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1 Timoteo 2

Comentario Popular de la Biblia de KretzmannComentario de Kretzmann

Versículo 1

Por tanto, exhorto a que, ante todo, se hagan s�plicas, oraciones, intercesiones y acciones de gracias por todos los hombres,

Versículos 1-4

Una advertencia para orar por todos los hombres sobre la base de la muerte expiatoria de Cristo

Por qui�n deben orar los cristianos y por qu�:

Versículo 2

por los reyes y por todos los que est�n en autoridad, para que podamos llevar una vida tranquila y pac�fica con toda piedad y honestidad.

Versículo 3

Porque esto es bueno y agradable a los ojos de Dios, nuestro Salvador,

Versículo 4

quien quiere que todos los hombres sean salvos y lleguen al conocimiento de la Verdad.

Habiendo sentado las bases de la sana ense�anza doctrinal en el primer cap�tulo, como Timoteo lo observar�a en su obra en la congregaci�n, el ap�stol ahora habla del orden de los servicios como se obten�a entonces en las congregaciones, refiri�ndose particularmente a la costumbre de Oraci�n p�blica: exhorto, entonces, a que, en primer lugar, se hagan s�plicas, adoraciones, intercesiones, acciones de gracias por todos los hombres, por los reyes y todos los que est�n en autoridad, para que podamos llevar una vida tranquila y silenciosa con toda piedad y honestidad. .

Aqu� se impone con �nfasis el deber de hacer que la oraci�n sea prominente en la vida cristiana, como una de las obligaciones que incumben en primer lugar. El intercambio de oraci�n entre el Se�or y los creyentes no se observa con tanta atenci�n y diligencia como lo requiere la voluntad del Se�or. La exhortaci�n del ap�stol, por tanto, es totalmente v�lida hasta el d�a de hoy. �l nombra s�plicas, las oraciones que fluyen de la conciencia de la necesidad y la miseria; adoraciones, en las que se combinan las ideas de adoraci�n y s�plica; intercesiones, oraciones hechas en nombre de otra persona, Romanos 8:27 ; y acci�n de gracias, ya que es evidente que los cristianos siempre reconocen los dones del Se�or con corazones agradecidos.

Dado que la caracter�stica de la intercesi�n es prominente incluso en los nombres de las oraciones que se dan aqu�, no es sorprendente que el ap�stol mencione ahora a algunas de las personas que han de disfrutar del beneficio de esta labor de amor. En general, todos los hombres est�n incluidos aqu�; todos los hombres sin excepci�n son objeto de la oraci�n de los cristianos, conversos o inconversos, amigos o enemigos, Mateo 5:45 .

Pero de esta gran misa el ap�stol separa ciertas clases mencion�ndolas por su nombre: reyes y todos los que est�n en autoridad, todos los que ocupan una posici�n de poder en el mundo, especialmente las personas que constituyen el gobierno civil. Los cristianos que oran por las necesidades de todos los hombres no pueden pasar por alto las necesidades especiales del gobierno, sin importar la forma que este gobierno pueda tener; oran al Se�or por la paz de la ciudad y el pa�s de los que son ciudadanos, sabiendo que en su paz tendr�n paz, Jeremias 29:7 .

Si el gobierno hace un uso adecuado de las diversas funciones que Dios le ha confiado, como pide la oraci�n de los cristianos, entonces el resultado ser� que podr�n llevar una vida tranquila, apacible y pac�fica, con toda piedad, en el culto correcto de los cristianos. Dios, y con toda honestidad, en buena conducta para con todos los hombres. La religi�n cristiana, que los creyentes confiesan y profesan, debe encontrar su expresi�n en la vida diaria.

Para que Timoteo y todos los dem�s lectores de la carta pasen por alto el �nfasis del pasaje, el ap�stol llama la atenci�n sobre �l al declarar la raz�n para exigir tal oraci�n general: Esto es excelente y aceptable ante nuestro Salvador, Dios, quien quiere que todos los hombres sean salvo y llegar al conocimiento de la verdad. Dios ordena la oraci�n por todos los hombres, y es esta oraci�n la que es buena, aprobada por Dios; se encuentra con Su agradecimiento complacido cuando los cristianos dan evidencia del esp�ritu de amor hacia todos los hombres que viven en ellos.

Dios Padre es nuevamente llamado aqu� el Salvador de los hombres, porque en esta capacidad Su amor se extiende a todos los seres humanos sin excepci�n. Deliberadamente y frente a toda la oposici�n moderna, Pablo explica aqu� el t�rmino "Salvador" aplicado a Dios, diciendo que Dios quiere que todos los hombres sean salvos. La voluntad misericordiosa de Dios es universal, tiene en mente a todos los hombres sin excepci�n, Romanos 8:32 ; Tito 2:11 .

No es meramente un deseo piadoso lo que �l tiene, sino que es Su voluntad sincera de que todos los hombres sean part�cipes de la salvaci�n ganada por la obra expiatoria de Cristo. Y la manera en que reciben esta salvaci�n que est� preparada ante todos es esta, que llegan al conocimiento de la verdad. Todos los hombres no solo deben conocer el mensaje de la redenci�n perfecta tal como est� contenido en el Evangelio, sino que es la voluntad de Dios que ellos tambi�n acepten la gracia salvadora, apliquen su gloriosa seguridad a s� mismos y as� se conviertan en due�os de la bienaventuranza prometida en �l. Juan 3:16 .

Versículo 5

Porque hay un solo Dios y un solo Mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre,

Versículos 5-8

La oferta de salvaci�n es universal, por lo que tambi�n la oraci�n intercesora debe ser general:

Versículo 6

el cual se dio a s� mismo en rescate por todos, para ser testificado a su debido tiempo.

Versículo 7

Por lo cual fui ordenado predicador y ap�stol (digo verdad en Cristo, y no miento) maestro de los gentiles en fe y verdad.

Versículo 8

Por tanto, quiero que los hombres oren en todas partes, levantando manos santas, sin ira ni duda.

Este hecho, que la misericordiosa voluntad de Dios para salvaci�n se extiende a todos los hombres, es tan importante que Pablo aporta otro punto en apoyo de su declaraci�n: Porque un solo Dios hay, un solo Mediador tambi�n entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, �l. que se dio a s� mismo en rescate por muchos, para ser atestiguado en su propio tiempo. Solo hay un Dios verdadero y revelado, por lo tanto, solo hay una voluntad misericordiosa de salvaci�n.

El asunto no debe representarse como si Dios tuviera una voluntad para los que se salvan y otra voluntad para los que est�n condenados. �l tiene una sola voluntad, la de su gracia y misericordia, por la cual desea que todos los hombres sean salvos. Adem�s: El Mediador Cristo Jes�s, Dios y hombre en una sola persona, es uno; la redenci�n es una. No hay un grado variable de excelencia y poder para las diversas personas en el mundo, como si la expiaci�n no fuera tan completa y completa para el transgresor grosero como para el moralista moralista.

La redenci�n de Cristo Jes�s est� ah� para todos los hombres en el mismo grado. Se le designa intencionalmente como Mediador entre Dios y los hombres, porque Su expiaci�n se ha interpuesto entre Dios y el mundo pecador y condenado, y ha restaurado la relaci�n que deber�a existir entre Dios y los hombres. Al convertirse en un verdadero hombre, al tomar sobre s� mismo el pecado, la culpa, el castigo, la muerte y la condenaci�n de la humanidad, ha dado plena satisfacci�n a todos los hombres; como Abogado y Representante de todos los hombres, puede presentarse ante Dios y exigir el pleno reconocimiento de la justicia divina por Su satisfacci�n, por Su obra de redenci�n.

Todo esto se logr� mediante una sola obra de redenci�n, mediante el hecho de que Cristo se dio a s� mismo como rescate en lugar de todos los hombres. Deber�an haber sido esclavos en el poder del diablo por toda la eternidad, pero �l pag� el precio completo para librarlos, y la salvaci�n est� ahora preparada ante la faz de todos los hombres, para ser atestiguada por todos los ministros del Evangelio y por todos los cristianos en esta gran era de cumplimiento como el hecho m�s glorioso de todas las �pocas. Todo el mundo deber�a escuchar este testimonio, todos los hombres deber�an tener la seguridad de la salvaci�n en Cristo Jes�s.

Este pensamiento le da al ap�stol la oportunidad de se�alar su autoridad apost�lica: por lo cual soy ordenado heraldo y ap�stol, (la verdad digo que no miento) un maestro de los gentiles en la fe y la verdad. Pablo hab�a sido llamado, ordenado, para este testimonio, para esta proclamaci�n de la gracia de Dios, particularmente a los gentiles, Hechos 9:15 .

El trabajo de su vida fue el de ser un heraldo del Se�or, de predicar el evangelio del perd�n de los pecados, 1 Corintios 9:27 ; 1 Corintios 15:12 . Adem�s, pertenec�a a los ministros especiales de Dios, a los hombres que hab�an sido capacitados, dotados de especial poder y autoridad apost�lica.

Frente a toda la oposici�n real y posible por parte de los erroristas, de los maestros judaizantes, el ap�stol puede colocar la tranquila aseveraci�n de que no es culpable de mentir, pero no est� diciendo nada m�s que la verdad. Pablo no pod�a y no quiso ceder su posici�n ni por un minuto, porque �l era responsable ante Dios por su debida defensa. Es maestro de los gentiles en fidelidad y verdad. Estos fueron los dos atributos que caracterizaron su obra; a �stos pod�a se�alar sin una excesiva auto-glorificaci�n; eran evidentes ante los ojos de todos los hombres en su ministerio.

Con las razones de la oraci�n general tan abundantemente establecidas, el ap�stol reanuda ahora su amonestaci�n: Es mi voluntad, entonces, que los hombres oren en todo lugar, levantando manos santas, sin ira ni duda. El tono del ap�stol aqu� es muy solemne y enf�tico, entrega su cargo en virtud de su autoridad apost�lica. Los hombres deben orar, deben estar a cargo de las oraciones en el culto p�blico.

En todo lugar deben ofrecerse tales oraciones, porque la adoraci�n del Nuevo Testamento no se limita a ning�n edificio en particular o lugar sagrado. No importa d�nde se re�na una congregaci�n cristiana para adorar, ya sea en la mejor catedral o en una casa de c�sped en la pradera, las oraciones son aceptables para Dios. Solo deben hacerse de tal manera que los hombres levanten las manos santas, levant�ndolas en un gesto de oraci�n que se usaba tanto en la Iglesia del Antiguo Testamento como en la del Nuevo.

Se menciona que las manos santas y puras representan la condici�n adecuada de todo el cuerpo, porque un coraz�n que est� lleno de pensamientos y proyectos en desacuerdo con la santa voluntad de Dios no puede orar de manera aceptable, y el mejor gesto de oraci�n es la hipocres�a en tal caso. . Por eso Pablo a�ade: Sin ira ni duda. En lo que respecta a los hombres, el coraz�n de los que oran en el culto p�blico debe estar libre de amargura, venganza, odio e ira.

Y en lo que concierne al Se�or, un coraz�n que expresa una oraci�n y todav�a est� lleno de dudas sobre el posible cumplimiento de la oraci�n, vence sus propios fines. La duda no solo interfiere muy seriamente con la sinceridad de la oraci�n, sino que en realidad neutraliza sus efectos, porque la duda es incredulidad.

Versículo 9

De la misma manera tambi�n, que las mujeres se vistan con ropa modesta, con verg�enza y sobriedad; no con cabellos bordados, ni con oro, ni con perlas, ni con adornos costosos,

Versículos 9-15

La estaci�n y la vocaci�n de las mujeres cristianas.

Versículo 10

pero (que conviene a las mujeres que profesan piedad) con buenas obras.

Versículo 11

Que las mujeres aprendan en silencio con toda sujeci�n.

Versículo 12

Pero no permito que una mujer ense�e, ni que usurpe la autoridad sobre el hombre, sino que est� en silencio.

Versículo 13

Porque Ad�n fue formado primero, luego Eva.

Versículo 14

Y Ad�n no fue enga�ado, pero la mujer, siendo enga�ada, cometi� la transgresi�n.

Versículo 15

No obstante, ser� salva en la maternidad si contin�an en la fe, la caridad y la santidad con sobriedad.

En la primera parte del cap�tulo, el ap�stol hab�a discutido la forma de adoraci�n p�blica con especial referencia a la participaci�n de los hombres. Considera ahora el caso de las mujeres: De la misma manera tambi�n las mujeres (advierto) a que se adornen con vestimenta modesta, con modestia y moderaci�n, no con rizos trenzados y oro o perlas o vestidos costosos, sino, lo que se convierte en mujeres que profesan reverencia a Dios. , por medio de buenas obras.

Esto tambi�n es parte del mandato divino que Pablo dio, no solo a las mujeres de �feso y de las otras congregaciones cristianas, sino a las mujeres cristianas de todos los tiempos. Les muestra qu� conducta, qu� comportamiento espera el Se�or de ellos en todo momento, pero particularmente en la adoraci�n p�blica. El manto o vestido con el que aparecen en p�blico, y especialmente en los servicios de la iglesia, debe ser decente, modesto, de ninguna manera sugerir las caracter�sticas femeninas espec�ficas ni llamar la atenci�n sobre el sexo del portador.

Esto se enfatiza a�n m�s con las palabras: modestia y moderaci�n. Una mujer cristiana demostrar� tambi�n en su vestido que evita todo lo sugerente e indecente, que posee la moderaci�n y la sobriedad que mantiene a raya la excitaci�n sensual. Donde la verdadera castidad vive en el coraz�n, y no una repugnante mojigater�a, el vestido de una mujer expresar� la belleza de una personalidad femenina, pero nunca acentuar� los encantos del sexo.

Es este �ltimo rasgo, tan prominente en nuestros d�as, que el ap�stol ahora censura con palabras tan duras como incompatible con el adorno m�s fino de los disc�pulos de Cristo. El ap�stol nombra el cabello trenzado, el peinado trenzado, ondulado y rizado que fue afectado por las mujeres s�per elegantes de esos d�as y particularmente por las mujeres sueltas. Otra caracter�stica de esa clase de mujeres era el uso extravagante de oro y perlas, de joyas de todo tipo, un rasgo que siempre se vuelve prominente en la misma proporci�n que el declive de la moral.

Finalmente, nombra un vestido costoso, exuberante y extravagante, que llama la atenci�n por su vistosidad. Tales lujosos adornos, galas y chucher�as no conducen a la dignidad de una mujer cristiana, particularmente no en el culto p�blico; pertenece a un �mbito con el que las mujeres cristianas no tienen nada en com�n. El adorno, m�s bien el adorno m�s fino de los creyentes, lo que debe distinguir a las mujeres cristianas, es la reverencia hacia Dios que profesan y dan testimonio a trav�s de las buenas obras.

Mediante el servicio desinteresado a los dem�s, una joven o mujer cristiana ser� vestida con la ropa m�s fina, Colosenses 3:12 ; sus buenas obras ser�n sus joyas m�s espl�ndidas, Proverbios 31:10 .

Habiendo hablado de la aparici�n de mujeres en los servicios p�blicos, el ap�stol a�ade ahora una prohibici�n definitiva, prohibiendo a las mujeres ser maestras p�blicas de una congregaci�n cristiana: Pero no permito ense�ar a una mujer, ni ejercer dominio sobre el hombre, sino [amonestar ella] estar en silencio. Esto lo conecta con su mandato: que una mujer aprenda en silencio con total sujeci�n. Sin duda, San Pablo ten�a una raz�n para repetir un cargo que hab�a dado una vez antes, 1 Corintios 14:33 .

Aprender, recibir instrucci�n, la mujer deber�a hacerlo, de ninguna manera estaba excluida de los servicios p�blicos; por el contrario, las mujeres a menudo formaban una parte muy grande y prominente de las congregaciones, como indica su frecuente menci�n en el Nuevo Testamento. Pero este conocimiento de la mujer deb�a hacerse en silencio y en silencio. No deb�a interrumpir los sermones o discusiones doctrinales en los servicios p�blicos con preguntas o comentarios propios, de ninguna manera interferir o participar en la ense�anza p�blica de la congregaci�n como tal.

Su posici�n es, en efecto, en muchas cuestiones relacionadas con el hogar, de coordinaci�n, en la vida p�blica y en la ense�anza de la congregaci�n, sin embargo, estrictamente de subordinaci�n, de completa sujeci�n. La ense�anza p�blica de la Palabra no est� permitida a las mujeres; no deben convertirse en predicadores o maestros de la congregaci�n como tales, aunque es muy posible que ense�en a ni�os y j�venes fuera de los servicios p�blicos, y tambi�n pueden dar instrucci�n individual a las personas mayores.

Ver Tito 2:3 ; Hechos 18:26 . Pero de ninguna manera y en ning�n momento la mujer ejercer� dominio sobre el hombre, ni en el culto p�blico, presumiendo ser maestra p�blica, ni en casa, ni en ninguna otra esfera de actividad. El ap�stol enfatiza una vez m�s que debe estar en silencio, que su papel es el de oyente y aprendiz en p�blico y no el de maestra. La m�xima excelencia de una mujer cristiana es la de seguir su vocaci�n en el tranquilo aislamiento del hogar.

El ap�stol ahora apoya su regla de silencio sobre dos bases: porque Ad�n fue creado primero, luego Eva; y Ad�n no fue enga�ado, pero la mujer, vencida por el enga�o, cometi� la transgresi�n. La prioridad de la creaci�n de Ad�n es, por lo tanto, un testimonio del orden de Dios que el hombre debe dirigir y gobernar para todos los tiempos. Dios hizo a la mujer como ayuda id�nea para el hombre, la subordinaci�n de la mujer se mantuvo firme incluso antes de la Ca�da.

La mujer estaba y deber�a estar en relaci�n de dependencia con el hombre, de lo que se sigue que su condici�n no deber�a ser la de l�der o maestro en la Iglesia. En segundo lugar, la historia del primer hombre muestra que no hubo tentaci�n y ca�da mientras estuvo solo. Sin embargo, tan pronto como la mujer, el vaso m�s d�bil, estuvo presente, Satan�s hizo su ataque. As�, Ad�n no fue enga�ado, no fue seducido, pero Eva fue vencida por el enga�o del diablo; ella cay� en la trampa tendida por el enemigo y luego persuadi� a su esposo para que se uniera a ella en la insensata transgresi�n.

Entonces se produjo la Ca�da, que, en sus tristes resultados, contin�a hasta esta hora. Aqu� nuevamente se muestra claramente la subordinaci�n de la mujer, hecho que la excluye de ser maestra en el culto p�blico, donde su oficio le dar�a dominio sobre el hombre.

Sin embargo, para protegerse de la idea de que la subordinaci�n de la mujer reduce de alguna manera su derecho y su participaci�n en las bendiciones del Evangelio, el ap�stol agrega una palabra de consuelo: Pero ella se salvar� por tener hijos, si permanecen en la fe, el amor y la santidad con sobriedad. "San Pablo, adoptando el punto de vista de sentido com�n de que la maternidad, m�s que la ense�anza p�blica o la direcci�n de los asuntos, es la funci�n, el deber, el privilegio y la dignidad primordiales de la mujer, les recuerda a Timoteo y a sus lectores que hab�a otro aspecto del La historia del G�nesis, adem�s de la de la mujer que toma la iniciativa en la transgresi�n: los dolores del parto fueron su sentencia, pero al sufrirlos encuentra su salvaci�n.

"No, en verdad, como si la maternidad fuera un medio para ganar la salvaci�n, pero el hogar, la familia, la maternidad, es la esfera de actividad propia de la mujer. Toda mujer normal debe entrar en el santo matrimonio, convertirse en madre y criar a sus hijos, si Dios le concede el don de tener beb�s propios. Ese es el llamamiento m�s elevado de la mujer; porque Dios le ha dado dones f�sicos y mentales. A menos que Dios mismo ordene lo contrario, una mujer pierde su prop�sito en la vida si no se convierte en una ayuda id�nea de su marido y madre de ni�os.

Y esto es cierto para todas las mujeres cristianas, si realizan todas estas obras de su vocaci�n en la fe en el Redentor y en el consiguiente amor desinteresado, en la santificaci�n que busca progresar d�a a d�a. De esta manera todos ejercen la moderaci�n, la sobriedad, la casta vigilancia sobre todos los deseos y concupiscencias pecaminosas, que efectivamente expulsa las pasiones lascivas y hace que todos los miembros del cuerpo sean instrumentos al servicio de Dios.

Resumen. El ap�stol da instrucciones sobre la oraci�n en el culto p�blico, basando su amonestaci�n en la universalidad de la gracia de Dios; instruye a las mujeres cristianas en cuanto a su posici�n en la Iglesia cristiana, invit�ndolas sobre todo a servir al Se�or en su llamamiento como madres, con toda modestia silenciosa.

Información bibliográfica
Kretzmann, Paul E. Ph. D., D. D. "Comentario sobre 1 Timothy 2". "Comentario Popular de Kretzmann". https://beta.studylight.org/commentaries/spa/kpc/1-timothy-2.html. 1921-23.