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San Juan 18

Comentario Bíblico de SermónComentario Bíblico de Sermón

Versículos 4-9

Juan 18:4

Considere este incidente:

I. Como una notable manifestaci�n moment�nea de la gloria de nuestro Se�or.

II. Como manifestaci�n de la voluntariedad del sufrimiento de nuestro Se�or.

III. Un ejemplo, en peque�a escala, del cuidado abnegado de Cristo por nosotros.

A. Maclaren, El ministerio de un a�o, segunda serie, p�g. 197.

Referencias: Juan 18:4 . Preacher's Monthly, vol. ix., p�g. 240; Revista homil�tica, vol. xiv., p�g. 218.

Versículo 6

Juan 18:6

Judas y su v�nculo

I. En lo que ocurre ante nosotros, tenemos una prueba notable de que, si bien Cristo no frustrar�a los prop�sitos de sus enemigos que estaban sedientos de su sangre, estaba resuelto a hacer lo suficiente para hacerlos imperdonables al darle muerte. La presciencia del Redentor le inform� bastante de todo lo que iba a suceder de la obstinaci�n con que se buscar�a Su muerte, de la crueldad con la que estar�a rodeada; pero Su presciencia no interfiri� m�s de lo que lo hace con respecto a cualquiera de nosotros, al hacer todos los esfuerzos, de acuerdo con la responsabilidad humana, para disuadir de la iniquidad y quitar toda excusa a los que perseveraron en su comisi�n. El milagro realmente realizado se adapt� exactamente a esto. Fue tan lejos como para hacer a los miserables que echaron mano a Cristo,

II. Casi nunca sucede que cometas un gran pecado sin experimentar una gran resistencia. Puedo prometerle al pecador que ser� resistido en su carrera; ay, soport� con tanto miedo que, como si le viniera como una voz mezclada con el trueno en los cielos, ser� postrado en el suelo, y all� yacer� por un momento aterrorizado y confundido. Y este momento ser� solo el punto de inflexi�n en la vida para �l.

El hombre no debe buscar que lo mantengan en el suelo; el dominio de la convicci�n liberar� su fortaleza, y �l se sentir� nuevamente en libertad de levantarse y �qu� har� entonces? Saulo fue derribado al suelo, pero no se levant� de la tierra sin antes renunciar a su prop�sito perseguidor, diciendo a Jes�s: "Se�or, �qu� quieres que haga?" Y Judas fue derribado a tierra, pero se levant� pero para renovar su ataque traidor, para hacer una nueva b�squeda de Jes�s, a quien estaba decidido a apoderarse.

El hombre en cuesti�n puede imitar a Saulo o puede imitar a Judas. No debe buscar m�s oposici�n. Si se levanta de la tierra para dar otro paso hacia el crimen, lo m�s probable es que su camino sea suave y se le permitir� seguir sin ser molestado. No tengas miedo de nada tanto como de ser dejado al pecado sin ser molestado. Venga cualquier cosa en lugar del poder de hacer mal con facilidad.

H. Melvill, Penny Pulpit, n�m. 1868 (v�ase tambi�n Voces del a�o, vol. I., P. 311).

Referencias: Juan 18:6 . Homilista, vol. v., p�g. 28; Parker, Cavendish Pulpit, vol. i., p�g. 141; WF Hook, Sermones sobre los milagros, vol. ii., p�g. 227; JM Neale, Sermones en una casa religiosa, vol. ii., p�g. 583. Jn 18: 8. Spurgeon, Ma�ana a ma�ana, p�g. 86. Juan 18:8 ; Juan 18:9 .

Spurgeon, Sermons, vol. xii., n�m. 722. Jn 18:10, Juan 18:11 . Homiletic Quarterly, vol. i., p�g. 72. Jn 18:11. AP Peabody, Christian World Pulpit, vol. xi., p�g. 341; Revista homil�tica, vol. xix., p�g. 118. Juan 18:11 .

Revista homil�tica, vol. xiv., p�g. 24 3 Juan 1:11 . Homiletic Quarterly, vol. i., p�g. 7 3 Juan 1:12 . Homilista, segunda serie, vol. iv., p�g. 169. Juan 18:15 .

Preacher's Monthly, vol. x., p�g. 72. Jn 18: 15-18. AB Bruce, The Training of the Twelve, p�gs. 469, 485. Juan 18:15 . W. Milligan, Expositor, segunda serie, vol. iv., p�g. 372. Jn 18:17. WM Taylor, Christian World Pulpit, vol. x., p�g. 72, (ver tambi�n Trescientos bosquejos del Nuevo Testamento, p. 98). Juan 18:19 . W. Hanna, �ltimos d�as de la pasi�n de nuestro Se�or, p�g. 50.

Versículo 28

Juan 18:28

(con Juan 19:16 )

El Esp�ritu de Dios lucha con el hombre Poncio Pilato juzgando al Se�or Cristo

I. Al principio Pilato apenas atender� a los acusadores de Cristo. Lleva a Jes�s a la sala del juicio interior de su palacio, pensando probablemente que una breve investigaci�n ser� suficiente. Desde el comienzo mismo de esta extra�a prueba y durante todo el tiempo, cada vez m�s, la pertinacia de los jud�os tiende a profundizar la impresi�n causada en la mente de Pilato, aumenta su preocupaci�n y lo vuelve m�s impaciente por un ajuste.

II. Pilato pens� que podr�a evadir la necesidad de tomar una decisi�n sobre Jes�s y sus afirmaciones. Sea Herodes el juez; env�e el caso, por supuesto, a Herodes; en todos los aspectos es la persona adecuada para deshacerse de �l. Pero este recurso no sustituir� a Pilato; Jes�s vuelve a �l, verdaderamente azotado y abofeteado, pero no juzgado; ni absuelto ni condenado. Herodes se burla de �l y lo menosprecia.

Pilato intenta hacer un compromiso con los jud�os. Pero aunque selecciona a uno de los peores y m�s atroces criminales que se encuentran bajo custodia, para ofrec�rselo junto con Jes�s, y aunque, como nos dice Lucas, suplica tres veces de la forma m�s seria y pat�tica a la gente que elija a Jes�s; tiene la profunda mortificaci�n de escuchar su reiterado e impaciente grito: "No este hombre, sino Barrab�s", aunque Barrab�s era un ladr�n.

III. La lucha se vuelve m�s desesperada a medida que se acerca a su fin. El reclamo de Jes�s, Su reclamo de soberan�a, de verdad, y ahora incluso de Divinidad, est� presionando cada vez m�s la conciencia de Pilato. �Pero Ay! prevalece el fuerte grito. "Si dejas ir a este hombre, no eres amigo de C�sar". Es una reflexi�n solemne pensar cu�n cerca pudo haber estado alguna vez el juez vacilante, el suicida desesperado, de un creyente.

Es una advertencia muy enf�tica para todos: jugar sin convicciones propias, no ceder a las solicitudes de los dem�s, dejar que la Palabra de Dios fluya libremente en sus corazones y no oponer resistencia a los esfuerzos de Su Bien. Esp�ritu.

RS Candlish, Personajes de las Escrituras y Miscel�neas, p�g. 75.

Versículo 36

Juan 18:36

I. Considere la naturaleza del reino de Cristo: "Mi reino no es de este mundo". Es espiritual. En otras palabras, la marca enf�tica del gobierno de Cristo que estaba a punto de establecer parece ser la de su perfecta espiritualidad, de su total diferencia con las cambiantes soberan�as terrenales que se basan en las armas, que se mantienen mediante la pol�tica, que pasan por la muerte de una mano a otra; oa esa anarqu�a ruda y turbulenta que a menudo ha derribado y destruido naciones.

Contin�a diciendo: "Si mi reino fuera de este mundo, mis siervos pelear�an". Los puntos en disputa entre nosotros tendr�an que ser decididos por las amplias pruebas de la guerra terrenal, la fuerza contra la fuerza y ??la habilidad contra la habilidad, hasta que una de las fuerzas opuestas cediera. Pero, como vemos a lo largo de las ministraciones de nuestro Se�or, �l nunca emple� la fuerza en absoluto. Desde el principio, el Salvador tuvo cuidado de impresionar a todos los que vendr�an despu�s de �l que las armas de la guerra cristiana no son carnales, que la ira del hombre nunca podr�a obrar la justicia de Dios, y que, al emprender cualquier obra para �l , si no pudi�ramos lograrlo por el poder de la persuasi�n amorosa, la mansedumbre y la mansedumbre, nunca deber�amos lograrlo de otra manera.

II. Considere c�mo Cristo establece y mantiene Su dominio en nuestros propios corazones: (1) Los medios por los cuales Sus s�bditos son tra�dos al reino no son de este mundo. No usa la fuerza, no emplea sobornos, no recurre al enga�o ni a la astucia. El albedr�o que obra en el coraz�n es el poder del amor; la fuerza oculta de los lazos del Evangelio; los remanentes de una naturaleza mejor apelaron para decir si tal Salvador deber�a ser despreciado por alguien con un coraz�n en absoluto.

(2) Hay leyes y estatutos por los cuales se lleva a cabo el gobierno espiritual. Estos no son como los que pertenecen a un reino de este mundo, no son como ellos en cuanto a la sede y los l�mites de su jurisdicci�n. El imperio de Cristo est� sobre el coraz�n, y no se satisface con nada m�s que derribar el orgullo del coraz�n, desarraigar el pecado del coraz�n y mantener en todos sus s�bditos la lealtad y el deber del coraz�n.

(3) Los castigos y las recompensas del reino de Cristo no son del mundo. El atributo de la espiritualidad marca todos sus tratos. No de este mundo es nuestro reino, no de este mundo es nuestra esperanza. Buscamos un reino que no sea movido, y cuyo Rey sea tanto el primog�nito de entre los muertos como el Pr�ncipe de los reyes de la tierra.

D. Moore, Penny Pulpit, No. 3122.

Referencias: Juan 18:36 . A. Mursell, Christian World Pulpit, vol. iv., p�g. 225; E. de Pressens�, Ib�d., Vol. xvi., p�g. 122; Revista homil�tica, vol. xii., p�g. 193; Parker, Cavendish Pulpit, vol. ii., p�g. 205; SA Brooke, Sermones, p�g. 180; JH Evans, Thursday Penny Pulpit, vol. xv., p�gs. 249, 261, 273, 285; D. Swing, El p�lpito americano del d�a, p�g. 241. Jn 18: 36-38. Homilista, tercera serie, vol. i., p�g. 206.

Versículo 37

Juan 18:37

Jes�s no dijo esto como el Hijo de Dios, sino como el Hijo del Hombre. No habr�a sido nada que la segunda Persona de la Sant�sima Trinidad fuera un Rey; por supuesto que lo era, y mucho m�s que un Rey. Pero ese hombre pobre, d�bil y despreciado, que estaba parado all� ante Poncio Pilato, ese era un Rey; y toda la Escritura lo confirma. Era la hombr�a de Cristo lo que estaba all�. Esta es la maravilla, y aqu� est� el consuelo.

I. La subyugaci�n del universo al Rey Cristo est� sucediendo ahora, y es muy gradual; todav�a no vemos todas las cosas sujetas a �l. Poco a poco se va extendiendo: "Uno de una ciudad, diez de una familia". El aumento ser� r�pido e inmenso. Cuando �l regrese, de inmediato ante �l se doblar� toda rodilla y toda lengua jurar�: "Porque es necesario que �l reine, hasta que haya puesto a todos los enemigos debajo de Sus pies. El �ltimo enemigo que ser� destruido es la muerte". �Grandioso y horrible! m�s bien ser sentido que entendido; donde nuestros peque�os pensamientos vagan y van a la deriva para siempre, en un oc�ano sin orilla.

II. Oramos: "Venga tu reino". �Cu�nto de esa rica oraci�n ha recibido respuesta? cuanto estamos esperando Tres cosas que significa: Tu reino en mi coraz�n; Tu reino sobre todas las naciones; Tu reino en la Segunda Venida. (1) El trono de Dios est� establecido en m�. El pecado est� ah�, pero ahora el pecado es solo un rebelde. No reina como antes. (2) El segundo; se est� cumpliendo, y Dios bendiga las misiones. (3) El tercero; lo anhelamos y lo buscamos con el cuello extendido, y saludamos cada destello en el horizonte.

III. Cuando vayan a este Rey en oraci�n, no se limiten ante Su trono. Busque recompensas reales. Pide generosidades dignas de un rey. No seg�n vuestra peque�a medida, sino seg�n la de �l, conforme a ese gran nombre, que est� sobre todo nombre que se nombra en la tierra o en el cielo; y pru�bale, en su trono celestial, si no abrir� ahora las ventanas de los cielos y derramar� una bendici�n de que no habr� suficiente lugar para recibirla.

J. Vaughan, Cincuenta sermones, cuarta serie, p�g. 156.

Un hombre, tan oscuro que apenas un historiador cree que valga la pena mencionar Su nombre, un hombre logr� un imperio como el mundo nunca ha visto sobre los corazones y esp�ritus de los hombres. Supongo que tal imperio se basaba en alg�n principio. As� como la historia de un reino mundano es la historia de las armas, las leyes o el arte, este reino debe tener alg�n manantial secreto de poder a trav�s del cual subyuga a tantas almas. La explicaci�n es esta. Es el misterio del sufrimiento de Cristo, que trabaja con el misterio de nuestra conciencia, de donde procede su poder.

I. Est� claro que los evangelistas no pretenden representar la muerte de Cristo como una mera terminaci�n de la vida. La tormenta que lo rodeaba no es nada nuevo ni inesperado. A punto de ascender al trono de arriba, todav�a es un rey. Deber�a haber dicho que, por lo tanto, es un rey. Con este fin naci�. De no haber sido por Su asentimiento, los poderes que lo mataron no podr�an haber tenido poder alguno contra �l; y, dejando a un lado por un momento toda consideraci�n de los efectos que resultan de los dem�s, creo que no podemos, como hombres, ser insensibles a la grandeza de este espect�culo de un hombre, capaz de ejercer una gran influencia sobre los dem�s de palabra y acto, renunciando a todo esto. para que pueda morir de cierta manera porque Su Padre le ha impuesto el deber de morir as�.

�l es m�s apto para reinar como un rey en los corazones de los hombres que si lo hubi�ramos visto cabalgar majestuoso, entre el estruendo de la m�sica marcial y el resplandor de los cascos, y los v�tores de aquellos que, en el rubor de los �xitos pasados, contaban. con certeza la victoria a�n no lograda.

II. Y, sin embargo, falta algo. Esta devoci�n a la voluntad de Dios, este amor al hombre, esta hermosa calma y constancia, lo hacen admirable; no lo hacen m�o. El misterio del sufrimiento divino requiere el misterio de la conciencia humana para explicarlo. Ahora, ese misterio de la conciencia humana es simplemente esto. El hombre atribuye a sus propias acciones el sentido de la responsabilidad. Del hecho de que el hombre alaba y culpa a su propia conducta, surge, si lo consideran, esta prueba m�s segura de la existencia de Dios y de su propia inmortalidad. Un profundo aprecio de lo que Jes�s realmente hizo por los pecadores es la causa de que lo admitamos en nuestro coraz�n y mente como nuestro Amigo, Rey, Salvador, Redentor, Se�or y Dios.

Arzobispo Thomson, Penny Pulpit, No. 427 (nueva serie).

Referencias: Juan 18:37 . Spurgeon, Sermons, vol. xviii., n� 1086; L. Campbell, Algunos aspectos del ideal cristiano, p�g. 236; Revista homil�tica, vol. vii., p�g. 1; vol. xvii., p�g. 302; AP Peabody, ChristianWorld Pulpit, vol. xi., p�g. 296; EW Shalders, Ib�d., Vol. xiv., p�g. 406; J. Keble, Sermones de Semana Santa, p. 57; E. Bersier, Sermones, primera serie, p�g. 198; T. Birkett Dover, Manual de Cuaresma, p�g. 120; J. Vaughan, Fifty Sermons, 1874, p�g. 156.

Versículos 37-38

Juan 18:37

Considere el deber de ser "veraces y justos en todos nuestros tratos",

I. Como un deber peculiar para con nuestros vecinos. Todo el marco de la sociedad se basa en la confianza mutua. Los bribones a veces parecen prosperar en el mundo; pero es s�lo porque se supone que son honestos y porque, en general, estamos obligados a confiar los unos en los otros como honestos. Si se eliminara por completo la creencia en la veracidad y la honestidad como caracter�sticas generales de la humanidad, la tierra dif�cilmente ser�a habitable; los lazos de la sociedad se romper�an.

Por lo tanto, quiz�s no exista ning�n deber para con nuestro pr�jimo que sea m�s importante hacer cumplir que �ste, y m�s porque es una de cuyas violaciones las leyes humanas con frecuencia no pueden conocer.

II. Una forma en la que debemos prestar mucha atenci�n a la verdad y la justicia es la de estimar de manera liberal, justa y con esp�ritu cristiano la conducta de nuestro pr�jimo. No se trata solo de suponer que las personas siempre act�an por malos motivos, excepto cuando podamos demostrar lo contrario. La caridad cristiana todo lo espera; y, aunque en consecuencia la caridad cristiana ser� enga�ada a menudo en este mundo perverso, es mejor ser enga�ado que no esperar lo mejor.

Si somos profundamente penetrados por el esp�ritu de la religi�n de Cristo, se manifestar� de esta manera; es descendiendo a los asuntos de la vida com�n, santificando nuestras acciones m�s peque�as y simples, que la religi�n de Cristo realmente muestra su poder, y que se prueba que somos nuevas criaturas que las cosas viejas pasaron, y todas las cosas volverse nuevo.

Obispo Harvey Goodwin, Sermones parroquiales, cuarta serie, p�g. 287.

Referencias: Juan 18:38 . Spurgeon, Sermons, vol. xxviii., n� 1644; Obispo Lightfoot, Christian World Pulpit, vol. vii., p�g. 337; Trescientos bosquejos del Nuevo Testamento, p�g. 99; E. Thring, P�lpito de la Iglesia de Inglaterra, vol. x., p�g. 577; R. Winterbotham, Sermones y exposiciones, p�g. 290.

Versículo 40

Juan 18:40

La narraci�n de la acusaci�n de Jes�s ante el poder civil en Jerusal�n ofrece la ilustraci�n m�s v�vida en el Nuevo Testamento de solo dos grandes lecciones morales. El comportamiento de Pilato muestra el malvado error de la indecisi�n; y la elecci�n de los principales sacerdotes de la liberaci�n de Barrab�s muestra la total ruina de una decisi�n equivocada.

I. La moraleja de esta escena gira en torno a la elecci�n voluntaria hecha entre estos dos l�deres, el Cristo real y el pretendido. Toda la historia se repite a menudo incluso en estos tiempos modernos. Ser� bueno tener en cuenta que la decisi�n se ofrece y se toma entre Jes�s y Barrab�s siempre que el Se�or de la Gloria se represente en un principio, en una instituci�n, en una verdad, en una persona. El secreto de la absurda elecci�n que se public� tan ruidosamente ese d�a, cuando el malhechor impostor pas� al frente, se encuentra en el hecho de que el pueblo no eligi� por �l en absoluto, sino que eligi� en contra de Cristo.

No querr�an que este Hombre reinara sobre ellos. No siempre es cierto que los hombres aman el mal por el que parecen clamar; en muchos casos, la explicaci�n de su aparente preferencia se encuentra en el simple odio a la verdad a la que se enfrentan.

II. Nuestras dos lecciones ahora aparecen claramente. (1) Vemos el malvado mal de la indecisi�n. Estamos de acuerdo en que Pilato deseaba dejar ir a Jes�s. Pero cuando lo entreg� al despecho de sus asesinos, �l mismo comparti� el crimen. Su nombre est� escrito en el Credo de los Ap�stoles para que toda la cristiandad lo tenga en "fama eterna" de infamia; dondequiera que se predique este evangelio, en todo el mundo, tambi�n se contar� lo que este ha hecho para memoria suya.

(2) Vemos, finalmente, la ruina total de una decisi�n equivocada. Goethe comienza el quinto libro de su autobiograf�a con estas palabras algo desalentadoras: "Todo p�jaro tiene su se�uelo, y todo hombre es conducido y enga�ado de una manera peculiar a s� mismo". No necesitamos detenernos para discutir aqu� la amplitud de aplicaci�n que podr�a tener tal declaraci�n. Fue cierto en el caso de Poncio Pilato; era cierto en el caso de aquella muchedumbre enfurecida que clamaba a Barrab�s ante Cristo.

CS Robinson, Sermones sobre textos desatendidos, p�g. 11.

Referencias: Juan 18:40 . Spurgeon, Sermons, vol. x., n�m. 595; Revista homil�tica, vol. xvii., p�g. 100; C. Stanford, The Evening of Our Lord's Ministry, p�g. 273; P�lpito contempor�neo, vol. VIP. 145. Juan 18 ; Juan 19 W.

Sanday, El Cuarto Evangelio, p. 239. Juan 19:1 . P�lpito contempor�neo, vol. viii., p�g. 103; Parker, Commonwealth cristiano, vol. VIP. 62 3 Juan 1:1 . Revista homil�tica, vol. xiv., p�g. 149. Juan 19:1 .

Revista del cl�rigo, vol. ii., p�g. 208. Juan 19:2 . Ib�d., Vol. ix., p�g. 190. Juan 19:4 . Parker, Hidden Springs, p�g. 350. Juan 19:5 . Parsons, Thursday Penny Pulpit, vol.

xi., p�g. 269; C. Stanford, Evening of our Lord's Ministry, p�g. 289; H. Batchelor, La Encarnaci�n de Dios, p. 319; Revista homil�tica, vol. ix., p�g. 140; vol. x., p�g. 208; R. Davey, Christian World Pulpit, vol. xi., p�g. 222; F. Wagstaff, ib�d., Vol. xv., p�g. 371; R. Balgarnie, Ib�d., Vol. xxviii .; E. Paxton Hood, Catholic Sermons, p�gs. 99, 172; Obispo Magee, Sermones en Bath, p�g. 136; HI Wilmot-Buxton, Literary Churchman Sermons, p�g. 102 .; F. King, P�lpito de la Iglesia de Inglaterra, vol. xiii., p�g. 193.

Información bibliográfica
Nicoll, William R. "Comentario sobre John 18". "Comentario Bíblico de Sermón". https://beta.studylight.org/commentaries/spa/sbc/john-18.html.