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Bible Commentaries
San Juan 17

Comentario Bíblico de SermónComentario Bíblico de Sermón

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Versículo 2

Juan 17:2

I. Quiz�s el primer pensamiento que atrapa la mente en este vers�culo de amplio c�rculo es la conexi�n del poder y el poder de la misericordia, todos subordinados a la misericordia. Tres dones, observar� que tres dones se mencionan por separado, y estos tres dones comprenden todo. Toda la verdad, como est� en Jes�s, est� envuelta en estos tres dones. Dios le da a Cristo un pueblo. Sobre ese pueblo, cuando muri� por ellos, Dios le da autoridad a Cristo, porque ese es el significado de la palabra "poder": autoridad, prerrogativa, gobierno. Y Cristo, usando el poder, les da vida eterna.

II. Es justamente lo que queremos una fuerza superior a las groser�as de la naturaleza, una autoridad que se impone sobre lo material, algo que puede elevar lo que llamamos lo m�s bajo a algo que nos parece ser, y que quiz�s sea, la parte superior de nuestro ser. ser. Lo queremos a diario en nosotros mismos lo queremos en aquellos que amamos lo queremos en el espesor y la opresi�n de una vida agobiada lo queremos en todas las grandes cosas de la vida lo queremos en el d�a del juicio lo queremos en los nuevos cielos y la tierra nueva la queremos y la tenemos. "Le has dado potestad sobre toda carne".

III. �Qu� es la vida eterna? (1) Es una cosa presente. Nunca pienses en la vida eterna como algo que comienza al otro lado de la tumba. Empieza ahora, o no empieza. (2) Conocer a Dios es vida eterna. Pero recuerde que no es conocimiento de Dios o de Cristo conocerlos intelectualmente para conocerlos abstractamente. Debes conocerlos personalmente. No debes conocerlos como lees en un libro, como conoces a personas en la historia; pero debes conocerlos como conoces a alguien con quien tienes intimidad, cuya mente has le�do; en cuya sonrisa te has asoleado; en cuyo coraz�n est�s; con quien has tenido una dulce conversaci�n. Esa es la vida aqu� que es la vida por los siglos de los siglos.

J. Vaughan, Cincuenta sermones, cuarta serie, p�g. 314.

Referencias: Juan 17:2 . Spurgeon, Sermons, vol. x., n�m. 566; Revista homil�tica, vol. xvii., p�g. 122; J. Vaughan, Fifty Sermons, 1874, p�g. 314. Juan 17:1 . W. Roberts, Christian World Pulpit, vol. xii., p�g. 277. Juan 17:1 .

JH Evans, Thursday Penny Pulpit, vol. ii., p�g. 265. Juan 17:3 . P�lpito contempor�neo, vol. iv., p�g. 310; S. Baring Gould, Cien bocetos de sermones, p�g. 43; G. Brooks, Quinientos contornos, p�g. 17; Revista homil�tica, vol. x., p�g. 5; HW Beecher, Christian World Pulpit, vol. xxviii., p�g. 33.

Versículo 4

Juan 17:4

No creo que aqu� en este texto nuestro Se�or pretendiera referirse al acto final y completo del derramamiento de sangre que fue la remisi�n. Creo que revis� Su vida, la sujeci�n, el dolor, la obediencia aprendida por las cosas que sufri�, la ense�anza y la prueba, la sujeci�n a las indignidades, al tiempo y al espacio, al fr�o y al hambre, a los demonios y a los hombres en la luz. de todos estos recuerdos visionarios, dijo: "He terminado la obra que me diste que hiciera.

"Esta palabra de nuestro Se�or es una flecha de luz que brilla a trav�s del valle agobiado de nuestro ser" He terminado la obra que me diste que hiciera. "En esta especialidad, que fue el triunfo del Salvador, se encuentra tambi�n el suelo de La especialidad de consolaci�n del cristiano, digo, porque Dios pone la obra, Dios encierra la obra con dificultades. Logramos, es porque �l nos ha ayudado; fallamos, es porque �l nos ense�ar�a; y as�, a menudo, el fracaso se convierte en el estrado del m�s alto �xito. Es un pensamiento ilustre, y es la luz roja brillante a lo largo del horizonte de la vida, que cada uno tiene su campo designado. "T� elegir�s nuestra herencia para nosotros".

I. El dolor es trabajo. �No fue obra su dolor? El dolor es la lluvia que desciende hasta las ra�ces mismas de nuestro ser. El dolor influye en el coraz�n como la acci�n atmosf�rica sobre las rocas duras y los cerros: afloja, ablanda, desintegra, nivela, y del moho hace las flores y los frutos del coraz�n, como las flores. y los frutos de la tierra extienden su flor.

II. La tentaci�n es trabajo. El hombre no ve la victoria ni el triunfo; pero Dios lo hace.

III. La fe es trabajo. Pero este es nuestro trabajo en relaci�n con Dios, y la simpat�a es nuestro trabajo en relaci�n con el hombre.

Piensa en lo divino que trabaja tanto en su forma m�s baja como en su forma m�s elevada para hacer algo. Nadie es olvidado ante Dios. El pescador yendo a los r�os, el labrador al campo, el lechero al corral, el artesano a la tienda, el hombre muy perseverante para trabajar. Cu�n divino, cu�n divino es el trabajo para arrastrar el hilo de seda del Esp�ritu a trav�s de la dura aguja de la dificultad.

E. Paxton Hood, Sermones, p�g. 306.

Juan 17:4

Considere cu�les fueron los prop�sitos de Dios que por la muerte de nuestro Se�or fueron respondidos, y que sin �l, hasta donde podemos ver, no podr�an haber sido respondidos para que Dios fuera glorificado.

I. Y primero, creo, debemos sentir que por medio de la presente se puso una marca sobre la obra del diablo, el pecado, que ning�n otro procedimiento concebible podr�a haberle puesto. Su odio hacia Dios; su extrema atrocidad; el temor de ser tentado a cometerlo; Por la presente se hizo inteligible para todos que nada menos que esta agonizante tortura infligida al Hijo de Dios pod�a expiarla.

II. El siguiente prop�sito importante respondido por los sufrimientos de nuestro bendito Maestro, y el cumplimiento manifiesto de la voluntad de Dios, es su eminente adaptaci�n para establecer un reino espiritual completamente distinto del carnal. Su reino evidentemente no era de este mundo. Pilato se maravill� de que pudiera ser llamado reino en absoluto, sin comprender el poder del ejemplo santo, de la doctrina sincera, de la paciencia humilde.

Sin embargo, aqu� fue glorificado nuestro Padre, y de esta manera se obtuvieron triunfos tan gloriosos como la pol�tica mundana, la fuerza de las armas o la riqueza exterior y la influencia nunca podr�an haber logrado. Porque estos afectan s�lo por un tiempo los intereses actuales de la humanidad; Considerando que la perseverancia paciente, la alegre presteza de nuestro bendito Se�or para toda buena obra, su humildad, su mansedumbre, su constancia, su amor, su mansedumbre, su abnegaci�n sin igual en todas las ocasiones, han dejado tras de s� memorias s�lidas y eternas. en todas las edades del mundo ha sido la estancia de los que sufren, el consuelo de los dolientes, la fuerza de los que lucharon con la tentaci�n, la esperanza de las almas abatidas y afligidas; y no s�lo eso, sino que han santificado todos los instrumentos con los que se llevan a cabo los prop�sitos de este mundo.

III. Considere c�mo Cristo, por su vida y muerte, ha excluido por completo toda farsa y pretensi�n de religi�n, ha hecho imposible que la falta de sinceridad y la mundanalidad se entreguen a la halagadora esperanza de entrar por la puerta cuyos postes y dinteles est�n todos salpicados de sangre. . �Qu� es esta sangre y qu� significa? Es la sangre del Cordero que fue inmolado, del unig�nito Hijo de Dios, quien dio su vida por nuestras vidas, debido a Dios por el pecado.

Obispo Thorold, Penny Pulpit, No. 410, nueva serie.

En cuanto a la obra consumada de Cristo, nuestro deber es (1) comprender, valorar, creer y apropiarnos de ella; (2) cultivar y llevar en la mayor medida posible una vida interior de pensamientos y sentimientos piadosos en comuni�n con Dios, y una vida exterior de santidad, mediante la cual seremos gradualmente aptos para la presencia eterna, los servicios y los placeres del Dios Todopoderoso. ; y (3) tenemos que hacer tales buenas obras aqu�, como Dios orden� antes que caminemos en ellas para el bien de nuestros semejantes y la extensi�n del reino de Cristo. Es el tercer trabajo que deseo considerar ahora.

I. La peor de todas las condiciones posibles es el estado de aquellos que viven sin el testimonio de su propia conciencia de que tienen alg�n trabajo que est�n haciendo para Dios. Y, sin embargo, es la posici�n de miles. Viven, al menos en este sentido, una vida sin sentido y sin objetivo, e incurren en la consecuencia retributiva de pasar inquietos, porque sin Cristo; y una triste, porque una existencia in�til.

La vida nunca ha sido rastreada hasta su verdadero rumbo y, por lo tanto, el car�cter es d�bil, las energ�as est�n sueltas y la felicidad ins�pida. Y muy solemne al fin ser� la tarde, cuando el Se�or de la vi�a se encuentre con estos sin trabajo.

II. En primer lugar, establecemos que la posici�n natural de cada uno, sus circunstancias providenciales, su trabajo o negocio o profesi�n, que ha elegido, determina su principal obra en la vida que, tomada de Dios, debe ejecutar para Dios. Hay muchos hombres y muchas mujeres cuyo trabajo a lo largo de la vida es glorificar a Dios en alg�n tranquilo escenario hogare�o, en el desempe�o cristiano diario de deberes inadvertidos y en el desempe�o ajeno al mundo de alg�n servicio mundano, solo que cada uno lo acepte como del cielo, y ten cuidado de arrojarle el cielo.

Entonces, es un entrenamiento y una disciplina para los servicios superiores de otro mundo. Pero ya sea que lo encuentres en tu lugar en la familia, en tu negocio en el mundo, o en algo que hayas emprendido m�s expresamente por la causa de la religi�n y por Dios, solo mira bien esto, que sea real. trabajo que sienta claramente que tiene una misi�n, que es un trabajo que se le ha encomendado y que se hace piadosamente por Dios, en Dios, por Dios. "He acabado la obra que me diste por compa�era me lo haga."

J. Vaughan, Cincuenta sermones, quinta serie, p�g. 149.

Referencias: Juan 17:4 , Homilista, 2da serie, vol. iv., p�g. 933. Jn 17: 4, Juan 17:5 . J. Keble, Sermones desde el D�a de la Ascensi�n hasta la Trinidad, p. 82. Jn 17: 5. Revista del cl�rigo, vol. ii., p�g. 267. Juan 17:8 .

W. Roberts, Christian World Pulpit, vol. xii., p�g. 357. Juan 17:11 . J. Vaughan, Sermones, 14� serie, p�g. 76. Juan 17:11 ; Juan 17:12 . Spurgeon, Sermons, vol. xxxii., No. 1883.

Versículo 11

Juan 17:11

I. El autor y mantenedor de Unity. "Santo Padre, qu�dese". La unidad dondequiera que exista fluye de Dios. �l es la nube de donde las gotas de paz se destilan primero al coronar al Herm�n, y luego fluyen hacia todas las alturas m�s bajas. Y como �l es el autor exclusivo, tambi�n es el sustentador exclusivo de la unidad. Paz y unidad en las familias Unidad, paz y concordia entre las naciones Armon�a entre las partes contendientes, ya sea en el Estado o en la Iglesia, todo esto es el resultado de ese mantenimiento y apoyo que Dios, como Padre Eterno, est� continuamente ministrando a Sus criaturas, y en consecuencia debe remontarse a �l como su origen.

II. Note el m�todo por el cual Dios mantiene esta unidad a trav�s de Su propio Nombre. Es un reconocimiento sincero del amor divino por un lado, y la justicia divina por el otro, en el que nuestro Salvador ora aqu� para que Dios guarde a sus elegidos. Mant�n sus corazones siempre vivos a todos los atributos que constituyen Tu Nombre o car�cter. Proclama tu nombre ante ellos, y dales que anden conforme a �l, rindi�ndote una obediencia, en verdad estricta, como con Aquel que no sufrir� el pecado sobre ellos; pero al mismo tiempo libre y principesco, cordial y amante de la obediencia, no de esclavos, sino de hijos queridos.

III. Note las personas entre las cuales se puede esperar que subsista esta unidad: "Aquellos que me has dado". La uni�n, uni�n vital real, no puede existir entre y con los que desconocen a Dios.

IV. Cu�n estrecho ser� el v�nculo de la confraternidad; que "Ellos pueden ser uno, como Nosotros ". �Qu� mortal dir�, qu� mortal comprender� la extrema cercan�a de esa unidad, la perfecta unidad de los consejos, la perfecta unidad de la voluntad, la perfecta unidad de los fines, la perfecta unidad de la naturaleza? E incluso un v�nculo as� unir� a los elegidos, es m�s, ahora los est� estrechando, y gradualmente se va acercando m�s a ellos.

EM Goulburn, Sermones en Holywell, p�g. 182.

Referencias: Juan 17:11 . Nuevos bosquejos del Nuevo Testamento, p�g. 72; GW McCree, Christian World Pulpit, vol. xiii., p�g. 46; J. Keble, Sermones de la Ascensi�n a la Trinidad, p. 21; P�lpito de la Iglesia de Inglaterra, vol. v., p�g. 241.

Versículo 12

Juan 17:12

El cuidado de Cristo por sus disc�pulos

I. Primero, observe qu� reconfortante es saber que Cristo preferir�a obrar un milagro para refrenar a los enemigos de sus siervos, que dejar a esos siervos en un encuentro demasiado grande para sus fuerzas. Podemos creer que los disc�pulos seguramente se apartar�an si la banda que prendi� a Cristo tambi�n les hubiera impuesto las manos; todav�a no hab�an recibido la gracia suficiente para la prueba, por lo que fueron librados milagrosamente.

La apostas�a habr�a sido inevitable y, por lo tanto, Dios nunca permite que lo sea. Pero no nos atrevemos a decir que despu�s, cuando recibieron la gracia suficiente para la prueba, la apostas�a se hizo imposible. Ya no era cierto que deb�an caer por no tener fuerzas suficientes; todav�a era cierto que podr�an caer si no usaban la fuerza correctamente.

II. En lugar de procurar a sus seguidores una oportunidad de escapar, �no podr�a Cristo haberles impartido la capacidad de perseverar? Aunque Dios pudo haber dado a los disc�pulos la gracia adecuada para el martirio, no pudo haberla dado de manera consistente con las leyes que prescriben Su trato con las criaturas responsables. Habr�a necesitado m�s gracia de la que podr�a concederse sin destruir toda la libertad de voluntad. Recuerda que la gracia es aquello en lo que se te pide que crezcas; y en estatura espiritual, no m�s que en la corporal, el infante se convierte en gigante sin ninguna etapa intermedia. El templo espiritual se levanta piedra a piedra, como bajo las manos de un constructor; no se eleva a la vez, el pin�culo de la c�pula de la pared est� completo, como bajo la varita de un encantador.

III. Las promesas y los prop�sitos de Cristo con respecto a su pueblo son amplios y completos. Al hacer convenio de darnos vida eterna, Cristo tambi�n hizo convenio de rodearnos con Su escudo, para que seamos guardados de todo poder del enemigo. La salvaci�n de los disc�pulos del peligro corporal podr�a tomarse como una garant�a de que Cristo no dejar�a de conducirlos con seguridad a Su reino celestial; y por lo tanto, fue una especie de logro primordial del misericordioso prop�sito de que ninguno de ellos se perdiera.

�Qu� brillo derramar�a sobre las liberaciones presentes, qu� dulzura dar�a a las misericordias presentes, si todos tuvi�ramos el h�bito de considerarlas como tantas ganancias de una rica herencia arriba!

H. Melvill, Penny Pulpit, n�m. 1875 (v�ase tambi�n Voces del a�o, vol. Ii., P. 195).

Referencias: Juan 17:12 . S. Cox, Exposiciones, 1� serie, p�gs. 331, 348. Juan 17:12 . T. Birkett Dover, El Ministerio de la Misericordia, p. 141.

Versículo 15

Juan 17:15

Hay dos razones por las que Dios no saca a su pueblo del mundo, sino que los mantiene en �l y los preserva del mal. Una raz�n se respeta a s� misma la otra, el mundo.

I. Y, en primer lugar, es por una obra buena y saludable sobre s� mismos que as� se ponen en contacto con la tentaci�n y se enfrentan con el mal. Nadie se mantiene firme, salvo el que ha asegurado su equilibrio. Un hombre puede parecer estar de pie, puede pensar que est� de pie, pero puede ser solo porque nunca ha sido atacado. Su posici�n puede ser erguida, su actitud aparentemente segura; pero el primer golpe lo desalojar�, porque nunca ha aprendido a resistirlo; de qu� lado, y c�mo con el mejor efecto, se puede ofrecer resistencia.

Somos perfeccionados por las pruebas y los conflictos; son para nosotros como los vientos del cielo son para el �rbol, probando su ra�z ejercitando sus partes d�biles una tras otra, para que puedan ser excitados por el crecimiento y la fuerza. Nuestro Padre celestial no nos saca del mundo, sino que nos mantiene en �l, al alcance de todos sus encantos, vanidades e impiedad, para que crezcamos, combati�ndolos y resisti�ndonos, hasta convertirnos en un hombre perfecto en Cristo, armado en todos puntos contra enemigos a quienes bien conocemos, y con quienes hemos disputado cada pie de la tierra y lo hemos ganado dolorosamente para �l.

II. Si todo el pueblo de Dios se apartara y huyera de la tentaci�n, �d�nde estar�a la obra de la Iglesia en la tierra? �D�nde el �ltimo mandamiento de nuestro Se�or: Id por todo el mundo y evangelizad a toda criatura? El reino de los cielos es como levadura. �D�nde act�a la levadura? �Desde afuera? No, sino desde dentro. Y si la levadura se mantiene fuera de la masa, �c�mo se leudar� la masa? No debemos sacarnos del mundo; por el bien del mundo, si no por el nuestro.

La obra de Cristo a menudo es realizada y realizada de la manera m�s eficaz por aquellos que aparentemente se encuentran a una distancia del sujeto directo mismo; quienes por la influencia de la conversaci�n ordinaria, en la que se afirman y sostienen los principios cristianos, impresionan y atraen a otros, sin el uso de palabras inusuales y repulsivas para ellos. Es a los innumerables excrementos de esas influencias graciosas e invisibles, m�s que a cualquier gran torrente de poder, en los libros o en los ministros, que debemos buscar la cristianizaci�n de la sociedad aqu� y a trav�s del mundo civilizado.

H. Alford, Quebec Chapel Sermons, vol. v., p�g. 109.

Gran parte de nuestra ense�anza religiosa moderna favorece la retirada del mundo e incluso fomenta el deseo de una muerte prematura. En muchos de nuestros himnos populares, el pensamiento dominante es la seguridad en los brazos de Jes�s, el descanso en el Para�so. No se dice nada del trabajo, al que deben someterse quienes pretenden descansar; nada de ese conflicto con el mundo, que por s� solo lo convierte en un lugar de prueba. Se necesitan pocos argumentos para probar cu�l es m�s correcto rezar para vivir o rezar para morir.

Cuando Mois�s, El�as y Jon�s pidieron morir, se equivocaron; y si todav�a es un punto dudoso, la oraci�n de Cristo de que los ap�stoles sean guardados en el mundo para su bien y su gloria, que se mezclen en su sociedad y, sin embargo, est�n libres de su contaminaci�n mediante la santificaci�n de su Esp�ritu, es concluyente, ya que concuerda con los sentimientos de la naturaleza y los dictados de la raz�n.

Siendo entonces una necesidad, as� como parte de nuestra religi�n, estar en el mundo, se debe hacer un ajuste correcto de las afirmaciones entre los extremos de un cari�o excesivo por �l y su total negligencia.

I. El primer principio de seguridad que quisiera establecer es el reconocimiento de que el mundo para el que podr�a leer sociedad educada todav�a est� lleno de peligros para aquellos que se dedican a �l en serio. Aunque suavizamos las oraciones b�blicas y permitimos una levadura gradual de la sociedad moderna por el Evangelio, su tono es claramente irreligioso y est� bastante alejado del ideal del Nuevo Testamento. Dios no est� en todos sus pensamientos.

Cristo no es objeto de su fe ni de su amor. El Esp�ritu Santo no dicta su conversaci�n ni modera sus modas. Y, sin embargo, este es el mundo, aunque tan manifiestamente en oposici�n a Dios, al que cortejamos.

II. No est�s haciendo lo suficiente por Cristo, si simplemente evitas el mundo; m�s bien debes entrar en �l, pasar como uno de ellos, porque el Se�or conoce a los que son Suyos, posiblemente est�n muy ocupados con �l, pero sin absorber su esp�ritu. Llegar� a ser atractivo para usted en un sentido que no esperar�a hasta que lo aborde con una visi�n m�s profunda de los prop�sitos de Cristo al respecto; porque es Su creaci�n.

�l es su luz y t� un portador de luz. Lo am� y lo redimi�, para reconsagrarlo a S� mismo; y ustedes, que lo saben, deben proclamar que el amor es el ministerio de la reconciliaci�n. Como Cristo no vino para condenar al mundo, sino para salvar al mundo; as� que no debes rega�arlo ni juzgarlo, sino hacer lo que puedas para mejorarlo.

CE Searle, Oxford and Cambridge Journal, 13 de mayo de 1880.

Nota:

I. Lo que Nuestro Se�or pide a sus seguidores. Mantenerse alejado del mal en el mundo significa (1) estar involucrado en los negocios del mundo y tenerlos correctamente dirigidos; (2) sufrir bajo sus pruebas y ser preservado de la impaciencia; (3) ser expuesto a sus tentaciones y preservado de caer en pecado.

II. Por qu� nuestro Se�or pide a sus amigos que no se los saque del mundo. Lo pide (1) en beneficio del mundo; (2) por el bien de los cristianos mismos; (3) por el honor de su propio nombre.

Referencias: Juan 17:14 ; Buenas palabras, vol. iii., p�g. 317. Juan 17:15 . J. Vaughan, P�lpito de la Iglesia de Inglaterra, vol. x., p, 401; Ib�d., Vol. xiii., p�g. 73; ED Solomon, Christian World Pulpit, vol. xxvi., p�g. 164; J.

G. Rogers, Ib�d., Vol. xxvii., p�g. 104; Spurgeon, Sermons, vol. i., No. 47; Ib�d., Morning by Morning, p�g. 123; JN Norton, Todos los domingos, p�g. 274; Preacher's Monthly, vol. iii., p�g. 216; H. Batchelor, La Encarnaci�n de Dios, p. 155; JM Neale, Sermones para los ni�os, p�g. 21. Jn 17:16. Spurgeon, Sermons, vol. ii., n�m. 78; J. Miller, Analista del p�lpito, vol. ii., p�g. 481; TH Thom, Leyes de la vida seg�n la mente de Cristo, p�g. 295; Buenas noticias, vol. iii., p�g. 379; Homilista, tercera serie, vol. iii., p�g. 90.

Versículos 16-17

Juan 17:16

Separaci�n cristiana del mundo

I. Su naturaleza. La falta de mundanalidad de Cristo es nuestro modelo. La l�nea divisoria que marc� Su vida de la vida del mundo es la l�nea que marcar� la nuestra. La separaci�n de Cristo no fue una separaci�n exterior del mundo, sino una separaci�n interior de su esp�ritu.

II. Esta atm�sfera espiritual de separaci�n, en medio de Su estrecho contacto con los hombres, surgi� (1) de Su vida de santa consagraci�n; (2) de Su vida de oraci�n constante.

III. Sus prop�sitos. "Como t� me enviaste al mundo, as� tambi�n yo los envi� al mundo". Nuestra misi�n de dar testimonio de la verdad, el amor y la voluntad de Dios, solo puede cumplirse mediante esta separaci�n espiritual del mundo. Aparte de esto, todo lo dem�s falla; solo ella da poder para dirigir nuestra actividad cristiana.

EL Hull, Sermones, segunda serie, p�g. 191.

Versículo 17

Juan 17:17

I. La revelaci�n, o, como nuestro Se�or lo llama solemnemente, la verdad, nos santifica ante todo al ponernos ante nosotros un ideal de santidad. El hombre de acci�n, como el artista, necesita un ideal. De hecho, es su primera necesidad, y fuera de la esfera de la revelaci�n ha habido tales ideales; pero han sido vagas, indistintas, variadas, sobre todo, han brillado por su fracaso, una y otra vez, para satisfacer las m�s altas exigencias incluso de la conciencia natural.

Al dar al mundo, ante los ojos de los hombres, el testimonio de una vida inmaculada y consagrada, la verdad santifica a los que se someten a su poder. Afecta a miles para siempre en grados que distan mucho de la santificaci�n. Santifica a aquellos que desean ser santificados y que, con los ojos fijos en esta, la �nica forma t�pica de excelencia, piden fervientemente al Esp�ritu Santo de Dios, cuya obra est� en los sacramentos, y de otras maneras, para tomar de las cosas de Jes�s y mostrarlas o d�rselas a los suyos.

II. La verdad santifica, en segundo lugar, estimulando la esperanza. Le da a todo hombre que lo desea no solo un ideal, sino un futuro. Sea lo que sea o no, puede mirar hacia adelante. Hay, �l sabe, otro mundo, otra vida; y entre esto y aquello hay oportunidades. Donde no hay tal esperanza, nada visible al ojo del alma m�s all� del horizonte del tiempo; donde no hay futuro �ntimamente relacionado con esta vida presente, o surgiendo de ella, la santidad, en su sentido propio, es imposible.

"Todo aquel que tiene esta esperanza en �l, se purifica a s� mismo, como �l tambi�n es puro". Vivir en el m�s all�, con cualquier prop�sito, es vivir a los pies de Aquel cuyo mismo nombre es un incentivo para la santificaci�n.

III. Pero la verdad cristiana santifica tambi�n como revelaci�n del amor de Dios. El amor tiene el poder de santificar a los hombres. Hay condiciones morales que desaf�an el miedo, pero que no pueden desafiar al amor. "Santificar" es la respuesta que da el coraz�n a la misericordia inmerecida. Es la respuesta generosa de no dejarse al menos al margen del amor. Si encontraran el poder fruct�fero que, en las sucesivas generaciones de la cristiandad, ha levantado a hombres y mujeres para llevar vidas sobrenaturales para vivir, por as� decirlo, en vista del otro mundo, con las marcas del car�cter y la ense�anza de S.

Pablo y el Se�or Jes�s claramente estampados en ellos lo encontrar�n en la verdad eterna, que el Hijo de Dios se encarn� y muri� por amor al hombre ca�do, estando tan profundamente grabado en sus corazones.

HP Liddon, Penny Pulpit, No. 528.

Vemos aqui

I. Una de las causas de la desesperada degradaci�n del mundo pagano, incluso en su estado de cultura mental m�s refinado y avanzado. La verdad se discut�a en sus escuelas de filosof�a, pero para ellos era s�lo una filosof�a; no era una vida. Para ellos fue una revelaci�n sorprendente decir, como dice el Evangelio, que la verdad es s�lo verdad para quienes la aman, que la ley de la humanidad restaurada es que cada avance en la iluminaci�n debe ser un avance en la pureza espiritual.

II. Nuevamente, este mismo principio muestra la falacia de referirse a las costumbres jud�as y el est�ndar de la moralidad jud�a para justificar la vida relajada de los cristianos. La espiritualidad jud�a no es un est�ndar para la vida cristiana, a menos que podamos reducir la br�jula de la verdad cristiana dentro de los l�mites de la verdad jud�a.

III. Nuevamente, aqu� vemos la verdadera naturaleza y el curso de los avivamientos cristianos. Como ley general, un avivamiento de doctrina precede a un avivamiento de vida. Los avivamientos que surgen de verdades que se adhieren al alma se expanden y crecen con las verdades mismas y se convierten, como ellas, en principios perdurables.

IV. Es necesario que los que sostienen la verdad sean advertidos de los peligros y enga�os que, adhiri�ndose a la m�s completa y correcta comprensi�n de la doctrina, a�n pueden hacer naufragar su fe. (1) Est� claro que, a medida que recibimos una nueva verdad, nuestro primer pensamiento deber�a ser: "�Qu� implica esto? �A qu� cambio, a qu� progreso en mi vida, esto conduce naturalmente?" (2) Nuevamente, aqu� aprendemos una regla para nuestras devociones.

Si nuestras devociones tienden a tener aspiraciones pr�cticas serias como su objetivo, actuar�n sobre nuestras vidas; y lo contrario es igualmente cierto. (3) Es necesario dar una advertencia a aquellos que, por la gracia de Dios, se sienten atra�dos a una ferviente devoci�n a s� mismos, despu�s de una vida pecaminosa y descuidada. Las gracias de un car�cter santo crecen menos r�pidamente que las convicciones de la verdad. No es que la santidad sea incierta, o que los resultados de la gracia de Dios y Su verdad sean menos reales que nuestra corrupci�n natural, sino que las plantas m�s nobles son de crecimiento m�s lento, y las consecuencias de nuestra ca�da siguen siendo un problema para nosotros en el curso de nuestra vida. nuestro arrepentimiento, como una penitencia ordenada para ser soportada por un tiempo.

(4) Sea diligente y est� atento a los hechos menores de la vida diaria, y no simplemente a sus pruebas mayores. Como "el que menosprecia las cosas peque�as, poco a poco caer�", as� solo el que se esfuerza por ajustarse a la voluntad de Dios en las constantes exigencias de la vida cotidiana, poco a poco se ir� elevando hasta la consumaci�n de la bienaventuranza, en su predestinado. uni�n con Dios.

TT Carter, Sermones, p�g. 136.

Referencias: Juan 17:17 . Spurgeon, Sermons, vol. xxxii., n�m. 1890; Ib�d., Morning by Morning, p�g. 186; Revista del cl�rigo, vol. iii., p�g. 80; E. Cooper, Practical Sermons, vol. i., p�g. 194; HP Liddon, Trescientos bosquejos del Nuevo Testamento, p�g. 97; E. Bersier, Sermones, segunda serie, p�g.

228. Juan 17:17 . H. Mackennal, Christian World Pulpit, vol. viii., p�g. 216. Juan 17:18 ; Juan 17:19 . S. Hebditch, Ib�d., Vol. xxvii., p�g. 317.

Versículo 19

Juan 17:19

Santificaci�n

I. La santificaci�n de la que habla nuestro Se�or en este lugar, es la consagraci�n de toda la criatura, de todo el ser, al prop�sito espiritual del servicio de nuestro Padre celestial. Renunciar a todo para que se cumpla Su voluntad, hacer esa voluntad al m�ximo, es la perfecta santificaci�n de todas las cosas. Y, por supuesto, esta santificaci�n, en s� misma, no implica necesariamente ning�n cambio en lo santificado.

Si pensamos en las cosas que se encuentran en el extremo m�s bajo y en las que est�n en el extremo m�s alto del ser, no hay ning�n cambio en la consagraci�n de ninguno de los dos al cumplimiento de la voluntad de Dios. Pero cuando pensamos en todo lo que se interpone entre ellos, cuando pensamos en la consagraci�n de una criatura finita o, m�s a�n, de una criatura finita, inteligente y dotada de voluntad, y sin embargo el mal en esa voluntad, es evidente que la consagraci�n , necesariamente, debe implicar un cambio real en lo consagrado. Si hay mal, ese mal no se puede dedicar a Dios; si hay algo que obstaculice el servicio de nuestro Padre, ese obst�culo debe ser quitado.

II. En toda obra que debe hacerse por amor a Dios aqu� entre los hombres, siempre prevalece la misma regla inmutable; y el hombre que se proponga hacerlo, debe comenzar �l mismo en su propia persona esa regeneraci�n que desea producir en los dem�s, y debe comenzar a santificarse a s� mismo. Si ha de ayudar a otros a santificarse, si ha de ser la fuente de cualquier crecimiento moral y espiritual, debe ser porque hay en �l el mismo crecimiento moral y espiritual, y debe derivarlo de la fuente de toda moral. y el crecimiento espiritual la santificaci�n del mismo Se�or Jes�s.

S�lo comenzando por dentro y buscando ser lo que �l era, es posible que hagamos Su santa obra; y aquellos que deseen ser una bendici�n para sus semejantes deben copiar las palabras del Se�or, y dado que es su santificaci�n lo que realmente se necesita, deben comenzar por santificarse a s� mismos.

Bishop Temple, Christian World Pulpit, vol. xxix., p�g. 82.

Referencias: Juan 17:19 . FW Robertson, Sermones, segunda serie, p�g. 204; E. Bersier, Sermones, primera serie, p�g. 120; Juan 17:20 ; JH Thom, Leyes de la vida seg�n la mente de Cristo, p�g. 18. Juan 17:20 ; Juan 17:21 . Spurgeon, Sermons, vol. xii., n�m. 668; HW Beecher, Christian World Pulpit, vol. ix., p�g. 376; R. Thomas, Ib�d., Vol. x., p�g. 112.

Versículo 21

Juan 17:21

La unidad de la raza

Qu� visi�n debe haber tenido Jes�s de la unidad esencial de la raza. El hombre es una continuidad de la raza a lo largo de todas las edades. El p�jaro y la bestia siempre est�n comenzando; son lo que eran aves y bestias hace miles de a�os. El hombre es la excepci�n. En su vida actual, muestra todo un pasado de conocimiento humano. Es toda la raza humana la que es imagen de Dios; por siempre en la fabricaci�n, nunca hecho. Somos miembros de Cristo; somos miembros de todo el cuerpo de la humanidad, pasada, presente y venidera. Toda la familia en el cielo y la tierra se centra en �l; deriva su vida y esp�ritu de �l.

I. Al hablar las palabras del texto, Jes�s estaba dejando el mundo y volviendo a los cielos; porque los intereses partidistas en el mundo eran demasiado fuertes para permitirle vivir. Pero de una cosa estaba seguro de que los hombres creer�an en �l; que despu�s de Su muerte, los afectos de los hombres del mundo saldr�an del mundo y buscar�an centrarse en �l. Nuestros pobres sentidos animales pueden estar encerrados en el mundo, pero nuestros corazones nunca.

Los corazones de los hombres m�s esc�pticos se niegan a ser dictados por sus cerebros incr�dulos. El mundo no puede apartar su coraz�n de Cristo, que es el hecho supremo del mundo; y cuando otros hechos y atracciones han tenido su d�a, los corazones humanos se encuentran luchando hacia el Cristo de Dios y el Cristo de la humanidad. Por lo tanto, estaba seguro de que aunque hab�a llegado Su �ltimo d�a en el mundo, solo estaba al comienzo de Su reinado.

II. "El Padre mismo os ama", dice Jes�s; "para que todos ustedes sean un solo amor y una sola gloria". Solo hay una gloria revelada, la gloria viviente y esa es la gloria de Dios, el amor eterno. �l dice: "Dar� a los ni�os esa gloria; la centrar� en sus almas como la fuente misma de su poder". Qu� uni�n inseparable e inefable har� esta morada de la gloria divina. En primer lugar, nuestra uni�n con Dios mismo; no por nada que provenga de nosotros mismos, sino ante todo, por la gloria de Dios mismo que se pone en nuestras almas, uni�ndonos as� con �l, por �l mismo, y el v�nculo mismo que nos une con el cielo nos une para siempre unos con otros. .

J. Pulsford, Christian World Pulpit, vol. xxviii., p�g. 177.

Referencias: Juan 17:22 . Spurgeon, Ma�ana a ma�ana, p�g. 182. G. Brooks, Five Hundred Outlines, p�g. 114; Obispo Simpson, Sermones, p�g. 81. Jn 17:22, Juan 17:23 . Spurgeon, Sermons, vol. xxv., n�m. 1472; Ib�d., Christian World Pulpit, vol.

xxix., p�g. 222. Jn 17:22, Juan 17:23 . HW Beecher, Ib�d., Vol. xxx., p�g. 17. Juan 17:23 . Spurgeon, Ma�ana a ma�ana, p�g. 213. Jn 17:24. WB Pope, Sermones, p�g. 140; Spurgeon, Sermons, vol. xxxii., n�m. 1892; Ib�dem.

, Tarde a Tarde, p. 82; Preacher's Monthly, vol. vii., p�g. 82; JM Neale, Sermones en una casa religiosa, segunda serie, vol. i., p�g. 123; A. Murray, Con Cristo en la escuela de oraci�n, p�g. 208; GEL Cotton, Sermones y discursos en Marlborough College, p�g. 148; Revista homil�tica, vol. x., p�g. 31; vol. xvi., p�g. 234; Nuevos bosquejos del Nuevo Testamento, p�g. 76; J. Duncan, El p�lpito y la mesa de comuni�n, p�g. 198; G. Matheson, Momentos en el monte, p�g. 77; W. Wilkinson, Thursday Penny Pulpit, vol. viii., p�g. 67.

Versículo 24

Juan 17:24

El deseo de Cristo para el hombre

�sta debe ser siempre la primera alegr�a de cualquier vida realmente buena, su primera alegr�a y su primera ansiedad a la vez, el deseo de que otros entren en ella. De hecho, aqu� hay una prueba de la vida de un hombre. �Puedes decir: "Ojal� fueras como yo?" �Puede tomar sus prop�sitos y est�ndares de vida, y en silencio, deliberadamente, desear para todos los que est�n m�s cerca de usted que ellos tambi�n sean sus est�ndares y prop�sitos? No consientas ser algo que no quisieras pedirle al alma que m�s quieres que sea. No seas nada que no quisieras que fuera todo el mundo.

I. Entonces, entendemos el anhelo de Cristo por la compa��a de sus disc�pulos. Quer�a que estuvieran con �l. Ese deseo suyo debe haber atravesado toda la escala de compa�erismo que hemos trazado, pero debe haberse completado en el deseo de que sean como �l, que tengan Su car�cter, que en la obediencia a Dios, donde �l morada, deben permanecer con �l.

II. Quiere que sus disc�pulos est�n con �l, "para que vean mi gloria". Antes de que estas palabras puedan liberarse por completo de asociaciones bajas y elevarse al alto significado puro que les pertenece, debemos recordar cu�l es la gloria de Cristo que �l desea que veamos. Su esencia, el coraz�n y el alma de la misma, debe ser Su bondad. Entonces, es la bondad de Cristo que �l quiere que Su pueblo vea. Piense por un momento en las perspectivas que abre ese deseo de nuestro Se�or.

S�lo mediante el crecimiento en la bondad puede Su bondad abrirse a nosotros. Entonces, �por qu� est� orando? �No es lo que trazamos antes en la primera parte de Su oraci�n, exactamente lo mismo, para que podamos ser como �l? As� que solo podemos verlo a �l. Es Su gloria lo que �l quiere que veamos; pero detr�s de eso, �l quiere que seamos tales hombres y mujeres que podamos ver Su gloria. El �nico peligro verdadero es el pecado, por lo que la �nica seguridad verdadera es la santidad.

Qu� ambici�n sublime. C�mo toma nuestros deseos vagos, a medio sentir y los llena de realidad y fuerza, cuando el crecimiento moral, que hace completo al hombre, se nos presenta, no de manera abstracta, sino en esta imagen del ser m�s querido y noble que nuestras almas. puede so�ar, de pie ante nosotros y dici�ndonos: "Venid a m�", de pie junto a nosotros y orando por nosotros: "Padre, tr�elos donde yo estoy".

Phillips Brooks, Sermones, p�g. 299.

Versículo 25

Juan 17:25

La religi�n de la vida diaria

I. Estas son las palabras del hombre m�s grande que jam�s haya existido; del fundador de nuestra religi�n, incluso de Jesucristo, el Hijo de Dios. Fueron dichos la noche antes de Su muerte, acerca de Sus seguidores en la tierra; y supongo que sab�a lo que estaba diciendo. Pero esas palabras no son las que muchas personas habr�an esperado. Se imaginar�an que la oraci�n de nuestro Se�or hubiera sido m�s bien de esta manera: "Te ruego que los quites del mundo, para que est�n guardados del mal.

"Pero Cristo no or� as�. Tales personas imaginar�an que nuestro Se�or preferir�a haber ordenado a sus seguidores que se retiraran a un desierto, y all�, en medio de la soledad de la naturaleza, a meditar en las cosas espirituales; a preparar sus almas para el cielo. Pero as� se lo orden�. No podemos estar lo suficientemente agradecidos de que Cristo vino, no para llamar a los hombres fuera del mundo, sino para ense�arles c�mo vivir en el mundo, no para proscribir el trabajo y los negocios como irreligiosos, sino para santificarlos y ennoblecerlos.

II. Y eso es lo que hizo Cristo, con su ejemplo y con sus palabras, durante toda su vida en la tierra. �l nunca, por ning�n acto suyo, anim� a aquellos que separar�an la religi�n de los actos comunes de la vida diaria. Sabemos c�mo pas� Cristo Su tiempo antes de comenzar Su ministerio; que lo gast�, no lejos de sus semejantes, en alg�n retiro desolado, en alg�n desierto solitario; pero que trabaj�, como otros hombres, con sus propias manos, como carpintero en la aldea de Nazaret.

Por su ejemplo, nos ense�� que, si queremos vivir una vida cristiana, debemos vivir una vida �til; si lo seguimos a �l ya Su religi�n, no debemos salirnos del mundo, sino cumplir con nuestro deber en el mundo.

III. Nunca piense que su trabajo, sea el que sea, debe ser un obst�culo para la vida religiosa. Deber�a ser una ayuda para usted, no un obst�culo. Y ser� de ayuda para ti, si tan solo recuerdas que al cumplir fielmente con tu deber, est�s sirviendo a Aquel que dijo anta�o: "Todo lo que tu mano encuentre para hacer, hazlo con tus fuerzas".

J. Vaughan, Christian World Pulpit, vol. xviii., p�g. 4.

Referencias: Juan 17:25 . Homiletic Quarterly, vol. i., p�g. 75. Juan 18:26 . Revista homil�tica, vol. vii., p�g. 148; WM Taylor, Trescientos bosquejos del Nuevo Testamento, p�g. 100. Juan 17:25 ; Juan 17:26 . Spurgeon, Sermons, vol. xxiii., No. 1378.

Versículo 26

Juan 17:26

La Elocuencia de la Cruz

Cristo estaba de pie, cuando pronunci� estas palabras, al margen mismo de Su muerte, con poco o nada m�s all� de Su crucifixi�n; y luego dice, evidentemente se�alando su sufrimiento, "declarar� tu nombre". La declaraci�n no pod�a tomarse en otro sentido que el de la elocuencia de la Cruz. Porque despu�s de eso, no habl� mucho con sus disc�pulos, pero dej� la cruz para destacarse y hablar solo.

Y si tuvi�ramos el ojo de la fe para penetrar en ese profundo misterio, creo que podr�amos estar debajo de la cruz de la que colg� el Salvador, y en esa contemplaci�n podr�amos leer m�s de Dios y de la realidad del ser de Dios que los libros. alguna vez contener o las palabras alguna vez puedan expresar.

I. La primera visi�n del Padre que la Cruz presenta a la mente es Su santidad, Su indecible santidad. El pecado era imposible para Dios. Decide quitarle el pecado; absoluta, irrevocable, eternamente, para desterrar todos y cada uno de los pecados, y todas las fases del pecado, y todos los matices del pecado, y todos los grados de pecado, fuera de Su propia vista para siempre. Sobre su Hijo puso el pecado acumulado de toda la creaci�n ca�da.

II. Su justicia. La sentencia original de Dios contra el pecado se cumpli� al pie de la letra. No se borr� ni una l�nea, ni una s�laba se debilit�. Todos mueren, mueren, por as� decirlo, eternamente; no hay excepci�n. Todo hombre es pecador y todo pecador muere. Algunos en s� mismos; algunos en Cristo. Algunos en sus propios tormentos eternos; algunos en su Cabeza convenida.

III. Su sabidur�a. Hizo un acto que otorga el perd�n gratuito del Rey de reyes a todo ofensor; mientras que, por el mismo acto, hizo honorable la ley y detestable el pecado. �Qui�n se atrever� a jugar con lo que sigui� su camino inflexible, hasta que ejecut� al Se�or de la Vida y la Gloria?

IV. Su amor. Fiel es porque vino desde toda la eternidad, y se extiende, inmutable, a la eternidad nuevamente. Grande es porque va del infierno al cielo y rodea el universo. Pero a�n as�, el amor es una gracia que se retira; y el coraz�n que quiera leer el amor, debe hacer a su alrededor un peque�o santuario de pensamiento personal, profundo, tranquilo, santo; y luego, en una meditaci�n tranquila y silenciosa, por las ense�anzas quietas del Esp�ritu Santo, encontrar�, de una manera que ning�n serm�n puede predicar, c�mo el amor del Padre brilla en la Cruz, y cu�n verdadero es acerca de �l. "Lo declarar�".

J. Vaughan, Cincuenta sermones, segunda serie, p�g. 120.

Referencias: Juan 17:26 . Spurgeon, Sermons, vol. xxviii., n�m. 1667. Homilist, vol. vii., p�g. 343. John 18 JH Evans, Thursday Penny Pulpit, vol. xiii., p�g. 5, etc. Juan 18:1 . Homiletic Quarterly, vol. i., p�g. 69; vol.

xvi., p�g. 225; GT Coster, Christian World Pulpit, vol. xii., p�g. 168. Juan 18:1 . Preacher's Monthly, vol. i., p�g. 280. Juan 18:1 ; Juan 18:2 . A. Raleigh, The Way to the City, p�g.

60. Juan 18:2 . Homiletic Quarterly, vol. i., p�g. 70; RC Trench, Shipwrecks of Faith, p�g. 59. Juan 18:4 . Homilista, vol. iv., p�g. 326.

Información bibliográfica
Nicoll, William R. "Comentario sobre John 17". "Comentario Bíblico de Sermón". https://beta.studylight.org/commentaries/spa/sbc/john-17.html.
 
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