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Bible Commentaries
1 Corintios 4

Comentario Popular de la Biblia de KretzmannComentario de Kretzmann

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Versículo 1

Que un hombre nos cuente as�, como ministros de Cristo y administradores de los misterios de Dios.

Versículos 1-5

La obra de los ministros de Cristo.

Se requiere fidelidad:

Versículo 2

Adem�s, en los mayordomos se requiere que un hombre sea hallado fiel.

Versículo 3

Pero para m� es una cosa muy peque�a que yo sea juzgado por ti o por el juicio de los hombres; s�, no me juzgo a m� mismo.

Versículo 4

Porque no s� nada por m� mismo; sin embargo, por esto no soy justificado; pero el que me juzga es el Se�or.

Versículo 5

Por tanto, no juzgu�is nada antes de tiempo, hasta que venga el Se�or, el cual aclarar� lo oculto de las tinieblas y manifestar� los consejos de los corazones; y entonces todo hombre recibir� alabanza de Dios.

El ap�stol hab�a mostrado la relaci�n de �l y los dem�s maestros con la Iglesia de Cristo, con el templo de Dios, es decir, que son siervos. Pero de eso no se sigue que los cristianos sean los maestros de sus maestros. Dios es el cabeza de familia, el Maestro y, por lo tanto, todos los que formaron facciones en la congregaci�n de Corinto y, por lo tanto, presum�an de juzgar y censurar a otros maestros adem�s de su propio jefe adoptado, estaban usurpando una funci�n que pertenece exclusivamente a Cristo.

Entonces, de esta manera, dice, que un hombre piense, cuente de nosotros, como servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios. Esa es la manera correcta, apropiada en la que toda persona, pero especialmente los miembros de las congregaciones cristianas, debe considerar a los ap�stoles y a todos los ministros de Cristo. Por lo tanto, deben pensar en ellos, esta estimaci�n razonable que deben tener de ellos en todo momento. Siervos de Cristo son, la palabra que originalmente denota remeros en una cocina, pero luego se us� para los sirvientes dom�sticos que gozaban de la confianza de su amo, que eran, por as� decirlo, ayudantes: as� los hombres que obran en la doctrina son los siervos de confianza de Cristo.

Y son administradores de los misterios de Dios. "El mayordomo era el suplente del amo en la regulaci�n de las preocupaciones de la familia, proporcionando alimentos para el hogar, cuidando que se sirvieran en los tiempos y estaciones adecuados y en cantidades adecuadas. Recib�a todo el dinero en efectivo, gastaba lo necesario para el sustento. de la familia, y llevaba cuentas exactas, que en ciertos momentos estaba obligado a exponer al amo.

"As�, los ministros son los administradores de los misterios de Dios; est�n a cargo y son responsables ante Dios de la administraci�n de los medios de la gracia, a trav�s de los cuales Dios revela a los hombres y les imparte las riquezas de su gracia en Cristo. Jes�s. "�Cu�les son, entonces, estos misterios de Dios? Nada m�s que Cristo mismo, es decir, la fe y el Evangelio de Cristo; porque todo lo que se predica en el Evangelio est� alejado de los sentidos y de la raz�n y escondido ante todo el mundo; ni se obtendr�n sino por la fe, como �l mismo dice, Mateo 11:25 : Te doy gracias, Padre, Se�or del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y entendidos, y las revelaste a beb�s.

"Esta descripci�n del ap�stol incluye adecuadamente todo el trabajo del oficio del verdadero ministro en todos los aspectos, m�s all� del cual ninguna congregaci�n debe ir al hacer demandas sobre la capacidad y el tiempo del pastor". Tenemos, entonces, la declaraci�n del ap�stol en estas palabras de que un El siervo de Cristo es un mayordomo de los misterios de Dios, es decir, debe considerarse a s� mismo, y debe considerarse a s� mismo, como predicador y sin dar nada m�s a los miembros de la familia de Dios que s�lo Cristo y con respecto a los que est�n en Cristo; es decir, debe predicar el Evangelio puro, la fe pura, que solo Cristo es nuestra Vida, Camino, Sabidur�a, Poder, Alabanza y Salvaci�n, etc.

, y que nuestras cosas no son m�s que muerte, error, necedad, impotencia, verg�enza y condenaci�n. Al que predica de otra manera, nadie debe considerarlo como un siervo de Cristo y como un administrador de los tesoros divinos, sino evitarlo como un mensajero del diablo ".

De la declaraci�n del verso 1, Pablo ahora hace una simple inferencia: Dado que este es el caso, queda que la cualidad que se busca en los mayordomos es que todos sean fieles. Eso, sin duda, es una demanda, pero es la �nica demanda que puede y debe hacerse, que el ministro de Cristo sea fiel en su mayordom�a. El Se�or no requiere, como dice Lutero, que sea tan santo como para levantar a los muertos a su sombra misma, o que sea tan sabio como lo fueron todos los profetas y ap�stoles.

Tampoco pide que sea un orador en�rgico, un conversador ingenioso, un buen mezclador, ni ninguno de los muchos otros puntos que hoy se mencionan como cualidades esenciales de un pastor. De todas estas cosas, el Se�or no dice nada. Solo quiere que sus mayordomos administren la Palabra de Dios, prediquen el Evangelio, saquen el alimento espiritual necesario del rico tesoro de los misterios de Dios, haciendo uso de la sabidur�a pastoral adecuada: esa es la fidelidad que el Se�or busca en sus siervos. .

Esto incluye que un pastor fiel debe reprender los pecados prevalecientes en su congregaci�n y en el mundo circundante, que debe llamar a los pecadores al arrepentimiento, que debe negar a los pecadores empedernidos el dulce consuelo del Evangelio, que debe rechazar todo planes que lo llevar�n a una popularidad barata, que �l, sobre todo, no debe cansarse de seguir a los corderos perdidos y las ovejas del reba�o de Cristo, que debe llevar a todos los miembros de su congregaci�n en su coraz�n y hacer memoria ante Dios por ellos en sus oraciones.

Y si un pastor es as� fiel, haciendo uso de los talentos que el Se�or le ha dado en su obra pastoral, entonces puede decir con el ap�stol: Pero para m� es una peque�a cosa que yo sea juzgado por ti o por cualquier ser humano. d�a del juicio; por otro lado, tampoco me pruebo a m� mismo, v. 3. Pablo estaba, en cierto modo, en juicio en Corinto; los miembros juzgaban sus talentos, sus motivos, su administraci�n.

Pero no le preocupa seriamente que este sea el caso, que su persona y trabajo est�n siendo investigados; piensa a la ligera en cualquier juicio humano, ni siquiera pregunta el suyo, ni siquiera se prueba a s� mismo. Presentado ante el tribunal de todas estas opiniones humanas, Pablo afirma tranquilamente que estima que todos sus hallazgos equivalen a muy poco en comparaci�n con los de su Maestro celestial. Porque, como contin�a diciendo, no tiene conciencia de ning�n cargo especial contra s� mismo en su trabajo como ministro de Cristo; ha cumplido su labor como mayordomo con toda la fidelidad de un coraz�n creyente.

Sabe, por supuesto, que por este hecho no est� justificado ante el tribunal m�s alto; porque el que tiene la sentencia final es el Se�or, y el ap�stol no puede esperar ser absuelto hasta que el interrogatorio del Se�or haya llegado a su fin. La experiencia le ha ense�ado a Pablo que no puede confiar en el veredicto de su conciencia aparte del de Cristo. Sab�a que en su carne no habitaba nada bueno, Romanos 7:18 , que ni siquiera el bien que hac�a no pod�a realizarse sin la participaci�n de la carne pecaminosa.

Por tanto, conf�a en la gracia y la misericordia de su Se�or y Salvador Jesucristo. Sabe que el mismo Se�or que est� a cargo del examen final es el Se�or que justifica a los pecadores, incluso con respecto a sus faltas secretas. "Desde que Pablo acept� la justificaci�n por la fe en Cristo, no su inocencia, sino el m�rito de su Salvador, se ha convertido en su base firme de seguridad".

Y entonces agrega una palabra de advertencia gentil pero enf�tica: Entonces, entonces, no se entregue a juzgar antes de tiempo, no sea prematuro al dictar sentencia en mi caso o en el de cualquier otro ministro. M�s bien, todos los juicios deber�an quedar en suspenso hasta que venga el Se�or. Cuando el Se�or aparezca para la gran prueba final, entonces podemos y debemos estar de acuerdo con Sus hallazgos. Porque �l sacar� a la luz lo oculto de las tinieblas y revelar� los consejos de los corazones.

Ante los ojos del hombre, la mayor�a de las cosas que se encuentran en lo m�s rec�ndito del coraz�n son absolutamente desconocidas y, por lo tanto, no pueden aducirse en un juicio. Pero ante el ojo de Dios que todo lo ve, todas las cosas est�n abiertas; Revelar� los secretos ocultos en la oscuridad, especialmente los motivos que impulsaron a los hombres en el desempe�o de sus deberes. �l manifestar� los consejos de los corazones; los motivos y deseos m�s �ntimos cristalizan en los pensamientos del coraz�n, en proyectos de diversa �ndole, ya sea para bien o para mal.

Entonces se sabr� definitivamente si fue la fidelidad y la obediencia a la Palabra de Dios lo que movi� a los siervos de Cristo; entonces se mostrar� la plena medida de su amor por Cristo y por las almas inmortales confiadas a su cuidado. Todas las investigaciones y juicios humanos, todos los juicios y condenas prematuros, ser�n luego avergonzados, como dice Lutero, "como si tuviera la intenci�n de pesar los huevos en una balanza, y los pesar�a solo por sus c�scaras, dejando las yemas". y los blancos afuera.

"Y entonces, en el justo juicio de Dios, la alabanza vendr� sobre todos de Dios. En la misma medida en que el Se�or encuentra que la fidelidad fluye del amor de Cristo y de los creyentes, en esa medida �l abiertamente alaba a cada uno de los Sus ministros y mayordomos, no por vagas opiniones y estimaciones, sino por la claridad del conocimiento omnisciente. S�lo el elogio de Cristo, juzgando en nombre de Dios, es de valor, una recompensa que bien podr�a ser codiciada por todo pastor. "Alabado sea el prodigio de los partidarios de Corinto. sobre sus l�deres admirados: esta es la prerrogativa de Dios, que controlen sus elogios impertinentes ".

Versículo 6

Y estas cosas, hermanos, en una figura las he transferido a m� y a Apolos por amor a ustedes, para que aprendan en nosotros a no pensar en los hombres m�s all� de lo que est� escrito, para que ninguno de ustedes se enorgullezca unos de otros. .

Versículos 6-7

Todos los dones espirituales de Dios:

Versículo 7

Porque �qui�n te distingue de los dem�s? �Y qu� tienes que no hayas recibido? Ahora bien, si lo recibiste, �por qu� te glor�as como si no lo hubieras recibido?

Con el fin de hacer la ilustraci�n m�s concreta, y hacerla entender a sus lectores con mayor fuerza, Pablo deliberadamente hizo referencia principalmente a las relaciones entre �l y Apolos por un lado y la congregaci�n por el otro. En la forma en que les hab�a planteado todo el asunto, se adapt� a la situaci�n en lo que se refer�a a estos dos profesores. Y esto lo hab�a hecho por ellos, para su mejor instrucci�n, ya que es posible que no hubieran captado su significado tan f�cilmente si hubiera hablado de una manera m�s general.

Su reprimenda est� dirigida a las personas que manifestaron el esp�ritu de partido desagradable y pecaminoso, y de ninguna manera implica a los hombres que hab�an sido puestos a la cabeza de las facciones corintias sin su conocimiento y consentimiento. Y su prop�sito era que sus lectores, de los mismos maestros a quienes deshonraban con sus disputas, aprendieran una regla y un m�todo de procedimiento diferentes, es decir, no ir m�s all� de lo que est� escrito.

Deben observar la regla de la Escritura, deben seguir el mandato que se repite tan a menudo, que toda la honra sea dada a Dios. Y de ah� se sigue que ninguno de ellos debe envanecerse cada uno por su propio maestro, contra el otro. Esa era la caracter�stica desagradable, objetable de todo el movimiento en Corinto, que todos se enorgullec�an de su propio maestro y l�der a expensas de todos los dem�s.

Aparentemente, para la glorificaci�n de Pablo, aquellos que se llamaron a s� mismos por su nombre se jactaron contra los que hicieron lo mismo con respecto a Apolos. Pero en el an�lisis final, la jactancia de cada partido fue de s� misma, de su propia inteligencia para elegir a un campe�n tan erudito y talentoso. Si apreciamos correctamente a los siervos de Cristo entre nosotros, si siempre tenemos presente la luz reveladora del gran d�a que se avecina, todas esas manifestaciones de mentalidad carnal se desvanecer�n en nuestras congregaciones y dudaremos en exigir m�s en nuestras congregaciones. nuestros pastores que que son asistentes de Dios para la edificaci�n de la congregaci�n.

La insensatez de su comportamiento vanidoso se hace patente en los cristianos corintios por medio de tres preguntas puntuales: Porque, �qui�n te distingue, te pone en una clase o partido solo? �Qui�n les dio el derecho y la autorizaci�n para observar distinciones tan tontas, para formar camarillas y hermandades de esta manera? Adem�s: Adem�s, �qu� tienes que no hayas recibido? Todos los dones espirituales en posesi�n de la congregaci�n de Corinto, incluido el de haber tenido pastores fieles, eran regalos misericordiosos de la mano de Dios, y no hab�a nada en s� mismos que mereciera ninguna consideraci�n de Dios.

No ten�an ninguna obra de la que pudieran jactarse ante Dios, ni sabidur�a divina, ni regeneraci�n, ni fe, ni amor, nada en absoluto como su propia actuaci�n y producto: todo era gracia de Dios. Y, por tanto, finalmente: Si, sin embargo, en verdad recibiste todos estos dones por la misericordia de Dios, �por qu� jactarte como quien no los ha recibido? �Qu� vana presunci�n, qu� vana jactancia, qu� injustificado orgullo por el don de sus maestros, en el que ellos mismos no ten�an parte! Haber recibido todo por gracia y misericordia y aun as� jactarse es una contradicci�n sumamente ofensiva.

Solo la oraci�n, la alabanza y la acci�n de gracias m�s humildes deben encontrarse en todo momento en la boca de todos los cristianos. "Puede tener poco conocimiento de su propio coraz�n si no es consciente de la posibilidad de que el orgullo se esconda bajo la exclamaci�n: �Por qu� yo! Cuando compara su propio estado de gracia con el estado no regenerado de otro".

Versículo 8

Ahora est�is hartos, ahora sois ricos, hab�is reinado como reyes sin nosotros; y quisiera en Dios que reinaras, que tambi�n nosotros reinemos contigo.

Versículos 8-13

El estado de los heraldos de la salvaci�n:

Versículo 9

Porque creo que Dios nos ha puesto a nosotros, los ap�stoles, al final, como a la muerte; porque somos un espect�culo para el mundo, para los �ngeles y para los hombres.

Versículo 10

Somos necios por amor de Cristo, pero vosotros sois sabios en Cristo; somos d�biles, pero vosotros fuertes; Sois honorables, pero nosotros somos despreciados.

Versículo 11

Incluso hasta esta hora tenemos hambre y sed, y estamos desnudos, y somos abofeteados, y no tenemos un lugar seguro para morar;

Versículo 12

y trabajo, trabajando con nuestras propias manos; siendo injuriados, bendecimos; siendo perseguidos, lo sufrimos;

Versículo 13

siendo difamados, rogamos; somos hechos como la inmundicia del mundo, y el v�stago de todas las cosas hasta el d�a de hoy.

El comportamiento de los corintios hab�a resultado en una condici�n sumamente desafortunada, es decir, en que se cre�an perfectos en su vida congregacional y no les faltaba nada. Con una iron�a desde�osa, Pablo les expone este hecho, con una brusquedad que muestra la excitaci�n que lo agitaba: As� pronto est�s harto; as� pronto te habr�s enriquecido; �sin nuestra ayuda hab�is obtenido vuestro reino! El ap�stol saca un cl�max intencional al ridiculizar su falso contentamiento, su vana autosuficiencia, su porte elevado.

Pensaban que lo sab�an todo en asuntos espirituales, que toda instrucci�n adicional era superflua y, por lo tanto, no bienvenida. Tan pronto se sintieron satisfechos, tan plenamente instruidos que cre�an que eran, tan abundantes en conocimiento y comprensi�n que resintieron la idea de que se les dijera una verdad m�s. Se sent�an tan ricos en talentos y gracias espirituales que cualquier indicio de pobreza espiritual les resultaba extremadamente desagradable; ten�an todo el porte de los nuevos ricos, una ostentaci�n de riqueza que corrompi� sus posesiones espirituales; porque cualquiera que est� satisfecho con su conocimiento en asuntos espirituales se apartar� de otras ganancias.

Pero el colmo de su locura complaciente se alcanz� en esto, que algunos de los cristianos corintios cre�an haber alcanzado un estado en el que con cari�o y fatuidad se consideraban en plena posesi�n del reino prometido. No solo hab�an superado las ense�anzas de Pablo, no solo les molestaba la idea de que �l tuviera algo m�s que impartirles. La deshonra de los necios, la bajeza de los d�biles, la cruz de los perseguidos, ya no exist�an para ellos.

Para ellos el reino hab�a comenzado, no con la demostraci�n del Esp�ritu y de poder, sino con la observaci�n exterior. Donde no se comprenden tanto las profundidades insondables del pecado como las alturas inalcanzables de la gloria de la misericordia, los cristianos superficiales, como en nuestros d�as, se enga�an a s� mismos y sue�an con un reino de Cristo aqu� en la tierra y de la tierra que, a pesar de todas las hermosas frases b�blicas con las que se alaba, es esencialmente terrenal y no tiene nada en com�n con el verdadero reino de Cristo.

Pero Pablo, en su gran dolor por la ceguera de los corintios, grita: �Y realmente quisiera que hubieras entrado en tu reino! �Si tan solo fuera cierto, que tambi�n podr�amos compartir tu reinado contigo! �Si ese tiempo estuviera solo aqu�, para que pudi�ramos ser librados de todo el mal de las persecuciones y angustias actuales!

Este amargo clamor por la ingratitud de los hombres lo sustenta ahora Pablo: Porque en mi opini�n, Dios nos ha mostrado a nosotros, los ap�stoles, como los �ltimos, como hombres designados para la muerte. Pablo tiene en mente una procesi�n p�blica en un gran d�a de fiesta, en la que los criminales condenados que se dirig�an a la arena marcharon los �ltimos, o piensa en gladiadores que, sin importar la frecuencia con la que escaparon de la muerte en un d�a o durante una temporada, siempre fueron tra�dos de nuevo y, por lo tanto, estaban condenados a morir.

Esa fue la desgracia a la que fueron sometidos los ap�stoles: se hab�an convertido en un espect�culo para el mundo, tanto para los �ngeles como para los hombres. En la medida en que se extend�a el alcance de sus labores, en todo el mundo entonces conocido, hasta ahora fueron expuestos al desprecio p�blico, tanto los hombres aqu� abajo como los vigilantes invisibles alrededor y arriba de ellos marcando el espect�culo.

El ap�stol ahora menciona algunos de los detalles en los que parte de la deshonra se hace evidente: Somos tontos por amor a Cristo, pero ustedes son sabios en Cristo, verso 10. Los ministros de Cristo deben pasar por tontos, porque predican a Cristo. crucificado, un mensaje que de ninguna manera se ajusta a la sabidur�a del mundo. Pero los corintios, y muchos de sus seguidores en la actualidad, son sabios, sensatos, tienen mucho cuidado de mantenerse en buenos t�rminos con el mundo, manteniendo discretamente la confesi�n de Cristo en un segundo plano.

Tenga en cuenta que el ap�stol habla en un tono de iron�a y desd�n en todo momento. Contin�a: Somos d�biles, pero t� eres fuerte. La conducta de los corintios daba a entender que no pensaban que Pablo hab�a hecho uso de la energ�a adecuada en su trabajo, que la mera predicaci�n del Evangelio no era suficiente en su ciudad culta. En contraste con esta debilidad, estaban decididos a mostrar el esp�ritu y el poder adecuados, con orgullo hicieron una demostraci�n de habilidad para hacer la obra del Se�or a su manera.

Y finalmente: T� en honor, pero nosotros en deshonra. Eran espl�ndidos, gloriosos; sus ideas de mejora del mundo eran maravillosas e inclusivas y proyectaban grandes cosas para la Iglesia de Dios. En comparaci�n con ellos, los ap�stoles estaban sin toda estima, en verg�enza y deshonra. Pablo sinti� que �l y su sencillo e insensato Evangelio no mostraban en absoluto d�nde estaban madurando planes tan maravillosos.

Pablo contin�a expresamente en su esfuerzo de describir su propia condici�n: Hasta este mismo momento tenemos hambre y sed y estamos mal vestidos, verso 11. �l comparti� el destino de la gente pobre en los bienes de este mundo, como muchos de sus seguidores. tener desde su tiempo. Y somos tratados violentamente, la violencia a veces se extiende al maltrato f�sico, a golpes y pu�etazos. No tenemos un hogar definido; Pablo siempre pod�a esperar verse obligado a huir a causa de las persecuciones.

Y trabajamos duro, trabajando con nuestras propias manos. Todo el trabajo de su ministerio fue trabajo duro; pero, adem�s, Pablo decidi� mantenerse con trabajo manual, Hechos 18:3 ; Hechos 20:34 . Tenga en cuenta que las palabras del ap�stol encuentran su aplicaci�n en esta misma hora, en medio de nuestra supuesta civilizaci�n iluminada, y que muchos ministros padecen las mismas aflicciones, incluso hasta el �ltimo, no por elecci�n, sino por necesidad. �pena!

Con esta triste condici�n, con las dificultades espec�ficas que tuvo que soportar, coincidi� con el esp�ritu que Pablo sol�a mostrar en todo momento: ultrajados en nuestros rostros, profundamente insultados, bendecimos. Lo que el mundo cree que es un esp�ritu abyecto y cobarde es la marca de los siervos de Cristo, y se necesita m�s car�cter para soportar un insulto en silencio y responder con una bendici�n que para insultar a cambio. Perseguidos, lo soportamos; los siervos de Cristo no usan la fuerza f�sica para resistir el mal, ni tratan de evadirlo traicionando a su Se�or; soportaron todas esas condiciones con paciencia.

Siendo calumniados, suplicamos; por los discursos difamatorios los ministros de Cristo devuelven la disuasi�n. En todo su objetivo es, si es posible, ganar al enemigo: suplican a los hombres que no sean malvados, sino que vuelvan a una mente mejor, que se conviertan a Cristo. Y ahora el ap�stol presenta el cl�max mismo de la degradaci�n: como el lavados del mundo nos hemos convertido, como el raspado de todas las cosas. Se compara a s� mismo ya los dem�s ministros de Cristo con la escoria, la escoria, el �ltimo sedimento en una olla sucia que hay que raspar; ya la suciedad que se raspa de los zapatos despu�s de que uno ha atravesado la suciedad y el fango.

Eso es lo que son los ministros fieles del Evangelio a los ojos del mundo, como "la inmundicia que se elimina por el fregadero y la alcantarilla". Y estos t�rminos, como se usan aqu�, pueden tener un significado adicional. Pues las palabras se usaron "especialmente de aquellos criminales condenados de la clase m�s baja que fueron sacrificados como ofrendas expiatorias, como chivos expiatorios en efecto, debido a su vida degradada.

Era costumbre en Atenas reservar a ciertas personas in�tiles que, en caso de plaga, hambre u otras visitas del cielo, podr�an ser arrojadas al mar, con la creencia de que 'limpiar�an' o 'borrar�an' la culpa. de la NACION. "(Lightfoot.) Nota: El temperamento del mundo ha cambiado poco desde la �poca de Pablo, aunque hay un barniz de bondad y tolerancia para los ministros del Evangelio.

Sin embargo, a la menor supuesta provocaci�n y sospecha, se quita la m�scara y se muestra claramente que, como dice Lutero, se los considera "como la basura del mundo, la basura y el felpudo de todos".

Versículo 14

No escribo estas cosas para avergonzarlos, pero como mis amados hijos, les advierto.

Versículos 14-21

La disciplina paternal del ap�stol:

Versículo 15

Porque aunque teng�is diez mil instructores en Cristo, no tendr�is muchos padres; porque en Cristo Jes�s te engendr� por medio del Evangelio.

Versículo 16

Por tanto, os ruego que se�is imitadores de m�.

Versículo 17

Por eso os envi� a Timoteo, mi hijo amado y fiel en el Se�or, quien os recordar� mis caminos que son en Cristo, como ense�o en todas partes en cada iglesia.

Versículo 18

Ahora algunos se envanecen, como si no quisiera acudir a ustedes.

Versículo 19

Pero ir� a ustedes en breve, si el Se�or quiere, y conocer�, no el discurso de los engre�dos, sino el poder.

Versículo 20

Porque el reino de Dios no est� en palabras, sino en poder.

Versículo 21

�Qu� quieres? �Vendr� a vosotros con vara, o con amor y con esp�ritu de mansedumbre?

El ap�stol hab�a escrito el �ltimo pasaje con santa indignaci�n; como un arroyo, su discurso se hab�a derramado describiendo las aflicciones que se acumulaban sobre los ministros del Se�or. Y casi puede sentir la profunda humillaci�n, el sentimiento de confusi�n que debe entrar en los corazones de sus lectores en este momento. Por tanto, como sabio maestro, a�ade una secci�n destinada a evitar que se amarguen.

De hecho, no pod�a sacar a relucir su reprimenda sin hacerlos sentir humillados, pero este sentimiento deber�a conducir a una verdadera reverencia infantil por su posici�n y sus palabras. Su severidad brota del coraz�n ansioso de un padre que siente la m�s profunda preocupaci�n por sus hijos: No para avergonzarlos escribo esto, sino para advertirles como mis amados hijos. Los miraba todav�a con la plenitud del afecto paterno, y le entristec�a que mostraran evidencia de un comportamiento tan poco filial, de ah� su urgente apelaci�n a ellos.

Pablo fundamenta su derecho a tal amonestaci�n paternal: Porque aunque tuviste diez mil pedagogos en Cristo, no muchos padres. La palabra pedagogo, en aquellos d�as, denotaba al esclavo de familia cuyo deber era llevar a los ni�os a la escuela y acompa�arlos a casa. Tambi�n estaban a cargo de los ni�os durante las horas que no pasaban en la escuela y, por lo tanto, ayudaron en su formaci�n. San Pablo aplica aqu� la palabra a los otros maestros que pudieron haber estado en Corinto, maestros buenos y leg�timos en verdad, haciendo su trabajo en Cristo y para Su gloria.

De �stos, es posible que hayan tenido tantos, pero solo tuvieron un padre, solo uno que podr�a estar relacionado con ellos en los lazos del verdadero afecto paternal: porque en Cristo Jes�s, por medio del Evangelio, yo te engendr�. Eran sus hijos espirituales, su llamado a la comuni�n de Jesucristo, su regeneraci�n se debi� a su trabajo personal; eso es lo que los hace tan cercanos y queridos para �l. Ver 1 Pedro 1:23 ; 1 Tesalonicenses 1:5 ; 1 Tesalonicenses 2:19 ; Juan 6:63 .

De su derecho de padre hace uso ahora el ap�stol: Les ruego, pues, que se conviertan en imitadores de m�, v. 16. Los hijos deben mostrar el car�cter del padre, deben hacer de �l su modelo, deben imitarlo, deben s�guelo en su conducta como cristiano y verdadero disc�pulo del Se�or. Si este camino fuera de cruz y aflicci�n (vv. 9 -, dicho sea de paso, servir�a para fortalecer su car�cter y hacerlos m�s seguros contra la negaci�n, ahora y en los d�as venideros).

Para que este objetivo se cumpliera, Pablo acababa de enviar, o estaba enviando con esta carta, a su joven ayudante, a quien llama hijo suyo amado y fiel en el Se�or, 1 Timoteo 1:2 ; 2 Timoteo 1:2 . Timoteo tambi�n se hab�a convertido mediante la obra de Pablo, hab�a obtenido vida espiritual gracias a sus esfuerzos y, por lo tanto, el ap�stol lo consideraba un verdadero hijo.

Y dado que su caracter�stica, a trav�s de la intervenci�n del Se�or Jesucristo en su coraz�n, fue la fidelidad en su conducta cristiana, �l era el hombre para esta misi�n: �Qui�n os recordar� mis caminos en Cristo Jes�s, tal como ense�o en todas partes? , en cada congregaci�n. Los corintios evidentemente hab�an olvidado, no s�lo una gran parte de la doctrina de Pablo, sino tambi�n sus h�bitos de vida que mostraba en medio de ellos; su conocimiento hab�a sido reprimido por esas malas influencias de las que Pablo ha hablado a lo largo de la carta.

Por lo tanto, no se podr�a haber encontrado a ninguna persona m�s adecuada para recordar tanto la conducta como las palabras de Pablo que el hombre a quien Pablo hab�a elegido como su representante, quien har�a su recordatorio de acuerdo con la ense�anza de Pablo, porque esto era uniforme en todos los lugares. Congregaciones gentiles. Porque seguramente no quer�an separarse de esa doctrina apost�lica que estaba de moda en todas partes; Seguramente prestar�an atenci�n a la amable amonestaci�n de su representante personal y volver�an a la cordura cristiana adecuada.

Y para que algunos de los corintios no se sientan tentados a malinterpretar la misi�n de Timoteo, Pablo se apresura a agregar: Pero, como si yo no fuera a ustedes, algunos se han envanecido. Dado que el ap�stol no ven�a en persona en ese momento, un grupo de personas, probablemente hostiles a los caminos de Pablo, estaban comenzando a difundir conjeturas jactanciosas. Se comportaron de manera a�n m�s insolente al pensar que Pablo podr�a tenerles miedo.

Pero su presunci�n estaba destinada a desaparecer r�pidamente, porque el ap�stol anuncia su intenci�n de venir r�pidamente, tan pronto como pueda hacer arreglos a tal efecto. Esto lo escribe con enf�tica calma y con la conciencia del cargo que ocupa. Pero el esp�ritu de ceder en todo al Se�or y de que Su voluntad gobierne todas sus acciones, hace que Pablo agregue: Si el Se�or quiere.

Ver Hechos 18:21 . Porque no era tan engre�do como para considerarse indispensable en la Iglesia, y sin el Se�or no ten�a intenci�n de hacer ning�n movimiento. Pero cuando viniera, entonces sabr�a, prestar�a la debida atenci�n, no a la palabra de los inflados (los sopladores), sino al poder. No le preocupaban sus palabras, las conoc�a suficientemente, las pretensiones huecas no le afectaban en absoluto.

Quer�a asegurarse solo si hab�a alguna evidencia del Esp�ritu de Dios en las acciones que siguieron a sus jactanciosas palabras. Quer�a saber si estos supuestos l�deres de la congregaci�n de Corinto estaban mostrando resultados en su lucha contra el pecado, si estaban exhibiendo pruebas reales de fe y paciencia en la tribulaci�n. Y esto se sinti� obligado a hacer, ya que no en la palabra est� el reino de Dios, sino en el poder.

Los corintios depositaban su fe en lo externo, asum�an que el reino de Cristo, la Iglesia en su sentido real, era una sustancia visible y concreta. Pero en esto ellos, como sus seguidores modernos, estaban equivocados. El reino de Cristo no consiste en una elocuencia miserable, en palabras grandes y llenas de vanidad, sino en el poder del Esp�ritu Santo, ejercido por medio de la Palabra sobre el coraz�n de los hombres.

Donde gobierna este poder, est� el reino del Salvador. "La fe es algo vivo, sustancial, renueva a una persona por completo, cambia de opini�n y la convierte por completo. Va al fondo y efect�a all� una renovaci�n de todo el hombre, que, como antes vi a un pecador, ahora veo en su diferente conducta, en sus diferentes formas, en su diferente vida, que �l cree, algo tan grande se trata de la fe.

Y de esta manera el Esp�ritu Santo ha provocado la insistencia en las buenas obras, ya que son testigos de la fe. En cuyo caso, por tanto, las obras no se notan, all� pronto podemos decir y concluir: Han o�do hablar de la fe, pero no se hundi� hasta el fondo. Porque si permaneces acostado en el orgullo y la falta de castidad, en la avaricia y la ira, y a�n hablas mucho de fe, San Pablo vendr� y te dir�: Oye, mi querido amigo, el reino de Dios no est� en palabras, sino en poder y andanzas; quiere vivir y hacerse, y no ser interpretado con palabras vac�as.

"Y por eso Pablo pregunta, en conclusi�n: �Qu� quieres? �Qu� prefieres? �Con vara voy a venir a ti, o con amor y tambi�n con esp�ritu de mansedumbre? decisi�n, eso es asunto de su oficio. Pero depende de su conducta en qu� camino vendr�. Si contin�an en sus caminos vanos y presuntuosos, entonces se ver� obligado a acudir a ellos con una fuerte reprimenda, Tito 1:13 , para que sientan su desobediencia.

Pero Pablo preferir�a venir con toda mansedumbre y gentileza, siendo la evidencia de su amor en bondad mucho m�s agradable para �l que la severidad. Les insin�a, por lo tanto, que deben aceptar la advertencia y la sugerencia gentil presentes y as� evitarle una tarea desagradable. Note la fuerza del pasaje. "Por el valor y el vigor, por la dignidad y la confianza serena, este pasaje no puede tener un paralelo f�cil ni siquiera en el propio Dem�stenes" (Bloomfield).

Resumen. Pablo muestra la relaci�n de los ministros de Cristo con el Se�or mismo, esboza el trato que generalmente se les otorga en el mundo y, como verdadero padre espiritual, reprende a los corintios por su negligencia en la santidad.

Información bibliográfica
Kretzmann, Paul E. Ph. D., D. D. "Comentario sobre 1 Corinthians 4". "Comentario Popular de Kretzmann". https://beta.studylight.org/commentaries/spa/kpc/1-corinthians-4.html. 1921-23.
 
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