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Bible Commentaries
Isaías 37

Comentario de Sutcliffe sobre el Antiguo y el Nuevo TestamentoComentario de Sutcliffe

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Versículos 1-38

Isa�as 37:3 . Este es un d�a de angustia, de reprensi�n y de blasfemia. �Qu� idea moral podemos formarnos de un conquistador? Un hombre aclamado, adorado y aplaudido por el mundo. La historia est� llena de su fama y los monumentos est�n cargados de su gloria. Su ambici�n no tiene l�mites: �Dice: Cortar� naciones no pocas.

��Y qu� idea debe tener de la p�rdida de su propio ej�rcito? los mejores hombres de su naci�n y completamente equipados para la guerra. Ciertamente, calcula la vida de los hombres como los comerciantes cuentan su oro. Y pereciendo en la guerra, como Senaquerib y Rabsaces, �c�mo debe vivir con las innumerables mir�adas de almas que envi� a las sombras de abajo? Por no hablar de la ira de un Dios vengador, toda la angustia que las multitudes asesinadas pueden infligir en el esp�ritu de un culpable, lo aguardar� en las sombras de la muerte. Si la blasfemia de esos hombres se desata en la tierra y se lanzan las riendas a toda pasi�n sin ley, horroriza a los hombres buenos; �Cu�l debe ser el retroceso de esa blasfemia entre los condenados?

Cuando Isa�as vio venir la tormenta, porque los videntes ten�an ojos iluminados, toc� la trompeta como un centinela y grit�: �Ha venido a Ajath, ha avanzado a Migron. En Micmas ha dejado sus carruajes; han cruzado el r�o, han acampado en Geba. Ram�, el alma de Guibe�, ha huido. Alza tu voz, oh hija de Galim; haz que se oiga a Lais. �Oh pobre Anathoth! Madmenah es removida. Los habitantes de Gebim se re�nen para huir �. Isa�as 10:28 .

Isa�as 37:4 . Puede que el Se�or tu Dios oiga las palabras del Rabsaces. El rey Ezequ�as tom� un proceder sabio; difundi� la carta de Senaquerib ante el Se�or y suplic� las promesas de protecci�n divina. Un buen ejemplo a seguir. Esto era mejor que confiar en la ca�a cascada de Egipto.

Isa�as 37:25 . Cav� y beb� aguas2 Reyes 19:24 [extra�as] . 2 Reyes 19:24 . En los desiertos arenosos, el ganado puede oler el agua subterr�nea y meter� la nariz en la arena. Los viajes de John Campbell en Sud�frica. En casos similares, los ej�rcitos asirios deben haber cavado amplios pozos y obtenido suministros de agua.

Isa�as 37:29 . Pondr� mi garfio en tu nariz, como se ponen anillos en la nariz de los camellos, osos, b�falos y toros rebeldes.

Isa�as 37:36 . Entonces sali� el �ngel del Se�or e hiri� en el campamento de los asirios a ciento ochenta y cinco mil. �Qui�n pondr�a las espinas y las zarzas en batalla contra la Omnipotencia? Este golpe del brazo del cielo est� registrado seis veces en las Sagradas Escrituras; en los libros de Reyes y Cr�nicas como arriba; y tres veces en los Ap�crifos.

Est� registrado por Herodoto, el padre de la historia griega, en su segundo libro. Euterpe. El acechante orgullo del ate�smo no puede encontrar pie aqu�. Este �ngel, seg�n el profeta Oseas, era Jehov�; el �ngel, como en G�nesis 22:16 ; G�nesis 32:30 ; Isa�as 63:7 ; Isa�as 63:16 . Sus palabras son

Ser� misericordioso con la casa de Jud�,

Y los salvar� por el SE�OR su Dios.

Y no los salvar� con el arco,

Ni a espada, ni a batalla;

Por caballos, ni por jinetes. Oseas 1:7 .

Versi�n de Lowth.

Isa�as 37:38 . Adrammelec y sus hijos Sarezer lo hirieron a espada. En esta guerra, la espada de Dios ten�a dos filos. Golpe� a las naciones del occidente y a los asirios despu�s de haber hecho perversamente su extra�a obra. Senaquerib, el mayor infractor, recibi� el castigo m�s distinguido. �El que desafi� a Jehov� fue enga�ado por sus dioses! El que pens� en quemar el templo del Se�or, pereci� en su propio templo. Sus pecados lo persiguieron hasta los �ltimos recovecos de conciencia, y la misericordia lo apart� de su bar.

REFLEXIONES.

�Qu� d�a de angustia para Jud�! �Qu� d�a de angustia para Ezequ�as y sus ministros! Hab�an o�do al Rabsaces clasificar a JEHOV� con los dioses de los gentiles, y lo desafiaron; y, sin embargo, no sali� fuego del Se�or para consumir, ni la tierra abri� su boca para devorarlo. Vieron toda Asia desde Armenia hasta la India en su poder, mientras que s�lo Jerusal�n y algunas peque�as ciudades se atrevieron a resistir. Parec�a por el momento que hab�a llegado la era de las furias y que el cielo hab�a concedido permiso para que los poderes de las tinieblas reinaran sobre la tierra.

Cuando no podamos detener el torrente de maldad, guardemos silencio y lloremos por lo que o�mos. As� el buen Ezequ�as y sus ministros rasgaron sus vestiduras por la blasfemia que hab�an o�do, y con ayuno y oraci�n buscaron la salvaci�n de Dios. Feliz por Jud� en este d�a de angustia porque los �dolos hab�an sido destruidos recientemente; feliz de que hubiera un profeta y una sinagoga de justos en Jerusal�n; y feliz de que hubiera un rey cuyo coraz�n estaba inclinado a buscar al Se�or ya consultar a sus profetas.

Las promesas y los �nimos del Se�or, y especialmente en el d�a de la angustia, son doblemente preciosos y deben aceptarse con fe. As� que Ezequ�as, m�s animado por la declaraci�n del profeta que intimidado por la blasfemia del Rabsaces, fue al templo y difundi� esta carta ante su Dios. Reconoci� la presencia del Se�or, habitando entre los querubines; lo engrandeci� sobre todos los dioses, y le suplic� que lo salvara en el d�a malo.

Dios env�a una pronta respuesta a la oraci�n que se ofrece con fe y piedad. Adem�s de la dulzura interior transmitida al alma del rey llor�n, Isa�as se inspir� para consolarlo con un mensaje de triunfo. Siendo p�blica la calamidad, a Dios le agrad� as� componer la mente del p�blico. Todo el car�cter de la respuesta es una r�plica de piadoso desprecio. Es la jactancia de un mortal confundido por la jactancia de un Dios.

Mientras este rey vano se hinchaba hasta el cielo con el orgullo de pisotear naciones y quemar sus dioses, el Se�or le reprocha su imp�a ignorancia al no saber que las naciones se han secado como la hierba; y le asegura que ahora se pondr�a un anillo en la nariz como un camello rebelde, y lo conducir�a de regreso de la manera m�s vergonzosa a N�nive, donde recibir�a, no el homenaje de una divinidad, sino el castigo de un tirano execrado.

Y adem�s, el cielo dio tan poca importancia a su jactancia, como para no permitirle disparar una flecha d�bil contra los baluartes de Jerusal�n. �Cu�n feliz es la naci�n que busca su protecci�n bajo las alas del santuario! Y Dios fue fiel a su palabra. Al o�r Senaquerib que se acercaba Tirhaca, rey de Etiop�a, levant� el sitio de Libna y avanz� con todo su ej�rcito contra Jerusal�n; y la primera noche se sent� delante de la ciudad, he aqu� el �ngel del Se�or, que por causa de Israel hab�a matado al primog�nito de Egipto, una vez m�s extendi� su mano y mat� esa misma noche a ciento ochenta y cinco mil de sus hijos. Ej�rcito.

�Qu� golpe fue este de la mano del Se�or! �Son estos los hombres que han barrido la mitad de la tierra de sus habitantes? Ahora son sacrificados por turnos. �Son estos los hombres que saquearon las naciones y obligaron a Ezequ�as a saquear el templo por oro? He aqu�, han tra�do el fruto de su maldad y se han visto obligados a vomitarlo a los pies del Se�or. �Son estos los hombres que compararon a JEHOV� con los dioses de los gentiles y dijeron que no pod�a defender su ciudad? He aqu�, le pide a un �ngel que toque su carne, y por la ma�ana todos son cad�veres.

Solo queda un remanente para contar a las naciones del oriente los terrores de su nombre. V�anse las notas sobre 2 Cr�nicas 32 .

Información bibliográfica
Sutcliffe, Joseph. "Comentario sobre Isaiah 37". Comentario de Sutcliffe sobre el Antiguo y el Nuevo Testamento. https://beta.studylight.org/commentaries/spa/jsc/isaiah-37.html. 1835.
 
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