Bible Commentaries
Apocalipsis 16

Comentario Bíblico de SermónComentario Bíblico de Sermón

Versículos 1-21

Apocalipsis 16:17

Influencia sat�nica.

I. Sabemos que era una opini�n predominante entre los jud�os que los �ngeles ca�dos ten�an su residencia en el aire, llenando esa regi�n que se extiende entre la tierra y el firmamento. Dif�cilmente podemos decir de d�nde se deriv� la opini�n, ni en qu� razones suficientes puede sustentarse. Pero cuando San Pablo llama al diablo "el pr�ncipe de la potestad del aire", se puede decir que favorece la opini�n y casi la sanciona con su autoridad.

Sin embargo, es de poca importancia que determinemos d�nde tienen sus moradas los �ngeles ca�dos; y quiz�s asociar al diablo con el aire no tiene tanto el prop�sito de definir la residencia de Satan�s como el de darnos informaci�n sobre la naturaleza de su dominio. Queremos decir que probablemente no se nos ense�a aqu� que el diablo habita en el aire, aunque ese tambi�n puede ser el significado, sino que tiene a su disposici�n el poder del aire, de modo que puede emplear este elemento en sus operaciones sobre la humanidad.

Y no conocemos ninguna raz�n por la cual el poder del diablo deba considerarse confinado a lo que solemos llamar agencia espiritual, de modo que nunca se emplee en la producci�n del mal f�sico, por qu� las almas, y no tambi�n los cuerpos, de los hombres deben ser considerados objetos de su ataque. Si creemos, como creemos, que desde su primer �xito, Satan�s ha sido incansable en sus esfuerzos por seguir su victoria, en lo que al alma concierne, instigando al pecado, actuando con tentaciones y lanzando obst�culos en el camino. camino de la piedad, �por qu� no deber�amos creer tambi�n que �l ha continuado con sus asaltos al cuerpo, consumi�ndolo con enfermedades, atorment�ndolo con dolor y convirti�ndolo as� en un gran estorbo para el alma en sus luchas por la justicia? De hecho, si pudiera suponerse que,

II. De hecho, somos muy conscientes de que no es el diablo quien destruye al hombre. Debe ser el hombre quien se destruya a s� mismo. El diablo no puede hacer nada contra nosotros excepto cuando le damos la oportunidad, rindi�ndonos a sus sugerencias y permiti�ndole llevarnos cautivos a su voluntad. Pero finalmente puede suceder, si persistimos en caminar como hijos de desobediencia, que expulsemos de nuestro pecho al Esp�ritu de Dios, cuyas luchas han sido resistidas y cuyas amonestaciones han sido despreciadas, y entronizamos en su lugar que esp�ritu del mal cuyo anhelo y cuyo trabajo es hacernos compartir su propia ruina.

Y luego hay una posesi�n demon�aca tan clara como cuando el hombre fue arrojado al fuego o al agua a trav�s de las temibles energ�as del demonio que lo habitaba. No nos apresuremos a concluir que no hay nada en nuestros d�as an�logo a esas posesiones demon�acas de las que se hace menci�n tan frecuente en el Evangelio. Cuando el Ap�stol habla del diablo como "obrando en los hijos de desobediencia", usa la misma palabra que en otros lugares se usa para las operaciones del Esp�ritu Santo, ese Agente Divino que mora en los creyentes, residiendo en ellos como un monitor permanente, renovando su naturaleza y prepar�ndolos para la gloria.

De modo que San Pablo atribuye al diablo, actuando en los hijos de la desobediencia, esa misma energ�a que atribuye al Esp�ritu de Dios actuando en los disc�pulos de Jes�s. Y cualquiera que sea, por lo tanto, el grado en que consideremos a los hombres buenos como pose�dos por el Esp�ritu Santo, en ese mismo grado debemos considerar a los hombres abandonados y reprobados como pose�dos por Satan�s y sus �ngeles. Debe haber tanta influencia directa, tanta entrega del hombre al dominio establecido dentro de s� mismo, en un caso como en el otro.

En ninguno de los dos tenemos derecho a decir que se interfiere con el libre albedr�o, y mucho menos se lo destruye; pero en ambos est� la sumisi�n voluntaria a los dictados de otro, y ese otro tan identificado con el hombre mismo que en realidad est� atado por el ser obedecido. Entonces, no hay duda de que el diablo es un enemigo al que hay que temer y resistir; pero damos gracias a Dios por la afirmaci�n de que habr� un d�a en nuestra creaci�n cuando el adversario maligno ser� atado y despojado de su poder de asalto.

H. Melvill, Fenny Pulpit, No. 1838.

Referencias: Apocalipsis 18:2 . Revista homil�tica, vol. viii., p�g. 99. Apocalipsis 18:4 . G. Carlyle, Christian World Pulpit, vol. iii., p�g. 168. Apocalipsis 18:10 .

FW Farrar, Ib�d., Vol. xxxiii., p�g. 312. Apocalipsis 19:1 . Preacher's Monthly, vol. ii., p�g. 262. Apocalipsis 19:3 . G. Calthrop, Palabras a mis amigos, p�g. 358.

Información bibliográfica
Nicoll, William R. "Comentario sobre Revelation 16". "Comentario Bíblico de Sermón". https://beta.studylight.org/commentaries/spa/sbc/revelation-16.html.