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San Juan 21

Sinopsis del Nuevo Testamento de DarbySinopsis de Darby

Versículos 1-25

El siguiente cap�tulo, mientras brinda un nuevo testimonio de la resurrecci�n de Jes�s, nos da al vers�culo 13 una imagen de la obra milenaria de Cristo; desde all� hasta el final, las porciones especiales de Pedro y Juan en relaci�n con su servicio a Cristo. La aplicaci�n se limita a la tierra, porque hab�an conocido a Jes�s en la tierra. Es Pablo quien nos dar� la posici�n celestial de Cristo y la asamblea. Pero �l no tiene lugar aqu�.

Guiados por Pedro, varios de los ap�stoles van a pescar. El Se�or los encuentra en las mismas circunstancias en que los encontr� al principio, y se les revela de la misma manera. Juan comprende de inmediato que es el Se�or. Pedro, con su habitual energ�a, se lanza al mar para alcanzarlo.

Obs�rvese aqu� que nos encontramos de nuevo sobre el terreno de los Evangelios hist�ricos, es decir, que el milagro de la corriente de los peces se identifica con la obra de Cristo en la tierra, y est� en el �mbito de su antigua asociaci�n con sus disc�pulos. . Es Galilea, no Betania. No tiene el car�cter habitual de la doctrina de este Evangelio, que presenta la Persona divina de Jes�s, fuera de toda dispensaci�n, aqu� abajo; elevando nuestros pensamientos por encima de todos esos temas.

Aqu� (al final del Evangelio y del esbozo dado en el cap�tulo 20 del resultado de la manifestaci�n de su Persona divina y de su obra) el evangelista entra por primera vez en el terreno de los sin�pticos, de la manifestaci�n y venida frutos de la conexi�n de Cristo con la tierra. As�, la aplicaci�n del pasaje a este punto no es meramente una idea que la narraci�n sugiere a la mente, sino que descansa sobre la ense�anza general de la palabra.

Todav�a hay una diferencia notable entre lo que ocurri� al principio y aqu�. En la escena anterior los barcos comenzaron a hundirse, las redes se rompieron. No es as� aqu�, y el Esp�ritu Santo marca esta circunstancia como distintiva: la obra milenaria de Cristo no se estropea. �l est� all� despu�s de su resurrecci�n, y lo que �l hace no descansa, en s� mismo, en la responsabilidad del hombre en cuanto a su efecto aqu� abajo: la red no se rompe.

Adem�s, cuando los disc�pulos traen los peces que hab�an pescado, el Se�or ya tiene algunos all�. As� ser� en la tierra al final. Antes de Su manifestaci�n habr� preparado un remanente para S� mismo en la tierra; pero despu�s de Su manifestaci�n �l reunir� una multitud tambi�n del mar de las naciones.

Otra idea se presenta. Cristo est� de nuevo como en compa��a de sus disc�pulos. "Ven", dice �l, "y come". Aqu� no se trata de cosas celestiales, sino de la renovaci�n de Su conexi�n con Su pueblo en el reino. Todo esto no pertenece inmediatamente al tema de este Evangelio, que nos lleva m�s alto. En consecuencia, se presenta de una manera misteriosa y simb�lica. Se habla de esta aparici�n de Cristo como su tercera manifestaci�n.

Dudo que Su manifestaci�n en la tierra antes de Su muerte est� incluida en el n�mero. Prefiero aplicarlo a aquello que, primero, despu�s de Su resurrecci�n, dio lugar a la reuni�n de los santos como asamblea; en segundo lugar, a una revelaci�n de s� mismo a los jud�os a la manera de lo que se presenta en el Cantar de los Cantares; y finalmente aqu� a la exhibici�n p�blica de Su poder, cuando �l ya haya reunido al remanente.

Su aparici�n como el rel�mpago est� fuera de todas estas cosas. Hist�ricamente las tres apariciones fueron el d�a de Su resurrecci�n; el siguiente primer d�a de la semana; y su aparici�n en el mar de Galilea.

Despu�s, en un pasaje lleno de gracia inefable, encomienda a Pedro el cuidado de sus ovejas (es decir, no lo dudo, de sus ovejas jud�as; es el ap�stol de la circuncisi�n), y deja a Juan un tiempo indefinido de estancia sobre la tierra Sus palabras se aplican mucho m�s a su ministerio que a sus personas, con la excepci�n de un vers�culo que se refiere a Pedro. Pero esto exige un poco m�s de desarrollo.

El Se�or comienza con la completa restauraci�n del alma de Pedro. No le reprocha su culpa, sino que juzga la fuente del mal que le produjo la confianza en s� mismo. Pedro hab�a declarado que si todos negaban a Jes�s, al menos �l no lo negar�a. Por lo tanto, el Se�or le pregunta: "�Me amas m�s que estos?" y Pedro se ve reducido a reconocer que se requer�a la omnisciencia de Dios para saber que �l, que se hab�a jactado de tener m�s amor que todos los dem�s por Jes�s, realmente ten�a alg�n afecto por �l.

Y la pregunta repetida tres veces debe de haber buscado en lo m�s profundo de su coraz�n. No fue sino hasta la tercera vez que dice: "T� sabes todas las cosas; t� sabes que te amo". Jes�s no dej� ir su conciencia hasta que lleg� a esto. Sin embargo, la gracia que hizo esto por el bien de Pedro, la gracia que lo hab�a seguido a pesar de todo, orando por �l antes de que sintiera su necesidad o hubiera cometido la falta, tambi�n aqu� es perfecta.

Porque, en el momento en que podr�a pensarse que a lo sumo ser�a readmitido por la paciencia divina, se le prodiga el m�s fuerte testimonio de la gracia. Cuando es humillado por su ca�da y llevado a una dependencia total de la gracia, la gracia sobreabundante se manifiesta. El Se�or le encomienda lo que m�s amaba a las ovejas que acababa de redimir. Los encomienda al cuidado de Pedro. Esta es la gracia que supera todo lo que el hombre es, que est� por encima de todo lo que el hombre es; lo cual, en consecuencia, produce confianza, no en s� mismo, sino en Dios, como Aquel en cuya gracia siempre se puede confiar, como lleno de gracia y perfecto en esa gracia que est� sobre todo, y es siempre �l mismo; �La gracia que nos hace capaces de realizar la obra de la gracia hacia qui�n? hombre que lo necesita. Crea confianza en proporci�n a la medida en que act�a.

Pienso que las palabras del Se�or se aplican a las ovejas ya conocidas por Pedro; y con quien solo Jes�s hab�a estado en conexi�n diaria; quien naturalmente estar�a en Su mente, y que en la escena que vemos en este cap�tulo nos presenta a las ovejas de la casa de Israel.

Me parece que hay progresi�n en lo que el Se�or dice a Pedro. �l pregunta: "�Me amas m�s que estos?" Pedro dice: "T� sabes que te tengo cari�o". Jes�s responde: "Apacienta mis corderos". La segunda vez �l dice solamente: "�Me amas?" omitiendo la comparaci�n entre Pedro y los dem�s, y su anterior pretensi�n. Pedro repite la declaraci�n de su afecto. Jes�s le dice: "Pastorea mis ovejas.

La tercera vez dice: "�Me tienes cari�o?" usando la misma expresi�n de Pedro; y al responder Pedro, como hemos visto, captando este uso de sus palabras por parte del Se�or, dice: "Apacienta mis ovejas". los lazos conocidos en la tierra entre Pedro y Cristo lo hicieron apto para apacentar el reba�o del remanente jud�o, para apacentar los corderos, mostr�ndoles al Mes�as tal como hab�a sido, y para actuar como pastor, guiando a los que estaban m�s avanzados, y en el suministro de alimentos.

Pero la gracia del amoroso Salvador no se detuvo aqu�. Pedro todav�a podr�a sentir el dolor de haber perdido tal oportunidad de confesar al Se�or en el momento cr�tico. Jes�s le asegura que si no lo ha hecho por su propia voluntad, se le debe permitir hacerlo por la voluntad de Dios; y as� como cuando joven se ci�� a s� mismo, otros deber�an ce�irlo cuando fuera viejo y llevarlo a donde �l no quisiera. Debe serle dado por la voluntad de Dios morir por el Se�or, como antes se hab�a declarado dispuesto a hacerlo por sus propias fuerzas.

Ahora tambi�n que Pedro fue humillado y puesto enteramente bajo la gracia que sab�a que no ten�a fuerzas que sent�a su dependencia del Se�or, su completa ineficiencia si confiaba en su propio poder ahora, repito, el Se�or llama a Pedro a seguirlo; lo cual hab�a pretendido hacer, cuando el Se�or le hab�a dicho que no pod�a. Esto era lo que su coraz�n deseaba. Alimentando a aquellos a quienes Jes�s hab�a continuado alimentando hasta Su muerte, deber�a ver a Israel rechazar todo, tal como Cristo los hab�a visto hacer; y terminar� su propia obra, as� como Cristo hab�a visto terminar su obra (el juicio a punto de caer, y comenzando por la casa de Dios). Finalmente, lo que hab�a pretendido hacer y no pod�a, ahora seguir�a a Cristo a la prisi�n ya la muerte.

Luego viene la historia del disc�pulo a quien Jes�s amaba. Habiendo Juan, sin duda, o�do el llamado dirigido a Pedro, tambi�n se sigue a s� mismo; y Pedro, unido a �l, como hemos visto, por su com�n amor al Se�or, le pregunta qu� debe sucederle a �l tambi�n. La respuesta del Se�or anuncia la porci�n y ministerio de Juan, pero, seg�n me parece, en conexi�n con la tierra. Pero la expresi�n enigm�tica del Se�or es, sin embargo, tan notable como importante: "Si quiero que �l se quede hasta que yo venga, �qu� a ti?" Pensaron, en consecuencia, que Juan no morir�a.

El Se�or no lo dijo como una advertencia para no atribuir un significado a Sus palabras, en lugar de recibir uno; y al mismo tiempo manifestando nuestra necesidad de la ayuda del Esp�ritu Santo; porque las palabras literalmente podr�an tomarse as�. Atendiendo yo mismo, conf�o, a esta advertencia, dir� lo que creo que es el sentido de las palabras del Se�or, que no dudo que sea un sentido que da clave a muchas otras expresiones del mismo g�nero.

En la narraci�n del Evangelio, estamos en conexi�n con la tierra (es decir, la conexi�n de Jes�s con la tierra). Tal como fue plantada en la tierra en Jerusal�n, se reconoce formalmente que la asamblea, como la casa de Dios, toma el lugar de la casa de Jehov� en Jerusal�n. La historia de la asamblea, as� formalmente establecida como centro en la tierra, termin� con la destrucci�n de Jerusal�n. El remanente salvado por el Mes�as ya no estar�a en conexi�n con Jerusal�n, el centro del recogimiento de los gentiles.

En este sentido la destrucci�n de Jerusal�n puso fin judicialmente al nuevo sistema de Dios sobre la tierra, sistema promulgado por Pedro ( Hechos 3 ); con respecto a lo cual Esteban declar� a los jud�os su resistencia al Esp�ritu Santo, y fue enviado, por as� decirlo, como un mensajero despu�s de Aquel que se hab�a ido para recibir el reino y volver; mientras que Pablo, elegido de entre aquellos enemigos de la buena noticia todav�a dirigida a los jud�os por el Esp�ritu Santo despu�s de la muerte de Cristo, y separado de jud�os y gentiles, para ser enviado a estos �ltimos realiza una obra nueva que estaba oculta a los profetas de la antig�edad, a saber, la reuni�n de una asamblea celestial sin distinci�n de jud�os o gentiles.

La destrucci�n de Jerusal�n puso fin a uno de estos sistemas ya la existencia del juda�smo seg�n la ley y las promesas, dejando s�lo la asamblea celestial. Juan permaneci� el �ltimo de los doce hasta este per�odo, y despu�s de Pablo, para velar por la asamblea establecida sobre esa base, es decir, como el marco organizado y terrenal (responsable en ese car�cter) del testimonio de Dios. , y el tema de Su gobierno en la tierra.

Pero esto no es todo. En su ministerio Juan prosigui� hasta el final, hasta la venida de Cristo en juicio a la tierra; y ha vinculado el juicio de la asamblea, como el testigo responsable en la tierra, con el juicio del mundo, cuando Dios reanude Su conexi�n con la tierra en el gobierno (habiendo terminado el testimonio de la asamblea, y habiendo sido arrebatado , seg�n su car�cter propio, estar con el Se�or en el cielo).

As� el Apocalipsis presenta el juicio de la asamblea en la tierra, como el testimonio formal de la verdad; y luego pasa a la reanudaci�n del gobierno de la tierra por parte de Dios, en vista del establecimiento del Cordero sobre el trono, y la eliminaci�n del poder del mal. El car�cter celestial de la asamblea s�lo se encuentra all�, cuando sus miembros se exhiben en tronos como reyes y sacerdotes, y cuando las bodas del Cordero tienen lugar en el cielo.

La tierra despu�s de las Siete Iglesias ya no tiene el testimonio celestial. No es el sujeto, ni en las siete asambleas, ni en la parte propiamente llamada prof�tica. As�, tomando las asambleas como tales en aquellos d�as, no se ve all� la asamblea seg�n Pablo. Tomando las asambleas como descripciones de la asamblea, sujeto del gobierno de Dios en la tierra, lo tenemos hasta su rechazo final; y la historia es continua, y la parte prof�tica se conecta inmediatamente con el final de la asamblea: s�lo que, en lugar de ella, tenemos el mundo y luego los jud�os.

[71] Por tanto, la venida de Cristo, de la que se habla al final del Evangelio, es su manifestaci�n en la tierra; y Juan, que vivi� en persona hasta el final de todo lo introducido por el Se�or en relaci�n con Jerusal�n, contin�a aqu�, en su ministerio, hasta la manifestaci�n de Cristo al mundo.

En Juan, entonces, tenemos dos cosas. Por un lado, su ministerio, en cuanto conectado con la dispensaci�n y con los caminos de Dios, no va m�s all� de lo terrenal: la venida de Cristo, es su manifestaci�n para completar esos caminos, y para establecer el gobierno de Dios. . Por otro lado, nos vincula con la Persona de Jes�s, quien est� por encima y fuera de todas las dispensaciones y de todos los tratos de Dios, salvo como la manifestaci�n de Dios mismo.

Juan no entra en el terreno de la asamblea como lo expone Pablo. Es Jes�s personalmente, o las relaciones de Dios con la tierra. [72] Su ep�stola presenta la reproducci�n de la vida de Cristo en nosotros mismos, protegi�ndonos as� de todas las pretensiones de los maestros perversos. Pero por estas dos partes de la verdad, tenemos un precioso sostenimiento de la fe que se nos da, cuando todo lo que pertenece al cuerpo del testimonio puede fallar: Jes�s, personalmente el objeto de la fe en quien conocemos a Dios; la vida misma de Dios, reproducida en nosotros, como vivificada por Cristo.

Esto es para siempre verdad, y esta es la vida eterna, si estuvi�ramos solos sin la asamblea en la tierra: y nos conduce sobre sus ruinas, en posesi�n de lo que es esencial y de lo que permanecer� para siempre. El gobierno de Dios decidir� todo lo dem�s: solamente es nuestro privilegio y deber mantener la parte de Pablo del testimonio de Dios, mientras podamos por la gracia.

Tenga en cuenta tambi�n que la obra de Pedro y Pablo es la de reunir, ya sea en la circuncisi�n o los gentiles. John es conservador, manteniendo lo que es esencial en la vida eterna. Relata el juicio de Dios en relaci�n con el mundo, pero como un tema que est� fuera de sus propias relaciones con Dios, que se dan como introducci�n y exordio al Apocalipsis. Sigue a Cristo cuando Pedro es llamado, porque, aunque Pedro se ocupaba, como Cristo, de la llamada de los jud�os, Juan, sin ser llamado a esa obra, le segu�a por el mismo terreno. El Se�or lo explica, como hemos visto.

Juan 21:24-25 son una especie de inscripci�n en el libro. Juan no ha relatado todo lo que hizo Jes�s, sino lo que le revel� como vida eterna. En cuanto a Sus obras, no pod�an ser numeradas.

Aqu�, gracias a Dios, est�n abiertos estos cuatro preciosos libros, en la medida en que Dios me ha permitido hacerlo, en sus grandes principios. La meditaci�n sobre su contenido en detalle, debo dejarla a cada coraz�n individual, asistido por la poderosa operaci�n del Esp�ritu Santo; porque si se estudiara en detalle, casi se podr�a decir con el ap�stol que el mundo no contendr�a los libros que deber�an escribirse. �Que Dios en Su gracia conduzca a las almas al disfrute de las corrientes inagotables de gracia y verdad en Jes�s que ellas contienen!

Nota #71

As� tenemos en la vida ministerial, y en la ense�anza, de Pedro y Juan, toda la historia terrenal religiosa desde el principio hasta el fin; comenzando con los jud�os como continuaci�n de las relaciones de Cristo con ellos, atravesando toda la �poca cristiana y encontr�ndose nuevamente, despu�s del cierre de la historia terrenal de la asamblea, sobre la base de la relaci�n de Dios con el mundo (que comprende el remanente jud�o ) con vistas a la introducci�n del Primog�nito en el mundo (el �ltimo acontecimiento glorioso que pone fin a la historia que comenz� con Su rechazo). Pablo est� en un terreno muy diferente. Ve a la asamblea, como el cuerpo de Cristo, unido a �l en el cielo.

Nota #72

Juan presenta al Padre manifestado en el Hijo, Dios manifestado por el Hijo en el seno del Padre, y eso adem�s como vida eterna Dios para nosotros, y vida. Pablo es empleado para revelar nuestra presentaci�n a Dios en �l. Aunque cada uno alude de paso al otro punto, uno se caracteriza por la presentaci�n de Dios a nosotros, y la vida eterna dada, el otro, por nuestra presentaci�n a Dios.

Información bibliográfica
Darby, John. "Comentario sobre John 21". "Sinopsis del Nuevo Testamento de Juan Darby". https://beta.studylight.org/commentaries/spa/dsn/john-21.html. 1857-67.