Bible Commentaries
Colosenses 2

Sinopsis del Nuevo Testamento de DarbySinopsis de Darby

Versículos 1-23

As� tenemos un doble ministerio, as� como una doble preeminencia de Cristo, y una doble reconciliaci�n; y teniendo cada uno una relaci�n similar entre s�: Cristo, la Cabeza de todas las cosas en el cielo y la tierra, la Cabeza de la asamblea; todas las cosas en el cielo y la tierra deben ser reconciliadas, los cristianos son reconciliados; Pablo ejerce su ministerio en toda la creaci�n bajo el cielo, es el ministro de la asamblea.

Naturalmente, su ministerio se limit� a la tierra. En todos los aspectos, la extensi�n y el alcance de la gloria de Cristo y del ministerio sobrepasaron los l�mites del juda�smo y contrastaron con todo el sistema.

El ap�stol insiste entonces en la segunda parte de su ministerio, de la que acababa de hablar; sin embargo, insistiendo particularmente en aquello que satisfizo la necesidad de los colosenses, y desarroll�ndolo, a fin de asegurarles el disfrute del c�rculo completo de estas preciosas verdades. Complet� la palabra de Dios anunciando este misterio, que hab�a estado oculto desde todos los siglos y generaciones, pero que ahora se manifestaba a los santos.

Ninguna manifestaci�n de los caminos de Dios desde la creaci�n (en las verdades sobre las que se fund�, en la revelaci�n de Dios de Su poder, o de Sus pensamientos, que formaron su base y le dieron su car�cter) conten�a el misterio contenido en la doctrina de la asamblea. No hab�a sido comunicado a ninguno de los que formaban parte del sistema que lo preced�a, o que eran el medio de luz para otros, como instrumento en la revelaci�n de la luz de Dios.

�ngeles, hombres, Israel, los profetas, todos eran iguales en su ignorancia. La asamblea (este cuerpo unido al Hijo de Dios hecho hombre y glorificado) y el llamado de los gentiles a esa unidad estaba oculto a todos ellos.

Ahora que Cristo, la Cabeza de la asamblea, la Cabeza del cuerpo, fue glorificado, se dio a conocer el misterio de este cuerpo. El ap�stol aqu� se detiene en un aspecto particular de este tema que, despu�s de la Persona de Cristo, forma el centro de todos los caminos de Dios. Este lado es Cristo en nosotros, especialmente como gentiles, la esperanza de gloria. Y en esto nuevamente vemos c�mo los santos son vistos como en la tierra, aunque en el poder de la resurrecci�n.

El aspecto dado aqu� del misterio es, Cristo en nosotros aqu� abajo, no uni�n con �l realmente en gloria, aunque inseparable de eso. De hecho, este misterio era en todos los sentidos un pensamiento nuevo, una verdad nueva. Lo que se conoc�a era un Mes�as que se manifestar�a entre los jud�os, el cumplimiento de la gloria en medio de ellos; los gentiles a lo sumo teniendo parte en ella, como subordinados al pueblo de Dios. Pero seg�n la doctrina de la asamblea, Cristo habitaba invisiblemente en medio de los gentiles, [14] y aun en ellos; y en cuanto a la gloria, �l era s�lo la esperanza de ella.

Un Cristo que habita en los corazones de los hombres, y de los hombres anteriormente rechazados y fuera de las promesas, y llenando sus corazones de gozo y gloria en la conciencia de uni�n con �l mismo, este fue el misterio maravilloso preparado por Dios para la bendici�n de los gentiles. Era este Cristo, un Cristo como este, a quien Pablo predicaba, amonestando a todo hombre y ense�ando a todo hombre seg�n el pleno desarrollo de la sabidur�a de Dios, la cual obr� poderosamente en el ap�stol por el Esp�ritu, a fin de presentar cada hombre en un estado espiritual respondiendo a esta revelaci�n de Cristo, como siendo tambi�n su fruto.

No es que todos los hombres la recibir�an; pero ya no hab�a ning�n l�mite. Toda distinci�n entre ellos fue borrada, tanto por el pecado como por la gracia, y s�lo hab�a una cosa que hacer; es decir, procurar que todo hombre, por el poder de la palabra y del Esp�ritu, refleje a Cristo y crezca hasta la estatura de su plenitud, como se revela en la doctrina encomendada al ap�stol. Trabaj� para esto seg�n la operaci�n de Cristo en �l; porque Cristo no era s�lo el objeto, sino el poder que obr� para formar almas a su propia imagen.

Ahora bien, este poder obr� en la debilidad del ap�stol; en un coraz�n humano, que sent�a las necesidades de los hombres y las dificultades que pasaban por el camino que las sent�a como hombre, aunque seg�n Dios, y era fruto de su amor. Deseaba que los colosenses comprendieran el conflicto que ten�a por ellos, y por todos los que nunca lo hab�an visto, para que se animaran y se unieran enteramente en el amor; para que comprendieran, en todas las riquezas de una plena certidumbre, el misterio de Dios.

El ap�stol sinti� que era esto lo que necesitaban y que ser�a una bendici�n para ellos. Sab�a que la uni�n con Cristo, realizada en el coraz�n, era una salvaguardia de las asechanzas del enemigo, a las que estaban expuestos los colosenses. Conoc�a el valor indecible de esta uni�n, e incluso de su realizaci�n por la fe. Trabaj�, luch� en oraci�n porque es un verdadero conflicto para que el pleno sentido de esta uni�n con la Cabeza gloriosa sea labrado en sus corazones, para que el Cristo en lo alto est� en ellos por la fe.

Todos los tesoros de la sabidur�a y del conocimiento se encontraban en el misterio, del cual �ste era para sus almas el centro y el poder. No ten�an que buscar en otra parte. La ciencia, falsamente llamada, podr�a pretender proporcionarles alturas a las que no llegaba la sencillez de las doctrinas de Cristo, pero en realidad la sabidur�a de Dios y la profundidad de sus consejos dejaban a una distancia infinita estos empa�ados esfuerzos de la mente humana. . Adem�s eran verdad realidad en lugar de ser sino criaturas de la imaginaci�n inspiradas por el enemigo.

Por eso el ap�stol hab�a presentado estas maravillosas revelaciones de Dios respecto a la doble gloria de Cristo, y respecto a su Persona. Los declar� para que nadie enga�ara a los colosenses con palabras persuasivas. Se aprovecha del orden que exist�a entre ellos y de su fe para protegerlos del peligro en que se encontraban a causa de estos pensamientos que podr�an deslizarse sin ser percibidos en sus mentes, mientras todo marchaba bien y la conciencia de su fe era no tocado

Esto sucede a menudo. Las personas tienen fe en Cristo, andan bien, no perciben que ciertas ideas trastornan esa fe; las admiten, manteniendo a�n la profesi�n de fe junto con estas ideas; pero se pierde la fuerza de la verdad y el sentido de uni�n con Cristo y la sencillez que hay en �l. El enemigo ha logrado hasta ahora su fin. Lo que se recibe no es el desarrollo de Cristo, sino algo fuera de �l.

Por eso dice el Ap�stol: De la manera que recibisteis al Se�or Cristo Jes�s, andad en �l, arraigados y sobreedificados en �l, y confirmados en la fe, as� como se os ha ense�ado. Cuando hemos recibido a Cristo, todo lo dem�s no es m�s que un desarrollo de lo que �l es, y de la gloria que los consejos de Dios han relacionado con Su Persona. El conocimiento, o el pretendido conocimiento, fuera de esto, no hace m�s que alejarnos de �l, apartar nuestros corazones de la influencia de Su gloria, arrojarnos a lo que es falso y conducir nuestras almas a la conexi�n con la creaci�n aparte de Dios y sin poseyendo la llave de Sus prop�sitos.

As�, como el hombre es incapaz de sondear lo que existe, y de explic�rselo a s� mismo, sus esfuerzos por hacerlo le llevan a inventar una masa de ideas que no tienen fundamento, y a esforzarse por llenar el vac�o que se encuentra en su conocimiento a trav�s de su ignorancia de Dios por especulaciones, en las cuales (porque est� lejos de Dios) Satan�s juega el papel principal sin que el hombre lo sospeche.

El hombre, como hijo de Ad�n, no est� en el centro del inmenso sistema de los caminos de Dios. Fuera de Cristo y sin Cristo, no conoce el centro; especula, sin fundamento y sin fin, s�lo para perderse cada vez m�s. Su conocimiento del bien y del mal y la energ�a de sus facultades morales no hacen m�s que desviarlo a�n m�s, porque los emplea en cuestiones m�s elevadas que las que se relacionan simplemente con las cosas f�sicas; y producen en �l la necesidad de reconciliar principios aparentemente inconsistentes, que no pueden reconciliarse sin Cristo. Adem�s, la tendencia del hombre es siempre hacerse de s� mismo, tal como es, el centro de todo; y esto hace que todo sea falso.

Los cristianos, pues, deben andar con sencillez en los caminos del Se�or, tal como lo han recibido; y su progreso debe estar en el conocimiento de Cristo, el verdadero centro y plenitud de todas las cosas.

Cuando el hombre se ocupa filos�ficamente de todas las cosas, la insuficiencia de sus propios recursos lo arroja siempre en manos de un l�der intelectual y de la tradici�n; y, cuando la religi�n es el tema, en tradiciones que desarrollan la religi�n de la carne y se adaptan a sus poderes y tendencias.

En aquellos d�as el juda�smo ten�a las m�s altas pretensiones de este tipo de religi�n, se ali� con las especulaciones humanas y las adopt�, e incluso las persigui� asiduamente; ofreciendo al mismo tiempo pruebas del origen divino y un testimonio de la unidad de la Deidad, que la ausencia de la groser�a de la mitolog�a pagana y el encuentro de la conciencia humana con lo divino hac�an cre�ble. Esta pureza relativa tend�a a eliminar para las mentes iluminadas lo que era repugnante en el sistema pagano.

El sistema jud�o, por la muerte de Jes�s, hab�a perdido toda pretensi�n de ser el verdadero culto de Dios; y por lo tanto estaba preparado (por las ventajas que ofrec�a en la relativa pureza de sus dogmas) para ser un instrumento de Satan�s en oposici�n a la verdad. En todo momento se adapt� a la carne, se fund� sobre los elementos de este mundo, porque por medio de �l, cuando Dios lo reconoci�, Dios estaba probando al hombre en la posici�n en la que se encontraba.

Pero ahora Dios ya no estaba en �l; y los jud�os, movidos por la envidia, empujaron a los gentiles a la persecuci�n; y el juda�smo se ali� con las especulaciones paganas para corromper y socavar los cimientos del cristianismo y destruir su testimonio.

En principio siempre es as�. La carne puede parecer por un tiempo que desprecia la tradici�n, pero lo que es puramente intelectual no puede permanecer en medio de la humanidad sin algo religioso. No tiene la verdad ni el mundo que pertenece a la fe, y para una inmensa mayor�a se necesita la superstici�n y la tradici�n; es decir, una religi�n a la que la carne pueda asirse, y que se adapte a la carne.

Dios por Su poder puede preservar una porci�n de la verdad, o permitir que el todo sea corrompido; pero en cualquier caso se pierde la verdadera posici�n cristiana y la doctrina de la asamblea. [15] Ciertamente podemos encontrar la filosof�a aparte de la religi�n de la carne, y la �ltima aparte de la primera; pero en este caso la filosof�a es impotente y atea, la religi�n de la carne estrecha, legal, supersticiosa y, si puede serlo, persecutoria.

En nuestro Cap�tulo encontramos la filosof�a y el vac�o de la sabidur�a humana unidos a las tradiciones de los hombres, caracter�sticos como "los elementos de este mundo", en oposici�n a Cristo: porque tenemos un Cristo celestial que es un contraste perfecto con la carne en el hombre. viviente en la tierra, un Cristo en quien est� toda la sabidur�a y plenitud, y la realidad de todo lo que la ley pretend�a dar, o que presentaba en figura: y que es al mismo tiempo una respuesta a todas nuestras necesidades. Esto lo desarrolla aqu� el ap�stol, mostrando la muerte y la resurrecci�n con �l como medio para participar en ella.

Y primeramente toda la plenitud de la Deidad habita en �l corporalmente. En lugar de las brumosas especulaciones de los hombres y de los eones fant�sticos, tenemos la plenitud de Dios corporalmente, en un cuerpo humano real, y as� de manera eficaz para nosotros, en la Persona de Jesucristo. En segundo lugar, estamos completos en �l; no necesitamos nada de Cristo. [16] Por un lado, tenemos, en �l, a Dios perfectamente presentado en toda su plenitud; por otro lado, poseemos en �l perfecci�n y plenitud ante Dios.

No nos falta nada en cuanto a nuestra posici�n ante Dios. �Qu� verdad! �Qu� posici�n! �Dios, en su perfecta plenitud, en Cristo como hombre, nosotros en �l ante Dios, en la perfecci�n de lo que �l es en Aquel que es cabeza de todo principado y potestad, ante el cual el hombre en su ignorancia se inclinar�a a doblar la rodilla! Estamos en �l, en quien habita la plenitud de la Deidad en cuanto a Su Persona; en Aquel que est� por encima de todo principado en cuanto a Su posici�n y Sus derechos como Cristo, hombre exaltado en lo alto.

El ap�stol entra luego en algunos detalles de aplicaci�n para demostrar que los fieles lo tienen todo en Cristo, visto seg�n la posici�n que �l ha tomado sin tener nada que buscar en otra parte aqu� abajo.

La circuncisi�n (signo divino de la alianza con los jud�os, y del despojo de la carne, que se requer�a para formar parte del pueblo de Dios) ten�a en �l su realidad. Por el poder de la vida que est� en �l, y que es de ellos, haci�ndose part�cipes de la eficacia de su muerte, los cristianos se dan por muertos y se han despojado de este cuerpo de pecado por la fe. Esta es la verdadera circuncisi�n de Cristo hecha sin manos.

La circuncisi�n hecha a mano no era m�s que la se�al de este despojarse del cuerpo carnal, privilegio del cristiano en Cristo. Teniendo una vida nueva en Cristo, se ha despojado eficazmente del hombre viejo.

Somos sepultados con Cristo por el bautismo (este es su significado), en el cual tambi�n somos resucitados con �l por la fe en esta operaci�n del poder de Dios por la cual �l resucit� de entre los muertos. El bautismo era el signo y la expresi�n de esto; [17] la fe en la operaci�n de Dios que lo resucit�, el medio por el cual se realiza en nosotros esta maravillosa resurrecci�n con Cristo a un nuevo estado y escenario esta muerte feliz, o m�s bien esta preciosa participaci�n en la muerte de Aquel que ha cumplido todo para nosotros.

Y cuando digo "fe", es el poder del Esp�ritu de Dios obrando en nosotros. Pero es el poder de Dios mismo, tal como obr� en Cristo, el que obra en nosotros para darnos una nueva posici�n en la vida. Visto en conexi�n con nuestra resurrecci�n con Cristo, implica por el mismo hecho de que lo recibimos que somos perdonados perfectamente y para siempre. Est�bamos bajo la carga de nuestros pecados y muertos en ellos. Cristo tom� esta carga sobre s� mismo y muri� por nosotros, logrando lo que quit� nuestros pecados al descender a la muerte.

Resucitados con �l, por cuanto participando de la vida que �l posee al resucitar de entre los muertos, hemos dejado como �l y con �l toda aquella carga de pecado y condenaci�n con la muerte de la que hemos sido librados. Por eso dice: "Habi�ndoos perdonado todas vuestras ofensas".

Cristo, cuando resucit�, dej� la muerte y el peso de la condenaci�n bajo el cual yac�amos, detr�s de �l tambi�n nosotros resucitamos con �l. Naturalmente Dios, al levantarnos as� del estado en que est�bamos, no nos ha levantado para condenarnos, o con la condenaci�n adjunta a esta nueva vida, que es Cristo mismo. Porque �l ya hab�a llevado la condenaci�n, y satisfecho la justicia de Dios, y muerto para quitar el pecado, antes de comunicarnos esta vida.

Dios nos sac� de la muerte y de la condenaci�n con Cristo que la llev� por nosotros. Pero esto est� conectado con otro aspecto de esta obra de gracia, de la que se habla aqu�, y tambi�n en Efesios, e incluso en Juan 5 y 2 Corintios 5 . El que est� vivo en los pecados est� muerto en ellos para con Dios.

Si lo miro vivo en ellos, la muerte debe entrar y ha entrado en la cruz. (Ver Romanos 6 ) Este lado no se presenta en Efesios; s�lo muerte en Romanos; en Colosenses muerte y resurrecci�n en Cristo, de que hemos hablado. En Efesios no se habla de esto en absoluto. Somos vistos como muertos en pecados, muertos para con Dios, y todo lo bueno es una nueva creaci�n seg�n los consejos de Dios.

Somos vivificados juntamente con Cristo cuando estamos muertos en pecados. Esto tambi�n se recoge en Colosenses: s�lo que no se habla de una nueva creaci�n. Pero en ambos se da una nueva vida cuando estamos muertos; s�lo Efesios comienza con esto en Cristo resucitado y exaltado, y por el mismo poder en nosotros. En Colosenses se introduce como completando lo que se ense�a de la administraci�n de esta doctrina de la muerte en el bautismo y nuestra resurrecci�n por la fe de la operaci�n de Dios en Cristo. En Efesios la gracia nos encuentra muertos y vivificados con Cristo. En Colosenses nos encuentra vivos en pecados y trae muerte y resurrecci�n, y completa esto al vivificar con Cristo.

Asimismo, todas las ordenanzas que pertenec�an a los rudimentos de este mundo y que se aplicaban al hombre en la carne, y que pesaban como un yugo insoportable sobre los jud�os (y a las cuales se esforzaban por someter a otros), que pon�an la conciencia siempre bajo la carga de un servicio incumplido por el hombre, y una justicia, insatisfecha en Dios, estas ordenanzas fueron borradas. En ellos el jud�o hab�a puesto su firma, por as� decirlo, a su culpabilidad; pero la obligaci�n fue destruida y clavada en la cruz de Cristo. Recibimos la libertad as� como la vida y el perd�n.

Esto no es todo. All� estaba, la fuerza de principados y potestades contra nosotros, el poder de la maldad espiritual. Cristo los ha vencido y despojado en la cruz, habiendo triunfado sobre ellos en ella. Todo lo que estaba contra nosotros lo ha dejado de lado, para introducirnos, enteramente libres de todo, en nuestra nueva posici�n. Se ver� aqu�, que lo que el ap�stol dice de la obra de Cristo no va m�s all� de lo que �l hizo para nuestra liberaci�n, a fin de ponernos en los lugares celestiales.

Habla ( Colosenses 2:10 ) de los derechos de Cristo, pero no como sentado en los lugares celestiales, ni como llevando cautivo al enemigo; ni habla de nosotros como sentados en �l en los lugares celestiales. �l ha hecho todo lo necesario para introducirnos en ellos; pero los Colosenses son vistos como en la tierra aunque resucitados, y en peligro por lo menos de perder el sentido de la posici�n que les correspond�a en virtud de su uni�n con Cristo, y estaban en peligro de caer de nuevo en los elementos del mundo y de la carne. , del hombre vivo en la carne, no muerto, no resucitado con Cristo; y el ap�stol trata de traerlos de vuelta a �l, mostrando c�mo Cristo hab�a cumplido todo lo que era un requisito y hab�a quitado del camino todo lo que les imped�a alcanzarlo.

Pero no puede hablar de la posici�n en s�: no estaban conscientemente en ella. En las cosas de Dios no podemos comprender una posici�n sin estar en ella. Dios puede revelarlo. Dios puede mostrarnos el camino hacia ella. El ap�stol lo hace aqu� con respecto a la Persona de Cristo, la �nica que podr�a reconducirlos a ella; y al mismo tiempo desarrolla la eficacia de su obra a este respecto, para liberarlos de las cadenas que los reten�an y mostrarles que todos los obst�culos hab�an sido eliminados. Pero en detalle tiene que aplicarlo a los peligros que los acechan en lugar de mostrar sus gloriosos resultados en el cielo.

Las ordenanzas jud�as no eran m�s que sombras, Cristo es la sustancia. Al traer �ngeles como objeto de homenaje, y as� ponerlos entre ellos y Cristo, se separar�an de la Cabeza del cuerpo, que estaba por encima de todos los principados. La sencillez de la fe cristiana retuvo la Cabeza, de la que directamente se nutr�a todo el cuerpo y as� crec�a con el crecimiento de Dios.

Parec�a humildad ponerse as� en relaci�n con los �ngeles, como seres superiores y exaltados que pod�an servir de mediadores. Pero hab�a dos faltas de inmensa importancia en esta aparente humildad. En primer lugar, era realmente por completo orgullo esta pretensi�n de penetrar en los secretos del cielo que desconoc�an. �Qu� sab�an de alguna posici�n ocupada por �ngeles que los hiciera objeto de tal homenaje? Pretend�a subir al cielo por s� mismos y medir sus relaciones con las criaturas de Dios sin Cristo, y por su propia voluntad conectarse con ellas.

En segundo lugar, era negar su uni�n con Cristo. Uno con �l, no pod�a haber nada entre �l y ellos; si hab�a algo, entonces estaban muertos y dos veces muertos. Adem�s, por esta uni�n eran uno con Aquel que estaba por encima de los �ngeles. Unidos a �l, recibieron, como hemos visto, comunicaci�n, por todos los miembros del cuerpo, de los tesoros de gracia y de vida que estaban en la Cabeza. Los lazos mutuos entre los miembros del cuerpo mismo fueron as� fortalecidos, y as� el cuerpo tuvo su crecimiento.

Siguen dos aplicaciones de la doctrina de que est�n muertos con Cristo y resucitados con �l. ( Colosenses 2:20 ). Aplica el principio de la muerte a todas las ordenanzas, y al ascetismo que trataba al cuerpo como una cosa vil en s� misma que debe ser rechazada; y ( Colosenses 3:1 ) usa la resurrecci�n para elevar sus corazones a una esfera m�s alta y para traerlos de regreso a Cristo al mirar hacia arriba; estando muertos en cuanto al anciano.

[18] Para hacer m�s claras estas instrucciones al mostrar su conexi�n, podemos se�alar que el ap�stol se�ala el doble peligro, a saber, la filosof�a y la tradici�n humana, en contraste con Cristo. ( Colosenses 2:3 ; ver Vers�culos 9-15 ( Colosenses 2:9-15 ).

) Al identificarnos con Cristo, habla de la realizaci�n de la obra del mismo Cristo m�s que de esta identificaci�n. En los vers�culos 16-19 ( Colosenses 2:16-19 ) lo aplica primero (Verso 16 Colosenses 2:16 :) a la sujeci�n a las ordenanzas, es decir, al lado jud�o de su peligro; y luego ( Colosenses 2:18 ) a la filosof�a gn�stica, [19] ciencia falsamente llamada, que se vincul� con el juda�smo (o al cual se vincul� el juda�smo), reproduci�ndose bajo una nueva forma.

Del Vers�culo 20 ( Colosenses 2:20 ) el ap�stol aplica nuestra muerte y resurrecci�n con Cristo a los mismos puntos, oa la liberaci�n de los Colosenses elevando sus pensamientos en alto.

Pero los colosenses no son los �nicos que pueden haber estado en este peligro. En general, estos principios han sido la ruina de la iglesia en todos los tiempos. Son las del misterio de la iniquidad, [20] que tanto ha madurado desde entonces, y producido efectos tan diversos, y bajo tan diversas modificaciones, por causa de otros principios que tambi�n han actuado, y bajo la soberana providencia de Dios. Veremos el principio profundo, simple y decisivo que est� involucrado en los vers�culos que siguen.

Los Vers�culos ya citados, hasta el vig�simo, hab�an juzgado todo este sistema judeoflos�fico desde el punto de vista de la obra de Cristo, de Su resurrecci�n y de la uni�n con �l en Su posici�n celestial.

Lo que sigue lo juzga seg�n nuestra posici�n. Los Vers�culos anteriores hab�an demostrado que el sistema era falso porque Cristo y Su obra eran tales como se declara en ellos. El pasaje que vamos a considerar muestra que este sistema es absurdo, no se nos puede aplicar, no tiene aplicaci�n posible, debido a nuestra posici�n. Por un lado es un sistema falso, nulo y sin valor en todas sus partes, si Cristo es verdadero y est� en el cielo; y, por otro lado, es un sistema absurdo en su aplicaci�n a nosotros, si somos cristianos.

Y por esto: es un sistema que supone la vida en este mundo, y las relaciones que se adquieren con Dios, teniendo su fundamento en esa vida, mientras pretende mortificar la carne; y, sin embargo, se dirige a personas que, por la fe, est�n muertas. El ap�stol dice que estamos muertos a los rudimentos de este mundo, a todos los principios sobre los cuales act�a su vida. �Por qu�, pues, como si todav�a estuvi�ramos vivos en �l, como si todav�a estuvi�ramos vivos en este mundo, nos sometemos a ordenanzas que tienen que ver con esta vida, y que suponen su existencia? ordenanzas que se aplican a cosas que perecen en el uso de ellas, y que no tienen conexi�n con lo que es celestial y eterno.

De hecho, tienen una apariencia de humildad y abnegaci�n con respecto al cuerpo, pero no tienen ning�n v�nculo con el cielo, que es la esfera de la nueva vida de todos sus motivos y todo su desarrollo; y no reconocen el honor de la criatura, como criatura salida de la mano de Dios, la cual, como tal, tiene siempre su lugar y su honor. Ponen a un hombre dentro y debajo de la carne, mientras pretenden librarnos de ella, y separan al creyente de Cristo poniendo �ngeles entre el alma y el lugar celestial y la bendici�n; mientras que nosotros estamos unidos a Cristo, que est� por encima de todos estos poderes, y nosotros en �l.

Estas ordenanzas ten�an que ver con cosas meramente corruptibles, no estaban conectadas con la nueva vida, sino con el hombre viviendo en su vida de carne en la tierra, a cuya vida el cristiano est� moralmente muerto; y en cuanto a esta vida, no reconocieron el cuerpo como criatura de Dios, como debe ser reconocido.

As� este sistema de ordenanzas hab�a perdido a Cristo, quien era su sustancia. Estaba relacionado con el orgullo que pretend�a penetrar el cielo, para ponerse en relaci�n con seres que no conocemos de tal manera que tuviera alguna relaci�n con ellos orgullo que al hacerlo se separ� de la Cabeza del cuerpo, Cristo, y as� repudi� toda conexi�n con la fuente de la vida, y con la �nica posici�n verdadera del alma ante Dios.

Este sistema falsific� igualmente nuestra posici�n en la tierra al tratarnos como si todav�a estuvi�ramos vivos despu�s del hombre viejo, mientras que nosotros estamos muertos; y deshonr� a la criatura como tal, en lugar de reconocerla como venida de la mano de Dios.

Lo que era un peligro para los cristianos en los d�as del ap�stol caracteriza al cristianismo en la actualidad.

As� se estableci� la posici�n del cristiano, pero en su aplicaci�n hasta ahora m�s bien al peligro de los cristianos que a sus privilegios celestiales. As� la gracia nos ha provisto de todo lo que necesitamos, usando todo privilegio, usando la fe de algunos, dando advertencias e instrucciones sobre todo precio, y tomando en cuenta las faltas de otros.

Nota #14

Ya he se�alado que los gentiles est�n especialmente a la vista en Colosenses, no la uni�n de jud�os y gentiles en uno.

Nota #15

Hab�a algunas leyendas muy hermosas, que abrazaban verdades parciales, en el sistema gn�stico; pero hab�an perdido a Dios y la verdad, y la realidad de la conciencia ante Dios.

Nota #16

Estas expresiones se relacionan con el doble car�cter de Cristo que ya se nos present� en el Cap�tulo 1. Nos muestran lo que tenemos en Cristo de una manera positiva, ya que lo que sigue lo aplica a todo lo que est� aqu� abajo y nos impide disfrutarlo. En Cristo est� la plenitud de la Deidad, el objeto de nuestro deleite, en quien poseemos todas las cosas. Tenemos tambi�n en �l una posici�n por encima de toda la creaci�n, en la perfecci�n que ha puesto a Cristo all�.

Estamos completos en Aquel que es la Cabeza de todos los principados y de todo poder. En lo que se refiere a la fraseolog�a, el cambio de una palabra, por otra que no sea mejor en s� misma, muestra la mente del ap�stol. En �l habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad; y estamos completos en �l.

Nota #17

Algunos no conectan "resucitado" con el bautismo. Si es as�, comprendo que el pasaje debe leerse as�: "En quien tambi�n vosotros sois circuncidados con circuncisi�n no hecha a mano, al echar de vosotros el cuerpo carnal por la circuncisi�n de Cristo, habiendo sido sepultados con El en el bautismo; en quien tambi�n vosotros hab�is resucitado juntamente [es decir, con Cristo] por la fe". El bautismo claramente significa muerte, y no es el bautizar sino el salir del agua lo que puede aplicarse a la resurrecci�n.

Dar la vida no es de ninguna manera el sentido del bautismo ni siquiera como una figura, sino dejar la vida de Ad�n por la muerte (la muerte de Cristo) y la entrada por esa puerta a un lugar y una posici�n completamente nuevos.

Nota #18

Estas aplicaciones fluyen de Colosenses 2:11-12 . Cabe se�alar que Romanos, en Romanos 5:12 , trata de la muerte al pecado, en la que el hombre (como hijo de Ad�n) estaba vivo. En Efesios el hombre es considerado muerto en pecados como para con Dios.

Colosenses toma ambos: Colosenses 2:11-12 los sigue, agregando la resurrecci�n con Cristo. El vers�culo 18 ( Colosenses 2:18 ) sigue la doctrina de Efesios. Colosenses 2:20 ; Colosenses 3:1 , sigue Colosenses 2:11-12 . y tenemos el despojarse del viejo y revestirse del nuevo hombre.

Nota #19

Aunque esta palabra tiene la apariencia de aprendizaje y de no ser b�blica, este no es el caso. La ciencia, falsamente llamada as�, de la que el ap�stol habla en otra parte, es en griego "gnosis", de ah� que esta filosof�a presuntuosa y corruptora se llamara "gnosticismo", y sus partidarios "gn�sticos". Desempe�a un papel inmenso en la historia de la iglesia, con la que no tengo nada que ver aqu�. Pero sus principios se forman con frecuencia en el Nuevo Testamento, presentados por los ap�stoles para combatirlos. Los jud�os hab�an ca�do en gran medida en la noci�n de una obra mediadora de los �ngeles, aunque no en la forma exacta de la filosof�a gn�stica.

Nota #20

Esto estaba obrando en los d�as de los ap�stoles; Pablo lo resisti� en la energ�a del Esp�ritu Santo. Despu�s de su partida, ese poder desapareci�. La iglesia hist�rica nunca tuvo los dos grandes principios fundamentales del cristianismo, la perfecci�n en Cristo ("por una sola ofrenda hizo perfecto para siempre"), y la presencia y el poder de direcci�n del Esp�ritu Santo aqu� abajo. Estos fueron suplantados por los sacramentos y el clero.

Información bibliográfica
Darby, John. "Comentario sobre Colossians 2". "Sinopsis del Nuevo Testamento de Juan Darby". https://beta.studylight.org/commentaries/spa/dsn/colossians-2.html. 1857-67.