Lectionary Calendar
Saturday, September 28th, 2024
the Week of Proper 20 / Ordinary 25
Attention!
StudyLight.org has pledged to help build churches in Uganda. Help us with that pledge and support pastors in the heart of Africa.
Click here to join the effort!

Bible Commentaries
Deuteronomio 3

Notas de Mackintosh sobre el PentateucoNotas de Mackintosh

Buscar…
Enter query below:

Versículos 1-29

"Entonces nos volvimos y subimos por el camino de Bas�n; y Og rey de Bas�n sali� contra nosotros, �l y todo su pueblo, para pelear en Edrei. Y el Se�or me dijo: No le temas, porque yo librar� �l, y todo su pueblo y su tierra, en vuestras manos, y har�s con �l como hiciste con Seh�n rey de los amorreos, que habitaba en Hesb�n.Y Jehov� nuestro Dios entreg� en nuestras manos tambi�n a Og, rey de Bas�n y de todo su pueblo; y lo herimos hasta que no le qued� ninguno.

Y tomamos todas sus ciudades en aquel tiempo, no qued� ciudad que no les tom�ramos, sesenta ciudades, toda la regi�n de Argob, el reino de Og en Bas�n. Todas estas ciudades estaban cercadas con altos muros, puertas y barras; junto a ciudades sin murallas muchas. Y los destruimos por completo, como hicimos con Seh�n, rey de Hesb�n, destruyendo por completo a los hombres, mujeres y ni�os de cada ciudad. Pero todos los ganados y los despojos de las ciudades los tomamos por presa para nosotros.� (Vers. 1-7).

Las instrucciones divinas en cuanto a Og rey de Bas�n fueron precisamente similares a las dadas en el cap�tulo anterior con respecto a Seh�n el amorreo; y para entender ambos, debemos mirarlos puramente a la luz del gobierno de Dios, un tema poco entendido, aunque de muy profundo inter�s e importancia pr�ctica. Debemos distinguir con precisi�n entre gracia y gobierno. Cuando contemplamos a Dios en el gobierno, lo vemos desplegando su poder en el camino de la justicia, castigando a los malhechores; derramando venganza sobre Sus enemigos; derrocando imperios; tronos que se levantan; destruyendo ciudades, barriendo naciones, tribus y pueblos. Lo encontramos mandando a Su pueblo a matar a hombres, mujeres y ni�os peque�os, a filo de espada; para prender fuego a sus casas, y convertir sus ciudades en montones desolados.

Nuevamente, lo escuchamos dirigi�ndose al profeta Ezequiel con las siguientes palabras notables: "Hijo de hombre, Nabucodonosor, rey de Babilonia, hizo que su ej�rcito prestara un gran servicio contra Tiro; toda cabeza qued� calva y todo hombro despellejado; ni salario, ni su ej�rcito, para Tiro, por el servicio que hab�a prestado contra ella. Por tanto, as� dice el Se�or Dios: He aqu�, dar� la tierra de Egipto a Nabucodonosor rey de Babilonia, y �l tomar� su multitud, y tomar su bot�n, y tomar su presa, y ser� el salario de su ej�rcito.

Yo le he dado la tierra de Egipto por su trabajo con que sirvi� contra �l, porque ellos trabajaron para m�, dice el Se�or Dios.� ( Ezequiel 29:18-20 ).

Este es un maravilloso pasaje de las Escrituras; poniendo ante nosotros un tema que recorre todo el volumen de las Escrituras del Antiguo Testamento, un tema que exige nuestra profunda y reverente atenci�n. Ya sea que recurramos a los cinco libros de Mois�s, a los libros hist�ricos, a los Salmos oa los profetas, encontramos al Esp�ritu inspirador d�ndonos los detalles m�s minuciosos de las acciones de Dios en el gobierno.

Tenemos el diluvio en los d�as de No�, cuando toda la tierra, con todos sus habitantes, con excepci�n de ocho personas, fue destruida por un acto del gobierno divino. hombres, mujeres, ni�os, ganado, aves y cosas que se arrastran fueron barridos y enterrados bajo las olas y olas del justo juicio de Dios.

Luego tenemos en los d�as de Lot, las ciudades de la llanura, con todos sus habitantes, hombres, mujeres y ni�os, en pocas horas, consignados a la destrucci�n total, derribados por la mano del Dios Todopoderoso, y enterrados bajo el abismo. aguas oscuras del Mar Muerto esas ciudades culpables, "Sodoma y Gomorra, y las ciudades de alrededor de la misma manera, entreg�ndose a la fornicaci�n y yendo en pos de carne extra�a, son puestas por ejemplo, sufriendo la venganza del fuego eterno. "

Luego, de nuevo, a medida que avanzamos a lo largo de la p�gina de la historia inspirada, vemos las siete naciones de Cana�n, hombres, mujeres y ni�os, entregados en manos de Israel, para un juicio implacable; nada que respirara deb�a quedar vivo.

Pero podemos decir con verdad que el tiempo nos faltar�a, aun para referirnos a todos los pasajes de la Sagrada Escritura que ponen ante nuestros ojos los actos solemnes del gobierno divino. Baste decir que la l�nea de evidencia va desde G�nesis hasta Apocalipsis, comenzando "con el diluvio y terminando con el incendio del presente sistema de cosas.

Ahora, la pregunta es, �Somos competentes para entender estos caminos de Dios en el gobierno? �Forma parte de nuestro negocio sentarnos a juzgarlos? �Somos capaces de desentra�ar los profundos y espantosos misterios de la divina Providencia? �Podemos ser llamados a dar cuenta del tremendo hecho de los beb�s indefensos involucrados en el juicio de sus padres culpables? Imp�o; la infidelidad puede burlarse de estas cosas; el sentimentalismo morboso puede tropezar con ellos; pero el verdadero creyente, el cristiano piadoso, el estudiante reverente de las Sagradas Escrituras los enfrentar� a todos con esta simple pero segura y s�lida pregunta: "�No har� lo correcto el juez de toda la tierra?"

Esta, podemos estar seguros, lector, es la �nica forma verdadera de responder a tales preguntas. Si el hombre ha de sentarse en juicio sobre los actos de Dios en el gobierno; si puede tomar sobre s� mismo la decisi�n de lo que es y lo que no es digno de Dios hacer, entonces, en verdad, hemos perdido por completo el verdadero sentido de Dios. Y esto es justo a lo que apunta el diablo. Quiere alejar el coraz�n de Dios; y con este fin, lleva a los hombres a razonar, cuestionar y especular en una regi�n que se encuentra tan fuera de su alcance como el cielo est� por encima de la tierra. �Podemos comprender a Dios? Si pudi�ramos, deber�amos, nosotros mismos, ser Dios.

"No le comprendemos,

Sin embargo, la tierra y el cielo dicen,

Dios se sienta como Soberano en el trono

y gobierna bien todas las cosas".

Es, a la vez, absurdo e imp�o, en el m�s alto grado, que los insignificantes mortales se atrevan a cuestionar los consejos, decretos y caminos del Todopoderoso Creador y Sabio Gobernador del universo. Seguramente, todos los que lo hacen deben, tarde o temprano, descubrir su terrible error. Bien ser�a que todos los cuestionadores y caviladores prestaran atenci�n a la pregunta mordaz del ap�stol inspirado en Romanos 9:1-33 .

"No, sino, oh hombre, �qui�n eres t� que reprendes contra Dios? �Dir� la cosa formada al que la form�: �Por qu� me has hecho as�? �No tiene potestad el alfarero sobre el barro de la misma masa para hacer un vaso para para honra y otro para deshonra?"

�Qu� sencillo! �Qu� contundente! �Qu� incontestable! Este es el m�todo divino de hacer frente a todos los c�mos y porqu�s de la raz�n infiel. Si el alfarero tiene poder sobre la masa de barro que tiene en la mano, hecho que nadie pensar�a en discutir, �cu�nto m�s poder tiene el Creador de todas las cosas sobre las criaturas que Su mano ha formado! Los hombres pueden razonar y argumentar interminablemente acerca de por qu� Dios permiti� que entrara el pecado; por qu� no aniquil� de inmediato a Satan�s y sus �ngeles; por qu� permiti� que la serpiente tentara a Eva; por qu� no le impidi� comer del fruto prohibido.

En resumen, los c�mos y los porqu�s son infinitos; pero la respuesta es una: "�Qui�n eres t�, oh hombre, que replicas contra Dios?" �Qu� monstruoso que un pobre gusano de la tierra intente sentarse en juicio sobre los juicios y caminos inescrutables del Eterno Dios! �Qu� ciega y presuntuosa locura la de una criatura, cuyo entendimiento est� oscurecido por el pecado, y que por tanto es totalmente incapaz de formarse un juicio correcto sobre algo divino, celestial o eterno, para intentar decidir c�mo debe actuar Dios, en cualquier caso dado! �Pobre de m�! �Pobre de m�! es de temer que miles que ahora argumentan con gran astucia aparente contra la verdad de Dios, descubrir�n su fatal error cuando sea demasiado tarde para corregirlo.

Y en cuanto a todos aquellos que, aunque muy lejos de estar en com�n con el incr�dulo, sin embargo est�n preocupados por dudas y recelos en cuanto a algunos de los caminos de Dios en el gobierno, y en cuanto a la terrible cuesti�n del castigo eterno, les recomendamos encarecidamente que estudie y beba en el esp�ritu de ese peque�o y encantador Salmo 131:1-3 .

"Se�or, mi coraz�n no es altivo, ni mis ojos son altivos; ni me ejercito en cosas grandes, ni en cosas demasiado altas para m�. Ciertamente me he comportado y sosegado como un ni�o destetado de su madre: mi alma es como un ni�o destetado".*

* Con respecto al tema solemne del castigo eterno, ofrecemos aqu� algunos comentarios, ya que muchos, tanto en Inglaterra como en Am�rica, est�n preocupados por las dificultades para respetarlo. Hay tres consideraciones que, si se sopesan debidamente, creemos que decidir�n a todo cristiano sobre la doctrina.

1. El primero es este. Hay setenta pasajes, en el Nuevo Testamento, donde aparece la palabra "eterno" o "eterno" ( aionios ). Se aplica a la "vida" que poseen los creyentes; a las "mansiones" en las que han de ser recibidos; a la "gloria" que han de disfrutar; se aplica a Dios, Romanos 16:26 ; a la "salvaci�n" de la que nuestro Se�or Jesucristo es Autor; a la "redenci�n" que nos ha obtenido; y al "Esp�ritu.

Entonces, de los setenta pasajes antes mencionados, que el lector puede verificar en unos instantes, echando un vistazo a una Concordancia griega, hay siete en los que se aplica la misma palabra al "castigo" de los malvados: a el "juicio" que ha de sobrevenirlos, al "fuego" que ha de consumirlos. Ahora, la pregunta es, sobre qu� principio, o por qu� autoridad puede alguien se�alar estos siete pasajes y decir que, en ellos, la palabra [ aionios ] no significa "eterno", mientras que en los otros sesenta y tres s� lo hace. Consideramos la declaraci�n completamente infundada e indigna de la atenci�n de cualquier mente sobria.

Admitimos plenamente que, si el Esp�ritu Santo hubiera cre�do apropiado, al hablar del juicio de los imp�os, hacer uso de una palabra diferente de la que se usa en los otros pasajes, la raz�n ser�a que debi�ramos sopesar el hecho. Pero no; �l usa la misma palabra invariablemente, de modo que si negamos el castigo eterno, debemos negar la vida eterna, la gloria eterna, un Esp�ritu eterno, un Dios eterno, una cosa eterna. En suma, si la pena no es eterna, nada es eterno en cuanto a este aumento se refiere.

Entrometerse con esta piedra, en el arco de la revelaci�n divina, es reducir el conjunto a una masa de ruina a nuestro alrededor. Y esto es justo a lo que apunta el diablo. Estamos plenamente convencidos de que negar la verdad del castigo eterno es dar el primer paso en ese plano inclinado que conduce al oscuro abismo del escepticismo universal.

2. Nuestra segunda consideraci�n se deriva de la gran verdad de la inmortalidad del alma. Leemos en G�nesis 2:1-25 , que, "Jehov� Dios form� al hombre del polvo de la tierra, y sopl� en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un alma viviente". Sobre este �nico pasaje, como sobre una roca inamovible, aunque no tuvi�ramos otro, construimos la gran verdad de la inmortalidad del alma humana. La ca�da del hombre no hizo ninguna diferencia en cuanto a esto. Ca�do o no ca�do, inocente o culpable, convertido o inconverso, el alma debe vivir para siempre.

La tremenda pregunta es, "�D�nde es vivir?" Dios no puede permitir que el pecado entre en Su presencia. "Muy limpio es de ojos para ver el mal, y no puede ver la iniquidad". Por lo tanto, si un hombre muere en sus pecados, muere sin arrepentirse, sin lavarse, sin ser perdonado, entonces, con toda certeza, donde est� Dios, �l nunca puede ir; de hecho, es el �ltimo lugar al que le gustar�a ir. no hay nada para �l sino una eternidad sin fin en el lago que arde con fuego y azufre.

3. Y, por �ltimo, creemos que la verdad del castigo eterno est� �ntimamente relacionada con la naturaleza infinita de la expiaci�n de nuestro Se�or y Salvador Jesucristo. Si nada menos que un sacrificio infinito pudiera librarnos de las consecuencias del pecado, esas consecuencias deben ser eternas. Tal vez esta consideraci�n, a juicio de algunos, no tenga mucho peso; pero para nosotros su fuerza es absolutamente irresistible. Debemos medir el pecado y sus consecuencias, como medimos el amor divino y sus resultados, no por la norma del sentimiento o la raz�n humana, sino �nicamente por la norma de la cruz de Cristo.

Entonces, cuando el coraz�n haya tomado, en cierta medida, esta respiraci�n exquisita, puede volverse, con verdadero provecho, a las palabras del inspirado ap�stol, 2 Corintios 10:1-18 "Porque las armas de nuestra milicia no son carnales" . , pero poderoso en Dios para la destrucci�n de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo�.

Sin duda, el fil�sofo, el erudito, el pensador profundo sonreir�an con desd�n ante un modo tan infantil de tratar cuestiones tan grandes. Pero esto es un asunto muy peque�o a juicio del devoto disc�pulo de Cristo. El mismo ap�stol inspirado hace un trabajo muy breve de toda la sabidur�a y el aprendizaje de este mundo. �l dice: "Nadie se enga�e a s� mismo. Si alguno de vosotros parece ser sabio en este mundo, h�gase necio para que llegue a ser sabio.

Porque la sabidur�a de este mundo es locura ante Dios; porque escrito est�: Prende a los sabios en la astucia de ellos. Y otra vez: Jehov� conoce los pensamientos de los sabios, que son vanos." ( 1 Corintios 3:1-23 ). ??Y otra vez: "Escrito est�: Destruir� la sabidur�a de los sabios, y reducir� a nada el entendimiento de los prudentes.

�D�nde est� el sabio? �d�nde est� el escriba? �D�nde est� el disputador de este mundo? �No ha enloquecido Dios la sabidur�a de este mundo? Porque despu�s de que en la sabidur�a de Dios, el mundo no conoci� a Dios mediante la sabidur�a, agrad� a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicaci�n.� ( 1 Corintios 1:19-21 ).

Aqu� reside el gran secreto moral de todo el asunto. El hombre tiene que descubrir que es simplemente un tonto; y que toda la sabidur�a del mundo es locura. Humilde, pero saludable verdad! Humillante, porque pone al hombre en el lugar que le corresponde. Saludable, s�, muy preciosa, porque trae la sabidur�a de Dios. O�mos mucho, hoy en d�a, acerca de la ciencia, la filosof�a y el aprendizaje. ��No ha enloquecido Dios la sabidur�a de este mundo?�

�Comprendemos completamente el significado de estas palabras? �Pobre de m�! es de temer que se entiendan poco. �No faltan hombres que quisieran persuadirnos de que la ciencia ha ido mucho m�s all� de la Biblia!* �Ay! por la ciencia, y por todos los que le prestan atenci�n. Si ha ido m�s all� de la Biblia, �ad�nde ha ido? �En la direcci�n de Dios, de Cristo, del cielo, de la santidad, de la paz? No; pero bastante en la direcci�n opuesta.

�Y d�nde debe terminar todo? Temblamos al pensar y nos sentimos reacios a escribir la respuesta. Sin embargo, debemos ser fieles y declarar solemnemente que el final seguro y cierto de ese camino por el cual la ciencia humana conduce a sus seguidores es la negrura de las tinieblas para siempre.

*Debemos distinguir entre toda ciencia verdadera y la "ciencia falsamente llamada". Y adem�s, debemos distinguir entre los hechos de la ciencia y las conclusiones de los hombres de ciencia. Los hechos son lo que Dios ha hecho y est� haciendo; pero cuando los hombres se ponen a sacar sus conclusiones de estos hechos, cometen los m�s graves errores. Sin embargo, es un verdadero alivio para el coraz�n pensar que hay fil�sofos y hombres de ciencia que dan a Dios el lugar que le corresponde y que aman con sinceridad a nuestro Se�or Jesucristo.

"El mundo por la sabidur�a no conoci� a Dios". �Qu� hizo la filosof�a de Grecia por sus disc�pulos? Los convirti� en adoradores ignorantes de "UN DIOS DESCONOCIDO". La misma inscripci�n en su altar public� al universo su ignorancia y su verg�enza. �Y no podemos preguntarnos leg�timamente si la filosof�a ha hecho mejor por la cristiandad que por Grecia? �Ha comunicado el conocimiento del verdadero Dios? �Qui�n podr�a atreverse a decir que s�? Hay millones de profesores bautizados a lo largo y ancho de la cristiandad que no saben m�s del Dios verdadero que aquellos fil�sofos que se encontraron con Pablo en la ciudad de Atenas.

El hecho es este, todo aquel que realmente conoce a Dios es el poseedor privilegiado de la vida eterna. As� lo declara nuestro Se�or Jesucristo, de la manera m�s clara, en Juan 17:1-26 . "Esta es la vida eterna, que te conozcan a ti, el �nico Dios verdadero, ya Jesucristo, a quien has enviado". Esto es de lo m�s precioso para cada alma que, a trav�s de la gracia, ha obtenido este conocimiento. Conocer a Dios es tener vida vida eterna.

Pero, �c�mo puedo conocer a Dios? �D�nde puedo encontrarlo? �Pueden la ciencia y la filosof�a decirme? �Se lo han dicho alguna vez a alguien? �Han guiado alguna vez a alg�n pobre vagabundo a este camino de vida y paz? No; nunca, "El mundo por la sabidur�a no conoci� a Dios". Las escuelas en conflicto de la filosof�a antigua s�lo pod�an hundir la mente humana en una profunda oscuridad y un desconcierto sin esperanza; y las escuelas en conflicto de la filosof�a moderna no son ni un �pice mejores.

No pueden dar certeza, ni anclaje seguro, ni base s�lida de confianza para la pobre alma ignorante. La especulaci�n est�ril, la duda torturante, la teor�a descabellada y sin base es todo lo que la filosof�a humana, en cualquier �poca o naci�n, tiene para ofrecer al investigador serio de la verdad.

Entonces, �c�mo vamos a conocer a Dios? Si un resultado tan estupendo depende de este conocimiento; si conocer a Dios es vida eterna y Jes�s dice que lo es, entonces �c�mo ha de ser conocido? "Nadie ha visto a Dios jam�s; el Hijo unig�nito, que est� en el seno del Padre, �l lo ha declarado". ( Juan 1:18 .)

Aqu� tenemos una respuesta divinamente simple, divinamente segura. Jes�s revela a Dios al alma, revela al Padre al coraz�n. Precioso hecho! No somos. enviado a la creaci�n, para aprender qui�n es Dios aunque vemos all� su poder, sabidur�a y bondad. No somos enviados a la Ley aunque vemos Su justicia all�. No somos enviados a la providencia aunque vemos all� los profundos misterios de Su gobierno.

No; si queremos saber qui�n y qu� es Dios, debemos mirar el rostro de Jesucristo, el Hijo unig�nito de Dios, que habit� en Su seno antes de los mundos, que fue Su eterna delicia, el objeto de Sus afectos , el centro de sus consejos.

�l es quien revela a Dios al alma. No podemos tener la menor idea de lo que es Dios aparte del Se�or Jesucristo. "En �l habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad [ Theotes ]". "Dios, que mand� que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeci� en nuestros corazones, para iluminaci�n del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo".

Nada puede superar el poder y la bienaventuranza de todo esto. No hay oscuridad aqu�; sin incertidumbre "La oscuridad ha pasado, y la luz verdadera ahora brilla". S�; resplandece en el rostro de Jesucristo. Podemos contemplar, por la fe, a ese bendito; podemos trazar Su camino maravilloso, en la tierra; v�anlo andar haciendo bienes, y sanando a todos los oprimidos por el diablo; f�jense en Sus miradas, Sus palabras, Sus obras, Sus caminos; M�ralo sanando a los enfermos, limpiando a los leprosos, abriendo los ojos a los ciegos, destapando los o�dos de los sordos, haciendo andar a los cojos, sanando a los mancos, resucitando a los muertos, secando las l�grimas de las viudas, alimentando a los hambrientos, atando levanta corazones rotos, satisfaciendo toda forma de necesidad humana, aliviando el dolor humano, silenciando los temores humanos; y haciendo todas estas cosas con tal estilo, con tal gracia y dulzura conmovedoras,

Ahora, en todo esto, �l estaba revelando a Dios al hombre; de modo que si queremos saber qu� es Dios, simplemente tenemos que mirar a Jes�s. Cuando Felipe dijo: "Se�or, mu�stranos al Padre, y nos basta", la pronta respuesta fue: "�Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me conoces, Felipe? El que me ha visto, me ha visto". el Padre; �y c�mo dices t�: Mu�stranos al Padre? �No crees que yo soy en el Padre, y el Padre en m�? Las palabras que os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino por el Padre que mora en m�, �l hace las obras. Creedme que yo soy en el Padre, y el Padre en m�; o bien, creedme por las mismas obras.�

Aqu� est� el resto para el coraz�n. Conocemos al Dios verdadero ya Jesucristo, a quien ha enviado; y esta es la vida eterna. Lo conocemos como nuestro propio Dios y Padre y Cristo como nuestro amoroso Se�or y Salvador personal; podemos deleitarnos en �l, caminar con �l, apoyarnos en �l, confiar en �l, aferrarnos a �l, sacar de �l, encontrar todas nuestras fuentes vivas en �l; regocijaos en �l, todo el d�a; encontrar nuestra comida y nuestra bebida haciendo Su bendita voluntad, promoviendo Su causa y promoviendo Su gloria.

Lector, �sabes todo esto por ti mismo? Dime, �es este momento una cosa viviente, divinamente real en tu propia alma? Este es el verdadero cristianismo; y usted no debe estar satisfecho con nada menos. Tal vez nos dir�s que nos hemos alejado mucho de Deuteronomio 3:1-29 . Pero ad�nde tenemos Al Hijo de Dios y al alma del lector.

Si esto es errante, que as� sea; ciertamente, no se est� desviando del objeto por el cual estamos escribiendo estas "Notas", que es unir a Cristo y el alma, o unirlos, seg�n sea el caso. Nunca, ni por un momento, perder�amos de vista el hecho de que, tanto al escribir como al hablar, no solo tenemos que exponer las Escrituras, sino buscar la salvaci�n y bendici�n de las almas. De ah� que nos sintamos obligados, de vez en cuando, a apelar al coraz�n y a la conciencia del lector en cuanto a su estado pr�ctico y en qu� medida ha hecho suyas estas realidades imperecederas que pasan revista ante nosotros. .

Y suplicamos fervientemente al lector, quienquiera que sea, que busque un conocimiento m�s profundo de Dios en Cristo; y, como consecuencia segura de ello, un caminar m�s cercano a �l y una consagraci�n m�s profunda del coraz�n a �l.

Esto, estamos completamente convencidos, es lo que se necesita en este d�a de inquietud e irrealidad en el mundo, y de tibieza e indiferencia en la iglesia profesante. Queremos una norma mucho m�s alta de devoci�n personal, un prop�sito m�s real de coraz�n para adherirse al Se�or y seguirlo. Hay mucho mucho que desalentar y estorbar. en el estado de las cosas que nos rodean. El lenguaje de los hombres de Jud�, en los d�as de Nehem�as, puede con alguna medida de adecuaci�n y fuerza, ser aplicado a nuestros tiempos, "Las fuerzas de los que acarrean se desgastan, y hay mucho escombro". Pero, gracias a Dios, el remedio ahora, como entonces, se encuentra en esta frase conmovedora: "Acordaos del Se�or.

Ahora volvemos a nuestro cap�tulo, en el resto del cual el legislador ensaya a o�dos de la congregaci�n la historia de sus tratos con los dos reyes de los amorreos, junto con los hechos relacionados con la herencia de las dos tribus y media, en el lado desierto del Jord�n. Y, con respecto al �ltimo tema, es interesante notar que �l no plantea ninguna cuesti�n en cuanto a lo correcto o incorrecto de elegir su posesi�n aparte de la tierra prometida.

De hecho, de la narraci�n dada aqu�, no se pod�a saber que las dos tribus y media hab�an expresado alg�n deseo al respecto. nuestro libro est� lejos de ser una mera repetici�n de sus predecesores.

Aqu� est�n las palabras. Y esta tierra que pose�mos entonces, desde Aroer, que est� junto al r�o Arn�n, y la mitad del monte de Galaad, y sus ciudades, la di a los rubenitas y a los gaditas, y el resto de Galaad y todo Bas�n, siendo el reino de Og, di a la media tribu de Manas�s, toda la regi�n de Argob, con todo Bas�n, que se llamaba la tierra de los gigantes.

... Y di Galaad a Maquir. Y a los rubenitas y a los gaditas les di desde Galaad hasta el r�o Arn�n, la mitad del valle y la frontera, hasta el r�o Jaboc, que es la frontera de los hijos de Am�n... Y mand� vosotros en aquel tiempo, diciendo: Jehov� vuestro Dios os ha dado esta tierra para que la pose�is; ni una palabra de que la pidieron.

Pasar�is armados delante de vuestros hermanos los hijos de Israel, todos los que est�n preparados para la guerra. Pero vuestras mujeres y vuestros ni�os, y vuestro ganado (porque yo s� que ten�is mucho ganado), habitar�n en vuestras ciudades que os he dado; hasta que el Se�or haya dado descanso a vuestros hermanos, lo mismo que a vosotros, y hasta que ellos tambi�n posean la tierra que el Se�or vuestro Dios les ha dado m�s all�. Jord�n; y entonces volver�is cada uno a la posesi�n que os he dado".

En nuestros estudios sobre el Libro de N�meros, nos hemos detenido en ciertos hechos relacionados con el asentamiento de las dos tribus y media, probando que estaban por debajo de la marca del Israel de Dios, al elegir su herencia en cualquier lugar menos del otro lado. de Jordania Pero en el pasaje que acabamos de citar, no hay ninguna alusi�n a este lado de la cuesti�n; porque el objetivo de Mois�s es poner delante de toda la congregaci�n la bondad, la bondad amorosa y la fidelidad de Dios, no solo para guiarlos a trav�s de todas las dificultades y peligros del desierto, sino tambi�n para darles, cada ya, tales se�alar victorias sobre los amorreos, y ponerlos en posesi�n de regiones atractivas y convenientes para ellos.

En todo esto, �l est� sentando la base s�lida del derecho de Jehov� sobre la obediencia incondicional de ellos a sus mandamientos; y podemos ver y apreciar de inmediato la belleza moral de pasar por alto por completo, en tal ensayo, la cuesti�n de si Rub�n, Gad y la media tribu de Manas�s se equivocaron al detenerse antes de llegar a la tierra prometida. Es, para todo cristiano devoto, una prueba sorprendente no solo de la conmovedora y exquisita gracia de Dios, sino tambi�n de la divina perfecci�n de las Escrituras.

Sin duda, todo verdadero creyente inicia el estudio de las Escrituras con la plena y profundamente forjada convicci�n de su absoluta perfecci�n en cada parte. �l cree con reverencia que no hay, desde la apertura de G�nesis hasta el final de Apocalipsis, un solo defecto, un solo problema, una sola discrepancia, ni una sola; todo es tan perfecto como su divino Autor.

Pero entonces, la creencia cordial de la perfecci�n divina de las Escrituras, como un todo, nunca puede disminuir nuestra apreciaci�n de las evidencias que surgen en detalle; es m�s, lo realza sobremanera. As�, por ejemplo, en el pasaje que ahora tenemos ante nosotros, �no es perfectamente hermoso se�alar la ausencia de toda referencia al fracaso de las dos tribus y media en el asunto de elegir su herencia, ya que cualquier referencia de este tipo ser�a completamente extra�o al objeto del legislador, y al alcance del libro! �No es la alegr�a de nuestros corazones rastrear perfecciones tan infinitas, toques tan exquisitos e inimitables? Seguramente lo es; y no s�lo eso, sino que estamos persuadidos de que cuanto m�s amanezcan en nuestras almas las glorias morales del volumen, y cuanto m�s se despleguen en nuestros corazones sus profundidades vivientes e inagotables, m�s estaremos convencidos de la absoluta locura de los ataques de los infieles contra ella; y de la debilidad y la gratuidad de muchos esfuerzos bien intencionados para demostrar que no se contradice.

Gracias a Dios, Su palabra no necesita de apologistas humanos. Habla por s� mismo, y lleva consigo sus propias evidencias poderosas; de modo que podemos decir de �l lo que el ap�stol dice de su evangelio, que: "Si est� encubierto, para los que se pierden est� encubierto; en los cuales el dios de este siglo ceg� el entendimiento de los incr�dulos, para que no la luz del glorioso evangelio de Cristo, quien es la imagen de Dios, debe brillar sobre ellos.

Cada d�a estamos m�s convencidos de que el m�todo m�s eficaz para responder a todos los ataques de los incr�dulos contra la Biblia es abrigar una fe m�s profunda en su poder y autoridad divinos, y usarla como aquellos que est�n m�s completamente persuadidos de su verdad y preciosidad. S�lo el Esp�ritu de Dios puede capacitar a cualquiera para creer en la inspiraci�n plenaria de las Sagradas Escrituras.

Los argumentos humanos pueden valer lo que valen; pueden, sin duda, silenciar a los contradictores; pero no pueden leer el coraz�n; no puede hacer descender sobre el alma los rayos geniales de la revelaci�n divina con poder salvador viviente; esta es una obra divina; y hasta que se haga, todas las evidencias y argumentos del mundo deben dejar al alma en la oscuridad moral de la incredulidad, pero cuando se hace, no hay necesidad de testimonio humano en defensa de la Biblia.

Las evidencias externas, por interesantes y valiosas que sean, no pueden a�adir una sola jota o tilde a la gloria de esa Revelaci�n sin par que lleva en cada p�gina, cada p�rrafo, cada oraci�n, la clara impresi�n de su divino Autor. As� como el sol en los cielos, cada rayo habla de la Mano que lo hizo, as� de la Biblia, cada oraci�n habla del Coraz�n que la inspir�. Pero, as� como un ciego no puede ver la luz del sol, tampoco el alma inconversa puede ver la fuerza y ??la belleza de la Sagrada Escritura. El ojo debe ser ungido con colirio celestial, antes de que las perfecciones infinitas del Volumen divino puedan ser discernidas o apreciadas.

Ahora bien, debemos admitir al lector que es el sentido profundo y cada vez m�s profundo de todo esto lo que nos ha llevado a la determinaci�n de no ocupar su tiempo ni el nuestro, en referencia a los ataques que han hecho los escritores racionalistas. en esa porci�n de la palabra de Dios con la que ahora estamos comprometidos. Dejamos esto a otras manos m�s capaces. Lo que deseamos para nosotros y nuestros lectores es que podamos alimentarnos en paz de los verdes pastos que el Pastor y Obispo de nuestras almas ha abierto graciosamente para nosotros; que podamos ayudarnos unos a otros, a medida que avanzamos, para ver m�s y m�s de la gloria moral de lo que est� delante de nosotros; y as� edificarnos unos a otros en nuestra sant�sima fe.

Este ser� un trabajo mucho m�s agradecido para nosotros, y confiamos tambi�n en nuestros lectores, que responder a hombres que, en todos sus insignificantes esfuerzos por encontrar fallas en el libro sagrado, solo prueban a aquellos capaces de juzgar que no entienden ni lo que dicen, ni de lo que afirman. Si los hombres moran en las b�vedas y t�neles oscuros de una l�gubre infidelidad, y all� encuentran fallas en el sol, o niegan que brille en absoluto, que sea nuestro disfrutar de la luz y ayudar a otros a hacer lo mismo.

Ahora nos detendremos un poco en los vers�culos restantes de nuestro cap�tulo, en los cuales encontraremos mucho para interesarnos, instruirnos y beneficiarnos.

Y, primero, Mois�s ensaya en los o�dos del pueblo, su encargo a Josu�. Y en aquel tiempo mand� a Josu�, diciendo: Tus ojos han visto todo lo que Jehov� nuestro Dios ha hecho con estos dos reyes; as� har� Jehov� con todos los reinos por donde pases t�. No les tem�is, porque Jehov� vuestro Dios pelear� por vosotros� (Vers. 21, 22).

El recuerdo de los tratos del Se�or con nosotros, en el pasado, debe fortalecer nuestra confianza para continuar. Aquel que hab�a dado a Su pueblo tal victoria sobre los amorreos, que hab�a destruido a un enemigo tan formidable como Og rey de Bas�n, y entregado en sus manos toda la tierra de los gigantes, �qu� no pod�a hacer por ellos? Dif�cilmente pod�an esperar encontrar en toda la tierra de Cana�n a un enemigo m�s poderoso que Og, cuyo lecho era de dimensiones tan enormes como para llamar la atenci�n especial de Mois�s.

Pero, �qu� era �l en presencia de su Creador Todopoderoso? Enanos y gigantes son todos iguales para �l. El gran punto es mantener a Dios mismo siempre ante nuestros ojos. Entonces las dificultades se desvanecen. Si �l cubre los ojos, no podemos ver nada m�s; y este es el verdadero secreto de la paz, y el verdadero poder del progreso. "Tus ojos han visto todo lo que ha hecho el Se�or tu Dios". Y, como �l ha hecho, as� lo har�. �l ha librado; y �l librar�; y �l librar�. Pasado, presente y futuro est�n todos marcados por la liberaci�n divina.

Lector, �est�s en alguna dificultad? �Hay alguna presi�n sobre ti? �Est�s anticipando, con aprensi�n nerviosa, alg�n mal formidable? �Tu coraz�n est� temblando al solo pensar en ello? Puede ser que seas como alguien que ha llegado hasta el final, como el ap�stol Pablo en Asia, "Exprimido sobremanera, sobre todas las fuerzas, de tal manera que desesperamos aun de la vida". Si es as�, querido amigo, acepta una palabra de aliento.

Es nuestro profundo deseo fortalecer sus manos en Dios y alentar su coraz�n a confiar en �l para todo lo que est� delante de usted. "No tem�is;" solo cree. A un coraz�n confiado nunca le falla, no, nunca. Haz uso de los recursos que est�n atesorados para ti en �l. Simplemente ponte a ti mismo, a tu entorno, a tus miedos, a tus ansiedades, todo en Sus manos,

y d�jalos ah�.

S�; d�jalos ah�. De poco sirve que pongas tus dificultades, tus necesidades en Sus manos, y luego, casi inmediatamente, las tomes en las tuyas. A menudo hacemos esto. Cuando estamos bajo presi�n, en necesidad, en pruebas profundas de alg�n tipo u otro, acudimos a Dios, en oraci�n; echamos nuestra carga sobre �l, y parece que obtenemos alivio. Pero Ay; tan pronto como nos levantamos de nuestras rodillas, comenzamos de nuevo a mirar la dificultad, reflexionar sobre la prueba, detenernos en todas las circunstancias dolorosas, hasta que nuevamente nos encontramos al borde de nuestro juicio.

Ahora, esto nunca funcionar�. Tristemente deshonra a Dios y, por supuesto, nos deja sin alivio e infelices. Quisiera que nuestras mentes estuvieran tan libres de preocupaciones, como la conciencia est� libre de culpa. Su palabra para nosotros es: "Por nada est�is afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oraci�n y ruego, con acci�n de gracias". �Y luego que? "La paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardar� [o guarnici�n, phrouresei ] vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jes�s".

As� fue que Mois�s, ese amado hombre de Dios y honrado siervo de Cristo, procur� animar a su colaborador y sucesor, Josu�, en referencia a todo lo que estaba delante de �l. "No les tem�is, porque Jehov� vuestro Dios pelear� por vosotros". As� tambi�n anim� el bendito ap�stol Pablo a su amado hijo y consiervo Timoteo a confiar en el Dios vivo; ser fuertes en la gracia que es en Cristo Jes�s; apoyarse, con confianza inquebrantable, en el fundamento seguro de Dios; comprometerse, con seguridad incuestionable, a la autoridad, ense�anza y gu�a de las Sagradas Escrituras; y as� armado y equipado, para entregarse, con santa diligencia y verdadero valor espiritual, a la obra a la que fue llamado.

Y as�, tambi�n, el escritor y el lector pueden animarse mutuamente, en estos d�as de creciente dificultad, a aferrarse, en fe sencilla, a esa palabra que est� para siempre en el cielo; tenerlo escondido en el coraz�n como poder vivo y autoridad en el alma, algo que nos sostendr�, aunque el coraz�n y la carne desfallezcan, y aunque no tuvi�ramos el semblante o el apoyo de un ser humano. �Toda carne es como hierba, y toda la gloria del hombre como flor de hierba.

La hierba se seca, y su flor se cae; mas la palabra del Se�or permanece para siempre. Y esta es la palabra que os es anunciada por el evangelio� ( 1 Pedro 1:24-25 ).

�Qu� precioso es esto! �Qu� consuelo y consuelo! �Qu� estabilidad y qu� descanso! �Qu� verdadera fuerza, victoria y elevaci�n moral! No est� dentro del alcance del lenguaje humano exponer la preciosidad de la palabra de Dios, o definir, en t�rminos adecuados, el consuelo de saber que la misma palabra que permanece para siempre en el cielo, y que perdurar� a lo largo de la incontables edades de la eternidad, es lo que ha llegado a nuestros corazones en las buenas nuevas del evangelio, imparti�ndonos vida eterna, y d�ndonos paz y descanso en la obra consumada de Cristo, y un objeto perfectamente satisfactorio en Su adorable Persona.

Verdaderamente, mientras pensamos en todo esto, no podemos dejar de reconocer que cada aliento debe ser un aleluya. �As� ser�, dentro de poco y para siempre, todo el homenaje a Su Nombre incomparable!

Los vers�culos finales de nuestro cap�tulo presentan un pasaje particularmente conmovedor entre Mois�s y su Se�or, cuyo registro, tal como se da aqu�, est� en perfecta armon�a, como cabr�a esperar, con el car�cter de todo el libro de Deuteronomio. �Y en aquel tiempo rogu� al Se�or, diciendo: Se�or Dios, que has comenzado a mostrar a tu siervo tu grandeza, y tu mano poderosa; porque qu� Dios hay en el cielo o en la tierra, que pueda hacer seg�n tus obras y �Conforme a tu poder?, te ruego que me permitas pasar, y ver la buena tierra que est� al otro lado del Jord�n, aquel hermoso monte, y el L�bano.

Pero el Se�or se enoj� conmigo por causa de vosotros, y no quiso o�rme; y me dijo el Se�or: B�state t�; no me hables m�s de este asunto. Sube a la cumbre del Pisg�, y alza tus ojos al occidente, al norte, al sur y al oriente, y m�ralo con tus ojos, porque no pasar�s este Jord�n. Pero manda a Josu�, y an�malo, y fortal�celo; porque �l pasar� delante de este pueblo, y les har� heredar la tierra que t� ver�s.� (Vv. 23-28)

Es muy conmovedor encontrar a este eminente siervo de Dios urgiendo una petici�n que no pudo ser concedida. Anhelaba ver esa buena tierra m�s all� del Jord�n. La porci�n elegida por las dos tribus y media no pudo satisfacer su coraz�n. El deseaba plantar su pie sobre la herencia apropiada del Israel de Dios. Pero no iba a ser. Hab�a hablado imprudentemente con sus labios en las aguas de Meriba; y, por la promulgaci�n solemne e irreversible del gobierno divino, se le prohibi� cruzar el Jord�n.

Todo esto, la sierva amada de Cristo lo ensaya mans�simamente a los o�dos del pueblo. No les oculta el hecho de que el Se�or se hab�a negado a conceder su petici�n. Cierto, tuvo que recordarles que era por su cuenta. Eso era moralmente necesario para ellos escuchar. Aun as�, les dice, sin reservas, que Jehov� estaba enojado con �l; y que se neg� a escucharlo, se neg� a permitirle cruzar el Jord�n, y lo exhort� a renunciar a su cargo y nombrar a su sucesor.

Ahora bien, es muy edificante escuchar todo esto de labios del mismo Mois�s. Nos ense�a una excelente lecci�n, si tan solo estamos dispuestos a aprenderla. A algunos de nosotros nos resulta muy dif�cil confesar que hemos hecho o dicho algo malo, muy dif�cil de admitir ante nuestros hermanos, que hemos pasado por alto por completo la mente del Se�or, en cualquier caso particular. Somos cuidadosos con nuestra reputaci�n; somos quisquillosos y tenaces.

Y sin embargo, con extra�a inconsistencia, admitimos, o parecemos admitir, en t�rminos generales, que somos criaturas pobres, d�biles y errantes; y que, si se nos deja a nosotros mismos, no hay nada malo que podamos decir o hacer.

Pero una cosa es hacer la confesi�n general m�s humillante y otra muy distinta reconocer que, en alg�n caso dado, hemos cometido un grave error. Esta �ltima es una confesi�n que muy pocos tienen la gracia de hacer. Algunos casi nunca pueden admitir que han hecho algo malo.

No as� ese honrado servidor cuyas palabras acabamos de citar. �l, a pesar de su elevada posici�n como el llamado, confiable y amado siervo de Jehov� el l�der de la congregaci�n, cuya vara hab�a hecho temblar la tierra de Egipto, no se avergonz� de presentarse ante toda la asamblea de sus hermanos, y confesar su error , reconozca que hab�a dicho lo que no deb�a, y que hab�a instado fervientemente a una petici�n que Jehov� no pod�a conceder.

�Esto rebaja a Mois�s en nuestra estimaci�n? Muy al rev�s; lo eleva inmensamente. Es moralmente hermoso escuchar su confesi�n; ver con qu� mansedumbre inclina la cabeza ante los tratos gubernamentales de Dios; para marcar la generosidad de su actuaci�n hacia el hombre que iba a sucederle en su alto cargo. No hab�a rastro de celos o envidia; ninguna exhibici�n de orgullo mortificado. Con hermoso despojo, baja de su elevada posici�n, arroja su manto sobre los hombros de su sucesor y lo alienta a cumplir con santa fidelidad los deberes de ese alto cargo al que �l mismo tuvo que renunciar.

"El que se humilla ser� enaltecido". �Cu�n cierto fue esto en el caso de Mois�s! Se humill� a s� mismo bajo la poderosa mano de Dios. Acept� la santa disciplina que le impuso el gobierno divino. No pronunci� una palabra de murmullo ante el rechazo de su petici�n. Se inclina ante todo, y por eso fue exaltado a su debido tiempo. Si el gobierno lo mantuvo fuera de Cana�n, la gracia lo condujo a la cima del Pisga, desde donde, en compa��a de su Se�or, se le permiti� ver esa buena tierra, en todas sus hermosas proporciones, verla, no como heredada por Israel, sino como dada. de Dios.

El lector har� bien en reflexionar profundamente sobre el tema de la gracia y el gobierno. De hecho, es un tema muy importante y pr�ctico, y uno ampliamente ilustrado en las Escrituras, aunque muy poco entendido entre nosotros. Puede parecernos maravilloso, dif�cil de entender, que a alguien tan amado como Mois�s se le niegue la entrada a la tierra prometida. Pero en esto vemos la acci�n solemne del gobierno divino, y tenemos que inclinar la cabeza y adorar.

No era simplemente que Mois�s, en su capacidad oficial, o como representante del sistema legal, no pudiera traer a Israel a la tierra. Esto es cierto; pero no es todo. Mois�s habl� imprudentemente con sus labios. �l y su hermano Aar�n no glorificaron a Dios en presencia de la congregaci�n; y por esta causa, "Jehov� dijo a Mois�s y a Aar�n: Por cuanto no cre�steis en m�, para santificarme delante de los hijos de Israel, por tanto, no meter�is esta congregaci�n en la tierra que les he dado.

Y, de nuevo, leemos: "Habl� Jehov� a Mois�s ya Aar�n en el monte de Hor, en el t�rmino de la tierra de Edom, diciendo: Aar�n ser� reunido con su pueblo; porque no entrar� en la tierra que he dado a los hijos de Israel, por cuanto os rebelasteis contra mi palabra en las aguas de Meriba. Toma a Aar�n y a Eleazar su hijo, y ll�valos al monte de Hor; y despoja a Aar�n de sus vestiduras, y vu�lvelas a Eleazar su hijo; y Aar�n ser� reunido con su pueblo, y morir� all�".

Todo esto es de lo m�s solemne. Aqu� tenemos a los dos hombres principales de la congregaci�n, los mismos hombres que Dios hab�a usado para sacar a Su pueblo de la tierra de Egipto, con poderosas se�ales y prodigios "que Mois�s y Aar�n" hombres muy honrados por Dios; y sin embargo rehus� la entrada a Cana�n. �Y para qu�? Marquemos el motivo. "porque os rebelasteis contra mi palabra".

Que estas palabras penetren en nuestros corazones. Es cosa terrible rebelarse contra la palabra de Dios; y cuanto m�s elevada sea la posici�n de los que as� se rebelan, m�s grave es, en todos los sentidos, y m�s solemne y r�pido debe ser el juicio divino. "Porque como pecado de adivinaci�n es la rebeli�n, y como iniquidad e idolatr�a la obstinaci�n".

Estas son palabras de peso, y debemos meditarlas profundamente. Fueron pronunciadas a los o�dos de Sa�l, cuando no hab�a obedecido la palabra del Se�or; y as� tenemos ante nosotros ejemplos de un profeta, un sacerdote y un rey, todos juzgados, bajo el gobierno de Dios, por un acto de desobediencia. Al profeta y al sacerdote se les neg� la entrada a la tierra de Cana�n, y el rey fue privado de su trono simplemente porque desobedecieron la palabra del Se�or.

Recordemos esto. Nosotros, en nuestra fantas�a de sabidur�a, podr�amos considerar todo esto muy severo. �Somos jueces competentes? Esta es la gran pregunta, en todos estos asuntos. Cuid�monos de c�mo presumimos sentarnos en juicio sobre las promulgaciones del gobierno divino. Ad�n fue expulsado del para�so; Aar�n fue despojado de sus vestiduras sacerdotales; A Mois�s se le neg� severamente la entrada a Cana�n; y Sa�l fue privado de su reino; �y para qu�? �Fue por lo que los hombres llamar�an una ofensa moral grave, un pecado escandaloso? No; fue, en cada caso, por descuidar la palabra del Se�or.

Esto es lo serio que debemos tener ante nosotros, en este d�a de la voluntad humana en que los hombres se comprometen a establecer sus propias opiniones, a pensar por s� mismos, y juzgar por s� mismos, y actuar por s� mismos. Los hombres plantean con orgullo la pregunta: "�No tiene todo hombre derecho a pensar por s� mismo?" Respondemos, Ciertamente no. Tenemos derecho a obedecer. �Obedecer qu�? No los mandamientos de los hombres; no la autoridad de la llamada iglesia; no los decretos de los concilios generales; en una palabra, no cualquier autoridad meramente humana, ll�mese como quiera; sino simplemente la palabra del Dios vivo el testimonio del Esp�ritu Santo la voz de la Sagrada Escritura.

Esto es lo que justamente reclama nuestra obediencia impl�cita, inquebrantable e incuestionable. Ante esto debemos inclinar todo nuestro ser moral. No debemos razonar; no debemos especular; no debemos sopesar las consecuencias; no tenemos nada que ver con los resultados; no debemos decir "�Por qu�?" o "�Por qu�?" A nosotros nos corresponde obedecer y dejar todo lo dem�s en manos de nuestro Maestro.

�Qu� tiene que ver un siervo con las consecuencias? �Qu� negocio tiene �l para razonar en cuanto a los resultados? Es de la esencia misma de un sirviente hacer lo que se le dice, independientemente de todas las dem�s consideraciones.

Si Ad�n hubiera recordado esto, no habr�a sido expulsado del Ed�n. Si Mois�s y Aar�n lo hubieran recordado, podr�an haber cruzado el Jord�n; si Sa�l lo hubiera recordado, no habr�a sido privado de su trono. Y as�, a medida que avanzamos a lo largo de la corriente de la historia humana, vemos ilustrado este importante principio, una y otra vez; y podemos estar seguros de que es un principio de importancia permanente y universal.

Y, recu�rdese, no debemos intentar debilitar este gran principio con ning�n razonamiento basado en el conocimiento previo de Dios de todo lo que iba a suceder, y todo lo que el hombre har�a, en el transcurso del tiempo. Los hombres razonan de esta manera, pero es un error fatal. �Qu� tiene que ver la presciencia de Dios con la responsabilidad del hombre? �Es el hombre responsable o no? Esta es la pregunta. Si, como creemos con toda certeza, lo es, entonces no se debe permitir que nada interfiera con esta responsabilidad.

El hombre est� llamado a obedecer la clara palabra de Dios; �l es, de ninguna manera, responsable de conocer los prop�sitos y consejos secretos de Dios. La responsabilidad del hombre descansa sobre lo que se revela, no sobre lo que es secreto. �Qu�, por ejemplo, sab�a Ad�n acerca de los planes y prop�sitos eternos de Dios, cuando fue colocado en el jard�n de Ed�n y se le prohibi� comer del �rbol del conocimiento del bien y del mal? �Su transgresi�n, de alguna manera, fue modificada por la estupenda hecho de que Dios aprovech� la ocasi�n, de esa misma transgresi�n, para mostrar, a la vista de todas las inteligencias creadas, Su glorioso plan de redenci�n a trav�s de la sangre del Cordero? Claramente no.

Recibi� un mandamiento claro; y por ese mandamiento su conducta deber�a haber sido absolutamente gobernada. Desobedeci� y fue expulsado del para�so a un mundo que, durante casi seis mil a�os, ha exhibido las terribles consecuencias de un solo acto de desobediencia: el acto de tomar el fruto prohibido.

Cierto es, bendito sea Dios, que la gracia ha venido a este pobre mundo azotado por el pecado y ha cosechado una cosecha que nunca podr�a haber sido cosechada en los campos de una creaci�n no ca�da. Pero el hombre fue juzgado por su transgresi�n. Fue expulsado por la mano de Dios en el gobierno; y, por una promulgaci�n de ese gobierno, ha sido obligado a comer el pan con el sudor de su frente. "Todo lo que un hombre" no importa qui�n "sembrare, eso tambi�n segar�".

Aqu� tenemos la declaraci�n condensada del principio que recorre toda la palabra y se ilustra en cada p�gina de la historia del gobierno de Dios. Exige nuestra m�s seria consideraci�n. Lo es, �ay! pero poco entendido. Permitimos que nuestras mentes caigan bajo la influencia de ideas unilaterales y, por lo tanto, falsas de la gracia, cuyo efecto es muy pernicioso. La gracia es una cosa y el gobierno es otra.

Nunca deben confundirse. Quisi�ramos grabar seriamente en el coraz�n del lector el hecho de peso de que la manifestaci�n m�s magn�fica de la gracia soberana de Dios nunca puede interferir con las solemnes promulgaciones de Su gobierno.

Información bibliográfica
Mackintosh, Charles Henry. "Comentario sobre Deuteronomy 3". Notas de Mackintosh sobre el Pentateuco. https://beta.studylight.org/commentaries/spa/nfp/deuteronomy-3.html.
 
adsfree-icon
Ads FreeProfile