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1 Tesalonicenses 5

Comentario Bíblico de SermónComentario Bíblico de Sermón

Versículos 1-8

1 Tesalonicenses 5:1

I.El Ap�stol, habiendo revelado mucho en los vers�culos anteriores acerca de la segunda venida del Se�or, y las respectivas partes de su gloria que recaer�n en los de su pueblo que entonces duermen, y los que entonces est�n vivos y permanezcan, y habiendo demostrado que una clase no ser� m�s favorecida que la otra, procede ahora a declarar a sus lectores que, teniendo ese conocimiento seguro, tienen suficiente.

No es para ellos, con un esp�ritu de mera curiosidad, fisgonear en los tiempos y estaciones en que estas cosas suceder�n. Cristo ha querido que, seguros de su eventual llegada, permanezcamos en la incertidumbre en cuanto a su momento destinado.

II. El camino del pueblo de Dios es como una luz brillante. Entonces, no puede ser que ese d�a los sorprenda como ladr�n; el d�a del Se�or, amado y anhelado, nunca puede llegar a ellos como algo desagradable, desagradable, temido. La misma declaraci�n de su car�cter y privilegio es, por lo tanto, por parte del Ap�stol, un sincero llamamiento que se les dirige. Para aquellos que est�n alerta, sobrios, armados, la promesa del Salvador se cumplir� por fin, cuando �l venga en Su gloria: "Os ver� otra vez, y se gozar� vuestro coraz�n, y nadie os quitar� vuestro gozo".

J. Hutchison, Lectures on Thessalonians, p�g. 189.

Referencias: 1 Tesalonicenses 5:2 . RDB Rawnsley, Village Sermons, primera serie, p�g. 159; HP Liddon, Advent Sermons, vol. i., p�g. 368. 1 Tesalonicenses 5:4 . FW Farrar, Christian World Pulpit, vol.

xxii., p�g. 1; HW Beecher, Ib�d., Vol. xxvi., p�g. 27; RH Newton, Ib�d., Vol. xxviii., p�g. 378. 1 Tesalonicenses 5:5 . A. Macleod, Hablando con los ni�os, p�g. 93. 1 Tesalonicenses 5:6 .

Spurgeon, Sermons, vol. ii., n�m. 64; vol. iii., n�m. 163; vol. xvii., n� 1022; Ib�d., Morning by Morning, p�g. sesenta y cinco; Homiletic Quarterly, vol. iv., p�g. 137. 1 Tesalonicenses 5:7 ; 1 Tesalonicenses 5:8 . TH Pattison, Christian World Pulpit, vol. iii., p�g. 380.

Versículo 8

1 Tesalonicenses 5:8

El trabajo y la armadura de los ni�os del d�a.

I. Primero, este mandato central, en el que se recoge toda la ense�anza moral extra�da de la segunda venida de Cristo: "Seamos sobrios". Ahora, supongo que no debemos omitir por completo ninguna referencia al significado literal de esta palabra. El contexto parece mostrar eso por su referencia a la noche como la temporada para las org�as de borrachos. Pero, pasando de eso, pasemos al tema superior que evidentemente interesa principalmente al Ap�stol.

�Cu�l es el significado de la exhortaci�n "Sed sobrios"? Bueno, primero d�jame decirte lo que creo que no es el significado de eso. No significa una ausencia sin emociones de fervor en su car�cter cristiano. Paul, el mismo hombre que aqu� exhorta a la sobriedad, fue el tipo de entusiasta durante toda su vida. As� que Festo pens� que estaba loco, e incluso en la Iglesia de Corinto hab�a algunos a quienes, en su fervor, parec�a estar "fuera de s�". La exhortaci�n significa, como yo lo entiendo, principalmente esto: el principal deber cristiano de moderarse en el uso y el amor de todos los tesoros y placeres terrenales.

II. En segundo lugar, hay un motivo que respalda y refuerza esta exhortaci�n. "Seamos los del d�a" o, como dice la Versi�n Revisada un poco m�s enf�tica y correctamente, "Seamos sobrios, como somos del d�a". "Vosotros sois los hijos del d�a". Hay una direcci�n especialmente en la que el Ap�stol piensa que esa consideraci�n debe decir, y es la direcci�n de su autocontrol.

�Nobleza obliga! La aristocracia no est� obligada a hacer nada bajo o deshonroso. Los hijos de la luz no deben mancharse las manos con nada sucio. El aposento y el desenfreno, el sue�o y la embriaguez, la complacencia en los apetitos de la carne, todo lo que puede ser apropiado para la noche, es limpio incongruente con el d�a.

III. Por �ltimo, mi texto nos indica un m�todo mediante el cual se puede cumplir este gran precepto: "Vestirse con la coraza de la fe y del amor, y como casco la esperanza de la salvaci�n". Y de la misma manera, el cultivo de la fe, la caridad y la esperanza es el mejor medio para asegurar el ejercicio de un autocontrol sobrio.

A. Maclaren, El ministerio de un a�o, primera serie, p�g. 29.

El deber de la seriedad.

Para alcanzar una verdadera alegr�a cristiana, debemos aprender a ser serios, a ser sobrios.

I. Los dos grandes elementos indispensables para la existencia de un car�cter realmente grandioso son la elasticidad y la firmeza: la elasticidad, sin la cual el hombre queda aplastado por cada leve falla; y perseverancia, sin la cual se desviar� de su prop�sito por motivos indignos, y se ver� tentado a olvidar el fin de sus esfuerzos en la contemplaci�n de los medios por los cuales podr�an alcanzarse. Para mantener viva esta elasticidad, un hombre debe saber c�mo ser sabiamente alegre; para mantener esta firmeza, debe saber c�mo estar sobrio.

II. Por tanto, la sobriedad cristiana debe basarse en una estimaci�n razonable de la importancia de la vida y la seriedad de todas las cosas aqu� abajo. El insignificante, que no tiene m�s ambici�n que divertirse, confunde el significado de todas las cosas de la tierra. Pero cuando un hombre se aferra al hecho de que Dios lo ama a �l y a todos los hombres, y que, con toda su debilidad e inconstancia, todav�a no se deja sin el apoyo de la gracia del Esp�ritu, aunque sea serio, no estar� triste.

La sobriedad cristiana y la alegr�a cristiana tienen sus fuentes una al lado de la otra en el alma devota y seria; y, como el Danubio y el Rin, que parten de lados diferentes del mismo glaciar, y luego divergen hasta el este del oeste, as� que estos dos, por mucho que parezcan estar en desacuerdo cuando toman una distancia separada Por supuesto, sin embargo, tienen sus verdaderas fuentes en una fe viva en Dios, y luego son m�s frescos, reales e inagotables cuando brotan de una fuente de amor confiado, en un coraz�n que descansa sobre la Roca de las Edades, y que, mientras tiene su control sobre la tierra, todav�a est� aspirando a ascender.

A. Jessopp, Norwich School Sermons, p�g. 236.

Referencia: 1 Tesalonicenses 5:8 . HW Beecher, Christian World Pulpit, vol. xxix., p�g. 148.

Versículos 9-10

1 Tesalonicenses 5:9

El nombramiento de Dios con respecto al hombre.

I. Note, primero, las personas a cuyo favor se hace el nombramiento de Dios. Son creyentes en Jes�s. La salvaci�n se limita a la fe en el cristianismo; y por lo tanto, el nombramiento de Dios que es para salvaci�n, debe estar sujeto a la misma limitaci�n.

II. La cita. Hay un doble aspecto: una visi�n negativa y una positiva. �l no nos ha designado para la ira, pero nos ha designado para obtener la salvaci�n por medio de Jesucristo. (1) �Ha designado a alguno para la ira? El contraste no es entre nosotros y los dem�s. El objeto del pasaje es dar consuelo y seguridad inefables al hijo de Dios, que no est� destinado a la ira, sino a la salvaci�n.

Aquellos que viven en pecado, aquellos que reh�san aceptar la misericordia de Dios, sin duda sufrir�n el castigo eterno. Esa es una verdad b�blica. Pero decir que Dios design� a hombres y mujeres, que ahora viven en la incredulidad y el pecado, antes de que aparecieran en esta tierra, para el castigo eterno, en virtud de su voluntad y prop�sito arbitrarios, es tan diferente como una cosa puede ser de otra, y es totalmente incompatible con nuestras ideas de la justicia, integridad y santidad de Dios.

(2) Hay una excepci�n. �No fue Jes�s destinado a la ira? Sobre �l fue puesta la iniquidad de todos nosotros. Se hizo responsable de ello. Se ofreci� a tomar nuestros pecados sobre s� mismo. �l sufri� para ense�arnos que el pecado y la maldici�n son inseparables, que donde est� el pecado hay, y debe haber, una maldici�n. Nuestro sustituto es Cristo; Fue sacrificado y muri� en la cruz por nosotros; �l llev� la peor parte de la ira de Dios, y solo a trav�s de �l podemos ver al Padre.

C. Molyneux, Penny Pulpit, nueva serie, No. 134.

Versículos 9-15

1 Tesalonicenses 5:9

I. Este pasaje, 1 Tesalonicenses 5:9 , tiene su inter�s y valor al mostrarnos que la primera y la �ltima de las ep�stolas paulinas coinciden en cuanto a las doctrinas centrales de la salvaci�n por medio de Cristo. En este pasaje, tenemos, envuelto en pocas palabras, de hecho, pero no menos realmente contenido en ellas, su �nica declaraci�n uniforme de salvaci�n a trav�s de Cristo, y Su muerte expiatoria.

II. "Por lo tanto," viendo que tal futuro, tal herencia de dicha est� en reserva, "consu�lense juntos" meditando amorosamente en ello, record�ndolo unos a otros, ayud�ndose unos a otros en la preparaci�n para ello, y as� "edificar a uno". otro." Se a�ade la cl�usula "como tambi�n vosotros". No sea que a sus amigos les parezca que la exhortaci�n tiene un ligero matiz de reproche, el Ap�stol la cierra con palabras de alabanza, y esta alabanza, este reconocimiento agradecido y cordial de su conducta cristiana, es un llamamiento m�s para ellos a�n m�s para Abundan en esta buena obra.

III. Y ahora, de acuerdo con su pr�ctica habitual, el Ap�stol cierra su ep�stola con una serie de exhortaciones generales, pero no diversas, en cuanto a detalles de conducta, sugeridas probablemente por el conocimiento que ten�a de ciertos defectos en la comunidad tesal�nica " siempre sigue lo que es bueno ". El objetivo que se propone al cristiano es el bien; el bien en todo el �mbito de la palabra el bien espiritual y tambi�n el temporal de los dem�s todo lo que en realidad puede ser beneficioso para ellos. Nuestros seguidores no solo deben ser entusiastas, deben ser regulares, persistentes e incesantes. El cumplimiento de este deber es el mayor privilegio del cristiano.

J. Hutchison, Lectures on Thessalonians, p�g. 201.

Referencias: 1 Tesalonicenses 5:10 . J. Angus, Christian World Pulpit, vol. xxiv., p�g. 289; Homilista, vol. iv., p�g. 117. 1 Tesalonicenses 5:12 . TL Cuyler, Christian World Pulpit, vol.

vii., p�g. 49. 1 Tesalonicenses 5:13 . EM Goulburn, Pensamientos sobre la religi�n personal, p. 142. 1 Tesalonicenses 5:14 . Revista del cl�rigo, vol. ix., p�g. 222.

Versículo 16

1 Tesalonicenses 5:16

El deber de la alegr�a.

I. Es de la naturaleza misma de un deber que est� en nuestro poder cumplirlo; y as� con �ste, el mismo hecho de que nos haya sido impuesto prueba que podemos, si queremos, obedecerlo. Y, por tanto, esto descarta de inmediato a quienes se inclinar�an a decir que la alegr�a no depende de nosotros mismos, que es privilegio de unos pocos ser alegres, y de esos pocos s�lo en circunstancias especiales; y que es tan vano decirle a la gente que sea alegre y alegre como decirle que sea alto o bajo, fuerte o guapo.

Siempre hay una disposici�n a hacer que todo en nuestra vida cristiana dependa de las circunstancias, y a poner excusas por este o aquel pecado o defecto, culpando a las circunstancias y no a nosotros mismos. Una vez comenzamos con la peligrosa doctrina de que los hombres son lo que fueron hechos y que no podemos evitar nuestros lapsus debido a la mancha y los defectos de nuestra naturaleza, y abrimos la puerta a las excusas para todo tipo de enormidad.

II. As� como nos acercamos a nuestro verdadero yo, cuanto m�s fresca y pura, y m�s sabia y verdadera se vuelve nuestra alma, m�s alimento encontraremos para el gozo; y porque as� como el alma pura encuentra gozosa la vida, y as� la alegr�a reacciona sobre el alma y tiende a purificarla, esta es la raz�n por la que el Ap�stol nos dice que nos regocijemos; porque el gozo tiende a limpiar el coraz�n y a desterrar el pensamiento del pecado y la miseria, y las guerras contra el recuerdo in�til de dolores que se han ido, y de errores que ahora no pueden ser reparados, y de problemas que pueden ser tentaciones de murmurar, pero que por todos los murmullos del mundo nunca pueden ser como si no lo fueran.

El pecado mata la alegr�a y solo el pecado; y esta es la parte terrible de la maldici�n sobre el pecado, que nos roba nuestra herencia de deleite y es un obst�culo para nuestro gozo de coraz�n. Pero para aquellos que est�n tratando de darse cuenta de que son los redimidos de Cristo, y que viven en el recuerdo habitual de que Dios es su Padre, el gozo no tiene por qu� ser dif�cil ni debe serlo.

A. Jessopp, Norwich School Sermons, p�g. 226.

Referencia: 1 Tesalonicenses 5:16 . Spurgeon, Sermons, vol. xxxii., No. 1900.

Versículos 16-18

1 Tesalonicenses 5:16

I. "Regoc�jense para siempre". Los conversos tesalonicenses viv�an en la esfera del dolor. El Ap�stol los exhorta a estar "ce�idos de alegr�a". Este regocijo de estar en el Se�or se opone al gozo falso que es posesi�n de los pecadores. El regocijo ante Dios es el deleite profundo y tranquilo del alma en comuni�n con el Salvador. Surge de las tres gracias cristianas que esta ep�stola enfatiza con tanta fuerza la fe, la esperanza y el amor.

II. "Orar sin cesar." La oraci�n es la atm�sfera en la que todas las cosas parecen brillantes y alegres. El Ap�stol da por sentado que ninguno de sus lectores cuestionar� el deber de la oraci�n. Lo que manda es la constancia en la oraci�n. La �nica forma concebible en que, por nuestra parte, puede mantenerse esta comuni�n, es elevando el coraz�n en la dependencia consciente y la petici�n. La Iglesia militante debe ser siempre la Iglesia suplicante. La oraci�n es el latido mismo del pulso de la vida interior del cristiano. Sin ella la vida dejar�a de existir.

III. "En todo da gracias". La cl�usula parece sugerir no s�lo que el coraz�n est� en todo momento y por todas las cosas para estar agradecido, sino que la gratitud debe desbordarse en cada acci�n de la vida dando gracias y viviendo con agradecimiento. Aqu� hay un sentido en el que siempre debemos devolver, por as� decirlo, en servicio activo, lo que recibimos de Dios. Esa deuda siempre vencida, nunca cancelada, la tenemos que pagar sin cesar y, al pagarla, encontrar nuestro mayor gozo.

J. Hutchison, Lectures on Thessalonians, p�g. 216.

Referencia: 1 Tesalonicenses 5:16 . A. Murray, Con Cristo en la escuela de oraci�n, p�g. 242.

Versículo 17

1 Tesalonicenses 5:17

I. La naturaleza de la oraci�n. La oraci�n no es un rito, no es una ceremonia, no es una observancia fr�a y externa, sino una relaci�n real entre dos partes, uno que reza y otro que escucha. Es una comuni�n entre el hombre y Dios, tan real y actual como lo que pasa entre dos hombres, cuando se hablan cara a cara. Si el deseo interior est� ausente, la oraci�n est� ausente; y aunque un hombre haya exhalado durante toda su vida las palabras de oraci�n, nunca habr� orado si nunca ha pedido.

No podemos pedir a menos que deseemos, y no podemos desear, a menos que sintamos nuestro deseo. Por tanto, la palabra expresa mucho m�s que eso. Mira cu�n grande es la dignidad de la oraci�n. Cuando el alma ora, es como si la distancia entre ella y el trono de Dios fuera aniquilada. Esta es la idea que se transmite en la expresi�n de San Pablo. "Vengamos, pues, confiadamente al trono de la gracia". Orar es llegar al trono de la gracia, su ejercicio nos lleva a la presencia misma de Dios, tan real y verdaderamente como si en el cuerpo pis�ramos el resplandeciente pavimento del cielo, estuvi�ramos ante el estrado de Dios y contempl�ramos el cielo. majestad de su apariencia.

A la dignidad de la oraci�n, a��dase tambi�n el pensamiento de su poder. Hay misterios en ella en cuanto al conocimiento libre y la soberan�a libre de Dios, que no podemos perforar ni intentar perforar; pero es m�s cierto por la palabra que la oraci�n creyente tiene, humanamente hablando, en virtud de su propia promesa, el poder de cambiar y modificar las intenciones divinas.

II. Considere la universalidad del deber. "Orar sin cesar." Cuando se comprenda correctamente la verdadera naturaleza de la oraci�n, esto tambi�n se seguir� de los meros instintos del deseo del alma. Las palabras expresan (1) constancia y perseverancia. La �nica petici�n no hace oraci�n. La s�plica debe ser constante, adem�s de perseverante. No m�s verdaderamente depende el cuerpo para su vida, salud y alimento de una providencia constante, que el alma del constante don de la gracia.

Pensar que el hijo de Dios alguna vez en este mundo estar� tan libre de enemigos externos y de luchas internas como para no necesitar nuevos suministros de fuerza y ??paz, no es m�s que el ardid del archienemigo que acecha para conducirnos al interior. ruina. Nunca, nunca puede cesar la oraci�n en este lado de la tumba; nunca, hasta que la contienda terrenal haya pasado, y la tentaci�n terrenal haya terminado, y la tempestad terrenal se haya hundido para descansar sobre las aguas profundas que ruedan entre nosotros y nuestro Cana�n arriba. Entonces, de hecho, la oraci�n cesar�, pero cesar� s�lo para inflar la alabanza en una energ�a m�s divina y elevar su voz en medio de los aleluyas extasiados de los redimidos.

E. Garbett, La vida del alma, p�g. 271.

Los ejercicios religiosos son, para muchos, muy aburridos y poco interesantes. La oraci�n es para muchos una cosa aburrida. Inclinan la cabeza o se arrodillan y soportan la forma desagradable, pero no sienten ning�n inter�s en ella, y se alegran en secreto cuando termina. Para ellos, la religi�n parece nublar el rostro, oscurecer el cielo y hacer la vida sombr�a. Pero si los cristianos son pesimistas, no es en obediencia a las �rdenes divinas. "Regocijaos para siempre", dice el Esp�ritu inspirador, y, quiz�s como un medio hacia el gozo constante, a�ade: "Orad sin cesar".

I. �Significa esto que debemos, d�a y noche, seguir rezando, sin cesar, como pretend�an hacer algunos de los ascetas de la Edad Media? No. El ap�stol Pablo trabaj� "d�a y noche". �Significa eso que nunca dorm�a de noche? No, es la expresi�n, en el lenguaje com�n, de la idea de que �l estaba empe�ado en su trabajo todo el tiempo, tal como a veces se puede decir verdaderamente de algo que est� pensando en ello, o trabajando en ello, d�a y noche. . Significa que le das todo el tiempo disponible. Ahora, en el mismo sentido, debemos orar sin cesar.

II. Note, en el siguiente lugar, que el deseo es una condici�n de la oraci�n real. Cuando nuestro deseo est� de acuerdo con la voluntad Divina, y respaldado, por as� decirlo, por el Salvador, se concede. Va en Su nombre. As� que tenemos que estudiar las Escrituras para saber cu�l es la voluntad de Dios y buscar la ayuda del Esp�ritu para hacernos orantes, esperanzados, pacientes, perseverantes bajo esa influencia de gracia. "Esta es la confianza que tenemos en �l, que si pedimos algo conforme a Su voluntad, �l nos oye".

J. Hall, Christian World Pulpit, vol. xii., p�g. 15.

Referencias: 1 Tesalonicenses 5:17 . Spurgeon, Sermons, vol. xviii., n� 1039; SA Tipple, Sunday Mornings at Norwood, p�g. 109; Plain Sermons, vol. v., p�g. 131; J. Kelly, Christian World Pulpit, vol. xviii., p�g. 374; Revista del cl�rigo, vol. v., p�g. 270. 1 Tesalonicenses 5:18 .

H. Jones, Christian World Pulpit, vol. xxxvi., p�g. 341; EL Hull, Sermones, primera serie, p�g. 14. 1 Tesalonicenses 5:19 . Preacher's Monthly, vol. ix., p�g. 285; Revista del cl�rigo, vol. viii., p�g. 273; E. Garbett, La vida del alma, p�g. 180; Bishop Temple, Rugby Sermons, vol. i., p�g. 46; CG Finney, Temas del Evangelio, p�g. 245.

Versículos 19-22

1 Tesalonicenses 5:19

I. Aqu� se habla del Esp�ritu Santo no estrictamente con respecto a Su Persona, sino con respecto a Su poder energizante en y sobre el coraz�n. Sus obras, dir�a el Ap�stol, pueden contrarrestarse de tal manera que se vuelvan ineficaces. Pueden apagarse como la llama que se enciende durante un tiempo, pero si se descuidan, tarde o temprano expira. La lluvia, el roc�o, el viento, el fuego, esos misteriosos agentes de la naturaleza, son en las Escrituras los emblemas adecuados y eficaces del poder del Esp�ritu Santo en los corazones y las vidas de los hombres.

Aquellos que ya son creyentes, en lo que respecta a su santificaci�n avanzada, deben apreciar Sus manifestaciones. Al recaer en las indulgencias pecaminosas, el seguidor de Jes�s apaga el esp�ritu de gracia dentro de su coraz�n.

II. "No desprecies las profec�as". El Esp�ritu es el poder divino, las profec�as son el instrumento humano. Si se quiere evitar que los hombres apaguen a uno, hay que evitar que piensen mal en el otro. El Esp�ritu es la luz divina: si quieren retenerlo, deben tener cuidado de preservar las profec�as, la l�mpara en la que se coloca.

III. La siguiente cl�usula se enlaza con la que la precede. Lejos de subestimar o rechazar las profec�as, se insta a los creyentes a probarlas. Como hay falsificaciones de la verdad en circulaci�n, es prudente de parte de todos los que comprar�an la verdad para probarla, someterla a un examen cuidadoso, para que no se dejen enga�ar, sino que se conviertan en poseedores de ese tesoro invaluable. , oro refinado en el fuego, el oro m�s fino que es el �nico que puede enriquecer verdaderamente.

IV. El aferrarse al bien existe s�lo donde hay un aborrecimiento de lo que es malo. De ah� la exhortaci�n final: "Abstente de toda forma de mal". Si bien la primera referencia es a los elementos malignos, que podr�an aparecer en las profec�as, se expande intencionalmente para abarcar todo tipo de mal en contacto con el que pueda ser puesto en contacto con el seguidor de Cristo. Con respecto a todo mal moral, se le ordena que se mantenga sin mancha del mundo.

J. Hutchison, Lectures on Thessalonians, p�g. 226.

Referencia: 1 Tesalonicenses 5:20 . Buenas palabras, vol. iii., p�g. 698.

Versículo 21

1 Tesalonicenses 5:21

Algo que vale la pena sostener.

Nuestra religi�n es

I. Fe frente a infidelidad.

II. Santidad en oposici�n al pecado. Por santidad me refiero a todas las posibles virtudes y gracias humanas, pureza de coraz�n, veracidad, templanza, rectitud, honestidad, amor, generosidad, magnanimidad, todas las cosas buenas, verdaderas y hermosas. Ser santo es ser igual a los �ngeles. Ser santo es ser a imagen de Dios. Tenga en cuenta dos cosas aqu�. (1) La religi�n de Cristo exige santidad. En esta demanda de santidad veo las maravillosas posibilidades del alma del hombre. (2) Nuestra religi�n no solo exige santidad, sino que nos da la promesa segura de alcanzarla. Se dice que la Iglesia de Cristo ser� sin mancha ni arruga ni nada por el estilo.

III. Nuestra religi�n es el amor, la bondad pr�ctica, la abnegaci�n, en contraposici�n al ego�smo. El ego�smo es odioso en todas partes. La abnegaci�n la encarnaci�n de ella en nuestro Divino Maestro, esta es nuestra religi�n, y un hombre sin ninguna abnegaci�n no puede ser cristiano. Es fe; es santidad; es abnegaci�n.

IV. Nuestra religi�n es esperanza y alegr�a en contraposici�n a la desesperaci�n. En el pasado, ignorancia; en el futuro, conocimiento. En el pasado, el pecado; en el futuro, santidad. En el pasado, dolor; en el futuro, alegr�a. En el pasado, debilidad y dolor; en el futuro, eterna juventud y salud. En el pasado, el delirio de una vida febril; en el futuro, el descanso eterno del santo. En el pasado, la tierra; en el futuro, el cielo. �sta es nuestra religi�n; �No vale la pena sostenerlo?

T. Jones, Penny Pulpit, nueva serie, n�ms. 804, 805.

Referencias: 1 Tesalonicenses 5:21 . JG Rogers, Christian World Pulpit, vol. iv., p�g. 360; S. Martin, Westminster Sermons, vol. xvii .; T. Jones, Ib�d., Vol. vii., p�g. 321; F. Wagstaff, ib�d., Vol. xiii., p�g. 353; RS Candlish, Personajes de las Escrituras, p�g. 377; P�lpito de la Iglesia de Inglaterra, vol. iii., p�g. 313; vol. v., p�g. 19; vol. xx., p�g. 209; Homilista, tercera serie, vol. iv., p�g. 337.

Versículo 22

1 Tesalonicenses 5:22

Maldad superficialmente atractiva.

I. Este es un precepto tan importante (1) porque las facultades de los hombres son muy fr�giles. No podemos penetrar debajo de la superficie; por tanto, que lo superficial exprese lo que est� abajo y sea signo exterior de una realidad interior. Si buscas el bien, no dejes que las apariencias se opongan a ti, sino que el bien que es tu objeto brille y se muestre. Pero su importancia surge (2) de la influencia que los hombres tienen unos sobre otros.

Si ocultamos nuestro bien, se supone que, incluso quien nos d� cr�dito por �l, nos avergoncemos de ello. Nuestro testimonio a su favor se reduce y se debilita si no se destruye; y (3) la corrupci�n de nuestra naturaleza moral es tal, y tal nuestra afinidad latente por el mal en raz�n de ello, que las apariencias, si se les permite estar a favor del mal, son especialmente seductoras para algunos, y generalmente peligrosas para todos.

II. El amor al aplauso es un motivo poderoso en este aspecto. Los hombres aman la alabanza de los hombres m�s que la alabanza de Dios, y cuando la primera se convierte en su �dolo, sofocan gradualmente sus lamentos y adquieren un favor exterior y perecedero a costa de la paz interior. Puede haber pocos motivos menos dignos de que un ser razonable ejerza una elecci�n de prudencia que la mera brisa pasajera de aprobaci�n de los irreflexivos. Sin embargo, cu�n poderosa influencia ejerce este motivo sobre la mayor�a, llev�ndolos a tolerar en s� mismos y, por lo tanto, en la sociedad que los rodea, o incluso a afectar, la aparici�n del mal.

III. Por �ltimo, la aparici�n del mal se basa principalmente en la realidad. El amor al aplauso pierde la independencia real; as� como el amor a la falsa independencia pierde la obediencia, pierde la santidad y nos aleja de Cristo, su Modelo y su Autor. Somos miembros de �l, pero ramas est�riles, cuyo fin es para ser quemado, a menos que andemos en el esp�ritu puesto dentro de nosotros.

H. Hayman, Rugby Sermons, p�g. 134.

Versículo 23

1 Tesalonicenses 5:23

San Pablo implica en el texto que las tres ramas de nuestra naturaleza complicada deben sufrir santificaci�n, que este proceso de levadura debe pasar por toda la masa, hasta que todo est� leudado. As� como todo el hombre debe ser santificado, todo el hombre debe ser educado, tomado temprano, antes de que el car�cter haya cristalizado, y desarrollado en todas sus facultades corporales, mentales y espirituales.

I. No es en la mente, en el sentido ordinario del t�rmino, que se suspende el destino eterno del hombre. El caminante, aunque tonto, puede ser una joya en la corona de su Redentor. Por otro lado, "no muchos sabios seg�n la carne" estuvieron entre los primeros convertidos al Evangelio. �No se sigue necesariamente que cultivar la mente, mientras se descuida el desarrollo del esp�ritu y del coraz�n, es uno de los absurdos m�s melanc�licos que puede presentar un mundo lleno de absurdos? �C�mo puede una persona cuerda, siendo un creyente en Apocalipsis, profesar educar en absoluto, sin educar para el cielo en primera instancia, y teniendo ese objeto ante todo ante su mente?

El cultivo de la mente ocupa el siguiente lugar en importancia. Y su importancia es inmensa. Pero incluso el cultivo de la mente es principalmente valioso, ya que nos permite comprender a Dios con mayor claridad y, por lo tanto, nos capacita para la comuni�n con �l a trav�s de Su amado Hijo.

II. La educaci�n del alma o de los afectos tambi�n forma parte del campo de la educaci�n.

III. El cuerpo tambi�n exige su participaci�n en la educaci�n de todo el hombre. Para el cuerpo, aunque es una prenda que se deja a un lado al morir, debe reanudarse de nuevo en la ma�ana de la Resurrecci�n, y usarse durante toda la eternidad de la misma manera que su sustancia, solo que cambia de forma y se adapta a un estado glorificado. de existencia. Debe haber maquinaria, si se van a producir efectos; porque Dios obra por los medios. Pero la gracia, el Esp�ritu Santo, el Poder de lo Alto, excepto que �l puso vida y vigor en los medios, son todos, incluso el m�s alto de ellos, letra muerta.

EM Goulburn, Sermones en Holywell, p�g. 456.

1 Tesalonicenses 5:23

Esp�ritu, alma y cuerpo.

Cuando se menciona esta triple divisi�n de nuestra naturaleza, el t�rmino Cuerpo expresa los apetitos que tenemos en com�n con los brutos; el t�rmino Alma denota nuestras facultades morales e intelectuales, dirigidas �nicamente hacia los objetos de este mundo, y no exaltadas por la esperanza de la inmortalidad; y el t�rmino Esp�ritu toma estas mismas facultades cuando se dirige hacia Dios y las cosas celestiales, y de la pureza, la grandeza y la perfecta bondad de Aquel que es su objeto transformado en la misma imagen de gloria en gloria, como por el Esp�ritu de Dios. El Se�or. Veamos, entonces, qu� es esa irreprensibilidad, o ese grado de perfecci�n, en el que debemos desear que se encuentren todas estas partes de nuestra naturaleza cuando estemos ante el tribunal de Cristo.

I. Primero, el cuerpo. Los placeres corporales son los primeros que disfrutamos, y nuestras primeras lecciones de virtud se aprenden luchando por no ceder ante ellos. Lo que se necesita no es rebajar o debilitar el cuerpo, sino elevar y fortalecer el alma y el esp�ritu, para que el cuerpo est� listo y sea capaz de hacer su trabajo, lo que no puede hacer a menos que sea �l mismo sano y vigoroso.

II. El alma es la parte m�s com�nmente fortalecida por el crecimiento y cultivo de los poderes del entendimiento y por los diversos objetos que atraen la mente a medida que avanzamos hacia la vida real. Y la tendencia general de la sociedad civilizada es hacer que nuestras mentes act�en en lugar de nuestros cuerpos; de modo que a medida que avanzamos en la vida, el alma toma naturalmente la iniciativa. Esta es la vida, sin duda, de una criatura razonable; de uno, mirando s�lo a este mundo visible, noble y admirable. Y aqu�, sin el Evangelio, nuestro progreso debe detenerse.

III. Pero el Evangelio que ha sacado a la luz la vida y la inmortalidad, tambi�n nos ha se�alado esa parte de nuestra naturaleza por la que podemos ser preparados para ella, es decir, nuestro esp�ritu, nuestras esperanzas espirituales y nuestros sentimientos de amor y caridad. El verdadero objeto de la vida del hombre es perfeccionar nuestro esp�ritu, nuestros deseos de felicidad perfecta, nuestro amor por Dios y por los hombres como hijos de Dios; para perfeccionar en nosotros esa parte de nuestro ser, que es la �nica alejada del ego�smo.

T. Arnold, Sermons, vol. i., p�g. 227.

Referencias: 1 Tesalonicenses 5:23 . Obispo Barry, Christian World Pulpit, vol. xx., p�g. 88; Revista del cl�rigo, vol. VIP. 94; G. Bonney, P�lpito de la Iglesia de Inglaterra, vol. xiii., p�g. 169; FW Robertson, Sermones, tercera serie, p�g. 43; EL Hull, Sermones, primera serie, p�g. 225.

Versículos 23-28

1 Tesalonicenses 5:23

I. Hay mucha instrucci�n y consuelo en esta oraci�n apost�lica. La bendici�n por la que se ora es que los conversos de Tesal�nica puedan ser santificados por completo, que su esp�ritu, alma y cuerpo puedan ser preservados. El Ap�stol adopta la tricotom�a que de una forma u otra puede decirse que pertenece a casi todos los sistemas de la filosof�a "cuerpo, alma, esp�ritu". Es la combinaci�n de estos tres lo que constituye nuestra naturaleza; son las debidas relaciones entre estos tres lo que constituye nuestra �nica felicidad posible; es la correcta formaci�n de estos tres el objeto de esa educaci�n permanente que deber�a comenzar en nuestros primeros a�os y terminar s�lo en la tumba.

En el caso del pueblo de Cristo, la oraci�n del Ap�stol es que el cuerpo, el alma y el esp�ritu se conserven �ntegros, sin mancha, santificados �ntegramente cada uno en su completa medida y perfecta proporci�n. Liberados del dominio del pecado y de Satan�s, Dios los guarda para la santidad. Todo el hombre debe llegar a ser totalmente hombre y Dios.

II. San Pablo se aparta a continuaci�n, muy caracter�sticamente, para pedir las s�plicas de sus amigos tesalonicenses ante el Dios de paz en su nombre y en el de sus colaboradores. Aquel que siempre daba gracias por todos ellos, mencion�ndolos en sus oraciones, en el amor anhelante de su coraz�n, ahora les pide que se mencionen a s� mismo en sus oraciones. As� es el compa�erismo cristiano. El maestro apost�lico pasa de la instrucci�n, la exhortaci�n y la advertencia a la s�plica por ayuda, no la ayuda del hombre, de hecho, sino la ayuda de Dios, pero la ayuda de Dios le fue acercada a trav�s de la oraci�n de intercesi�n del propio pueblo de Dios.

III. "La gracia de nuestro Se�or Jesucristo sea con todos vosotros". En todas las variaciones con las que aparece en las ep�stolas paulinas, esta bendici�n nunca ha faltado a la palabra "gracia". As�, su primera ep�stola comienza y cierra con esa palabra que, por encima de todas las dem�s, revela la dulzura resumida de todo el Evangelio. Aquellos que tienen la gracia de nuestro Se�or Jesucristo con ellos en la tierra, no pueden dejar de tener gloria con �l en el m�s all� en el cielo.

J. Hutchison, Lectures on Thessalonians, p�g. 238.

Versículo 24

1 Tesalonicenses 5:24

I. La fe del hombre y la fidelidad de Dios. El objeto m�s elevado de la existencia del hombre es, sin duda, la comuni�n con su Dios. Para esto, su naturaleza fue originalmente enmarcada, y solo en esto su naturaleza encontrar� satisfacci�n o reposo. El remedio para su condici�n actual debe ser la restauraci�n de la comuni�n del hombre con Dios. Y este es el car�cter m�s general de la religi�n cristiana, la definici�n m�s simple de su naturaleza y objeto.

El hombre es separado de Dios como un criminal: se restablece la comuni�n, por el perd�n gratuito de parte de Dios, de la aceptaci�n de ese perd�n sobre el hombre. Y as� es como el cristianismo restaura la raza del hombre, restaurando la comuni�n con Dios.

II. El ejemplo de la fidelidad inflexible de Dios, que el Ap�stol se�ala en el texto, es gloriosamente caracter�stico del sistema espiritual al que pertenecemos. El reino de Dios era para Pablo un reino interior y espiritual, incluso en el momento en que esperaba la presencia del Se�or y la gloria de su poder, cuando vendr�a para ser "glorificado en sus santos". No fue el alivio de los fines temporales lo que prometi� el Ap�stol, ninguna seguridad contra la adversidad, lo que habr�a de manifestar la omnipotencia de Dios ejercida a favor de su pueblo.

No: la misericordia de Dios podr�a enviarlos al madero oa los leones; todav�a era Su misericordia, si "pero los mantuvo sin mancha del mundo". El Ap�stol representa la fidelidad de Dios extendi�ndose a todo el hombre, al cuerpo, al alma y al esp�ritu, todos los cuales se dice que se conservan sin mancha. Toda nuestra d�bil humanidad est� protegida bajo este dosel de protecci�n Divina.

III. Tambi�n se dice de esta fidelidad, que es la fidelidad de Aquel que os llama. Esta no es la circunstancia menos maravillosa en la fidelidad inalterable de Dios, que es una fidelidad a su propio compromiso misericordioso. �l llama y es fiel a su misericordioso llamamiento; Convoca el coraz�n a S� mismo y se adhiere a Su propia convocatoria voluntaria; �l, sin destruir la libertad humana o la responsabilidad humana, de su gracia gratuita, comienza, contin�a y termina toda la obra cristiana.

S�, tan fiel es su profunda compasi�n, que se presenta a s� mismo como atado a los impulsos de su propia misericordia ilimitada. No hay m�s v�nculo que Su propio amor, pero ese v�nculo es m�s fuerte que el hierro; y �l, a quien el universo no puede obligar, se manda a S� mismo.

W. Archer Butler, Sermones doctrinales y pr�cticos, primera serie, p�g. 207.

Referencias: 1 Tesalonicenses 5:24 . Spurgeon, Ma�ana a ma�ana, p�g. 346; P�lpito de la Iglesia de Inglaterra, vol. xvii., p�g. 49. 1 Tesalonicenses 5:25 . J. Aldis, Christian World Pulpit, vol. xv., p�g. 289; Spurgeon, Ma�ana a ma�ana, p�g. 189.

Versículo 27

1 Tesalonicenses 5:27

El testimonio de Cristo de los escritos cristianos m�s antiguos.

Si los libros del Nuevo Testamento estuvieran ordenados de acuerdo con las fechas de su composici�n, esta ep�stola ocupar�a el primer lugar. Fue escrito en alg�n lugar unos veinte a�os despu�s de la crucifixi�n, y mucho antes de cualquiera de los evangelios existentes. Es, por lo tanto, de especial inter�s, ya que es el documento cristiano m�s venerable que existe y es un testimonio de la verdad cristiana completamente independiente de las narraciones del Evangelio.

I. Escuchemos su testimonio del Divino Cristo. No hay nada en ninguna parte de la Escritura m�s enf�tico y m�s elevado en su inquebrantable proclamaci�n de la verdad de la Divinidad de Cristo que esta ep�stola totalmente poco doctrinal. Da por sentado que esa verdad estaba tan profundamente incrustada en la conciencia de los conversos que una alusi�n a ella era todo lo que se necesitaba para su comprensi�n y fe.

II. Pregunt�monos qu� tiene que decir este testigo sobre el Cristo moribundo. (1) En cuanto al hecho. Los jud�os mataron al Se�or Jes�s. El hecho hist�rico se expone aqu� claramente. Y luego, m�s all� del hecho, se establece claramente, aunque de la misma manera incidental, el significado del hecho. "Dios no nos ha puesto para ira, sino para alcanzar la salvaci�n por medio de nuestro Se�or Jesucristo, que muri� por nosotros".

III. Note lo que el testigo tiene que decir acerca del Cristo resucitado y ascendido. Cristo resucitado est� en los cielos. Y Pablo asume que estas personas, reci�n sacadas del paganismo, han recibido esa verdad en sus corazones, en el amor por ella, y la conocen tan a fondo que podemos dar por sentado su total aquiescencia y aceptaci�n de ella. Recuerde, no tenemos nada que ver con los cuatro evangelios aqu�; recuerde, todav�a no se hab�a escrito ni una l�nea de ellos, estamos tratando aqu� con un testigo totalmente independiente y luego nos dicen qu� importancia se le debe dar a esta evidencia de la Resurrecci�n de Jesucristo.

Veinte a�os despu�s de Su muerte, aqu� est� este hombre hablando de esa Resurrecci�n no solo como algo que �l ten�a que proclamar y creer, sino como el hecho reconocido y notorio que todas las Iglesias aceptaron y que subyace a toda su fe.

IV. Escuchemos lo que este testigo tiene que decir sobre el regreso de Cristo. Estos son los puntos de su testimonio: (1) una venida personal, (2) una reuni�n de todos los creyentes en �l, con el fin de la felicidad eterna y el gozo mutuo, (3) la destrucci�n que caer� por Su venida sobre aquellos que se apartan de �l. Recuerdo que una vez camin� por las largas galer�as del Vaticano, en un lado de las cuales hay inscripciones cristianas de las catacumbas y en el otro inscripciones paganas de las tumbas.

Un lado es todo l�gubre y desesperado, un largo suspiro resonando a lo largo de la l�nea de canicas blancas, "�Vale, vale, in aeternum vale!" en el otro lado, "In Christo, in Pace, in Spe". Ese es el testimonio que debemos dar a nuestro coraz�n. Y as� la muerte se convierte en un pasaje, y soltamos las queridas manos, creyendo que las volveremos a estrechar.

A. Maclaren, El Dios del Am�n, p�g. 41.

Información bibliográfica
Nicoll, William R. "Comentario sobre 1 Thessalonians 5". "Comentario Bíblico de Sermón". https://beta.studylight.org/commentaries/spa/sbc/1-thessalonians-5.html.