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Romanos 10

Comentario Popular de la Biblia de KretzmannComentario de Kretzmann

Versículo 1

Hermanos, el deseo de mi coraz�n y la oraci�n a Dios por Israel es que puedan ser salvos.

Versículos 1-4

Los jud�os, la causa de su propio rechazo.

Su negativa a aceptar la justicia de Dios:

Versículo 2

Porque les doy testimonio de que tienen un celo por Dios, pero no conforme al conocimiento.

Versículo 3

Pero ellos, ignorando la justicia de Dios y tratando de establecer la suya propia, no se han sometido a la justicia de Dios.

Versículo 4

Porque el fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree.

El ap�stol contin�a la l�nea de pensamiento que hab�a comenzado en el cap. 9:30. Pero no puede continuar sin expresar el profundo dolor que le causa la situaci�n. Asegura a sus hermanos, a sus lectores de la congregaci�n en Roma y en otros lugares, que la salvaci�n de los jud�os es un asunto de preocupaci�n para �l en oraci�n, que siente cualquier cosa menos satisfacci�n por la necesidad que le incumbe de hablar de su rechazo por parte de Dios.

Su bondadoso y ferviente deseo por ellos, el supremo deseo de su coraz�n, que encuentra su expresi�n en su s�plica a Dios, es su salvaci�n. Ese es el objeto que tiene en mente cuando hace su s�plica ante Dios, cuando intercede en su favor, para que obtengan la salvaci�n. Lejos de desear exagerar y exagerar la maldad de su conducta, el ap�stol se inclina m�s bien a darles todo el cr�dito por cualquier cosa que pueda ser encomiable en su conducta.

�l les da testimonio, est� perfectamente dispuesto a testificar a favor de ellos que tienen celo por Dios, por Dios. Tanto uno debe reconocerlos y someterse a ellos, que no sean indiferentes a Dios y a Su gloria. Durante siglos se hab�an aferrado a la doctrina y el culto de sus padres tal como lo entend�an, incluso soportando sangrientas persecuciones por causa de Jehov�. Y cre�an que por esta insistencia en las formalidades externas de la religi�n merec�an la salvaci�n, Hechos 26:7 .

Pero a pesar de todo este esfuerzo bien intencionado, su celo no estaba de acuerdo con el conocimiento correcto. Su falta de conocimiento adecuado no era solo una falta intelectual, sino tambi�n moral. A pesar de toda la ense�anza de parte de los profetas, persistieron en su adoraci�n externa, neg�ndose a aceptar el conocimiento apropiado de Dios. Se adhirieron al servicio de Dios tal como lo hab�an desarrollado para s� mismos, y todas las dem�s opiniones fueron rechazadas por ellos. Pero el verdadero celo por Dios y Su gloria permanece dentro de los l�mites de la revelaci�n de Dios y no sigue la opini�n humana.

Y ahora Pablo describe el contraste con su propio deseo y oraci�n en el comportamiento de los jud�os seg�n su falso conocimiento. Porque, ignorando la justicia de Dios y procurando establecer la suya propia, no se han puesto bajo la justicia de Dios. En lugar del conocimiento apropiado, los jud�os mostraron ignorancia; en lugar de tener la verdadera justicia, estaban obligados a sacar la suya propia.

Dios ha encontrado una forma de justificar a los pecadores; �l ha preparado para ellos una justicia perfecta: �l les ofrece esta justicia en el Evangelio. no se sometieron ni se sometieron a la justicia de Dios, el orden divino y el arreglo para la salvaci�n de los hombres, el camino de la justificaci�n. Y, por tanto, todo su celo por Dios no les servir� de nada, ya que se niegan a ver el �nico camino de salvaci�n, mediante la aceptaci�n de la justicia de Dios por medio de la fe.

Y Pablo trae otra prueba de que la b�squeda de la propia justicia mediante la observancia de la ley es un error y no puede resultar en salvaci�n: porque el fin de la ley es Cristo para justicia a todo aquel que cree. Cristo es el fin de la ley: ha cumplido todas sus exigencias a la perfecci�n, en cada detalle, y por eso en Cristo la ley ha encontrado su fin, su terminaci�n. Que la Ley todav�a tiene su valor, incluso en la Iglesia del Nuevo Testamento, el ap�stol ha demostrado anteriormente, 3:20; 7: 7 y sig.

La Ley, cumplida por Cristo, ya no puede acusarnos ni condenarnos, porque la justicia plena y completa est� ahora presente y lista para todo aquel que cree; ese es el objetivo de que Cristo sea el fin de la ley. Una persona necesita aceptar el cumplimiento de la Ley, la perfecta obediencia a la Ley por Cristo, y por tal fe, ser� poseedor de la justicia de Cristo, imputada a �l en y por el acto de la justificaci�n.

Y esto es cierto no por ning�n m�rito intr�nseco en el acto de fe, sino porque es el �nico medio de aprehender y apropiarnos de la justicia de Cristo que hemos obtenido. De esta manera, el vers�culo 4 es un resumen de todo el mensaje del Evangelio.

Versículo 5

Porque Mois�s describe la justicia que es de la ley, que el hombre que hace esas cosas vivir� por ellas.

Versículos 5-10

La universalidad de la justicia de la fe probada por el Antiguo Testamento:

Versículo 6

pero la justicia que es por la fe habla as�: No digas en tu coraz�n: �Qui�n subir� al cielo? (es decir, hacer descender a Cristo de arriba;)

Versículo 7

o, �qui�n descender� al abismo? (es decir, para hacer subir a Cristo de entre los muertos).

Versículo 8

Pero, �qu� dice? Cerca de ti est� la Palabra, en tu boca y en tu ser, es decir, la Palabra de fe que predicamos;

Versículo 9

que si confesares con tu boca que Jes�s es el Se�or, y creyeres en tu coraz�n que Dios le levant� de los muertos, ser�s salvo.

Versículo 10

Porque con el hombre se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvaci�n.

El ap�stol hab�a demostrado claramente que la fe en la justicia proporcionada por Dios era en todo momento una condici�n para la salvaci�n. Y ahora trae pruebas del Antiguo Testamento que indican claramente que Mois�s ense�� la distinci�n entre las dos formas de justicia. Porque Mois�s escribe acerca de la justicia de la Ley, Lev�tico 18:5 , que el hombre que la hace vivir� en ella.

Toda persona que guarde perfectamente todos los mandamientos y preceptos de la Ley obtendr� por esa se�al la vida, la verdadera vida eterna, Deuteronomio 27:26 ; G�latas 3:10 ; Santiago 2:10 ; Lucas 10:28 .

Ese es el prerrequisito, la �nica condici�n de la que depende la salvaci�n: la perfecta obediencia a la Ley. No, en verdad, como si alguna persona hubiera sido salva por la observancia de la Ley, por la sencilla raz�n de que nadie, desde la ca�da de Ad�n, cumpli� jam�s sus preceptos. La justicia de la ley no existe en realidad, pero es una demanda de Dios sobre todos los hombres, una condici�n de salvaci�n, tal como Mois�s escribe sobre ella en el pasaje citado.

Mois�s describe la justicia de la Ley, pero no afirma que exista en ning�n ser humano. Si una persona comprende as� la situaci�n, perder� la esperanza de la justicia de la Ley y se volver� hacia la justicia de la fe como la �nica posibilidad de ser salvo.

Este contraste se resalta en los siguientes vers�culos, donde el contenido de Deuteronomio 30:11 se presenta en una traducci�n libre. Pero la justicia que es por fe tiene esto que decir, la justicia que Dios imputa por la fe describe su propio car�cter en palabras tomadas de los escritos de Mois�s, pero aplicadas a la situaci�n creada por la obra de Cristo.

El consejo que da esta justicia es este: No digas en tu coraz�n: �Qui�n subir� al cielo? o: �Qui�n descender� al abismo? Que la justicia de la ley, por medio de las obras, es inalcanzable, hab�an implicado las palabras de Mois�s. Pero, �qu� hay de la justicia de la fe? Nadie deber�a tener la idea o proponerse a s� mismo: �Qui�n subir� al cielo para hacer descender a Cristo del cielo? �Qui�n descender� al abismo, al lugar de los muertos, para rescatar a Cristo de entre los muertos? Tales investigaciones desesperadas y ansiosas son completamente tontas.

No es necesario tomarse tantas molestias, no es necesario ir a buscar a Cristo desde una gran distancia, porque �l no es tan inalcanzable. Al contrario, el Redentor est� presente; Cristo ha descendido del cielo, ha resucitado de entre los muertos para salvaci�n de todos los hombres; Ha realizado su obra en la tierra y cumplido la justicia de la ley. En y con Cristo se ha obtenido la justicia perfecta para todos los hombres.

Por tanto, la justicia de la fe tiene una amonestaci�n valiente y gozosa: Cerca de ti est� la Palabra, en tu boca y en tu coraz�n: esta es la Palabra de fe que proclamamos. Por Cristo, de quien ha hablado en la primera parte de su amonestaci�n, Pablo sustituye la Palabra del Evangelio, la Palabra que le hab�a sido confiada para proclamar, la Palabra de fe, que simplemente debe ser cre�da, cuyo contenido, Jes�s. Cristo, debe ser aceptado por fe.

Cristo y su salvaci�n plena est� siempre presente con nosotros, en el mensaje del Evangelio que se proclama, en las Escrituras que se leen, en los textos de la Biblia que se memorizan. Y no se necesita nada m�s que la fe en esta Palabra, el asentimiento a su contenido y la confianza en sus promesas.

El ap�stol explica adem�s esta declaraci�n y la aplica al creyente promedio en su vida: Porque, si confiesas con tu boca a Jesucristo, y crees en tu coraz�n que Dios lo levant� de los muertos, ser�s salvo; porque con el coraz�n se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvaci�n. La fe y la confesi�n se mencionan aqu� como los dos requisitos para la salvaci�n.

Tan cercana est� la redenci�n de Jes�s a toda persona en el mundo, en la Palabra del mensaje evang�lico, que s�lo es necesario creer con el coraz�n y confesar con la boca para ser part�cipe de todas sus bendiciones. Si alguna persona cree en su coraz�n y confiesa con su boca que Jes�s es el Se�or y que Dios lo ha levantado de los muertos, entonces tiene la fe que le dar� la salvaci�n.

Note que Pablo aqu� representa a Jes�s el Se�or como el resumen y contenido del Evangelio, de fe y salvaci�n. El pensamiento es tan importante para cada persona en el ancho mundo que Pablo lo repite en una oraci�n paralela, colocando un coraz�n que cree para justicia y una boca que confiesa para salvaci�n uno al lado del otro. La fe del coraz�n es suficiente para alcanzar la justicia, y la confesi�n de la boca es suficiente para alcanzar la salvaci�n.

La fe del coraz�n, expresada en la confesi�n de la boca, trae justicia y salvaci�n al creyente, y ninguna obra ni m�rito tendr� este resultado. As� como el coraz�n y la boca se mencionan juntos, la fe y la confesi�n no pueden separarse: la fe debe encontrar su expresi�n en la confesi�n de la boca. "La fe del coraz�n, seguida de la confesi�n de la boca, resulta en justicia y salvaci�n.

"Pablo est� hablando de una fe verdadera y viva, no de una hipocres�a improvisada y sustituta. En Cristo, en la Palabra de salvaci�n, Dios ha tra�do salvaci�n a todos los hombres, y �l reconoce s�lo la confianza del coraz�n que, por Su obra , se apropia realmente de la redenci�n y hace una confesi�n abierta de ese hecho ante todos los hombres.

Versículo 11

Porque la Escritura dice: Todo aquel que en �l cree, no ser� avergonzado.

Versículos 11-13

El testimonio de la Escritura de la justicia de la fe:

Versículo 12

Porque no hay diferencia entre jud�o y griego; porque el mismo Se�or de todos es rico para con todos los que le invocan.

Versículo 13

porque todo aquel que invocare el nombre del Se�or, ser� salvo.

La forma o m�todo de salvaci�n que se ense�a en el Evangelio no es solo la �nica forma de llegar al cielo, sino que tambi�n es el �nico m�todo que puede aplicarse tanto a jud�os como a gentiles: ser salvos por la fe. Este San Pablo se fundamenta con un pasaje de las Escrituras, un nombre que se usa en todas partes para designar la colecci�n de escritos del Antiguo Testamento como en uso en medio de los jud�os. Es una declaraci�n arrolladora y completa: Todo aquel que en �l cree, no ser� avergonzado, Isa�as 28:16 .

Aqu� se destacan claramente los dos pensamientos que el ap�stol tiene en mente. Quien sea, cada uno, sin importar de qu� raza o nacionalidad sea, sin importar cu�les hayan sido sus antecedentes; no hay diferencia. Y todo aquel que cree: la fe es el �nico medio para obtener las bendiciones de la salvaci�n, es la �nica condici�n para la aceptaci�n de Dios. Y el ap�stol explica: Porque no hay diferencia entre el jud�o por un lado y el griego por el otro.

En lo que respecta a su relaci�n con la salvaci�n, a su necesidad y al m�todo para obtenerla, Dios aceptar� a cualquiera de ellos tan pronto como crea. Porque el mismo, Jesucristo, es Se�or de todos, poseedor de riquezas, de inestimables bendiciones y beneficios espirituales para todos y para todos los que lo invocan. Cristo es el Se�or y Salvador de todos los creyentes, y su dominio de los medios y las riquezas espirituales es tal que le permite dispensar las riquezas de su gracia a todos y cada uno, y a todos los que lo invocan con fe, que lo adoran como su Redentor.

Porque que la salvaci�n de sus almas es el objeto de su oraci�n, se desprende de las palabras: Todo aquel que invocare el nombre del Se�or, ser� salvo. Ver Joel 2:32 . Invocar el nombre de Jehov� es id�ntico a invocar el nombre del Se�or Jesucristo. Los cristianos invocan, adoran, el nombre del Se�or Jesucristo como el de Dios.

Su adoraci�n es un fruto, una expresi�n de su fe. Y por esa fe, expresada en esta confesi�n, se aferran a la salvaci�n eterna, son salvados por ese Se�or en quien han puesto su confianza. As�, el ap�stol pone de manifiesto la universalidad de la salvaci�n, del hecho de que est� destinada a todos los hombres, que el Evangelio, por tanto, debe ser proclamado en todo el mundo.

Versículo 14

�C�mo, entonces, invocar�n a Aquel en quien no han cre�do? �Y c�mo creer�n en Aquel de quien no han o�do? �Y c�mo oir�n sin un predicador?

Versículos 14-15

Este es el pensamiento que ahora se expande, la necesidad de la predicaci�n universal del Evangelio:

Versículo 15

�Y c�mo predicar�n si no son enviados? Como est� escrito: �Cu�n hermosos son los pies de los que predican el evangelio de la paz y traen buenas nuevas de cosas buenas!

El ap�stol aqu� explica lo que est� impl�cito en invocar al Se�or, verso 13. �l hab�a declarado que esta adoraci�n del Se�or en la fe era una condici�n para la salvaci�n, y ahora sigue ese pensamiento, mostrando lo que est� involucrado en esa palabra de Dios. El Se�or. �C�mo es posible que invoquen a Aquel en quien no creen? La adoraci�n es un acto de fe; por lo tanto, donde la fe no est� presente, se excluye la adoraci�n apropiada del Se�or.

�C�mo es posible que crean en Aquel de quien no han o�do o donde no han o�do? Donde la voz de Cristo no se ha escuchado en el Evangelio, la fe est� fuera de discusi�n. Y esto lleva a la siguiente pregunta: �Pero c�mo pueden escuchar sin uno que predique? Si no hay nadie all� para proclamar el Evangelio, es evidente que no se debe pensar en escuchar el gozoso mensaje de salvaci�n.

Y finalmente: �C�mo pueden predicar el Evangelio si no han sido enviados? 1 Corintios 1:17 . Si el Se�or no env�a predicadores del Evangelio, si no hace que los corazones de los hombres est�n dispuestos a prepararse para el oficio, si no emite Su llamado por medio de la congregaci�n o la Iglesia, �c�mo se puede suplir el oficio? As�, Pablo, mediante una serie de convincentes inferencias l�gicas, saca a relucir su conclusi�n sobre el deber de predicar el Evangelio a todas las personas.

"As� como la invocaci�n implica fe, como la fe implica conocimiento, instrucci�n de conocimiento e instrucci�n de un instructor, as� es claro que si Dios quiere que todos los hombres lo invoquen, dise�� predicadores para que fueran enviados a todos, cuya proclamaci�n de misericordia sea escuchada , podr�a ser cre�do, y, al ser cre�do, podr�a llevar a los hombres a invocarlo y ser salvos. "(Hodge.) Este razonamiento concuerda exactamente con una profec�a de Isa�as, la necesidad presente se satisface con el dicho prof�tico, Isa�as 52:7 : �Qu� hermosos los pies de los que predican el Evangelio de la paz, que predican el Evangelio de las cosas buenas! Los pies de los mensajeros del Evangelio son hermosos, porque su llegada es deliciosa, porque est�n ansiosos por traer la nueva de alegr�a.

El contenido de su proclamaci�n es la paz, la reconciliaci�n con Dios a trav�s de Jes�s, las cosas buenas, la plenitud de las bendiciones de Dios a trav�s de la obra de Jes�s. De este modo, la declaraci�n del profeta, al hablar de la alegr�a con que ser� recibida en todas partes la venida de los mensajeros del Evangelio, sirve para demostrar la necesidad de la predicaci�n del Evangelio a todos los hombres.

Versículo 16

Pero no todos han obedecido al Evangelio. Porque dijo Isa�as: Se�or, �qui�n ha cre�do a nuestro anuncio?

Versículos 16-21

Fe e incredulidad en su relaci�n con el Evangelio:

Versículo 17

Entonces, la fe viene por escuchar y escuchar la Palabra de Dios.

Versículo 18

Pero yo digo, �no han escuchado? S�, en verdad, su sonido lleg� a toda la tierra y sus palabras hasta los confines del mundo.

Versículo 19

Pero yo digo: �No lo sab�a Israel? Primero dijo Mois�s: Te provocar� a celos con los que no son pueblo, y con una naci�n insensata te enojar�.

Versículo 20

Pero Isa�as es muy valiente y dice: Fui hallado entre los que no me buscaban; Me manifest� a los que no preguntaban por m�.

Versículo 21

Pero a Israel dice: Todo el d�a he extendido mis manos a un pueblo rebelde y rebelde.

Pablo hab�a declarado que la predicaci�n del Evangelio tanto a jud�os como a gentiles estaba de acuerdo con la voluntad de Dios. Dado que �l quiere que todos los hombres se salven, tambi�n quiere que el Evangelio se predique a todos los hombres. Y esto sigue siendo cierto, aunque no todos los hombres (con especial referencia a los jud�os) han prestado obediencia al Evangelio; muchos han rechazado su hermoso mensaje. Y este comportamiento tambi�n ha sido predicho por Isa�as 53:1 : Se�or, �qui�n creer� nuestro informe, el mensaje que comunicamos? El informe o mensaje.

de Isa�as, el evangelista del Antiguo Testamento, es id�ntica a la predicaci�n evang�lica de todos los tiempos; y su experiencia concuerda con la de los ap�stoles y predicadores del Nuevo Testamento. Se encuentran pocos, muy pocos, que est�n dispuestos a escuchar el mensaje de su salvaci�n. Es un lamento amargo al que el profeta da voz y al mismo tiempo una acusaci�n grave.

El ap�stol ahora saca una conclusi�n de las palabras del profeta: Entonces, entonces, la fe viene a trav�s del mensaje de la predicaci�n. All� se proclama el Evangelio de Jesucristo, bien se puede esperar que se encienda la fe; porque esta predicaci�n es el requisito previo de la fe, la fe depende de la predicaci�n del Evangelio. Y la predicaci�n, a su vez, es a trav�s de la Palabra de Cristo. La predicaci�n se hace en virtud, sobre la base de la palabra y el mandato de Cristo, quien, como Se�or de la Iglesia, env�a ap�stoles y predicadores del Evangelio.

El mensaje tra�do por estos hombres es, por tanto, un fundamento seguro de fe. Entonces, tanto mayor es la culpabilidad de los jud�os y de todos los incr�dulos al resistir el orden de la salvaci�n como lo fij� Dios, al frustrar el dise�o y la preparaci�n de Dios para su felicidad eterna.

Pero el ap�stol mismo plantea aqu� una objeci�n: Pero yo digo, �no han o�do? Seguramente no es posible que el Evangelio de Jesucristo nunca haya llegado a sus o�dos. El ap�stol quiere corregir la impresi�n como si hubiera dicho demasiado, como si su suposici�n de que todos los jud�os, incluso los que est�n fuera de Palestina, hab�an tenido la oportunidad de escuchar el Evangelio, fuera incorrecta. Pero niega inmediatamente que pueda afirmarse tal excusa para la incredulidad de los jud�os.

No, m�s bien: por todas las tierras ha salido su sonido, y hasta los confines de la tierra sus palabras. El ap�stol aqu� viste su argumento con las palabras de Salmo 19:5 . El sonido del Evangelio, la voz de los predicadores del Evangelio, se ha difundido por todo el mundo; incluso en el momento en que Pablo estaba escribiendo, se hab�a llevado a cabo en pr�cticamente todas las partes del gran Imperio Romano, especialmente en aquellos pa�ses donde viv�an jud�os.

El nombre de Cristo fue conocido en todo el mundo civilizado. Y, por tanto, los jud�os no pueden excusar su incredulidad con el pretexto de que no hab�an tenido la oportunidad de escuchar el mensaje del Evangelio.

El ap�stol, habiendo anticipado as� todas las objeciones y rechazado todas las excusas de antemano, contin�a: Pero yo digo, �no sab�a Israel? Seguramente nadie querr� asumir lo incre�ble al decir que Israel, el pueblo escogido de Dios, a quien Dios hab�a confiado Su Palabra y promesas de anta�o, no las conoc�a, se rehusaba a reconocerlas y aceptarlas, las ignoraba y las rechazaba voluntariamente. ! La pregunta es no solo de asombro y sorpresa, sino tambi�n de indignaci�n por el hecho de que Israel no quiso saber, no quiso creer.

Pero este comportamiento concuerda con la profec�a de las Escrituras, no solo en uno, sino en varios casos. Como dice el primero, Mois�s, Deuteronomio 32:21 : Te incitar� a celos con una naci�n que no es naci�n, con una naci�n insensata te provocar� a ira. Esto el Se�or hab�a hablado incluso por medio de Mois�s.

As� como los hijos de Israel, incluso en aquellos primeros d�as, hab�an provocado a Dios al adorar �dolos que no eran dioses, �l, a su vez, los provocar�a. A los ojos de Dios hab�a una sola naci�n, Su pueblo escogido, los hijos de Israel. Todas las naciones de los paganos no merec�an ese t�tulo de honor. Pero Dios recibir�a deliberadamente a la gente de esas no naciones como suyas, para gran disgusto e indignaci�n de los jud�os.

Debido a que se hab�an mostrado faltos de entendimiento, el Se�or elegir�a como pueblo suyo a los que consideraban necios. Ver Hechos 13:42 y sigs.

Y Mois�s no fue el �nico que predijo la rebeli�n y la apostas�a de los jud�os. Isa�as hace una declaraci�n muy audaz, ( Isa�as 65:1 - He sido hallado por los que no me buscaban, he sido revelado a los que no preguntaron por m�. El Se�or, seg�n esta profec�a, se ha manifestado y se ha dejado encontrar por extra�os, por personas que antes no ten�an comunicaci�n con �l.

Los paganos, originalmente ajenos al pacto de la promesa, se convirtieron y se volvieron a Dios cuando se les llev� el mensaje del Evangelio. Entonces, tanto mayor es el contraste representado por los jud�os, a quienes el Se�or dice en el mismo pasaje: Todo el d�a he extendido Mis manos hacia un pueblo que es desobediente y contradictorio. Dios hab�a extendido Sus manos en un gesto de invitaci�n, de s�plica, incluso de s�plica; �l hab�a instado a los jud�os una y otra vez a regresar a �l, pero ellos deliberadamente rechazaron todos Sus esfuerzos en su favor.

Ver Mateo 23:37 . Y lo mismo ocurre con los incr�dulos de todos los tiempos. La invitaci�n y el llamamiento fervientes de Dios se repiten una y otra vez: Reconciliaos con Dios y, sin embargo, rechazan sus ofertas de amor y salvaci�n eterna. Y, por lo tanto, s�lo pueden culparse a s� mismos cuando el castigo inevitable descienda sobre sus cabezas culpables.

Resumen

El ap�stol lamenta amargamente el hecho de que, aunque los gentiles aceptaron la justicia de la fe, Israel se neg� a obedecer el Evangelio y rechaz� la salvaci�n ofrecida a todos los hombres.

Información bibliográfica
Kretzmann, Paul E. Ph. D., D. D. "Comentario sobre Romans 10". "Comentario Popular de Kretzmann". https://beta.studylight.org/commentaries/spa/kpc/romans-10.html. 1921-23.