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Bible Commentaries
Colosenses 1

Comentario Bíblico de SermónComentario Bíblico de Sermón

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Versículos 4-5

Colosenses 1:4

Cristo, la esperanza unificadora de su pueblo.

I. La Ep�stola a los Colosenses est� notablemente llena de este hecho delicioso, el amor familiar mundial por el Evangelio. En esta ep�stola, Pablo se regocija de que el Evangelio haya comenzado a llegar a todo el mundo, de que su bendita verdad haya sido predicada "a toda la creaci�n debajo del cielo", y de que se hayan dado a conocer "las riquezas de la gloria" y este secreto, este misterio. entre los paganos. Les hace saber que es la noticia m�s preciosa posible para �l el que tengan fe en el Se�or Jesucristo y aman a todos los santos, debido a la esperanza reservada para ellos en el cielo.

Es la verdad que lleva bien y soporta el uso perpetuo, y se vuelve m�s brillante con el uso, esta verdad de que el Evangelio, con su �nico Se�or y su �nica esperanza, tiende directamente a unir los corazones de los creyentes en uno solo. Muchas influencias ciegan nuestra vista a la realidad y gloria del hecho.

II. Ahora bien, �cu�l era la esperanza, esta esperanza reservada para ellos en el cielo? Era la esperanza de que en lo sucesivo fueran presentados ante el Se�or, santos, irreprochables, irreprensibles. No era en sus corazones una mera casualidad, ninguna aventura en lo desconocido, ninguna vacilaci�n de "puede ser as�". Es cierto que la flor en toda regla a�n estaba por llegar, pero la planta ya estaba enraizada y creciendo. Cristo su Esperanza ya era su Vida. �l era de ellos ahora, as� como tambi�n ser�a de ellos entonces; de modo que ten�an la seguridad profunda y leg�tima de su gloria venidera.

III. Por otra parte, era una esperanza social; no solitario, sino social. Fue para ellos no solo uno por uno, sino para la feliz banda todos juntos. Miraban juntos hacia adelante . Sus ojos anhelantes se encontraron en ese punto radiante. Fueron atra�dos por esa perspectiva resplandeciente, su dicha final y eterna, introducidos por el regreso de Jes�s de los cielos, y unidos a �l para siempre.

HCG Moule, Cristo es todo, p�g. 69.

Referencias: Colosenses 1:5 . Preacher's Monthly, vol. iv., p�g. 305; Spurgeon, Ma�ana a ma�ana, p�g. 276; Ib�dem. Sermones, vol. xxiv., n�m. 1438. Colosenses 1:5 ; Colosenses 1:6 .

J. Edmunds, Sixty Sermons, p�g. 438; J. Irons, Thursday Penny Pulpit, vol. vii., p�g. 145. Colosenses 1:5 . Revista homil�tica, vol. xv.,

Versículo 9

Colosenses 1:9

Consideraci�n moral.

I. El estado de locura espiritual es, supongo, uno de los males m�s universales del mundo. Porque el n�mero de los que son necios por naturaleza es sumamente grande: de aquellos, quiero decir, que no entienden bien las cosas mundanas; de los descuidados de todo, llevados por cada soplo de opini�n, sin conocimiento y sin principios. Pero el t�rmino insensatez espiritual incluye, lamentablemente, muchos m�s que estos: incluye no s�lo a aquellos que son en el sentido com�n del t�rmino tontos, sino a muchos que son en el sentido com�n del t�rmino inteligentes, y muchos m�s. incluso los que, en el sentido com�n del t�rmino, son prudentes, sensibles, reflexivos y sabios.

Es demasiado evidente que algunos de los hombres m�s capaces que jam�s hayan vivido en la tierra, han sido espiritualmente necios en un grado no menor. Y as�, no es sin verdad que los escritores cristianos se han detenido en la insuficiencia de la sabidur�a mundana y han advertido a sus lectores que tengan cuidado, no sea que, mientras profesan ser sabios, sean tenidos por necios a los ojos de Dios.

II. Note lo opuesto a esta noci�n, que aquellos que son, por as� decirlo, necios en materia mundana, son sabios ante Dios. Aunque esto es cierto en cierto sentido, y bajo ciertas circunstancias peculiares, pero tomadas en general, es lo contrario de la verdad; y el lenguaje descuidado e imprudente que se ha utilizado sobre este tema, ha sido a menudo extremadamente malicioso. Por el contrario, el que es necio en los asuntos mundanos es probable que tambi�n lo sea, y m�s com�nmente lo es, no menos necio en las cosas de Dios; y la creencia opuesta ha surgido principalmente de esa extra�a confusi�n entre inocencia e ignorancia con la que muchas personas ignorantes parecen consolarse.

El que es necio en lo terrenal, es mucho m�s necio en lo celestial: el que no puede elevarse a lo m�s bajo, �c�mo llegar� a lo m�s alto? el que no tiene raz�n ni conciencia, �c�mo ser� investido del Esp�ritu de Dios?

T. Arnold, Sermons, vol. iv., p�g. 23.

Referencias: Colosenses 1:9 ; Colosenses 1:10 . Spurgeon, Sermons, vol. xxix., No. 174 2 Cr�nicas 1:10 . Revista homil�tica, vol.

ix., p�g. sesenta y cinco; P�lpito de la Iglesia de Inglaterra, vol. ii., p�g. 6; J. Vaughan, Sermones, serie 12, p�g. 93; HW Beecher, Christian World Pulpit, vol. v., p�g. 35. Colosenses 1:11 . Revista del cl�rigo, vol. v., p�gs. 31, 273.

Versículo 12

Colosenses 1:12

Es la gloria especial del Evangelio, el fundamento o la perfecci�n de todo lo dem�s, que primero, verdadera y claramente, en un lenguaje m�s all� de las incertidumbres de las conjeturas, los refinamientos de la alegor�a, o incluso el brillante colorido de la esperanza, ampli� las perspectivas. de los hombres en las profundidades de la eternidad. Primero nos ense�� clara y autoritariamente que la existencia presente es la porci�n m�s peque�a y miserable de nuestra herencia, y que la muerte del esp�ritu eterno es s�lo el nacimiento de la vida inmortal.

Desde el momento en que este terrible y glorioso secreto fue revelado a los hijos de los hombres, toda la ciencia de la vida cambi� para siempre; un nuevo elemento entr� en el c�lculo que transform� todo el resto. Creado eternamente, el alma est� destinada, desde el instante de su nacimiento, a respirar el aire de la eternidad. Est� en casa s�lo en su propia esfera superior del ser; conectado por un marco visible con el mundo presente, es en s� mismo invisible y vive por lo invisible.

Por sus propios �rganos propios, y por la Fe y la Esperanza y el Amor Divino, comienza ya con el escenario eterno, donde, en lo sucesivo, liberado de sus grilletes terrenales, morar� y se regocijar� eternamente.

I. �sta, entonces, es la gran verdad impl�cita en el texto, que la vida por la eternidad ya ha comenzado; que estamos en, y desde la misma hora de nuestra regeneraci�n introducidos en el mundo espiritual, un mundo que, aunque misterioso e invisible, es tan real como el mundo de los sentidos que nos rodea; que la vida celestial del cristiano es la primera etapa del cielo mismo. Sin duda, ning�n pensamiento puede despertar m�s que este; ninguno de importancia pr�ctica m�s urgente e inmediata.

Los hombres pueden olvidar sus pecados pasados, pero no pueden ignorar su disposici�n actual. Somos salvos para que podamos servir a Dios por la eternidad; la salvaci�n misma ser�a una miseria no acompa�ada de un amor por ese servicio. Todas las aspiraciones de salvaci�n son vanas en las que ese amor no forma ning�n elemento; todo deseo de perd�n es contradictorio en s� mismo si no incluye un deseo presente y sincero de ese disfrute y servicio de Dios que han de formar la secuela y el valor del perd�n.

II. El cielo es nuestro modelo, pero del cielo mismo seguramente podemos saber poco. �C�mo entonces regularemos nuestras vidas con un modelo desconocido? Una distinci�n obvia resuelve esta dificultad. No podemos conocer los detalles de la vida celestial. Las moradas en las que vamos a morar, los compa�eros con los que nos regocijaremos, los cuerpos brillantes semejanzas de Cristo que usaremos todos estos y similares, son asuntos m�s all� de nuestras limitadas conjeturas.

Pero entonces, no es en estas cosas que estamos obligados a practicar la vida celestial en la tierra. Los principios de esa vida, las grandes leyes generales del coraz�n y del esp�ritu que la gobiernan, estos ser�n los principios y leyes de esta, y estos son claros e indiscutibles. Las grandes gracias preparatorias son la fe, el poder de realizaci�n, la esperanza, el poder consolador y fortalecedor, y el amor, el poder unificador, la consumaci�n y perfecci�n de todo.

W. Archer Butler, Sermones doctrinales y pr�cticos, p�g. 101.

Referencias: Colosenses 1:12 . Revista del cl�rigo, vol. vii., p�g. 221; HJ Wilmot-Buxton, La vida del deber, vol. ii., p�g. 206; Homilista, segunda serie, vol. i., p�g. 147; EW Benson, Boy Life, p�g. 36 1 Cr�nicas 1:12 .

Spurgeon, Sermons, vol. VIP. 319. Colosenses 1:12 . Homiletic Quarterly, vol. iv., p�g. 484; H. Crosby, El p�lpito americano del d�a, p�g. 10; Plain Sermons, vol. ix., p�g. 58. Colosenses 1:13 .

T. Guthrie, Cristo y la herencia de los santos, p�gs. 60, 80, 98, etc. Colosenses 1:13 . JO Dykes, Sermones, p�g. 97. Colosenses 1:14 . Revista del cl�rigo, vol. x., p�g. 80; G. Calthrop, Words Spoken to my Friends, p�g.

104. Colosenses 1:15 . B. Jowett, Christian World Pulpit, vol. vii., p�g. 323; Ib�d., Church of England Pulpit, vol. ix., p�g. 307; El p�lpito del mundo cristiano, vol. xxix., p�g. 355. Colosenses 1:15 . Homilista, tercera serie, vol.

VIP. 23 2 Cr�nicas 1:16 . Ib�d., Vol. VIP. 45. Colosenses 1:16 ; Colosenses 1:23 . Homiletic Quarterly, vol. iv., p�g. 448.

Versículo 18

Colosenses 1:18

I.Vivir como nosotros, en el lejano curso del tiempo, cuando hace mucho tiempo que el nombre de Cristo se ha asociado a todo lo que es lo m�s cl�sico en la literatura, lo m�s refinado en el arte, lo m�s exquisito en la poes�a, lo m�s generoso en caballerosidad y la civilizaci�n m�s avanzada; cuando la cruz, que ya no es palabra de verg�enza ni marca de ignominia, se ha convertido en el estandarte del progreso y la cresta del honor, es muy dif�cil para nosotros sumergirnos lo suficiente en el esp�ritu de la �poca de S.

Pablo, para estimar la grandeza del pensamiento y la extra�eza con que las palabras deben haber estallado sobre el mundo, que Cristo el Nazareno, Cristo el Crucificado, debe tener la preeminencia en todas las cosas. Y, sin embargo, toda la expansi�n de la historia del mundo no es m�s que el cumplimiento de esa visi�n de San Pablo, que su ojo espiritual vio, cuando contempl� a Cristo y la Resurrecci�n, y dijo: "que en todas las cosas debe tener la preeminencia". . "

II. Estoy seguro de que nadie que haya sido un observador preciso de la vida ha dejado de notar la influencia elevadora y purificadora de una religi�n verdadera dondequiera que se reciba. �Nunca se te ha ocurrido en la vida conocer alguna mente de textura grosera y grosera sometida al poder de la fe simple del Se�or Jesucristo? Quiz�s hayas visto la maravillosa transformaci�n. Ese intelecto, una vez el m�s aburrido, ha subido, si no a la primera clase, pero ciertamente mucho m�s all� de s� mismo y por encima del rango ordinario.

Y ese coraz�n ha tomado una delicadeza como la que la mejor educaci�n secular rara vez logra dar. Cristo est� en �l, y Cristo, resucitando, eleva al hombre para mostrar que dondequiera que est� Cristo, incluso en el coraz�n del pecador m�s pobre, m�s oscuro, m�s bajo, m�s miserable, �l tendr� la preeminencia.

III. Muchas personas miran mucho en sus propios corazones, como si alguna vez encontraran la paz mirando hacia abajo. La manera de llegar a la paz es examinar a Cristo, magnificar a Cristo, tener grandes puntos de vista de Cristo, encontrar sus evidencias en Cristo. Un Cristo levantado es el descanso del pecador.

J. Vaughan, Cincuenta sermones, octava serie, p�g. 261.

Referencias: Colosenses 1:18 . Spurgeon, Sermons, vol. xiv., n�m. 839; T. Guthrie, Cristo y la herencia de los santos, p�g. 269, etc.

Versículo 19

Colosenses 1:19

La plenitud comunicable de Cristo.

I. Piense primero en la plenitud de Cristo a la que se hace referencia en el texto. Hay en Cristo (1) toda plenitud de vida, (2) toda plenitud de misericordia que perdona, (3) toda plenitud de paz y consuelo, (4) toda plenitud de fuerza espiritual, (5) toda plenitud de gracia santificante.

II. �C�mo se apropia toda esta plenitud de Cristo para llegar a ser nuestra? La respuesta es por fe. La fe, basada en la fuerza de las promesas divinas, lleva al creyente a Cristo para todo y obtiene todo de �l. El creyente, por la fe, se entrega a Cristo, y por la fe, Cristo le es hecho por Dios sabidur�a, justicia, santificaci�n y redenci�n.

AD Davidson, Lectures and Sermons, p�g. 243.

Referencias: Colosenses 1:19 . Spurgeon, Sermons, vol. xvii., No. 978; vol. xx., n�m. 1169. Colosenses 1:19 ; Colosenses 1:20 .

Obispo Westcott, Christian World Pulpit, vol. xxx., p�g. 16 1 Cr�nicas 1:20 . Revista del cl�rigo, vol. ii., p�g. 93; vol. iv., p. 85. Colosenses 1:23 . Spurgeon, Sermons, vol. xxviii., No. 1688. Colosenses 1:24 . Expositor, primera serie, vol. vii., p�gs. 224,474.

Versículo 27

Colosenses 1:27

Cristo, la Edad y la Iglesia.

I. El car�cter de nuestra �poca. Es una �poca distintiva. Se diga lo que se diga de �l en el futuro, esto al menos no se afirmar� que fue una �poca de escasa y sin marcada peculiaridad. De hecho, puede que no sea �til para la distinci�n individual. No estoy seguro de si el conjunto o tipo personal no est� siendo abrumado en nuestro tiempo, y el individuo con su marca y su autoafirmaci�n se pierde en la misma libertad y libertad que los hombres han llegado a disfrutar.

Pero la edad en s� est� bastante marcada. Es diferente a todos los dem�s. (1) Es una �poca de gran poder sobre las condiciones materiales. En las generaciones anteriores, los hombres eran indiferentes a la naturaleza, amistosos con la naturaleza o aterrorizados por la naturaleza. (2) De ninguna manera se ha mostrado m�s claramente el resultado de este triunfo sobre la naturaleza que en lo que consideramos como el segundo rasgo sorprendente que presenta la �poca, a saber, la intercomunicaci�n altamente desarrollada entre todas las partes del mundo.

(3) Es un paso natural de esta condici�n de nuestro tiempo a la siguiente que notamos, el de su individualismo ampliamente difundido. (4) De todo esto se sigue necesariamente que el esp�ritu de nuestro tiempo ser� materialista, tanto en sus investigaciones intelectuales como en su conducta y acci�n.

II. Siendo tal la �poca, requiere una inspiraci�n de tipo moral que pueda dirigir sus energ�as y controlar su tendencia maligna. Esa inspiraci�n, ese gobierno, esa ley, es Jesucristo, quien ha sido designado por Dios como el Salvador, y por Su Esp�ritu el Santificador de los hombres. Suya es la luz en la que deben caminar las edades; Suya la ense�anza, por la cual son educados; Suya la presencia viva, real, inmediata por la que se animan, en torno a la que se juntan, y de la cual, por fin, la edad se convertir� finalmente en el cuerpo propio y devenir.

(1) Cristo debe ser aprehendido por la �poca en su realidad hist�rica. (2) Cristo tambi�n debe sentirse en la �poca como una presencia personal. (3) La era necesita aprehender a Cristo en la calidad supremamente espiritual de Su persona y obra.

LD Bevan, Christ and the Age, p�g. 3.

I. Note algunos de los resultados generales que fluyen de esta relaci�n de Cristo con su pueblo. (1) Estar en Cristo es tener a Cristo interpuesto entre usted y la condenaci�n de la ley. (2) El creyente, como en Cristo, realmente ha cumplido la justicia de la ley y ha respondido a todas sus demandas, ya sea por obediencia o por castigo. (3) El creyente, como en Cristo, es aceptado por el Padre.

(4) Cristo, en el creyente, es el Autor de una nueva vida en �l. (5) Cristo, en el creyente, destruye el poder del pecado en �l. (6) Cristo, en el creyente, nos lleva a buscar el trasplante de las gracias que lo adornaron en el creyente.

II. Note c�mo, en virtud de esta relaci�n entre �l y ellos, Cristo es para su pueblo la esperanza de gloria. (1) �l es as�, porque de su relaci�n sentida con �l, la carga del pecado se quita de su conciencia, y pueden, con cierta confianza, mirar a Dios como reconciliado con ellos y como su Amigo y Padre. (2) �l es as�, viviendo y reinando con Su pueblo y asimil�ndolo a �l.

AD Davidson, Lectures and Sermons, p�g. 292.

Referencias: Colosenses 1:27 . Parker, Analista del p�lpito, p�g. 61; HW Beecher, Christian World Pulpit, vol. vii., p�g. 228; Spurgeon, Sermons, vol. xxix., n� 1720; Homilista, segunda serie, vol. ii., p�g. 530; Cuarta serie, vol. i., p�g. 165; Expositor, primera serie, vol. ix., p�g. 284. Colosenses 1:27 ; Colosenses 1:28 . Homiletic Quarterly, vol. i., p�g. 541.

Versículo 28

Colosenses 1:28

Al mirar este vers�culo, tres puntos parecen emerger claramente de �l: el tema, la manera, el objeto de nuestra predicaci�n.

I. Tenemos, dice San Pablo, que predicar a Cristo. Ahora bien, predicar a Cristo no es mencionarlo, con mayor o menor frecuencia, en sus sermones y discursos. Es obvio que puede haber una repetici�n perpetua de Su sagrado nombre y, sin embargo, todo el tono de pensamiento debe ser lo m�s antag�nico posible a las ense�anzas del Salvador. Es obvio, de nuevo, que podr�amos omitir el nombre, manteni�ndolo, por as� decirlo, en un segundo plano, y sin embargo, que los sentimientos expresados ??deben respirar tanto del esp�ritu cristiano como para traer la imagen del Salvador invisible al mundo. una vez a la vista mental, y para atraer hacia �l muy fuertemente los deseos y afectos del coraz�n.

La predicaci�n de Cristo, entonces, no depende de la menci�n frecuente o infrecuente de Su nombre, sino de convertirlo en el punto de partida y fundamento de la vida espiritual; o como lo expresa la Escritura, "la �nica esperanza de salvaci�n de todos los confines de la tierra".

II. A continuaci�n, tenemos que describir la manera de predicar a Cristo. El Ap�stol habla de dos m�todos. Primero, advirtiendo, luego ense�ando. (1) Dentro de las fronteras de la Iglesia cristiana, en el momento en que escribi� el Ap�stol, hab�a sin duda algunos que profesaban la fe de Cristo, pero que no ten�an ninguna conexi�n real y vital con Su persona sagrada. Podemos comprender f�cilmente la necesidad que hab�a surgido de una advertencia fuerte y enf�tica por parte del maestro cristiano.

Los hombres duermen, como se durmi� el rico de la par�bola; envueltos en una falsa creencia de su propia seguridad; hablando paz a s� mismos, cuando no hay paz. Necesitamos que todos seamos advertidos contra la decadencia religiosa. (2) Pero adem�s de la advertencia, el Ap�stol habla de ense�ar y de ense�ar con toda sabidur�a. Una parte m�s importante del oficio del predicador es la de comunicar instrucci�n. Tiene que sacar de los tesoros de la palabra divina cosas nuevas y viejas.

Tampoco debe haber ning�n ocultamiento, ninguna reserva en su ense�anza. Su deber es declarar todo el consejo de Dios, hasta donde �l mismo lo entienda; y as�, no s�lo para advertir a su reba�o, cuando tenga ocasi�n de hacerlo, sino tambi�n para ense�arles con toda sabidur�a.

III. Llegamos ahora al �ltimo punto, el objeto de nuestra predicaci�n: "presentar a todo hombre perfecto en Cristo Jes�s". Esto es algo m�s que salvar a todos. Es una gran cosa ser el instrumento, en las manos de Dios, para llevar a un pr�jimo a la salvaci�n, pero cuando esto se hace, hay que hacer mucho m�s, el hombre salvo debe ser edificado en la fe, para alcanzar la salvaci�n. a lo que el Ap�stol llama "perfecci�n en Cristo Jes�s".

"La Escritura reconoce un crecimiento en el creyente. Comenzando como un ni�o, debe avanzar, a trav�s de diferentes etapas, hasta la madurez de la virilidad espiritual. A esto alude el Ap�stol, y �l representa el objeto del ministerio a ser Ayude a los hombres a alcanzar la estatura de la fuerza del cristiano adulto.

G. Calthrop, Penny Pulpit, nueva serie, No. 998.

Referencias: Colosenses 1:28 . J. Vaughan, Sermones, octava serie, p�g. 53; Homilista, cuarta serie, vol. i., p�g. 167; Jueves Penny Pulpit, vol. viii., p�g. 25; Plain Sermons, vol. iv., p�g. 294; Scott, University Sermons, p�g. 301; W. Spensley, Christian World Pulpit, vol. vii., p�g. 241; Spurgeon, Ma�ana a ma�ana, p�g.

28; J. Keble, Sermones desde el Adviento hasta la Nochebuena, p�g. 352. Col 1:29. Spurgeon, Sermons, vol. xvi., n�m. 914. Colosenses 2:1 . Buenas palabras, vol. iii. pag. 758.

Información bibliográfica
Nicoll, William R. "Comentario sobre Colossians 1". "Comentario Bíblico de Sermón". https://beta.studylight.org/commentaries/spa/sbc/colossians-1.html.
 
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