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1 Corintios 4

Comentario Bíblico de SermónComentario Bíblico de Sermón

Versículo 1

1 Corintios 4:1

I. Considere lo que realmente significa hablar del trabajo humano como un "ministerio de Dios". La concepci�n de un ministerio de Dios subyace en todo nuestro sistema de pensamiento y expresi�n, aflorando una y otra vez en formas, cuyo significado est� medio olvidado. Pero rara vez, quiz�s, nos damos cuenta de que, despu�s de todo, es la �nica concepci�n que hace que valga la pena actuar o vivir. La creencia de que la acci�n del hombre es un ministerio de Dios es a la que debemos llegar por fin, porque es la �nica que explica todos los hechos y responde a todas las necesidades de nuestra compleja vida.

II. El advenimiento de Cristo con gran humildad es, de hecho, la carta del amor infinito de Dios; pero es tambi�n el fundamento de la inalienable dignidad del hombre. Piense en c�mo el primer gran misterio de la Encarnaci�n nos muestra la verdad casi inconcebible de que en la regeneraci�n de la humanidad a la vida espiritual, incluso el poder todopoderoso de Dios necesitaba la cooperaci�n de la humanidad. Piense en c�mo la revelaci�n del Hijo del Hombre en cada punto mostr� que la obra de la voluntad humana con la Divina era la esencia de la obra real de salvaci�n.

Desde el d�a de Pentecost�s hasta el tiempo presente, �no es a trav�s de la agencia humana que le agrada trabajar? El mismo llamado a propagar Su evangelio implica la verdad de que podemos ser que debemos ser ministros de Cristo. S� que meros ministros est�n obligados simplemente a hacer Su voluntad y dejarle los asuntos a �l; pero todav�a verdaderamente Sus ministros, cada uno con una verdadera obra que hacer, que s�lo �l puede hacer.

III. "Mayordomos de los misterios de Dios". Este es un t�tulo de dignidad, no de humildad. Tenemos que hacer uso, en cierto sentido, de influir en los misteriosos poderes de Dios. "Se requiere de los mayordomos que un hombre sea hallado fiel". Es ser fiel en perfecta confianza, fiel en la obediencia inquebrantable, fiel en la devoci�n desinteresada, fiel en la verdad inmaculada. Dios nos conceda que seamos tan fieles en el gran d�a.

Obispo Barry, Christian World Pulpit, vol. ix., p�g. 49.

1 Corintios 4:1

I. �Cu�l es el significado de la palabra "misterio" en el Nuevo Testamento? Se utiliza para describir no una fantas�a, ni una contradicci�n, ni una imposibilidad, sino siempre una verdad, pero una verdad que ha estado o que est� m�s o menos oculta. Un misterio es una verdad, un hecho. La palabra nunca se aplica a otra cosa ni a menos; nunca a una fantas�a, nunca a una imposibilidad, nunca a una contradicci�n reconocida, nunca a una especie de irrealidad vaga.

Pero es un hecho o una verdad parcialmente oculta. Las verdades son de dos clases, ambas verdades y, como tales, igualmente ciertas; pero difieren en que las aprehendemos de manera diferente. Hay algunas verdades sobre las que el ojo de la mente descansa directamente, as� como el ojo del cuerpo descansa sobre el sol en un cielo despejado; y hay otras verdades de la realidad de las cuales la mente est� segura al ver algo m�s que le satisface que est�n all�, as� como el ojo corporal ve el rayo fuerte que se derrama en una corriente de brillantez desde detr�s de la nube y le informa a el entendimiento de que si s�lo se quitara la nube, se ver�a el sol mismo.

Ahora, los misterios en religi�n, como usamos com�nmente la palabra, son de esta descripci�n; vemos lo suficiente para saber que hay m�s que no vemos, y mientras en este estado de existencia no veremos directamente, vemos el rayo que implica el sol detr�s de la nube. Y as� mirar la verdad aparente, que ciertamente implica una verdad que no es aparente, es estar en presencia del misterio.

II. La ciencia no exorciza el misterio de la naturaleza; s�lo quita su frontera, en la mayor�a de los casos, un paso m�s atr�s. Aquellos que conocen la mayor parte de la naturaleza est�n m�s impresionados, no por los hechos que pueden explicar y razonar, sino por los hechos que no pueden explicar y que saben que est�n m�s all� del alcance de la explicaci�n. Y el credo misterioso de la cristiandad se corresponde con la naturaleza. Despu�s de todo, es posible que nos disguste y resentimos el misterio en nuestro estado de �nimo inferior y cautivo, a diferencia de los estados de �nimo mejores y reflexivos; pero sabemos al reflexionar que es el manto inevitable de una revelaci�n real del Ser Infinito, y que si las grandes verdades y ordenanzas del cristianismo se difuminan como lo hacen en regiones donde no podemos esperar seguirlas, esto es solo lo que fue como era de esperar si el cristianismo es lo que dice ser.

HP Liddon, Penny Pulpit, No. 1152.

I. �Cu�les fueron las funciones distintivas del ministerio cristiano? Para obtener una respuesta satisfactoria a esta pregunta, debemos consultar con toda honestidad el Nuevo Testamento en cuanto a la idea primitiva del ministerio y los t�rminos utilizados para describir su oficio, y no dejarnos enredar en la fraseolog�a t�cnica que una teolog�a posterior , no siempre adhiri�ndose a la idea primitiva, sino superponi�ndola con falsas analog�as y, posteriormente, mediante ambiciosas suposiciones de se�or�o sobre la herencia de Dios, introducida.

Abordando la cuesti�n, entonces, en primera instancia desde el lado negativo, podemos constatar que los libros del Nuevo Testamento se abstienen claramente de emplear para el nuevo ministerio de la Iglesia cristiana el lenguaje que se hab�a utilizado para describir a los ministros de religi�n de el sistema Mosaico. Los ministros cristianos nunca son llamados en el Nuevo Testamento sacerdotes (??????), es decir, si vamos a adoptar la definici�n dada por el escritor de la Ep�stola a los Hebreos, "personas tomadas de entre los hombres, ordenadas para hombres en cosas que pertenecen a Dios, para que ofrezcan dones y sacrificios por los pecados.

"El t�rmino ??????, u oferente de sacrificios, se emplea repetidamente para los sacerdotes paganos y los sacerdotes jud�os, pero nunca para los oficiales cristianos. Dondequiera que se reconozca que la idea del sacerdocio en su sentido de ???????? tiene lugar en la Iglesia cristiana, es aplicado a todo el pueblo cristiano y no especialmente a los oficiales autorizados Jesucristo los ha hecho a todos reyes y sacerdotes para Dios y su Padre.

Todos forman un sacerdocio espiritual para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo. Estos sacrificios espirituales son oraciones, alabanzas, acciones de gracias o, por otro lado, son "nosotros mismos, nuestras almas y cuerpos", la ofrenda racional, no material, y el todo. La congregaci�n de cristianos tienen pleno derecho, as� como un deber ineludible, de ofrecerlos.

II. La determinaci�n del lado negativo de la doctrina b�blica del ministerio nos permite avanzar con ventaja hacia el lado positivo. Y all� nos encontramos casi avergonzados por la multitud de t�rminos que se utilizan para describir las funciones ministeriales. A los que est�n en una posici�n de autoridad sobre sus hermanos se les llama mensajeros, embajadores, pastores, maestros, predicadores de la palabra, gobernantes, superintendentes, ministros, mayordomos.

Cada t�rmino representa alg�n aspecto variable de los oficiales cristianos y les sugiere los deberes correspondientes. La idea central del ministerio cristiano parece ser la proclamaci�n de la palabra del evangelio con todas sus m�ltiples y vivificantes aplicaciones a los intelectos, corazones y conciencias de los hombres, m�s que una administraci�n de un ceremonial y ritual externo. Es una alta misi�n espiritual y moral de Cristo que se encarga a los oficiales ordenados de la Iglesia.

Mantener viva la creencia de un Dios supremo, el Creador y Defensor y Causa Final del universo, en medio del sensualismo y materialismo de una civilizaci�n compleja, para evocar los sentimientos de amor, confianza y adoraci�n hacia �l, para sostener a Jesucristo Su Hijo �nico como la m�s completa revelaci�n en forma humana del Padre Todopoderoso, para revelar los misterios de Su encarnaci�n, los resultados perdurables de Su vida y ministerio y pasi�n y resurrecci�n, para invitar a los hombres a imitar, en la medida de lo posible en su fragilidad, el ideal incomparable de bondad y justicia y pureza y caridad exhibidas en �l, para proclamar la hermandad de todos los hombres en �l, el Redentor del mundo, para se�alar a los hombres como el Libertador del pecado y el Consolador del sufrimiento, para ayudar a sus hermanos a vivir el La vida cristiana con el ejemplo, el precepto y la doctrina,esta es la funci�n gloriosa del ministerio cristiano.

W. Ince, Oxford and Cambridge Journal, 31 de enero de 1878.

Referencias: 1 Corintios 4:1 . JM Neale, Sermones en una casa religiosa, segunda serie, vol. i., p�g. 238; G. Moberly, Plain Sermons at Brighstone, p�g. 123; A. Barry, Christian World Pulpit, vol. ix., p�g. 49; HP Liddon, Ib�d., Vol. xxvi., p�g. 385; Preacher's Monthly, vol. ii., p�g. 150. 1 Corintios 4:1 ; 1 Corintios 4:2 .

Revista del cl�rigo, vol. iii., p�g. 80; vol. v., p�gs. 271, 272; PlainSermons por contribuyentes a "Tracts for the Times", vol. i., p�g. 303. 1 Corintios 4:1 . FW Robertson, Lectures on Corinthians, p�g. 54. 1 Corintios 4:2 . C. Garrett, Consejos amorosos, p�g. 1.

Versículo 3

1 Corintios 4:3

El juicio de nuestros semejantes sobre nuestros actos y nuestro car�cter es, pr�cticamente hablando, un acompa�amiento inevitable de la vida humana.

I. Los juicios humanos mantienen el orden en el mundo del pensamiento y en el mundo de la conducta un cierto tipo de orden, en todo caso. (1) No se equivocan, por ejemplo, cuando se les enfrenta cara a cara con un gran crimen p�blico que, como tal, es patente, ya sea para la conciencia natural o cristiana. Tomemos, por ejemplo, cr�menes como la masacre de San Bartolom� o la masacre de Glencoe.

En la actualidad, ning�n escritor de car�cter, de ninguna convicci�n, ni en ning�n pa�s, se atrever�a a defender estos actos. A la luz de la conciencia natural del hombre, a la luz de los principios del evangelio de Cristo, son condenados irrevocablemente. (2) Una vez m�s, el juicio com�n del hombre no se equivoca cuando se pronuncia sobre los actos m�s personales de un individuo, suponiendo que est�n bien atestiguados.

La traici�n de nuestro Se�or por Judas es un acto sobre el car�cter del cual todos los hombres pueden pronunciar un juicio. Un ingenioso escritor de la �ltima generaci�n trat� de demostrar que, despu�s de todo, Judas no era tan malo. La conciencia del hombre escucha por un momento estas ingeniosas audacias. Escucha; quiz�s est� indignado; quiz�s sonr�e; pasa; los olvida. (3) Una vez m�s, el juicio del hombre se aventura, a veces, un paso m�s all� para pronunciarse con reservas sobre el car�cter. Estos juicios son inciertos, provisionales y parciales.

II. San Pablo tiene m�s de una raz�n para tratar las conclusiones de los corintios como algo muy peque�o. (1) El juicio de Corinto sobre �l fue como el boceto de un retratista en una primera sesi�n. Todav�a no hab�an tenido tiempo de aprender lo que les habr�a ense�ado un conocido m�s largo. (2) Esta estimaci�n fue extra�amente sesgada. Lo que llamaron juicio era, en realidad, un prejuicio formulado.

(3) Los corintios estaban juzgando un punto que no ten�an medios reales de investigar. (4) San Pablo no sinti� ni afect� la indiferencia ante la cuesti�n de si era o no fiel. En asuntos del alma ir�a directo a la fuente de la justicia absoluta. "El que me juzga es el Se�or". El conocimiento de que ese juicio estaba sucediendo d�a a d�a, el conocimiento de que ser�a proclamado desde el cielo en lo sucesivo lo alivi� de toda ansiedad en cuanto a la opini�n que pudiera pronunciarse sobre �l en Corinto. "Para m� es una cosa muy peque�a que yo sea juzgado por ti, o por el juicio de los hombres".

HP Liddon, Penny Pulpit, No. 995.

Referencia: 1 Corintios 4:3 . JM Neale, Sermones en una casa religiosa, segunda serie, vol. i., p�g. 190.

Versículos 3-4

1 Corintios 4:3

La relaci�n del cristiano con la opini�n p�blica.

Nota:

I. Que San Pablo fue juzgado desfavorablemente en este momento en el tribunal de la opini�n p�blica de la iglesia de Corinto. La expresi�n "opini�n p�blica" describe el fondo com�n de pensamiento que pertenece a un n�mero mayor o menor de seres humanos asociados. Cada pueblo, cada pueblo, cada ciudad, tiene su opini�n p�blica, su propia forma caracter�stica de tratar con la gente y las cosas que la rodean. Y, como sociedades terrenales, las iglesias tienen una opini�n p�blica propia, creada primero por sus miembros, y que, a su vez, los controla.

Y esta opini�n p�blica de la iglesia no tiene certeza de que siempre y en todas partes sea justa. San Pablo se enfrent� cara a cara con una secci�n de esta opini�n en Corinto cuando escribi�: "Para m� es una cosa muy peque�a que yo sea juzgado por ti o por el juicio de los hombres.

II. San Pablo no se molesta en ocultar su perfecta independencia de la opini�n hostil de los corintios. No es que podamos suponer que le haya gustado sentir o proclamar esta independencia, porque era un hombre de r�pida simpat�a, que se regocijaba si pod�a estar seguro del amor de sus conversos y no le importaba ocultar cu�nto podr�a hacer para promover o estropear su felicidad personal.

Pero, tal como estaban las cosas, hizo a un lado todo un mundo de sentimientos internos para decir que no le preocupaba el juicio de ellos sobre su fidelidad apost�lica. "Para m�", dijo, "es una peque�a cosa que yo sea juzgado por ti, o por el juicio de un hombre".

III. Note cu�l fue la consideraci�n que sostuvo a San Pablo en su consciente oposici�n a la opini�n de los cristianos corintios. Hablaba como desde una atm�sfera superior, que ya lo estaba alejando del alcance de estas voces humanas. Habl� como desde el vest�bulo de una c�mara de presencia Divina. En la medida en que un hombre es leal a la verdad conocida y al deber conocido, afirma su hombr�a; y no con petulancia o desprecio, no con indiferencia o enojo, por lo tanto es elevado aunque sea levantado en una cruz elevada por encima de la opini�n del mundo.

Es una peque�a cosa que sea juzgado desfavorablemente por ello, porque en esa presencia superior no se atreve a juzgarse a s� mismo en absoluto, y sin embargo cree que sus intenciones son aceptadas por la justicia y la caridad de su Dios.

HP Liddon, Penny Pulpit, No. 855.

Referencias: 1 Corintios 4:3 ; 1 Corintios 4:4 . T. Arnold, Sermons, vol. i., p�g. 155; Revista del cl�rigo, vol. v., p�g. 272. 1 Corintios 4:4 .

Preacher's Monthly, vol. ii., p�g. 258. 1 Corintios 4:5 . Revista del cl�rigo, vol. vii., p�g. 285; JW Reeve, Penny Pulpit, No. 3271. 1 Corintios 4:7 . Spurgeon, Sermons, vol. v., n�m. 262; vol. xxii.

, No. 1271; vol. xxiv., n� 1392; T. Gasquoine, Christian World Pulpit, vol. xxv., p�g. 168; HP Liddon, University Sermons, segunda serie, p�g. 18. 1 Corintios 4:7 . FW Robertson, Lectures on Corinthians, p�g. 62; J. Edmunds, Sermones en una iglesia de aldea, p�g. 265. 1 Corintios 4:11 .

Homilista, nueva serie, vol. i., p�g. 126. 1 Corintios 4:14 . HD Rawnsley, Ib�d., Vol. xxxii., p�g. 186. 1 Corintios 4:15 . HP Liddon, P�lpito de la Iglesia de Inglaterra, vol. xix., p�g. 253. 1 Corintios 4:15 .

L. Abbott, Christian World Pulpit, vol. xxxi., p�g. 228. 1 Corintios 4:18 . FO Morris, Ib�d., Vol. xvii., p�g. 185.

Versículo 20

1 Corintios 4:20

La mente espiritual.

�C�mo somos mejores por ser miembros de la Iglesia cristiana?

I. Si quisi�ramos formarnos una noci�n justa de hasta qu� punto estamos influenciados por el poder del evangelio, evidentemente debemos dejar de lado todo lo que hacemos simplemente imitando a otros y no por principios religiosos. La obediencia que condeno como falsa puede llamarse obediencia por costumbre. �C�mo seremos mejores o peores, si hemos admitido en nuestra mente de manera pasiva ciertas opiniones religiosas y nos hemos acostumbrado a las palabras y acciones del mundo que nos rodea?

II. Es posible que hayamos recibido el reino de Dios en un sentido m�s elevado que en palabras meramente, y sin embargo no en un sentido real en el poder: en otras palabras, nuestra obediencia puede ser en alg�n tipo de religi�n y, sin embargo, dif�cilmente merece el t�tulo de cristiana. Para ser cristianos, ciertamente no es suficiente ser lo que se nos ordena ser, y debemos ser, incluso sin Cristo; no lo suficiente para no ser mejores que los buenos paganos; no lo suficiente para ser, en cierta medida, justo, honesto, moderado y religioso.

No deseo asustar a los cristianos imperfectos, sino guiarlos, abrir sus mentes a la grandeza de la obra que tienen ante ellos, disipar las opiniones exiguas y carnales en las que el evangelio les ha llegado para advertirles que nunca deben estar contentos con ellos mismos, o quedarse quietos y relajar sus esfuerzos, pero deben continuar hacia la perfecci�n.

III. Entonces, �qu� es lo que les falta? Observe en qu� aspectos la obediencia superior es diferente de ese grado inferior de religi�n que podemos poseer sin entrar en la mente del evangelio. (1) En su fe que no se pone simplemente en Dios, sino en Dios manifestado en Cristo. (2) Luego, debemos adorar a Cristo como nuestro Se�or y Maestro, amarlo como nuestro Redentor m�s misericordioso. (3) Adem�s, por Su causa debemos aspirar a una vida noble e inusual, perfeccionando la santidad en Su temor, destruyendo nuestros pecados, dominando toda nuestra alma y llev�ndola cautiva a Su ley.

Esto es ser cristiano: un don que se describe f�cilmente, y en pocas palabras, pero que s�lo se alcanza con miedo y mucho temblor; prometido en verdad, y en una medida concedida de inmediato a todo el que lo pida, pero no asegurado hasta despu�s de muchos a�os y nunca en esta vida plenamente realizado.

JH Newman, Parochial and Plain Sermons, vol. i., p�g. 72.

I. �Cu�l es la distinci�n entre el reino de palabra y el reino de poder? Aquellos de la especie humana que no se someten al Se�or y Su Ungido se ramifican en dos corrientes. Una divisi�n adopta una falsedad y le conf�a un poder real; la otra divisi�n hace profesi�n de la verdad, pero s�lo profesi�n. En contraste con cualquier forma de error, la Iglesia del Dios viviente se distingue por la uni�n de la verdad y el poder.

Los cristianos proclaman al Rey correcto y le rinden una verdadera obediencia. Abundan las apariencias falsas. Un reino de palabras, desprovisto de poder, se extiende por la tierra y enga�a al pueblo. En gran medida se ha pose�do el reino de Dios, pero la palabra que lo posee es una palabra vac�a. Los hombres no soportar�n la carga de un reino real, no se someter�n a la autoridad de un Rey real. Aquellos que permiten que la falsedad ejerza el poder real de su vida son lo suficientemente agudos como para percibir que no nos rendimos a la verdad que profesamos.

II. �Qu� es el reino en el poder? (1) El instrumento del poder es la verdad revelada. Las Escrituras, en relaci�n con el reino de Dios, constituyen la carga que contiene y transporta el agua. (2) La esencia del poder es Cristo. Aqu� est� la fuente de toda la fuerza que, mediante la predicaci�n de la verdad, puede ejercerse sobre el coraz�n y la vida de los hombres. La palabra y las ordenanzas est�n listas para transmitir el poder, pero la redenci�n que hay en Cristo es el poder que debe llevarse al coraz�n de los hombres y dejarse llevar.

Si esto no los mueve, nunca se mover�n. (3) La aplicaci�n del poder es efectuada por el ministerio del Esp�ritu. Cuando el enemigo entra como un diluvio, el Esp�ritu del Se�or levanta un estandarte contra �l. Por lo tanto, el reino de Cristo se mantiene hasta que �l regrese. (4) Los efectos de este poder son grandes y variados. ( a ) Somete, ( b ) consuela, ( c ) recauda tributos. Entr�guense como instrumentos de justicia, mediante los cuales puedan llevarse a cabo las operaciones del reino. Ustedes no son suyos; El que te compr� no solo reclama lo tuyo, sino tambi�n a ti.

W. Arnot, Roots and Fruits, p�g. 285.

Mira el tema:

I. En relaci�n con la vida cristiana individual. Una cosa es sentir el poder de Dios en el alma, y ??otra es poder reivindicar doctrinas y establecer una gran obra visible de servicio. Los hombres no siempre pueden hacerse justicia a s� mismos al hablar, pero donde hay pocas palabras puede haber verdadero poder. Por otro lado, los hombres pueden tener una gran facilidad para hablar, pero sus corazones pueden estar parcialmente bajo el dominio divino.

Un hombre debe ser siempre m�s grande que sus palabras. Por elocuente que sea su discurso, su vida deber�a ser m�s profunda, m�s amplia y m�s divina de lo que cualquier palabra pueda revelar. Es posible, tambi�n, que de las palabras m�s pobres se derrame una vida irresistible, convincente y bendita, como de la zarza de Horeb flame� una gloria que no es de la tierra, y de las vestiduras del Nazareno transfigurado. brillaba un resplandor m�s espl�ndido que el fuego del sol.

Un hombre no debe ser juzgado por la pobreza de sus palabras, sino por el poder moral de su vida. La sencillez de sus motivos, la nobleza de su temperamento, la pureza de su conversaci�n, su paciencia, la dulzura, la catolicidad, la abnegaci�n, son los signos convincentes de que en su coraz�n est�n asentados los pilares del trono de Dios.

II. En su relaci�n con las organizaciones de la Iglesia o los m�todos individuales de servicio cristiano. Supongo que no podemos escapar del todo a cierto grado de oficialismo en nuestra vida religiosa, pero es de temer que el socialismo no siempre se mantenga dentro de los l�mites de nuestra espiritualidad. No podemos tener demasiada predicaci�n del tipo correcto. La verdad divina es poder divino. Abra cada p�lpito y permita que el evangelio sea declarado de muchas maneras, por muchos medios; no podemos tener demasiada exposici�n de la verdad divina o demasiada aplicaci�n de la apelaci�n divina; pero s�lvanos de la piadosa frivolidad, las mentiras elogiosas, la cort�s hipocres�a y la ambiciosa escalada de una plataforma degenerada.

III. En relaci�n a la controversia religiosa, tomando el t�rmino controversia en su sentido m�s amplio. A este respecto, conviene a los maestros cristianos recordar con especial cuidado que "el reino de Dios no es en palabras, sino en poder. Trabajando en el nombre de Jesucristo, demos vista a los ciegos, oyendo a los sordos y salud a los enfermos, y que estas obras sean nuestra respuesta al desaf�o del escarnecedor, a la risa del necio.

Constantemente debemos tener exposici�n de grandes principios, ocasionalmente debemos tener defensa; pero el negocio de nuestra vida es mostrar las obras poderosas y maravillosas de Dios. Las armas de nuestra guerra no son carnales. Un hombre vivo es el mejor argumento para aquellos que se oponen al cristianismo. No pensemos que es necesario defender cada punto de nuestra fe con una elaborada preparaci�n en palabras. Sigamos con los asuntos del Maestro, y en el esp�ritu de nuestro Maestro llevemos la luz a los lugares de oscuridad, levantando a los que no tienen ayuda, haciendo que los hombres sientan que hay un esp�ritu Divino en nosotros; y al hacer esto, responderemos a toda controversia y objeci�n con la beneficencia de la vida, y haciendo el bien, silenciaremos la ignorancia de los necios.

Parker, City Temple, 1870, p�g. 110.

Referencias: 1 Corintios 4:20 . Preacher's Monthly, vol. iv., p�g. 367; Nuevos bosquejos del testamento, p�g. 127. 1 Corintios 5:1 . Expositor, primera serie, vol. iii., p�g. 355. 1 Corintios 5:1 .

FW Robertson, Lectures on Corinthians, p�g. 80. 1 Corintios 5:3 . FD Maurice, Sermons, vol. VIP. 49. 1 Corintios 5:6 . T. Armstrong, Parochial Sermons, p�g. 45; W. Landels, Christian World Pulpit, vol.

iv., p�g. 371. 1 Corintios 5:6 ; 1 Corintios 5:7 . FW Aveling, Ib�d., Vol. xiv., p�g. 121. 1 Corintios 5:6 . Spurgeon, Sermons, vol.

xvi., n�m. 965; Homiletic Quarterly, vol. iii., p�g. 336; RS Candlish, El evangelio del perd�n, p. 338. 1 Corintios 5:7 . Spurgeon, Sermons, vol. ii., n�m. 54; Trescientos contornos, p�g. 141; Homiletic Quarterly, vol. v., p�g. 8.

Información bibliográfica
Nicoll, William R. "Comentario sobre 1 Corinthians 4". "Comentario Bíblico de Sermón". https://beta.studylight.org/commentaries/spa/sbc/1-corinthians-4.html.