Bible Commentaries
Deuteronomio 1

Notas de Mackintosh sobre el PentateucoNotas de Mackintosh

Versículos 1-46

Estas son las palabras que Mois�s habl� a todo Israel de este lado del Jord�n, en el desierto, en la llanura frente al Mar Rojo, entre Par�n, Tophel, Lab�n, Hazerot y Dizaha. El camino es de once d�as. desde Horeb, por el camino del monte Seir, hasta Cades-barnea".

El escritor inspirado tiene cuidado de darnos, de la manera m�s precisa, todas las orientaciones del lugar en que las palabras de este libro fueron pronunciadas a los o�dos de la gente. Israel a�n no hab�a cruzado el Jord�n. Estaban justo al lado; y frente al Mar Rojo, donde el gran poder de Dios se hab�a mostrado tan gloriosamente, casi cuarenta a�os antes. Toda la posici�n se describe con una minuciosidad que muestra cu�n profundamente Dios entr� en todo lo que concern�a a Su Pueblo.

Estaba interesado en todos sus movimientos y en todos sus caminos. Mantuvo un registro fiel de todos sus campamentos. No hab�a ni una sola circunstancia relacionada con ellos, por insignificante que fuera, bajo Su graciosa atenci�n. Atendi� a todo. Su mirada se posaba continuamente en esa asamblea en su conjunto, y en cada miembro en particular. De d�a y de noche, �l velaba por ellos. Cada etapa de su viaje estuvo bajo Su supervisi�n inmediata y m�s amable. No hab�a nada, por peque�o que fuera, bajo Su atenci�n; nada, por grande que sea, m�s all� de Su poder.

As� fue con Israel, en el desierto, en la antig�edad; y as� es con la iglesia, ahora la iglesia, como un todo, y cada miembro, en particular. El ojo de un Padre descansa sobre nosotros continuamente, Sus brazos eternos est�n alrededor y debajo de nosotros, d�a y noche. "�l no aparta sus ojos de los justos". �l cuenta los cabellos de nuestra cabeza y entra, con infinita bondad, en todo lo que nos concierne.

�l se ha cargado a s� mismo con todas nuestras necesidades y todas nuestras preocupaciones. �l quiere que echemos toda nuestra preocupaci�n sobre �l, con la dulce seguridad de que �l se preocupa por nosotros. �l, con toda su gracia, nos invita a poner toda nuestra carga sobre �l, ya sea grande o peque�a.

Todo esto es realmente maravilloso. Est� lleno del m�s profundo consuelo. Est� eminentemente calculado para tranquilizar el coraz�n, pase lo que pase. La pregunta es, �lo creemos? �Est�n nuestros corazones gobernados por la fe de ella? �Creemos realmente que el Todopoderoso Creador y Sustentador de todas las cosas, que sostiene los pilares del universo, se ha comprometido amablemente a hacer por nosotros todo el viaje? �Creemos completamente que "El poseedor del cielo y de la tierra" es nuestro Padre, y que �l mismo se ha encargado de todas nuestras necesidades, desde la primera hasta la �ltima? �Est� todo nuestro ser moral bajo el poder de mando de aquellas palabras del ap�stol inspirado: "El que no escatim� ni a su propio Hijo, sino que lo entreg� por todos nosotros, �c�mo no nos dar� tambi�n con �l gratuitamente todas las cosas?" �Pobre de m�!

Hablamos de ellos; los discutimos; los profesamos; les damos un asentimiento nominal; pero, con todo esto, comprobamos, en nuestra vida cotidiana, en los detalles concretos de nuestra historia personal, cu�n d�bilmente entramos en ellos. Si verdaderamente crey�ramos que nuestro Dios se ha encargado a s� mismo de todas nuestras necesidades, si estuvi�ramos encontrando todos nuestros manantiales en �l, si �l fuera una cubierta perfecta para nuestros ojos y un lugar de descanso para nuestros corazones, �podr�amos posiblemente estar mirando a las corrientes de las pobres criaturas? que tan pronto se secan y desilusionan nuestros corazones? No lo hacemos, y no podemos creerlo.

Una cosa es sostener la teor�a de la vida de fe, y otra muy distinta vivir esa vida. Nos enga�amos constantemente con la idea de que estamos viviendo por fe, cuando en realidad nos apoyamos en alg�n puntal humano que, tarde o temprano, seguramente ceder�.

Lector, �no es as�? �No somos constantemente propensos a abandonar la Fuente de aguas vivas y cavar para nosotros cisternas rotas que no pueden contener agua? �Y sin embargo hablamos de vivir por fe! Profesamos estar buscando solo al Dios viviente para la provisi�n de nuestra necesidad, cualquiera que sea esa necesidad, cuando, de hecho, estamos sentados junto a un arroyo de criaturas y buscando algo all�. �Necesitamos preguntarnos si estamos decepcionados? �C�mo podr�a ser de otra manera? Nuestro Dios no nos har� dependientes de nadie ni de nadie m�s que de �l mismo.

�l, en m�ltiples lugares de Su palabra, nos ha dado Su juicio sobre el verdadero car�cter y el resultado seguro de la confianza de todas las criaturas. Tome la siguiente seguridad m�s solemne del profeta Jerem�as: "Maldito el var�n que conf�a en el hombre, y hace de la carne su brazo, y cuyo coraz�n se aparta de Jehov�. Porque ser� como brezal en el desierto, y no ver� cuando venga el bien; sino que habitar�n los lugares secos en el desierto, en una tierra salada y deshabitada".

Y luego, marca el contraste. �Bienaventurado el var�n que conf�a en Jehov�, y cuya esperanza es Jehov�; porque ser� como �rbol plantado junto a las aguas, que junto a la corriente echar� sus ra�ces, y no ver� cuando viene la sequ�a, sino su hoja. reverdecer�, y en el a�o de sequ�a no se fatigar�, ni dejar� de dar fruto". ( Jeremias 17:5-8 ).

Aqu� tenemos, en un lenguaje divinamente en�rgico, claro y hermoso, ambos lados de este tema tan importante presentado ante nosotros. La confianza en las criaturas trae cierta maldici�n; s�lo puede resultar en esterilidad y desolaci�n. Dios, en su misma fecundidad, har� que todo arroyo humano se seque, que todo puntal humano ceda, para que aprendamos la completa locura de apartarnos de �l. �Qu� figura podr�a ser m�s llamativa o impresionante que las utilizadas en el pasaje anterior? "Un p�ramo en el desierto" "Lugares secos en el desierto" "Una tierra salada deshabitada". Tales son las figuras usadas por el Esp�ritu Santo para ilustrar toda mera dependencia humana, toda confianza en el hombre.

Pero, por otro lado, �qu� puede ser m�s hermoso o m�s refrescante que las figuras utilizadas para exponer la profunda bienaventuranza de la simple confianza en el Se�or? "Un �rbol plantado junto a las aguas" "Extendiendo sus ra�ces junto a los r�os" la hoja siempre verde El fruto que nunca cesa. �Perfectamente hermoso! As� es con el hombre que conf�a en el Se�or, y cuya esperanza es el Se�or. Se nutre de esos manantiales eternos que brotan del coraz�n de Dios.

Bebe de la Fuente, vivificante y gratuita. �l encuentra todos sus recursos en el Dios vivo. Puede haber "calor", pero �l no lo ve. Puede que llegue "el a�o de la sequ�a", pero �l no tiene cuidado. Diez mil corrientes de criaturas pueden secarse, pero �l no lo percibe, porque no depende de ellas. Permanece fiel a la Fuente que siempre brota. Nunca puede desear nada bueno. �l vive por fe.

Y aqu�, al hablar de la vida de fe, esa vida bendita, comprendamos profundamente lo que es, y veamos cuidadosamente que la estamos viviendo. A veces escuchamos hablar de esta vida de una manera nada inteligente. No pocas veces se aplica al mero asunto de confiar en Dios para el alimento y el vestido. Ciertas personas que no tienen una fuente visible de provisiones temporales, ingresos fijos, propiedad de ning�n tipo, son se�aladas y se habla de ellas como "viviendo por la fe", como si esa vida maravillosa y gloriosa no tuviera una esfera superior o un alcance m�s amplio. que las cosas temporales; la mera provisi�n de nuestras necesidades corporales.

Ahora bien, no podemos protestar lo suficiente contra esta visi�n tan indigna de la vida de fe. Limita su esfera y rebaja su alcance de una manera perfectamente intolerable para cualquiera que entienda el deber de sus m�s santos y preciosos misterios. �Podemos, por un momento, admitir que un cristiano que tenga un ingreso fijo de cualquier tipo se vea privado del privilegio de vivir por fe? O, adem�s, �podemos permitir que esa vida se limite y se rebaje al mero asunto de confiar en Dios para la provisi�n de nuestras necesidades corporales? �No se eleva m�s alto que la comida y el vestido? �No da un pensamiento m�s elevado de Dios que �l no nos dejar� morir de hambre o andar desnudos?

�Lejos, y lejos para siempre sea el pensamiento indigno! La vida de fe no debe ser tratada as�. No podemos permitir que se le ofrezca una deshonra tan grosera, ni que se le haga un mal tan grave a los que est�n llamados a vivirla. �Cu�l, nos preguntar�amos, es el significado de esas pocas pero importantes palabras, "El justo por la fe vivir�"? Aparecen, en primer lugar, en Habacuc 2:1-20 .

Son citados por el ap�stol, en Romanos 1:1-32 , donde est�, con mano maestra, poniendo los cimientos s�lidos del cristianismo. Los vuelve a citar, en G�latas 3:1-29 . donde est�, con intensa ansiedad, recordando esas asambleas embrujadas a esos s�lidos cimientos que ellos, en su locura, estaban abandonando.

Finalmente, los vuelve a citar en Hebreos 10:1-39 , donde advierte a sus hermanos contra el peligro de despojarse de su confianza y abandonar la carrera.

De todo esto podemos deducir con seguridad la inmensa importancia y el valor pr�ctico de la breve pero trascendental frase: "El justo por la fe vivir�". �Y a qui�n se aplica? �Es s�lo para unos pocos de los siervos del Se�or, aqu� y all�, que no tienen ingresos fijos? Rechazamos completamente el pensamiento. Se aplica a cada uno del pueblo del Se�or. Es el alto y feliz privilegio de todos los que vienen bajo el t�tulo ese bendito t�tulo, "los justos".

"Consideramos que es un error muy grave limitarla de alguna manera. El efecto moral de tal limitaci�n es muy perjudicial. Da una importancia indebida a un departamento de la vida de fe que, si se permite alguna distinci�n, deber�amos juzgar como el mismo". m�s bajo. Pero, en realidad, no deber�a haber distinci�n. La vida de fe es una. La fe es el gran principio de la vida divina de principio a fin. Por fe somos justificados, y por fe vivimos; por fe nos mantenemos firmes. , y por fe caminamos Desde el punto de partida hasta la meta del curso cristiano, todo es por fe.

Por lo tanto, es un grave error se�alar a ciertas personas que conf�an en el Se�or para las provisiones temporales y hablar de ellas como viviendo por la fe, como si solo ellas lo hicieran. y no s�lo eso, sino que tales personas son puestas ante la mirada de la iglesia de Dios como algo maravilloso; y la gran masa de cristianos es inducida a pensar que el privilegio de vivir por fe est� completamente fuera de su alcance. En resumen, son conducidos a un completo error en cuanto al verdadero car�cter y �mbito de la vida de fe, y as� sufren materialmente en la vida interior.

Que el lector cristiano, entonces, entienda claramente que es su feliz privilegio, quienquiera que sea, o cualquiera que sea su posici�n, vivir una vida de fe, en toda la profundidad y plenitud de esa palabra. Puede, seg�n su medida, retomar el lenguaje del bendito ap�stol y decir: "La vida que vivo en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios, que me am� y se entreg� a s� mismo por m�. " Que nada le robe este alto y santo privilegio que pertenece a cada miembro de la familia de la fe.

�Pobre de m�! fallamos. Nuestra fe es d�bil, cuando deber�a ser fuerte, audaz y vigorosa. nuestro Dios se deleita en una fe valiente. Si estudiamos los evangelios, veremos que nada refresc� y deleit� tanto el coraz�n de Cristo como una fe excelente y audaz, una fe que lo entendi� y se bas� en gran medida en �l. Mire, por ejemplo, al sirofenicio, en Marco 7:1-37 ; y el centuri�n, en Lucas 7:1-50 .

Cierto, �l pod�a encontrar una fe d�bil con los m�s d�biles. Pod�a enfrentarse a un "Si quieres " con un amable "Lo har�", un "Si puedes ", con un "Si puedes creer, todo es posible". La mirada m�s d�bil, el toque m�s d�bil seguramente encontrar�a una respuesta graciosa; pero el coraz�n del Salvador se complaci� y su esp�ritu se refresc� cuando pudo decir: "Oh mujer, grande es tu fe; h�gase contigo como quieres"; y otra vez: "No he encontrado una fe tan grande, no, no en Israel".

Recordemos esto. Podemos estar seguros de que es lo mismo hoy, como cuando nuestro bendito Se�or estaba aqu� entre los hombres. Le encanta que se conf�e en �l, que lo usen, que lo atraigan. Nunca podemos ir demasiado lejos al contar con el amor de Su coraz�n o la fuerza de Su mano. No hay nada demasiado peque�o, nada demasiado grande para �l. �l tiene todo el poder en el cielo y en la tierra. �l es la Cabeza sobre todas las cosas de Su iglesia. �l mantiene el universo unido.

�l sustenta todas las cosas con la palabra de su poder. Los fil�sofos hablan de las fuerzas y leyes de la naturaleza. El cristiano piensa con deleite en Cristo, Su mano, Su palabra, Su gran poder. Por �l fueron creadas todas las cosas, y por �l subsisten todas las cosas.

�Y luego Su amor! Qu� descanso, qu� consuelo, qu� alegr�a saber y recordar que el Todopoderoso Creador y Sustentador del universo es el eterno Amante de nuestras almas; que �l nos ama perfectamente; que Su ojo est� siempre sobre nosotros, Su coraz�n siempre hacia nosotros; que �l se ha cargado a s� mismo con todas nuestras necesidades, cualesquiera que sean estas necesidades, ya sean f�sicas, mentales o espirituales. No hay una sola cosa dentro de toda la gama de nuestras necesidades que no est� atesorada para nosotros en Cristo. �l es el tesoro del cielo, el almac�n de Dios; y todo esto por nosotros.

�Por qu�, entonces, deber�amos recurrir a otro? �Por qu� deber�amos, directa o indirectamente, dar a conocer nuestros deseos a un pobre compa�ero mortal? �Por qu� no ir directamente a Jes�s? �Queremos simpat�a? �Qui�n puede compadecerse de nosotros como nuestro misericordioso Sumo Sacerdote que se conmueve con el sentimiento de nuestras debilidades? �Queremos ayuda de alguna clase? �Qui�n puede ayudarnos como nuestro Amigo Todopoderoso, el Poseedor de riquezas inescrutables! �Queremos consejo u orientaci�n? �Qui�n puede darlo como el bendito que es la sabidur�a misma de Dios, y que Dios nos ha hecho sabidur�a? �Vaya! no hiramos Su coraz�n amoroso, y deshonremos Su glorioso Nombre alej�ndonos de �l.

Vigilemos celosamente contra la tendencia tan natural en nosotros de albergar esperanzas humanas, confidencias de criaturas y expectativas terrenales. Permanezcamos fieles a la fuente, y nunca tendremos que quejarnos de los arroyos. En una palabra, busquemos vivir por fe, y as� glorificar a Dios en nuestro d�a y generaci�n.

Proseguiremos ahora con nuestro cap�tulo y, al hacerlo, llamaremos la atenci�n del lector al vers�culo 2. Ciertamente es un par�ntesis muy notable. "Hay once d�as de camino desde Horeb, por el camino del monte Seir, hasta Cades-barnea". �Once d�as! �Y sin embargo les tom� cuarenta a�os! �C�mo fue esto? �Pobre de m�! no necesitamos viajar lejos para encontrar la respuesta. Es demasiado como nosotros. �Qu� despacio llegamos al suelo! �Qu� giros y vueltas! Cu�ntas veces tenemos que volver atr�s y viajar por el mismo terreno una y otra vez.

Somos viajeros lentos, porque aprendemos lento. Quiz� nos sintamos dispuestos a maravillarnos de c�mo Israel pudo haber tardado cuarenta a�os en realizar un viaje de once d�as; pero podemos, con mucha mayor raz�n, maravillarnos de nosotros mismos. Nosotros, como ellos, somos retenidos por nuestra incredulidad y lentitud de coraz�n; pero hay mucha menos excusa para nosotros que para ellos, ya que nuestros privilegios son mucho m�s altos.

Algunos de nosotros tenemos muchas razones para avergonzarnos del tiempo que dedicamos a nuestras lecciones. Las palabras del bendito ap�stol se aplican a nosotros con demasiada fuerza: "Porque cuando deb�is ser maestros por el tiempo, ten�is necesidad de que se os ense�e cu�les son los primeros principios de las palabras de Dios, y se�is tales como tienen necesidad de leche, y no de alimento s�lido". Nuestro Dios es un Maestro fiel y sabio, as� como amable y paciente.

�l no permitir� que pasemos por encima de nuestras lecciones. A veces, tal vez, pensamos que hemos dominado una lecci�n e intentamos pasar a otra; pero nuestro sabio Maestro lo sabe mejor y ve la necesidad de un arado m�s profundo. �l no nos tendr� como meros te�ricos o astutos. �l nos mantendr�, si es necesario, a�o tras a�o en nuestra balanza hasta que aprendamos a cantar.

Ahora bien, aunque es muy humillante para nosotros ser tan lentos en el aprendizaje, es muy amable de su parte tomar tantos esfuerzos con nosotros para asegurarnos. Tenemos que bendecirle por Su modo de ense�ar, como por todo lo dem�s; por la maravillosa paciencia con la que se sienta con nosotros, sobre la misma lecci�n, una y otra vez, para que podamos aprenderla a fondo.*

*El viaje de Israel, desde Horeb hasta Cades-barnea. ilustra, pero con demasiada fuerza, la historia de muchas almas en el asunto de encontrar la paz. Muchos del pueblo amado del Se�or contin�an durante a�os, dudando y temiendo, sin conocer nunca la bienaventuranza de la libertad con la que Cristo hace libre a su pueblo. Es de lo m�s angustioso para cualquiera que realmente se preocupa por las almas, ver la triste condici�n en que algunos se mantienen todos sus d�as, por la legalidad, la mala ense�anza, los falsos manuales de devoci�n y cosas por el estilo.

Es raro hoy en d�a encontrar en la cristiandad un alma plenamente establecida en la paz del evangelio. Se considera algo bueno, un signo de humildad, estar siempre dudando. La confianza es vista como presunci�n. En resumen, las cosas se ponen completamente patas arriba. El evangelio no se conoce; las almas est�n bajo la ley, en lugar de bajo la gracia; se les mantiene a distancia, en lugar de ense�arles a acercarse. Gran parte de la religi�n de la �poca es una mezcla deplorable de Cristo y el yo, la ley y la gracia, la fe y las obras. Las almas se mantienen en un l�o perfecto, todos sus d�as.

Seguramente estas cosas exigen la seria consideraci�n de todos los que ocupan el lugar responsable de maestros y predicadores en la iglesia profesante. Se acerca un d�a solemne en que todos ellos ser�n llamados a rendir cuentas de su ministerio.

�Y aconteci� en el a�o cuarenta, en el mes und�cimo, el d�a primero del mes, que Mois�s habl� a los hijos de Israel conforme a todo lo que el Se�or le hab�a mandado sobre ellos�. (Ver. 3.) Estas pocas palabras contienen un volumen de instrucci�n importante para todo siervo de Dios, para todos los que son llamados a ministrar en la palabra y la doctrina. Mois�s le dio al pueblo lo que �l mismo hab�a recibido de Dios, nada m�s, nada menos.

Los puso en contacto directo con la palabra viva de Jehov�. Este es el gran principio del ministerio en todo tiempo. Nada m�s tiene ning�n valor real. La palabra de Dios es lo �nico que permanecer�. Hay poder y autoridad divinos en ello. Toda mera ense�anza humana, por muy interesante, por atractiva que sea, en ese momento, pasar� y dejar� al alma sin ning�n fundamento sobre el cual descansar.

Por lo tanto, el cuidado ferviente y celoso de todos los que ministran en la asamblea de Dios debe ser predicar la palabra en toda su pureza, en toda su sencillez; para d�rselo al pueblo como lo recibe de Dios; para ponerlos cara a cara con el verdadero lenguaje de las Sagradas Escrituras. As� hablar� su ministerio, con poder vivo, en los corazones y las conciencias de sus oyentes. Unir� el alma con Dios mismo, por medio de la palabra, e impartir� una profundidad y solidez que ninguna ense�anza humana puede jam�s producir.

Mire al bendito ap�stol Pablo. Esc�chelo expresarse sobre este tema de peso. "Y yo, hermanos, cuando vine a vosotros, no fui con excelencia de palabra o de sabidur�a, declar�ndoos el testimonio de Dios. Porque me propuse no saber nada entre vosotros, sino a Jesucristo, y �ste crucificado. Y yo estaba con vosotros en debilidad, en temor y en mucho temblor, y mi palabra y mi predicaci�n no fue con palabras persuasivas de humana sabidur�a, sino con demostraci�n del Esp�ritu y de poder.

�Cu�l era el objeto de todo este temor y temblor? �Para que vuestra fe no est� fundada en la sabidur�a de los hombres, sino en el poder de Dios.� ( 1 Corintios 2:1-5 )

Este fiel siervo de Cristo de coraz�n sincero s�lo buscaba traer las almas de sus oyentes a un contacto personal directo con Dios mismo. No procur� vincularlos con Pablo. ��Qui�n, pues, es Pablo, y qui�n es Apolos, sino ministros por los cuales cre�steis?� Todo falso ministerio tiene por objeto la uni�n de las almas a s� mismo. As� es exaltado el ministro; Dios est� excluido; y el alma se queda sin ning�n fundamento divino sobre el cual descansar.

El verdadero ministerio, por el contrario, como se ve en Pablo y Mois�s, tiene por objeto bendito la uni�n del alma a Dios. As� el ministro obtiene su verdadero lugar simplemente como un instrumento; Dios es exaltado; y el alma establecida sobre un fundamento seguro que nunca puede ser movido.

Pero escuchemos un poco m�s de nuestro ap�stol sobre este tema tan importante. �Adem�s, hermanos, os declaro el evangelio que os prediqu�, el cual tambi�n hab�is recibido, y en el cual est�is firmes; por el cual tambi�n sois salvos, si record�is lo que os he predicado, a menos que cre�is en vano , porque antes que nada os entregu� lo que tambi�n recib�

-nada m�s, nada menos, nada diferente "c�mo que Cristo muri� por nuestros pecados seg�n las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucit� al tercer d�a seg�n las Escrituras".

Esto est� extraordinariamente bien. Exige la consideraci�n seria de todos los que quieren ser verdaderos y eficaces ministros de Cristo. El ap�stol tuvo cuidado de permitir que la corriente pura fluyera desde su fuente viva, el coraz�n de Dios, hacia las almas de los corintios. Sinti� que nada m�s ten�a valor. Si hubiera tratado de vincularlos a s� mismo, habr�a deshonrado tristemente a su Maestro; les ha hecho un grave mal; y �l mismo, con toda seguridad, sufrir�a p�rdida en el d�a de Cristo.

Pero no; Pablo lo sab�a mejor. �l no llevar�a, por nada del mundo, a nadie a construir sobre s� mismo. Escuche lo que dice a sus amados Tesalonicenses. �Por lo cual tambi�n nosotros damos gracias a Dios sin cesar, porque cuando recibisteis la palabra de Dios que o�steis de nosotros, no la recibisteis como palabra de hombres, sino como es en verdad, la palabra de Dios, la cual obra eficazmente tambi�n en vosotros los que cre�is". ( 1 Tesalonicenses 2:13 .)

Nos sentimos solemnemente responsables de encomendar este grave e importante punto a la seria consideraci�n de la iglesia de Dios. Si todos los ministros profesos de Cristo siguieran el ejemplo de Mois�s y Pablo, con referencia al asunto que ahora tenemos ante nosotros, ser�amos testigos de una condici�n de cosas muy diferente en la iglesia profesante; pero el hecho claro y serio es que la iglesia de Dios, como el Israel de la antig�edad, se ha apartado por completo de la autoridad de su palabra.

Vaya donde quiera, y encontrar� cosas hechas y ense�adas que no tienen fundamento en las Escrituras. Las cosas no s�lo se toleran sino que se sancionan y se defienden firmemente cuando est�n en oposici�n directa a la mente de Cristo. Si pides la autoridad divina para esto, aquello y la otra instituci�n o pr�ctica, se te dir� que Cristo no nos ha dado instrucciones en cuanto a los asuntos del gobierno de la iglesia; que en todas las cuestiones de pol�tica eclesi�stica, �rdenes clericales y servicios lit�rgicos, �l nos ha dejado libres para actuar de acuerdo con nuestra conciencia, juicio o sentimientos religiosos; que es simplemente absurdo exigir un "As� dice el Se�or" para todos los detalles relacionados con nuestras instituciones religiosas; queda un amplio margen por llenar de acuerdo con nuestras costumbres nacionales y nuestros peculiares h�bitos de pensamiento.

Se considera que los cristianos profesos quedan perfectamente libres para constituirse en las llamadas iglesias, para elegir su propia forma de gobierno, para hacer sus propios arreglos y para nombrar a sus propios funcionarios.

Ahora, la pregunta que el lector cristiano debe considerar es: "�Son as� estas cosas?" �Ser� que nuestro Se�or Cristo ha dejado a Su iglesia sin direcci�n en asuntos tan interesantes y trascendentales? �Ser� posible que la iglesia de Dios est� peor, en materia de instrucci�n y autoridad, que Israel? En nuestros estudios sobre los libros de �xodo, Lev�tico; y N�meros, hemos visto porque �qui�n podr�a dejar de ver? los maravillosos esfuerzos que tom� Jehov� para instruir a su pueblo en cuanto a los detalles m�s minuciosos relacionados con su culto p�blico y su vida privada.

En cuanto al tabern�culo, el templo; el sacerdocio, el rito, las diversas fiestas y sacrificios, las solemnidades peri�dicas, los meses, los d�as, las mismas horas, todo estaba ordenado y establecido con precisi�n divina. Nada se dej� al mero arreglo humano. La sabidur�a del hombre, su juicio, su raz�n, su conciencia no ten�an nada que ver en el asunto. Si se lo hubiera dejado al hombre, �c�mo podr�amos haber tenido ese sistema t�pico admirable, profundo y de largo alcance que la pluma inspirada de Mois�s nos ha presentado? Si a Israel se le hubiera permitido hacer lo que, como algunos quisieran persuadirnos, se le permite a la iglesia, qu� confusi�n, qu� lucha, qu� divisi�n, qu� interminables sectas y partidos habr�a sido el resultado inevitable.

Pero no fue as�. La palabra de Dios lo dispuso todo "Como el Se�or lo mand� a Mois�s". Esta grandiosa e influyente sentencia se a�adi� a todo lo que Israel ten�a que hacer ya todo lo que no deb�a hacer. Sus instituciones nacionales y sus h�bitos dom�sticos, su vida p�blica y privada, todos estaban bajo la autoridad de mando de "As� dice el Se�or". No hubo ocasi�n para que ning�n miembro de la congregaci�n dijera: "No puedo ver esto", o "No puedo aceptar aquello", o "No puedo estar de acuerdo con lo otro".

Tal lenguaje solo podr�a considerarse como el fruto de la voluntad propia. Bien podr�a decir: "No puedo estar de acuerdo con Jehov�". �Y por qu�? Simplemente porque la palabra de Dios hab�a hablado en cuanto a todo, y eso tambi�n con una claridad y sencillez que no dejaba lugar alguno para la discusi�n humana.A lo largo de toda la econom�a mosaica no qued� ni un cabello de margen para insertar la opini�n o el juicio del hombre.

No correspond�a al hombre a�adir el peso de una pluma a ese vasto sistema de tipos y sombras que hab�a sido planeado por la mente divina, y expuesto en un lenguaje tan claro y directo, que todo lo que Israel ten�a que hacer era obedecer , no argumentar, no razonar, no discutir, sino obedecer.

�Pobre de m�! �Pobre de m�! fracasaron, como sabemos. Ellos hicieron su propia voluntad; tomaron su propio camino; ellos hicieron "cada uno lo que le parec�a bien a sus propios ojos". Se apartaron de la palabra de Dios, y siguieron las imaginaciones y artima�as de su propio coraz�n malvado, y atrajeron sobre s� mismos la ira y la indignaci�n de la Deidad ofendida, por lo cual sufren hasta el d�a de hoy, y todav�a sufrir�n una tribulaci�n sin ejemplo.

Pero todo esto deja intacto el punto en el que ahora nos detenemos. Israel ten�a los or�culos de Dios; y estos or�culos eran divinamente suficientes para su gu�a en todo. No qued� lugar para los mandamientos y doctrinas de los hombres. La palabra del Se�or provey� para cada posible exigencia, y esa palabra fue tan clara que hizo innecesario el comentario humano.

�Est� peor la iglesia de Dios, en cuanto a direcci�n y autoridad, que el Israel de anta�o? �Se deja que los cristianos piensen y se organicen por s� mismos en la adoraci�n y el servicio de Dios? �Queda alguna pregunta abierta para la discusi�n humana? �Es suficiente la palabra de Dios, o no lo es? �Ha dejado algo sin proveer? Escuchemos con diligencia el siguiente poderoso testimonio: "Toda la Escritura es inspirada por Dios, y �til para ense�ar, para redarg�ir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto ( artios ) enteramente a toda buena obra" ( 2 Timoteo 3:1-17 ).

Esto es perfectamente concluyente. La Sagrada Escritura contiene todo lo que el hombre de Dios puede necesitar para perfeccionarlo, para equiparlo cabalmente para todo lo que pueda llamarse una "buena obra". Y si esto es cierto en cuanto al hombre de Dios individualmente, es igualmente cierto en cuanto a la iglesia de Dios colectivamente. La Escritura es suficiente, para cada uno, para todos. Gracias a Dios que es as�.

�Qu� se�al de misericordia tener una Gu�a divina! Si no fuera as�, �qu� deber�amos hacer? �hacia d�nde debemos dirigirnos? que seria de nosotros Si fu�ramos dejados a la tradici�n humana y al arreglo humano, en las cosas de Dios, �qu� confusi�n sin esperanza! �Qu� choque de opiniones! �Qu� juicios contradictorios! Y todo esto por necesidad, en la medida en que un hombre tendr�a tanto derecho como otro para expresar su opini�n y sugerir su plan.

Quiz� se nos diga que, a pesar de nuestra posesi�n de las Sagradas Escrituras, tenemos, sin embargo, sectas, partidos, credos y escuelas de pensamiento casi innumerables. Pero, �por qu� es esto? Simplemente porque nos negamos a someter todo nuestro ser moral a la autoridad de las Sagradas Escrituras. Este es el verdadero secreto del asunto, la verdadera fuente de todas esas sectas y partidos que son la verg�enza y el dolor de la iglesia de Dios. .

Es vano que los hombres nos digan que estas cosas son buenas en s� mismas; que son el fruto leg�timo de ese libre ejercicio del pensamiento y del juicio privado que constituyen el verdadero orgullo y gloria del cristianismo protestante. No creemos ni podemos creer, ni por un momento, que tal alegato prevalecer� ante el tribunal de Cristo. Creemos, por el contrario, que esta tan alabada libertad de pensamiento e independencia de juicio est�n en oposici�n directa a aquel esp�ritu de profunda y reverente obediencia que se debe a nuestro adorable Se�or y Maestro.

�Qu� derecho tiene un siervo a ejercer su juicio privado frente a la voluntad claramente expresada de su amo? Ninguno lo que sea. El deber de un siervo es simplemente obedecer, no razonar ni cuestionar; pero para hacer lo que se le dice. Fracasa como siervo, s�lo en la medida en que ejerce su propio juicio privado. El rasgo moral m�s hermoso en el car�cter de un siervo es la obediencia impl�cita, incondicional e incondicional. El gran negocio de un sirviente es hacer la voluntad de su amo.

Todo esto ser� plenamente admitido en los asuntos humanos; pero, en las cosas de Dios, los hombres se creen con derecho a ejercer su juicio privado. Es un error fatal. Dios nos ha dado Su palabra; y esa palabra es tan clara que los hombres que caminan, aunque sean necios, no necesitan errar en ella. De ah�, por lo tanto, si todos fu�ramos guiados por esa palabra; si todos nos inclin�ramos, en un esp�ritu de obediencia incondicional, a su autoridad divina, no podr�a haber opiniones en conflicto y sectas opuestas.

Es bastante imposible que la voz de las Sagradas Escrituras pueda ense�ar doctrinas opuestas. No es posible que ense�e el episcopado a un solo hombre; otro, el presbiterianismo; y otro, Independencia. No es posible que proporcione una base para escuelas de pensamiento opuestas. Ser�a un insulto positivo ofrecido al volumen divino intentar atribuirle toda la triste confusi�n de la iglesia profesante.

Toda mente piadosa debe retroceder, con justo horror, ante un pensamiento tan imp�o. La Escritura no puede contradecirse a s� misma, y ??por lo tanto, si dos hombres o diez mil hombres son ense�ados exclusivamente por la Escritura, pensar�n igual.

Escuche lo que el bendito ap�stol le dice a la iglesia en Corinto nos dice a nosotros. "Ahora os ruego, hermanos,

por el nombre de nuestro Se�or Jesucristo "observen la gran fuerza moral de este llamamiento" que hablen todos una misma cosa, y que no haya divisiones entre ustedes; sino que est�is perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo juicio .

Ahora, la pregunta es, �c�mo se lleg� a este bendito resultado? �Era ejerciendo cada uno el derecho de juicio privado? �Pobre de m�! fue esto mismo lo que dio origen a toda la divisi�n y contienda en la asamblea de Corinto, y provoc� la severa reprensi�n del Esp�ritu Santo. Esos pobres corintios pensaron que ten�an derecho a pensar, juzgar y elegir por s� mismos, y �cu�l fue el resultado? "Vosotros, hermanos m�os, me ha sido declarado por los que son de la casa de Cloe, que hay entre vosotros contiendas. Ahora esto digo, que cada uno de vosotros dice: Yo soy de Pablo, y yo de Apolos, y yo de Cefas, y yo de Cristo. �Est� dividido Cristo?

Aqu� tenemos el juicio privado y su fruto triste, su fruto necesario. Un hombre tiene tanto derecho a pensar por s� mismo como otro y ning�n hombre tiene derecho alguno a imponer su opini�n a su pr�jimo. �D�nde est� entonces el remedio? En arrojar a los vientos nuestros juicios privados, y someternos con reverencia a la autoridad suprema y absoluta de las Sagradas Escrituras. Si no es as�, �c�mo podr�a el ap�stol rogar a los corintios que "hablen una misma cosa, y est�n perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo juicio"? �Qui�n iba a prescribir la "cosa" que todos deb�an "hablar"? En Cuya "mente" o cuyo "juicio" deb�an estar todos "perfectamente unidos" �Hab�a alg�n miembro de la asamblea, por dotado o inteligente que fuera, la menor sombra de un derecho a exponer lo que sus hermanos deb�an decir, pensar o juzgar? Ciertamente no.

Hab�a una autoridad absoluta, porque era divina, a la que todos estaban obligados, o m�s bien ten�an el privilegio de someterse. Las opiniones humanas, el juicio privado del hombre, su conciencia, su raz�n, todas estas cosas deben ir por lo que valen; y, con toda seguridad, son perfectamente in�tiles como autoridad. La palabra de Dios es la �nica autoridad; y si todos nos gobernamos por eso, "hablaremos todos lo mismo" y "no habr� divisiones entre nosotros"; pero estaremos "perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo juicio".

Precioso estado! �Pero Ay! no es la condici�n presente de la iglesia de Dios; y, por lo tanto, es perfectamente evidente que no todos estamos gobernados por la �nica autoridad suprema, absoluta y suficiente, la voz de la Sagrada Escritura, esa voz bendita que nunca puede pronunciar una nota discordante, una voz divinamente armoniosa para el o�do circuncidado.

Aqu� est� la ra�z de todo el asunto. La iglesia se ha apartado de la autoridad de Cristo, como se establece en Su palabra. Hasta que esto se vea, s�lo es tiempo perdido para discutir las afirmaciones de los sistemas eclesi�sticos o teol�gicos en conflicto. Si un hombre no ve que es su sagrado deber probar todo sistema eclesi�stico, todo servicio lit�rgico y todo credo teol�gico, por la palabra de Dios, la discusi�n es perfectamente in�til.

Si es permisible arreglar las cosas de acuerdo con la conveniencia, de acuerdo con el juicio del hombre, su conciencia o su raz�n, entonces en verdad bien podemos, de inmediato, dar por perdido el caso. Si no tenemos una autoridad divinamente establecida, ni un est�ndar perfecto, ni una gu�a infalible, no podemos ver c�mo es posible que alguien tenga la certeza de que est� pisando el camino verdadero.

Si es verdad que nos queda elegir por nosotros mismos, entre los casi innumerables caminos que nos rodean, adi�s a toda certeza; adi�s a la paz mental y al descanso del coraz�n; adi�s a toda santa estabilidad de prop�sito y firmeza de objetivo.

Si no podemos decir del terreno que ocupamos, del camino que seguimos y de la obra en la que estamos comprometidos: "Esto es lo que ha mandado el Se�or", podemos estar seguros de que estamos en una posici�n equivocada, y la cuanto antes lo abandonemos, mejor.

Gracias a Dios, no hay necesidad alguna de que Su hijo o Su siervo contin�e, por una hora, en conexi�n con lo que est� mal. "Ap�rtese de la iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo. Pero, �c�mo vamos a saber qu� es la iniquidad? Por la palabra de Dios, Todo lo que es contrario a las Escrituras, ya sea en moral o en doctrinas, es iniquidad, y debo apartarme de �l, cueste lo que cueste. Es un asunto individual. "Que cada uno. "El que tiene o�dos. " El que vence". "Si alguno oye mi voz".

Aqu� est� el punto. Se�al�moslo bien. Es la voz de Cristo. No es la voz de este buen hombre o de aquel buen hombre; no es la voz de la iglesia, la voz de los padres, la voz de los concilios generales, sino la voz de nuestro amado Se�or y Maestro. Es la conciencia individual en contacto vivo y directo con la voz de Cristo, la palabra viva y eterna de Dios, las Sagradas Escrituras. Si se tratara simplemente de una cuesti�n de conciencia humana, de juicio o de autoridad, nos sumergir�amos de inmediato en una incertidumbre desesperada, ya que lo que un hombre podr�a juzgar como iniquidad, otro podr�a considerarlo perfectamente correcto.

Debe haber alg�n est�ndar fijo por el cual guiarse, alguna autoridad suprema de la cual no se pueda apelar; y, bendito sea Dios, lo hay. Dios ha hablado; �l nos ha dado Su palabra; y es a la vez nuestro deber ineludible, nuestro alto privilegio, nuestra seguridad moral, nuestro verdadero disfrute, obedecer esa palabra.

No la interpretaci�n del hombre de la palabra, sino la palabra misma. Esto es de suma importancia. No debe haber nada absolutamente nada entre la conciencia humana y la revelaci�n divina. Los hombres nos hablan de la autoridad de la iglesia. �D�nde vamos a encontrarlo? Supongamos un alma realmente ansiosa, sincera y honesta, anhelando conocer el camino verdadero. Se le dice que escuche la voz de la iglesia. �l pregunta, �cu�l iglesia? �Es la iglesia griega, latina, anglicana o escocesa? No dos de ellos est�n de acuerdo.

Es m�s, hay partes en conflicto, sectas en pugna, escuelas de pensamiento opuestas en un mismo cuerpo. Los consejos han diferido; los padres han estado en desacuerdo; los papas se han anatematizado unos a otros. En el Establecimiento Anglicano, tenemos iglesia alta, iglesia baja e iglesia amplia, cada una diferente de las dem�s. En la iglesia escocesa o presbiteriana, tenemos la iglesia establecida, la presbiteriana unida y la iglesia libre.

Y entonces, si el indagador ansioso se aleja, en una perplejidad desesperada, de esos grandes cuerpos, para buscar gu�a entre las filas de los disidentes protestantes, �es probable que le vaya mejor?

�Ay! lector, es perfectamente in�til. Toda la iglesia profesante se ha rebelado contra la autoridad de Cristo, y no es posible que sea una gu�a o una autoridad para nadie. En los cap�tulos segundo y tercero del libro de Apocalipsis, se ve a la iglesia bajo juicio, y la apelaci�n, repetida siete veces, es: "El que tiene o�do, oiga". �Qu�, la voz de la iglesia? �Imposible! el Se�or nunca podr�a dirigirnos a escuchar la voz de lo que est� bajo juicio. Oiga qu�, entonces �Oiga lo que el Esp�ritu dice a las iglesias�.

�Y d�nde se escucha esta voz? S�lo en las Sagradas Escrituras, dadas por Dios, en su infinita bondad, para guiar nuestras almas por el camino de la paz y la verdad, a pesar de la ruina sin esperanza de la iglesia, y de las densas tinieblas y salvaje confusi�n de la cristiandad bautizada. No est� dentro de la br�jula del lenguaje humano establecer el valor y la importancia de tener una gu�a y autoridad divina y, por lo tanto, infalible y suficiente para nuestro camino individual.

Pero, recu�rdese, somos solemnemente responsables de inclinarnos ante esa autoridad y seguir esa gu�a. Es absolutamente vano, de hecho moralmente peligroso, pretender tener una gu�a y una autoridad divinas a menos que estemos completamente sujetos a ellas. Esto fue lo que caracteriz� a los jud�os, en los d�as de nuestro Se�or. Ten�an las escrituras, pero no las obedec�an. Y una de las caracter�sticas m�s tristes de la condici�n actual de la cristiandad es su jactanciosa posesi�n de la Biblia, mientras que la autoridad de esa Biblia es descaradamente puesta a un lado.

Sentimos profundamente la solemnidad de esto, y fervientemente lo presionar�amos sobre la conciencia del lector cristiano. La palabra de Dios es virtualmente ignorada entre nosotros. Se practican y sancionan cosas, por todas partes, que no s�lo no tienen fundamento en la Escritura, sino que son diametralmente opuestas a ella. No se nos ense�a exclusivamente ni se nos rige absolutamente por las Escrituras.

Todo esto es grav�simo, y exige la atenci�n de todo el pueblo del Se�or, en todo lugar. Nos sentimos obligados a lanzar una nota de advertencia, a los o�dos de todos los cristianos, en referencia a este tema tan importante. De hecho, es el sentido de su gravedad y gran importancia moral lo que nos ha llevado a emprender el servicio de escribir estas "Notas sobre el Libro de Deuteronomio. Es nuestra oraci�n ferviente que el Esp�ritu Santo pueda usar estas p�ginas para llamar los corazones. del amado pueblo del Se�or a su verdadero y propio lugar, incluso el lugar de lealtad reverente a Su bendita palabra.

Nos sentimos persuadidos de que lo que caracterizar� a todos aquellos que caminar�n con devoci�n, en las horas finales de la historia terrenal de la iglesia, ser� una profunda reverencia por la palabra de Dios y un apego genuino a la Persona de nuestro Se�or y Salvador Jesucristo. Las dos cosas est�n inseparablemente unidas por un v�nculo sagrado e imperecedero.

"Jehov� nuestro Dios nos habl� en Horeb, diciendo: Ya hab�is vivido bastante en este monte; convert�os, y partid, y id al monte de los amorreos, y a todos los lugares cercanos a �l, en la llanura , en las colinas, y en el valle, y al sur, y junto al mar, a la tierra de los cananeos, y al L�bano, al r�o grande, el r�o �ufrates". (Vers. 6, 7.)

Encontraremos, a lo largo de todo el libro de Deuteronomio, al Se�or tratando mucho m�s directa y sencillamente con el pueblo que en cualquiera de los tres libros anteriores; tan lejos est� de ser cierto que Deuteronomio es una mera repetici�n de lo que ha pasado antes que nosotros, en secciones anteriores. Por ejemplo, en el Pasaje que acabamos de citar, no se menciona el movimiento de la nube; ninguna referencia al sonido de la trompeta.

"El Se�or nuestro Dios nos habl�". Sabemos, por el Libro de los N�meros, que los movimientos del campamento estaban regidos por los movimientos de la nube, comunicados por el sonido de la trompeta. pero ni la trompeta ni la nube se alude en este libro. Es mucho m�s simple y familiar. "Jehov� nuestro Dios nos habl� en Horeb, diciendo: Bastante hab�is vivido en este monte".

Esto es muy hermoso. nos recuerda un poco la hermosa sencillez de los tiempos patriarcales, cuando el Se�or hablaba a los padres como un hombre habla a su amigo. No fue por el sonido de una trompeta, o por el movimiento de una nube que el Se�or comunic� Su mente a Abraham, Isaac y Jacob. Estaba tan cerca de ellos que no hab�a necesidad, no hab�a lugar para una agencia caracterizada por la ceremonia y la distancia. Los visit�, se sent� con ellos, particip� de su hospitalidad, en toda la intimidad de la amistad personal.

Tal es la hermosa sencillez del orden de las cosas en tiempos patriarcales; y esto es lo que imparte un encanto peculiar a las narraciones del Libro del G�nesis.

Pero, en �xodo, Lev�tico y N�meros, tenemos algo muy diferente. All� hemos puesto ante nosotros un vasto sistema de tipos y sombras, ritos, ordenanzas y ceremonias, impuestos al pueblo por el momento, cuya importancia se nos revela en la Ep�stola a los Hebreos. �El Esp�ritu Santo esto dando a entender que a�n no se hab�a manifestado el camino al Lugar Sant�simo, mientras que el primer tabern�culo estaba a�n en pie, el cual era una figura para el tiempo entonces presente, en el cual se ofrec�an dones y sacrificios, eso no pod�a hacer perfecto al que hac�a el servicio, en cuanto a la conciencia, que consist�a solamente en comidas y bebidas, y diversos lavados, y ordenanzas carnales, impuestas sobre ellos hasta el tiempo de la reforma�. ( Hebreos 9:8-10 .)

Bajo este sistema, la gente estaba alejada de Dios. No fue con ellos como hab�a sido con sus padres, en el Libro de G�nesis. Dios estaba cerrado para ellos; y fueron excluidos de �l. Las caracter�sticas principales del ceremonial lev�tico, en lo que se refer�a al pueblo, eran la esclavitud, la oscuridad, la distancia. Pero, por otro lado, sus tipos y sombras apuntaban hacia ese gran sacrificio que es el fundamento de todos los maravillosos consejos y prop�sitos de Dios, y por el cual �l puede, en perfecta justicia y de acuerdo con todo el amor de Su coraz�n, tener un pueblo cercano a �l, para alabanza de la gloria de Su gracia, a lo largo de las edades de oro de la eternidad.

Ahora bien, como ya se ha se�alado, encontraremos, en Deuteronomio, comparativamente poco de ritos y ceremonias. El Se�or se ve m�s en comunicaci�n directa con el pueblo; e incluso los sacerdotes, en su capacidad oficial, vienen raramente ante nosotros; y, si se hace referencia a ellos, es mucho m�s de una manera moral que ceremonial. De esto tendremos amplia prueba a medida que avancemos; es una caracter�stica marcada de este hermoso libro.

"Jehov� nuestro Dios nos habl� en Horeb, diciendo: Ya hab�is vivido bastante en este monte; convert�os, y partid, y id al monte de los amorreos". Qu� raro privilegio, para cualquier pueblo, tener al Se�or tan cerca de ellos, y tan interesado en todos sus movimientos y en todas sus preocupaciones, grandes y peque�as: �l sab�a cu�nto tiempo deb�an permanecer en un lugar determinado y d�nde. luego deben doblar sus pasos.

No ten�an necesidad de molestarse por sus viajes, o por cualquier otra cosa. Estaban bajo la mirada y en las manos de Aquel cuya sabidur�a era infalible, cuyo poder era omnipotente, cuyos recursos eran inagotables, cuyo amor era infinito, que se hab�a encargado de cuidarlos, que conoc�a todas sus necesidades y estaba preparado para enfrentarlo, de acuerdo con todo el amor de Su coraz�n, y la fuerza de Su santo brazo.

Entonces, podemos preguntar, �qu� les quedaba por hacer? �Cu�l era su deber simple y llanamente? Solo para obedecer. Era su alto y santo privilegio descansar en el amor y obedecer los mandamientos de Jehov� su Dios del pacto. Aqu� yac�a el bendito secreto de su paz, su felicidad y su seguridad moral. No ten�an necesidad alguna de preocuparse por sus movimientos, no ten�an necesidad de planificar o arreglar. Todos sus viajes fueron ordenados para ellos por Alguien que conoc�a cada paso del camino desde Horeb hasta Cades-barnea; y s�lo ten�an que vivir al d�a, en feliz dependencia de �l.

�Feliz posici�n! Camino privilegiado! �Bendita porci�n! Pero exig�a una voluntad quebrantada, una mente obediente, un coraz�n sujeto. Si, cuando Jehov� hab�a dicho: "Hab�is rodeado esta monta�a lo suficiente", ellos, por el contrario, hubieran formado el plan de rodearla un poco m�s, habr�an tenido que rodearla sin �l. S�lo se pod�a contar con Su compa��a, Su consejo y Su ayuda en el camino de la obediencia.

As� fue con Israel, en su andar por el desierto, y as� es con nosotros. Es nuestro m�s preciado privilegio dejar todos nuestros asuntos en manos, no solo de un Dios del pacto, sino de un Padre amoroso. �l organiza nuestros movimientos por nosotros; �l fija los l�mites de nuestra habitaci�n; Nos dice cu�nto tiempo debemos permanecer en un lugar y ad�nde ir despu�s. �l se ha encargado de todas nuestras preocupaciones, todos nuestros movimientos, todas nuestras necesidades.

Su palabra llena de gracia para nosotros es: "Por nada est�is afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oraci�n y ruego, con acci�n de gracias". �Y luego que? "La paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardar� vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jes�s".

Pero puede ser que el lector se sienta dispuesto a preguntar: "�C�mo gu�a Dios a Su pueblo ahora? No podemos esperar escuchar Su voz dici�ndonos cu�ndo movernos o hacia d�nde ir". A esto respondemos, de inmediato, no puede ser con seguridad que los miembros de la iglesia de Dios, el cuerpo de Cristo, est�n peor, en el asunto de la gu�a divina, que Israel en el desierto. �No puede Dios guiar a Sus hijos, no puede Cristo guiar a Sus siervos, en todos sus movimientos, y en todo su servicio? �Qui�n podr�a pensar, por un momento, en cuestionar una verdad tan clara y tan preciosa? Cierto, no esperamos o�r una voz, o ver el movimiento de una nube; pero tenemos lo que es mucho mejor, mucho m�s alto, mucho m�s �ntimo. Podemos estar seguros de que nuestro Dios ha hecho amplia provisi�n para nosotros en esto, como en todo lo dem�s, de acuerdo con todo el amor de Su coraz�n.

Ahora bien, hay tres formas en las que somos guiados; somos guiados por la palabra; somos guiados por el Esp�ritu Santo; y somos guiados por los instintos de la naturaleza divina. Y debemos tener en cuenta que los instintos de la naturaleza divina, la direcci�n del Esp�ritu Santo y la ense�anza de las Sagradas Escrituras siempre armonizar�n. Esto es de suma importancia para mantenerlo ante nosotros.

Una persona puede imaginarse que es guiada por los instintos de la naturaleza divina, o por el Esp�ritu Santo, para seguir una determinada l�nea de acci�n que implica consecuencias que est�n en desacuerdo con la palabra de Dios.

As� su error se har�a evidente. Es cosa muy seria que cualquiera act�e por mero impulso o impresi�n. Al hacerlo, puede caer en una trampa del diablo y causar un da�o muy grave a la causa de Cristo. Debemos sopesar con calma nuestras impresiones en la balanza del santuario y probarlas fielmente con la norma de la palabra divina. De esta manera, seremos preservados del error y la ilusi�n.

Es muy peligroso confiar en las impresiones o actuar por impulso. Hemos visto las consecuencias m�s desastrosas producidas al hacerlo. Los hechos pueden ser fiables. La autoridad divina es absolutamente infalible. Nuestras propias impresiones pueden resultar tan enga�osas como un fuego fatuo o un espejismo del desierto. Los sentimientos humanos son los m�s desconfiados. Siempre debemos someterlos al escrutinio m�s severo, no sea que nos traicionen en alguna l�nea de acci�n fatalmente falsa.

Podemos confiar en las Escrituras, sin sombra de duda; y encontraremos, sin excepci�n, que el hombre que es guiado por el Esp�ritu Santo, o guiado por los instintos de la naturaleza divina, nunca actuar� en oposici�n a la palabra de Dios. Esto es lo que podemos llamar un axioma en la vida divina, una regla establecida en el cristianismo pr�ctico. �Ojal� hubiera sido m�s atendido en todas las �pocas de la historia de la iglesia! �Ojal� se meditara m�s en nuestros d�as!

Pero hay otro punto, en esta cuesti�n de la gu�a divina, que exige nuestra seria atenci�n. Con no poca frecuencia, escuchamos a la gente hablar de "El dedo de la divina Providencia" como algo en lo que se puede confiar como gu�a. Este puede ser s�lo otro modo de expresar la idea de ser guiado por las circunstancias, lo cual, no dudamos en decir, est� muy lejos de ser el tipo adecuado de gu�a para un cristiano.

Sin duda, nuestro Se�or puede, y lo hace, a veces, insinuar Su mente e indicar nuestro camino por Su providencia; pero debemos estar lo suficientemente cerca de �l para poder interpretar correctamente la providencia, de lo contrario podemos encontrar que lo que se llama "una apertura de la providencia" puede resultar en realidad una apertura por la cual nos salimos del camino santo de la obediencia.

Las circunstancias que nos rodean, al igual que nuestras impresiones internas, deben sopesarse en la presencia de Dios y juzgarse a la luz de Su palabra, de lo contrario, pueden llevarnos a los errores m�s terribles.

Jon�s podr�a haber considerado una notable providencia encontrar un barco que se dirigiera a Tarsis; pero si hubiera estado en comuni�n con Dios, no habr�a necesitado un barco. En resumen, la palabra de Dios es la gran prueba y la piedra de toque perfecta para todo, las circunstancias externas y las impresiones internas de los sentimientos, la imaginaci�n y las tendencias, todo debe colocarse bajo la luz escrutadora de las Sagradas Escrituras y all� juzgarse con calma y seriedad. Este es el verdadero camino de seguridad, paz y bienaventuranza para todo hijo de Dios.

Puede, sin embargo, decirse, en respuesta a todo esto, que no podemos esperar encontrar un texto de escritura que nos gu�e en la materia de nuestros movimientos, o en los mil peque�os detalles de la vida diaria. Talvez no; pero hay ciertos grandes principios establecidos en las Escrituras que, si se aplican correctamente, brindar�n una gu�a divina incluso cuando no podamos encontrar un texto en particular. Y no solo eso, sino que tenemos la m�s completa seguridad de que nuestro Dios puede y gu�a a Sus hijos, en todas las cosas.

�Los pasos del hombre bueno son ordenados por el Se�or.� �A los mansos guiar� en el juicio; y al manso le ense�ar� su camino". "Te guiar� con mi ojo". �C�mo vamos a regular nuestros movimientos?, �vamos a dejarnos llevar de un lado a otro por la marea de las circunstancias?, �vamos a dejarnos al azar ciego, o al mero impulso de nuestra propia voluntad?

Gracias a Dios, no es as�. �l puede, a Su manera perfecta, darnos la certeza de Su mente, en cualquier caso dado; y, sin esa certeza, nunca deber�amos movernos. �Nuestro Se�or Cristo todo homenaje a Su Nombre sin igual! puede insinuar Su mente a Su siervo en cuanto a d�nde quiere que vaya y qu� quiere que haga; y ning�n verdadero sirviente jam�s pensar� en moverse o actuar sin tal insinuaci�n. Nunca debemos movernos o actuar en la incertidumbre.

Si no estamos seguros, callemos y esperemos. Muy a menudo sucede que nos acosamos y nos preocupamos por movimientos que Dios no quiere que hagamos en absoluto. Una persona le dijo una vez a un amigo: "No s� qu� camino tomar". Entonces, "No voltees para nada" fue la sabia respuesta del amigo.

Pero aqu� entra un punto moral de suma importancia, y es toda nuestra condici�n de alma. Esto, podemos estar seguros, tiene mucho que ver con el tema de la orientaci�n. Es "a los mansos los guiar� en el juicio y les ense�ar� su camino". Nunca debemos olvidar esto. Si tan solo somos humildes y desconfiados de nosotros mismos, si esperamos en nuestro Dios, con sencillez de coraz�n, rectitud de mente y honestidad de prop�sito, �l ciertamente nos guiar�. Pero nunca servir� ir y pedir el consejo de Dios en un asunto sobre el cual nuestra mente est� decidida, o nuestra voluntad est� en acci�n.

Este es un enga�o fatal. Mire el caso de Josafat, en 1 Reyes 22:1-53 . "Aconteci�, en el a�o tercero, que Josafat rey de Jud� descendi� al rey de Israel" un triste error, para empezar "Y el rey de Israel dijo a sus siervos: Sabed que Ramot de Galaad es nuestro, y nos detengamos, y no lo tomemos de la mano del rey de Siria? Y �l dijo a Josafat: �Ir�s conmigo a la batalla a Ramot de Galaad? Y Josafat dijo al rey de Israel: Yo soy como t� eres, pueblo m�o como tu pueblo, mis caballos como tus caballos, y, como dice 2 Cr�nicas 18:3 , estaremos contigo en la guerra.

Aqu� vemos que su mente estaba decidida antes de que siquiera pensara en pedir el consejo de Dios en el asunto. Estaba en una posici�n falsa y en una atm�sfera completamente equivocada. Hab�a ca�do en la trampa del enemigo por falta de claridad de ojo, y por lo tanto no estaba en condiciones de recibir o aprovechar la gu�a divina. Estaba empe�ado en su propia voluntad, y el Se�or lo dej� para cosechar los frutos de ello; y, si no hubiera sido por una misericordia infinita y soberana, habr�a ca�do por la espada de los sirios, y habr�a sido llevado como un cad�ver del campo de batalla.

Es cierto que le dijo al rey de Israel: "Consulta, te ruego, la palabra del Se�or hoy". Pero, �de qu� serv�a esto, cuando ya se hab�a comprometido a una determinada l�nea de acci�n? �Qu� locura para cualquiera tomar una decisi�n y luego ir y pedir consejo! Si hubiera estado en un estado de �nimo correcto, nunca habr�a buscado consejo, en tal caso en absoluto. Pero su estado de alma era malo, su posici�n falsa y su prop�sito en oposici�n directa a la mente y voluntad de Dios. Por lo tanto, aunque escuch�, de los labios del mensajero de Jehov�, Su juicio solemne sobre toda la expedici�n, sin embargo tom� su propio camino, y en consecuencia casi perdi� la vida.

Vemos lo mismo en el cap�tulo cuarenta y dos de Jerem�as. El pueblo se dirigi� al profeta para pedir consejo en cuanto a su descenso a Egipto. Pero ellos ya hab�an tomado una decisi�n, en cuanto a su curso. Estaban inclinados a su propia voluntad. �Condici�n miserable! Si hubieran sido mansos y humildes, no habr�an necesitado pedir consejo sobre el asunto. Pero ellos dijeron al profeta Jerem�as: "Perm�tenos, te rogamos, que nuestra s�plica sea aceptada delante de ti, y ruegues por nosotros a Jehov� tu Dios".

�Por qu� no decir, Jehov� nuestro Dios? �aun para todo este remanente (pues somos pocos de muchos, seg�n nos ven tus ojos), para que el Se�or tu Dios nos muestre el camino por donde andemos, y lo que hagamos.

Entonces el profeta Jerem�as les dijo: Os he o�do; he aqu�, orar� a Jehov� vuestro Dios conforme a vuestras palabras; y acontecer� que cualquier cosa que el Se�or os respondiere, yo os la declarar�: nada os ocultar�. Entonces dijeron a Jerem�as: Sea el Se�or testigo verdadero y fiel entre nosotros; si no hici�remos conforme a todas las cosas para las cuales Jehov� tu Dios te env�a a nosotros.

Sea bueno o sea malo, �c�mo podr�a ser la voluntad de Dios otra cosa que no sea buena? �Obedeceremos la voz del Se�or nuestro Dios, a quien te enviamos; para que nos vaya bien cuando obedezcamos la voz del Se�or nuestro Dios".

Ahora, todo esto parec�a muy piadoso y muy prometedor. Pero marca la secuela. Cuando se dieron cuenta de que el juicio y el consejo de Dios no concordaban con su voluntad, "Entonces hablaron... todos los hombres orgullosos, diciendo a Jerem�as: Hablas mentira; el Se�or nuestro Dios no te ha enviado a decir: No vayas ". a Egipto para residir all�".

Aqu�, el estado real del caso sale claramente. El orgullo y la voluntad propia estaban en el trabajo. Sus votos y promesas eran falsos. �Os disimulasteis en vuestros corazones�, dice Jerem�as, �cuando me enviasteis a Jehov� vuestro Dios, diciendo: Ruega por nosotros a Jehov� nuestro Dios; y conforme a todo lo que dijere Jehov� nuestro Dios, as� decidnos: y lo haremos". todo hubiera ido muy bien, si la respuesta divina hubiera coincidido con su voluntad en el asunto; pero, en la medida en que iba en contra, lo rechazaron por completo.

�Cu�n a menudo es este el caso! La palabra de Dios no conviene a los pensamientos del hombre; los juzga; est� en oposici�n directa a su voluntad; interfiere con sus planes y, por lo tanto, lo rechaza. La voluntad humana y la raz�n humana est�n siempre en antagonismo directo con la palabra de Dios; y el cristiano debe rechazar tanto lo uno como lo otro, si realmente desea ser guiado divinamente. Una voluntad inquebrantable y una raz�n ciega, si las escuchamos, s�lo pueden conducirnos a la oscuridad, la miseria y la desolaci�n.

Jon�s ir�a a Tarsis, cuando deber�a haber ido a N�nive; y la consecuencia fue que se encontr� "en el vientre del infierno", con "la ciza�a envuelta alrededor de su cabeza". Josafat ir�a a Ramot de Galaad, cuando deber�a haber estado en Jerusal�n; y la consecuencia fue que se encontr� rodeado por las espadas de los sirios. El remanente, en los d�as de Jerem�as, ir�a a Egipto, cuando deber�an haber permanecido en Jerusal�n; y la consecuencia fue que murieron a espada, de hambre y de pestilencia en la tierra de Egipto "adonde deseaban ir y morar".

As� debe ser siempre. El camino de la voluntad propia seguramente ser� un camino de oscuridad y miseria. No puede ser de otra manera. El camino de la obediencia, por el contrario, es un camino de paz, un camino de luz, un camino de bendici�n, un camino en el que los rayos del favor divino se derraman siempre con brillo vivo. Puede, al ojo humano, parecer estrecho, �spero y solitario; pero el alma obediente encuentra que es el camino de la vida, la paz y la seguridad moral.

"El camino de los justos es como la luz brillante, que brilla m�s y m�s hasta el d�a perfecto". �Bendito camino! �Que el escritor y el lector se encuentren siempre pis�ndolo, con paso firme y un prop�sito ferviente!

Antes de pasar de este gran tema pr�ctico de la gu�a divina y la obediencia humana, debemos pedir al lector que se refiera, por unos momentos, a un pasaje muy hermoso en el cap�tulo once de Lucas. Lo encontrar� lleno de la instrucci�n m�s valiosa.

"La l�mpara del cuerpo es el ojo; por tanto, cuando tu ojo es bueno, tambi�n todo tu cuerpo est� lleno de luz; pero cuando tu ojo es malo, tambi�n tu cuerpo est� lleno de tinieblas. Mira, pues, que la luz que est� en ti, no sea oscuridad. As� que, si todo tu cuerpo est� lleno de luz, sin tener ninguna parte oscura, todo estar� lleno de luz, como cuando el resplandor de una vela te alumbra". (Vers�culos 34-36.)

Nada puede exceder la fuerza moral y la belleza de este pasaje. En primer lugar, tenemos el "�nico ojo". Esto es esencial para disfrutar de la gu�a divina. Indica una voluntad quebrantada, un coraz�n honestamente empe�ado en hacer la voluntad de Dios. No hay trasfondo, ning�n motivo mixto, ning�n fin personal a la vista. Existe el simple deseo y el ferviente prop�sito de hacer la voluntad de Dios, cualquiera que �sta sea.

Ahora bien, cuando el alma est� en esta actitud, la luz divina entra a raudales y llena todo el cuerpo. De donde se sigue que si el cuerpo no est� lleno de luz, el ojo no es �nico; hay alg�n motivo mixto; est� en juego la voluntad propia o el inter�s propio; no estamos bien delante de Dios. En este caso, cualquier luz que profesemos tener es oscuridad; y no hay tinieblas tan groseras ni tan terribles como las tinieblas judiciales que se asientan sobre el coraz�n gobernado por la voluntad propia mientras profesan tener la luz de Dios.

Esto se ver� en todos sus horrores, dentro de poco, en la cristiandad, cuando "se manifestar� aquel inicuo, a quien el Se�or matar� con el esp�ritu de su boca, y destruir� con el resplandor de su venida; aun �l , cuyo advenimiento es por obra de Satan�s, con gran poder y se�ales y prodigios mentirosos, y con todo enga�o de iniquidad para los que se pierden, por cuanto no recibieron el amor de la verdad para ser salvos.

Y por esto Dios les enviar� un poder enga�oso, para que crean la mentira; para que sean condenados todos los que no creyeron a la verdad, sino que se complacieron en la injusticia� ( 2 Tesalonicenses 2:8-12 ).

�Qu� horrible es esto! �Cu�n solemnemente habla a toda la iglesia profesante! �Cu�n solemnemente se dirige a la conciencia tanto del escritor como del lector de estas l�neas! La luz sobre la que no se act�a se convierte en oscuridad. �Si la luz que est� en ti es oscuridad, �cu�n grande es esa oscuridad!� Pero, por otro lado, un poco de luz que se act�a con honestidad seguramente aumentar�; porque "al que tiene, se le dar� m�s y" el camino del justo es como la luz brillante que brilla m�s y m�s hasta el d�a perfecto.

Este progreso moral se presenta bella y contundentemente en Lucas 11:36 . "Si, pues, todo tu cuerpo est� lleno de luz, sin tener ninguna parte oscura" ninguna c�mara se mantiene cerrada contra los rayos celestiales ninguna reserva deshonesta toda la moral se abre, con genuina sencillez, a la acci�n de la luz divina; entonces "todo estar� lleno de luz, como cuando el resplandor de una vela te alumbra.

"En una palabra, el alma obediente no s�lo tiene luz para su propio camino, sino que la luz resplandece, para que los dem�s la vean, como el resplandor de una vela. "As� alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorificad a vuestro Padre que est� en los cielos"

Tenemos un contraste muy v�vido con todo esto en el cap�tulo trece de Jerem�as. �Dad gloria al Se�or vuestro Dios, antes que haga tinieblas, y antes que vuestros pies tropiecen en montes oscuros, y mientras busc�is la luz, �l la convierta en sombra de muerte, y la convierta en densas tinieblas�. La forma de dar gloria al Se�or nuestro Dios es obedecer su palabra. El camino del deber es un camino brillante y bendito; y el que a trav�s de la gracia, pisa ese camino, nunca tropezar� en las monta�as oscuras.

Los verdaderamente humildes, los humildes, los que desconf�an de s� mismos se mantendr�n alejados de esas monta�as oscuras y andar�n por ese camino bendito que est� siempre iluminado por los rayos brillantes y alegres del rostro aprobador de Dios.

Este es el camino de los justos, el camino de la sabidur�a celestial, el camino de la paz perfecta. Que siempre seamos encontrados pis�ndolo, amado lector; �y nunca, por un momento, olvidemos que es nuestro gran privilegio ser guiados divinamente en el m�s m�nimo minuto! detalles de nuestra vida diaria. �Pobre de m�! para el que no est� tan guiado. Tendr� muchos tropiezos, muchas ca�das, muchas experiencias dolorosas.

Si no somos guiados por el ojo de nuestro Padre, seremos como el caballo o la mula que no tienen entendimiento, cuya boca debe ser reprimida con bocado y brida como el caballo, que se precipita impetuosamente donde no debe, o la mula que se niega obstinadamente. para ir a donde debe.

�Qu� tristeza para un cristiano ser as�! Qu� bienaventurado avanzar, d�a a d�a, en el camino que nos ha trazado el ojo de nuestro Padre; camino que ojo de buitre no vio, ni holl� cachorro de le�n; el camino de la santa obediencia, el camino en el que los mansos y humildes siempre se encontrar�n, para su profundo gozo, y la alabanza y gloria de Aquel que se lo ha abierto y les ha dado la gracia para recorrerlo.

En el resto de nuestro cap�tulo, Mois�s ensaya a o�dos del pueblo, en un lenguaje de conmovedora sencillez, los hechos relacionados con el nombramiento de los jueces y la misi�n de los esp�as. El nombramiento de los jueces, Mois�s, aqu�, lo atribuye a su propia sugerencia. La misi�n de los esp�as fue la sugerencia del pueblo. Ese amado y muy honrado siervo de Dios sinti� que la carga de la congregaci�n era demasiado pesada para �l; y ciertamente, era muy pesado; aunque sabemos bien que la gracia de Dios fue ampliamente suficiente para la demanda; y, adem�s, que esa gracia pod�a obrar tanto por un hombre como por setenta.

Con todo, se comprende bien la dificultad que siente "el hombre m�s manso de toda la tierra" en referencia a la responsabilidad de tan grave e importante cargo; y verdaderamente el lenguaje en el que expresa su dificultad es conmovedor en el m�s alto grado. Sentimos que debemos citarlo para el lector.

"Y os habl� en aquel tiempo, diciendo: Yo solo no puedo llevaros" seguramente no; �Qu� simple mortal podr�a? Pero Dios estaba all� para ser contado para las exigencias de cada hora. "Jehov� vuestro Dios os ha multiplicado, y he aqu�, sois hoy como las estrellas del cielo en multitud. (Jehov� el Dios de vuestros padres os haga mil veces tantos m�s como sois, y os bendecir� como os ha prometido!") �Hermoso par�ntesis! �Exquisita respiraci�n de un coraz�n grande y humilde! "�C�mo puedo yo solo soportar vuestro estorbo, y vuestra carga, y vuestra lucha?"

�Pobre de m�! aqu� yac�a el secreto de gran parte del "obst�culo" y la "carga". No pod�an ponerse de acuerdo entre ellos; hubo controversias, contiendas y cuestionamientos; y qui�n era suficiente para estas cosas Qu� hombro humano podr�a soportar tal carga. �Qu� diferente podr�a haber sido con ellos! Si hubieran caminado amorosamente juntos, no habr�a habido casos que decidir y, por lo tanto, no habr�a necesidad de que los jueces los decidieran.

Si cada miembro de la congregaci�n hubiera buscado la prosperidad, el inter�s y la felicidad de sus hermanos, no habr�a habido "contienda", ni "obst�culo", ni "carga". Si cada uno hubiera hecho todo lo que estaba en su mano para promover el bien com�n, �cu�n hermoso hubiera sido el resultado!

Pero, �ay! no fue as� con Israel, en el desierto; y, lo que es a�n m�s humillante, no es as� en la iglesia de Dios, aunque nuestros privilegios son mucho m�s altos. Apenas se hab�a formado la asamblea por la presencia del Esp�ritu Santo, cuando se escucharon los acentos de murmuraci�n y descontento. �Y sobre qu�? Sobre el "descuido", ya sea imaginario o real. De cualquier manera que fuera, el yo estaba en el trabajo. Si el descuido fue meramente imaginario, los griegos ten�an la culpa; y si era real, los hebreos ten�an la culpa.

Generalmente sucede, en tales casos, que hay fallas en ambos lados; pero la verdadera manera de evitar toda contienda, contienda y murmuraci�n es arrojarse al suelo y buscar fervientemente el bien de los dem�s. Si este excelente camino hubiera sido entendido y adoptado desde el principio, �qu� tarea diferente habr�a tenido que realizar el historiador eclesi�stico! �Pero Ay! no ha sido adoptado, y por lo tanto, la historia de la iglesia profesante, desde el mismo comienzo, ha sido un registro deplorable y humillante de controversia, divisi�n y lucha.

En la misma presencia del Se�or mismo, cuya vida entera fue de completa entrega, los ap�stoles disputaron sobre qui�n deber�a ser el mayor. Tal disputa nunca podr�a haber surgido, si cada uno hubiera conocido el exquisito secreto de ponerse a s� mismo en el polvo y buscar el bien de los dem�s. Nadie que conozca el deber de la verdadera elevaci�n moral del vac�o de s� mismo podr�a buscar un lugar bueno o grande para s� mismo.

La cercan�a a Cristo satisface tanto al coraz�n humilde, que el honor, las distinciones y las recompensas son poco tenidos en cuenta. Pero donde obra el yo, all� tendr�is envidia y celos, contiendas y contiendas, confusi�n y toda obra mala.

Sea testigo de la escena entre los dos hijos de Zebedeo y sus diez hermanos, en el d�cimo cap�tulo de Marcos. �Qu� hab�a al final? Uno mismo. Los dos estaban pensando en un buen lugar para ellos en el reino; y los diez estaban enojados con los dos por pensar en tal cosa. Si cada uno se hubiera apartado de s� mismo y hubiera buscado el bien de los dem�s, tal escena nunca se habr�a representado. Los dos no habr�an estado pensando en s� mismos y, por lo tanto, no habr�a habido motivo para la "indignaci�n" de los diez.

Pero no hace falta multiplicar los ejemplos. Cada �poca de la historia de la iglesia ilustra y prueba la verdad de nuestra afirmaci�n de que el yo y sus obras odiosas son siempre la causa que produce la contienda, la contienda y la divisi�n. Mire donde quiera, desde los d�as de los ap�stoles hasta los d�as en que se echa nuestra suerte, y encontrar� que el yo no mortificado es la fuente fruct�fera de la lucha y el cisma.

Y, por otro lado, encontrar�is que hundir el yo y sus intereses es el verdadero secreto de la paz, la armon�a y el amor fraterno. Si tan solo aprendi�ramos a dejar el yo a un lado y buscar fervientemente la gloria de Cristo y la prosperidad de su amado pueblo, no tendremos muchos "casos" que resolver.

Ahora debemos volver a nuestro cap�tulo.

�C�mo puedo yo solo soportar vuestro peso, vuestra carga y vuestra contienda? Tomaos sabios y entendidos, y conocidos entre vuestras tribus, y los har� se�ores sobre vosotros. Y vosotros me respondisteis, y dijisteis: Lo que que has dicho es bueno que lo hagamos. As� que tom� a los jefes de vuestras tribus, hombres sabios , y conoc� a "varones aptos de Dios, y que pose�an, porque ten�an derecho a, la confianza de la congregaci�n" y los puse por cabezas sobre vosotros, capitanes de mil, y capitanes de centenas, y capitanes de cincuenta, y capitanes de decenas, y oficiales en vuestras tribus.

�Admirable arreglo! Si en verdad hubo que hacerlo, nada podr�a adaptarse mejor al mantenimiento del orden que la escala graduada de autoridad, variando del capit�n de diez al capit�n de mil; el legislador mismo a la cabeza de todos, y �l en comunicaci�n inmediata con el Se�or Dios de Israel.

No tenemos alusi�n, aqu�, al hecho registrado en �xodo 18:1-27 , a saber, que el nombramiento de aquellos gobernantes fue por sugerencia de Jetro, suegro de Mois�s. Tampoco tenemos referencia alguna a la escena en N�meros 11:1-35 .

Llamamos la atenci�n del lector sobre esto como una de las muchas pruebas que se encuentran dispersas a lo largo de las p�ginas de Deuteronomio, que est� muy lejos de ser una mera repetici�n de las secciones anteriores del Pentateuco. En resumen, este delicioso libro tiene un marcado car�cter propio, y el modo en que se presentan los hechos est� en perfecta sinton�a con ese car�cter. Es muy evidente que el objeto del venerable legislador, o m�s bien del Esp�ritu Santo en �l, era hacer que todo influyera, de manera moral, en los corazones de la gente, a fin de producir ese gran resultado que es el objeto especial del libro, de principio a fin, a saber, una obediencia amorosa a todos los estatutos y juicios del Se�or su Dios.

Debemos tener esto en mente, si queremos estudiar correctamente el libro que est� abierto ante nosotros. Los incr�dulos, los esc�pticos y los racionalistas pueden imp�amente sugerirnos la idea de discrepancias en los diversos registros dados en los diferentes libros; pero el piadoso lector rechazar�, con santa indignaci�n, toda sugerencia de este tipo, sabiendo que emana directamente del padre de la mentira, el enemigo decidido y persistente de la preciosa Revelaci�n de Dios.

Nos sentimos persuadidos de que esta es la verdadera manera de tratar con todos los ataques de los incr�dulos contra la Biblia. El argumento es in�til, en la medida en que los incr�dulos no est�n en condiciones de comprender o apreciar su fuerza. Son profundamente ignorantes del asunto; no se trata simplemente de una profunda ignorancia, sino de una decidida hostilidad, de modo que, en todos los sentidos, el juicio de todos los escritores incr�dulos sobre el tema de la inspiraci�n divina es absolutamente in�til y perfectamente despreciable.

Nos apiadar�amos y orar�amos por los hombres, mientras despreciamos profundamente y rechazamos con indignaci�n sus opiniones. La palabra de Dios est� enteramente por encima y m�s all� de ellos. Es tan perfecto como su Autor, y tan imperecedero como Su trono; pero sus glorias morales, sus profundidades vivas y sus perfecciones infinitas s�lo se despliegan en la fe y la necesidad. "Te doy gracias, oh Padre, Se�or del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y entendidos, y las revelaste a los ni�os".

Si nos contentamos con ser tan simples como un beb�, disfrutaremos de la preciosa revelaci�n del amor de un Padre dado por Su Esp�ritu, en las Sagradas Escrituras. Pero, por otro lado, aquellos que se creen sabios y prudentes, que construyen sobre su saber, su filosof�a y su raz�n, que se creen competentes para juzgar sobre la palabra de Dios, y por lo tanto, sobre Dios mismo, son entregados a tinieblas judiciales, ceguera y dureza de coraz�n.

As� sucede que la locura m�s atroz y la ignorancia m�s despreciable que el hombre puede mostrar, se encontrar�n en las p�ginas de aquellos escritores eruditos que se han atrevido a escribir contra la Biblia. "�D�nde est� el sabio? �D�nde est� el escriba? �D�nde est� el disputador de este mundo? �No ha enloquecido Dios la sabidur�a de este mundo? Porque despu�s de que en la sabidur�a de Dios, el mundo no conoci� a Dios por la sabidur�a, agrad� a Dios por la locura de la predicaci�n para salvar a los que creen". ( 1 Corintios 1:20-21 ).

�Si alguno quiere ser sabio, que se vuelva necio�. Aqu� reside el gran secreto moral del asunto. El hombre debe llegar al final de su propia sabidur�a, as� como de su propia justicia. Debe ser llevado a confesarse un tonto, antes de que pueda saborear la dulzura de la sabidur�a divina. No est� dentro del alcance del intelecto humano m�s gigantesco, ayudado por todos los aparatos del saber y la filosof�a humanos, captar los elementos m�s simples de la revelaci�n divina.

Y, por tanto, cuando los hombres inconversos, cualquiera que sea la fuerza de su genio o la extensi�n de su conocimiento, se comprometen a tratar temas espirituales, y m�s especialmente el tema de la inspiraci�n divina de las Sagradas Escrituras, es seguro que exhiben su profunda ignorancia. , y absoluta incompetencia para tratar la cuesti�n que se les presenta. De hecho, cada vez que miramos un libro incr�dulo, nos sorprende la debilidad de sus argumentos m�s contundentes; y no solo eso, sino que, en cada instancia en la que intentan encontrar una discrepancia en la Biblia, vemos solo sabidur�a, belleza y perfecci�n divinas.

Hemos sido inducidos a la l�nea de pensamiento anterior en relaci�n con el tema de la designaci�n de los ancianos que se nos da en cada libro, seg�n la sabidur�a del Esp�ritu Santo, y en perfecta armon�a con el alcance y objeto de la libro. Procederemos ahora con nuestra cita.

"Y mand� a vuestros jueces en aquel tiempo, diciendo: O�d las causas entre vuestros hermanos, y juzgad con justicia entre cada uno y su hermano, y el extranjero que est� con �l. No har�is acepci�n de personas en el juicio, sino que oir�is las tanto al peque�o como al grande; no tem�is la presencia del hombre; porque el juicio es de Dios; y la causa que os es demasiado dif�cil, traedla a m�, y yo la oir�".

�Qu� sabidur�a celestial hay aqu�! �Qu� incluso entreg� la justicia! �Qu� santa imparcialidad! En cada caso de diferencia, todos los hechos, en ambos lados, deb�an ser escuchados en su totalidad y sopesados ??pacientemente. La mente no deb�a ser torcida por prejuicios, predilecciones o sentimientos personales de ning�n tipo. El juicio deb�a formarse no por impresiones, sino por hechos claramente establecidos, hechos innegables. La influencia personal no deb�a tener peso alguno.

La posici�n y circunstancias de cualquiera de las partes en la causa no deb�an ser consideradas. El caso debe decidirse enteramente por sus propios m�ritos. "Oir�is tanto a los peque�os como a los grandes". Al pobre se le impondr�a la misma justicia imparcial que al rico; el extranjero como nacido en la tierra. No se permitir�a ninguna diferencia.

�Qu� importante es todo esto! �Cu�n digno de nuestra atenta consideraci�n! �Cu�n lleno de instrucci�n profunda y valiosa para todos nosotros! Es cierto que no todos somos llamados a ser jueces, ancianos o l�deres; pero los grandes principios morales establecidos en la cita anterior son de sumo valor para cada uno de nosotros, ya que continuamente ocurren casos que exigen su aplicaci�n directa.

Dondequiera que se eche nuestra suerte, cualquiera que sea nuestra l�nea de vida o esfera de acci�n, somos responsables, �ay! encontrarnos con casos de dificultad y malentendidos entre nuestros hermanos; casos de mal ya sea real o imaginario; y por lo tanto, es muy necesario ser divinamente instruido en cuanto a c�mo debemos comportarnos con respecto a tales.

Ahora bien, en todos estos casos, no podemos estar demasiado impresionados con la necesidad de tener nuestro juicio basado en hechos, todos los hechos, en ambos lados. No debemos dejarnos guiar por nuestras propias impresiones, porque todos sabemos que las meras impresiones son muy poco confiables. Pueden ser correctos; y pueden ser completamente falsos. Nada se recibe y transmite m�s f�cilmente que una impresi�n falsa y, por lo tanto, cualquier juicio basado en meras impresiones es in�til.

Debemos tener hechos s�lidos, claramente establecidos, hechos establecidos por dos o tres testigos, como las Escrituras lo imponen tan claramente. ( Deuteronomio 17:6 ; Mateo 18:16 ; 2 Corintios 13:1 ; 1 Timoteo 5:19 .)

Pero adem�s, nunca debemos guiarnos en el juicio por una declaraci�n ex parte . Todo el mundo est� obligado, incluso con las mejores intenciones, a dar color a su exposici�n de un caso. No es que intencionalmente har�a una declaraci�n falsa o dir�a una mentira deliberada; pero, por inexactitud de la memoria, o por una u otra causa, puede no presentar el caso como realmente es. Puede omitirse alg�n hecho, y ese hecho puede afectar tanto a todos los dem�s como para alterar su significado por completo.

" Audi alteram partem" (escuchar el otro lado), es un lema saludable. Y no solo escuche al otro lado, sino escuche todos los hechos de ambos lados, y as� podr� formar un juicio sano y justo. Podemos establecer como regla permanente que cualquier juicio formado sin un conocimiento exacto de todos los hechos es perfectamente in�til. "O�d las causas entre vuestros hermanos, y juzgad con justicia entre cada uno y su hermano, y el extranjero que con �l est�" Palabras oportunas y necesarias, sin duda, en todo momento, en todo lugar y bajo toda circunstancia. �Que apliquemos nuestros corazones a ellos!

�Y cu�n importante es la amonestaci�n en el vers�culo 17? "No har�is acepci�n de personas en el juicio, sino que oir�is tanto al peque�o como al grande; no tendr�is miedo del rostro del hombre". �C�mo descubren estas palabras el pobre coraz�n humano! Cu�n propensos somos a respetar a las personas; dejarse influir por la influencia personal; dar importancia a la posici�n y la riqueza; tener miedo de la cara del hombre!

�Cu�l es el ant�doto divino contra todos estos males? S�lo este el temor de Dios. Si ponemos al Se�or delante de nosotros, en todo momento, efectivamente nos librar� de la influencia perniciosa de la parcialidad, el prejuicio y el temor de los hombres. Nos llevar� a esperar humildemente en el Se�or para que nos gu�e y nos aconseje en todo lo que se presente ante nosotros; y as� seremos preservados de formarnos juicios precipitados y unilaterales sobre los hombres y las cosas, esa fruct�fera fuente de maldad entre el pueblo del Se�or, en todas las �pocas.

Ahora nos detendremos, por unos momentos, en la forma muy conmovedora en que Mois�s trae ante la congregaci�n todas las circunstancias relacionadas con la misi�n de los esp�as que, al igual que el nombramiento de los jueces, est� en perfecta armon�a con el alcance y el objeto. del libro. Esto es s�lo lo que podr�amos esperar. No hay, no puede haber, una sola frase de repetici�n in�til en el volumen divino.

Menos a�n podr�a haber un solo defecto, una sola discrepancia, una sola afirmaci�n contradictoria. La palabra de Dios es absolutamente perfecta, perfecta en su totalidad, perfecta en todas sus partes. Debemos sostener firmemente y confesar esto fielmente frente a esta era incr�dula.

No hablamos de traducciones humanas de la palabra de Dios, en las que debe haber m�s o menos imperfecci�n; aunque incluso aqu�, no podemos dejar de estar "llenos de asombro, amor y alabanza", cuando se�alamos la forma en que nuestro Dios presidi� tan manifiestamente nuestra excelente traducci�n al ingl�s, para que el hombre pobre en la parte posterior de una monta�a pueda estar seguro de poseer, en su Biblia inglesa com�n, la Revelaci�n de Dios para su alma.

Y seguramente estamos justificados al decir que esto es exactamente lo que podr�amos esperar de las manos de nuestro Dios. Es razonable inferir que Aquel que inspir� a los escritores de la Biblia tambi�n velar�a por su traducci�n; porque, as� como �l la dio originalmente, en Su gracia, a aquellos que sab�an leer Hebreo y Griego, �no la dar�a �l, en la misma gracia, en todos los idiomas bajo el cielo? Bendito sea por siempre Su santo Nombre, es Su misericordioso deseo hablar a cada hombre en la misma lengua en la que naci�; para contarnos la dulce historia de Su gracia, las buenas nuevas de la salvaci�n, en los mismos acentos en los que nuestras madres susurraron en nuestros o�dos infantiles esas palabras de amor que llegaron directamente a nuestros corazones. (Ver Hechos 2:5-8 .)

�Oh, que los hombres estuvieran m�s impresionados y afectados con la verdad y el poder de todo esto; y entonces no deber�amos preocuparnos con tantas preguntas tontas e ignorantes acerca de la Biblia.

Escuchemos ahora el relato que da Mois�s de la misi�n de los esp�as, su origen y su resultado. Lo encontraremos lleno de las m�s importantes instrucciones, si tan solo el o�do est� abierto para o�r y el coraz�n debidamente preparado para reflexionar.

"Y os mand� en aquel tiempo todas las cosas que deb�is hacer". El camino de la simple obediencia se les present� claramente. No ten�an m�s que hollarla con coraz�n obediente y paso firme. No ten�an que razonar sobre las consecuencias ni sopesar los resultados. Todo esto lo ten�an que dejar en las manos de Dios y seguir adelante, con firme prop�sito, en el bendito camino de la obediencia.

�Y saliendo de Horeb, atravesamos todo aquel desierto grande y espantoso que hab�is visto por el camino del monte de los amorreos, como nos mand� Jehov� nuestro Dios, y llegamos a Cades-barnea. Y dije: vosotros: Hab�is llegado al monte de los amorreos, que Jehov� nuestro Dios nos da. He aqu�, Jehov� vuestro Dios ha puesto la tierra delante de vosotros; subid y poseedla, como Jehov� el Dios de vuestros padres la ha hecho. te dijo: no temas, ni te desanimes".

Aqu� estaba su autorizaci�n para entrar en posesi�n inmediata. El Se�or su Dios les hab�a dado la tierra y la hab�a puesto delante de ellos. Era de ellos por Su don gratuito, el don de Su gracia soberana, en cumplimiento del pacto hecho con sus padres. Fue Su prop�sito eterno poseer la tierra de Cana�n a trav�s de la simiente de Abraham Su amigo. Esto deber�a haber sido suficiente para tranquilizar perfectamente sus corazones, no s�lo en cuanto al car�cter de la tierra, sino tambi�n en cuanto a su entrada en ella.

No hab�a necesidad de esp�as. La fe nunca quiere espiar lo que Dios ha dado. Argumenta que lo que �l ha dado debe valer la pena tenerlo; y que �l es capaz de ponernos en plena posesi�n de todo lo que Su gracia ha otorgado. Israel podr�a haber llegado a la conclusi�n de que la misma mano que los hab�a conducido "a trav�s de todo ese desierto grande y terrible" podr�a traerlos y plantarlos en su herencia destinada.

As� habr�a razonado la fe; porque siempre razona desde Dios hasta las circunstancias; nunca de las circunstancias a Dios. "Si Dios es por nosotros, �qui�n contra nosotros?" Este es el argumento de la fe, grandioso en su simplicidad y simple en su grandeza moral. Cuando Dios llena toda la gama de la visi�n del alma, las dificultades se tienen poco en cuenta. No se ven o, si se ven, se ven como ocasiones para la demostraci�n del poder divino. La fe se regocija al ver a Dios triunfar sobre las dificultades.

�Pero Ay! el pueblo no estaba gobernado por la fe en la ocasi�n que ahora tenemos ante nosotros; y, por lo tanto, recurrieron a esp�as. De esto les recuerda Mois�s, y eso, tambi�n, en un lenguaje a la vez muy tierno y fiel. �Y os acercasteis a m� cada uno de vosotros, y dijisteis: Enviaremos hombres delante de nosotros, y ellos nos reconocer�n la tierra, y nos traer�n palabra de nuevo por qu� camino debemos subir, y a qu� ciudades debemos ir. vendr�."

Seguramente, bien podr�an haber confiado. Dios por todo esto. Aquel que los hab�a sacado de Egipto; les abri� un camino a trav�s del mar; los gui� a trav�s del desierto sin caminos, fue completamente capaz de traerlos a la tierra. Pero no; ellos enviaban esp�as, simplemente porque sus corazones no ten�an una simple confianza en el Dios verdadero, viviente y Todopoderoso.

Aqu� yac�a la ra�z moral del asunto; y es bueno que el lector comprenda a fondo este punto. Cierto es que, en la historia dada en N�meros, el Se�or le dijo a Mois�s que enviara a los esp�as. �Pero por qu�? Por la condici�n moral de las personas. Y aqu� vemos la diferencia caracter�stica y, sin embargo, la hermosa armon�a de los dos libros. N�meros nos da la historia p�blica, Deuteronomio la fuente secreta de la misi�n de los esp�as; y as� como est� en perfecto acuerdo con N�meros darnos lo primero, tambi�n est� en perfecto acuerdo con Deuteronomio darnos lo segundo.

El uno es el complemento del otro. No podr�amos entender completamente el tema, si solo tuvi�ramos la historia dada en N�meros. Es el comentario conmovedor; dada en Deuteronomio, que completa el cuadro. �Qu� perfecta es la escritura! Todo lo que necesitamos es el ojo ungido para ver, y el coraz�n preparado para apreciar sus glorias morales.

Sin embargo, puede ser que el lector todav�a sienta alguna dificultad en referencia a la cuesti�n de los esp�as. Puede sentirse dispuesto a preguntar, �c�mo podr�a estar mal enviarlos, cuando el Se�or les dijo que lo hicieran? La respuesta es que el mal no estuvo en el acto de enviarlos cuando se les dijo, sino en el deseo de enviarlos. El deseo fue fruto de la incredulidad; y la orden de enviarlos fue por esa incredulidad.

Podemos ver algo de lo mismo en el asunto del divorcio, en Mateo 19:1-30 . "Tambi�n vinieron a �l los fariseos, tent�ndole, y dici�ndole: �Es l�cito al hombre repudiar a su mujer por cualquier causa? Y �l respondiendo, les dijo: �No hab�is le�do que el que los hizo en principio, los hizo var�n y hembra, y dijo: Por esto el hombre dejar� padre y madre, y se unir� a su mujer, y los dos ser�n una sola carne, as� que ya no son dos, sino una sola carne.

Por tanto, lo que Dios junt�, no lo separe el hombre. Le dijeron: �Por qu� entonces mand� Mois�s dar carta de divorcio, y repudiarla? �l les dijo: Mois�s, por la dureza de vuestro coraz�n os permiti� repudiar a vuestras mujeres; pero al principio no fue as�".

No estaba de acuerdo con la instituci�n original de Dios, o de acuerdo con Su coraz�n, que un hombre despidiera a su esposa; pero, como consecuencia de la dureza del coraz�n humano, el legislador permiti� el divorcio. �Hay alguna dificultad en esto? Seguramente no, a menos que el coraz�n est� empe�ado en hacer uno. Tampoco hay ninguna dificultad en el asunto de los esp�as. Israel no deber�a haberlos necesitado. La simple fe nunca hubiera pensado en ellos.

Pero el Se�or vio la verdadera condici�n de las cosas y emiti� un mandato en consecuencia; as� como, en �pocas posteriores, vio que el coraz�n del pueblo estaba empe�ado en tener un rey, y mand� a Samuel que les diera uno. �Y Jehov� dijo a Samuel: Oye la voz del pueblo en todo lo que te digan; porque no te han desechado a ti, sino a m� me han desechado, para que yo no reine sobre ellos. Conforme a todas las obras que han hecho desde el d�a que los saqu� de Egipto hasta el d�a de hoy, cuando me han dejado y han servido a dioses ajenos, as� tambi�n hacen contigo.

Ahora, pues, escuchad su voz; sin embargo, protesta solemnemente ante ellos, y mu�strales c�mo ser� el rey que reinar� sobre ellos� ( 1 Samuel 8:7-9 ).

As� vemos que la mera concesi�n de un deseo no es prueba alguna de que tal deseo est� de acuerdo con la mente de Dios. Israel no deber�a haber pedido un rey, �no era Jehov� suficiente? �No era �l su Rey? �No podr�a �l, como siempre lo hab�a hecho, llevarlos a la batalla y pelear por ellos? �Por qu� buscar un brazo de carne? �Por qu� apartarse del Dios vivo, verdadero, Todopoderoso, para apoyarse en un pobre gusano? �Qu� poder hab�a en un rey sino el que Dios considerara adecuado conferirle? Ninguno lo que sea.

Todo el poder, toda la sabidur�a, todo el bien real estaba en el Se�or su Dios; y estuvo all� para ellos en todo momento, para satisfacer todas sus necesidades. S�lo ten�an que apoyarse en Su brazo todopoderoso, recurrir a Sus inagotables recursos, encontrar todas sus fuentes en �l.

Cuando consiguieron un rey, conforme al deseo de sus corazones, �qu� hizo �l por ellos? "Todo el pueblo le sigui� temblando". Cuanto m�s de cerca estudiamos la melanc�lica historia del reinado de Sa�l, m�s vemos que �l era, casi desde el principio, un obst�culo positivo en lugar de una ayuda. No tenemos m�s que leer su historia, de principio a fin, para ver la verdad de esto. Todo su reinado fue un fracaso lamentable, acertada y en�rgicamente establecido en dos frases elogiosas del profeta Oseas: "Te di un rey en mi ira, y te lo quit� en mi ira.

"En una palabra, �l fue la respuesta a la incredulidad y obstinaci�n del pueblo, y por lo tanto, todas sus brillantes esperanzas y expectativas con respecto a �l fueron, muy lamentablemente, defraudadas. No pudo responder a la mente de Dios; y, como Como consecuencia necesaria, fracas� en suplir las necesidades del pueblo, demostr� ser totalmente indigno de la corona y el cetro, y su ignominiosa ca�da en el monte Gilboa estuvo melanc�licamente en sinton�a con toda su carrera.

Ahora, cuando llegamos a considerar la misi�n de los esp�as, la encontramos tambi�n, como el nombramiento de un rey, que termina en un completo fracaso y desilusi�n. No pod�a ser de otra manera, por cuanto fue fruto de la incredulidad. Cierto, Dios les dio esp�as; y Mois�s, con gracia conmovedora, dice: "La palabra me agrad�; y tom� doce hombres de ustedes, uno de una tribu". Era la gracia descendiendo a la condici�n del pueblo, y consintiendo en un plan que se adecuaba a esa condici�n.

Pero esto, de ninguna manera, prueba que el plan o la condici�n estuvieran de acuerdo con la mente de Dios. Bendito sea Su Nombre, �l puede encontrarse con nosotros en nuestra incredulidad, aunque �l es afligido y deshonrado por ello. Se deleita en la fe audaz e ingenua. Es lo �nico, en todo este mundo, que le da Su lugar apropiado. Por eso, cuando Mois�s dijo al pueblo: "He aqu�, Jehov� vuestro Dios os ha puesto la tierra; subid y poseedla, como os ha dicho Jehov� el Dios de vuestros padres; no tem�is, ni desmay�is"; �Cu�l hubiera sido la respuesta adecuada de ellos? "Aqu� estamos; gu�a, Se�or Todopoderoso; gu�a hacia la victoria.

Eres suficiente. Contigo como nuestro l�der, avanzamos con gozosa confianza. Las dificultades no son nada para Ti, y por lo tanto no son nada para nosotros. Tu palabra y tu presencia son todo lo que queremos. En estos encontramos, a la vez, nuestra autoridad y poder. No nos importa en lo m�s m�nimo qui�n o qu� pueda estar delante de nosotros: poderosos gigantes, imponentes muros, ce�udos baluartes; �Qu� son todos ellos delante del Se�or Dios de Israel, sino como hojas secas delante del torbellino? Conduce, oh Se�or".

Este habr�a sido el lenguaje de la fe; �pero Ay! no era el lenguaje de Israel, en la ocasi�n ante nosotros. Dios no era suficiente para ellos. No estaban preparados para subir, apoy�ndose solo en Su brazo. No estaban satisfechos con Su informe de la tierra. Enviar�an esp�as, cualquier cosa para el pobre coraz�n humano, excepto la simple dependencia del �nico Dios vivo y verdadero. El hombre natural no puede confiar en Dios, simplemente porque no lo conoce. �Los que conocen tu nombre pondr�n en ti su confianza�.

Dios debe ser conocido para poder confiar en �l; y cuanto m�s se conf�a en �l, mejor se le conoce. No hay nada, en todo este mundo, tan verdaderamente bendito como una vida de fe sencilla. Pero debe ser una realidad y no una mera profesi�n. Es completamente vano hablar de vivir por la fe, mientras el coraz�n descansa secretamente en alg�n apoyo de criatura. El verdadero creyente tiene que ver, exclusivamente, con Dios. En �l encuentra todos sus recursos.

No es que menosprecie los instrumentos o los canales que Dios se complace en usar; todo lo contrario. �l los valora sobremanera; y no puede dejar de valorarlos como los medios que Dios usa para su ayuda y bendici�n. Pero no permite que desplacen a Dios. El lenguaje de su coraz�n es: "Alma m�a, en Dios s�lo espera, porque de �l es mi esperanza. S�lo �l es mi roca".

Hay una fuerza peculiar en la palabra "solamente". Busca en el coraz�n a fondo. Mirar a la criatura, directa o indirectamente, para la provisi�n de cualquier necesidad, es en principio apartarse de la vida de fe. Y �oh! es un trabajo miserable, este mirar, de cualquier manera, a las corrientes de criaturas. Es tan degradante moralmente como la vida de fe es moralmente elevadora. Y no solo es degradante, sino decepcionante.

Los accesorios de las criaturas ceden y los arroyos de las criaturas se secan; pero los que conf�an en el Se�or nunca ser�n confundidos, y nunca les faltar� ning�n bien. Si Israel hubiera confiado en el Se�or en lugar de enviar esp�as, habr�a tenido una historia muy diferente que contar. Pero enviar�an esp�as, y todo el asunto result� ser un fracaso humillante.

"Y se volvieron, y subieron al monte, y llegaron al valle de Escol, y lo reconocieron. Y tomaron del fruto de la tierra en sus manos, y lo trajeron hasta nosotros, y nos trajeron palabra de nuevo , y dijo: Buena es la tierra que Jehov� nuestro Dios nos da. �C�mo podr�a ser de otra manera, cuando Dios lo estaba dando? �Quer�an que los esp�as les dijeran que el don de Dios era bueno? Seguramente no deber�an hacerlo.

Una fe ingenua habr�a argumentado as�, "todo lo que Dios da, debe ser digno de �l mismo; no queremos esp�as que nos aseguren esto". Pero �ah! esta fe ingenua es una joya excepcionalmente rara en este mundo; e incluso aquellos que lo poseen saben muy poco de su valor o c�mo usarlo. Una cosa es hablar de la vida de fe y otra muy distinta vivirla. La teor�a es una cosa; la realidad viva, otra muy distinta.

Pero nunca olvidemos que es privilegio de todo hijo de Dios vivir por fe; y, adem�s, que la vida de fe abarca todo lo que el creyente pueda necesitar, desde el punto de partida hasta la meta de su carrera terrenal. Ya hemos tocado este importante punto; no se puede insistir demasiado en serio o constantemente.

En cuanto a la misi�n de los esp�as, el lector notar� con inter�s la forma en que Mois�s se refiere a ella. Se limita a la porci�n de su testimonio que estaba de acuerdo con la verdad. No dice nada sobre los diez esp�as infieles. Esto est� en perfecta sinton�a con el alcance y el objeto del libro. Todo se lleva, de manera moral, a la conciencia de la congregaci�n. Les recuerda que ellos mismos se hab�an propuesto enviar a los esp�as; y sin embargo, aunque los esp�as hab�an puesto delante de ellos el fruto de la tierra y dado testimonio de su bondad, no quisieron subir.

�Sin embargo, no quisisteis subir, sino que os rebelasteis contra el mandamiento de Jehov� vuestro Dios�. No hab�a excusa alguna. Era evidente que sus corazones estaban en un estado de incredulidad y rebeli�n positiva, y la misi�n de los esp�as, desde el principio hasta el final, solo lo puso de manifiesto plenamente.

�Y murmurabais en vuestras tiendas, y dec�ais: Porque Jehov� nos aborrec�a� �una terrible mentira, a simple vista! "�l nos ha sacado de la tierra de Egipto, para entregarnos en manos de los amorreos para destruirnos". �Qu� extra�a prueba de odio! �Cu�n completamente absurdos son los argumentos de la incredulidad! Seguramente, si �l los hubiera odiado, nada fue m�s f�cil que dejarlos morir en medio de los hornos de ladrillos de Egipto, bajo el cruel l�tigo de los capataces de Fara�n.

�Por qu� preocuparse tanto por ellos? �Por qu� esas diez plagas enviadas sobre la tierra de sus opresores? �Por qu�, si los odiaba, no permiti� que las aguas del Mar Rojo los arrollaran como hab�an arrollado a sus enemigos? �Por qu� los hab�a librado de la espada de Amalek? En una palabra, �por qu� todos estos maravillosos triunfos de la gracia a favor de ellos, si �l los odiaba? �Ay! si no hubieran sido gobernados por un esp�ritu de incredulidad oscura e insensata, una serie tan brillante de evidencia los habr�a llevado a una conclusi�n directamente opuesta a la que expresaron.

No hay nada debajo del dosel del cielo tan est�pidamente irracional como la incredulidad. Y, por otro lado, no hay nada tan s�lido, claro y l�gico como el simple argumento de una fe infantil. �Que el lector sea capaz de probar la verdad de esto!

"Y murmurabais en vuestras tiendas". La incredulidad no es s�lo un razonador ciego e insensato, sino un murmurador oscuro y l�gubre. No llega al lado correcto de las cosas, ni al lado bueno de las cosas. Siempre est� en la oscuridad, siempre en el error, simplemente porque excluye a Dios y mira solo las circunstancias. Dijeron: �Ad�nde subimos? Nuestros hermanos han desalentado nuestro coraz�n, diciendo: El pueblo es m�s grande y m�s alto que nosotros.

" Pero no eran m�s grandes que Jehov�. "Y las ciudades son grandes y est�n amuralladas hasta el cielo " �la gran exageraci�n de la incredulidad! "Y adem�s, hemos visto all� a los hijos de los anaceos".

Ahora, la fe dir�a: Bueno, aunque las ciudades est�n amuralladas hasta el cielo, nuestro Dios est� sobre ellas, porque �l est� en los cielos. �Qu� son las grandes ciudades o los altos muros para Aquel que form� el universo y lo sustenta con la palabra de su poder? �Qu� son los anaceos en la presencia del Dios Todopoderoso? Si la tierra estuviera cubierta de ciudades amuralladas desde Dan hasta Beerseba, y si los gigantes fueran tan numerosos como las hojas del bosque, ser�an como la paja de la era ante Aquel que ha prometido dar la tierra de Cana�n a la simiente de Abraham, su amigo, en heredad perpetua"

Pero Israel no ten�a fe, como nos dice el ap�stol inspirado en el tercer cap�tulo de Hebreos, "No pudieron entrar por incredulidad". Aqu� resid�a la gran dificultad. Las ciudades amuralladas y los terribles anaceos pronto habr�an sido eliminados si Israel hubiera confiado en Dios. Habr�a hecho un trabajo muy corto de todos estos. Pero �ah! �Qu� deplorable incredulidad! siempre se interpone en el camino de nuestra bendici�n.

Impide el resplandor de la gloria de Dios; arroja una sombra oscura sobre nuestras almas y nos roba el privilegio de probar la suficiencia absoluta de nuestro Dios para satisfacer todas nuestras necesidades y eliminar todas nuestras dificultades.

Bendito sea Su Nombre, �l nunca falla a un coraz�n confiado. Es Su deleite honrar los giros m�s grandes que la fe entrega en Su tesorer�a inagotable. Su palabra tranquilizadora para nosotros siempre es: "No tem�is, creed solamente". Y de nuevo, "Conforme a vuestra fe os sea hecho". �Preciosas palabras conmovedoras! �Que todos nos demos cuenta, m�s plenamente, de su poder vivo y de su dulzura! podemos estar seguros de esto, nunca podemos ir demasiado lejos al contar con Dios; ser�a una simple imposibilidad. Nuestro gran error es que no recurrimos m�s a Sus infinitos recursos. "�No te dije que si crees, ver�s la gloria de Dios?"

As� podemos ver por qu� Israel no pudo ver la gloria de Dios, en la ocasi�n que tenemos ante nosotros. Ellos no creyeron. La misi�n de los esp�as result� un completo fracaso. Tal como comenz�, as� termin�, en la m�s deplorable incredulidad. Dios fue excluido. Las dificultades llenaron su visi�n.

�No pudieron entrar�. No pod�an ver la gloria de Dios. Escuche las palabras profundamente conmovedoras de Mois�s. Le hace bien al coraz�n leerlos. Tocan los manantiales m�s profundos de nuestro ser renovado. "Entonces os dije: No tem�is, ni teng�is miedo de ellos. El Se�or vuestro Dios, que va delante de vosotros, �l pelear� por vosotros" �solo piensa en Dios peleando por la gente! �Piensa en Jehov� como un Hombre de guerra? "�l pelear� por ti conforme a todo lo que hizo por ti en Egipto delante de tus ojos, y en el desierto, donde has visto c�mo el Se�or tu Dios te llev�, como el hombre lleva a su hijo, en todo el camino" . que anduvisteis, hasta que vinisteis a este lugar.

Mas en esto no cre�steis a Jehov� vuestro Dios, que iba delante de vosotros en el camino, para buscaros un lugar donde plantar vuestras tiendas, en fuego de noche, para mostraros por el camino que deb�is ir, y por una nube de d�a.

�Qu� fuerza moral, qu� conmovedora dulzura en este llamamiento! Cu�n claramente podemos ver aqu�, como de hecho en cada p�gina del libro, que Deuteronomio no es una repetici�n est�ril de hechos, sino un comentario muy poderoso sobre esos hechos. Es bueno que el lector sea completamente claro en cuanto a esto. Si, en el libro de �xodo o N�meros, el legislador inspirado registra los hechos reales de la vida de Israel en el desierto, en el libro de Deuteronomio comenta esos hechos con un patetismo que derrite el coraz�n.

Y aqu� es donde se se�ala y se insiste en el estilo exquisito de los actos de Jehov�, con una habilidad y una delicadeza tan inimitables. �Qui�n podr�a consentir en renunciar a la hermosa figura expuesta en las palabras: " Como el hombre da a luz a su hijo"? Aqu� tenemos el estilo de la acci�n. �Podr�amos prescindir de esto? Seguramente no. Es el estilo de una acci�n que toca el coraz�n, porque es el estilo que tan peculiarmente expresa el coraz�n.

Si el poder de la mano , o la sabidur�a de la mente se ve en la sustancia de una acci�n, el amor del coraz�n se manifiesta en el estilo . Incluso un ni�o peque�o puede entender esto, aunque no sea capaz de explicarlo.

�Pero Ay! Israel no pod�a confiar en que Dios los traer�a a la tierra. A pesar de la maravillosa demostraci�n de Su poder, Su fidelidad, Su bondad y amorosa bondad, desde los hornos de ladrillos de Egipto hasta los l�mites mismos de la tierra de Cana�n, a�n as� no creyeron. Con una serie de pruebas que deber�an haber satisfecho a cualquier coraz�n, a�n dudaban. �Y oy� Jehov� la voz de vuestras palabras, y se enoj�, y jur�, diciendo: Ciertamente ninguno de estos varones de esta mala generaci�n ver� la buena tierra que jur� dar a vuestros padres, sino Caleb el hijo de Jefone; �l la ver�, y a �l le dar� la tierra que pis�, y a sus hijos, porque ha seguido fielmente al Se�or�

"�No te dije que si crees, ver�s la gloria de Dios?" Tal es el orden divino. Los hombres te dir�n que ver es creer; pero, en el reino de Dios, creer es ver. �Por qu� no se le permiti� a un hombre de esa mala generaci�n ver la buena tierra? Simplemente porque no creyeron en el Se�or su Dios. Por otro lado, �por qu� a Caleb se le permiti� ver y tomar posesi�n? Simplemente porque cre�a.

La incredulidad es siempre el gran obst�culo en el camino de nuestra visi�n de la gloria de Dios. �No hizo all� muchos milagros a causa de la incredulidad de ellos�. Si Israel solo hubiera cre�do, solo confiado en el Se�or su Dios, solo confiado en el amor de Su coraz�n y en el poder de Su brazo, �l los hubiera tra�do y los hubiera plantado en la monta�a de Su herencia.

Y as� es ahora con el pueblo del Se�or. No hay l�mite para la bendici�n que podemos disfrutar, si pudi�ramos contar m�s plenamente con Dios. "Todas las cosas son posibles para el que cree". Nuestro Dios nunca dir�: "Has dibujado demasiado; esperas demasiado". Imposible. Es el gozo de Su coraz�n amoroso responder a las m�s grandes expectativas de fe.

Entonces dibujemos en gran medida. "Abre bien tu boca, y yo la llenar�". El tesoro inagotable del cielo se abre a la fe. " Todo lo que pidiereis en oraci�n, creyendo, lo recibir�is". �Si alguno de vosotros tiene falta de sabidur�a, p�dala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le ser� dada. Pero pida con fe, sin vacilar�. La fe es el secreto divino de todo el asunto, el resorte principal de la vida cristiana, de principio a fin.

La fe no vacila, no se tambalea. La incredulidad es siempre vacilante y tambaleante, y por lo tanto nunca ve la gloria de Dios, nunca ve Su poder. es sorda a Su voz y ciega a Sus actos; deprime el coraz�n y debilita las manos; oscurece el camino y obstaculiza todo progreso. Mantuvo a Israel fuera de la tierra de Cana�n durante cuarenta a�os; y no tenemos idea de la cantidad de bendiciones, privilegios, poder y utilidad que constantemente perdemos debido a su terrible influencia.

Si la fe estuviera en un ejercicio m�s vivo en nuestros corazones, �qu� diferente condici�n de cosas deber�amos presenciar en medio de nosotros! �Cu�l es el secreto de la deplorable esterilidad y esterilidad en todo el amplio campo de la profesi�n cristiana? �C�mo vamos a dar cuenta de nuestra condici�n de pobreza, nuestro tono bajo, nuestro crecimiento atrofiado? �Por qu� vemos resultados tan pobres en todos los departamentos de la obra cristiana? �Por qu� hay tan pocas conversiones genuinas? �Por qu� nuestros evangelistas se desaniman con tanta frecuencia por la escasez de sus gavillas? �C�mo vamos a responder a todas estas preguntas? �Cual es la causa? �Alguien intentar� decir que no es nuestra incredulidad?

Sin duda, nuestras divisiones tienen mucho que ver con ello; nuestra mundanalidad, nuestra carnalidad, nuestra autoindulgencia, nuestro amor por la comodidad. Pero, �cu�l es el remedio para todos estos males? �C�mo pueden nuestros corazones abrirse en amor genuino a todos nuestros hermanos por fe en ese precioso principio "que obra por amor". As�, el bendito ap�stol dice a los queridos j�venes conversos de Tesal�nica: "Vuestra fe crece sobremanera. �Y entonces qu�? "Abunda el amor de cada uno de vosotros los unos hacia los otros.

"As� debe ser siempre. La fe nos pone en contacto directo con la fuente eterna del amor en Dios mismo; y la consecuencia necesaria es que nuestros corazones se abren en amor a todos los que pertenecen a �l todo en quien podemos, en el muy d�bilmente, trazar su bendita imagen. No podemos estar cerca del Se�or y no amar a todos los que, en todo lugar, invocan su nombre con un coraz�n puro. Cuanto m�s cerca estemos de Cristo, m�s intensamente debemos unirnos , en verdadero amor fraterno, a cada miembro de su cuerpo.

Luego, en cuanto a la mundanalidad, en todas sus variadas formas; �c�mo se va a superar? Escuche la respuesta de otro ap�stol inspirado. �Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que vence al mundo, nuestra fe. �Qui�n es el que vence al mundo, sino el que cree que Jes�s es el Hijo de Dios?� El hombre nuevo, caminando en el poder de la fe, vive por encima del mundo, por encima de sus motivos, por encima de sus objetos, sus principios, sus h�bitos, sus modas.

No tiene nada en com�n con �l. Aunque en �l, �l no es de �l. Se mueve justo a trav�s de su corriente. Saca todos sus manantiales del cielo. Su vida, su esperanza, su todo est� ah�; y anhela ardientemente estar all� �l mismo, cuando haya terminado su obra en la tierra.

As� vemos qu� poderoso principio es la fe. Purifica el coraz�n, obra por amor y vence al mundo. En resumen, une el coraz�n, en poder vivo, con Dios mismo; y este es el secreto de la verdadera elevaci�n, la santa benevolencia y la pureza divina. No es de extra�ar, por lo tanto, que Pedro la llame "fe preciosa", porque verdaderamente es preciosa m�s all� de todo pensamiento humano.

Vea c�mo actu� este poderoso principio en Caleb, y el bendito fruto que produjo. Se le permiti� darse cuenta de la verdad de esas palabras, pronunciadas cientos de a�os despu�s, conforme a vuestra fe os sea hecho" Cre�a que Dios pod�a traerlos a la tierra; y que todas las dificultades y obst�culos eran simplemente pan para Y Dios, como siempre lo hace, respondi� a su fe. "Entonces los hijos de Jud� vinieron a Josu� en Gilgal; y Caleb, hijo de Jefone, el cenezeo, le dijo: T� sabes lo que el Se�or dijo a Mois�s, el hombre de Dios, acerca de m� y de ti en Cades-barnea.

Cuarenta a�os ten�a yo cuando Mois�s, siervo del Se�or, me envi� de Cades-barnea a reconocer la tierra; y le volv� a traer la palabra como estaba en mi coraz�n" �el testimonio sencillo de una fe brillante y hermosa! "sin embargo mis hermanos que subieron conmigo derritieron el coraz�n del pueblo; pero yo segu� enteramente al Se�or mi Dios. Y Mois�s jur� en aquel d�a, diciendo: Ciertamente la tierra que pisaron tus pies ser� tu heredad y la de tus hijos para siempre, porque has seguido fielmente al Se�or mi Dios.

Y ahora, he aqu�, el Se�or me ha mantenido con vida, como dijo, estos cuarenta y cinco a�os, desde que el Se�or habl� esta palabra a Mois�s, mientras los hijos de Israel vagaban por el desierto; y ahora, he aqu�, soy este d�a de edad de ochenta y cinco a�os. Todav�a soy tan fuerte hoy como lo era el d�a que Mois�s me envi�; cual era mi fuerza entonces, tal es mi fuerza ahora, para la guerra, tanto para salir como para entrar.

Dadme, pues, ahora este monte, del cual habl� Jehov� aquel d�a; porque t� o�ste en aquel d�a c�mo los anaceos estaban all�, y que las ciudades eran grandes y cercadas; si el Se�or est� conmigo, entonces podr� expulsarlos, como dijo el Se�or".

�Cu�n refrescantes son las declaraciones de una fe sin artificios! �Qu� edificante! �Qu� verdaderamente alentador! �Cu�n v�vidamente contrastan con los acentos sombr�os, deprimentes y fulminantes de la oscura incredulidad que deshonra a Dios! "Y Josu� lo bendijo, y dio a Caleb, hijo de Jefone, Hebr�n por heredad. Hebr�n, por tanto, pas� a ser heredad de Caleb, hijo de Jefone, quenezita, hasta el d�a de hoy, porque sigui� fielmente al Se�or Dios de Israel .

" ( Josu� 14:1-15 .) Caleb, como su padre Abraham, era fuerte en la fe, dando gloria a Dios; y podemos decir, con toda confianza posible, que, por cuanto la fe siempre honra a Dios, �l siempre se deleita en honrar la fe; y nos sentimos persuadidos de que si tan solo el pueblo del Se�or pudiera confiar m�s plenamente en Dios, si tan s�lo recurrieran m�s ampliamente a Sus infinitos recursos, ser�amos testigos de una condici�n de cosas totalmente diferente de lo que vemos a nuestro alrededor.

"�No te dije que si crees, ver�s la gloria de Dios?" �Vaya! �para una fe m�s viva en Dios, una comprensi�n m�s audaz de Su fidelidad, Su bondad y Su poder! Entonces podr�amos buscar resultados m�s gloriosos en el campo del evangelio; m�s celo, m�s energ�a, m�s intensa devoci�n en la iglesia de Dios; y m�s de los fragantes frutos de justicia en la vida de los creyentes individualmente.

Ahora, por un momento, veremos los vers�culos finales de nuestro cap�tulo, en los cuales encontraremos algunas instrucciones muy importantes. Y, en primer lugar, vemos los actos del gobierno divino desplegados de la manera m�s solemne e impresionante. Mois�s se refiere, de manera muy conmovedora, al hecho de su exclusi�n de la tierra prometida. �Tambi�n el Se�or se enoj� conmigo por causa de ustedes, diciendo: Tampoco t� entrar�s all�.

Marca las palabras, "por tu bien". Era muy necesario recordar a la congregaci�n que fue por causa de ellos que a Mois�s, ese amado y honrado siervo del Se�or, se le impidi� cruzar el Jord�n y poner su pie sobre la tierra de Cana�n. Cierto, "habl� imprudentemente con sus labios"; pero "provocaron su esp�ritu" para que lo hiciera. Esto deber�a haberlos tocado profundamente. No s�lo no pudieron entrar por su incredulidad, sino que fueron la causa de su exclusi�n, por mucho que anhelara ver "aquel hermoso monte y el L�bano". (ver Salmo 106:32 ).

Pero el gobierno de Dios es una gran y terrible realidad. Nunca, ni por un momento, olvidemos esto. La mente humana puede maravillarse de por qu� unas pocas palabras imprudentes, unas pocas frases precipitadas pueden ser la causa de apartar a un siervo de Dios tan amado y honrado de lo que deseaba tan ardientemente. Pero es nuestro lugar inclinar la cabeza, en humilde adoraci�n y santa reverencia, no para razonar o juzgar. "�No har� lo correcto el Juez de toda la tierra?" Seguramente

�l no puede cometer errores. "Grandes y maravillosas son tus obras, Se�or Dios Todopoderoso; justos y verdaderos son tus caminos, rey de las naciones". �Dios es muy temible en la asamblea de los santos, y digno de reverencia de todos los que le rodean�. "Nuestro Dios es un fuego consumidor"; y "Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo".

�Interfiere de alguna manera con la acci�n y alcance del gobierno divino, que nosotros, como cristianos, estemos bajo el reino de la gracia? De ninguna manera. Es tan cierto hoy como lo fue siempre que "todo lo que el hombre sembrare, eso tambi�n segar�". Por lo tanto, ser�a un grave error para cualquiera sacar un alegato de la libertad de la gracia divina para jugar con los decretos del gobierno divino.

Las dos cosas son perfectamente distintas y nunca deben confundirse. La gracia puede perdonar libremente, por completo, eternamente, pero las ruedas del carruaje gubernamental de Jehov� siguen rodando, con un poder aplastante y una solemnidad aterradora. La gracia perdon� el pecado de Ad�n; pero el gobierno lo expuls� del Ed�n, para ganarse la vida, con el sudor de su frente, entre los espinos y cardos de una tierra maldita. La gracia perdon� el pecado de David; pero la espada del gobierno pendi� sobre su casa hasta el final. Betsab� fue la madre de Salom�n; pero Absal�n se levant� en rebeli�n.

As� con Mois�s, la gracia lo llev� a la cima del Pisga y le mostr� la tierra; pero el gobierno prohibi� severa y absolutamente su entrada all�. Tampoco afecta en lo m�s m�nimo a este poderoso principio que se le diga que Mois�s, en su capacidad oficial, como representante del sistema legal, no pod�a traer al pueblo a la tierra. Esto es bastante cierto; pero deja totalmente intacta la solemne verdad ahora ante nosotros.

Ni en N�meros 20:1-29 , ni en Deuteronomio 1:1-46 , tenemos nada acerca de Mois�s en su capacidad oficial. Es �l mismo personalmente, lo que tenemos ante nosotros; y se le proh�be entrar en la tierra por haber hablado imprudentemente con sus labios.

Ser� bueno que todos meditemos profundamente, como en la presencia inmediata de Dios, esta gran verdad pr�ctica. Podemos estar seguros de que cuanto m�s verdaderamente entremos en el conocimiento de la gracia, m�s sentiremos la solemnidad del gobierno y m�s justificaremos sus promulgaciones. De esto estamos plenamente persuadidos. Pero existe el peligro inminente de asumir, de manera ligera y descuidada, las doctrinas de la gracia mientras el coraz�n y la vida no se someten a la influencia santificadora de esas doctrinas.

Hay que vigilar esto con santo celo. No hay nada en todo este mundo m�s terrible que la mera familiaridad carnal con la teor�a de la salvaci�n por gracia. Abre la puerta a toda forma de libertinaje. Por eso es que sentimos la necesidad de inculcar en la conciencia del lector la verdad pr�ctica del gobierno de Dios. Es muy saludable en todo momento, pero particularmente en este nuestro d�a cuando hay una tendencia tan terrible de convertir la gracia de nuestro Dios en lascivia.

invariablemente encontraremos que aquellos que entran m�s plenamente en la profunda bienaventuranza de estar bajo el reino de la gracia tambi�n justifican m�s cabalmente los actos del gobierno divino.

Pero aprendemos, de las �ltimas l�neas de nuestro cap�tulo, que el pueblo de ninguna manera estaba preparado para someterse bajo la mano gubernamental de Dios. En resumen, no tendr�an gracia ni gobierno. Cuando se les invit� a subir, de inmediato, y tomar posesi�n de la tierra, con las m�s plenas seguridades de la presencia y el poder divinos con ellos, dudaron y se negaron a ir. Se entregaron, por completo, a un esp�ritu de oscura incredulidad.

En vano Josu� y Caleb resonaron en sus o�dos las m�s alentadoras palabras; en vano vieron ante sus ojos el rico fruto de la buena tierra; en vano trat� Mois�s de conmoverlos con las palabras m�s conmovedoras; no quisieron subir, cuando se les dijo que subieran. �Y luego que? Fueron tomados en su palabra. Conforme a su incredulidad, as� les fue a ellos. �Adem�s, vuestros ni�os, de los cuales dijisteis que ser�an por presa, y vuestros hijos, que en aquel d�a no sab�an entre el bien y el mal, entrar�n all�, y yo se la dar�, y la poseer�n. Pero en cuanto a ti, vu�lvete y toma tu viaje al desierto, por el mayo del Mar Rojo "

�Qu� triste! Y, sin embargo, �de qu� otra manera podr�a ser? Si no quer�an, con fe sencilla, subir a la tierra, no les quedaba nada m�s que regresar al desierto. Pero a esto no se sometieron. No se beneficiar�an de las provisiones de la gracia ni se inclinar�an ante la sentencia del juicio. "Entonces respondisteis y me dijisteis: Hemos pecado contra Jehov�; subiremos y pelearemos, conforme a todo lo que Jehov� nuestro Dios nos ha mandado. Y cuando os hubisteis ce�ido cada uno su arma de guerra, estabais listos para subir al monte".

Esto parec�a contrici�n y autocr�tica; pero es muy f�cil decir: "Hemos pecado. Sa�l lo dijo en su d�a; pero era hueco y falso. "Lo dijo sin coraz�n, sin ning�n sentido genuino de lo que estaba diciendo. F�cilmente podemos deducir la fuerza y ??el valor de las palabras "He pecado" del hecho de que fueron seguidas inmediatamente por " H�nrame ahora, te ruego, delante de los ancianos de mi pueblo.

"�Qu� extra�a contradicci�n! "He pecado", pero "H�nrame". Si realmente hubiera sentido su pecado, �qu� diferente habr�a sido su lenguaje! �Qu� diferente su esp�ritu, estilo y comportamiento! Pero todo era una burla solemne. S�lo concibe a un hombre lleno de s� mismo, sirvi�ndose de una forma de palabras, sin un �tomo de verdadero sentimiento del coraz�n, y luego, para honrarse a s� mismo, pasando por la vac�a formalidad de adorar a Dios.

�Que foto! �Puede haber algo m�s doloroso? �Cu�n terriblemente ofensivo para Aquel que desea la verdad en las partes internas, y que busca aquellos que adoran a Aquel que lo adoran en esp�ritu y en verdad! Las respiraciones m�s d�biles de un coraz�n quebrantado y contrito son preciosas para Dios; pero �oh, cu�n ofensivas son para �l las huecas formalidades de una mera religiosidad, cuyo objeto es exaltar al hombre ante sus propios ojos y ante los ojos de su pr�jimo! �Cu�n perfectamente in�til es la mera confesi�n de labios del pecado cuando el coraz�n no lo siente! Como bien ha se�alado un escritor reciente: "Es algo f�cil decir: hemos pecado; pero �cu�n a menudo tenemos que aprender lo que no es la r�pida y abrupta confesi�n del pecado lo que proporciona evidencia de que se siente el pecado! Es m�s bien una prueba de dureza de coraz�n.

La conciencia siente que es necesario un cierto acto de confesi�n del pecado, pero tal vez no haya nada que endurezca m�s el coraz�n que el h�bito de confesar el pecado sin sentirlo. Esta creo que es una de las grandes trampas de la cristiandad desde antiguo y ahora que es el reconocimiento estereotipado del pecado, el mero h�bito de apresurarse en una f�rmula de confesi�n a Dios. Me atrevo a decir que casi todos lo hemos hecho, sin referirnos a ning�n modo en particular; por ay! hay bastante formalidad; y sin tener formas escritas, el coraz�n puede formar formas propias, como podemos haberlo observado, si no conocido, en nuestra propia experiencia, sin encontrar fallas en otras personas.�*

*Conferencias introductorias al Pentateuco", por W. Kelly. Broom, Paternoster Square.

As� fue con Israel, en Cades. Su confesi�n de pecado fue completamente in�til. No hab�a verdad en ello. Si hubieran sentido lo que estaban diciendo, se habr�an inclinado ante el juicio de Dios y aceptado d�cilmente la consecuencia de su pecado. No hay mejor prueba de verdadera contrici�n que la sumisi�n tranquila a los tratos gubernamentales de Dios. Mira el caso de Mois�s. Mira c�mo inclin� la cabeza ante la disciplina divina.

"Jehov�", dice, "se enoj� conmigo por causa de vosotros, diciendo: Tampoco t� entrar�s all�. Pero Josu�, hijo de Nun, que est� delante de ti, �l entrar� all�: an�malo, porque �l har� que Israel la herede".

Aqu�, Mois�s les muestra que ellos fueron la causa de su exclusi�n de la tierra; y, sin embargo, no pronuncia una sola palabra de murmullo, sino que se inclina d�cilmente ante el juicio divino, no solo contento de ser reemplazado por otro, sino listo para nombrar y animar a su sucesor. No hay rastro de celos o envidia aqu�. Era suficiente para ese amado y honrado siervo si Dios fuera glorificado y la necesidad de la congregaci�n satisfecha. No estaba ocupado con s� mismo o sus propios intereses, sino con la gloria de Dios y la bendici�n de Su pueblo.

Pero la gente manifest� un esp�ritu muy diferente. Subiremos y lucharemos. �Qu� vanidoso! �Que tonto! Cuando Dios les orden� y Sus siervos sinceros los alentaron a subir y poseer la tierra, respondieron: "�Ad�nde subiremos?" Y cuando se les orden� regresar al desierto, respondieron: "Subiremos y pelearemos".

"Y el Se�or me dijo: Diles: No sub�is, ni pele�is, porque yo no estoy entre vosotros, para que no se�is heridos delante de vuestros enemigos. As� os habl�, y no quisisteis o�r, sino que os rebelasteis contra el y subi� con presunci�n al monte. Y sali� contra vosotros el amorreo que habitaba en aquel monte, y os persigui� como hacen las abejas, y os destruy� en Seir, hasta Horma.

Era completamente imposible que Jehov� los acompa�ara por el camino de la voluntad propia y la rebeli�n; y, con toda seguridad, Israel, sin la presencia divina, no podr�a ser rival para los amorreos. Si Dios est� por nosotros y con nosotros, todo debe ser victoria. Pero no podemos contar con Dios si no andamos por el camino de la obediencia. Es simplemente el colmo de la locura imaginar que podemos tener a Dios con nosotros si nuestros caminos no son correctos.

"El nombre del Se�or es una torre fuerte, el justo corre hacia ella y est� a salvo". Pero si no estamos andando en justicia pr�ctica, es una mala presunci�n hablar de tener al Se�or como nuestra torre fuerte.

Bendito sea Su Nombre, �l puede encontrarnos en lo m�s profundo de nuestra debilidad y fracaso, siempre que haya una confesi�n genuina y sincera de nuestra verdadera condici�n. Pero suponer que tenemos al Se�or con nosotros, mientras estamos haciendo nuestra propia voluntad y andando en palpable injusticia, no es m�s que maldad y dureza de coraz�n. "Conf�a en el Se�or, y haz el bien". Este es el orden divino; pero hablar de confiar en el Se�or, haciendo el mal, es convertir en lascivia la gracia de nuestro Dios, y ponernos completamente en manos del diablo que s�lo busca nuestra ruina moral.

"Los ojos del Se�or recorren toda la tierra, para mostrar su poder a favor de aquellos cuyo coraz�n es perfecto para con �l". Cuando tenemos una buena conciencia, podemos levantar la cabeza y seguir adelante a trav�s de todo tipo de dificultades; pero pretender andar por el camino de la fe con mala conciencia, es lo m�s peligroso de este mundo. Solo podemos sostener en alto el escudo de la fe cuando nuestros lomos est�n ce�idos con la verdad y el pecho cubierto con la coraza de la justicia.

Es de suma importancia que los cristianos procuren mantener la justicia pr�ctica, en todas sus ramas. Hay un inmenso peso y valor moral en estas palabras del bendito ap�stol Pablo: "En esto me esfuerzo, para tener siempre una conciencia sin ofensa ante Dios y ante los hombres". �l siempre procur� usar la coraza y ser vestido con ese lino blanco que es la justicia de los santos.

Y nosotros tambi�n deber�amos. Es nuestro santo privilegio hollar, d�a tras d�a, con paso firme, la senda del deber, la senda de la obediencia, la senda en la que brilla siempre la luz del rostro aprobador de Dios. Entonces, con seguridad, podremos contar con Dios, apoyarnos en �l, sacar de �l, encontrar en �l todas nuestras fuentes, envolvernos en Su fidelidad, y as� avanzar, en pac�fica comuni�n y santo culto, hacia nuestra patria celestial.

No es, repetimos, que no podamos mirar a Dios, en nuestra debilidad, en nuestro fracaso, e incluso cuando hemos errado y pecado. Bendito sea Su Nombre, podemos; y Su o�do est� siempre abierto a nuestro clamor. �Si confesamos nuestros pecados, �l es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad� ( 1 Juan 1:1-10 ) .

) "Desde lo profundo he clamado a ti, oh Se�or. Se�or, escucha mi voz; est�n atentos tus o�dos a la voz de mis s�plicas. Si t�, Se�or, te fijas en las iniquidades, oh Se�or, �qui�n se mantendr� firme? Pero en ti hay perd�n, para que seas temido". ( Salmo 130:1-8 ) No hay absolutamente ning�n l�mite al perd�n divino, por cuanto no hay l�mite a la extensi�n de la expiaci�n, no hay l�mite a la virtud y eficacia de la sangre de Jesucristo, Hijo de Dios, que limpia de todo pecado; no hay l�mite a la prevalencia de la intercesi�n de nuestro adorable Abogado, nuestro gran Sumo Sacerdote, quien es poderoso para salvar hasta lo sumo y hasta el fin, a los que por �l se acercan a Dios.

Todo esto es benditamente cierto; se ense�a en gran medida y se ilustra de diversas formas a lo largo del volumen de inspiraci�n. Pero la confesi�n del pecado y el perd�n del mismo no deben confundirse con la justicia pr�ctica. Hay dos condiciones distintas en las que podemos invocar a Dios; podemos invocarlo con profunda contrici�n y ser escuchados; o podemos invocarlo con una buena conciencia y un coraz�n que no condena, y ser escuchados.

Pero las dos cosas son muy distintas; y no s�lo son distintos en s� mismos, sino que ambos contrastan marcadamente con esa indiferencia y dureza de coraz�n que presumir�a contar con Dios frente a la desobediencia positiva y la injusticia pr�ctica. Esto es lo que es tan terrible a la vista del Se�or, y lo que debe derribar Su severo juicio. La justicia pr�ctica �l la posee y la aprueba; pecado confesado �l puede perdonar libre y completamente; pero imaginar que podemos poner nuestra confianza en Dios, mientras nuestros pies est�n recorriendo el camino de la iniquidad, es nada menos que la impiedad m�s espantosa.

�No cre�is en palabras mentirosas que dicen: Templo del Se�or, templo del Se�or, templo del Se�or son �stos. y a su pr�jimo; si no oprimiereis al extranjero, al hu�rfano y a la viuda, y no derramareis sangre inocente en este lugar, ni anduviereis en pos de dioses ajenos para mal vuestro, yo os har� habitar en este lugar, en la tierra que yo dado a vuestros padres, por los siglos de los siglos.

He aqu�, confi�is en palabras mentirosas, que no aprovechan. �Robar�is, matar�is y cometer�is adulterio y jurar�is en falso, y quemar�is incienso a Baal, y andar�is en pos de dioses ajenos que no conoc�is; y vienes y te pones delante de m� en esta casa que es invocada por mi nombre, y dices: �Hemos sido entregados para hacer todas estas abominaciones? ( Jeremias 7:1-34 .)

Dios trata con realidades morales. �l desea la verdad en las partes internas; y si los hombres se atreven a retener la verdad con injusticia, deben buscar Su justo juicio. Es el pensamiento de todo esto lo que nos hace sentir la terrible condici�n de la iglesia profesante. El pasaje solemne que acabamos de seleccionar del profeta Jerem�as, aunque se relaciona principalmente con los hombres de Jud� y los habitantes de Jerusal�n, tiene una aplicaci�n muy precisa para la cristiandad.

Encontramos en 2 Timoteo 3:1-17 , que todas las abominaciones del paganismo, como se detallan al final de Romanos 1:1-32 , se reproducen en los �ltimos d�as, bajo el manto de la profesi�n cristiana, y en conexi�n inmediata. con "una apariencia de piedad".

"�Cu�l debe ser el final de tal condici�n de cosas? Ira sin paliativos. Los juicios m�s pesados ??de Dios est�n reservados para esa vasta masa de profesi�n bautizada que llamamos cristiandad. El momento se acerca r�pidamente cuando todo el pueblo amado y comprado con sangre de Dios ser�n llamados a salir de este mundo oscuro y pecaminoso, aunque as� llamado cristiano", para estar para siempre con el Se�or, en ese dulce hogar de amor preparado en la casa del Padre.

Entonces el "fuerte enga�o" ser� enviado sobre la cristiandad en aquellos mismos pa�ses donde ha brillado la luz de un cristianismo pleno; donde se ha predicado un evangelio completo y gratuito; donde la Biblia ha circulado por millones, y donde todos, de una forma u otra, profesan el nombre de Cristo, y se llaman cristianos.

�Y luego que? �Qu� sigue a este "fuerte enga�o"? �Alg�n testimonio nuevo? �M�s propuestas de misericordia? �Alg�n esfuerzo adicional de la gracia sufrida por mucho tiempo? �No para la cristiandad! �No para los que rechazan el evangelio de Dios! �No para los profesantes sin Cristo, sin Dios, de las formas huecas y sin valor del cristianismo! Los paganos oir�n "El evangelio eterno", "El evangelio del reino"; pero en cuanto a esa cosa terrible, esa anomal�a espantos�sima llamada cristiandad, la vid de la tierra, no queda sino el lagar de la ira del Dios Todopoderoso, la negrura de las tinieblas para siempre, el lago que arde con fuego y azufre.

Lector, estos son los verdaderos dichos de Dios. Nada ser�a m�s f�cil que colocar ante sus ojos una serie de pruebas b�blicas perfectamente incontestables; esto ser�a extra�o a nuestro objeto presente. El Nuevo Testamento, de cabo a rabo, expone la solemne verdad antes enunciada; y toda teolog�a del sistema bajo el sol que ense�a de manera diferente se encontrar�, al menos en este punto, como totalmente falsa.

Información bibliográfica
Mackintosh, Charles Henry. "Comentario sobre Deuteronomy 1". Notas de Mackintosh sobre el Pentateuco. https://beta.studylight.org/commentaries/spa/nfp/deuteronomy-1.html.