El ap�stol expresa su amor y su alegr�a por los creyentes. (1-7) Advierte contra los errores de la filosof�a pagana; tambi�n contra las tradiciones jud�as y los ritos que se hab�an cumplido en Cristo. (8-17) Contra la adoraci�n de los �ngeles; y contra las ordenanzas legales. (18-23)
1-7 El alma prospera cuando tenemos un conocimiento claro de la verdad tal como es en Jes�s. Cuando no s�lo creemos con el coraz�n, sino que estamos dispuestos, cuando se nos llama, a hacer confesi�n con la boca. El conocimiento y la fe enriquecen el alma. Cuanto m�s fuerte sea nuestra fe, y cuanto m�s c�lido sea nuestro amor, mayor ser� nuestro consuelo. Los tesoros de la sabidur�a est�n escondidos, no de nosotros, sino para nosotros, en Cristo. Estos estaban ocultos para los orgullosos incr�dulos, pero se mostraron en la persona y la redenci�n de Cristo. Vean el peligro de las palabras seductoras; �cu�ntos se arruinan por los falsos disfraces y las bellas apariencias de los malos principios y las pr�cticas perversas! Tened cuidado y temed a los que quieren seducir a cualquier mal, porque pretenden arruinaros. Todos los cristianos han recibido, al menos de profesi�n, a Jesucristo el Se�or, han consentido en �l y lo han tomado por suyo. No podemos ser edificados en Cristo, ni crecer en �l, si antes no estamos arraigados en �l, o fundados en �l. Estando establecidos en la fe, debemos abundar en ella, y mejorar en ella cada vez m�s. Dios retira justamente este beneficio a quienes no lo reciben con acci�n de gracias; y la gratitud por sus misericordias es justamente requerida por Dios.
8-17 Hay una filosof�a que ejercita correctamente nuestras facultades razonables; un estudio de las obras de Dios, que nos lleva al conocimiento de Dios, y confirma nuestra fe en �l. Pero hay una filosof�a que es vana y enga�osa, y que mientras complace las fantas�as de los hombres, obstaculiza su fe: tales son curiosas especulaciones sobre cosas que est�n por encima de nosotros, o que no nos conciernen. Los que andan por el camino del mundo, se apartan del seguimiento de Cristo. Tenemos en �l la sustancia de todas las sombras de la ley ceremonial. Todos los defectos de la ley ceremonial se compensan en el evangelio de Cristo, por su completo sacrificio por el pecado y por la revelaci�n de la voluntad de Dios. Ser completo es estar provisto de todas las cosas necesarias para la salvaci�n. Por esta palabra "completa", se muestra que tenemos en Cristo todo lo que se requiere. "En �l", no cuando miramos a Cristo, como si estuviera alejado de nosotros, sino que estamos en �l, cuando, por el poder del Esp�ritu, tenemos la fe obrada en nuestros corazones por el Esp�ritu, y estamos unidos a nuestra Cabeza. La circuncisi�n del coraz�n, la crucifixi�n de la carne, la muerte y la sepultura al pecado y al mundo, y la resurrecci�n a una vida nueva, expuestas en el bautismo, y por la fe operada en nuestros corazones, demuestran que nuestros pecados son perdonados, y que estamos plenamente liberados de la maldici�n de la ley. Por medio de Cristo, nosotros, que est�bamos muertos en pecados, somos vivificados. La muerte de Cristo fue la muerte de nuestros pecados; la resurrecci�n de Cristo es la vivificaci�n de nuestras almas. La ley de las ordenanzas, que era un yugo para los jud�os y un muro de separaci�n para los gentiles, el Se�or Jes�s la quit� de en medio. Cuando lleg� la sustancia, las sombras huyeron. Puesto que todo hombre mortal es culpable de la muerte por la letra de la ley, �qu� terrible es la condici�n de los imp�os e impiadosos que pisotean la sangre del Hijo de Dios, la �nica que puede borrar esta letra mortal! Que nadie se preocupe por los juicios intolerantes relacionados con las carnes o las solemnidades jud�as. Apartar una parte de nuestro tiempo para la adoraci�n y el servicio a Dios es un deber moral e inmutable, pero no depende necesariamente del s�ptimo d�a de la semana, el s�bado de los jud�os. El primer d�a de la semana, o el d�a del Se�or, es el tiempo que los cristianos guardan como sagrado, en recuerdo de la resurrecci�n de Cristo. Todos los ritos jud�os eran sombras de las bendiciones del Evangelio.
18-23 Parec�a una humildad el dirigirse a los �ngeles, como si los hombres fueran conscientes de su indignidad para hablar directamente con Dios. Pero no es justificable; es tomar ese honor que se debe s�lo a Cristo, y d�rselo a una criatura. Realmente hab�a orgullo en esta aparente humildad. Los que adoran a los �ngeles, reniegan de Cristo, que es el �nico Mediador entre Dios y el hombre. Es un insulto a Cristo, que es la Cabeza de la iglesia, usar cualquier intercesor que no sea �l. Cuando los hombres se desprenden de Cristo, se aferran a lo que no les servir� de nada. El cuerpo de Cristo es un cuerpo que crece. Y los verdaderos creyentes no pueden vivir a la moda del mundo. La verdadera sabidur�a consiste en mantenerse cerca de las citas del Evangelio; en total sujeci�n a Cristo, que es la �nica Cabeza de su iglesia. Los sufrimientos y ayunos autoimpuestos pueden dar una muestra de espiritualidad y voluntad de sufrimiento poco comunes, pero esto no es "en ning�n caso" un honor para Dios. Todo tend�a, de manera equivocada, a satisfacer la mente carnal, gratificando la voluntad propia, la sabidur�a propia, la justicia propia y el desprecio de los dem�s. Las cosas son tales que no llevan consigo m�s que la apariencia de la sabidur�a; o una apariencia tan d�bil que no hacen ning�n bien al alma, y no proporcionan la satisfacci�n de la carne. Lo que el Se�or ha dejado indiferente, consider�moslo como tal, y dejemos a los dem�s la misma libertad; y recordando la naturaleza pasajera de las cosas terrenales, procuremos glorificar a Dios en el uso de ellas.
Declaración de derechos de autor Estos archivos están en el dominio público y son derivados de una edición electrónica disponible en el sitio web de la Biblioteca Cristiana de Clásicos Etéreos.
Información bibliográfica Henry, Matthew. "Comentario completo sobre Colossians 2". "Comentario completo de Henry sobre toda la Biblia". https://beta.studylight.org/commentaries/spa/mhm/colossians-2.html. 1706.
Introducción
El ap�stol expresa su amor y su alegr�a por los creyentes. (1-7) Advierte contra los errores de la filosof�a pagana; tambi�n contra las tradiciones jud�as y los ritos que se hab�an cumplido en Cristo. (8-17) Contra la adoraci�n de los �ngeles; y contra las ordenanzas legales. (18-23)
Versículos 1-7
1-7 El alma prospera cuando tenemos un conocimiento claro de la verdad tal como es en Jes�s. Cuando no s�lo creemos con el coraz�n, sino que estamos dispuestos, cuando se nos llama, a hacer confesi�n con la boca. El conocimiento y la fe enriquecen el alma. Cuanto m�s fuerte sea nuestra fe, y cuanto m�s c�lido sea nuestro amor, mayor ser� nuestro consuelo. Los tesoros de la sabidur�a est�n escondidos, no de nosotros, sino para nosotros, en Cristo. Estos estaban ocultos para los orgullosos incr�dulos, pero se mostraron en la persona y la redenci�n de Cristo. Vean el peligro de las palabras seductoras; �cu�ntos se arruinan por los falsos disfraces y las bellas apariencias de los malos principios y las pr�cticas perversas! Tened cuidado y temed a los que quieren seducir a cualquier mal, porque pretenden arruinaros. Todos los cristianos han recibido, al menos de profesi�n, a Jesucristo el Se�or, han consentido en �l y lo han tomado por suyo. No podemos ser edificados en Cristo, ni crecer en �l, si antes no estamos arraigados en �l, o fundados en �l. Estando establecidos en la fe, debemos abundar en ella, y mejorar en ella cada vez m�s. Dios retira justamente este beneficio a quienes no lo reciben con acci�n de gracias; y la gratitud por sus misericordias es justamente requerida por Dios.
Versículos 8-17
8-17 Hay una filosof�a que ejercita correctamente nuestras facultades razonables; un estudio de las obras de Dios, que nos lleva al conocimiento de Dios, y confirma nuestra fe en �l. Pero hay una filosof�a que es vana y enga�osa, y que mientras complace las fantas�as de los hombres, obstaculiza su fe: tales son curiosas especulaciones sobre cosas que est�n por encima de nosotros, o que no nos conciernen. Los que andan por el camino del mundo, se apartan del seguimiento de Cristo. Tenemos en �l la sustancia de todas las sombras de la ley ceremonial. Todos los defectos de la ley ceremonial se compensan en el evangelio de Cristo, por su completo sacrificio por el pecado y por la revelaci�n de la voluntad de Dios. Ser completo es estar provisto de todas las cosas necesarias para la salvaci�n. Por esta palabra "completa", se muestra que tenemos en Cristo todo lo que se requiere. "En �l", no cuando miramos a Cristo, como si estuviera alejado de nosotros, sino que estamos en �l, cuando, por el poder del Esp�ritu, tenemos la fe obrada en nuestros corazones por el Esp�ritu, y estamos unidos a nuestra Cabeza. La circuncisi�n del coraz�n, la crucifixi�n de la carne, la muerte y la sepultura al pecado y al mundo, y la resurrecci�n a una vida nueva, expuestas en el bautismo, y por la fe operada en nuestros corazones, demuestran que nuestros pecados son perdonados, y que estamos plenamente liberados de la maldici�n de la ley. Por medio de Cristo, nosotros, que est�bamos muertos en pecados, somos vivificados. La muerte de Cristo fue la muerte de nuestros pecados; la resurrecci�n de Cristo es la vivificaci�n de nuestras almas. La ley de las ordenanzas, que era un yugo para los jud�os y un muro de separaci�n para los gentiles, el Se�or Jes�s la quit� de en medio. Cuando lleg� la sustancia, las sombras huyeron. Puesto que todo hombre mortal es culpable de la muerte por la letra de la ley, �qu� terrible es la condici�n de los imp�os e impiadosos que pisotean la sangre del Hijo de Dios, la �nica que puede borrar esta letra mortal! Que nadie se preocupe por los juicios intolerantes relacionados con las carnes o las solemnidades jud�as. Apartar una parte de nuestro tiempo para la adoraci�n y el servicio a Dios es un deber moral e inmutable, pero no depende necesariamente del s�ptimo d�a de la semana, el s�bado de los jud�os. El primer d�a de la semana, o el d�a del Se�or, es el tiempo que los cristianos guardan como sagrado, en recuerdo de la resurrecci�n de Cristo. Todos los ritos jud�os eran sombras de las bendiciones del Evangelio.
Versículos 18-23
18-23 Parec�a una humildad el dirigirse a los �ngeles, como si los hombres fueran conscientes de su indignidad para hablar directamente con Dios. Pero no es justificable; es tomar ese honor que se debe s�lo a Cristo, y d�rselo a una criatura. Realmente hab�a orgullo en esta aparente humildad. Los que adoran a los �ngeles, reniegan de Cristo, que es el �nico Mediador entre Dios y el hombre. Es un insulto a Cristo, que es la Cabeza de la iglesia, usar cualquier intercesor que no sea �l. Cuando los hombres se desprenden de Cristo, se aferran a lo que no les servir� de nada. El cuerpo de Cristo es un cuerpo que crece. Y los verdaderos creyentes no pueden vivir a la moda del mundo. La verdadera sabidur�a consiste en mantenerse cerca de las citas del Evangelio; en total sujeci�n a Cristo, que es la �nica Cabeza de su iglesia. Los sufrimientos y ayunos autoimpuestos pueden dar una muestra de espiritualidad y voluntad de sufrimiento poco comunes, pero esto no es "en ning�n caso" un honor para Dios. Todo tend�a, de manera equivocada, a satisfacer la mente carnal, gratificando la voluntad propia, la sabidur�a propia, la justicia propia y el desprecio de los dem�s. Las cosas son tales que no llevan consigo m�s que la apariencia de la sabidur�a; o una apariencia tan d�bil que no hacen ning�n bien al alma, y no proporcionan la satisfacci�n de la carne. Lo que el Se�or ha dejado indiferente, consider�moslo como tal, y dejemos a los dem�s la misma libertad; y recordando la naturaleza pasajera de las cosas terrenales, procuremos glorificar a Dios en el uso de ellas.