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Bible Commentaries
Romanos 16

Comentario Crítico y Explicativo sobre Toda la Biblia - Sin abreviarComentario Crítico Sin Abreviar

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Versículos 1-27

CAPITULO 16

CONCLUSION. ABARCA VARIAS SALUTACIONES Y RECOMENDACIONES, Y LA ORACION DE CLAUSURA.
1. Encomi�ndoos empero a Febe nuestra hermana, la cual es diaconisa de la iglesia que est� en Cencreas-en la parte oriental de Corinto (Act 18:18). No hay raz�n para dudar que hubiera en las iglesias primitivas diaconisas que atendiesen las necesidades de las miembros. Por lo menos, all� por el reinado de Trajano, seg�n nos informamos por la c�lebre carta de Plinio dirigida a aquel emperador-a�o 110, o 111 d. de C.-las hab�a en las iglesias orientales. En efecto, a causa de la relaci�n existente entonces entre los sexos opuestos, algo de esa suerte hubiera parecido ser una necesidad. Las tentativas modernas, sin embargo, por restablecer este oficio, pocas veces han resultado favorables; ya fuese debido al estado alterado de la sociedad o por el abuso del oficio, o por ambas razones.
2. Que la recib�is en el Se�or-Esto es, como fiel disc�pula del Se�or Jes�s. como es digno a los santos-como los santos deben recibir a los santos. y que la ayud�is en cualquier cosa en que os hubiere menester-en cualquier negocio particular de ella. ha ayudado a muchos, y a m� mismo-V�ase Psa 41:1-3; 2Ti 1:16-18.
3-5. Saludad a Priscila-La lecci�n correcta es �Prisca,� como en 2Ti 4:19, y es una forma contra�da de Priscila, como �Silas� de �Silvano.� y a Aquila, mis coadjutores-Aqu� se nombra la esposa antes del marido (como en Heb 18:18. y v. 26, seg�n la lecci�n correcta; tambi�n en 2Ti 4:19), probablemente porque ella era m�s prominente y �til en la obra. pusieron sus cuellos-Esto es, arriesgaron la vida por Pablo en Corinto (Act 18:6, Act 18:9-10), o m�s probablemente en Efeso (Act 19:30-31; comp. 1Co 15:32). Debieron haber regresado de Efeso, donde los vimos por �ltima vez en la historia de Los Hechos, a Roma, de donde hab�an sido desterrados por el edicto de Claudio (Act 18:2); y eran, sin duda, si no los principales miembros de aquella comunidad cristiana, al menos los m�s queridos de nuestro ap�stol. a los cuales no doy gracias yo solo, mas aun todas las iglesias de los Gentiles-a cuyo ap�stol especial este querido matrimonio hab�a salvado de peligro inminente.
5. Asimismo a la iglesia de su casa-La asamblea cristiana que se reun�a regularmente all� para el culto. �Por su ocupaci�n como fabricantes de tiendas, probablemetne ten�an mejores comodidades para las reuniones de la iglesia que los dem�s cristianos.� [Hodge.] Es probable que este consagrado matrimonio hab�a escrito al ap�stol tocante a las reuniones regulares en su casa de tal manera que se sent�a como uno de ellos. y por esto los inclu�a en sus salutaciones, las que sin duda ser�an le�das en las reuniones con especial inter�s. Saludad a Epeneto, amado m�o, que es las primicias [mi primer convertido] de Acaya en Cristo-La lecci�n correcta aqu�, como aparece en los manuscritos, es: �las primicias de Asia para Cristo�-esto es, el Asia Proconsular (v�ase Act 16:6). En 1Co 16:15 se dice que �la casa de Est�fanas era las primicias de Acaya;� y aunque Est�fanas fuese uno de dicha familia, pueden reconciliarse ambas declaraciones seg�n el texto recibido, y no hay necesidad de invocar esta suposici�n, puesto que aquel texto en este caso est� sin autoridad. Epeneto, como el primer creyente de la regi�n llamada el Asia Proconsular, era querido al ap�stol. V�ase Hos 9:10; y Mic 7:1. Ninguno de los nombres mencionados en los vv. 5 al 15 son conocidos de otra manera. Uno se admira del n�mero de ellos, puesto que el escritor nunca hab�a estado en Roma. Pero como Roma era entonces el centro del mundo civilizado, a donde y de donde se viajaba hasta las partes m�s remotas, no hay gran dificultad en suponer que un misionero tan activo como Pablo, con el tiempo, ser�a conocedor de un n�mero considerable de cristianos residentes en Roma.
6. Saludad a Mar�a, la cual ha trabajado mucho con [�por�] vosotros-se ocupaba, sin duda, en actividades propias de su sexo.
7. Saludad a Andr�nico y a Junia-o posiblemente, �Junias,� forma contra�da de �Junianus:� en este caso, es nombre de var�n. Pero si, como es m�s probable, la palabra es, como en nuestra versi�n, �Junia,� la persona referida ser�a la esposa o la hermana de Andr�nico. mis compa�eros en la cautividad-En qu� ocasi�n, es imposible decir, porque el ap�stol en otra parte dice que estuvo en c�rceles muchas veces (2Co 11:23). los que son insignes entre los ap�stoles-Los que opinan que aqu� se usa la palabra �ap�stoles� en un sentido indeterminado, como en los Hechos y las Ep�stolas, entienden que �stos eran dos �ap�stoles renombrados� [Cris�stomo, Lutero, Calvino, Bengel, Olshausen, Tholuck, Alford, Jowett]; los que dudan que la palabra se aplique a otros fuera del c�rculo de los doce, salvo donde se emplea con el calificativo que indique el ser �enviado,� entienden que la expresi�n aqu� usada significa �personas estimadas de los ap�stoles.� [Beza, Grocio, de Wette, Meyer, Fritzsche, Stuart, Philippi. Hodge.] Por supuesto, si se entiende que �Junia� es mujer, este �ltimo debe ser el sentido de la frase. fueron antes de m� en Cristo-El ap�stol escribe como si les envidiara esta prioridad en la fe. Y, por cierto, si el estar �en Cristo� es la condici�n humana m�s envidiable, con cuanta m�s anterioridad sea la fecha de esta bendita transacci�n, tanto mayor la gracia de ella. Este dicho acerca de Andr�nico y Junia parece arrojar luz sobre el anterior. Muy posiblemente ellos hab�an sido de las primicias de las labores de Pedro, convertidos a Cristo o en el d�a de Pentecost�s o en alguno de los d�as subsecuentes. En ese caso, puede ser que se hubiesen granjeado la estima especial de aquellos ap�stoles que resid�an entonces en Jerusal�n o en sus cercan�as; y nuestro ap�stol, aunque lleg� a tener contacto con los dem�s ap�stoles m�s tarde, conocedor de este hecho, hubiera tenido placer en hacer referencia a ello.
8. Saludad a Amplias-Forma contra�da de �Ampliatus� (Ampliato). amado m�o en el Se�or-Una expresi�n cari�osa de afecto cristiano.
9, 10. Saludad a Urbano, nuestro ayudador-�colaborador�-en Cristo Jes�s � a Apeles, probado en Cristo-o como dir�amos: �el cristiano probado�. �Qu� recomendaci�n tan noble! Saludad a los que son de Arist�bulo-Parecer�a, por lo que se dice luego tocante a los cristianos que viv�an en casa de Narciso, que este Arist�bulo mismo no era cristiano, sino que se hace referencia solamente a los de su casa, acaso a sus esclavos.
11. a Herodi�n, mi pariente-(nota, v. 7). a los que son de la casa de Narciso, los que est�n en el Se�or-lo que infiere que otros de su casa, �l mismo inclusive probablemente, no eran cristianos.
12. a Trifena y a Trifosa, las cuales trabajaban en el Se�or-dos mujeres activas. a P�rcida amada, la cual ha trabajado mucho en el Se�or-Aqu� se refiere, probablemente, no a servicios oficiales, como los que tocaban a las diaconisas, sino a servicios cristianos superiores-dentro de la competencia de la mujer-tales como los que Priscila prest� a Apolos y a otros (Act 18:18).
13. a Rufo [el], escogido en el Se�or-Lo que significa, no �el que es elegido,� como lo es todo creyente, sino �el electo,� o �el precioso� en el Se�or. (1Pe 2:4; 2Jo 1:13.) Leemos en Mar 15:21 que Sim�n de Cirene, a quien obligaron a llevar la cruz de nuestro Se�or, era �el padre de Alejandro y de Rufo.� De esto conclu�mos naturalmente que, cuando Marcos escribi� su Evangelio, Alejandro y Rufo eran cristianos bien conocidos entre aquellos que debieron ser los primeros en leer su evangelio. Con toda probabilidad, �ste era el mismo Rufo, y en tal caso se aumenta nuestro inter�s por lo que se dice a continuaci�n acerca de su madre. y a su madre y m�a-El ap�stol la llama �madre m�a�, no tanto en el sentido en que el Se�or llama madre suya a toda creyente anciana (Mat 12:49-50), sino en grato reconocimiento de las atenciones maternales recibidas de parte de ella, motivadas sin duda por el amor que sent�a hacia su Maestro y hacia los nobles siervos de su Se�or. Nos parece a nosotros del todo probable que la conversi�n de Sim�n de Cirene databa de aquel d�a memorable cuando al pasar (casualmente), �viniendo del campo (Mar 15:21), le obligaron a llevar� la cruz del Salvador. �Dulce compulsi�n, si lo que �l contempl� entonces, contribuy� en su decisi�n para tomar voluntariamente su propia cruz! Es natural suponer que por su instrumentalidad, su esposa ser�a convertida, y que esta pareja creyente, ahora �herederos juntamente de la gracia de la vida� (1Pe 3:7), al narrar a sus dos hijos, Alejandro y Rufo, el honor que hab�a sido conferido a su padre, sin saberlo, en aquella hora de tanta significaci�n para todos los cristianos, ser�an bendecidos en llevarlos ambos a Cristo. En tal caso, suponi�ndose que el hermano mayor ya hab�a partido a estar con Cristo, o bien, que resid�a en alguna parte remota, y que Rufo quedaba solo con la madre, �qu� instructivo y hermoso es el testimonio que aqu� se da de ella!
14, 15. Saludad a As�ncrito, etc.-Se ha cre�do que �stos son nombres de cristianos menos notables que los ya nombrados. Pero apenas se aceptar� esta suposici�n, sin que uno observe que est�n divididos en dos grupos de cinco cada uno, y que despu�s del primer grupo se agrega: �a los hermanos que est�n con ellos,� mientras que despu�s del segundo grupo tenemos estas palabras: �y a todos los santos que est�n con ellos.� Esto apenas significa que cada uno de los cinco hermanos de cada grupo tuviese �una iglesia en su casa;� de otro modo, se hubiera dicho m�s expresamente. Pero al menos parece indicar que la casa de cada uno de ellos era un centro en el cual se reun�an unos pocos cristianos-acaso para instrucci�n, o para oraci�n, o con prop�sitos misioneros, o para otros fines espirituales. Estas peque�as ojeadas en las formas rudimentarias de confraternidad cristiana practicadas por los cristianos en las ciudades grandes, aunque no se basan sino en conjeturas, son singularmente interesantes. Nuestro ap�stol, seg�n parece, era informado minuciosamente en cuanto al estado de la iglesia romana, tanto acerca de sus miembros como de sus varias actividades, probablemente por medio de Priscila y Aquila.
16. Saludaos los unos a los otros con �sculo santo-V�ase 1Co 16:20; 1Th 5:26; 1Pe 5:14. La costumbre prevalec�a entre los jud�os, y sin duda provino del Oriente, donde a�n existe. Su adopci�n en las iglesias cristianas, como s�mbolo de una comuni�n superior a la que jam�s se expresara antes, fu� probablemente tan inmediata como fu� natural. En este caso el deseo del ap�stol parece ser que ellos, al recibir su ep�stola, con las salutaciones en ella encomendadas, testificasen expresamente de esta manera su afecto cristiano. Despu�s lleg� a tener un puesto fijo en el culto de la iglesia, inmediatamente despu�s de la cena del Se�or, y sigui� en uso por mucho tiempo. No obstante, antes de adoptar tales pr�cticas, deben estudiarse las condiciones sociales, as� como las peculiaridades de las diferentes regiones. Os saludan todas las iglesias de Cristo-Esta es la lecci�n correcta; pero la palabra �todas� se vino omitiendo, porque probablemente parec�a expresar m�s de lo que el ap�stol osara afirmar. Pero parece significar solamente que el ap�stol quer�a asegurar a los romanos en cu�nta estimaci�n afectuosa los ten�an las iglesias en general; todas las que supieron que �l estaba escribiendo a los romanos pidieron expresamente que sus propias salutaciones fuesen enviadas (v�ase v. 19).
17. Y os ruego hermanos, que mir�is los que causan disensiones y esc�ndalos contra la doctrina que vosotros hab�is aprendido [�aprendisteis�]; y apartaos de ellos-Los fomentadores de �disenciones� a que aqu� se hace referencia, probablemente eran aquellos que estaban en contra de las verdades ense�adas en la ep�stola; y los que causaban �esc�ndalos,� o �disgustos,� eran probablemente los indicados en el cap. 14:15, quienes arrogantemente desde�aban los prejuicios de los d�biles. La instrucci�n en cuanto a aqu�llos y �stos era que fuesen vigilados, en primer t�rmino, para prevenir el mal, y luego, que se apartasen de los tales (comp. 2Th 3:6, 2Th 3:14) para no tomar responsabilidad alguna por la conducta de ellos ni tampoco para parecer darles la menor aprobaci�n.
18. Porque los tales no sirven � sino a sus vientres-No en el sentido m�s grosero, sino como �viviendo para las indignas finalidades propias� (comp. Phi 3:19). y con suaves palabras y bendiciones enga�an los corazones de los simples-Es decir, de los imprudentes, los no suspicaces. V�ase Pro 14:15.
19. Porque vuestra obediencia ha venido a ser notoria a todos; as� que me gozo de vosotros; mas quiero que se�is sabios en [�para�] el bien, y simples en [�para�] el mal-V�ase Mat 10:16, de donde vino esta amonestaci�n. Es como si se dijera: �Vuestro buen nombre entre las iglesias porque hab�is sido obedientes a la ense�anza que recibisteis, me es suficiente base para tener confianza en vosotros; pero necesit�is la sabidur�a de la serpiente para distinguir entre la verdad di�fana y el error plausible, con una sencillez que instintivamente se adhiere a aqu�lla y rechaza a �ste.�
20. Y el Dios de paz quebrantar� presto a Satan�s debajo de vuestros pies-El ap�stol anima a los romanos a perseverar en su resistencia en contra de los artificios del diablo asegur�ndoles que ellos, como buenos soldados de Jesucristo, �pronto� estar�n libres de dicha responsabilidad y tendr�n la satisfacci�n de �poner los pies en el cuello� de aquel enemigo formidable-s�mbolo conocido, probablemente, en todas las lenguas, para expresar no s�lo la perfecci�n de la derrota sino tambi�n la abyecta humillaci�n del enemigo vencido. V�ase Jos 10:24; 2Sa 22:41; Eze 21:29; Psa 91:13. Aunque el ap�stol aqu� llama �el Dios de paz� a aquel que ha de quebrantar a Satan�s, con especial referencia a las disenciones� (v. 17) que amenazaban con perturbar la iglesia de Roma, esta sublime denominaci�n de Dios tiene aqu� un sentido m�s amplio, e indica que �el prop�sito por el cual el Hijo de Dios se manifest�, fu� para destruir las obras del diablo� (1Jo 3:8); y en verdad, esta seguridad no es sino la reproducci�n de la primera gran promesa, de que la simiente de la mujer quebrantar�a la cabeza de la serpiente (Gen 3:15). La gracia del Se�or nuestro Jesucristo sea con vosotros.-La adici�n del �am�n� aqu� no tiene la autoridad de los manuscritos. Lo que sigue despu�s de este punto, donde uno pensar�a que la ep�stola deber�a concluirse, tiene su paralelo en Phi 4:20, etc., y siendo un hecho com�n de los escritos epistolares, es sencillamente una marca de la genuinidad.
21. Os saludan Timoteo, mi coadjutor-V�ase Act 16:1-5. El ap�stol lo menciona aqu� m�s bien que en la introducci�n, porque Timoteo no hab�a estado en Roma. [Bengel.] y Lucio-No Lucas, porque la forma completa de �Lucas� no es �Lucio,� sino �Lucano.� La persona indicada parece ser �Lucio de Cirene,� quien estuvo entre los �profetas y doctores� en Antioqu�a con nuestro ap�stol antes que fuese llamado a los campos misioneros. (Act 13:1.) y Jas�n-V�ase Act 17:5. Probablemente �l acompa�� al ap�stol, o le sigui�, de Tesal�nica a Corinto. y Sosipater-V�ase Act 20:4.
22. Yo Tercio, que escrib� la ep�stola-como amanuense, o escribiente. os saludo en el Se�or-El ap�stol acostumbraba dictar sus ep�stolas, y por esto en G�latas llama la atenci�n de sus lectores al hecho de que a ellos les hab�a escrito de su propia mano. (Gal 6:11.) Pero Tercio quer�a que los romanos supiesen que �l, lejos de ser un mero escribiente, sent�a sincero afecto cristiano hacia los romanos, y que el ap�stol, haciendo insertar esta salutaci�n aqu�, quer�a hacer notorio qu� clase de ayudante �l empleaba.
23. Gayo, mi hu�sped, y [el] de toda la iglesia-V�ase Act 20:4. Parece que Gayo fu� una de las �nicas dos personas que Pablo bautiz� con su propia mano; comp. 3Jo 1:1. Su hospitalidad cristiana parece haber sido una cosa no com�n. Erasto, tesorero de la ciudad-Sin duda de Corinto. V�ase Act 19:22; 2Ti 4:20. y el hermano Cuarto-M�s bien, �Cuarto, el hermano nuestro;� como se llama a S�stenes y a Timoteo en 1Co 1:1, y 2Co 1:1. (El griego.) Nada m�s se sabe de este Cuarto.
24. La gracia, etc.-Aqu� se repite la misma bendici�n precisamente como est� en el v. 20, salvo que aqu� se invoca sobre �todos� ellos.
25. Y al que puede [Jud 1:24] confirmaros seg�n mi evang�lio y la predicaci�n-Esto es, de conformidad con las verdades del evangelio que yo predico, y no s�lo yo, sino tambi�n todos aquellos a los que ha sido encomendada �la predicaci�n de Jesucristo�-seg�n la revelaci�n del misterio (v�ase nota, cap. 11:25), encubierto desde tiempos eternos-o �durante siglos eternos�-Mas manifestado ahora-Aqu� se hace referencia a aquel rasgo peculiar de la dispensaci�n evang�lica que se llev� a efecto pr�ctico por medio de Pablo y fue revelado en su ense�anza; es decir, la introducci�n de los creyentes gentiles a una igualdad con sus hermanos jud�os, y la nueva forma que tom� la idea del reino de Dios y que fu� para los jud�os bien sorprendente. V�ase Eph 3:1-10, etc. Esto lo llama aqu� el ap�stol un misterio, o secreto, que hasta entonces hab�a sido encubierto o guardado, pero que ahora ha sido plenamente revelado, y cuyo sentido ser� manifestado en el vers�culo siguiente; y su oraci�n por los cristianos romanos, en la forma de una doxolog�a dirigida a aqu�l que puede hacer lo que Pablo pidi�, es que ellos sean establecidos en la verdad del evangelio, no s�lo en el car�cter esencial de ella, sino especialmente en aquel rasgo de la misma que les autoriz� como creyentes gent�licos, para ocupar un puesto digno entre el pueblo de Dios. Y por las Escrituras de los profetas, seg�n el mandamiento del Dios eterno, declarado a todas las gentes [�naciones�] para que obedezcan-A fin de que los jud�os no pensasen, a causa de lo que acababa de decir, que Dios hubiese obrado en su pueblo un cambio tan vasto en su condici�n sin darles noticia previa alguna, el ap�stol aqu� agrega que, al contrario, �los escritos de los profetas� contienen todo lo que �l y los dem�s predicadores del evangelio proclaman sobre estos temas, y que, en efecto, el mismo Dios que �en las edades eternas� hab�a guardado estas cosas encubiertas, hab�a dado �mandamiento� que ahora, seg�n el tenor de dichas escrituras prof�ticas, fuesen impartidas a todas las naciones para la aceptaci�n de ellas por la fe.
27. Al solo Dios sabio, etc.-�Al solo Dios sabio por Jesucristo (lit.,) a quien sea �� Vale decir: �a �l digo que sea gloria �� Al comenzar la ep�stola, �sta es una tributaci�n de gloria al poder que pod�a hacer todo esto; y al concluirla, atribuye gloria a la sabidur�a que hizo los planes y preside la agrupaci�n del pueblo redimido de entre todas las naciones. El ap�stol a�ade un ferviente �Am�n,� el que el lector-si le ha seguido con el mismo asombro y deleite del que estas palabras escribe-repetir� tambi�n con fervor. Sobre esta secci�n concluyente de la ep�stola, notemos: (1) En las manifestaciones minuciosas y delicadas del sentimiento cristiano, as� como en el vivo inter�s por las acciones m�s peque�as de la vida que son el fruto del amor y el celo cristianos, y que se han presentado en esta ep�stola de manera tan inteligente e inspirada, como en verdad lo son todos los escritos de nuestro ap�stol, tenemos el secreto de aquella grandeza de car�cter que ha hecho que el nombre de Pablo ocupe un lugar privilegiado en la estimaci�n del cristianismo inteligente de toda edad; y el secreto de aquella influencia que como siervo de Dios, y m�s que todos los dem�s ap�stoles, �l ya ha ejercido, y aun deber� ejercer sobre el pensamiento y el sentimiento religioso de los hombres. Ni puede alguien imitarle en estas peculiaridades sin ejercer tambi�n una correspondiente influencia sobre todos los que tengan contacto con �l (vv. 1-16). (2) �La astucia de la serpiente y la mansedumbre de la paloma�-al intimar las cuales nuestro ap�stol no hace sino repetir la ense�anza de su Se�or (Mat 10:16)-son una combinaci�n de cualidades que as� como son raras entre los cristianos son de vasta importancia. En toda edad, ha habido en la iglesia verdaderos cristianos cuyo estudio excesivo de la sabidur�a de la serpiente ha penetrado tanto en su sencillez y sinceridad que es de temerse que sean poco mejores que lobos vestidos de ovejas. Ni se puede negar por otra parte que, ya sea por su ineptitud o por la indisposici�n para juzgar con la debida discriminaci�n entre lo bueno y lo malo, muchos cristianos eminentemente sencillos, espirituales, y consagrados, han ejercido en su vida poca o ninguna influencia sobre secci�n alguna de la sociedad en que viven. Que el consejo del ap�stol bajo este tema sea recibido para estudio, especialmente por los cristianos j�venes cuyo car�cter est� a�n en formaci�n, y cuya esfera permanente en la vida no est� sino parcialmente determinada; y que se alisten en oraci�n para el ejercicio combinado de estas dos cualidades. De este modo su car�cter cristiano ser� consistente y elevado, y su influencia para bien ser� en proporci�n a su crecimiento. (3) Los cristianos debieran animarse mutuamente en medio de las fatigas y pruebas de sus prolongadas luchas con la seguridad de que �stas pronto terminar�n de una manera gloriosa. Asimismo, debieran acostumbrarse a considerar toda oposici�n hecha al progreso y a la prosperidad de la causa de Cristo-ya sea en sus propias almas, en las iglesias con las cuales est�n relacionados, o en el mundo en general-como obra de Satan�s el que ha estado siempre en conflicto con el Se�or de ellos; y nunca debieran dudar que el Dios de paz quebrantar� presto a Satan�s,� cuyo cuello �l pondr� debajo de sus pies y cuya cabeza ellos aplastar�n (v. 20). (4) Como el poder divino que obra por medio del glorioso evangelio es lo �nico que sostiene a los cristianos y los hace perseverar, as� tambi�n debieran atribuir toda la gloria de su presente estabilidad, como lo har�n a aquel poder y a aquella sabidur�a que los hizo part�cipes del evangelio de seguro de su victoria final, (vv. 25-27). (5) ��Ha mandado el eterno Dios� que el �misterio� evang�lico, tanto tiempo encubierto pero ahora plenamente revelado, sea dado a conocer a todas las naciones para que obedezcan a la fe� (v. 26)? Entonces �Qu� responsabilidad ha sido impuesta a todas las iglesias y a cada cristiano de enviar el evangelio �a toda criatura�! Y podemos estar bien seguros de que la prosperidad o el decaimiento de las iglesias y de los cristianos individuales, no tendr� poco que ver con la fidelidad o con la indiferencia respectivamente ante este imperativo deber.

La antigua adici�n al final de esta ep�stola, aunque no tiene ninguna autoridad, parece ser en este caso bastante correcta.

Información bibliográfica
Jamieson, Robert, D.D.; Fausset, A. R.; Brown, David. "Comentario sobre Romans 16". "Comentario Crítico y Explicativo sobre Toda la Biblia - Sin abreviar". https://beta.studylight.org/commentaries/spa/jfu/romans-16.html. 1871-8.
 
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