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Bible Commentaries
1 Tesalonicenses 5

Comentario Popular de la Biblia de KretzmannComentario de Kretzmann

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Versículo 1

Pero de los tiempos y las estaciones, hermanos, no ten�is necesidad de que os escriba.

Versículos 1-3

Vigilancia cristiana con referencia al �ltimo d�a.

La venida inesperada del �ltimo d�a:

Versículo 2

Porque sab�is perfectamente que el d�a del Se�or vendr� como ladr�n en la noche.

Versículo 3

Porque cuando digan: Paz y seguridad, vendr� sobre ellos destrucci�n repentina, como los dolores de la mujer encinta; Y ellos no escapar�n.

El mismo entusiasmo que esperaba con impaciencia la venida del Se�or pod�a conducir a un estado de �nimo malsano, a una ansiedad m�rbida que trataba de penetrar en los secretos que el Se�or hab�a ocultado a los ojos de los hombres. El ap�stol, por tanto, recuerda a los cristianos de Tesal�nica la doctrina que hab�an aprendido: Hermanos, en cuanto a los tiempos y las �pocas, no necesitan que les escribamos.

Pablo corrige aqu� tanto la expectativa impaciente como la seguridad adormecida, eligiendo palabras que puedan transmitir la idea de duraci�n y alternancia repetida de per�odos, as� como de crisis que podr�an esperarse muy pronto. Era la forma m�s eficaz de instarlos a mantener un juicio equilibrado y la cordura cristiana. Nunca deben olvidar las palabras del Se�or que les hab�an ense�ado, Mateo 24:44 ; Mateo 25:13 : Porque sab�is exactamente que el d�a del Se�or, como ladr�n en la noche, as� viene.

Esta palabra del Se�or les hab�a sido dada, hab�an recibido instrucci�n acerca de las �ltimas cosas, ten�an conocimiento exacto de hasta qu� punto el Se�or hab�a revelado la verdad para todos los tiempos. El d�a del Se�or, el �ltimo d�a de este mundo presente, el D�a del Juicio, se acerca, como un d�a de terrible condenaci�n para los incr�dulos, como un d�a de gozo inefable para los creyentes. Ese es un conocimiento preciso, definido.

Al mismo tiempo, sin embargo, se desconoce la fecha; el d�a ser� una sorpresa para todo el mundo. Los signos de los tiempos, en general, indicar�n cu�ndo vence, pero los hombres no pueden determinar la fecha exacta, y todo intento de hacerlo debe resultar en un vergonzoso fracaso. Inesperadamente, como un ladr�n en la noche, este d�a vendr� sobre el mundo. Ver 2 Pedro 3:10 . Tal es la forma de su llegada, sin ninguna consideraci�n definida del tiempo.

El ap�stol ilustra acertadamente lo inesperado de la venida del �ltimo d�a: Porque cuando digan: Paz y seguridad, de repente vendr� sobre ellos destrucci�n, como los dolores de parto de la mujer encinta, y no escapar�n. Esta es la actitud de los incr�dulos, de los burladores, a quienes Pedro tambi�n retrata, 2 Pedro 3:3 .

Su llanto constante es: Todo est� bien; Todo esta bien; Todo est� a salvo; El mundo nunca fue tan seguro como hoy. Pero en el mismo momento en que alguna vez estar�n llorando tan fuerte y con gran rapidez, la destrucci�n que ellos consideraban imposible vendr� sobre ellos, se apoderar� de ellos. As� como una mujer embarazada conoce la hora aproximada en la que se espera su parto, pero no puede decir el d�a y la hora en que comenzar� el parto, por lo que a menudo se la toma desprevenida, por lo que la destrucci�n del Juicio final golpear� a los burladores, y entonces se cerrar� todo escape: ser� demasiado tarde para arrepentirse. Hay una advertencia solemne en estas palabras que debe ser escuchada con la mayor seriedad en nuestros d�as.

Versículo 4

Pero vosotros, hermanos, no est�is en tinieblas para que aquel d�a os sorprenda como ladr�n.

Versículos 4-11

El estado de alerta y vigilancia de los cristianos:

Versículo 5

Vosotros todos sois hijos de la luz e hijos del d�a; no somos de la noche ni de las tinieblas.

Versículo 6

Por tanto, no durmamos como los dem�s, sino velemos y seamos sobrios.

Versículo 7

Porque los que duermen, duermen de noche; y los que se emborrachan, de noche se emborrachan.

Versículo 8

Pero nosotros, que somos del d�a, seamos sobrios, vistiendo la coraza de la fe y del amor, y como casco la esperanza de salvaci�n.

Versículo 9

Porque no nos ha puesto Dios para ira, sino para alcanzar la salvaci�n por nuestro Se�or Jesucristo,

Versículo 10

quien muri� por nosotros, para que, ya sea que estemos despiertos o dormidos, vivamos juntos con �l.

Versículo 11

Por tanto, consolaos unos a otros y edificaos unos a otros, como tambi�n vosotros.

El D�a del Juicio llegar� repentinamente tanto a los cristianos como a los incr�dulos; pero el contraste que resalta el ap�stol es este, que s�lo el �ltimo se sorprender� por ello. Los cristianos est�n atentos, con los ojos abiertos, alerta; no saben cu�ndo llegar� el �ltimo d�a, pero est�n bien despiertos a cualquier se�al de su llegada. Este hecho lo pone de manifiesto el ap�stol al describir el estado de los cristianos: Pero vosotros, hermanos, no est�is en tinieblas para que el d�a os sorprenda como un ladr�n; porque todos ustedes son hijos de la luz e hijos del d�a; no somos de la noche ni de las tinieblas.

Los incr�dulos, los burladores, est�n en tinieblas; la corrupci�n moral y la falta de perspicacia intelectual los hace incapaces de leer los signos de los tiempos. Con esta condici�n los creyentes no tienen nada en com�n; su condici�n espiritual e intelectual no es tal que les d� una falsa seguridad y los vuelva ciegos a los signos de los tiempos. No pueden sorprenderse con la llegada del �ltimo d�a, como lo estar�a una persona cuando duerme profundamente en la oscuridad.

El ap�stol m�s bien hace una declaraci�n amplia y contundente acerca de todos los cristianos, a saber, que son hijos de la luz y del d�a. Como santos convertidos, los creyentes son part�cipes de la salvaci�n en Cristo; ahora son una luz en el Se�or; conocen a Jes�s, su Salvador. Y se han puesto las armas de la luz; su raz�n, iluminada por el entendimiento de la voluntad de Dios, elige aquellas cosas que soportar�n la inspecci�n de todos los hombres a los ojos de Dios; caminan honestamente, como en el d�a, Romanos 13:12 .

Con gran �nfasis el ap�stol hace la aplicaci�n personal: No somos (cristianos) de la noche ni de las tinieblas. No tenemos nada en com�n con las obras infructuosas de las tinieblas; Rechazamos que nuestra mente sea influenciada por el juicio de los incr�dulos en asuntos espirituales.

Con este pensamiento el ap�stol conecta ahora su amonestaci�n: Ahora bien, no durmamos, como los dem�s, sino estemos alerta y sobrios. Porque los que duermen duermen de noche, y los borrachos se emborrachan de noche; nosotros, sin embargo, siendo del d�a, estemos alerta, habi�ndonos puesto la coraza de la fe y el amor y como nuestro yelmo la esperanza de la salvaci�n. De nada sirve que los cristianos cedan a la somnolencia, que caigan en un sue�o espiritual, en estos �ltimos d�as del mundo, que es la condici�n del resto, de la gran mayor�a de la gente del mundo, de todos los incr�dulos.

La actitud constante de los cristianos es la de vigilancia, vigilancia, sobriedad alerta, 1 Pedro 5:8 . A modo de comparaci�n, el ap�stol se refiere al ejemplo de los que duermen espiritualmente, de los que son de la noche y las tinieblas. Su condici�n habitual es exactamente lo opuesto a la alerta sobria: duermen en la noche de los pecados, son como personas bajo la influencia de bebidas alcoh�licas, so�olientas, estupefactas, incapaces de comprender los peligros de estos �ltimos d�as.

Los incr�dulos, en su descuido y libertinaje, se entregan a los deseos de la carne, evitan todo medio de instrucci�n, son incapaces de discernir los signos de los tiempos, prefiriendo su ignorancia a la luz de la Palabra de Dios en la fe y en la vida. Los cristianos, en cambio, pertenecemos al d�a, donde reina la luz de la Palabra de Dios. Por tanto, nos conviene en todo momento hacer uso de una sobria vigilancia; porque si el dicho es cierto en cualquier parte, lo es en asuntos espirituales, que la vigilancia eterna es el precio de la libertad.

Con ese fin, debemos ponernos la armadura de Dios, que nos permite proteger tanto el cuerpo como el alma de los ataques de todos lados. Est� la coraza de la fe y el amor, de una fe que descansa sobre los m�ritos de Cristo y, por tanto, se manifiesta en una vida de amor; est� el yelmo, es decir, la esperanza de la salvaci�n, la certeza y la seguridad de que Dios, que nos ha hecho seguros de la redenci�n en Cristo Jes�s, nos confirmar� en esta fe hasta el final, sac�ndonos finalmente de este valle de l�grimas a s� mismo en el cielo, donde disfrutaremos de la salvaci�n completa y la liberaci�n del pecado y la muerte, por los siglos de los siglos. Efesios 6:13 .

Este punto el ap�stol ahora lleva a casa con la consoladora seguridad: Porque Dios no nos asign� para la ira, sino para la adquisici�n de la salvaci�n por medio de nuestro Se�or Jesucristo. Dios no nos orden�, no nos puso en camino, con el prop�sito de soportar Su ira; porque no es su voluntad que ning�n hombre perezca; No cre� a ning�n hombre solo para elegirlo a la perdici�n eterna. De este hecho los creyentes est�n tan seguros que ninguna consideraci�n de la l�gica humana puede alterar su posici�n en el asunto.

Los cristianos sabemos que hemos sido designados por Dios para obtener o adquirir la salvaci�n eterna, no por nuestras propias obras o m�ritos, sino por medio de nuestro Se�or Jesucristo. C�mo se obtuvo esta salvaci�n y se hizo posible su posesi�n por nosotros, escribe San Pablo: Quien muri� por nosotros, en nuestro nombre. Al entregarse a la muerte en nuestro lugar, para nuestro beneficio, Cristo obtuvo una redenci�n completa para nosotros. Pero este hecho nos pone en la obligaci�n: para que, ya sea que estemos despiertos o dormidos, vivamos con �l.

En todas las circunstancias y condiciones, los cristianos pertenecemos al Se�or, estamos en la comuni�n m�s �ntima con �l, participando de Su vida, ya sea que estemos cumpliendo con la obligaci�n de estar alerta en esta vida, o si nuestro cuerpo duerme pac�ficamente en la tumba. . En el gran d�a de Su venida, por lo tanto, se nos presenta como viviendo con �l, sin importar si esta venida nos encuentra mirando en vida o durmiendo en la muerte.

En cualquier caso, estar con �l ser� la verdadera vida de la muerte. Bien puede, por tanto, a�adir el ap�stol: Por tanto, an�mense unos a otros, y que cada uno edifique al otro, como tambi�n ustedes. Si bien la excelente cortes�a y tacto de Pablo reconocen el progreso que han hecho los cristianos tesalonicenses a este respecto, no duda ni por un momento en instarlos a avanzar hacia un mayor consuelo y edificaci�n. La energ�a exuberante, la esperanza gozosa, la firmeza voluntaria deben caracterizar a los cristianos en todo momento.

Versículo 12

Y os suplicamos, hermanos, que sep�is los que trabajan entre vosotros, y est�n sobre vosotros en el Se�or, y os amonestan;

Versículos 12-15

Admoniciones y saludos finales.

La conducta de los cristianos hacia los dem�s:

Versículo 13

y estimarlos muy en el amor por su trabajo. Y est�n en paz entre ustedes.

Versículo 14

Ahora os exhortamos, hermanos, a amonestar a los rebeldes, consolar a los d�biles mentales, sostener a los d�biles, ser pacientes con todos los hombres.

Versículo 15

Mirad que nadie pague a otro mal por mal, sino que sig�is siempre el bien entre vosotros y con todos.

Al concluir su carta, el ap�stol les da a los cristianos tesalonicenses algunas reglas de orden sobre c�mo deben comportarse. En primer lugar, habla de su comportamiento hacia sus maestros: Pero les rogamos, hermanos, que sepan a los que se afanan entre ustedes y los presiden en el Se�or y mantengan la disciplina, y los consideren con amor sobreabundante por causa de su trabajo. Habla de los miembros del presbiterio en las diversas funciones de su cargo.

En el esp�ritu de la verdadera amonestaci�n evang�lica, no manda ni amenaza, sino que les ruega que presten atenci�n y sigan sus palabras. Los cristianos tesalonicenses deben conocer, reconocer con el debido respeto y dar todo el cr�dito a aquellos que en el trabajo de su oficio est�n comprometidos en el trabajo duro en medio de ellos. Porque estos oficiales los presid�an en el Se�or, los guiaban y los supervisaban en su nombre.

Su trabajo, adem�s, no era meramente de ense�anza e instrucci�n, sino tambi�n de amonestaci�n y advertencia, tanto de manera general como en casos espec�ficos. En resumen, estos hombres eran predicadores y pastores. Y lo de ellos era un trabajo duro, una forma de trabajo duro. Las personas ajenas a la oficina ministerial, y tambi�n aquellas dentro de la oficina que consideran el trabajo como una sinecura, no tienen la m�s m�nima concepci�n de sus requerimientos y responsabilidades.

Pero Pablo, hablando en el nombre del Se�or, invita a los cristianos a estimar a los hombres que ocupan este oficio de manera muy excesiva, sobreabundante en amor. No deben ser tolerados simplemente como males necesarios, sino que deben ser considerados con verdadero amor, no por el bien de su persona (porque son hombres pecadores), sino por el bien de su trabajo, su oficio. El ap�stol asume, por supuesto, que todos los ministros que lleven el t�tulo propiamente dicho tambi�n realizar�n fielmente el trabajo serio por las almas confiadas a su cuidado. Nota: Esta advertencia es muy actual tambi�n en nuestros d�as; porque aunque a los ministros se les da una cierta cantidad de reverencia, el amor y la estima que el ap�stol menciona aqu�, lamentablemente, a menudo falta.

La siguiente amonestaci�n de Pablo se refiere a la relaci�n fraternal que debe existir dentro de la misma congregaci�n cristiana: Estad en paz entre vosotros. Esta exhortaci�n es siempre oportuna y saludable, incluso donde no hay serios desacuerdos, y seguramente en Tesal�nica, donde Pablo se vio obligado a se�alar la necesidad de una vida tranquila, de que cada uno se ocupe estrictamente de sus propios asuntos y de hacer lo suyo. viviendo honestamente.

Con estos dos puntos b�sicos establecidos, la estima por sus ministros y la paz entre ellos, los cristianos tesalonicenses se complacer�an en seguir tambi�n las otras amonestaciones del ap�stol: Pero les suplicamos, hermanos, amonesten a los desordenados, animen a los pusil�nimes, apoyen los d�biles sean pacientes para con todos. Procura que nadie pague mal por mal a otro, sino que sigan siempre el bien los unos para con los otros y para con todos.

En una congregaci�n grande era de esperar que no todos los miembros resultaran ser cristianos modelo. Por eso los desordenados, aquellos a los que no se pod�a inducir a mantener el orden, pero que siempre avanzaban sin rumbo fijo en detrimento del trabajo de la congregaci�n, deb�an ser amonestados y enderezados, para que su trabajo, hecho en de manera ordenada, ser�a de alg�n beneficio para la Iglesia.

Hab�a que animar a los pusil�nimes; cualquiera que fuera la tristeza y el dolor que estaba conmovi�ndoles el alma, deb�an ser alentados con la reconfortante verdad de la Palabra de Dios. Los d�biles deb�an ser sostenidos, sostenidos espiritualmente, pasando un brazo alrededor de ellos, por as� decirlo, como si fueran preciosos a los ojos de Dios; el fuerte no debe cansarse de ceder siempre a la debilidad de los hermanos menos iluminados y de instruirlos con toda paciencia.

Con todos los hombres, los cristianos deb�an comportarse de tal manera que nunca se enojaran, y que la verdadera ecuanimidad mental gobernara siempre todas sus acciones. Estrechamente relacionado con esto est� el pensamiento de que los cristianos deben estar en guardia en todo momento, no sea que alguien pague un mal, un insulto de la misma especie. Es esencial que los creyentes dejen la venganza al Se�or. En resumen, siempre deben apuntar a lo bueno, no solo en medio de su propia congregaci�n, sino tambi�n hacia los dem�s, hacia todos los hombres, de hecho.

Estos son principios fundamentales para una conducta cristiana apropiada, que todo cristiano har� bien en prestar atenci�n; porque s�lo mediante la b�squeda m�s asidua de las virtudes aqu� mencionadas se puede avanzar en la santificaci�n cristiana.

Versículo 16

Regoc�jate para siempre.

Versículos 16-22

El porte y la conducta personal del cristiano:

Versículo 17

Orar sin cesar,

Versículo 18

Dad gracias en todo; porque esta es la voluntad de Dios en Cristo Jes�s para con ustedes.

Versículo 19

No apagues el Esp�ritu.

Versículo 20

No desprecies las profec�as.

Versículo 21

probar todas las cosas; retengan lo bueno.

Versículo 22

Abstente de toda apariencia de maldad.

De estas breves advertencias, un comentarista dice: "Comentar adecuadamente estas gotas de diamantes ser�a esbozar una historia de la experiencia cristiana en sus niveles superiores". Regocijarse siempre es una caracter�stica de todos los cristianos, incluso en la pobreza, la enfermedad, la miseria, persecuci�n, y cualquier otra desgracia que les sobrevenga, porque saben que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, Romanos 8:28 .

En lo que respecta a la actitud hacia Dios, no puede ser m�s que gozo. No es f�cil, por supuesto, que los d�biles de carne y hueso alcancen este nivel, pero el cristiano tiene el remedio y el t�nico todo en uno: orar sin cesar. Los creyentes, como hijos de Dios en Cristo Jes�s, tienen el h�bito de orar, de llevar todas sus necesidades a su Padre celestial. El ap�stol no solo insta a la regularidad en la pr�ctica de la oraci�n, sino que quiere que nuestro coraz�n est� siempre dispuesto a la oraci�n, siempre en el �nimo de dar a conocer todas nuestras necesidades a Aquel que nunca falla a Sus hijos.

Debe haber un esp�ritu constante de oraci�n que respire a lo largo de toda la vida del cristiano. Incidentalmente, no se debe ofrecer ninguna oraci�n sin acci�n de gracias, expresa o impl�cita; cada petici�n debe ir acompa�ada de acci�n de gracias, porque el regalo seguramente llegar� si la oraci�n se hace con fe, de acuerdo con la voluntad de Dios. El cumplimiento puede no estar de acuerdo con la forma de nuestra petici�n, pero seguramente siempre est� en l�nea con nuestras necesidades; y as�, la voluntad de Dios para con nosotros en Cristo Jes�s, nuestro Salvador, es que practiquemos el dar gracias en todo momento y en todas las cosas.

El ap�stol pasa ahora a la fuente de donde brotan la oraci�n y la acci�n de gracias, exhortando a los cristianos a no apagar ni oprimir el Esp�ritu, El Esp�ritu Santo, recibido como don de Dios a trav�s de la Palabra, obra en el coraz�n de los cristianos, distribuyendo varios dones de gracia, intercediendo por nosotros con gemidos indecibles, Romanos 8:26 .

Resistir la influencia del Esp�ritu, entristecerlo en Su obra, ya sea por ingratitud o por cualquier transgresi�n m�nima de la voluntad de Dios, significa hacer ineficaz Su obra e incluso expulsarlo del coraz�n. Por eso los cristianos tesalonicenses tampoco deben desde�ar ni despreciar las revelaciones prof�ticas dondequiera que se den, ya que son obra del Esp�ritu. Siempre que un cristiano, bajo esta especial influencia del Esp�ritu, con este don especial, tuviera un mensaje para la Iglesia, una explicaci�n de alguna verdad divina, especialmente con referencia al futuro, su proclamaci�n deber�a ser recibida con el debido respeto.

Sin embargo, esto no significa que todo mensaje que pretenda ser una profec�a deba aceptarse ciegamente y sin juicio. Todo prueba, los buenos aceptan, dice el ap�stol. Debemos aplicar una prueba, la prueba de la Palabra de Dios, a todos los asuntos que se presenten para nuestra consideraci�n y nuestra aceptaci�n, siguiendo el ejemplo de los Bereanos, Hechos 17:11 .

Y lo que, de acuerdo con este criterio, se encuentra excelente, que debemos retener, que debemos aferrarnos, que debemos retener. Al mismo tiempo, por supuesto, debemos abstenernos de todo lo que parezca ser iniquidad o de todo tipo de maldad, incluso de la forma aparentemente espiritual, tanto en la doctrina como en la conducta. Tantas formas de maldad, particularmente en nuestros d�as, aparecen bajo el disfraz del mayor bien, bajo un pretexto sagrado, que requiere la aplicaci�n m�s cuidadosa de la norma dada por la Palabra de Dios para detectar la estafa y permanecer incontaminado. Hay pocos fraudes piadosos en nuestros d�as que no encuentran una aceptaci�n inmediata, como lo indica claramente el creciente n�mero de sectas.

Versículo 23

Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y ruego a Dios que todo tu esp�ritu, alma y cuerpo sean preservados sin mancha hasta la venida de nuestro Se�or Jesucristo.

Versículos 23-28

Saludos finales:

Versículo 24

Fiel es el que os llama, el cual tambi�n lo har�.

Versículo 25

Hermanos, oren por nosotros.

Versículo 26

Saludad a todos los hermanos con beso santo.

Versículo 27

Os mando por el Se�or que se lea esta ep�stola a todos los santos hermanos.

Versículo 28

�La gracia de nuestro Se�or Jesucristo sea contigo! Am�n.

Las conclusiones de las cartas de Pablo son siempre serenas y tranquilas, siendo invariablemente su �ltima palabra de bondad evang�lica. Tanto si ten�a en mente los vicios a los que hab�a aludido en el cuerpo de su carta, que tienden a perturbar la armon�a de la Iglesia, como si no, su bendici�n final es de singular belleza: �l mismo, el Dios de paz, santif�quelos por completo, y que su esp�ritu, alma y cuerpo sean conservados �ntegros y sin mancha en la venida de nuestro Se�or Jesucristo.

Al Se�or, Dios de paz, el ap�stol elogia a los cristianos tesalonicenses, porque �l es el Autor y dador de paz; �l fue quien envi� a Su Hijo, el Pr�ncipe de Paz, para la redenci�n del mundo, para restaurar la relaci�n correcta entre �l y la humanidad ca�da. Este Dios, reconciliado con ellos por la muerte de su Hijo, tambi�n tuvo el poder de consagrar a los cristianos de cabo a rabo, obrando en ellos la perfecci�n que desea en sus hijos, por medio de la Palabra.

El resultado de las labores santificadoras del Esp�ritu, entonces, ser�a que al final los cristianos ser�an irreprensibles, irreprochables en alma, mente y cuerpo. El alma, en su relaci�n con Dios, la mente, en su juicio de todos los asuntos relacionados con la santificaci�n, el cuerpo, como asiento del alma e instrumento de la mente: todos deben progresar firmemente hacia la santificaci�n perfecta. Puede que esta meta no se alcance en esta vida, pero en la venida del Se�or Jesucristo todos los creyentes, revestidos de la justicia y santidad de su Redentor, ser�n agradables a los ojos de Dios, lavados por la sangre del Cordero que fue asesinado.

Para consuelo de los cristianos, que sienten demasiado bien su propia insuficiencia, el ap�stol a�ade: Fiel es el que os llama, que tambi�n har� esto. Las promesas de Dios en cuanto a mantener a los suyos en la fe hasta el fin son tan numerosas en las Escrituras que todo cristiano debe sentir la tranquila certeza de la Palabra infalible, Juan 10:28 ; 2 Timoteo 4:8 .

En lo que respecta a su propia persona, Pablo se siente obligado a agregar el llamamiento: Hermanos, oren por m�. No solo reca�an grandes responsabilidades sobre el ap�stol, sino que ten�a una medida inusual de aflicci�n personal con la que lidiar y, por lo tanto, necesitaba su intercesi�n constante. Por cierto, siempre lleno de un recuerdo amable hacia todos los miembros de las iglesias, pide a sus lectores que saluden a todos los hermanos con un beso santo, una costumbre de la Iglesia primitiva que se mantuvo durante varios siglos en los servicios p�blicos, las mujeres saludando a las mujeres y los hombres los hombres, de una manera muy digna y solemne, para significar la sinceridad del amor que los un�a.

El ap�stol tambi�n grab� en sus mentes con gran solemnidad que todos los hermanos deb�an tener la oportunidad de leer esta carta, porque quer�a que cada miembro de la congregaci�n se familiarizara con su contenido. Aqu�, nuevamente, el ap�stol muestra el excelente car�cter de un pastor que se preocupa por cada alma confiada a su cuidado y hace especial hincapi� en llegar a todas ellas mediante un llamamiento p�blico o privado.

Al final de su carta, el ap�stol coloca la bendici�n ordinaria en su forma abreviada: �La gracia de nuestro Se�or Jesucristo sea contigo! Es un deseo que implica no solo que Jesucristo es el Salvador del mundo, cuya redenci�n asegur� la gracia gratuita para todos, sino tambi�n que �l es divino y puede dispensar libremente de Su ilimitada reserva de gracia y misericordia, como la obtuvo para los hombres por su sufrimiento y muerte.

Resumen

El ap�stol describe lo inesperado del regreso de Cristo, que hace necesaria la vigilancia constante por parte de los cristianos; da a sus lectores breves instrucciones sobre su conducta hacia los dem�s y sobre su comportamiento personal; cierra con una hermosa bendici�n, un llamamiento y el saludo apost�lico.

Información bibliográfica
Kretzmann, Paul E. Ph. D., D. D. "Comentario sobre 1 Thessalonians 5". "Comentario Popular de Kretzmann". https://beta.studylight.org/commentaries/spa/kpc/1-thessalonians-5.html. 1921-23.
 
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