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Bible Commentaries
San Juan 19

Comentario Bíblico de SermónComentario Bíblico de Sermón

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Versículo 9

Juan 19:9

I.Si tratamos de colocarnos en la posici�n de uno de nuestros semejantes sometido a juicio por su vida, y ante jueces de los que poco ten�a que buscar en forma de consideraci�n o misericordia, entenderemos que el silencio de un hombre perfectamente inocente podr�a ser natural por m�s de una raz�n. Puede haber (1) el silencio del puro desconcierto, (2) el silencio del terror, (3) el silencio de la prudencia equivocada, (4) el silencio del desd�n.

II. Ninguno de estos motivos para el silencio explicar� el de nuestro Se�or ante Pilato. Su silencio significaba (1) reprensi�n, (2) instrucci�n, (3) caridad.

HP Liddon, Penny Pulpit, No. 1134.

Referencias: Juan 19:12 . Revista del cl�rigo, vol. iii., p�g. 216. Juan 19:13 . RS Candlish, Personajes de las Escrituras y Miscel�neas, p�g. 96. Juan 19:14 .

Spurgeon, Sermons, vol. xxiii., n�m. 1353; Ib�d., Mis notas para sermones: Evangelios y Hechos, p�g. 160; Preacher's Monthly, vol. v., p�g. 340. Juan 19:15 . P�lpito contempor�neo, vol. VIP. 145; Revista homil�tica, vol. xv., p�g. 83. Jn 19:16. Spurgeon, Sermons, vol. ix., n� 497; Ib�d., Morning by Morning, p�g.

94. Juan 19:16 . Homiletic Quarterly, vol. i., p�g. 361. Jn 19: 16-27. TR Stevenson, Christian World Pulpit, vol. xxviii., p�g. 280. Juan 19:17 . Spurgeon, Sermons, vol. xxviii., n�m. 1683. Joh 19:18. J. Murray, Christian World Pulpit, vol.

xiv., p�g. 394. Juan 19:19 . G. Brooks, Quinientos contornos, p�g. 407. Juan 19:19 ; Juan 19:20 . AP Peabody, Christian World Pulpit, vol. xii. pag. 168.

Versículo 22

Juan 19:22

I. La vida del hombre es una inscripci�n en una cruz.

II. Esa inscripci�n est� escrita irrevocablemente (1) en la tabla del pasado eterno, (2) en la tabla de la memoria inmortal.

III. Dios lee esa inscripci�n. Esto, entonces, es la vida: el hombre escribe en silencio, constantemente, la inscripci�n de su vida sobre una de las dos cruces que est�n en su alma, y ??el gran Dios silencioso ley�ndola todo el tiempo. Dios har� lo ley� con l�grimas vanas en adelante.

EL Hull, Sermons, vol. i., p�g. 106.

Referencias: Juan 19:22 . Revista homil�tica, vol. xvi., p�g. 359.

Versículos 23-24

Juan 19:23

Como la t�nica que Cristo llevaba m�s cerca de s� mismo estaba curiosa y extra�amente elaborada sin costura de la cabeza a los pies; de modo que todo lo que Jesucristo ha dejado es singular, �nico, armonioso; pues, juzgadlo por el sistema religioso que ha dejado, o juzgadle por el c�digo de moralidad que ha dejado, o juzgadle por el registro de ese car�cter inmaculado, y encontrar�is que es extra�o, singular, uno en este historia del mundo para quien a�n no se ha encontrado ning�n compa�ero.

I. Juzgadlo por el sistema religioso. Es �nico. Su poder, que muri�, ha borrado el ce�o fruncido que el sacerdocio pagano pint� en la frente de Dios. El Evangelio, que pone en manos de sus disc�pulos y ministros, proclama la reconciliaci�n de Dios con el mundo. Lo que hemos recibido es enf�ticamente el ministerio de la reconciliaci�n. Tenemos acceso por un Esp�ritu al Padre.

II. Pero no obstante, cuando lo vemos por el sistema de moralidad que �l dej�, con el cual el mundo iba a revestirse, tenemos el mismo car�cter �nico y armonioso. Si el sistema religioso encontr� su base en el amor de Dios a la humanidad, no obstante, la moralidad encuentra su base en este amor paralelo del hombre al hombre. Era como quien recog�a las flores perdidas que hab�an sido esparcidas por las edades a lo largo del camino de la humanidad para unirlas en un solo racimo.

Pero hizo m�s. Dio una ra�z a todas estas flores; Los plant� donde realmente pod�an crecer, cuando puso la verdad y la base de toda la humanidad en esto: "Amar�s al Se�or tu Dios con todo tu coraz�n, ya tu pr�jimo como a ti mismo".

III. Pero m�s. Si podemos tomar ese manto que dej� atr�s como el emblema del sistema de ense�anza, de adoraci�n y de moralidad, tenemos a�n m�s una analog�a en las Escrituras para tomarlo como representante del car�cter santo de Cristo. Como el �nico hilo que teji� esa t�nica sin costuras, el amor aparece en todas partes bajo el patr�n bordado. Ese amor es el que forma, por as� decirlo, la fuerza misma de Su car�cter, y se vuelve uno con �l en todo lo que hace, se identifica con �l cuando es m�s severo, no se separa de �l cuando es m�s humillado.

Es lo �nico que teje al personaje, lo teje desde la parte superior en todas partes. Esta t�nica es un legado para nosotros. A diferencia de la t�nica envenenada que envolvi� a Alcides, este legado no tiene una justicia ficticia que no pueda convertirse en nuestra; pero, revestidos de �l, podemos recibir, no veneno, sino poder vivificante.

Obispo Boyd Carpenter, Penny Pulpit, No. 696.

Versículo 25

Juan 19:25

El honor debido a la Virgen Mar�a.

I. Encontramos en el Nuevo Testamento que en lugar de que haya alguna sanci�n en las Escrituras por el extraordinario honor que se le rinde a la madre de nuestro Se�or, el peso del testimonio es todo lo contrario. Creemos que el relato m�s satisfactorio que se puede dar de esto es que nuestro Se�or previ� el homenaje id�latra que en el transcurso del tiempo se rendir�a a la Virgen, y determin� que no hubiera nada en su comportamiento de lo que pudiera hacer tal homenaje. dibuja incluso la sombra del �nimo.

El papista, de hecho, a falta de otra evidencia b�blica, har�a uso de las palabras del �ngel en la anunciaci�n, diciendo que implican o involucran un acto de adoraci�n a la Virgen. Las palabras, tal como las traducimos, son "Salve, muy favorecida". El papista las traduc�a: "Dios te salve, llena eres de gracia", y as� hacen el saludo del �ngel lo mismo con su Ave Mar�a, cuya repetici�n se prescribe como un acto religioso sin valor ordinario.

II. Tenemos raz�n al suponer que la vida de Mar�a debi� haber sido una vida de gran sufrimiento, por lo que debe ser admirada como una m�rtir: Las palabras dichas por Cristo en la cruz a su madre son exquisitamente hermosas, como prueba de la consideraci�n de Cristo hacia ella. , cuando podr�amos haber supuesto que �l estaba tan ocupado con Su gran empresa en favor de esta creaci�n, que no ten�a una palabra reconfortante para dar a un individuo afligido; sin embargo, si alguna vez las palabras cortaron el coraz�n humano, debieron de haber sido como una espada para esa Mar�a que lloraba.

Si ella hubiera albergado una esperanza persistente de que Cristo triunfar�a todav�a sobre sus enemigos y permanecer�a para bendecir a sus amigos, estas palabras debieron haberla destruido, porque para ella otro hijo solo le dijo de manera tan clara y enf�tica que ella lo estaba perdiendo. en conjunto: o que, incluso si resucitara de entre los muertos, no ser�a para renovar la dulce relaci�n del afecto terrenal. Seguramente las �ltimas palabras de Cristo dirigidas a su madre, aunque permitamos que hayan sido palabras rebosantes de ternura, deben haber cortado a esa madre hasta la m�dula; y no necesitamos aducir nada m�s como evidencia de que se puede considerar justamente que Mar�a misma tuvo que sufrir el martirio, al menos en la terrible hora de la crucifixi�n de nuestro Se�or; y que, como la admiramos por su fe,

H. Melvill, Penny Pulpit, No. 1682.

Referencias: Juan 19:28 . W. Lamson, Christian World Pulpit, vol. vii., p�g. 383; Homiletic Quarterly, vol. i., p�g. 364; vol. iv., p�g. 169; Obispo Harvey Goodwin, Sermones parroquiales, quinta serie, p�g. 261; CJ Vaughan, Palabras de la Cruz, p�g. 30; Ib�d., Plain Sermons, p�g. 218; E. Paxton Hood, Sermones, p�g.

179; J. Vaughan, Sermones, serie 11, p�g. 157; J. Stalker, The New Song, p�g. sesenta y cinco; W. Hanna, El �ltimo d�a de la pasi�n de nuestro Se�or, p�g. 201; J. Keble, Sermones de Semana Santa, p. 192.

Versículos 25-27

Juan 19:25

I. La muerte del Se�or Jesucristo se diferencia de todas las dem�s muertes en que la muerte fue voluntaria. La muerte es para nosotros la terminaci�n natural de la vida, y el evento de la muerte es el �nico que podemos aventurar a profetizar, sin temor a equivocarnos, como seguro que nos suceder� a todos. Pero la muerte de Cristo no se compar� con Su vida en una relaci�n como esta; la muerte no ten�a poder en la naturaleza de las cosas sobre �l; Su nacimiento y su muerte fueron igualmente bajo la influencia de su propia voluntad.

Qu� diferencia infinita hay entre una muerte como �sta y una muerte que es simplemente el resultado de la palabra original de Dios acerca del hombre: "Polvo eres, y al polvo volver�s".

II. Una vez m�s, la muerte de nuestro Se�or fue diferente a la de otros hombres, y manifest� su car�cter Divino, en el hecho de que no pertenec�a a la corrupci�n. Hab�a una vida Divina en el cuerpo humano de Jesucristo, sobre la cual la muerte no ten�a poder; el triunfo de la tumba, tal como fue, fue breve, fue como una noche de verano, cuando el oeste no ha dejado de brillar antes de que se vea el amanecer en el este.

La breve residencia del cuerpo de Cristo en la tumba demostr� m�s claramente que cualquier otra cosa que pudiera haber hecho, que Sus palabras eran verdaderas con respecto a Su poder para reanudar Su vida; que no le fue quitado; que fue un sacrificio hecho por �l mismo a la voluntad de Dios; y que pod�a conquistar la tumba, como pod�a conquistar a todos los dem�s enemigos de la humanidad.

III. La muerte de Nuestro Se�or tuvo su lado Divino, pero tambi�n fue una muerte humana; por tanto, fue una muerte de sufrimiento. Poniendo fuera de discusi�n la intensidad de estos sufrimientos, su realidad es algo que de ninguna manera debemos descartar; eran los sufrimientos de un hombre, los sufrimientos de un d�bil, seg�n la debilidad de la carne humana; los mismos sufrimientos, en lo que respecta al cuerpo, que los de los ladrones crucificados por ambas manos.

El que muri� en la Cruz es uno de nuestra propia raza, es la simiente de esa mujer que nos dio a luz a todos, y es el hermano mayor de la familia a la que todos pertenecemos. Sin embargo, este es Aquel cuya palabra calm� las olas; este es el que le dijo a L�zaro: "Sal", y he aqu� que ahora que est� colgado de la cruz, el sol se oscurece y el velo del templo se rasga, las tumbas no pueden contener a sus muertos. "Verdaderamente �ste es el Hijo de Dios". Por tanto, no debemos entristecernos por �l y decir: "�Ay, hermano m�o!" pero debemos tomar otro tono y decir: "Por Tu Cruz y Pasi�n, buen Se�or, l�branos".

Obispo Harvey Goodwin, Sermones parroquiales, quinta serie, p�g. 261.

Observar:

I. C�mo nos revelan estas palabras el olvido del amor de Cristo. Su dolor era demasiado profundo y demasiado sagrado para que nuestros corazones d�biles lo entendieran. En esa hora espantosa �l estaba realmente solo. Sus enemigos se burlaron de �l y lo insultaron. Sus amigos se pararon debajo de Su cruz incapaces de ofrecerle m�s que el tributo de una simpat�a silenciosa. Su Dios, al parecer, lo hab�a abandonado. S�, estaba solo, sin nadie que lo entendiera, nadie que lo ayudara, mientras se inclinaba bajo la carga de ese dolor indescriptible.

En la soledad de ese sufrimiento, todos Sus pensamientos estaban para los dem�s, no para �l mismo. Primero intercede, luego promete, luego provee. Jes�s olvid� su propio dolor, el m�s grande dolor que jam�s haya ca�do sobre el coraz�n humano para poder ministrar el dolor de otros.

II. As� como estas palabras nos muestran el olvido de s� mismo del amor de Cristo, en el siguiente lugar son una evidencia sorprendente de su ternura filial. Aquel que parec�a despreciar todos los lazos humanos de nacimiento y parentesco, se detuvo en el mismo acto de lograr el gran prop�sito de la redenci�n, para hablar palabras de consuelo a su afligida madre. Y como esta con nosotros? �Qu� ocurre con nosotros, que tantas veces sufrimos que nuestro trabajo para Dios sea una pretensi�n por descuidar nuestros deberes como miembros unos de otros? Cualquiera que sea el otro deber que Dios nos haya encomendado, nunca podr� excusar al padre por descuidar al hijo, ni al hijo por desobedecer al padre. Esa es la �nica obra verdadera para Dios que arroja su luz pura y celestial sobre todos los v�nculos de la naturaleza y de los parientes.

III. Observe la sabia consideraci�n del amor del Salvador. Fue una despedida solemne o una tierna despedida "Mujer, ah� tienes a tu hijo". Ya no puede ser su hijo, pero ella tendr� otro hijo. "Desde aquella hora ese disc�pulo la llev� a su propia casa". De todos los disc�pulos, no cabe duda de que San Juan fue, en un sentido mundano, el que mejor pudo soportar esta carga; porque, a diferencia del resto, probablemente se encontraba en circunstancias f�ciles, si no pr�speras.

Juan, el ap�stol del amor, Juan que hab�a bebido tan profundamente del esp�ritu de su Maestro, Juan que yac�a en Su seno, Juan cuyas palabras son el eco mismo de las palabras de su Maestro, �l era quien estaba mejor capacitado para apreciar y consolar, porque �l pudo comprender mejor, la vida interior oculta de la madre desamparada y desolada. El amor sabio y reflexivo que comprende exactamente los corazones de los dem�s solo se puede aprender al pie de la cruz de Cristo.

JJS Perowne, Sermones, p�g. 46.

Referencias: Juan 19:25 . W. Hanna, �ltimo d�a de la pasi�n de nuestro Se�or, p�g. 201; Homilista, segunda serie, vol. i., p�g. 191; AB Bruce, La formaci�n de los doce, p�g. 485; Homiletic Quarterly, vol. i., p�g. 364. Juan 19:25 . Ib�d., Vol. xii., p�g. 142.

Versículo 26

Juan 19:26

Cualquiera que haya sido la pasi�n dominante, se fortalece e intensifica en la hora de la muerte. Tal fue la muerte de Jes�s nuestro Se�or. En �l no hab�a habido m�s que una pasi�n insaciable. La sed de hacer el bien hab�a marcado cada hora y cada acci�n de su vida. He aqu�, mientras se acerca al fin, la misma pasi�n, la misma seria consideraci�n por los dem�s, vive con tanta fuerza como antes; y la pasi�n es la noble pasi�n de la benevolencia en la vida y de la inagotable benevolencia en la muerte.

Y lo que se muestra en sincera benevolencia se manifiesta tambi�n en la consideraci�n de Su �ltima hora, porque a Su alrededor, no importa qu� influencias perturbadoras, no importa qu� escenas perturbadoras, no importa qu� dificultad asalta Sus momentos de muerte, todav�a aqu� a trav�s de la angustia de La carne, todav�a fuerte por la debilidad de la muerte, el esp�ritu de Su benevolencia y consideraci�n por los dem�s triunfa sobre todo. "He aqu�", dice, "tu madre; he ah� a tu hijo".

I. Ning�n incidente en la vida de Cristo es un simple hecho desnudo. Hermoso como es el incidente, como una flor recogida en la tumba de un amado, sin embargo, es una flor igualmente en esto; lleva consigo el germen de un principio eterno. Ese principio es este que en la cruz de Jesucristo se han establecido nuevas relaciones. V�nculos que antes no exist�an, se han forjado en Su muerte, y donde antes exist�an v�nculos de simpat�a, Su muerte los ha unido con m�s fuerza.

II. Pero Jesucristo no se contenta con dejarnos as�, proclamando que en su cruz se establecen nuevas relaciones. Tambi�n proclama con sus palabras que tambi�n hay nuevas obligaciones. Hay una ley en nuestra naturaleza por la cual, en proporci�n al despertar del sentimiento, se produce la disminuci�n de la acci�n pr�ctica. Hay un estremecimiento de entusiasmo que conmueve el coraz�n bajo la influencia de alg�n sentimiento; y nosotros, porque nos hemos sentido con nobleza, no podemos decir que tambi�n hemos actuado con nobleza, y por lo tanto Jesucristo hace cumplir la obligaci�n por Su misma posici�n en este momento.

Cuando ya no puede cuidar de su madre, la entrega al cuidado del disc�pulo amado. Es cuando Juan ya no puede recostar su cabeza sobre el pecho de su Maestro, cuando Cristo lo nombra para aquello que en cierto modo puede ser un sustituto del amor de una madre reci�n encontrada en Su cruz. As� se excluye de la esfera misma de la benevolencia, para poder imponernos la necesidad de descargar lo que su ausencia de la tierra hace imposible que haga. �l deja ciertos grandes principios en el mundo, iniciados por su ense�anza, reforzados por su ejemplo, y nos encomienda su cumplimiento.

Obispo Boyd-Carpenter, Penny Pulpit, No. 872.

Referencias: Juan 19:26 ; Juan 19:27 . JN Norton, Golden Truths, p�g. 194; J. Stalker, The New Song, p�g. sesenta y cinco; J. Vaughan, Sermones, serie 11, p�g. 157; CJ Vaughan, Palabras de la Cruz, p�g. 30. Juan 19:28 .

Spurgeon, Sermons, vol. xxiv., n� 1409; JN Norton, Golden Truths, p�g. 206; Homiletic Quarterly, vol. ii., p�g. 270; J. Keble, Sermones de Semana Santa, p. 271; CJ Vaughan, Palabras de la Cruz, p�g. 57; Ib�d., Lecciones de la Cruz y la Pasi�n, p. 161. Jn 19:28, Juan 19:29 . P�lpito contempor�neo, vol. x., p�g. 123. Jn 19: 28-30. Homiletic Quarterly, vol. i., p�g. 365.

Versículo 27

Juan 19:27

Mira esa hora. Aviso

I. Sus anticipaciones. Siempre me ha parecido un hecho fatal para la teor�a poco propiciadora de esa hora, que hab�a sido anticipado y esperado por el mismo Cristo. No lo asust� ni lo tom� por sorpresa. No lo evit� ni retrocedi�. "La hora viene", dijo. Por otro lado, no apresur� sus avances hacia �l; �l no precipit� el evento que lo aclam� y lo llam� a esa hora.

"Mi hora a�n no ha llegado". En medio de los sentimientos de dolor que evidentemente lo oprim�an con un peso espantoso, nos sorprende la alegr�a con la que contempla el avance de esa hora. Se encuentra en medio de una red que se teje r�pidamente y una malla de eventos desgarradores y agonizantes, el tiempo y la eternidad navegando r�pidamente en los transbordadores. Gradualmente est� siendo atrapado en el enredo de una red por la cual �l ser� agonizado de inmediato y que �l destruir�.

II. Sus realizaciones. El final fue un sacrificio mediador. Lo veo liderando victoriosamente el Tiempo, con todos sus destrozos hacia tronos, reinos e imperios, hasta el final de esa hora; porque gan� el derecho. Descendi� para ascender muy por encima de todo principado y potestad; formas, espectros de los santos muertos, se�alando con el dedo prof�tico, parecen pasar ante la cruz en esa hora. �No contempl� aquella hora la agon�a de la naturaleza? Me quedo en esa hora, y leo por su llama volc�nica, por los tonos l�vidos y espeluznantes, que la naturaleza ha ca�do tanto de Dios como del hombre.

Veo que toda la creaci�n gime y sufre dolores de parto, esperando el gran fin de los tiempos; es decir, la redenci�n del propio cuerpo, la vestidura detr�s de la cual se ha retirado el ser moral ca�do.

III. Las consecuencias que fluyen de esa hora. (1) Cambi� el mundo. (2) Su influencia moral sobre otros mundos debe ser proporcional a la majestad, magnitud y magnificencia de los intereses involucrados en �l.

E. Paxton Hood, Sermones, p�g. 179.

Referencia: Juan 19:28 . Homilista, segunda serie, vol. ii., p�g. 169.

Versículo 30

Juan 19:30

I. Estas palabras, tal como las pronunci� nuestro Salvador en la cruz, tienen un significado amplio y profundo. Porque as� como Su vida fue totalmente diferente a la de todos los dem�s hombres, tambi�n lo fue Su muerte. No vivi� para s� mismo, ni para s� mismo, ni como uno de muchos; ni muri� as�. Muri�, como hab�a vivido, enteramente por la humanidad, de acuerdo con el determinado consejo y ordenanza de Dios. Por lo tanto, lo que �l declar� consumado cuando estaba a punto de entregar el esp�ritu, debe haber sido la gran obra por la cual vino al mundo, y que fue realizada por �l y en �l para toda la humanidad.

Su guerra, toda la guerra que vino a librar por la humanidad, se cumpli�; se perdon� la iniquidad de la humanidad o, al menos, se abri� la puerta del perd�n a la fe arrepentida. As� como la obra de Dios fue la obra de crear el mundo, y Su reposo fue el resto de gobernar, proteger y defender el mundo que hab�a creado, la obra de nuestro Salvador fue la de renovar la naturaleza del hombre y de sentar las bases de Su Iglesia de Dios. poni�ndose a S� mismo, Su propia Deidad Encarnada y humanidad Divina, para ser su principal piedra angular; y Su descanso fue el de velar, dirigir, fortalecer y santificar a Su Iglesia ya todos sus miembros.

II. Aunque la gran obra que Cristo vino a hacer se termin� de una vez por todas en este d�a, no se termin� como cuando terminamos una obra, la dejamos en paz y nos dedicamos a otra cosa. Fue forjado, al igual que la obra de la creaci�n, para que pudiera ser el padre abundante de innumerables obras del mismo tipo, la primera en una cadena sin fin, que deber�a ce�ir la tierra y extenderse a trav�s de todas las edades.

Si bien en un sentido fue un final, en otro fue un comienzo, un final de la guerra y la lucha, que hab�a estado desolando la tierra sin esperanza desde la Ca�da, y un comienzo de la paz, en la que la victoria gan� ese d�a. iba a recibir su consumaci�n eterna. �l conquist� al pecado ya Satan�s por nosotros, para poder vencerlos en nosotros; y para que podamos conquistarlos para �l, a trav�s de Su amor que constri�e y Su fuerza nos capacita.

JC Hare, Sermones en la iglesia de Herstmonceux, p. 361.

Juan 19:30

La cruz, la victoria sobre el pecado

I.Si miramos al mundo, sin el conocimiento de Cristo, sin la esperanza de un Salvador y libertador, toda la raza humana parece estar desamparada sin poder hacer nada, en un torbellino de pecado, o yacer como la hueste de los egipcios, en el fondo y en la orilla del mar. Toda la raza humana, sin Cristo, parece estar bajo un pesado yugo de pecado, contra el cual apenas pueden luchar; y, en consecuencia, estar bajo una sentencia de condena generalizada.

Si uno mirara por encima de la tierra y contemplara lo que est� sucediendo donde los hombres se re�nen, y lo que est� al acecho y cavilando en sus corazones, si uno tuviera que contemplar todo esto, con un conocimiento del pecado, de su aborrecimiento y mortal, sin embargo, sin ning�n conocimiento de Cristo, y de la redenci�n que �l ha realizado del pecado, dif�cilmente podr�a parecer como si Satan�s hubiera obtenido una gran victoria sobre Dios, como si �l debiera haber burlado a Dios o haberlo vencido, como si �l hab�a robado la tierra fuera de la custodia de Dios y la hab�a llevado al lado del infierno.

II. En la muerte de Cristo se puso de manifiesto c�mo Dios pod�a ser santo, pod�a tener un odio santo por el pecado y, sin embargo, pod�a tener compasi�n de los pecadores; c�mo pod�a ser justo y, sin embargo, el Justificador de los que creen en Jes�s. El Hijo de Dios se convirti� en el Hijo del Hombre, y tom� nuestra naturaleza sobre �l, y as� levant� esa naturaleza de sus contaminaciones pecaminosas a la luz de perfecta pureza, y carg� con nuestros pecados en la cruz.

Como el pecado tiene que morir, �l tambi�n, al cargar con nuestros pecados, se someti� a la muerte; Los dio a luz por nosotros, y muri� por nosotros; Muri� para que pudi�ramos vivir, purificados de nuestros pecados en Su sangre. Y as�, como en Ad�n todos hab�amos muerto, as� tambi�n en Cristo todos fuimos vivificados.

III. �sta, entonces, es la gran elecci�n que se les presenta en esta vida. El pecado te matar�a; Cristo te salvar�a. No debes temer tus pecados, como si fueran demasiado poderosos para ti, ya que Cristo los ha vencido por ti. Pero teniendo un L�der, un Capit�n, un Baluarte y una Torre de la Fuerza as�, debes luchar contra ellos con valent�a e imp�vida. Aquel que muri� en la Cruz para quitar tus pecados, te fortalecer� para luchar contra el pecado, y con Su fuerza lo vencer�s.

JC Hare, Sermones en la iglesia de Herstmonceux, p. 151.

Juan 19:30

I. Se acab� el sufrimiento personal de Cristo.

II. La misi�n terrenal estaba terminada.

III. La biograf�a humana estaba terminada.

IV. Se acab� el conflicto oficial.

V. El mensaje del Evangelio estaba terminado.

CS Robinson, Preacher's Monthly, vol. iv., p�g. 204.

Referencias: Juan 19:30 . CJ Vaughan, Lecciones de la cruz y la pasi�n, p. 173; F. Schleiermacher, Christian World Pulpit, vol. vii., p�g. 184; Spurgeon, Sermons, vol. vii., Nos. 378, 421; JN Norton, Golden Truths, p�g. 213; G. Huntington, Sermones para las estaciones santas, p�g. 89; J. Keble, Sermones de Semana Santa, p.

278; P�lpito contempor�neo, vol. vii., p�g. 231; G. Dawson, The Authentic Gospel, p�g. 72; Revista del cl�rigo, vol. iv., p�g. 224; M. Davies, Catholic Sermons, p�g. 137; Preacher's Monthly, vol. iv., p�g. 204; Obispo Barry, Primeras palabras en Australia, p�g. 121; B. Jowett, Christian World Pulpit, vol. xxviii., p�g. 1; WM Taylor, Trescientos bosquejos del Nuevo Testamento, p�g.

101; T. Birkett Dover, Manual de Cuaresma, p�g. 155. Juan 19:31 . G. Brooks, Quinientos contornos, p�g. 254. Juan 19:31 . Homiletic Quarterly, vol. i., p�g. 366. Juan 19:34 .

WM Taylor, Trescientos bosquejos del Nuevo Testamento, p�g. 102. Jn 19:35. J. Keble, Sermones para los d�as de los santos, p�g. 48. Juan 19:33 . W. Hanna, �ltimo d�a de la pasi�n de nuestro Se�or, p�g. 390. Juan 19:37 . FD Maurice, Evangelio de St.

John, p�g. 424; Homiletic Quarterly, vol. i., p�g. 61. Jn 19:38. G. Brooks, Quinientos contornos, p�g. 387; Homiletic Quarterly, vol. iv., p�g. 277. Juan 19:38 ; Juan 19:39 . Revista homil�tica, vol. xi., p�g. 1.

Versículos 38-40

Juan 19:38

Jos� de Arimatea y Nicodemo en el entierro de Jes�s

I. Antes de la muerte de Jes�s, los dos gobernantes aqu� mencionados hab�an sido Sus disc�pulos secretos. No eran peores que las multitudes que pasan por irreprochables. Puede haber, en el mundo del rango y la moda, muchos hombres a quienes Cristo ha llamado a ser disc�pulos, pero que se averg�enzan de su orden y que son s�lo disc�pulos en secreto. M�s de un hombre que estar�a dispuesto a cabalgar en pos de Cristo con el sonido de los aplausos, o hablar en nombre de Cristo ante una audiencia atenta y agradecida, es ahora un verdadero disc�pulo, pero en secreto.

Usted sabe, tal vez, muchos cristianos, de profesi�n ruidosa, de gran reputaci�n, que, si hubiera vivido en los d�as de la Encarnaci�n con solo su medida actual de fuerza espiritual, no hubieran recibido de la pluma divina un aviso m�s noble que este disc�pulo de Jes�s, pero en secreto. �C�mo hubiera sido contigo? �C�mo te va ahora?

II. La muerte de Jes�s hizo que los dos disc�pulos secretos se declararan a s� mismos. Un cristiano no guardar� su secreto por mucho tiempo. La gracia no es un tesoro que se esconda en la tierra en medio de la tienda. A veces, en efecto, una semilla puede caer en alg�n surco profundo, donde los terrones se endurecen sobre ella; y est� all�, una semilla, pero en secreto, hasta que una tormenta desgarradora la saca a la luz. A veces, un cristiano puede ser como esa semilla y puede ser necesaria una tormenta de problemas para revelarlo.

En la crucifixi�n de Cristo, tal tormenta estall� sobre estos dos disc�pulos. Les revel� a sus propias mentes su pecado y sac� a relucir su amor oculto. El hero�smo de la fe casi siempre se enciende en circunstancias desesperadas. El hero�smo de Jos� comenz� en la hora de tinieblas de Cristo. Sab�a lo que los gobernantes pensaban hacer, y cuando fue convocado en esa hora para tomar Su lugar con ellos en el juicio, podr�a haberse mantenido alejado, de modo que despu�s de que se hizo la obra negra podr�a haber dicho: "Yo no estaba all�.

Pero �l fue y protest� valientemente contra la decisi�n de la mayor�a. Tan pronto como todo termin�, todo en llamas de dolor indignado, fue valientemente a Pilato y anhelaba el cuerpo de Jes�s. Su valiente haza�a tuvo �xito. En ese tiempo, encendi� un valor similar en el coraz�n de Nicodemo. Se hab�an encontrado a menudo en los lugares altos de la vida, sabiendo que el otro ten�a fe en Cristo que �l se avergonzaba de profesar; ahora se encontraban en la cruz, como en el altar de decisi�n; el secreto fue descubierto; y mientras el cielo es azul, mientras que la hierba es verde, y mientras la nieve es blanca, lo que hicieron se les contar� para un memorial.

C. Stanford, Del Calvario al Monte de los Olivos, p�g. 1.

Referencias: Juan 19:38 . Homiletic Quarterly, vol. i., p�g. 367. Juan 19:39 . Revista del cl�rigo, vol. ii., p�gs. 16, 211. Juan 19:40, Juan 19:41 .

Sermones sencillos de los colaboradores de "Tracts for the Times", vol. ix., p�g. 111. Jn 19:41. JM Neale, Sermones en una casa religiosa, segunda serie, vol. i., p�g. 221; El p�lpito del mundo cristiano, vol. VIP. 127; GT Coster, ib�d., Vol. xii., p�g. 179.

Versículos 41-42

Juan 19:41

I. El entierro de Cristo se encuentra entre su humillaci�n y su exaltaci�n. Es el punto de pausa de su historia, quien, por el sufrimiento de la muerte, fue hecho un poco m�s bajo que los �ngeles; el momento en que la esperanza y la fe de sus seguidores se pusieron a prueba; cuando la victoria parec�a estar con su enemigo. Pero era solo aparente. La tumba era para Jesucristo la puerta de la vida; Pas� a Su gloriosa resurrecci�n.

II. Al ser sepultado, nuestro Se�or cumpli� lo que estaba escrito de �l; y no solo eso, sino que de ese modo nos ha dado la mejor y m�s positiva seguridad de que muri� por nosotros. Los hombres, se ha dicho con certeza, no son arrojados a la tierra antes de morir. El entierro solo sigue despu�s de la expiraci�n del alma y el cuerpo, despu�s de que la vida se extingue. El hecho de que nuestro Bendito Se�or haya sido depositado en la tumba, pone el sello m�s seguro sobre la realidad de Sus sufrimientos. Demuestra que la espantosa escena del Calvario no fue un cuadro oscuro, ni un producto de la invenci�n del hombre, sino algo que realmente ocurri�.

III. Una vez m�s, se necesitaba la sepultura de Jesucristo como preparaci�n para Su gloriosa resurrecci�n. Ese gran acontecimiento en el que descansa nuestra esperanza de volver a vivir habr�a querido su prueba completa, si no hubiera sido precedido por Su entierro. No se puede decir que resuciten hombres que nunca han muerto. Si Cristo nuestro Se�or, que descendi� del cielo y fue hecho hombre por nosotros y para nuestra salvaci�n, por el poder que hab�a en �l, hubiera regresado al cielo sin morir, como seguramente podr�a haberlo hecho, no habr�amos tenido ninguna seguridad. Prom�teme que nos levantaremos de nuestras tumbas.

Seguros como estamos de que Cristo fue sepultado, y que resucit� y dej� su tumba, podemos tener alegr�a y consuelo ante la perspectiva de nuestra propia muerte, y al mirar atr�s a las muertes que nos han precedido.

RDB Rawnsley, Village Sermons, tercera serie, p�g. 84.

Referencias: Juan 19:41 ; Juan 19:42 . H. Melvill, Voces del a�o, vol. i., p�g. 376; Revista homil�tica, vol. ix., p�g. 142; Homilista, vol. VIP. 33. HW Beecher, Sermons, 1870, p�g. 31. Jn 20: 1. Homiletic Quarterly, vol.

v., p�g. 164. Juan 20:3 . HW Beecher, Christian World Pulpit, vol. xxv., p�g. 10. Juan 20:8 . Revista del cl�rigo, vol. iv., p�g. 224.

Información bibliográfica
Nicoll, William R. "Comentario sobre John 19". "Comentario Bíblico de Sermón". https://beta.studylight.org/commentaries/spa/sbc/john-19.html.
 
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