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Bible Commentaries
Deuteronomio 14

Notas de Mackintosh sobre el PentateucoNotas de Mackintosh

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Versículos 1-29

�Hijos sois de Jehov� vuestro Dios; no os har�is cortes, ni os har�is calvas entre los ojos por los muertos; porque sois pueblo santo a Jehov� vuestro Dios, y Jehov� os ha escogido para ser pueblo para s�, de entre todas las naciones que est�n sobre la tierra". (Vers. 1, 2.)

La cl�usula inicial de este cap�tulo nos presenta la base de todos los privilegios y responsabilidades del Israel de Dios. Es un pensamiento familiar entre nosotros que debemos estar en una relaci�n antes de que podamos conocer los afectos o cumplir con los deberes que le corresponden. Esta es una verdad clara e innegable. Si un hombre no fuera padre, ning�n argumento o explicaci�n podr�a hacerle comprender los sentimientos o afectos del coraz�n de un padre; pero en el mismo momento en que entra en la relaci�n, sabe todo acerca de ellos.

As� es en cuanto a cada relaci�n y posici�n; y as� es en las cosas de Dios. No podemos entender los afectos o los deberes de un hijo de Dios hasta que estemos en el suelo. Debemos ser cristianos antes de poder realizar deberes cristianos. Incluso cuando somos cristianos, es s�lo por la graciosa ayuda del Esp�ritu Santo que podemos caminar como tales; pero claramente si no estamos en terreno cristiano, no podemos saber nada de los afectos cristianos o los deberes cristianos. Esto es tan obvio que el argumento es innecesario.

Ahora bien, lo m�s evidente es que es prerrogativa de Dios declarar c�mo deben comportarse sus hijos, y es su gran privilegio y santa responsabilidad buscar, en todas las cosas, encontrar su aprobaci�n misericordiosa. "Vosotros sois hijos de Jehov� vuestro Dios: no os har�is cortes". No eran suyos; ellos le pertenec�an a �l, y por lo tanto no ten�an derecho a cortarse o desfigurar sus rostros por los muertos.

La naturaleza, en su orgullo y obstinaci�n, podr�a decir: "�Por qu� no podemos hacer como los dem�s? �Qu� da�o puede haber en cortarnos o hacernos una calva entre los ojos? Es s�lo una expresi�n de dolor, una expresi�n afectuosa". homenaje a nuestros seres queridos difuntos �Seguramente no puede haber nada moralmente malo en una expresi�n de dolor tan adecuada!

A todo esto hab�a una respuesta simple pero contundente: "Vosotros sois hijos del Se�or vuestro Dios". Este rostro lo alteraba todo. Los pobres gentiles ignorantes e incircuncisos que los rodeaban pod�an cortarse y desfigurarse, ya que no conoc�an a Dios y no estaban en relaci�n con �l. Pero en cuanto a Israel, estaban en la tierra alta y sagrada de la cercan�a a Dios, y este �nico hecho iba a dar tono y car�cter a todos sus h�bitos.

No fueron llamados a adoptar o abstenerse de ning�n h�bito o costumbre en particular, para ser hijos de Dios. Esto ser�a, como decimos, empezar por el lado equivocado; pero, siendo sus hijos, deb�an actuar como tales.

"T� eres un pueblo santo para el Se�or tu Dios". �l no dice: "Vosotros deb�is ser un pueblo santo". �C�mo podr�an llegar a ser un pueblo santo, o un pueblo peculiar para Jehov�? Totalmente imposible. Si no fueran Su pueblo, ning�n esfuerzo de ellos jam�s podr�a hacerlos tales. Pero Dios, en Su gracia soberana, en cumplimiento de Su pacto con sus padres, los hab�a hecho Sus hijos, los hab�a hecho un pueblo peculiar sobre todas las naciones que hab�a sobre la tierra.

Aqu� estaba la base s�lida del edificio moral de Israel. Todos sus h�bitos y costumbres, todos sus actos y costumbres, su comida y su ropa, lo que hac�an y lo que no hac�an, todo flu�a del �nico gran hecho, con el que no ten�an m�s que ver que con su naturaleza natural. nacimiento, a saber, que en realidad eran hijos de Dios, el pueblo de Su elecci�n, el pueblo de Su propia posesi�n especial.

Ahora bien, no podemos dejar de reconocer que es un privilegio del m�s alto nivel tener al Se�or tan cerca de nosotros y tan interesado en todos nuestros h�bitos y caminos. Para la mera naturaleza, sin duda, para quien no conoce al Se�or, no est� en relaci�n con �l, la idea misma de Su santa presencia, o de Su cercan�a a �l, ser�a simplemente intolerable. Pero para todo verdadero creyente, para todo aquel que realmente ama a Dios, es un pensamiento deleitable tenerlo cerca de nosotros y saber que �l se interesa en todos los detalles m�s minuciosos de nuestra historia personal y de nuestra vida m�s privada; que �l tiene en cuenta lo que comemos y lo que vestimos; que nos cuida de d�a y de noche, durmiendo y despertando, en casa y fuera; en fin, que su inter�s y cuidado por nosotros van mucho m�s all� de los de la madre m�s tierna y amorosa por su beb�.

Todo esto es perfectamente maravilloso; y seguramente si tan solo nos di�ramos cuenta de ello m�s plenamente, vivir�amos un tipo de vida muy diferente, y tendr�amos una historia muy diferente que contar. Qu� santo privilegio, qu� preciosa realidad saber que nuestro amoroso Se�or est� en nuestro camino de d�a y en nuestro lecho de noche; que Su ojo se posa sobre nosotros cuando nos vestimos por la ma�ana, cuando nos sentamos a comer, cuando nos ocupamos de nuestros asuntos, y en todas nuestras relaciones, desde la ma�ana hasta la noche. �Que el sentido de esto sea un poder vivo y permanente en el coraz�n de cada hijo de Dios sobre la faz de la tierra!

Desde el vers�culo 3 al 20, tenemos la ley en cuanto a animales, peces y aves limpios e inmundos. Los principios rectores en cuanto a todos estos ya han llegado a nuestro conocimiento en Lev�tico 11:1-47 .* Pero hay una diferencia muy importante entre las dos escrituras. Las instrucciones en Lev�tico se dan principalmente a Mois�s y Aar�n; en Deuteronomio se dan directamente al pueblo.

Esto es perfectamente caracter�stico de los dos libros. Lev�tico puede denominarse especialmente, la gu�a del sacerdote. En Deuteronomio, los sacerdotes est�n casi completamente en segundo plano y el pueblo es prominente. Esto es sorprendentemente evidente a lo largo de todo el libro, de modo que no existe el m�s m�nimo fundamento para la idea de que Deuteronomio simplemente repite Lev�tico.

Nada puede estar m�s lejos de la verdad. Cada libro tiene su propia provincia peculiar, su propio dise�o, su propio trabajo. El estudiante devoto ve y reconoce esto con profundo deleite. Los incr�dulos son voluntariamente ciegos y no pueden ver nada.

*Como hemos dado en nuestras "Notas sobre el Libro de Lev�tico", cap�tulo 11, lo que creemos que es la importancia b�blica de los vers�culos 4-20 de nuestro cap�tulo, debemos referir al lector a lo que all� se adelanta.

En el vers�culo 21 de nuestro cap�tulo, se presenta de manera sorprendente la marcada distinci�n entre el Israel de Dios y el extranjero. "Ninguna cosa mortecina comer�is; al extranjero que est� en vuestras puertas lo dar�is, y �l lo comer�, o lo vender�is a un extranjero; porque vosotros sois pueblo santo a Jehov� vuestro Dios� El gran hecho de la relaci�n de Israel con Jehov� los distingu�a de todas las naciones bajo el sol. No es que fueran, en s� mismos, un poco mejores o m�s santos que otros; pero Jehov� era santo, y ellos eran su pueblo. "Sed santos, porque yo soy santo".

La gente mundana a menudo piensa que los cristianos son muy farisaicos al separarse de los dem�s y negarse a participar en los placeres y diversiones del mundo; pero realmente no entienden la pregunta. El hecho es que para un cristiano participar en las vanidades y locuras de un mundo pecador ser�a, para usar una frase t�pica, como un israelita comiendo lo que se ha muerto por s� mismo.

El cristiano, gracias a Dios, ha conseguido algo mejor para alimentarse que los pobres muertos de este mundo. �l tiene el pan vivo que descendi� del cielo, el verdadero man�; y no s�lo eso, sino que come del "grano viejo de la tierra de Cana�n", tipo del Hombre resucitado y glorificado en los cielos. De estas precios�simas cosas el pobre mundano inconverso no sabe absolutamente nada y, por tanto, debe alimentarse de lo que el mundo tiene para ofrecerle.

No se trata de lo bueno o lo malo de las cosas vistas en s� mismas. Nadie podr�a haber sabido lo que es malo en comer algo que se ha muerto por s� mismo, si la palabra de Dios no lo hubiera resuelto.

Este es el punto m�s importante para nosotros. No podemos esperar que el mundo vea o sienta con nosotros lo que est� bien o mal. Es nuestro negocio mirar las cosas desde un punto de vista divino. Muchas cosas pueden ser bastante consistentes para que un hombre mundano haga lo que un cristiano no podr�a tocar en absoluto, simplemente porque es cristiano. La pregunta que el verdadero creyente tiene que hacerse en cuanto a todo lo que se le presente es simplemente: "�Puedo hacer esto para la gloria de Dios? �Puedo conectar el Nombre de Cristo con eso?" Si no, no debe tocarlo.

En una palabra, el est�ndar cristiano y la prueba para todo es Cristo. Esto lo hace todo tan simple. En lugar de preguntar, �Es tal cosa consistente con nuestra profesi�n, nuestros principios, nuestro car�cter o nuestra reputaci�n? tenemos que preguntar, �Es consistente con Cristo? Esto hace toda la diferencia. Todo lo que es indigno de Cristo es indigno de un cristiano. Si esto se comprende completamente y se toma como base, se obtendr� una gran regla pr�ctica que se puede aplicar a mil detalles.

Si el coraz�n es fiel a Cristo, si caminamos de acuerdo con los instintos de la naturaleza divina, fortalecidos por el ministerio del Esp�ritu Santo y guiados por la autoridad de las Sagradas Escrituras, no nos preocuparemos mucho por cuestiones de derecho o mal en nuestra vida diaria.

Antes de proceder a citar para el lector el hermoso p�rrafo que cierra nuestro cap�tulo, quisi�ramos llamarle muy brevemente la atenci�n sobre la �ltima cl�usula del vers�culo 21: "No cocer�s al cabrito en la leche de su madre". El hecho de que este mandamiento se d� tres veces, en varias conexiones, es suficiente para marcarlo como uno de especial inter�s e importancia pr�ctica. La pregunta es, �qu� significa? �Qu� vamos a aprender de ello? Creemos que ense�a muy claramente que el pueblo del Se�or debe evitar cuidadosamente todo lo contrario a la naturaleza. Ahora bien, era manifiestamente contrario a la naturaleza que lo que estaba destinado a la alimentaci�n de una criatura se usara para hervirla.

Encontramos, a lo largo de toda la palabra de Dios, un gran protagonismo dado a lo que es conforme a la naturaleza lo que es bello. "�Ni siquiera la naturaleza misma te ense�a?" dice el ap�stol inspirado, a la asamblea en Corinto. Hay ciertos sentimientos e instintos implantados en la naturaleza, por el Creador, que nunca deben ser ultrajados. Podemos establecer como un principio fijo, un axioma en la �tica cristiana, que ninguna acci�n puede ser de Dios que ofrezca violencia a las sensibilidades propias de la naturaleza. El Esp�ritu de Dios puede, ya menudo lo hace, llevarnos m�s all� y por encima de la naturaleza, pero nunca contra ella.

Pasaremos ahora a los vers�culos finales de nuestro cap�tulo, en los que encontraremos algunas instrucciones pr�cticas excepcionalmente buenas. "Ciertamente diezmar�s todo el fruto de tu simiente que el campo produzca a�o tras a�o. Y comer�s delante de Jehov� tu Dios, en el lugar que �l escogiere para poner all� su nombre, el diezmo de tu grano, de tu vino y de tu aceite, y de las primicias de tus vacas y de tus ovejas, para que aprendas a temer al Se�or tu Dios todos los d�as.

Y si el camino te fuere demasiado largo, de modo que no puedas llevarlo; � si estuviere muy lejos de ti el lugar que Jehov� tu Dios escogiere para hacer habitar all� su nombre, cuando Jehov� tu Dios te hubiere bendecido; entonces lo convertir�s en dinero, y atar�s el dinero en tu mano, e ir�s al lugar que Jehov� tu Dios escogiere; y dar�s ese dinero por cualquier cosa que tu alma desee, por bueyes, por ovejas, por vino o por licor, o por cualquier cosa que tu alma desee; y comer�s all� delante de Jehov� tu Dios, y te regocijar�s, t� y tu casa, y el levita que est� dentro de tus ciudades; no lo desamparar�s; porque �l no tiene parte ni heredad contigo.

Al cabo de tres a�os sacar�s todos los diezmos de tus frutos de ese mismo a�o, y los guardar�s a tus puertas Y el levita, porque no tiene contigo parte ni heredad, y el extranjero, y el hu�rfano, y vendr� la viuda que est� dentro de tus puertas, y comer�, y se saciar�, para que te bendiga Jehov� tu Dios en toda la obra de tus manos que hicieres� (vers�culos 22-29).

Este es un pasaje profundamente interesante y sumamente importante, que nos presenta, con especial sencillez, la base, el centro y las caracter�sticas pr�cticas de la religi�n nacional y dom�stica de Israel. El gran fundamento de la adoraci�n de Israel se puso en el hecho de que tanto ellos como su tierra pertenec�an a Jehov�. La tierra era suya, y ellos ten�an como arrendatarios debajo de �l. A esta preciosa verdad fueron llamados, peri�dicamente, a dar testimonio al diezmar fielmente su tierra.

"Ciertamente diezmar�s todo el producto de tu simiente, que tu campo produzca a�o tras a�o". Deb�an reconocer, de esta manera pr�ctica, la propiedad de Jehov�, y nunca perderla de vista. No deb�an tener otro due�o sino el Se�or su Dios. Todo lo que eran y todo lo que hab�an pertenecido a �l. Esta fue la base s�lida de su adoraci�n nacional, su religi�n nacional.

Y luego, en cuanto al centro, se expone con igual claridad. Deb�an reunirse en el lugar donde Jehov� registr� Su Nombre. �Precioso privilegio para todos los que verdaderamente amaron ese glorioso Nombre! Vemos en este pasaje, como tambi�n en muchas otras porciones de la palabra de Dios, qu� importancia le dio a las reuniones peri�dicas de su pueblo alrededor de s� mismo. Bendito sea Su Nombre, se deleit� en ver a Su amado pueblo reunido en Su presencia, felices en �l y unos en otros; regocij�ndose juntos en su porci�n com�n, y aliment�ndose en dulce y amorosa comuni�n del fruto de la tierra de Jehov�.

"Delante de Jehov� tu Dios comer�s, en el lugar que �l escogiere para poner all� su nombre, el diezmo de tu grano... para que aprendas a temer a Jehov� tu Dios todos los d�as".

No pod�a haber, ning�n otro lugar como ese, a juicio de todo israelita fiel, todo verdadero amante de Jehov�. Todos ellos se deleitar�an en acudir al lugar sagrado donde se registr� ese amado y reverenciado Nombre. Puede parecer extra�o e inexplicable para aquellos que no conoc�an al Dios de Israel, y no se preocupaban por �l, ver a la gente viajando muchos de ellos una gran distancia desde sus hogares, y llevando sus diezmos a un lugar en particular.

Podr�an sentirse dispuestos a cuestionar las necesidades de tal costumbre. "�Por qu� no comer en casa?", podr�an decir. Pero el simple hecho es que tales personas no sab�an nada en absoluto sobre el asunto, y eran totalmente incapaces de entrar en su preciosidad. Para el Israel de Dios, hab�a una gran moraleja. raz�n para viajar al lugar se�alado, y esa raz�n se encontraba en el glorioso lema Jehov� Shammah "el Se�or est� all�".

Si un israelita hubiera decidido voluntariamente quedarse en casa o ir a alg�n lugar de su propia elecci�n, no se habr�a encontrado all� con Jehov� ni con sus hermanos, y por lo tanto habr�a comido solo. juicio de Dios; habr�a sido una abominaci�n. Hab�a un solo centro, y no era elegido por el hombre, sino por Dios. El imp�o Jeroboam, para sus propios fines pol�ticos ego�stas, presumi� interferir con el orden divino, y estableci� cri� sus becerros en Betel y Dan; pero el culto ofrecido all� fue ofrecido a los demonios y no a Dios.

Fue un atrevido acto de maldad lo que trajo sobre �l y sobre su casa el justo juicio de Dios; y vemos, en la historia posterior de Israel, que "Jeroboam hijo de Nabat" se usa como modelo terrible de iniquidad para todos los reyes malvados.

Pero todos los fieles de Israel estaban seguros de encontrarse en el �nico centro divino, y en ning�n otro lugar. Usted no encontrar�a tales excusas para quedarse en casa; tampoco los encontrar�as corriendo de un lado a otro a lugares elegidos por ellos mismos o por otras personas; no, los encontrar�as reunidos con Jehov� Shammah, y all� solos. �Fue esto estrechez e intolerancia? No, fue el temor y el amor de Dios. Si Jehov� hubiera designado un lugar donde �l se encontrar�a con Su pueblo, seguramente Su pueblo se encontrar�a con �l all�.

Y no solo hab�a designado el lugar, sino que en Su abundante bondad, ide� un medio para hacer que ese lugar fuera lo m�s conveniente posible para Su pueblo adorador. As� leemos: "Y si el camino fuere tan largo para ti, que no puedas llevarlo, o si el lugar que Jehov� tu Dios escogiere para hacer habitar all� su nombre, estuviere muy lejos de ti , cuando Jehov� tu Dios te ha bendecido; entonces lo convertir�s en dinero, y atar�s el dinero en tu mano, e ir�s al lugar que Jehov� tu Dios escogiere... Y comer�s all� delante de Jehov� tu Dios y te regocijar�s t� y tu casa".

Esto es perfectamente hermoso. El Se�or, en su tierno cuidado y considerado amor, tuvo en cuenta todo. �l no dejar�a una sola dificultad en el camino de Su amado pueblo, en el asunto de reunirse alrededor de �l. �l ten�a Su propio gozo especial al ver a Su pueblo redimido feliz en Su presencia; y todos los que amaban Su Nombre se deleitar�an en satisfacer el amoroso deseo de Su coraz�n al ser encontrados en el centro divinamente se�alado.

Si se encontrara a alg�n israelita descuidando la bendita ocasi�n de reunirse con sus hermanos, en el lugar y tiempo divinamente escogidos, simplemente se habr�a probado que no ten�a coraz�n para Dios ni para Su pueblo, o, lo que es peor, que estaba deliberadamente ausente. Podr�a razonar a su antojo acerca de que es feliz en casa y feliz en otros lugares; era una falsa felicidad, en cuanto felicidad que se encuentra en el camino de la desobediencia, el camino del descuido voluntario de la cita divina.

Todo esto est� lleno de la instrucci�n m�s valiosa para la iglesia de Dios ahora. Es la voluntad de Dios ahora, no menos que en la antig�edad, que Su pueblo se re�na en Su presencia, en un terreno divinamente designado y en un centro divinamente designado. Esto, suponemos, dif�cilmente ser� cuestionado por alguien que tenga una chispa de luz divina en su alma. Los instintos de la naturaleza divina, la gu�a del Esp�ritu Santo y las ense�anzas de las Sagradas Escrituras, sin duda alguna, gu�an al pueblo del Se�or a reunirse para adorar, tener comuni�n y edificarse.

Sin embargo, las dispensaciones pueden diferir, hay ciertos grandes principios y caracter�sticas principales que siempre se mantienen; y la reuni�n de nosotros mismos es, sin duda, uno de ellos. Ya sea bajo la vieja econom�a o bajo la nueva, la asamblea del pueblo del Se�or es una instituci�n divina.

Ahora bien, siendo esto as�, no se trata de nuestra felicidad, de un modo o de otro; aunque podemos estar perfectamente seguros de que todos los verdaderos cristianos estar�n felices de ser encontrados en su lugar divinamente se�alado. Hay un gozo y una bendici�n siempre profundos en la asamblea del pueblo de Dios. Es imposible que nos encontremos juntos en la presencia del Se�or y no seamos verdaderamente felices.

Es simplemente el cielo en la tierra para el amado pueblo del Se�or, aquellos que aman Su Nombre, aman Su Persona, se aman unos a otros, para estar juntos, alrededor de Su mesa, alrededor de �l mismo.

�Qu� puede exceder la bienaventuranza de que se nos permita partir el pan juntos en memoria de nuestro amado y adorable Se�or, para anunciar Su muerte hasta que �l venga; elevar, en santo concierto, nuestros himnos de alabanza a Dios y al Cordero; edificarnos, exhortarnos y consolarnos unos a otros, seg�n el don y la gracia que nos ha concedido la Cabeza resucitada y glorificada de la iglesia; derramar nuestros corazones, en dulce comuni�n, en oraci�n, s�plica, intercesi�n y acci�n de gracias por todos los hombres, por los reyes y todos los que est�n en autoridad, por toda la casa de la fe, la iglesia de Dios, el cuerpo de Cristo, por los Obra del Se�or y obreros por toda la tierra.

�D�nde, nos preguntamos, con toda confianza posible, hay un verdadero cristiano, en un recto estado de �nimo, que no se deleite en todo esto, y diga, desde lo m�s profundo de su coraz�n, que no hay nada m�s all� del gloria ser comparada con ella?

Pero, repetimos, nuestra felicidad no es la cuesti�n; es menos que secundario. Debemos ser gobernados, en esto, como en todo lo dem�s, por la voluntad de Dios como se revela en Su santa palabra. La pregunta para nosotros es simplemente esta: �Est� de acuerdo con la mente de Dios que su pueblo se re�na para la adoraci�n y la edificaci�n mutua? Si esto es as�, �ay de todos los que voluntariamente se nieguen, o indolentemente descuiden hacerlo, por cualquier motivo; no s�lo sufren una p�rdida grave en sus propias almas, sino que deshonran a Dios, entristecen su Esp�ritu y perjudican a la asamblea de su pueblo.

Estas son consecuencias muy graves y exigen la seria atenci�n de todo el pueblo del Se�or. Debe ser obvio para el lector que est� de acuerdo con la voluntad revelada de Dios que su pueblo se re�na en su presencia. El ap�stol inspirado nos exhorta, en el cap�tulo d�cimo de su Ep�stola a los Hebreos, a no dejar de congregarnos. Hay un valor especial, inter�s e importancia que se le atribuye a la asamblea.

La verdad en cuanto a esto comienza a despuntar sobre nosotros en las primeras p�ginas del Nuevo Testamento. As�, en Mateo 18:20 , leemos las palabras de nuestro bendito Se�or: "Donde dos o tres est�n reunidos en mi nombre, all� estoy yo en medio de ellos". Aqu� tenemos el centro divino. " Mi nombre". Esto responde a "El lugar que el Se�or tu Dios escoja para poner all� su nombre", tan constantemente mencionado, y tan fuertemente insistido en el libro de Deuteronomio.

Era absolutamente esencial que Israel se reuniera en ese �nico lugar. No se trataba de que la gente pudiera elegir por s� misma. La elecci�n humana estaba absoluta y r�gidamente excluida. Era "El lugar que Jehov� tu Dios escogiere", y no otro. Esto lo hemos visto claramente. Es tan claro que s�lo tenemos que decir: "�C�mo lees?"

Tampoco es diferente con la iglesia de Dios. No es elecci�n humana, ni juicio humano, ni opini�n humana, ni raz�n humana, ni nada humano. Es absoluta y enteramente divino. El terreno de nuestra reuni�n es divino, porque es redenci�n cumplida. El centro alrededor del cual estamos reunidos es divino, porque es el Nombre de Jes�s. El poder por el cual somos reunidos es divino, porque es el Esp�ritu Santo. Y la autoridad para nuestra reuni�n es divina, porque es la palabra de Dios.

Todo esto es tan claro como precioso; y todo lo que necesitamos es la sencillez de la fe para aceptarlo y actuar en consecuencia. Si empezamos a razonar sobre ello, estaremos seguros de caer en la oscuridad; y si escuchamos las opiniones humanas, nos sumergiremos en una perplejidad desesperada entre las afirmaciones contradictorias de las sectas y partidos de la cristiandad. Nuestro �nico refugio, nuestro �nico recurso, nuestra �nica fuerza, nuestro �nico consuelo, nuestra �nica autoridad es la preciosa palabra de Dios. Quita eso, y no tenemos absolutamente nada. Danos eso, y no queremos m�s.

Esto es lo que lo hace todo tan real y tan s�lido para nuestras almas. S�; lector, y tan consolador y tranquilizador, tambi�n. La verdad en cuanto a nuestra asamblea es tan clara, tan simple y tan incuestionable como la verdad en referencia a nuestra salvaci�n. Es privilegio de todos los cristianos estar tan seguros de que est�n reunidos en el suelo de Dios, alrededor del centro de Dios, por el poder de Dios y en la autoridad de Dios, como que est�n dentro del c�rculo bendito de la salvaci�n de Dios.

Y, entonces, si se nos pregunta, "�C�mo podemos estar seguros de estar alrededor del centro de Dios?" Respondemos, simplemente por la palabra de Dios. �C�mo podr�a estar seguro el Israel de la antig�edad en cuanto al lugar escogido por Dios para su asamblea? Por su mandamiento expreso. �Estaban sin orientaci�n? Seguramente no; Su palabra fue tan clara y distinta en cuanto a su lugar de adoraci�n como lo fue en referencia a todo lo dem�s.

No dejaba el m�s m�nimo motivo de incertidumbre. Estaba tan claramente expuesto ante ellos que, para cualquiera que hiciera una pregunta, solo pod�a considerarse como ignorancia voluntaria o desobediencia positiva.

Ahora, la pregunta es, �Est�n los cristianos peor que Israel en referencia al gran tema de su lugar de adoraci�n, el centro y terreno de su asamblea? �Quedan en la duda y la incertidumbre? �Es una pregunta abierta? �Es un asunto en el que cada hombre debe hacer lo que es correcto a sus propios ojos? �No nos ha dado Dios instrucci�n positiva y definida sobre una cuesti�n tan intensamente interesante y tan vitalmente importante? �Podr�amos imaginar, por un momento, que Aquel que graciosamente condescendi� a instruir a Su pueblo de anta�o en asuntos que nosotros, en nuestra fantas�a de sabidur�a, considerar�amos indignos de atenci�n, dejar�a Su iglesia ahora sin ninguna gu�a definida en cuanto al terreno, centro y rasgos caracter�sticos de nuestro culto? �Absolutamente imposible! Toda mente espiritual debe rechazar, con decisi�n y energ�a, tal idea.

No, amado lector cristiano, sabes que no ser�a propio de nuestro Dios misericordioso tratar as� a su pueblo celestial. Es cierto que ahora no existe tal cosa como un lugar particular al que todos los cristianos deban acudir peri�dicamente para adorar. Hab�a tal lugar, para el pueblo terrenal de Dios; y pronto habr� tal lugar para el Israel restaurado y para todas las naciones. �Acontecer� en los postreros d�as, que el monte de la casa del Se�or ser� establecido como cumbre de los montes, y ser� exaltado sobre los collados, y todas las naciones correr�n hacia �l.

Y muchos pueblos ir�n y dir�n: Venid, y subamos al monte de Jehov�, a la casa del Dios de Jacob; y �l nos ense�ar� de sus caminos, y andaremos en sus veredas; porque de Si�n saldr� la ley, y de Jerusal�n la palabra del Se�or.� ( Isa�as 2:1-22 ) Y otra vez, �Acontecer� que todos los que quedaren de todas las naciones que vinieron contra Jerusal�n, subir�n de a�o en a�o para adorar al Rey, el Se�or de los ej�rcitos, y para celebrar la fiesta de los tabern�culos.

Y acontecer� que los de todas las familias de la tierra que no subieren a Jerusal�n para adorar al Rey, a Jehov� de los ej�rcitos, no vendr� sobre ellos lluvia.� ( Zacar�as 14:16-17 ).

Aqu� hay dos pasajes seleccionados, uno del primero y el otro del pen�ltimo, de los profetas divinamente inspirados, ambos apuntando hacia el tiempo glorioso cuando Jerusal�n ser� el centro de Dios para Israel y para todas las naciones. Y podemos afirmar, con toda la confianza posible, que el lector encontrar� a todos los profetas, de com�n acuerdo, en plena armon�a con Isa�as y Zacar�as, sobre este tema profundamente interesante.

Aplicar tales pasajes a la iglesia, o al cielo, es violentar las declaraciones m�s claras y grandiosas que jam�s hayan llegado a los o�dos humanos; es confundir las cosas celestiales y terrenales, y dar una llana contradicci�n a las voces divinamente armoniosas de los profetas y ap�stoles.

No hace falta multiplicar las citas. Toda la Escritura prueba que Jerusal�n fue y seguir� siendo el centro terrenal de Dios para Su pueblo y para todas las naciones. Pero ahora mismo, es decir, desde el d�a de Pentecost�s, cuando descendi� Dios Esp�ritu Santo, para formar la iglesia de Dios, el cuerpo de Cristo, hasta el momento en que nuestro Se�or Jesucristo venga a llevarse a su pueblo. lejos de este mundo, no hay lugar, ni ciudad, ni localidad sagrada, ni centro terrenal para el pueblo del Se�or.

Hablar a los cristianos sobre lugares santos o terrenos consagrados les resulta tan completamente extra�o, al menos como deber�a ser, como lo hubiera sido hablar con un jud�o acerca de tener su lugar de culto en el cielo. La idea est� totalmente fuera de lugar, totalmente fuera de lugar.

Si el lector va, por un momento, al cuarto cap�tulo de Juan, encontrar�, en el maravilloso discurso de nuestro Se�or con la mujer de Sicar, la ense�anza m�s bendita sobre este tema. "La mujer le dijo: Se�or, veo que eres profeta. Nuestros padres adoraron en este monte, y vosotros dec�s que en Jerusal�n es el lugar donde se debe adorar. Jes�s le dijo: Mujer, cr�eme: la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusal�n adorar�is al Padre.

Vosotros ador�is no sab�is qu�; sabemos lo que adoramos; porque la salvaci�n es de los jud�os. Pero llega la hora, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorar�n al Padre en esp�ritu y en verdad; porque el Padre busca a los tales para que le adoren. Dios es Esp�ritu; y los que le adoran, en esp�ritu y en verdad es necesario que adoren.� (Vers. 19-24).

Este pasaje deja completamente de lado la idea de cualquier lugar especial de adoraci�n ahora. Realmente no hay tal cosa. " El Alt�simo no habita en templos hechos de mano; como dice el profeta: El cielo es mi trono, y la tierra el estrado de mis pies: �qu� casa me edificar�is? dice Jehov�; �o cu�l es el lugar de mi reposo? �No tiene mi mano hizo todas estas cosas?" ( Hechos 7:48-50 .

) Y otra vez: "Dios, que hizo el mundo y todas las cosas que en �l hay, siendo Se�or del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por manos humanas, ni es adorado por manos humanas, como si necesitase de algo, ya que da". a toda vida, y aliento, y todas las cosas". ( Hechos 17:24-25 .)

La ense�anza del Nuevo Testamento, de principio a fin, es clara y decidida en cuanto al tema de la adoraci�n; y el lector cristiano est� solemnemente obligado a prestar atenci�n a esa ense�anza y tratar de comprender y someter todo su ser moral a su autoridad. Siempre ha habido, desde las edades m�s tempranas de la historia de la iglesia, una fuerte y fatal tendencia a volver al juda�smo, no solo en el tema de la justicia, sino tambi�n en el de la adoraci�n.

Los cristianos no solo han sido puestos bajo la ley para vida y justicia, sino tambi�n bajo el ritual lev�tico para el orden y car�cter de su adoraci�n. Hemos tratado el primero de estos en los Cap�tulos 4 y 5 de estas "Notas"; pero este �ltimo no es menos serio en su efecto sobre el tono y el car�cter de la vida y la conducta cristianas.

Tenemos que tener en cuenta que el gran objetivo de Satan�s es derribar a la iglesia de Dios de su excelencia, en referencia a su posici�n, su andar y su adoraci�n. Tan pronto como se estableci� la iglesia en el d�a de Pentecost�s, �l comenz� su proceso de corrupci�n y socavamiento, y durante dieciocho largos siglos lo ha llevado a cabo con persistencia diab�lica. Frente a estos claros pasajes citados anteriormente, en referencia al car�cter de adoraci�n que el Padre ahora busca, y en cuanto al hecho de que Dios no habita en templos hechos a mano, hemos visto, en todas las edades, el fuerte tendencia a volver a la condici�n de cosas bajo la econom�a Mosaica.

De ah� el deseo de grandes edificios, rituales imponentes, �rdenes sacerdotales, servicios corales, todo lo cual est� en oposici�n directa a la mente de Cristo ya las ense�anzas m�s claras del Nuevo Testamento. La iglesia profesante se ha apartado por completo del esp�ritu y la autoridad del Se�or en todas estas cosas; y, sin embargo, por extra�o y triste que sea, se apela continuamente a estas mismas cosas como pruebas del maravilloso progreso del cristianismo.

Algunos de nuestros maestros y gu�as p�blicos nos dicen que el bendito ap�stol Pablo ten�a poca idea de la grandeza que la iglesia iba a alcanzar; pero si tan solo pudiera ver una de nuestras venerables catedrales, con sus altas naves laterales y ventanas pintadas, y escuchar los repiques del �rgano y las voces de los coristas, ver�a el avance que se ha hecho sobre el aposento alto en Jerusal�n. !

�Ay! Lector, ten la seguridad de que todo es un completo enga�o. Es cierto, ciertamente, la iglesia ha progresado, pero va en la direcci�n equivocada; no es hacia arriba sino hacia abajo. Est� lejos de Cristo, lejos del Padre, lejos del Esp�ritu, lejos de la palabra.

Nos gustar�a hacerle al lector esta pregunta: �Si el ap�stol Pablo fuera a Londres para el pr�ximo d�a del Se�or? �d�nde podr�a encontrar lo que hall� en Troas, hace mil ochocientos a�os, seg�n consta en Hechos 20:7 ? �D�nde podr�a encontrar una compa��a de disc�pulos reunidos simplemente por el Esp�ritu Santo, en el Nombre de Jes�s, para partir el pan en memoria de �l y anunciar Su muerte hasta que �l venga? Tal era el orden divino entonces, y tal debe ser el orden divino ahora.

Ni por un momento podemos creer que el ap�stol aceptar�a cualquier otra cosa. Buscar�a lo divino; �l tendr�a eso o nada. Ahora, �d�nde podr�a encontrarlo? �Ad�nde podr�a ir y encontrar la mesa de su Se�or como �l mismo la hab�a se�alado, la misma noche en que fue entregado?

F�jate, lector, estamos obligados a creer que el ap�stol Pablo insistir�a en tener la mesa y la cena de su Se�or, como las hab�a recibido directamente de s� mismo en la gloria, y dadas por el Esp�ritu, en los siglos d�cimo y und�cimo. cap�tulo de su ep�stola a los corintios, ep�stola dirigida a todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Se�or Jesucristo, tanto de ellos como de nosotros.� No podemos creer que ense�ara el orden de Dios, en el primer siglo y aceptara el desorden del hombre. en el decimonoveno.

El hombre no tiene derecho a manipular una instituci�n divina. �l no tiene m�s autoridad para alterar una sola jota o tilde relacionada con la cena del Se�or que la que ten�a Israel para interferir con el orden de la Pascua.

Ahora, repetimos la pregunta y suplicamos fervientemente al lector que la medite y la responda en la presencia divina, ya la luz de las Escrituras. �D�nde podr�a encontrar esto el ap�stol en Londres o en cualquier otro lugar de la cristiandad el pr�ximo d�a del Se�or? �Ad�nde podr�a ir y sentarse a la mesa de su Se�or, en medio de una compa��a de disc�pulos reunidos simplemente en el suelo del �nico cuerpo, al �nico centro, el Nombre de Jes�s, por el poder del Esp�ritu Santo? , y en la autoridad de la palabra de Dios? �D�nde podr�a encontrar una esfera en la que pudiera ejercer sus dones sin autoridad humana, nombramiento u ordenaci�n? Hacemos estas preguntas para ejercitar el coraz�n y la conciencia del lector.

Estamos plenamente convencidos de que hay lugares, aqu� y all�, donde Pablo podr�a encontrar estas cosas realizadas, aunque en debilidad y fracaso; y creemos que el lector cristiano es solemnemente responsable de descubrirlos. �Pobre de m�! �Pobre de m�! son pocos y distantes entre s�, en comparaci�n con la masa de cristianos que se re�nen de otra manera.

Quiz� se nos diga que si la gente supiera que se trata del ap�stol Pablo, de buena gana le permitir�an ministrar. Pero entonces no buscar�a ni aceptar�a su permiso, ya que nos dice claramente, en el primer cap�tulo de G�latas, que su ministerio "no fue de hombres, ni por hombre, sino por Jesucristo y Dios Padre, que levant� �l de entre los muertos".

Y no s�lo eso, sino que podemos estar seguros de que el bendito ap�stol insistir�a en que la mesa del Se�or se extendiera sobre el suelo divino del �nico cuerpo; y solo pod�a consentir en comer la Cena del Se�or de acuerdo con su orden divino como se establece en el Nuevo Testamento. No pod�a aceptar, por un momento, nada m�s que la realidad divina. �l dec�a: "O eso o nada". No pod�a admitir ninguna interferencia humana con una instituci�n divina; tampoco pod�a aceptar ning�n nuevo terreno de reuni�n, ni ning�n nuevo principio de organizaci�n.

Repet�a sus propias declaraciones inspiradas: "Hay un cuerpo y un Esp�ritu"; y "Siendo muchos, somos un solo pan, un solo cuerpo, porque todos somos participantes de ese �nico pan". Estas palabras se aplican a "todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de Jesucristo nuestro Se�or; y se mantienen en todas las edades de la existencia de la iglesia en la tierra.

El lector debe ser muy claro y distinto en cuanto a esto. El principio de reuni�n y unidad de Dios no debe, bajo ning�n concepto, ser abandonado. En el momento en que los hombres comienzan a organizarse, a formar sociedades, iglesias o asociaciones, act�an en oposici�n directa a la palabra de Dios, la mente de Cristo y la acci�n presente del Esp�ritu Santo. El hombre bien podr�a ponerse a formar un mundo que formar una iglesia. Es enteramente una obra divina.

El Esp�ritu Santo descendi�, el d�a de Pentecost�s, para formar la iglesia de Dios, el cuerpo de Cristo; y esta es la �nica iglesia, el �nico cuerpo que la escritura reconoce; todo lo dem�s es contrario a Dios, aunque sea sancionado y defendido por miles de verdaderos cristianos.

Que el lector no nos malinterprete. No estamos hablando de la salvaci�n, de la vida eterna o de la justicia divina, sino del verdadero terreno para reunir el principio divino sobre el cual se debe poner la mesa del Se�or y celebrar la cena del Se�or. Miles del pueblo amado del Se�or han vivido y muerto en la comuni�n de la iglesia de Roma; pero la iglesia de Roma no es la iglesia de Dios, sino una apostas�a horrible; y el sacrificio de la misa no es la cena del Se�or, sino una invenci�n estropeada, mutilada y miserable del diablo.

Si la pregunta en la mente del lector es simplemente qu� cantidad de error puede sancionar sin perder la salvaci�n de su alma, es in�til continuar con el gran e importante tema que tenemos ante nosotros.

Pero, �d�nde est� el coraz�n que ama a Cristo que podr�a contentarse con tomar un terreno tan miserablemente bajo como este? �Qu� se hubiera pensado de un israelita de la antig�edad que pudiera contentarse con ser hijo de Abraham, y pudiera disfrutar de su vid y su higuera, sus reba�os y sus vacas, pero nunca pensara en ir a adorar al lugar donde Jehov� hab�a registrado Su Nombre? �D�nde estaba el jud�o fiel que no amaba ese lugar sagrado? �Se�or, he amado la morada de tu casa, y el lugar donde mora tu gloria�

Y cuando, a causa del pecado de Israel, la pol�tica nacional se disolvi� y el pueblo estuvo en cautiverio, escuchamos a los exiliados sinceros entre ellos Derramando su lamento en el siguiente tono conmovedor y elocuente: "Junto a los r�os de Babilonia , all� nos sentamos; s�, lloramos, cuando nos acordamos de Sion, Colgamos nuestras arpas en los sauces en medio de ella. Porque all� los que nos llevaron cautivos nos pidieron una canci�n, y los que nos devastaron nos pidieron alegr�a, diciendo: C�ntanos uno de los c�nticos de Si�n.

�C�mo cantaremos la canci�n del Se�or en una tierra extra�a? Si me olvido de ti, oh Jerusal�n, el centro de Dios para su pueblo terrenal, que mi diestra se olvide de su astucia. Si no me acuerdo de ti, que mi lengua se pegue al paladar; si no prefiero Jerusal�n a mi principal gozo.� ( Salmo 137:1-9 ).

Y de nuevo, en Daniel 6:1-28 , encontramos a ese amado exiliado abriendo su ventana, tres veces al d�a, y orando hacia Jerusal�n, aunque sab�a que el foso de los leones era el castigo. Pero �por qu� insistir en orar hacia Jerusal�n? �Fue una pieza de la superstici�n jud�a? No; fue un despliegue magn�fico del principio divino; fue un despliegue del estandarte divino en medio de las consecuencias deprimentes y humillantes de la insensatez y el pecado de Israel.

Cierto, Jerusal�n estaba en ruinas; pero los pensamientos de Dios con respecto a Jerusal�n no estaban en ruinas. Era Su centro para Su pueblo terrenal. "Jerusal�n est� edificada como ciudad compacta, adonde suben las tribus, las tribus del Se�or, al testimonio de Israel, para dar gracias al nombre del Se�or. Porque all� est�n puestos los tronos de juicio, los tronos de la casa de David Ora por la paz de Jerusal�n, prosperar�n los que te aman.

Paz sea dentro de tus muros, y prosperidad dentro de tus palacios. Por el bien de mis hermanos y compa�eros, ahora dir�: La paz sea contigo. Por la casa de Jehov� nuestro Dios buscar� tu bien.� ( Salmo 122:1-9 )

Jerusal�n fue el centro de las doce tribus de Israel, en el pasado, y lo ser� en el futuro. Aplicar los pasajes anteriores y similares a la iglesia de Dios aqu� o en el m�s all�, en la tierra o en el cielo, es simplemente poner las cosas patas arriba, confundir las cosas esencialmente diferentes, y as� causar un da�o incalculable tanto a las Escrituras como a las almas de los hombres. . No debemos permitirnos tomar libertades tan injustificadas con la palabra de Dios.

Jerusal�n fue y ser� el centro terrenal de Dios; pero, ahora, la iglesia de Dios no debe tener otro centro que el glorioso e infinitamente precioso Nombre de Jes�s. "Donde dos o tres est�n reunidos en mi nombre, all� estoy yo en medio de ellos". �Precioso centro! S�lo a esto apunta el Nuevo Testamento, s�lo a esto recoge el Esp�ritu Santo. No importa d�nde estemos reunidos, en Jerusal�n o Roma, Londres, Par�s o Cant�n. No es d�nde sino c�mo .

Pero sea recordado, debe ser una cosa divinamente real. De nada sirve profesar estar reunidos en o al bendito Nombre de Jes�s, si no lo estamos realmente. Las palabras del ap�stol en cuanto a la fe pueden aplicarse con igual fuerza a la cuesti�n de nuestro centro de reuni�n. '�De qu� aprovecha, hermanos m�os, si un hombre dice '�l est� unido al nombre de Jes�s? cualquier otro centro o cualquier otro terreno de reuni�n excepto Su Nombre, sin embargo, es muy posible, �ay!, �ay!, �qu� posible que la gente profese estar en ese bendito y santo terreno, mientras que su esp�ritu y conducta, sus h�bitos y maneras, su todo el curso y el car�cter van a probar que no est�n en el poder de su profesi�n.

El ap�stol dijo a los corintios que "no conocer�a el habla sino el poder". Una palabra de peso, sin duda, y muy necesaria en todo momento, pero especialmente necesaria en referencia al importante tema que ahora tenemos ante nosotros. Con amor, pero con la mayor solemnidad, insistimos en la conciencia del lector cristiano sobre su responsabilidad de considerar este asunto en el santo retiro de la presencia del Se�or, ya la luz del Nuevo Testamento.

Que no lo deje de lado alegando que no es esencial. Es, en el m�s alto grado, esencial, en cuanto se refiere a la gloria del Se�or y al mantenimiento de Su verdad. Este es el �nico est�ndar por el cual decidir qu� es esencial y qu� no lo es. �Era esencial que Israel se reuniera en el centro designado por Dios? �Qued� una pregunta abierta? �Podr�a cada hombre elegir un centro para s� mismo? Que la respuesta sea sopesada a la luz de Deuteronomio 14:1-29 .

Era absolutamente esencial que el Israel de Dios se reuniera alrededor del centro del Dios de Israel. Esto es incuestionable. �Ay del hombre que se atrevi� a volver la espalda al lugar donde Jehov� hab�a puesto Su Nombre! Muy pronto se le habr�a ense�ado su error. Y si esto fue cierto para el pueblo terrenal de Dios, �no es igualmente cierto para la iglesia y el cristiano individual? Seguramente lo es. Estamos obligados, por las m�s altas y sagradas obligaciones, a rechazar todo

terreno de reuni�n sino un solo cuerpo; todo centro de reuni�n excepto el Nombre de Jes�s; todo poder de reuni�n excepto el Esp�ritu Santo; toda autoridad de reuni�n excepto la palabra de Dios. �Que todo el pueblo amado del Se�or, en todas partes, sea guiado a considerar esas cosas en el temor y amor de Su santo Nombre!

Ahora cerraremos esta secci�n citando el �ltimo p�rrafo de nuestro cap�tulo, en el cual encontraremos algunas ense�anzas pr�cticas muy valiosas.

�Al cabo de tres a�os sacar�s todos los diezmos de tus frutos de ese mismo a�o, y los guardar�s a tus puertas; y el levita, (porque no tiene parte ni heredad contigo), y el extranjero, y vendr�n los hu�rfanos y las viudas que est�n dentro de tus ciudades , y comer�n, y se saciar�n, para que te bendiga Jehov� tu Dios en toda la obra de tus manos que hicieres.�

Aqu� tenemos una hermosa escena hogare�a, una muestra muy conmovedora del car�cter divino, un hermoso resplandor de la gracia y la bondad del Dios de Israel. Al coraz�n le hace bien respirar el aire fragante de un pasaje como este. Se encuentra en v�vido y llamativo contraste con el fr�o ego�smo de la escena que nos rodea. Dios ense�ar�a a su pueblo a pensar en todos los necesitados y cuidarlos. El diezmo le pertenec�a a �l, pero �l les dar�a el raro y exquisito privilegio de dedicarlo al bendito objeto de alegrar los corazones.

Hay una dulzura peculiar en las palabras, "vendr�", "comer�", "y se saciar�". �Tan como nuestro Dios siempre misericordioso! Se deleita en suplir las necesidades de todos. �l abre Su mano y satisface el deseo de todo ser viviente. Y no s�lo eso, sino que es Su alegr�a hacer de Su pueblo el canal a trav�s del cual la gracia, la bondad y la simpat�a de Su coraz�n puedan fluir hacia todos. �Qu� precioso es esto! �Qu� privilegio ser los limosneros de Dios, los dispensadores de Su munificencia, los exponentes de Su bondad! �Ojal� entr�ramos m�s de lleno en la profunda bienaventuranza de todo esto! �Que podamos respirar m�s la atm�sfera de la presencia divina, y entonces reflejaremos m�s fielmente el car�cter divino!

Como el tema profundamente interesante y pr�ctico que se presenta en los vers�culos 28 y 29 se presentar� ante nosotros en otro contexto, en nuestro estudio del cap�tulo 26, no nos detendremos m�s en �l aqu�.

Información bibliográfica
Mackintosh, Charles Henry. "Comentario sobre Deuteronomy 14". Notas de Mackintosh sobre el Pentateuco. https://beta.studylight.org/commentaries/spa/nfp/deuteronomy-14.html.
 
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