Bible Commentaries
Deuteronomio 11

Notas de Mackintosh sobre el PentateucoNotas de Mackintosh

Versículos 1-32

y los devor� a ellos, a sus casas, a sus tiendas y a todos los bienes que ten�an en su poder, en medio de todo Israel; pero vuestros ojos han visto todas las grandes obras del Se�or que �l hizo".

Mois�s consider� que era de suma importancia que todos los actos poderosos de Jehov� se mantuvieran de manera prominente ante el coraz�n del pueblo y grabados profundamente en las tablas de su memoria. La pobre mente humana es vagabunda y el coraz�n vol�til; y, a pesar de todo lo que Israel hab�a visto de los juicios solemnes de Dios sobre Egipto y Fara�n, estaban en peligro de olvidarlos y de perder la impresi�n que estaban destinados y eminentemente capacitados para causar sobre ellos.

Puede ser que nos sintamos inclinados a preguntarnos c�mo Israel podr�a alguna vez olvidar las impresionantes escenas de su historia en Egipto desde el principio hasta el final, el descenso de sus padres all� como un mero pu�ado, su constante crecimiento y progreso, como pueblo, a pesar de las formidables dificultades. y obst�culos, de modo que de los pocos insignificantes hab�an llegado a ser, por la buena mano de su Dios sobre ellos, como las estrellas del cielo en multitud.

�Y luego esas diez plagas sobre la tierra de Egipto! �Cu�n lleno de terrible solemnidad! Cu�n preeminentemente calculado para impresionar el coraz�n con un sentido del gran poder de Dios, la completa impotencia e insignificancia del hombre, en toda su jactanciosa sabidur�a, fuerza y ??gloria, y la atroz locura de su intento de oponerse a la �Dios Todopoderoso! �Qu� fue todo el poder de Fara�n y de Egipto delante del Se�or Dios de Israel! En una hora todo se sumi� en una ruina y destrucci�n sin esperanza. Todos los carros de Egipto, toda la pompa y la gloria, el valor y el poder�o de esa naci�n antigua y de gran fama, todo se hundi� en las profundidades del mar.

�Y por qu�? Porque se hab�an atrevido a entrometerse con el Israel de Dios; se hab�an atrevido a oponerse al eterno prop�sito y consejo del Alt�simo. Trataron de aplastar a aquellos en quienes �l hab�a puesto Su amor. Hab�a jurado bendecir la simiente de Abraham, y ning�n poder de la tierra o del infierno podr�a anular Su juramento. Fara�n, en su orgullo y dureza de coraz�n, intent� contrarrestar los actos divinos, pero solo se entrometi� para su propia destrucci�n.

Su tierra fue sacudida hasta el centro mismo, y �l y su poderoso ej�rcito fueron derrocados en el Mar Rojo, un ejemplo solemne para todos los que alguna vez intentaran interponerse en el camino del prop�sito de Jehov� de bendecir la descendencia de Abrah�n Su amigo.

No era simplemente lo que Jehov� hab�a hecho a Egipto y Fara�n lo que el pueblo estaba llamado a recordar, sino tambi�n lo que �l hab�a hecho entre ellos. �Cu�n abrumador fue el juicio sobre Dat�n y Abiram y sus familias! �Qu� horrible la idea de que la tierra abriera su boca y se los tragara! �Y para qu�? Por su rebeld�a contra el nombramiento divino. En la historia dada en N�meros, Cor�, el levita, es el personaje prominente; pero aqu� se lo omite, y los dos rubenitas son nombrados dos miembros de la congregaci�n, porque Mois�s est� tratando de actuar sobre todo el cuerpo del pueblo al presentarles la terrible consecuencia de la voluntad propia en dos de sus dos miembros ordinarios. , como dir�amos, y no s�lo un levita privilegiado.

En una palabra, entonces, ya sea que se llamara la atenci�n sobre los actos divinos afuera o adentro, fuera o dentro de casa, todo era con el prop�sito de impresionar sus corazones y mentes con un sentido profundo de la importancia moral de la obediencia. Este era el �nico gran objetivo de todos los ensayos, todos los comentarios, todas las exhortaciones del fiel siervo de Dios que pronto ser�a quitado de en medio de ellos. Para ello, recorre su historia durante siglos, seleccionando, agrupando, comentando, tomando este hecho y omitiendo aquello, guiado por el Esp�ritu de Dios.

El viaje a Egipto, la estancia all�, los severos juicios sobre el obstinado Fara�n, el �xodo, el paso por el mar, las escenas en el desierto y, especialmente, el terrible destino de los dos rubenitas rebeldes, todo se pone de relieve. influir, con maravillosa fuerza y ??claridad, sobre la conciencia del pueblo, a fin de fortalecer la base del derecho de Jehov� sobre su obediencia incondicional a sus santos mandamientos.

�Guardar�is, pues, todos los mandamientos que os mando hoy, para que se�is fuertes, y entr�is y pose�is la tierra adonde vais a poseerla, y para que teng�is largos d�as en la tierra que Jehov� jur� a vuestros padres que les dar�a a ellos y a su descendencia una tierra que mana leche y miel".

Que el lector note el hermoso v�nculo moral entre esas dos cl�usulas, "Guardad todos los mandamientos" "Para que se�is fuertes". Hay una gran fortaleza que se gana con la obediencia sin reservas a la palabra de Dios. No servir� escoger y elegir. Somos propensos a esto, propensos a adoptar ciertos mandamientos y preceptos que nos convienen; pero esto es realmente voluntad propia. �Qu� derecho tenemos de seleccionar tales y tales preceptos de la palabra y descuidar otros! Ninguno lo que sea.

Hacer eso es, en principio, simplemente obstinaci�n y rebeli�n. �Qu� tiene que hacer un siervo para decidir cu�l de los mandatos de su amo obedecer�? Seguramente ninguno en absoluto; cada mandamiento est� revestido de la autoridad del amo, y por lo tanto reclama la atenci�n del siervo; y, podemos a�adir, cuanto m�s impl�citamente obedece el siervo, cuanto m�s presta su respetuosa atenci�n a cada una de las �rdenes de su amo, por triviales que sean, m�s se fortalece en su posici�n y crece en la confianza y confianza de su amo. estima.

Todo amo ama y valora a un servidor obediente, fiel y devoto. Todos sabemos el consuelo que es tener un sirviente en quien podemos confiar, uno que encuentra su deleite en llevar a cabo cada uno de nuestros deseos, y que no requiere un cuidado perpetuo, sino que conoce su deber y lo atiende.

Ahora bien, �no deber�amos tratar de refrescar el coraz�n de nuestro bendito Maestro, mediante una amorosa obediencia a todos sus mandamientos? Piensa solamente, lector, qu� privilegio es que se te permita alegrar el coraz�n de aquel bendito que nos am� y se entreg� por nosotros. Es algo maravilloso que pobres criaturas como nosotros podamos de alg�n modo refrescar el coraz�n de Jes�s; sin embargo, as� es, �bendito sea Su Nombre! �l se deleita en que guardemos sus mandamientos; y ciertamente el pensamiento de esto debe conmover todo nuestro ser moral, y llevarnos a estudiar su palabra, a fin de averiguar, cada vez m�s, cu�les son sus mandamientos para que los cumplamos.

Las palabras de Mois�s que acabamos de citar nos recuerdan con fuerza la oraci�n del ap�stol por "los santos y fieles hermanos en Cristo en Colosas". �Por esto tambi�n nosotros, desde el d�a que lo o�mos, no cesamos de orar por vosotros, y de desear que se�is llenos del conocimiento de su voluntad, en toda sabidur�a e inteligencia espiritual, para que and�is como es digno de el Se�or agrad�ndole en todo, siendo fruct�fero en toda buena obra, y creciendo en el conocimiento de Dios, fortalecidos con todo poder,conforme a la potencia de su gloria, a toda paciencia y longanimidad con gozo; dando gracias al Padre que nos hizo aptos para ser part�cipes de la herencia de los santos en luz; quien nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino del Hijo de su amor; en quien tenemos redenci�n por su sangre, el perd�n de los pecados.� ( Colosenses 1:9-14 ).

Teniendo en cuenta la diferencia entre lo terrenal y lo celestial entre Israel y la iglesia, hay una sorprendente similitud entre las palabras del legislador y las palabras del ap�stol. Ambos juntos son eminentemente aptos para exponer la belleza y preciosidad de una obediencia amorosa de coraz�n dispuesto. Es precioso para el Padre, precioso para Cristo, precioso para el Esp�ritu Santo; y esto ciertamente debe ser suficiente para crear y fortalecer en nuestro coraz�n el deseo de ser llenos del conocimiento de su voluntad, para que podamos andar como es digno de �l, agrad�ndole en todo, siendo fruct�feros en toda buena obra y creciendo en el conocimiento . de Dios.

Debe llevarnos a un estudio m�s diligente de la palabra de Dios, para que podamos estar siempre descubriendo m�s y m�s de la mente y voluntad de nuestro Se�or, aprendiendo lo que es agradable a �l, y busc�ndole la gracia para hacer eso. Por lo tanto, nuestro coraz�n debe mantenerse cerca de �l, y debemos encontrar un inter�s cada vez m�s profundo en escudri�ar las Escrituras no solo para crecer en el conocimiento de la verdad, sino en el conocimiento de Dios, el conocimiento de Cristo, el profundo, personal, experimental. conocimiento de todo lo que atesoraba en aquel bendito que es la plenitud de la Deidad corporalmente.

�Vaya! que el Esp�ritu de Dios, por su ministerio precios�simo y poderoso, despierte en nosotros un deseo m�s intenso de conocer y hacer la voluntad de nuestro bendito Se�or y Salvador Jesucristo, para que as� refresquemos su amoroso coraz�n y seamos agradables a �l en todas las cosas!

Ahora debemos volvernos, por un momento, a la hermosa imagen de la tierra prometida que Mois�s muestra ante los ojos del pueblo. �Porque la tierra adonde entr�is para poseerla, no es como la tierra de Egipto de donde salisteis, donde sembrasteis vuestra semilla, y regasteis con vuestro pie, como huerta de hortaliza; vais a poseerla, es tierra de montes y valles, que bebe agua de la lluvia del cielo; tierra que Jehov� tu Dios cuida; los ojos de Jehov� tu Dios est�n siempre sobre ella, desde el principio del a�o hasta el fin del a�o". (Vers. 10-12.)

�Qu� v�vido contraste entre Egipto y Cana�n! Egipto no recibi� lluvia del cielo. All� todo fue esfuerzo humano. No as� en la tierra del Se�or; el pie humano nada pod�a hacer all�, ni hab�a necesidad alguna, porque sobre �l ca�a la bendita lluvia del cielo; Jehov� mismo la cuid� y la reg� con la lluvia temprana y tard�a. La tierra de Egipto depend�a de sus propios recursos; la tierra de Cana�n depend�a totalmente de Dios sobre lo que descend�a del cielo "Mi r�o es m�o", era el lenguaje de Egipto. "El r�o de Dios" era la esperanza de Cana�n. La costumbre en Egipto era regar con el pie; el h�bito en Cana�n era mirar hacia el cielo.

Tenemos en el Salmo sesenta y cinco una hermosa declaraci�n de la condici�n de las cosas en la tierra del Se�or, vistas por el ojo de la fe: "T� visitas la tierra, y la riegas; en gran manera la enriqueces con el r�o de Dios, que est� lleno". de agua, t� les preparas ma�z, cuando as� lo has provisto. T� riegas sus camellones abundantemente, t� estableces sus surcos, t� lo ablandas con aguaceros, t� bendices su brotar.

T� coronas el a�o con tu bondad; y tus caminos destilan grosura. Caen sobre los pastos del desierto; y los collados se regocijan por todos lados. Los pastos se visten de reba�os; los valles tambi�n est�n cubiertos de ma�z; dan voces de j�bilo, tambi�n cantan.� (Vers. 9-13.)

�Qu� perfectamente hermoso! �Piensen solamente en Dios regando los surcos y llenando los surcos! �Piense en �l inclin�ndose para hacer el trabajo de un labrador para Su pueblo! �S�, y encantada de hacerlo! Fue el gozo de Su coraz�n derramar Sus rayos de sol y Sus refrescantes lluvias sobre las "colinas y valles" de Su amado pueblo. Era refrescante para Su esp�ritu, como lo era para la alabanza de Su Nombre ver florecer la vid, la higuera y el olivo, los valles cubiertos con el grano de oro, y los ricos pastos cubiertos de reba�os de ovejas.

As� deber�a haber sido siempre, y as� habr�a sido, si Israel hubiera caminado en simple obediencia a la santa ley de Dios. �Acontecer� que si escuch�is atentamente mis mandamientos que os ordeno hoy, de amar al Se�or vuestro Dios, y de servirle con todo vuestro coraz�n y con toda vuestra alma, yo os dar� el lluvia de vuestra tierra a su debido tiempo, primera lluvia y lluvia tard�a, para que recog�is vuestro grano, y vuestro mosto, y vuestro aceite, y enviar� hierba en vuestros campos para vuestro ganado, para que coman y estar lleno." (Vers�culos 13-15)

As� qued� el asunto entre el Dios de Israel y el Israel de Dios. Nada podr�a ser m�s simple, nada m�s bendito. Era un alto y santo privilegio de Israel amar y servir a Jehov�; era prerrogativa de Jehov� bendecir y hacer prosperar a Israel. La felicidad y la fecundidad iban a ser los acompa�antes seguros de la obediencia. El pueblo y su tierra depend�an totalmente de Dios; todas sus provisiones deb�an descender del cielo, y por lo tanto, mientras caminaran en amorosa obediencia, las copiosas lluvias cayeron sobre sus campos y vi�edos; los cielos derramaron roc�o, y la tierra respondi� en fecundidad y bendici�n.

Pero, por otro lado, cuando Israel se olvid� del Se�or y abandon� Sus preciosos mandamientos, el cielo se convirti� en bronce y la tierra en hierro; la esterilidad, la desolaci�n, el hambre y la miseria fueron los melanc�licos acompa�antes de la desobediencia. �C�mo podr�a ser de otra manera? "Si quer�is y obedec�is, comer�is del bien de la tierra; pero si rehus�is y os rebel�is, ser�is devorados a espada, porque la boca de Jehov� lo ha dicho".

Ahora bien, en todo esto hay una profunda instrucci�n pr�ctica para la iglesia de Dios. Aunque no estamos bajo la ley, somos llamados a la obediencia, y a medida que somos capacitados por la gracia para rendir una obediencia amorosa y sincera, somos bendecidos en nuestro propio estado espiritual, nuestras almas son regadas, refrescadas y fortalecidas, y damos a luz el frutos de justicia que son por Jesucristo para gloria y alabanza de Dios.

El lector puede referirse con mucho provecho, en conexi�n con este gran tema pr�ctico, al comienzo de Juan 15:1-27 , una escritura muy preciosa, y que exige la atenci�n sincera de todo hijo de Dios de coraz�n sincero. "Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador. Todo sarmiento que en m� no da fruto, �l lo quita; y todo sarmiento que da fruto, lo limpia, para que d� m�s fruto.

Ya vosotros est�is limpios por la palabra que os he hablado. Permaneced en m�, y yo en vosotros. Como el p�mpano no puede dar fruto por s� mismo, si no permanece en la vid; no pod�is m�s vosotros, a menos que permanec�is en m�. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en m�, y yo en �l, �se lleva mucho fruto; porque sin [o aparte de] m� nada pod�is hacer. Si alguno no permanece en m�, ser� echado fuera como una rama, y ??se secar�; y los recogen, y los echan en el fuego, y arden.

Si permanec�is en m�, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que quer�is, y os ser� hecho. En esto es glorificado mi Padre, en que llev�is mucho fruto; as� ser�is mis disc�pulos. Como el Padre me ha amado, as� os he amado yo; continuad en mi amor.

Si guard�is mis mandamientos, permanecer�is en mi amor, as� como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanecer�is en su amor� (vers�culos 1-10).

Este importante pasaje de las Escrituras ha sufrido: inmensamente a trav�s de controversias teol�gicas y luchas religiosas. Es tan claro como pr�ctico, y solo necesita ser tomado tal como est�, en su propia simplicidad divina. Si tratamos de importarle lo que no le pertenece, estropeamos su integridad y perdemos su verdadera aplicaci�n. En �l tenemos a Cristo, la vid verdadera, tomando el lugar de Israel que se hab�a convertido para Jehov� en la planta degenerada de una vid extra�a.

El escenario de la par�bola es obviamente la tierra y no el cielo; no pensamos en una vid y un labrador ( georgos ) en el cielo. Adem�s, nuestro Se�or dice: "Yo soy la vid verdadera". La figura es muy distinta. No es la Cabeza y los miembros, sino un �rbol y sus ramas. Adem�s, el tema de la par�bola es tan distinto como la par�bola misma; no es vida eterna, sino fructificaci�n. Si se tuviera esto en cuenta, ser�a de gran ayuda para la comprensi�n de este pasaje de las Escrituras tan mal entendido.

Entonces, en una palabra, aprendemos de la figura de la vid y sus sarmientos que el verdadero secreto para dar fruto es permanecer en Cristo, y la manera de permanecer en Cristo es guardar Sus preciosos mandamientos. "Si guard�is mis mandamientos, permanecer�is en mi amor, as� como yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor". Esto lo hace todo tan simple. La forma de dar fruto a su tiempo es permanecer en el amor de Cristo, y esta permanencia se demuestra atesorando sus mandamientos en nuestro coraz�n y una obediencia amorosa a cada uno de ellos.

No est� corriendo de aqu� para all� en la mera energ�a de la naturaleza; no es la excitaci�n del mero celo carnal que se manifiesta en esfuerzos espasm�dicos por la devoci�n. No; es algo muy diferente de todo esto; es la obediencia tranquila y santa del coraz�n, una obediencia amorosa a nuestro amado Se�or que refresca Su coraz�n y glorifica Su Nombre.

"Cu�n bienaventurados son los que a�n permanecen

cerca cobijado por tu costado vigilante;

Quien vida y fuerza de Ti reciben

Y contigo mu�vete y en Ti viva�.

Lector, que apliquemos nuestros corazones diligentemente a este gran tema de dar fruto. Que entendamos mejor lo que es. Somos propensos a cometer grandes errores al respecto. Es de temer que mucho, mucho de lo que pasa por fruto no sea acreditado en la presencia divina. Dios no puede poseer nada como fruto que no sea el resultado directo de permanecer en Cristo. Podemos ganarnos un gran nombre entre nuestros semejantes por el celo, la energ�a y la devoci�n; podemos ser abundantes en labores, en todos los departamentos de la obra; podemos comportarnos como grandes viajeros, grandes predicadores, fervientes trabajadores de la vi�a, grandes fil�ntropos y reformadores morales; podemos gastar una fortuna principesca en promover todos los grandes objetos de la benevolencia cristiana, y mientras tanto no producir un solo racimo de fruto aceptable para el coraz�n del Padre.

Y, por otro lado, puede ser nuestra suerte pasar el tiempo de nuestra permanencia aqu� en la oscuridad y retirado de la mirada humana; podemos ser poco considerados por el mundo y la iglesia profesante; puede parecer que dejamos una peque�a marca en las arenas del tiempo; pero si permanecemos en Cristo, permanecemos en su amor, atesoramos sus preciosas palabras en nuestro coraz�n y nos entregamos a una santa y amorosa obediencia a sus mandamientos, entonces nuestro fruto estar� a tiempo y nuestro Padre ser� glorificado. , y creceremos en el conocimiento experimental de nuestro Se�or y Salvador Jesucristo.

Ahora veremos por un momento el resto de nuestro cap�tulo en el que Mois�s, con palabras de intenso fervor, presiona a la congregaci�n sobre la urgente necesidad de vigilancia y diligencia en referencia a todos los estatutos y juicios del Se�or su Dios. El amado y fiel siervo de Dios, y verdadero amante del pueblo, no se cansaba de esforzarse por animarles a aquella obediencia de todo coraz�n que sab�a que era, a la vez, fuente de su felicidad y de su fecundidad; y as� como nuestro bendito Se�or advierte a Sus disc�pulos present�ndoles el juicio solemne de la rama infructuosa, Mois�s advierte al pueblo sobre las consecuencias seguras y terribles de la desobediencia.

"Mirad por vosotros mismos, que vuestro coraz�n no sea enga�ado, y os desvi�is, y sirv�is a dioses ajenos, y los ador�is". Triste progreso hacia abajo! El coraz�n enga�ado. Este es el comienzo de toda declinaci�n. "Y vosotros os desvi�is". Los pies seguramente seguir�n al coraz�n. De ah� la profunda necesidad de guardar el coraz�n con toda diligencia; es la ciudadela de todo el ser moral, y mientras se guarde para el Se�or, el enemigo no puede obtener ninguna ventaja; pero una vez que se entrega, todo se ha ido realmente; est� el desviarse; la partida secreta del coraz�n se prueba por los caminos pr�cticos; "otros dioses" son servidos y adorados. El descenso por el plano inclinado es terriblemente r�pido.

"Y entonces" observen las consecuencias seguras y solemnes "la ira del Se�or se encender� contra vosotros, y cerrar� los cielos, para que no haya lluvia, y la tierra no d� su fruto, y perezc�is pronto de sobre la buena tierra que el Se�or os da� �Qu� esterilidad y desolaci�n debe haber cuando el cielo est� cerrado! No caen aguaceros refrescantes, no caen gotas de roc�o, no hay comunicaci�n entre el cielo y la tierra.

�Pobre de m�! �Cu�ntas veces hab�a probado Israel la terrible realidad de esto! ��l convierte los r�os en desierto, y los manantiales de las aguas en sequedad; la tierra f�rtil en yermo, por la maldad de los que en ella habitan�.

�Y no podemos ver en la tierra �rida y el desierto desolado una ilustraci�n adecuada y llamativa de un alma fuera de la comuni�n por la desobediencia a los preciosos mandamientos de Cristo? Tal persona no tiene comunicaciones refrescantes con el cielo, ni aguaceros que desciendan, ni revelaciones de la preciosidad de Cristo al coraz�n, ni dulces ministraciones de un Esp�ritu sin contristar al alma; la Biblia parece un libro sellado; todo es oscuro, l�gubre y desolado.

�Vaya! no puede haber nada m�s miserable en todo este mundo que un alma en esta condici�n. �Que el escritor y el lector nunca lo experimenten! �Que inclinemos nuestros o�dos a las fervientes exhortaciones dirigidas por Mois�s a la congregaci�n de Israel! Son los m�s oportunos, los m�s saludables, los m�s necesarios en este d�a de fr�a indiferentismo y obstinaci�n positiva. Nos presentan el ant�doto divino contra los males especiales a los que est� expuesta la iglesia de Dios en esta misma hora, una hora cr�tica y solemne m�s all� de toda concepci�n humana.

�Por tanto, pondr�is estas mis palabras en vuestro coraz�n y en vuestra alma, y ??las atar�is como una se�al en vuestra mano, para que sean como frontales entre vuestros ojos. Y las ense�ar�is a vuestros hijos, hablando de ellas cuando te sientes en tu casa, y cuando andes por el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes; y las escribir�s en los postes de tu casa y en tus puertas, para que tus d�as se multipliquen, y los d�as de vuestros hijos en la tierra que Jehov� jur� a vuestros padres que les hab�a de dar, como los d�as del cielo sobre la tierra�.

�Benditos d�as! y �ay! �Cu�n ardientemente anhelaba el coraz�n grande y amoroso de Mois�s que el pueblo pudiera disfrutar de muchos de esos d�as! �Y qu� simple la condici�n! Verdaderamente nada podr�a ser m�s simple, nada m�s precioso. No fue un yugo pesado puesto sobre ellos, sino el dulce privilegio de atesorar los preciosos mandamientos del Se�or su Dios, en sus corazones, y respirar la atm�sfera misma de Su santa palabra.

Todo depend�a de esto. Todas las bendiciones de la tierra de Cana�n, esa tierra buena y altamente favorecida, una tierra que mana leche y miel, una tierra en la cual los ojos de Jehov� siempre se posaron con amoroso inter�s y tierno cuidado, todos sus preciosos frutos, todos sus raros privilegios ser�an de ellos. a perpetuidad, con la �nica y simple condici�n de obediencia amorosa a la palabra del Dios de su pacto.

�Porque si guardareis diligentemente todos estos mandamientos que yo os mando, para ponerlos por obra, amando al Se�or vuestro Dios, andando en todos sus caminos, y sigui�ndole a �l, entonces el Se�or expulsar� a todas estas naciones de delante vosotros, y poseer�is naciones mayores y m�s poderosas que vosotros". En una palabra, la victoria segura y cierta estaba ante ellos, el derrocamiento m�s completo de todos los enemigos y obst�culos, una marcha triunfal hacia la herencia prometida, todo asegurado para ellos en el terreno bendito de la obediencia afectuosa y reverencial a los estatutos y juicios m�s preciosos que alguna vez se hab�an dirigido al coraz�n humano estatutos y juicios, cada uno de los cuales no era m�s que la voz misma de su m�s misericordioso Libertador.

Todo lugar que pisare la planta de vuestros pies ser� vuestro; desde el desierto y el L�bano, desde el r�o, el r�o �ufrates, hasta el extremo del mar, ser� vuestro t�rmino. No habr� hombre que os pueda hacer frente. porque Jehov� vuestro Dios pondr� vuestro temor y vuestro pavor sobre toda la tierra que hollar�is, como os ha dicho�.

Aqu� estaba el lado divino de la cuesti�n. Toda la tierra, en su longitud, anchura y plenitud, estaba delante de ellos; no ten�an sino que tomar posesi�n de �l, como el regalo gratuito de Dios; les correspond�a simplemente plantar el pie, con una fe de apropiaci�n ingenua, sobre esa hermosa herencia que la gracia soberana les hab�a otorgado. Todo esto lo vemos cumplido en el Libro de Josu�, como leemos en Josu� 11:1-23 .

"Y tom� Josu� toda la tierra, conforme a todo lo que Jehov� dijo a Mois�s; y Josu� la dio en heredad a Israel, seg�n sus reparticiones por sus tribus. Y la tierra descans� de la guerra". (Ver. 23.)*

*Sin duda fue por fe que Josu� tom� y pudo tomar nada menos que toda la tierra. Pero en cuanto a la posesi�n real, Jueces 13:1 muestra que "todav�a quedaba mucha tierra por poseer".

�Pero Ay! estaba el lado humano de la cuesti�n, as� como el divino. Cana�n como lo prometi� Jehov� y cumpli� por la fe de Josu�, era una cosa; y Cana�n como pose�do por Israel, era otra muy distinta. De ah� la gran diferencia entre Josu� y Jueces. En Josu� vemos la fidelidad infalible de Dios a Su promesa; en Jueces, vemos el fracaso miserable de Israel desde el principio. Dios prometi� Su palabra inmutable de que ning�n hombre podr�a estar de pie delante de ellos; y la espada de Josu� tipo del gran Capit�n de nuestra salvaci�n cumpli� esta prenda en cada una de sus jotas y tildes. Pero el Libro de los Jueces registra el hecho melanc�lico de que Israel no pudo expulsar al enemigo y no tom� posesi�n de la concesi�n divina en toda su magnificencia real.

�Entonces que? �Es la promesa de Dios hecha sin efecto? No, en verdad, pero el fracaso total del hombre se hace evidente. En "Gilgal" la bandera de la victoria flotaba sobre las doce tribus, con su invencible capit�n a la cabeza. En "Bochim" los llorones tuvieron que llorar por la lamentable derrota de Israel.

�Tenemos alguna dificultad para comprender la diferencia? Ninguno en absoluto; vemos las dos cosas corriendo por todo el Volumen divino. El hombre no logra elevarse a la altura de la revelaci�n divina, no logra tomar posesi�n de lo que la gracia otorga. Esto es tan cierto en la historia de la iglesia como lo fue en la historia de Israel. En el Nuevo Testamento, as� como en el Antiguo, tenemos Jueces y Josu�.

S�, lector, y en la historia de cada miembro individual de la iglesia vemos lo mismo. �D�nde est� el cristiano, bajo el dosel del cielo, que vive a la altura de sus privilegios espirituales? �D�nde est� el hijo de Dios que no tiene que llorar por su humillante fracaso en comprender y cumplir pr�cticamente los altos y santos privilegios de su llamado de Dios? Pero, �hace esto que la verdad de Dios no tenga efecto? No; �Bendito sea por siempre Su Santo Nombre! Su palabra se sostiene en toda su integridad divina y estabilidad eterna.

Tal como en el caso de Israel, la tierra prometida estaba ante ellos en todas sus justas proporciones y atractivos divinos; y no s�lo eso, sino que pod�an contar con la fidelidad y todopoderoso poder de Dios para traerlos y ponerlos en plena posesi�n; as� con nosotros, somos bendecidos con toda bendici�n espiritual en los lugares celestiales en Cristo; no hay absolutamente ning�n l�mite a los privilegios relacionados con nuestra posici�n, y en cuanto a nuestro disfrute real es s�lo una cuesti�n de fe tomando posesi�n de todo lo que la gracia soberana de Dios ha hecho nuestro en Cristo.

Nunca debemos olvidar que es privilegio del cristiano vivir a la altura misma de la revelaci�n divina. No hay excusa para una experiencia superficial o una caminata baja. No tenemos ning�n derecho a decir que no podemos realizar la plenitud de nuestra porci�n en Cristo, que la norma es demasiado alta, que los privilegios son demasiado amplios, que no podemos esperar disfrutar de tan maravillosas bendiciones y dignidades en nuestro presente estado imperfecto.

Todo esto es francamente incredulidad, y as� debe ser tratado por todo verdadero cristiano. La pregunta es: �nos ha otorgado la gracia de Dios los privilegios? �Ha hecho bueno la muerte de Cristo nuestro derecho a ellos? �Y ha declarado el Esp�ritu Santo que son la porci�n apropiada del miembro m�s d�bil del cuerpo de Cristo? Si es as� y las Escrituras as� lo declaran, �por qu� no deber�amos disfrutarlos? No hay obst�culo en el lado divino.

Es el deseo del coraz�n de Dios que entremos en la plenitud de nuestra porci�n en Cristo. Escuche la respiraci�n ferviente del ap�stol inspirado, en nombre de los santos en �feso y de todos los santos. �Por tanto, yo tambi�n, despu�s de haber o�do de vuestra fe en el Se�or Jes�s, y del amor a todos los santos, no ceso de dar gracias por vosotros, haciendo memoria de vosotros en mis oraciones, para que el Dios de nuestro Se�or Jesucristo, el Padre de gloria, os d� esp�ritu de sabidur�a y de revelaci�n en el conocimiento de �l, alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sep�is cu�l es la esperanza a que �l os ha llamado, y cu�les las riquezas de la gloria de su herencia en los santos, y cu�l la supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, seg�n la operaci�n de la potencia de su poder, que realiz� en Cristo, cuando lo resucit� de entre los muertos y lo puso a su diestra en los lugares celestiales, muy por encima de todo principado y poder y poder y se�or�o, y de todo nombre que se nombra, no s�lo en este mundo, sino tambi�n en lo que ha de venir; y someti� todas las cosas debajo de sus pies, y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es su cuerpo, la plenitud de aquel que todo lo llena en todo" ( Efesios 1:15-23 .)

De esta maravillosa oraci�n podemos aprender cu�n fervientemente desea el Esp�ritu de Dios que comprendamos y disfrutemos los gloriosos privilegios de la verdadera posici�n cristiana. �l siempre, mediante su precioso y poderoso ministerio, mantendr� nuestros corazones a la altura; �pero Ay! como Israel, lo entristecemos por nuestra incredulidad pecaminosa, y robamos nuestras propias almas de una bendici�n incalculable.

Pero, toda la alabanza al Dios de toda gracia, el Padre de la gloria, el Dios y Padre de nuestro Se�or Jesucristo, �l todav�a har� bien cada jota y cada tilde de Su preciosa verdad, tanto en cuanto a Su pueblo terrenal como celestial. Israel a�n disfrutar� al m�ximo de todas las bendiciones que le ha asegurado el convenio sempiterno; y la iglesia a�n entrar� en la fructificaci�n perfecta de todo lo que el amor eterno y los consejos divinos le han reservado en Cristo; y no solo eso, sino que el bendito Consolador puede y est� dispuesto a guiar al creyente individual al disfrute presente de la esperanza del glorioso llamamiento de Dios, y al poder pr�ctico de esa esperanza, al desapegar el coraz�n de las cosas presentes y separarlo para Dios. en verdadera santidad y devoci�n viva.

�Que nuestro coraz�n, amado lector cristiano, anhele m�s ardientemente la plena realizaci�n de todo esto, para que as� vivamos m�s como aquellos que van encontrando su porci�n y su descanso en un Cristo resucitado y glorificado! �Dios, en su infinita bondad, conc�delo, por el nombre y la gloria de Jesucristo!

Los vers�culos restantes de nuestro cap�tulo cierran la primera divisi�n del Libro de Deuteronomio que, como notar� el lector, consiste en una serie de discursos dirigidos por Mois�s a la congregaci�n de Israel, discursos memorables, seguramente, de cualquier manera que los veamos. Las oraciones finales est�n, no hace falta decirlo, en perfecta sinton�a con el todo, y respiran la misma seriedad profunda en referencia al tema de la obediencia, un tema que, como hemos visto, form� la carga especial en el coraz�n del amado orador en sus conmovedores discursos de despedida al pueblo.

"He aqu�, pongo delante de vosotros la bendici�n y la maldici�n de este d�a" �Qu� agudo y solemne es esto! �Bendici�n, si obedeciereis los mandamientos de Jehov� vuestro Dios, que yo os ordeno hoy; y maldici�n, si no obedeciereis los mandamientos de Jehov� vuestro Dios, y os apartareis del camino que yo os mando hoy, para ir en pos de dioses ajenos, que vosotros no hab�is conocido. Y acontecer� que cuando Jehov� vuestro Dios os hubiere introducido en la tierra adonde entr�is para poseerla, pondr�is la bendici�n sobre el monte de Gerazim. , y la maldici�n sobre el monte Ebal.

�No est�n al otro lado del Jord�n, junto al camino donde se pone el sol, en la tierra de los cananeos, que habitan en la campi�a frente a Gilgal, junto a los campos de More? Porque vosotros pasar�is el Jord�n, para entrar a poseer la tierra que Jehov� vuestro Dios os da, y la poseer�is, y habitar�is en ella. Y OBSERVAR�IS PARA CUMPLIR TODOS LOS ESTATUTOS Y JUICIOS QUE PONGO DELANTE DE VOSOTROS ESTE D�A.� (Vers. 26-32.)

Aqu� tenemos el resumen de todo el asunto. La bendici�n est� ligada a la obediencia; la maldici�n, a la desobediencia. El monte Gerazim se alza frente al monte Ebal fecundidad y esterilidad. Veremos, cuando lleguemos a Deuteronomio 27:1-26 , que el monte Gerazim y sus bendiciones se pasan por alto por completo.

Las maldiciones del monte Ebal caen, con espantosa nitidez, sobre los o�dos de Israel, mientras reina un terrible silencio en el monte Gerazim. �Todos los que son de las obras de la ley est�n bajo maldici�n�. La bendici�n de Abraham solo puede venir sobre aquellos que est�n en el terreno de la fe. Pero m�s de esto, poco a poco.

Información bibliográfica
Mackintosh, Charles Henry. "Comentario sobre Deuteronomy 11". Notas de Mackintosh sobre el Pentateuco. https://beta.studylight.org/commentaries/spa/nfp/deuteronomy-11.html.