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Ezequiel 20

Comentario Bíblico de SermónComentario Bíblico de Sermón

Versículos 1-3

Ezequiel 20:1

I. No hay evidencia de que los ancianos hayan mostrado arrepentimiento al venir a consultar al Se�or. Ezequiel no despidi� a los hambrientos con las manos vac�as; �l solo, como embajador de Dios, se neg� a responder a aquellos que no dejar�an atr�s sus pecados cuando entraron en el templo de Dios. Pero tambi�n hay otra cosa que decir acerca de la visita de estos ancianos: hicieron del or�culo de Dios una mera conveniencia; mientras que siempre ten�an un profeta entre ellos, y si quisieran haber preguntado a Dios a menudo o continuamente, no hicieron nada por el estilo; pero cuando se encontraban en peligro y no sab�an qu� camino tomar, se presentaban ante el profeta de Dios.

II. La verdadera religi�n es enf�ticamente caminar con Dios, no un simple acercamiento ocasional a �l. Decimos que la religi�n es una vida, y la describimos correctamente, de modo que no es una serie de esfuerzos espasm�dicos, ni una indagaci�n de Dios de vez en cuando, ni una venida a Su profeta en el sexto a�o y el sexto mes, y nuevamente en el s�ptimo a�o y el quinto mes, sino una indagaci�n en todos los a�os y todos los meses y todos los d�as, un h�bito de abrir nuestro coraz�n y nuestra conciencia a �l, y de guiar nuestra conducta por las respuestas que podamos obtener.

III. El ejemplo de los ancianos de Israel nos muestra claramente la necesidad de dejar nuestros pecados atr�s cuando venimos a consultar a Dios. El autoexamen y la autocondena, tal vez, y los fervientes esfuerzos por abandonar el mal y hacer el bien, deben ser siempre los preparativos para una investigaci�n exitosa de Dios.

IV. Otra lecci�n que nos trae esta historia es que la oraci�n, o incluso el acercarse a Dios de cualquier manera, no debe convertirse en una mera cuesti�n de conveniencia, sino que debe considerarse como una cuesti�n de constante necesidad espiritual.

Obispo Harvey Goodwin, Sermones parroquiales, tercera serie, p�g. 106.

Versículo 25

Ezequiel 20:25

El profeta Ezequiel en el texto anuncia un juicio muy solemne de Dios sobre aquellos que rechazan la verdad. Los jefes de la naci�n est�n ante el profeta, requiriendo saber c�mo podr�a ser propiciado Dios, para traerlos de nuevo a su pa�s y a sus hogares. Pose�do por el Terrible Morador, Ezequiel recapitula la historia de los jud�os desde el principio, y entre las visitaciones mezcladas de ira y misericordia de Dios, se describe la del texto. Hay una dificultad obvia en este pasaje. Que el Todopoderoso, bajo cualquier circunstancia, d� falsos preceptos a su pueblo, es al principio dif�cil de entender.

I. El hecho que extraemos de las palabras del profeta es este, que Dios, habiendo promulgado primero a los israelitas las leyes de la vida, debido a su indiferencia hacia ellas, les dio las leyes de la muerte; y el principio general aqu� involucrado es que el castigo por transgredir o rechazar las leyes santas, es que se nos asignen leyes imp�as. Si rechazamos la verdad, seremos llamados a tomar la falsedad como gu�a.

II. Podemos rastrear un gran principio que impregna y matiza todas las visitaciones de la venganza Divina; el principio es este, que el castigo debe tener en su calidad una semejanza con el pecado. Cuando Ad�n y Eva supusieron comer del fruto del �rbol del bien y del mal, se les impidi� el acceso al �rbol de la vida. El castigo del pecado es predicar contra el pecado. Y es obvio cu�nto m�s llamativa se vuelve esta predicaci�n, cuando la pena infligida es de una clase para recordar la iniquidad precisa de la que es la pena.

Por lo tanto, cuando el pecado es negarse a escuchar, �cu�l deber�a ser el castigo sino la privaci�n del poder de escuchar? El cerrar nuestros ojos a la luz de la religi�n verdadera debe resultar naturalmente en que se oscurezcan para siempre.

Obispo Woodford, Occasional Sermons, vol. i., p�g. 227.

Referencias: Ezequiel 20:32 . HM Butler, Harrow School Sermons, vol. ii., p�g. 275. Ezequiel 20:34 . Spurgeon, Sermons, vol. xxxi., No. 1840. Ezequiel 20:35 .

J. Keble, Sermones en varias ocasiones, p�g. 405. Ezequiel 20:41 . Spurgeon, Sermons, vol. xii., n�m. 688; Ib�d., Evening by Evening, p�g. 88. Ezequiel 20:43 . J. Keble, Sermones para los domingos despu�s de la Trinidad, parte ii., P. 207.

Versículo 38

Ezequiel 14:8 ; Ezequiel 20:38

Tal es la carga solemne con la que el profeta Ezequiel cierra casi todos los p�rrafos de su profec�a: el resultado propuesto de todos los juicios denunciados y todas las misericordias prometidas por Dios a trav�s de su ministerio. Un resultado tan anunciado, tan repetido, no puede dejar de ser importante.

I. Cuando lleguemos a considerar seriamente el asunto, �no encontraremos que es una lecci�n que vale la pena aprender a cualquier precio al precio del hogar y la comodidad, de la riqueza y el vigor, s�, de la vida misma, si es necesario? Pues pensemos en la importancia de este conocimiento para saber que Dios es el Se�or. De esto, en un ser racional y responsable, depende toda felicidad real y duradera. Dios es el Autor de su vida, el �nico objeto satisfactorio del deseo de su alma.

De la comuni�n con �l, de la gracia derivada de �l, de crecer en semejanza a �l, dependen tanto su poder presente como su poder de avance para el bien. Conocerlo no solo conduce a la vida eterna, sino que es la vida eterna misma.

II. Intentemos esbozar los l�mites de este conocimiento y dar una idea de su naturaleza y c�mo se produce. El hombre por s� mismo no lo tiene, necesita ense�arlo. Adem�s, no es un conocimiento que cualquier educaci�n, por completa que sea, pueda conferirnos. La educaci�n puede ense�ar el conocimiento de las obras de Dios, puede hacer que un hombre est� familiarizado con los interesantes y gloriosos detalles de la creaci�n, pero no puede ense�ar el conocimiento de Dios mismo.

Puede encontrar, y a menudo encuentra, al fil�sofo natural consumado, al historiador exacto y experimentado, al minucioso erudito b�blico, pero en total ignorancia del conocimiento impl�cito en esas palabras: "Sabr�is que yo soy el Se�or".

III. "Sabr�is que yo soy Jehov�". Es la promesa de Dios a su pueblo. Y es una promesa de coronaci�n que incluye a todas las dem�s en s� misma. Porque cuanto m�s conocimiento haya de Dios, m�s amor habr� hacia �l; y cuanto m�s amor haya hacia �l, m�s gozo habr� de �l; para que los que lo conocen mejor ocupen lo m�s alto en las filas de los bienaventurados.

H. Alford, Quebec Chapel Sermons, vol. ii., p�g. 120.

Referencia: Ezequiel 14:11 . Revista del cl�rigo, vol. xv., p�g. 146.

Versículo 49

Ezequiel 20:49

Nada es m�s descorazonador, si debemos creer que es verdad, que el lenguaje en el que algunas personas hablan de las dificultades de las Escrituras, y la certeza absoluta de que diferentes hombres continuar�n entendi�ndolas de manera diferente. Parece deseable que todo estudiante de la Escritura sepa tan bien como sea posible cu�l es el estado exacto de esta pregunta; porque si el tema de sus estudios es realmente tan desesperadamente incierto, es casi imposible que su celo por estudiarlo no disminuya.

I. Leemos muchos libros escritos en idiomas muertos, la mayor�a de ellos m�s antiguos que cualquier parte del Nuevo Testamento, algunos de ellos m�s antiguos que varios libros del antiguo. Sabemos bastante bien que estos libros antiguos no est�n exentos de dificultades; que se requiere tiempo, pensamiento y conocimiento para dominarlos; pero todav�a no dudamos de que, con la excepci�n de algunos pasajes particulares aqu� y all�, el verdadero significado de estos libros puede descubrirse con indudable certeza.

Cuando llegamos a pasajes que no pueden ser interpretados o entendidos, los dejamos de inmediato como un espacio en blanco, pero no disfrutamos menos, y entendemos con no menos certeza, la mayor parte del libro que los contiene. Y esta experiencia con respecto a las obras de la antig�edad pagana, lo convierte en una proposici�n sorprendente al principio, cuando se nos dice que, con las obras de la antig�edad cristiana, el caso es diferente.

II. Las diferencias entre cristiano y cristiano de ninguna manera surgen generalmente de la dificultad de entender las Escrituras correctamente, sino del desacuerdo en cuanto a alg�n otro punto, bastante independiente de la interpretaci�n de las Escrituras, o pueden ser consideraciones de otro tipo, en cuanto a la razonabilidad inherente de una doctrina. Uno de los hombres m�s grandes de nuestro tiempo ha declarado que en la primera parte de su vida no cre�a en la Divinidad de nuestro Se�or; pero ha declarado expresamente que ni por un momento se persuadi� a s� mismo de que St.

Pablo o San Juan no lo creyeron; pensaba que su lenguaje era bastante claro sobre el tema, pero la idea le parec�a tan irrazonable en s� misma, que no la crey� a pesar de su autoridad. Los mismos dolores que nos capacitan para comprender los escritos paganos, cuyo significado es infinitamente menos valioso para nosotros, nos capacitar�n, con la bendici�n de Dios, para comprender tambi�n las Escrituras. Suponiendo que busquemos honestamente conocer la voluntad de Dios, y oremos con devoci�n para que Su ayuda nos gu�e a ella, entonces nuestro estudio no es vano ni incierto: la mente de la Escritura puede ser descubierta: podemos distinguir claramente entre lo que es claro y lo que es. no est� claro; lo que no est� claro se encontrar� mucho menos en cantidad e infinitamente menos en importancia que lo que est� claro.

T. Arnold, Sermons, vol. iv., p�g. 281.

I. Hay dos objeciones que los hombres del mundo hacen al predicador; objetan dos tipos de discurso religioso; el discurso de la doctrina religiosa y el discurso de la experiencia religiosa. El credo cristiano contiene palabras misteriosas, y estas son par�bolas tanto para los que creen como para los que no. La experiencia cristiana se expresa tambi�n en palabras misteriosas que solo los cristianos entienden.

Habla de conversi�n, fe, seguridad, perseverancia, justificaci�n, santificaci�n; y los hombres que no han experimentado estos estados mentales llaman a estas palabras carentes de significado; los clasifican juntos bajo el t�tulo de hipocres�a. Lo que a la �poca le disgusta especialmente en la ense�anza de la Iglesia son estas dos cosas: dogma y hipocres�a, misterio e irrealidad. En cuanto a la objeci�n al misterio en la religi�n, quiz�s la forma m�s sencilla de considerarla ser�a preguntarse si es posible cumplirla; si es posible ense�ar alg�n tipo de religi�n que est� completamente libre de misterio.

Cuando re�nes estos dos grandes misterios Dios y el hombre, el Creador y la criatura; el Creador con Su omnipotente voluntad, y la criatura con su misterioso y terrible poder de rebelarse contra esa voluntad; el amor Todopoderoso que desea nuestra felicidad y, sin embargo, parece quererla en vano, y la temeridad desesperada de la criatura que parece siempre empe�ada en su propia destrucci�n; el Dios vivo y amoroso que escucha la oraci�n, y la ley inmutable y terrible a la que toda oraci�n parece hablada en vano: nos encontramos todos rodeados de misterios; se levantan como nieblas de la tierra y se re�nen alrededor del lugar de reuni�n donde los hombres se acercan a Dios.

Los misterios del cristianismo son misterios de todos los tiempos y de toda la humanidad. Esas frases tontas que a los hombres les disgustan, no podemos renunciar a ellas por la misma raz�n; expresan, no nociones, sino hechos. Si un hecho es peculiar, entonces su nombre tambi�n debe ser peculiar. Cada ciencia, cada profesi�n, cada arte tiene su propio canto, tiene sus propias expresiones t�cnicas que s�lo pueden comprender quienes conocen la ciencia o practican el arte. La religi�n es una ciencia; es el conocimiento de Dios. La religi�n es un arte; es el arte de vivir en santidad y de morir feliz; por lo tanto, debe tener sus palabras tajantes .

II. Pero aunque no renunciemos a nuestros dogmas, existe una petici�n que todos los hombres tienen derecho a hacer de nosotros, y que deber�amos hacer bien en ponderar cuando lo hagan. Ustedes, los oyentes, tienen derecho a decirnos a los maestros: "Cuiden las par�bolas que nos dan. Cuiden c�mo agregas tus palabras a las de Dios, y luego llama a ambas Su palabra. Danos el mensaje de Dios. Danos a todos el mensaje de Dios". Danos nada m�s que el mensaje de Dios ". Tiene derecho a pedirnos que tengamos cuidado de que esas peculiares expresiones religiosas que utilizamos sean reales y vivan en nuestros labios; que no sean meras palabras.

Obispo Magee, The Gospel and the Age, p�g. 139.

I. Aquellos a quienes Ezequiel ministr� no fueron los �nicos seres que han devuelto esta respuesta al mensaje Divino, esta burla burlona de incredulidad, que en mi opini�n es uno de los rasgos m�s tristes de cualquier �poca en la que pueda encontrar expresi�n. En la primera tentaci�n, el padre de la mentira puso fin al monstruoso plan que �l y los suyos desde entonces, en miles de casos, han adoptado en detrimento y destrucci�n de aquellos que se han rendido a su influencia y han respondido a su poder.

Lo encontramos as� hoy. Los hombres desprecian el Evangelio, presumiendo de decirnos que es una f�bula astutamente inventada, ri�ndose de sus amenazas hasta el desprecio y pisoteando sus provisiones divinas; o profesan creerlo, y al mismo tiempo no le prestan ninguna atenci�n pr�ctica, no permiten que tenga ninguna influencia sobre sus mentes para no ejercer ning�n poder sobre sus esp�ritus.

II. Las palabras de la verdad divina no son par�bolas en este sentido del texto. Es cierto que el Evangelio est� lleno de par�bolas, par�bolas inspiradas en el prop�sito divino y enriquecidas por el amor divino, pero no en el sentido en que se insinuaba el reproche y se pronunciaban las palabras en el caso del texto. Las verdades de la Biblia no son par�bolas, sino realidades eternas, revelaciones divinas para todos nosotros.

III. Hay verdades en las que cada alma tiene un inter�s que implica la destrucci�n o salvaci�n de cada esp�ritu a quien se dirigen. Son verdades cuyo susurro m�s ligero est� ponderado por el significado divino y elogiado por la veracidad divina; y el cielo y la tierra pasar�n, pero ni una jota ni una tilde de estos hasta que todo se haya cumplido. Cuando ve a los imp�os pasar de la mano izquierda del Juez a la muerte eterna, siente que no es una par�bola.

Cuando oyes a la multitud de los que claman a las rocas y a las monta�as para que caigan sobre ellos y, aunque los aplastan, para esconderlos de la presencia de Aquel que est� sentado en el trono, sientes que no es una par�bola. Y cuando ves por fin la separaci�n de los justos y los imp�os, y los que ascienden con su Salvador y estos que parten para recoger la terrible cosecha de su propia locura, sientes que no hay una verdad severa all�, no hay par�bola; sino aquello que exige su cuidadosa atenci�n y es digno de su m�s devota consideraci�n.

JP Chown, Penny Pulpit, No. 580.

Referencias: Ezequiel 20:49 . HM Butler, Harrow Sermons, p�g. 377; G. Brooks, Outlines of Sermons, p�g. 158; Preacher's Monthly, vol. x., p�g. 210; D. Moore, Penny Pulpit, n� 3155; Obispo Magee, Esquemas del Antiguo Testamento, p. 252. Ezequiel 21:27 .

J. Foster, Conferencias, segunda serie, p�g. 78. Ezequiel 21:31 . Fuente, 5 de mayo de 1881. Ezequiel 24:15 . A. Mackennal, Homiletic Magazine, vol. xii., p�g. 45. Ezequiel 24:16 .

Revista del cl�rigo , vol. xi., p�g. 145. Ezequiel 24:19 . S. Cox, Exposiciones, primera serie, p�g. 442. Ezequiel 27:3 . G. Brooks, Outlines of Sermons, p�g. 64. Ezequiel 28:14 .

Revista homil�tica, vol. ix., p�g. 361. Ezequiel 29 P. Thomson, Expositor, primera serie, vol. x., p�g. 397. Ezequiel 32:31 ; Ezequiel 32:32 .

Preacher's Monthly, vol. iv., p�g. 327. Ezequiel 33:5 . Spurgeon, Sermons, vol. iv., n�m. 165. Ezequiel 33:6 . S. Cox, Exposiciones, tercera serie, p�g. diecis�is.

Información bibliográfica
Nicoll, William R. "Comentario sobre Ezekiel 20". "Comentario Bíblico de Sermón". https://beta.studylight.org/commentaries/spa/sbc/ezekiel-20.html.