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Bible Commentaries
Colosenses 3

Comentario Bíblico de SermónComentario Bíblico de Sermón

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Versículo 1

Colosenses 3:1

I. "Busca las cosas de arriba". Este es, ante todo, el asunto del entendimiento de un hombre, del entendimiento de un cristiano que ha resucitado con Cristo. Busque las cosas de arriba, busque la conversaci�n de los sabios y los instruidos. Estudie si quiere las obras maestras, las m�s altas obras maestras de la literatura: aproveche todo aquello que ampl�e y ennoblezca sus concepciones de la naturaleza y de la vida humana; en todas las regiones de pensamiento m�s elevadas y puras, est�s m�s cerca de Cristo, aunque no se pronuncie Su nombre.

Pero como piensas, deja que tu grito sea siempre "Excelsior". No descanses en las regiones m�s elevadas de excelencia terrenal, no est�s satisfecho hasta que hayas luchado hacia arriba m�s all� de la literatura, m�s all� de la ciencia, m�s all� de la naturaleza hacia ese mundo en el que el pensamiento humano puede entrar bajo la gu�a de la revelaci�n; en ese reino de los cielos que, desde que el Redentor muri� y resucit�, ha sido abierto a todos los creyentes.

II. S�, busca las cosas de arriba, porque no es asunto meramente del entendimiento, sino de los afectos. Los afectos son una forma o departamento particular del deseo, y el deseo es la fuerza motriz m�s fuerte en el coraz�n del hombre. San Agust�n dijo: " Quocunque feror, amore feror ". Si soy llevado hacia arriba, es por el amor al bien supremo; si estoy siendo arrastrado hacia abajo es por un deseo corrupto o pervertido, por un deseo que se ha adherido a objetos falsos o indignos, pero que, sin embargo, tiene el control de mi movimiento como ser espiritual, y en este sentido S.

Santiago dice que el deseo, cuando se consuma, trae el pecado: el pecado es el acto por el cual el deseo pervertido alcanza su objeto. Busque entonces, como con sus entendimientos, as� con sus afectos, las cosas de arriba.

III. He aqu�, finalmente, un esfuerzo por la facultad soberana, por la voluntad. "Oh voluntad del hombre", parece decir el Ap�stol, "busca las cosas de arriba". Concede que la voluntad se debilite por la herencia de la enfermedad moral, esta debilidad se ha corregido al menos en los que han resucitado en Cristo. La disposici�n natural puede facilitar o dificultar las cosas. No puede ni impulsar ni detener el movimiento ascendente y ascendente de un libre, porque regenerar la voluntad.

Cristo nos ha hecho due�os de nosotros mismos. No podemos trasladar la responsabilidad que nos incumbe poni�ndola sobre las mismas circunstancias que est�n bajo nuestro control. "Busca las cosas de arriba".

HP Liddon, Christian World Pulpit, vol. xvii., p�g. 225.

Christian Advance.

I. Primero, quisiera que se dieran cuenta de la base sobre la que San Pablo presenta su visi�n de la vida del cristiano como una vida de avance. La base es la siguiente: sostiene, y sostiene fervientemente, a aquellos a quienes escribi�, que su vida hab�a pasado por una crisis. Les advierte que ha habido un tiempo especial marcado por un testigo externo especial, cuando esa vida hab�a avanzado de una esfera del ser a otra, cuando hab�an pasado de una plataforma de pensamiento a otra; y por lo tanto, debido a que sobre el hecho de esta acusaci�n trascendental bas� su visi�n de su vida, la exhortaci�n del texto tuvo fuerza real.

El cristianismo no es una mera cuesti�n de sentimiento y emoci�n. Ciertamente, el cristianismo tiene en sus manos fuerzas capaces de provocar las emociones m�s c�lidas y encender los sentimientos m�s ardientes del coraz�n humano. Pero el cristianismo en su esencia misma es algo m�s profundo que eso; y como la vida cristiana, en su lado subjetivo , en el lado del alma es algo m�s que sentimiento, de modo que aquello sobre lo que reposa objetivamente es algo m�s que una mera idea. La base de todo esto es un hecho fundamental.

II. Si se ha vuelto a Dios, ha escuchado su llamado, si le ha tomado la palabra y se ha sometido a Jes�s, la plataforma de su vida cambia, la esfera de su actividad se altera y no comienza simplemente a una vida. de trabajo, sino a algo m�s elevado, mejor, m�s grande que el trabajo, un avance hacia arriba y hacia adelante en un nuevo y glorioso curso. Hay mentes que tienden a considerar la vida cristiana como una vida de mero estancamiento. Por el contrario, debemos recordar que nos queda la vida que avanza.

III. El cristianismo, al instarnos a ese avance, est� en consonancia con el hecho fundamental y la experiencia de nuestra naturaleza. No necesita la gracia regeneradora, no necesita un llamado convertidor, para decirnos a los hombres que hay dentro de nosotros un anhelo y un anhelo de cosas superiores. Hab�is "resucitado con Cristo" y, por lo tanto, no ten�is meramente anhelos y anhelos indefinidos, sino "buscad las cosas de arriba, donde Cristo est� sentado a la diestra de Dios".

"(1) Los que" buscan las cosas de arriba ", de hecho, se elevan en tono y temperamento. (2) No s�lo es cierto que el tono de la vida cambia al" buscarlas ", pero tambi�n que la esfera del pensamiento se ensancha. (3) "Buscar las cosas de arriba" nos ayuda no s�lo a alcanzar, sino progresiva y constantemente a alcanzar las virtudes puramente cristianas. Crecer en el conocimiento de Jesucristo es una Posibilidad para todas las almas j�venes y mayores.

WJ Knox Little, Caracter�sticas de la vida cristiana, p. 26.

I. Es en el gran hecho de que Cristo ha resucitado donde se concentra toda la atenci�n de la fe. Cuando hayamos comprendido esto, entonces todas las otras verdades que son enf�ticamente doctrinas de fe, la Expiaci�n, la Encarnaci�n, la Deidad preexistente del Se�or Jesucristo, se despliegan en el orden correcto. Porque llegamos a conocerlo en el poder mismo de Su resurrecci�n, y as� podemos descansar en Su Palabra cuando �l nos dice: "Vine a dar mi vida en rescate por muchos".

II. La resurrecci�n de Cristo no es un hecho muerto del pasado; es un hecho vivo, que mira hacia el futuro; es el tipo y la seriedad de nuestro propio resurgir. �l es las primicias de la gran cosecha, que se recoger� en el D�a del Juicio, recogidas a salvo en el granero de Dios. Dondequiera que vayamos, la sombra de la muerte cae sobre esta vida. Esa sombra ya se ha tragado a quienes honramos, reverenciamos, amamos; est� tan cerca de nosotros, que a veces debe proyectar, en pensamiento y anticipaci�n, algunas sombras en nuestro propio camino. Debemos tener luz sobre esto, si realmente queremos vivir como verdaderos hombres, y si queremos conocer algo de un Dios viviente. Es el conocimiento de la gran verdad de la Pascua, lo �nico que la ilumina.

III. Pero no se trata de la Resurrecci�n como un hecho en el pasado que habita San Pablo; esto es ahora aceptado por todos como uno de los primeros elementos de la verdad cristiana. Ni siquiera se trata de la esperanza futura de nuestra resurrecci�n a trav�s de ella, porque eso tambi�n se da casi por sentado ahora. Se trata de la vida eterna en Cristo y por medio de Cristo, que realmente se nos ha dado en el presente. Se habla de la regeneraci�n en Cristo y de aquellos que son hechos suyos como una resurrecci�n presente en nosotros, una resurrecci�n de la vida espiritual, de la servidumbre de la carne y de la muerte del pecado: no es, por tanto, que resucitar, sino que hemos resucitado en Cristo. La fe no se contenta ni siquiera con el dicho: "Yo soy la Resurrecci�n"; contin�a con la expresi�n a�n m�s profunda del Se�or: "Yo soy la Vida"; el que vive y cree en M�, no morir� jam�s.

A. Barry, Primeras palabras en Australia, p�g. 145.

Referencias: Colosenses 3:1 . Homiletic Quarterly, vol. iv., p�g. 269; Ib�d., Vol. VIP. 216; Scott, University Sermons, p�g. 42; J. Vaughan, Sermones, en�sima serie, p�g. 189; Plain Sermons, vol. iii., p�g. 61; Liddon, Easter Sermons, vol. ii., p�g. 37; Revista del cl�rigo, vol. viii.

, pag. 88; A. Barry, Cheltenham College Sermons, p�g. 203; HJ Wilmot-Buxton, La vida del deber, vol. i., p�g. 201; HP Liddon, P�lpito de la Iglesia de Inglaterra, vol. ix., p�g. 217; Homilista, cuarta serie, vol. i., p�g. 362; E. Johnson, Christian World Pulpit, vol. xxv., p�g. 34 2 Cr�nicas 3:1 ; Colosenses 3:2 .

Spurgeon, Sermons, vol. xxvi., n� 1530; Plain Sermons, vol. x., p�g. 133. Colosenses 1:1 . Preacher's Monthly, vol. v., p�g. 202; Revista del cl�rigo, vol. iv., p�gs. 87, 224; W. Wilkinson, Thursday Penny Pulpit, vol. xxx., p�g. 109. Colosenses 3:1 . Revista homil�tica, vol. xiii., p�g. 129.

Versículo 2

Colosenses 3:2

I. �Qu� quiere decir el Ap�stol con las palabras Fija tus afectos? Nuestros afectos son esa parte de nuestra naturaleza por la que salimos en sentimientos de inter�s, complacencia o deleite. Lo que el Ap�stol requiere de nosotros es que dejemos que nuestra mente se concentre en estas "cosas de arriba" y descanse en una tranquila contemplaci�n de ellas. Quiere que los tomemos como hechos asentados e indudables, claramente revelados a nosotros, y los hagamos objeto de nuestro estudio profundo, continuo e interesado. �l nos llama a no fisgonear en las cosas ocultas y rec�nditas, sino a reflexionar sobre las cosas manifiestas y reveladas. No es a un proceso de investigaci�n, sino a un proceso de reflexi�n a lo que nos urge.

II. Conf�o en que hay poca necesidad de extenderse sobre la importancia de cultivar y acariciar un h�bito como el que el Ap�stol inculca aqu�. (1) Cuando los afectos se fijan habitualmente en las cosas de arriba, se proporciona la evidencia m�s segura de la regeneraci�n y de estar en un estado de gracia. (2) El poner los afectos en las cosas de arriba es supremamente propicio para el correcto desempe�o de los deberes y la correcta resistencia de las pruebas del curso cristiano.

(3) As� como este h�bito de afecto y pensamiento espirituales se adapta a una vida �til y feliz en la tierra, as� es el �nico que nos prepara para la vida superior en el cielo. Bienaventurado el hombre a quien el Se�or, cuando �l venga, encuentre listo, con los ojos apartados de las alegr�as que se desvanecen de la tierra y descansando en las glorias del cielo que se abre.

W. Lindsay Alexander, Sermones, p�g. 309.

Referencias: Colosenses 3:2 . T. de Witt Talmage, Christian World Pulpit, vol. vii., p�g. 129; P�lpito de la Iglesia de Inglaterra, vol. ix., p�g. 28; Homilista, vol. iv., p�g. 413; Preacher's Monthly, vol. i., p�g. 306; W. Arthur, Christian World Pulpit, vol. xxviii., p�g. 130; HW Beecher, Ib�d., Vol. xxvi., p�g. 355.

Versículo 3

Colosenses 3:3

La vida oculta.

Si somos verdaderos cristianos, hemos pasado por una muerte de alg�n tipo, y nuestra vida, si la tenemos, es una vida oculta, una vida que los hombres no ven, una vida segura en la compa��a y la custodia de Cristo.

I. Ahora, sin duda, hab�a un contraste m�s visible y palpable en los d�as de San Pablo, entre la vida de quien era y de quien no era cristiano, que el que puede haber en un pa�s como el nuestro. Pero aunque el contraste es m�s v�vido en un pa�s pagano que entre los miembros de un cuerpo cristiano, no es m�s real. En los corazones de los que profesan ser cristianos, Cristo debe tener �xito o fracasar en la introducci�n de una nueva vida, de la cual la muerte debe ser la precursora.

II. �Sabes algo de la muerte gradual al pecado? Es posible que haya llamado a la lucha por otro nombre. Pero usted ha luchado con un pecado querida crueles, y se siente el intenso veracidad de esa descripci�n que representa las luchas y escritura de morir, y la victoria como un hecho de la muerte. Y ciertamente, si es as�, ya habr�s superado la gran dificultad que ciega a tantos a la existencia de la vida oculta con Cristo. Los de limpio coraz�n son aquellos que tienen la visi�n de Dios. Y la pureza de coraz�n s�lo se concede a aquellos que han conquistado o han muerto a toda duplicidad y a toda contaminaci�n.

HM Butler, Harrow Sermons, p�g. 344.

Mente espiritual.

Lo que San Pablo insta aqu� es, de hecho, la m�xima perfecci�n del cristianismo y, por tanto, de la naturaleza humana; pero no es una perfecci�n imposible, y la propia vida y car�cter de San Pablo son nuestra garant�a de que no es nada enfermizo, tonto o fan�tico.

I. Es muy cierto que Cristo requiere que estemos muertos solo para lo que es malo. Pero la esencia de la mentalidad espiritual consiste en esto, que se asume que con la tierra y todas las cosas terrenales, el mal y la imperfecci�n est�n estrechamente mezclados; de modo que no es posible poner vivamente nuestros afectos o abandonarnos al goce de cualquier cosa terrenal sin el peligro de que los afectos y su goce se vuelvan malos.

En otras palabras, existe eso en el estado de las cosas dentro y alrededor de nosotros, que hace que sea necesario estar siempre alerta; y la vigilancia es incompatible con una intensidad de deleite y disfrute.

II. Considere, por ejemplo, ese sentido vivo de la belleza de toda la naturaleza, ese sentimiento indescriptible de deleite que surge de la conciencia de salud, fuerza y ??poder. Supongamos que nos abandonamos a tales impresiones sin restricciones, y �no es evidente que son el extremo del orgullo y el ego�smo imp�os? Porque, �no sabemos que en este mundo, y cerca de nosotros dondequiera que estemos, hay, junto con toda la belleza y el gozo que presenciamos, una gran proporci�n tambi�n de maldad y sufrimiento? El soldado tiene algo m�s que hacer que mirar como un ni�o el esplendor de su uniforme, o el brillo de su espada: esas facultades que encontramos como ardiendo dentro de nosotros, tienen ante s� su trabajo, un trabajo muy por encima de su fuerza, aunque multiplicada por mil; la llamada a que est�n ocupados nunca es silenciosa; hay una voz infinita en los infinitos pecados y sufrimientos de millones que proclama que la contienda se est� librando a nuestro alrededor; cada momento de ocio es traici�n; Ahora es el momento de incesantes esfuerzos, y hasta que no se obtenga la victoria, los soldados de Cristo no podr�n arrojar sus brazos a un lado y resignarse a disfrutar y descansar.

T. Arnold, Sermons, vol. iv., p�g. 39.

Muerte y vida con Cristo.

Es el estado cristiano que se describe aqu�; el estado del verdadero cristiano. Y se describe en un doble aspecto, como un estado de muerte y un estado de vida. La paradoja no es peculiar de este pasaje.

I. "Est�is muertos". Este es un lenguaje fuerte dirigido a los verdaderos creyentes. Pero es un lenguaje muy amable. En la conversi�n, el pecador ciertamente muere con Cristo, siendo sepultado con �l por el bautismo en la muerte, para que as� como Cristo resucit� de los muertos por la gloria del Padre, as� tambi�n nosotros andemos en novedad de vida. Por tanto, parecer�a que hay tres etapas en la muerte de los creyentes.

(1) En su estado original de indiferencia e incredulidad, est�n muertos. (2) En su llamamiento eficaz por el Esp�ritu Santo, mueren. (3) Y para siempre, mientras permanezcan en la tierra, se considerar�n muertos en verdad.

II. Como se dice de los que viven en los placeres, que mientras viven est�n muertos, as� se puede decir de ustedes que creen en Jes�s, que viven mientras est�n muertos. Y tu vida est� escondida con Cristo en Dios. Sigue a Cristo ahora, de la tierra al cielo; desde la escena de Su agon�a aqu� abajo, hasta la escena de Su bendito gozo en la presencia del Padre arriba. (1) Tu vida est� con Cristo. De hecho, est� identificado con �l.

�l es tu vida y lo es en dos aspectos. ( a ) Vives con Cristo como part�cipes de Su derecho a vivir. ( b ) Vives con Cristo con respecto al nuevo esp�ritu de tu vida. (2) Adem�s, esta vida, al estar con Cristo, debe estar donde �l est�. Por tanto, debe estar en Dios. El es tu vida. Y donde �l est�, est� tu vida. Pero est� en el seno del Padre. Tu vida con Cristo, por tanto, est� en Dios. Porque en su favor est� la vida, y mejor es su misericordia que la vida.

(3) Finalmente, esta vida con Cristo en Dios est� escondida. Tiene que ser as�, ya que entra dentro del velo. Esto sugiere las conmovedoras ideas de seguridad y espiritualidad, privacidad y reclusi�n. Tu vida no debe estar siempre oculta. "Cuando Cristo, que es nuestra vida, aparezca, entonces tambi�n vosotros aparecer�is con �l en gloria".

RS Candlish, Sermones, p�g. 67.

El prop�sito del Ap�stol es evidentemente exhortar a los colosenses a vivir la vida m�s elevada posible, la vida de la resurrecci�n, la vida del cielo incluso en la tierra. Hacer eso se describe aqu� en dos palabras: "Busca las cosas de arriba", "Pon tu mente, o tu afecto, en las cosas de arriba". B�scalos para encontrarlos y poseerlos. B�scalas como buenas perlas, porque se pueden encontrar; tienen una existencia.

Son realidades fuera de nosotros, no meros pensamientos, sentimientos y m�todos, sino cosas objetivas que se pueden buscar y encontrar. La otra palabra es, "Pon tu mente" piensa en las cosas "que est�n arriba". Porque aunque son realidades fuera de nosotros, tienen el poder de transmutar en pensamientos y sentimientos. Tenemos la facultad de cambiarlas de realidades externas a principios rectores del car�cter.

Podemos pensar en ellos, podemos hacer pensamientos a partir de ellos. Son el material del que se forman las grandes ideas y los grandes personajes. Luego, el Ap�stol menciona dos razones por las que deber�amos hacer esto, por qu� deber�amos buscarlas y por qu� deber�amos pensarlas. La �nica raz�n es "que hab�is resucitado con Cristo". La otra es, "que est�is muertos con Cristo *" Evidentemente "con Cristo" deber�a ser suplido en el pensamiento en el tercer vers�culo, porque "si morimos con Cristo", dice en el vig�simo vers�culo del primer cap�tulo.

Si morimos con Cristo, no en nosotros mismos, sino en Cristo, resucitamos con Cristo y hemos muerto con Cristo. Y las cosas deben venir en ese orden: resurrecci�n primero con Cristo, muerte despu�s con Cristo. El otro es el orden natural. Los hombres mueren primero y yacen en el mundo durante siglos, pero la resurrecci�n llega por fin, despu�s. El orden sobrenatural es al rev�s. Nos levantamos primero de lo natural a lo sobrenatural, y luego en esa resurrecci�n sobrenatural morimos a la vida natural que vivimos antes.

Nos levantamos primero, morimos despu�s. Toda vida debe tener estos dos aspectos. Debe aparecer, debe esconderse. Es as� con todas las vidas, incluso las m�s bajas. Si es una vida, debe esconderse. El rosal del jard�n vive y aparece en hojas y flores, pero lo hace porque su vida se esconde en las ra�ces. Y si no tuviera ra�ces, invisibles, escondidas bajo la superficie, nunca ver�as una hoja o una rosa a la vista.

As� ocurre con los hombres. Ning�n hombre aparecer� jam�s grande, jam�s mostrar� signos de grandeza de car�cter, a menos que tenga una vida oculta. Hay m�s oculto de lo que parece. Es as� con la religi�n. Una religi�n que siempre est� en la superficie no es viva. Una religi�n que es real tendr� una manifestaci�n gloriosa en la medida en que tenga un escondite igualmente glorioso.

I. Cristo y el cristiano est�n escondidos en el misterio de la providencia de Dios. En el desarrollo de la Iglesia, en el progreso de la religi�n de Cristo, en las persecuciones, en la prosperidad o adversidad, en todas las circunstancias cambiantes de las edades, Cristo se esconde all�. Ahora, como Jes�s, tambi�n nosotros. Estamos escondidos. Un cristiano es un hombre oculto. El mundo nunca lo ha entendido. El hombre natural no conoce las cosas que son del Esp�ritu de Dios.

Debemos ser hombres espirituales antes de que podamos comprender un hecho espiritual y antes de que podamos comprender a una persona espiritual. Aunque sea un pobre ignorante el que muere tranquilamente porque conf�a en el Salvador, hay un misterio en esa muerte que los fil�sofos de este mundo no comprenden. Estamos escondidos.

II. En segundo lugar, Cristo est� escondido en el santuario del cielo. Se ha alejado de nosotros, al pabell�n secreto en el que solo el Sumo Sacerdote puede entrar, a la presencia de Dios. Y cuando el sumo sacerdote bajo la ley entr� en el lugar sant�simo, los sacerdotes ordinarios tuvieron que dejar el lugar santo para que el sumo sacerdote pudiera estar solo en una soledad terrible, entrando en la presencia de Jehov�.

Jesucristo fue directamente de la cruz al cielo a trav�s del velo rasgado, es decir, su carne. Fue al lugar m�s santo y all� est�. Lleva all� casi dos mil a�os. Cuando �l aparezca, nosotros tambi�n seremos, seremos revelados tambi�n.

TC Edwards, del Serm�n predicado en Mansfield College.

Sobre vivir.

La naturaleza significa que sin aprender, los poderes y los sentimientos crecen y act�an. Vemos por naturaleza. El poder de la vista nace con nosotros. El ojo como algo natural nace, y como algo natural ve la luz, y como algo natural ve cualquier luz que imprima en �l. Cuando un ojo no ve la luz, ha dejado de ser un ojo, aunque a menudo parece un ojo inm�vil. El ojo que no ve la luz est�, como un ojo, muerto.

La imagen de Dios en el hombre fue una vez la naturaleza; y la imagen de Dios, o la naturaleza, por supuesto, vio y sinti� la presencia de Dios, porque la naturaleza de Dios en el hombre recibi� naturalmente lo que le era natural, y cuando este poder natural pereci�, este ojo fue sacado, fue muerto; y el hombre, en lo que respecta a la vida verdadera, estaba muerto.

II. En ese d�a termina la muerte, cuando la vida de Dios se encarna en el hombre, y el hombre, nacido de Dios, est� dispuesto a llevar una vida a la imagen de Dios. Este es el cristianismo; nada m�s lo es. Vida, vida victoriosa; vida capaz de ver a Dios en este mundo; vida capaz, por as� decirlo, de sentir la presencia de Dios en todas las cosas; la vida, que cambia el dolor en gloria, y la verg�enza corporal y la muerte en un sentido muy presente del cielo y de Dios.

En el momento en que el yo es realmente dejado a un lado, el esp�ritu del hombre reconoce de inmediato que ha venido un poder superior y prueba el gozo de la verdad y la fuerza, por el amor de Cristo; capaz de elegir el dolor y saber que es bueno; y puede ver a Cristo Santificador del dolor, Int�rprete y Glorificador del dolor y la debilidad, Destructor de la idolatr�a del cuerpo y todo lo que le pertenece; el orgullo de la cabeza, el orgullo de la mano o los deseos de la carne; capaz de verlo a �l, el Se�or de la vida, a medida que aparecen motivos m�s elevados y las cosas viles no agradan m�s.

De modo que el cielo no es para los que viven un sue�o lejano, sino un sentido de vida muy presente que ha comenzado; y la muerte corporal no es el rey de los terrores, sino un problema leve y que se desvanece en el camino, apenas visto y que nunca oscurece el m�s all�.

E. Thring, Uppingham Sermons, vol. ii., p�g. 278.

El mundo interior.

I.Habr� en toda la humanidad un esfuerzo incesante por poner lo que hacemos, y su efecto, y lo que se piensa de �l, y lo que otros hacen, y su efecto, y lo que se piensa de �l, en el lugar de la vida. , y darle el nombre de nuestra vida, y la de ellos. Pero en el momento en que pensamos en ello, vemos de inmediato que lo que nosotros y los dem�s llamamos nuestra vida, es decir, el resultado que se ve, no es nada comparado con los sucesos infinitos e incesantes que suceden en nuestro propio ser interior, que no se ven.

Por una acci�n o una palabra que salga, mil castillos en el aire, mil sue�os o proyectos, mil razonamientos y decisiones, luchas mentales, victorias, derrotas, retrocesos y retrocesos, se dan dentro, que no se ven. ; y estos no son la vida, son s�lo parte de ese esp�ritu, que se est� desarrollando en un crecimiento y h�bito m�s perfecto del bien o del mal. De ah� que suceda, lo que estoy seguro es cierto, que no pocas veces la estimaci�n formada por un hombre ser� una cosa y el efecto de su vida otra. Tan diferente es la vida de las acciones, y a�n m�s de la forma de los hombres de juicio de las acciones.

II. Como para apartar de nuestro coraz�n la idea de mucho trabajo y hacernos valorar la vida misma aparte del largo d�a de trabajo, Cristo mismo pas� treinta a�os de preparaci�n tranquila en una casa de campo, y solo tres en p�blico. Tampoco podemos decir cu�l fue el m�s importante; s�lo podemos decir con certeza, cada uno era perfecto, cada uno la mitad del todo perfecto, cada uno incompleto sin el otro. Pero de esto se desprende claramente que la feroz presi�n del trabajo consumidor no es el ideal que se presenta al hombre en la vida de Cristo, como tampoco lo es en la par�bola de Cristo de los obreros de la vi�a.

Los silenciosos treinta a�os est�n llenos de las glorias del santo silencio, y es en la cruz donde el Redentor atrae a todos los hombres hacia �l. Aprenda a hacer que la vida interior sea verdadera y poderosa. Midanse a ustedes mismos, no por lo que hacen, sino por lo que son. Entonces ser�s como Cristo.

E. Thring, Uppingham Sermons, vol. i., p�g. 277.

La vida oculta.

La vida es un misterio, como sea que la consideremos. La vida de nuestro cuerpo natural es un misterio. La vida interior de cada hombre es un misterio. La vida del alma cristiana es un misterio. El Ap�stol nos dice que est� escondido con Cristo en Dios.

I. El alma inmortal habita como hu�sped en un cuerpo material. Es la vida misma de ese cuerpo. �Qu� es el cuerpo sin el alma? Es el alma la que da expresi�n al rostro. Es el alma la que ordena a la lengua pronunciar palabras. Pero el alma que hace sentir su presencia de una manera tan maravillosa en todos los puntos avanzados del cuerpo tiene profundidades m�s �ntimas que los ojos de un extra�o no pueden penetrar. No se revelan a ning�n ojo que no sea el del Se�or. Los ha buscado y los ha conocido. No se le oculta ning�n pensamiento interior.

Y es de lo m�s profundo del alma cristiana de lo que habla el Ap�stol. Est�n escondidos con Cristo en Dios. Un alma cristiana apenas necesita las palabras de un ap�stol para decir esto. El mismo esp�ritu divino que ilumin� el alma de San Pablo y le revel� esta profunda y sugerente verdad, tiene acceso a las almas de todos los amantes de Jes�s. Saben que San Pablo dice lo que es divinamente verdadero. Su propia experiencia les ha ense�ado eso.

Cada alma individual sabe que su historia es un libro sellado para todos menos para Cristo. Nunca podremos revelarnos completamente el uno al otro. Hay un santuario m�s �ntimo al que no puede entrar el amigo humano m�s cercano, un santuario m�s �ntimo en el que mantenemos la comuni�n con el Se�or, una comuni�n que, de hecho, constituye la vida oculta del alma.

II. La verdad de la vida del alma cristiana que consiste en su uni�n con el Se�or debe sernos muy preciosa. Es una verdad de la que los hombres tienen experiencias diferentes y variadas. Porque, as� como es posible que los hombres crezcan en la gracia y el conocimiento de su Se�or y Salvador, tambi�n es posible que algunos entren en una uni�n m�s estrecha con el Se�or de lo que se les ha concedido a otros. Es posible que algunos en su vida religiosa no hayan sido a�n tan bendecidos como otros; pero todos los que tienen el m�s m�nimo anhelo en su coraz�n hacia Cristo pueden estar seguros de que el anhelo no es tan d�bil como para pasar desapercibido por el Se�or. Conoce el trabajo iniciado en sus almas. �l sabe que se est�n acercando a �l. Les ayudar� a acercarse a�n m�s a la uni�n.

HN Grimley, Tremadoc Sermons, p�g. 1.

Referencias: Colosenses 3:3 . Homilista, tercera serie, vol. VIP. 165; Preacher's Monthly, vol. vii., p�g. 333; Homiletic Quarterly, vol. iii., p�g. 111; P�lpito de la Iglesia de Inglaterra, vol. v., p�g. 245. Colosenses 3:3 ; Colosenses 3:4 .

A. Barry, Sermones para Passiontide y Easter, p. 12 1 Cr�nicas 3:4 . Homiletic Quarterly, vol. ii., p�g. 399; Revista del cl�rigo, vol. viii., p�gs. 160, 179; Spurgeon, Ma�ana a ma�ana, p�g. 223; Ib�d., Sermones, vol. xi., n�m. 617.

Versículo 5

Colosenses 3:5

Por sorprendente que pueda parecer esta fraseolog�a al principio, es perfectamente f�cil se�alar, al ejemplificar algunos detalles en el an�lisis, la raz�n clara de tal aplicaci�n de t�rminos. El oro se parece en muchos aspectos a un dios; no el �nico Dios vivo y verdadero, sino alguna concepci�n humana de la deidad, parecida a las de las regiones salvajes o no cristianizadas del mundo.

I. No importa por d�nde empecemos. Tome los atributos que posee, por as� decirlo, para examinarlos. (1) Omnisciencia, por ejemplo. La riqueza parece saberlo todo en el instante en que ocurre. El oro tiene un mill�n de ojos; ve en la oscuridad; infringe patentes, se apropia de islas, se coloca sobre minas ocultas. Lo sabe todo por instinto, avanza casi como si fuera una deidad que todo lo ve. (2) Por supuesto, sigue la omnipresencia.

Mammon se abre camino donde los escr�pulos pueden desesperar. (3) Omnipotencia igualmente. El oro gobierna el mundo, el oro es due�o de la tierra, habita los palacios, compra las oficinas de la naci�n, balancea el poderoso cetro de la influencia social y se convierte en el amo de los hombres.

II. La riqueza asume ser un dios, y muchas veces realmente parece serlo, debido a la adoraci�n que atrae.

III. La riqueza se parece mucho a un dios en los favores que otorga.

IV. La riqueza se parece mucho a un dios debido a los flagelos que inflige. Vea entonces (1) La raz�n por la cual Dios es tan violento al atacar este pecado. Es la ofensa m�s directa que se le puede dar. (2) Vea tambi�n c�mo la codicia destruye la piedad personal. Es codicioso cuya piedad es enfriada por el oro; es codicioso para quien Cristo no es suficiente cuando el oro falla. (3) Vea c�mo la codicia arruina todo el futuro de uno. Lo deja con su dios elegido. "Efra�n est� unido a sus �dolos, d�jalo".

CS Robinson, Sermones sobre textos desatendidos, p�g. 143.

Referencias: Colosenses 3:10 . Revista del cl�rigo, vol. iii., p�g. 207.

Versículo 11

Colosenses 3:11

Cristo Todo, y en todos.

I. Cristo es la sustancia o plenitud de "todas" las cosas que realmente va a hacer el ser de todo. Deteng�monos un poco y ayud�monos a comenzar este a�o con visiones dignas de la dignidad de Cristo en todo el universo f�sico y espiritual. Todo lo que es fue primero un pensamiento en la mente de Cristo. All� permaneci� desde toda la eternidad, hasta que, por Su voluntad y poder, ese pensamiento se convirti� en materia.

Eso fue creaci�n. Por tanto, toda cosa creada es un desarrollo de la mente de Cristo. "Todas las cosas por �l fueron hechas, y sin �l nada de lo que ha sido hecho, fue hecho". Luego Cristo es todas las cosas. Cristo es "todo" en cada creyente. "Sin M� nada pod�is hacer".

II. Cristo es el rasgo caracter�stico, la prueba determinante de todo. Este es el significado preciso del vers�culo. Todas las caracter�sticas se fusionan, todas las distinciones se eliminan en Cristo. "No hay griego ni jud�o, no hay circuncisi�n ni incircuncisi�n, b�rbaro, escita, esclavo ni libre; pero Cristo es todo, y en todos".

III. Cristo es el v�nculo que une a "todos". Porque as� lo tenemos, "Cristo es todo, y en todos". El mismo Cristo en muchos hace que muchos sean uno. Esa es la unidad de Dios, la �nica unidad que Dios reconoce. Aqu� residen los misterios profundos de nuestra religi�n, y aqu� est� el poder de los sacramentos. Hay dos cosas que suceden en todo hombre regenerado. Pasas a Cristo y Cristo pasa a ti.

IV. Cristo es la suficiencia y la satisfacci�n de la vida. �Pregunte los a�os que se fueron! �Toma consejo del pasado! �Qu� es la satisfacci�n? �D�nde ha descansado el deseo? �Cu�ndo ha tenido suficiente ambici�n? A Dios le agrad� atesorar todo lo que el hombre realmente desea en un solo tesoro, el Se�or Jesucristo. Y, excepto all�, ning�n hombre, desde la fundaci�n de este mundo, lo encontr� jam�s. �l llena todas las cosas. �l debe llenar sus corazones. Fechar�s tu paz, tu primera paz verdadera, hasta el d�a en que puedas decir de Cristo: "�l es todo, y en todos para m�".

J. Vaughan, Cincuenta sermones, cuarta serie, p�g. 268.

Referencias: Colosenses 3:11 . Spurgeon, Sermons, vol. xvii., n� 1006; J. Keble, Sermones desde el D�a de la Ascensi�n hasta la Trinidad, p. 249. Colosenses 3:12 . Homiletic Quarterly, vol. ii., p�g. 501; Revista del cl�rigo, vol. ix., p�g. 29. Colosenses 3:13 . Spurgeon, Sermons, vol. xxxi., No. 1841.

Versículo 15

Colosenses 3:15

I. La regi�n: donde el poder gobernante toca y act�a. "Vuestros corazones". El coraz�n, como lo llama una met�fora com�n a las Escrituras y al lenguaje de la vida ordinaria, es el regulador de todo el hombre. Significa la voluntad y los afectos, a diferencia del intelecto. Es la facultad de elegir, a diferencia de la facultad de conocer. Es aquello en el hombre que se aferra impetuosamente a un objeto amado, sin esperar en todos los casos la decisi�n del juicio sobre si el objeto es digno.

Es por el coraz�n que se determina la actitud, se traza el camino y se da el impulso. Cuando el coraz�n se dirige en una direcci�n, todo el hombre lo sigue. La r�faga de los afectos de un coraz�n maligno, como otras corrientes hinchadas, no ceder� a la raz�n. Cuando Dios por Su Palabra y Esp�ritu viene a salvar, �l salva al arrestar el coraz�n y hacerlo nuevo.

II. El reinado: la forma en que se posee y se controla el coraz�n. "Regla." La palabra traducida "gobernar" en el texto no aparece en ninguna otra parte de las Escrituras. Est� tomado de la pr�ctica de los griegos en sus grandes juegos nacionales; y se refiere al premio por el que disputaron los atletas en el estadio. El premiado ejerc�a sobre los corredores o luchadores una especie de regla. Con la exhibici�n del premio que sosten�a, los conduc�a, los impulsaba.

Sintieron el impulso y entregaron todo su ser a su dominio. La palabra que designa el poder y el cargo del presidente es la "regla" de nuestro texto. Este es el tipo de regla que el Hacedor del hombre aplica al coraz�n del hombre.

III. El gobernante : el poder que mueve un coraz�n humano, y as� salva y santifica al hombre. "La paz de Dios". (1) Es Dios y no un �dolo que debe gobernar en el coraz�n humano. (2) La paz de Dios aparta el coraz�n del pecado y lo gobierna en santidad.

W. Arnot, Roots and Fruits, p�g. 415.

Colosenses 3:15

La paz de Dios y la paz del diablo.

La palabra "paz" es la que se emplea con mayor frecuencia en las Escrituras para exponer la bienaventuranza de los justos. La paz sugiere la idea de lo que es sereno, profundo, tranquilo, sereno, algo que puede ser en su naturaleza divina y en su car�cter permanente.

I. La paz religiosa puede denominarse la paz de Dios, porque, en un sentido, o en algunos de sus elementos superiores, es aquello por lo que Dios hizo y constituy� al hombre en un principio. Es un acercamiento hacia la realizaci�n de la idea original de Dios de la felicidad de la humanidad, ya que surge de la relaci�n con Dios.

II. La bienaventuranza religiosa, tal como la experimenta ahora la humanidad, es la paz de Dios, porque es el resultado de su interposici�n misericordiosa por el hombre, as� como de la realizaci�n de su idea original respecto a �l. Esta bienaventuranza se refiere as� directamente a Dios, porque es por la gracia de Dios que es posible; porque es por el don de Su Hijo que se obtiene; y porque es mediante la aplicaci�n de Su verdad que se produce. Consiste en la esperanza del perd�n de los pecados y el ejercicio de la confianza y la confianza filial, mediante la restauraci�n y el restablecimiento de las relaciones rotas que el pecado hab�a roto.

III. La bienaventuranza de la vida espiritual en el hombre es la paz de Dios, porque adem�s de incluir algo de aquello para lo que Dios lo dise�� originalmente, es aquello que es inmediatamente impartido o producido por el Esp�ritu Santo de Dios y, por tanto, es en cierto grado. de la naturaleza de una donaci�n divina.

IV. La paz religiosa es "la paz de Dios" porque es sostenida, alimentada y engrandecida por aquellos actos y ejercicios, privados y p�blicos, que ponen el alma en contacto con Dios.

V. Sin embargo, existe la paz del diablo, del mundo, del pecado, de la carne. Es muy posible que la humanidad se duerma en la muerte bajo la paz del diablo, aparentemente tan callada y tranquilamente como aquellos que se duermen en Jes�s. La paz del diablo consiste en la destrucci�n de todo lo que es m�s noble, mejor y m�s grande en el hombre. Tal contraste existe en el coraz�n del hombre, entre la paz del diablo y la paz de Dios.

T. Binney, Penny Pulpit, nueva serie, No. 605.

Referencias: Colosenses 3:15 . Spurgeon, Sermons, vol. xxviii., n�m. 1693: FD Maurice, Sermons, vol. ii., p�g. 19; W. Page, Christian World Pulpit, vol. xxv., p�g. 171; FW Robertson, Sermones, tercera serie, p�g. 130; JH Wilson, El Evangelio y sus frutos, p�g. 259.

Versículo 16

Colosenses 3:16

I. La Palabra de Cristo es simple. Todo es claro para el que entiende. Ha habido muchos libros que profesaban grandes cosas; algunos que promet�an obrar maravillas para el hombre, y otros que incluso profesaban venir de Dios, pero eran abstrusos y enigm�ticos. Mostraron lo inseguros que estaban por el misterio en el que velaron su significado. Pero el Salvador, en Su bondad y sinceridad, ha hecho de Su Palabra un libro f�cil y sencillo, tan claro que no debe dejar perplejo a nadie, tan evidente que est� listo para el uso de todos.

II. Y sin embargo, aunque es tan simple, no hay libro tan significativo. Como Cristo mismo en la Palabra de Cristo, est�n escondidos los tesoros de la sabidur�a y el conocimiento; y quienes escarben en este tesoro escondido pueden estar seguros de que, como palabra de un Ser infinito, hay una plenitud infinita en ella.

III. La Palabra de Cristo salva. Hay una compa��a que nadie puede contar delante del trono; pero antes de ir al cielo, todos fueron llevados a Dios. Es la Palabra de Cristo recibida en el alma y que permanece all�, lo que es la fuente y el aseguramiento de su inmortalidad.

IV. La Palabra de Cristo santifica. Si llegas a amarlo y reverenciarlo para exaltarlo y convertirlo en un compa�ero y consejero, contar� toda tu conducta. Como una l�mpara, revelar� lo que est� mal en su car�cter y motivos, y ser� de gran ayuda para el autoexamen; pero, mejor que una l�mpara, como un amigo sabio y amoroso, mostrar� la excelencia de la santidad y te pondr� en el camino de alcanzarla.

V. Y sostenido. El trabajo diario necesita pan de cada d�a, y es en la revista de la Biblia donde se almacena el pan de vida. Y as� como el hombre que desea fuerza para el trabajo considerar�a una falsa econom�a ahorrar su tiempo y no comer, as� tambi�n es una prisa insensata quien piensa en luchar d�a a d�a sin el pan del Esp�ritu.

VI. Se adapta a todos. Si Lutero ador� la plenitud de las Escrituras, tenemos tantas razones para bendecir a Dios por su variedad y adecuaci�n.

J. Hamilton, Works, vol. VIP. 17.

La Palabra de Cristo: sus verdades y transformaci�n.

J. Es de un momento infinito que las verdades de la Biblia habitan en nosotros. Tener concepciones claras y posesi�n segura de ellas es fe, y �l es un creyente cuya mente ocupan y habitan estas verdades. Pero me temo que lo mejor que se puede decir de muchos oyentes del Evangelio es que pueden ver la Palabra en una visita. No es un invitado ni un preso. As� como puede sentarse en la ventana y ver a los pasajeros en la calle o en la v�a p�blica y hacer comentarios sobre ellos; pero ninguno de ellos es amigo tuyo, as� que no los detengas, no bajes corriendo y abras la puerta y los invites a pasar.

Muchos ven pasar una verdad y pronuncian un veredicto sobre ella, pero no se la llevan a casa. Nunca descanses hasta que la Palabra de Cristo more en ti. Como Abraham en la puerta de la tienda, b�scalo. Entron�zalo en tu coraz�n m�s elevado, y pide a todo tu ser que lo espere y lo obedezca.

II. Pero no es suficiente que las verdades de Cristo habiten en sus convicciones. Para ser estrictamente b�blico, no solo debe averiguar la verdad, sino que debe captar el tono; y s�lo en aquellos en los que habita en abundancia la Palabra de Cristo, en quienes mora el Esp�ritu de Cristo, as� como los dichos de Cristo. Es perfectamente posible, y para algunos prop�sitos eminentemente importante, extraer de la Biblia y ordenar y clasificar sus diversas verdades.

Pero la doctrina m�s s�lida no es m�s la Biblia que el carbono es el diamante, y el sistema m�s noble de teolog�a no es m�s la Palabra de Cristo que un vasto museo es el mundo sonriente que su Creador salud� "muy bien".

III. Deje que la palabra de Cristo more en abundancia en usted. Deja que su energ�a vital inspire a tu personaje. Exhiba la verdad del Salvador en su poder transformador. Entonces, en verdad, la Palabra de Cristo morar� ricamente en ti, cuando no s�lo llene tu alma de sinceridad y esp�ritu espiritual, sino que se exhiba en una eflorescencia radiante sobre toda tu conducta. Tener la Palabra habitando en ti tan ricamente es estar b�blicamente tener la Palabra de Cristo de modo que habitar es ser cristianizado.

J. Hamilton, Works, vol. VIP. 46.

La Palabra de Cristo: sus verdades y su tono.

I. Deje que las verdades y realidades de la Palabra habite en sus convicciones; y para que habite, d�jelos entrar. Muchos miran hacia el firmamento de las Escrituras con un telescopio con la tapa a�n puesta, y luego no ven nada maravilloso. Muchos sumergen en la fuente de las Escrituras una botella con el corcho todav�a dentro, y se maravillan de que, por mucho que la dejen, todav�a la traen vac�a. Y muchos oran: "Env�a tu luz y tu verdad", pero mant�n sus mentes tan cerradas por la mundanalidad y el descuido, o por alguna obstinada predisposici�n, o alg�n pecado que los asedia, que la luz y la verdad no pueden entrar.

Vu�lvanse hacia la Palabra de Dios con los ojos abiertos y el coraz�n honesto. Deseos de encontrar algo; busca y encontrar�s. Si hubiera ramas en el �rbol del conocimiento por encima de su alcance actual, recolecte la fruta que sea m�s accesible; y cuando se sienta refrescado y fortalecido por las verdades que logra, podr� alcanzar las que crecen m�s altivamente.

II. Deja que su tono se infunda en tu temperamento. Cuando una persona habla, no solo est� lo que dice, sino el tono en el que lo dice. Hay un tono seco y fr�volo que marchita la sinceridad de las palabras m�s amables, y hay un tono sincero, que llenar� las palabras m�s comunes con una magia que se derrite. No solo hay verdad b�blica, sino un tono b�blico; no solo la Palabra de Cristo, sino la manera en que Cristo la habla.

La nota clave de las Escrituras es el amor, y la verdad de Jes�s se habla en un tono de gracia divina. Hay algo m�s que doctrina en la Palabra de Cristo. Un qu�mico puede analizar el vino del L�bano y puede decirte que contiene muchas sales y �lcalis; y puedes combinar todos estos, puedes mezclarlos en las proporciones justas; pero la qu�mica nunca crear� lo que produjo la cosecha.

Para hacer el vino del L�bano se necesita el L�bano mismo, la monta�a con su coraz�n efusivo y manantiales arom�ticos. Un te�logo puede analizar la doctrina cristiana; �l puede decirle cu�ntas verdades y principios contiene esta Biblia, y puede combinarlos todos; pero necesita la propia mente de Cristo, su coraz�n amoroso y su esp�ritu benigno, para reproducir la verdad tal como es en Jes�s.

J. Hamilton, Works, vol. VIP. 32.

Referencias: Colosenses 3:16 . JG Rogers, Christian World Pulpit, vol. vii., p�g. 33; Preacher's Monthly, vol. iii., p�g. 270; vol. iv., p�g. 185; vol. vii., p�g. 378; RS Candlish, Sermones, p�g. 188; Homilista, vol. v., p�g. 14; Ib�d., Tercera serie, vol. VIP. 270; A. Raleigh, The Little Sanctuary, p�g. 273; J. Edmunds, Sermones en una iglesia de aldea, vol. ii., p�g. 1; El p�lpito del mundo cristiano, vol. xxvii., p�g. 302.

Versículo 17

Colosenses 3:17

I. Observe la extensi�n de este dicho, una extensi�n de la cual es imposible desprenderse de �l. O es una mera exageraci�n vac�a, o llega al punto de aplicarse a todos los actos de la vida del hombre, importantes o no importantes. Y es claro, que para que as� sea, debe proponernos alg�n motivo y alguna regla, que tocar� esa vida cotidiana en todos los puntos. Ning�n espect�culo es m�s com�n que encontrar a un hombre movido por un poderoso motivo que gobierna y dirige toda su vida.

La realidad es la esencia y condici�n necesaria de todos esos resortes de vida y acci�n. Es imposible que un hombre entregue su coraz�n y su vida para perseguir lo que no cree. El hip�crita no es una excepci�n; s�lo hace uso de algo en lo que no cree como un instrumento para la consecuci�n de algo en lo que cree. Observe c�mo estos motivos act�an sobre el hombre.

(1) Su influencia es un poder restrictivo, del cual es inconsciente, m�s que un est�mulo llevado a cabo por un esfuerzo consciente.

(2) Es muy raro que las personas sobre las que act�an las profesen en voz alta. Aqu�, como en la naturaleza, lo m�s profundo es lo m�s silencioso. Pero, por otro lado, por su misma quietud, todos los observadores conocen su profundidad.

II. Note el motivo impl�cito en las palabras, "En el nombre del Se�or Jes�s". Que el amor de Cristo por m� se convierta para m� no s�lo en un hecho reconocido, sino en el hecho reconocido de mi vida; entonces se convertir� en un motivo restrictivo; entonces no se contentar� con influir en algunas de mis facultades, con emplear parte de mi tiempo, con reclamar algunos de mis afectos; pero por la naturaleza misma de las cosas debe tener y tendr� todo, me absorber� en Su servicio y tomar� posesi�n de mi coraz�n y motivos, y de mi vida, d�a tras d�a; ser� el sol que me ilumine a mi vida por nacer; de modo que todo lo que haga, de palabra o de hecho, lo har� bajo la influencia de este motivo restrictivo.

H. Alford, Quebec Chapel Sermons, vol. i., p�g. 67.

Referencias: Colosenses 3:17 . Revista del cl�rigo, vol. ii., p�g. 12; vol. v., p�g. 31; HJ Wilmot-Buxton, La vida del deber, vol. i., p�g. 90; Spurgeon, Sermons, vol. xvi., n�m. 913; Homilista, vol. iv., p, 415; El p�lpito del mundo cristiano, vol. xxv., p�g. 289; HW Beecher, Plymouth Pulpit, d�cima serie, p�g. 391.

Versículo 21

Colosenses 3:21

La formaci�n cristiana de los ni�os.

I. El hombre tiene bastantes enemigos en su interior; La corrupci�n de muchas clases est� profundamente arraigada en el coraz�n humano y, tarde o temprano, surge y se manifiesta en diversas formas, de acuerdo con diferentes disposiciones naturales. Y es relativamente raro que las tendencias pecaminosas se manifiesten por primera vez en la vida madura. Todas las malas tendencias en la naturaleza de un ni�o se habr�n manifestado de manera muy inconfundible antes de que haya cambiado la casa de su padre por el gran escenario del mundo.

Si se han encontrado disposiciones como la nuestra en nuestros hijos, fue el efecto de nuestro ejemplo hiriente; el pecado de los viejos provoc� el de los j�venes. O, si tienen faltas opuestas a las nuestras, es generalmente la resistencia al mal con el que nuestras faltas los amenazan lo que despierta las suyas a la actividad. No es raro que nosotros, los padres, cuando nos cansamos de la lucha, abandonemos todo entrenamiento piadoso y dejemos a los hijos a su manera. Si solo protegemos a nuestros hijos para que no desconf�en de nosotros, todo se arregla, pero si hemos entrado en esa condici�n infeliz, implica la ruina y la p�rdida en todas nuestras relaciones con ellos.

II. Considere lo que, de acuerdo con la designaci�n de Dios, los j�venes deben ser para nosotros. S�lo los ni�os, alegres y libres de cuidados, pueden difundir a nuestro alrededor la atm�sfera de olvido del mundo que tanto nos necesita. Son ellos los que, cuando regresamos al c�rculo del hogar, no ven en nuestros rostros nada m�s que la alegr�a de estar all� de nuevo, y ellos mismos sienten solo que nos han extra�ado y ahora nos tienen de regreso una vez m�s.

Esta felicidad, por supuesto, se pierde para aquel en cuyo hogar se han amargado los corazones j�venes; porque encuentra que le aguardan en casa s�lo dificultades m�s dolorosas que las que ha dejado atr�s. Cuando provocamos y alejamos a nuestros hijos, tanto ellos como nosotros perdemos lo mejor de nuestra vida juntos. Y como ellos, por su parte, pueden protegerse mejor contra cualquier amargura creciente mediante la obediencia respetuosa, de acuerdo con el primer mandamiento con promesa, seamos, por nuestra parte, incansables en ese amor abnegado hacia ellos, que no busca el nuestro. placer y ventaja, pero de ellos, y que tiene su recompensa directa en el brillo y la paz que la compa��a de los j�venes trae tan naturalmente cuando no hay tinajas ni malentendidos.

F. Schleiermacher, Selected Sermons, p�g. 146.

Referencias: Colosenses 3:23 ; Colosenses 3:24 . G. Salm�n, gnosticismo y agnosticismo, p. 243. Colosenses 3:24 . Spurgeon, Evening by Evening, p�g.

348; Ib�d., Sermones, vol. xx., No. 1205. Colosenses 4:1 . W. Braden, Christian World Pulpit, vol. vii., p�g. 140. Colosenses 4:2 . Spurgeon, Ma�ana a ma�ana, p�g. 2; Ib�d., Sermones, vol. vii., No. 354.

Información bibliográfica
Nicoll, William R. "Comentario sobre Colossians 3". "Comentario Bíblico de Sermón". https://beta.studylight.org/commentaries/spa/sbc/colossians-3.html.
 
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