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Bible Commentaries
Daniel 9

Sinopsis del Nuevo Testamento de DarbySinopsis de Darby

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Versículos 1-27

El cap�tulo 9 nos da una visi�n sobre el pueblo y la ciudad santa, como consecuencia de la confesi�n e intercesi�n de Daniel. Est�, como se ha se�alado, en relaci�n con la opresi�n del poder occidental. De hecho, los detalles se relacionan con la opresi�n. El profeta hab�a entendido (no por una revelaci�n directa, sino por el estudio de la profec�a de Jerem�as, por el uso de esos medios ordinarios que est�n al alcance del hombre espiritual) que el cautiverio, cuya duraci�n hab�a anunciado Jerem�as, estaba cerca su final.

El efecto en la mente de Daniel (verdadera se�al de un profeta de Dios) fue producir una intercesi�n ardiente a favor del santuario desolado y de la ciudad que amaba Jehov�. Derrama su coraz�n en confesi�n ante Dios, reconociendo el pecado del pueblo y de sus reyes, la dureza de sus corazones y la justicia de Dios al traer el mal sobre ellos. Suplica las misericordias de Dios y exige favor por causa de Jehov�.

La profec�a es la respuesta de Dios a su oraci�n. Setenta semanas est�n determinadas sobre el pueblo de Daniel y sobre su santa ciudad. Jehov� todav�a no los reconoce definitivamente como suyos; pero �l acepta la intercesi�n del profeta, como antes hab�a hecho con la de Mois�s, al decirle a Daniel: "tu pueblo y tu ciudad". Daniel ocupa el lugar del mediador. �l tiene la mente de Dios-Sus palabras; y as� puede interceder (comp�rese sobre este punto profundamente interesante, G�nesis 20:7 ; Jeremias 27:18 ; Juan 15:7 ).

Al final de estas setenta semanas, separadas de entre las edades, debe venir el tiempo, decretado por Dios, para terminar la transgresi�n, para sellar, es decir, para poner fin al pecado, y quitarlo; para perdonar la iniquidad y traer la justicia eterna; para sellar [toda] visi�n y profec�a, y para ungir el lugar sant�simo: esto, observad, con respecto al pueblo de Israel ya la ciudad. Es el restablecimiento total del pueblo y de la ciudad en la gracia.

Este per�odo de setenta semanas se divide en tres partes: siete, sesenta y dos y una. Durante la primera parte, o las siete semanas, la ciudad desolada y sus muros derribados ser�an reconstruidos en tiempos angustiosos, o en tiempos estrechos. Despu�s de sesenta y dos semanas, es decir, despu�s de sesenta y nueve en total, el Mes�as deber�a ser cortado y no deber�a tener nada (este es el verdadero sentido de las palabras). Aquel a quien pertenec�a el reino y la gloria, en lugar de recibirlos, deber�a ser cortado y no tener nada.

Pero despu�s de este evento, la ciudad y el santuario, que hab�an sido reedificados, ser�an destruidos, y el fin ser�a como una inundaci�n desoladora; y debe haber una ordenanza, o decreto determinado, de desolaci�n hasta el final de la guerra. Esta es, en general, la historia completa de las desolaciones. Se han cumplido sesenta y nueve semanas; despu�s de eso, el Mes�as es cortado; pero no se indica el momento preciso en que esto ocurre.

El curso de las setenta semanas se interrumpe as� por completo. El corte del Mes�as no fue el momento del restablecimiento del pueblo y de la ciudad. El resultado se anuncia claramente: un per�odo de desolaci�n hasta el final: no se da su duraci�n. En el cap�tulo 11 encontraremos la misma manera de tratar un per�odo an�logo. El pueblo de un pr�ncipe que estaba por venir deber�a destruir la ciudad.

Despu�s de esto, el Esp�ritu de Dios se ocupa de la septuag�sima semana, cuyos detalles a�n no se han revelado. El pr�ncipe que ha de venir confirma un pacto con la masa de los jud�os. (La forma de la palabra muchos [1] indica la masa de la gente). Esto es lo primero que caracteriza la semana; los jud�os forman una alianza con la cabeza, en ese d�a, del pueblo que antes hab�a derribado su ciudad y su santuario.

Forman una alianza con el jefe del Imperio Romano. Esto se refiere a la semana como un todo. Pero, pasada la mitad de la semana [2], las cosas toman otro aspecto. Esta cabeza hace cesar el sacrificio y la oblaci�n; ya causa de la protecci�n de los �dolos, hay un desolador; y hasta la consumaci�n que est� determinada [3], se derramar� [juicio] sobre los desolados.

Lo que aqu� se anuncia, pues, es que se apartan setenta semanas para la historia de la ciudad y del pueblo de Daniel. Durante estas setenta semanas, Dios est� en relaci�n con Israel [4]; sin embargo, no inmediatamente, sino en conexi�n con la fe del resto creyente, de un Daniel, de una intercesi�n que, uni�ndose a la existencia de un resto, sirve de v�nculo entre Dios y el pueblo: una intercesi�n sin la cual el la gente ser�a rechazada.

Es el mismo principio que gobern� las relaciones entre Dios y el pueblo por medio de Mois�s, despu�s del becerro de oro, siendo llamado el pueblo pueblo de Daniel, como antiguamente pueblo de Mois�s. Esta posici�n es notable, ya que tuvo lugar despu�s del establecimiento de la autoridad de los gentiles. Los jud�os est�n en Jerusal�n, pero los gentiles reinan, aunque el imperio de Babilonia est� derrocado.

En esta posici�n an�mala la fe prof�tica busca el completo restablecimiento de la ciudad, sede del gobierno de Dios y de su pueblo. A esto se refiere la respuesta de Dios. Se da una historia breve pero completa del per�odo que deber�a transcurrir hasta que el juicio sobre los jud�os se cumpliera y pasara.

Tambi�n se introduce un nuevo elemento de gran importancia: el Mes�as debe ser cortado. �l no tendr�a nada de lo que en derecho le pertenec�a. La consecuencia de esto ser�a la destrucci�n de la ciudad y del santuario, la desolaci�n y la guerra. Ser�a el pr�ncipe de otro imperio, a�n no existente, quien deber�a destruir as� la ciudad y el santuario. Las relaciones entre Dios y el pueblo ahora estaban completamente rotas por el momento, incluso en lo que respecta a un remanente creyente.

La fe de Daniel fue rechazada en la Persona de Cristo como profeta, y en la negaci�n de Cristo expresada por la declaraci�n de que no tendr�an m�s rey que C�sar; y el pueblo y la ciudad fueron entregados a la desolaci�n.

Pero quedaba una semana a�n sin cumplir con esta raza infiel y perversa, pero sin embargo amada, antes de que su iniquidad fuera perdonada, y se introdujera la justicia eterna, y la visi�n y la profec�a fueran cerradas por su cumplimiento. Esta semana debe distinguirse por un pacto que el pr�ncipe o l�der har�a con el pueblo jud�o (con excepci�n del remanente), y luego por el cese forzoso de su culto por la intervenci�n de este pr�ncipe.

Despu�s que los jud�os se pusieron bajo la protecci�n de los �dolos; este esp�ritu inmundo, expulsado del pueblo por mucho tiempo, habiendo entrado de nuevo en ellos con otros siete peores que �l, viene el desolador, y los juicios finales son infligidos sobre el pueblo; terribles juicios; pero la extensi�n de la cual es definitivamente fijada por Dios cuando su medida est� llena. As� encontramos que se da una respuesta muy precisa a la petici�n del profeta; una respuesta que revela muy claramente las consecuencias de la conexi�n del pueblo de Daniel con el poder de los gentiles. Su posici�n est� muy claramente expuesta, mientras que la relaci�n con Dios, por medio de la intercesi�n del profeta, todav�a existe.

La profec�a anuncia al mismo tiempo el hecho general de la desolaci�n del pueblo despu�s de pasada la semana sesenta y nueve, y (con una aparente calma por el favor de la bestia), hasta el final de la septuag�sima, ocasionada por su rechazo de el Mes�as, que tuvo lugar en el mismo momento en que la promesa adjunta a la profec�a deber�a haber estado a punto de cumplirse; y el rechazo de los cuales (viniendo en el nombre de Su Padre) ha llevado a la larga dispersi�n de los jud�os, que continuar� hasta el tiempo de su reuni�n, presa de la iniquidad de la cabeza de los gentiles; el tiempo, en efecto, de que cayeran en manos de aquel que deb�a venir en su propio nombre, condici�n dolorosa desarrollada durante la �ltima semana, pero a la cual Dios ha puesto un l�mite; y m�s all� de eso, ninguna malicia del enemigo puede llegar.

Nota 1

La palabra "muchos" tiene un art�culo prefijado en hebreo. Lo mismo sucede en otras partes de Daniel, sobre las cuales llamaremos la atenci�n del lector, y que prueban claramente que la masa del pueblo est� en cuesti�n: "los muchos". La misma forma de frase se encuentra en griego. 2 Corintios 2:6 ; 2 Corintios 9:2 .

Nota 2

Podemos observar que el Se�or s�lo habla expresamente de la �ltima media semana, del tiempo de la tribulaci�n que sigue a la instalaci�n del �dolo desolador en el lugar santo. Algunos han pensado que solo vendr�a esta media semana, ya que Cristo fue cortado a la mitad de la semana. Otros han pensado que la septuag�sima semana hab�a transcurrido por completo antes de la muerte del Se�or, pero que no se cuenta, ya que Jes�s fue rechazado, y que esta semana se encuentra nuevamente en el momento de la conexi�n de los jud�os con el inicuo.

Lo que nos dice el pasaje es esto: primero, el pr�ncipe, la cabeza que es del imperio romano, en los �ltimos d�as hace un pacto referente a una semana entera; por otro lado, el Se�or habla de que la �ltima mitad de la semana tendr� lugar inmediatamente antes de Su venida, como el tiempo de tribulaci�n sin igual que la precede. Si esto fuera todo, la historia anterior del pr�ncipe por venir, que hace un pacto, entrar�a en la historia general del estado de cosas.

La cuesti�n de si quedan por cumplir una o dos medias semanas, y de qu� manera, durante la manifestaci�n del poder del mal, la reservo (en cuanto a su pleno desarrollo) para el libro de Apocalipsis; remarcando solamente que el Mes�as es cortado despu�s del final de las 69 semanas. Sabemos por el Nuevo Testamento que Su ministerio dur� solo la mitad de la semana. De esto claramente el pr�ncipe o los jud�os, con quienes hace alianza, no tendr�an en cuenta.

La interpretaci�n de este pasaje es clara; el pacto por una semana con el pr�ncipe por venir, como si se acabaran 69 semanas solas, ignorando al Mes�as y su extirpaci�n, y media semana de total opresi�n a causa de los �dolos, hasta que se decretara la consumaci�n.

Nota 3

Esta es una expresi�n que se usa constantemente para los �ltimos juicios que caer�n sobre los jud�os (ver Isa�as 10:22 ; Isa�as 28:22 ). El segundo Verso de este �ltimo cap�tulo ( Isa�as 28:2 ) compara el desolador con un diluvio, como en el Verso 26 ( Daniel 9:26 ) del cap�tulo que estamos considerando.

El lector atento observar� que estos pasajes se refieren tambi�n a los acontecimientos de los �ltimos d�as. Observe tambi�n el pacto en Isa�as 28:15 e Isa�as 28:18 . Se pueden arrojar algunas dudas sobre la traducci�n "el desolado"; algunos lo traducen como "el desolador", y "hasta que la destrucci�n que est� decretada sea derramada [el juicio] sobre el desolador", o m�s bien, "hasta que la destrucci�n decretada sea derramada sobre el desolador".

"Para cualquiera que no est� muy familiarizado con la palabra, esto parece terminar mejor la oraci�n; pero me parece que aquellos que est�n familiarizados con todo el contenido de la Biblia y con su fraseolog�a admitir�n que la lectura que he dado es su significado m�s verdadero. El significado de la profec�a es el mismo en cualquier caso. La una traducci�n dice que la desolaci�n continuar� hasta el final del juicio, predeterminado por Dios; la otra, que no cesar� hasta la destrucci�n de el desolador, que viene a ser lo mismo.

La traducci�n que he dado me parece m�s exacta, m�s acorde con la palabra. Nuestra traducci�n al ingl�s dice "desolado", dando "desolador" en el margen. Pero la palabra no tiene la misma forma que la que se traduce como "desolador" en otros lugares donde el significado es cierto. La cl�usula anterior la he traducido "a causa de la protecci�n de los �dolos". La palabra es literalmente "ala" -sobre, o a causa de, el ala de las abominaciones. Y sabemos que la palabra ala se emplea habitualmente para protecci�n .

Nota #4

El poder de los gentiles existiendo al mismo tiempo. Sabemos por las Escrituras que la restauraci�n de Jerusal�n tuvo lugar bajo el reinado de los gentiles, as� como todo el curso de las sesenta y nueve semanas que seguramente han pasado. Los setenta tienen todos el mismo car�cter a este respecto. Es s�lo al final de los setenta que se concede el perd�n. Cualquiera que sea el instrumento para establecer el pacto, la cuarta bestia ser� en ese tiempo el poder gobernante de los gentiles, a quienes Dios ha encomendado autoridad.

Es muy importante, si queremos entender las setenta semanas, notar este estado de cosas: los jud�os restaurados, la ciudad reconstruida, pero los gentiles a�n ocupan el trono del mundo. Las setenta semanas tienen su curso s�lo bajo estas condiciones. Debe entenderse bien que es el pueblo de Daniel al que se refiere, y su ciudad, que han de ser restablecidas en su antiguo favor con Dios.

La longanimidad de Dios todav�a ahora espera. El poder gentil ya ha fallado en fidelidad; Babilonia ha sido derribada; por medio de la intercesi�n, los jud�os restauraron provisionalmente y reconstruyeron el templo. Las setenta semanas casi hab�an transcurrido cuando vino Cristo. Si los jud�os, y Jerusal�n en aquel d�a, se hubieran arrepentido, todo estar�a listo para su restablecimiento en gloria. Abraham, Isaac y Jacob podr�an haber resucitado, como lo hab�a hecho L�zaro.

Pero ella no sab�a el d�a de su visitaci�n, y el cumplimiento de las setenta semanas, as� como la bendici�n que seguir�a, tuvo que posponerse necesariamente. Por la gracia sabemos que Dios ten�a a�n m�s excelentes pensamientos y prop�sitos, y que el estado del hombre era tal que esto no pod�a ser, como lo demostr� el evento. En consecuencia, todo est� aqu� anunciado de antemano. (Comp�rese Isa�as 49:4-6 .)

Información bibliográfica
Darby, John. "Comentario sobre Daniel 9". "Sinopsis del Nuevo Testamento de Juan Darby". https://beta.studylight.org/commentaries/spa/dsn/daniel-9.html. 1857-67.
 
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