuando se ve al cristiano como en Cristo, no hay un "si:" estamos en �l. Cuando se le ve aqu� como un peregrino, estamos en el camino de la gloria real, y tenemos que llegar a la meta, y aqu� entra el "si", el peligro y la necesidad de ser guardados. Pero entonces tenemos la seguridad m�s completa de que seremos guardados y nunca pereceremos, y seremos confirmados hasta el fin, y la buena obra ser� completada. As� se mantiene en los salvos la dependencia de Dios y la confianza en su fidelidad.

Nota #12

Note aqu� cu�n clara y completa es la declaraci�n: Vers�culo 14, redenci�n y perd�n, Vers�culo 21 ( Colosenses 1:21 ), reconciliaci�n con Dios; Vers�culo 13 ( Colosenses 1:12 ), liberaci�n e introducci�n en el reino; Vers�culo 12 ( Colosenses 1:12 ), somos hechos aptos para ser part�cipes de la herencia de los santos en luz. Todo esto lo tenemos, y por eso estamos llamados a andar como es digno del Se�or.

Nota #13

No se trata aqu� de las fechas de los libros, sino del c�rculo de temas. La ley, el reino, la Persona de Cristo, la redenci�n y los caminos de Dios, ya hab�an sido manifestados; la doctrina de la asamblea deb�a entonces ser revelada, a fin de que las comunicaciones de Dios fueran completas en cuanto a sus s�bditos.

Información bibliográfica
Darby, John. "Comentario sobre Colossians 1". "Sinopsis del Nuevo Testamento de Juan Darby". https://beta.studylight.org/commentaries/spa/dsn/colossians-1.html. 1857-67.