Bible Commentaries
Romanos 4

Comentario Bíblico de SermónComentario Bíblico de Sermón

Versículos 1-25

Romanos 3:31 ; Romanos 4

Un caso crucial.

I. Fue por su fe que Abraham fue justificado, no por sus obras de obediencia. La prueba de Pablo de esto es muy simple. Encuentra un notable texto de prueba listo a su mano en G�nesis 15:16 . Del lado de Dios hab�a simplemente una palabra que anunciaba las promesas de Su gracia; del lado del hombre, simplemente una confianza devota e infantil en esa palabra.

Dios no pidi� m�s; y el hombre no ten�a m�s para dar. Se consider� que su mera confianza en Dios el Promotor era suficiente como base para que ese hombre pecador aceptara el favor, la amistad y la alianza con el Jehov� eterno.

II. Abraham fue justificado por su fe, no como un hombre circuncidado, sino como un incircunciso. Se basa en la idea misma de la aceptaci�n a trav�s de la fe, que dondequiera que est� presente la fe, Dios aceptar� al pecador aparte de cualquier otra circunstancia, como la nacionalidad, un rito externo, un privilegio de la Iglesia o similares. Si la fe salva a un hombre, entonces la fe debe salvar a todo aquel que la tenga. Abraham fue un hombre justificado tan pronto como fue creyente, no tan pronto como fue circuncidado.

Y el dise�o de tal arreglo era convertirlo en el verdadero tipo y progenitor espiritual de todos los creyentes. Las �nicas personas a quienes su experiencia no acepta son aquellos jud�os que est�n circuncidados pero que no creen, que conf�an en su linaje y en su insignia del pacto y en el cumplimiento de la ley, esperando ser salvos por su meritoria observancia de las reglas prescritas, pero que en las promesas gratuitas y llenas de gracia del Dios de Abraham no conf�e en absoluto.

III. Resulta ahora que, en lugar de que San Pablo sea un ap�stata o un jud�o desleal por admitir a los gentiles creyentes en un lugar igual en el favor del Dios de Israel, es su compatriota moralista, quien monopoliza la gracia divina, y no tendr� gentiles. ser salvo a menos que primero se haya convertido en un observador circuncidado de la ley de Mois�s, eso es realmente falso a la idea original del pacto abrah�mico. Todos los que tienen fe, cualquiera que sea su raza, son bendecidos con el fiel Abraham; y �l, dice Pablo, escribiendo a una iglesia gentil, es el padre de todos nosotros.

J. Oswald Dykes, El Evangelio seg�n San Pablo, p�g. 99.

Referencias: Romanos 3:31 . Spurgeon, Evening by Evening, p�g. 25. 3 Expositor, 1� serie, vol. iii., p�g. 215. Romanos 4:1 . Preacher's Monthly, vol. ii., p�g. 249. Romanos 4:3 .

JG Rogers, Christian World Pulpit, vol. v., p�g. 121. Romanos 4:6 . Preacher's Monthly, vol. ii., p�g. 248. Romanos 4:7 . Ib�d., P�g. 248. Romanos 4:9 . Ib�d., P�g. 258. Romanos 4:9 . Revista del cl�rigo, vol. VIP. 10.

Versículo 11

Romanos 4:11

El llamado de Abraham.

Marque algunas caracter�sticas de la fe de Abraham.

I. No es la fe la que concibe grandes cosas y obra para ellas, sino que se pone como instrumento en las manos de Dios y le deja obrar a trav�s de ellas. Es la fe de los m�rtires, de hombres que no han visto que estaban haciendo algo heroico, cualquier cosa que cambiara el curso de la historia, solo que estaban cumpliendo con su deber, haci�ndolo como no pod�an elegir sino hacer. Los mayores impulsores de la humanidad se han sentido y se han deleitado al sentir que estaban siendo utilizados; que hablaron y actuaron porque deb�an hacerlo; que estaban trabajando en el prop�sito de otro, un prop�sito m�s grande que el suyo.

II. Era la fe que se adaptaba especialmente a quien iba a ser el padre del pueblo elegido, el padre en un sentido a�n m�s amplio de todos los que creen. Era la fe que pod�a esperar durante largas generaciones, aferr�ndose todav�a a la promesa, aunque tan vagamente entendida, de una gran bendici�n para la raza y, a trav�s de ella, para la humanidad, contenta mientras tanto de sufrir si es necesario, de vagar por la tierra. desierto, para ser como un peque�o reba�o entre lobos, para ser pisoteado, llevado al cautiverio, la fe cada vez m�s brillante en tiempos de calamidad m�s oscura, y m�s segura, m�s espiritual.

Era la fe que pod�a recibir la revelaci�n gradual de Dios de s� mismo y de sus prop�sitos; el o�do abierto que en cada �poca se encontrar�a con la voz de Dios como la recibi� Samuel "Habla, Se�or, que tu siervo oye"; siempre aprendiendo, viendo una interpretaci�n tras otra de las profec�as antiguas fallar y pasar, y sin embargo esperar, escuchar, recibir, hasta que lleg� la plena satisfacci�n, hasta que el consuelo de Israel amaneci� en ello. Recuerde que el llamado de Abraham fue el comienzo de la verdadera religi�n en el mundo de la religi�n con una esperanza, un progreso. Cada nuevo libro de la Biblia marca un avance.

III. Esta fe de Abraham, la fe que act�a sobre una voz confiable, que no necesita ver su camino ni siquiera con el ojo de la imaginaci�n, que toma a Dios en Su palabra y espera Su tiempo, es la fe que no est� m�s all� de nuestra imitaci�n, y que , si queremos, puede ser la esperanza y el sustento de nuestras propias vidas.

EC Wickham, Wellington College Sermons, p�g. 15.

Referencias: Romanos 4:13 . Revista del cl�rigo, vol. iv., p�g. 84. Romanos 4:16 . Spurgeon, Sermons, vol. xxiii., n� 1347; Homilista, nueva serie, vol. iii., p�g. 177; Revista del cl�rigo, vol. ix., p�g. 338. Romanos 4:17 .

Fraser, Ib�d., Vol. vii., p�g. 105. Romanos 4:18 ; Romanos 4:19 . Expositor, primera serie, vol. ix., p�gs. 215, 392. Romanos 4:19 . Spurgeon, Sermons, vol.

xiii., No. 733. Romanos 4:19 . W. Hubbard, Christian World Pulpit, vol. xvi., p�g. 26. Romanos 4:20 . Spurgeon, Sermons, vol. xxiii., n� 1367; Ib�d., Morning by Morning, p�g. 79; RS Candlish, Sermones, p�g. 105.

Versículos 20-21

Romanos 4:20

Fe religiosa Racional.

Al escuchar a algunos hombres hablar (me refiero a hombres que se burlan de la religi�n), podr�a pensarse que nunca actuamos con fe y confianza excepto en asuntos religiosos, mientras que actuamos con confianza a cada hora de nuestras vidas. Cuando se dice que la fe es un principio religioso, lo que es peculiar de la religi�n son las cosas que se creen, no el acto de creerlas.

I. Es obvio que confiamos en nuestra memoria. Ahora no somos testigos de lo que vimos ayer, pero no tenemos ninguna duda de que sucedi� de la manera que recordamos. Una vez m�s, cuando usamos el razonamiento y estamos convencidos de algo mediante el razonamiento, �qu� es sino que confiamos en la solidez general de nuestro poder de razonamiento? Y observe que continuamente confiamos en nuestros recuerdos y en nuestro poder de razonamiento de esta manera, aunque a menudo nos enga�an.

Vale la pena observar esto, porque a veces se dice que no podemos estar seguros de que nuestra fe en la religi�n no sea un error. En todos los asuntos pr�cticos estamos obligados a detenernos no en lo que puede ser posible, sino en lo que es probable que sea. Cuando lleguemos a examinar el tema, descubriremos que, estrictamente hablando, sabemos poco m�s que que existimos, y que hay un poder invisible al que estamos obligados a obedecer. M�s all� de esto debemos confiar; y primero nuestros sentidos, memoria y capacidad de razonamiento; luego otras autoridades; de modo que, de hecho, casi todo lo que hacemos todos los d�as de nuestra vida es confiar, es decir, fe.

II. Es f�cil mostrar que, incluso considerando la fe en el sentido de confiar en las palabras de otro, no es un principio de conducta irracional o extra�o en las preocupaciones de esta vida. Porque cuando consideramos el tema con atenci�n, �qu� pocas cosas hay que podamos averiguar por nosotros mismos con nuestros propios sentidos y raz�n! Despu�s de todo, � qu� sabemos sin confiar en los dem�s? El mundo no podr�a continuar sin confianza.

La desconfianza, la falta de fe, rompe los lazos mismos de la sociedad humana. Ahora bien, �consideraremos racional que un hombre, cuando es ignorante, crea a su pr�jimo, es m�s, ceda al juicio de otro como mejor que el suyo y, sin embargo, lo piense en contra de la raz�n cuando uno, como Abraham, presta o�do a la palabra de Dios y pone la promesa de Dios por encima de su propia expectativa miope? Si obedecemos a Dios estrictamente, con el tiempo la fe se volver� como la vista: no tendremos m�s dificultad para encontrar lo que agrada a Dios que mover nuestros miembros o comprender la conversaci�n de nuestros amigos familiares. �sta es la bendici�n de la obediencia confirmada.

JH Newman, Parochial and Plain Sermons, vol. i., p�g. 190.

Referencias: Romanos 4:21 . Silver, Thursday Penny Pulpit, vol. VIP. 397. Romanos 4:22 . J. Irons, Ib�d., Vol. xi., p�g. 161. Romanos 4:23 . W. Hubbard, Christian World Pulpit, vol. xvi., p�g. 42.

Versículo 25

Romanos 4:25

Cristo resucit� nuestra justificaci�n.

I. Estos dos dones de nuestro Se�or, Expiaci�n y Justificaci�n, fueron establecidos por San Pablo claramente como los frutos de Su muerte y Su resurrecci�n. "Que fue entregado por nuestras ofensas", para expiarlas; "fue levantado de nuevo para nuestra justificaci�n", para justificarnos. Lo que Cristo compr� para nosotros con su muerte, nos lo da a trav�s de su vida. Es nuestro Se�or viviente quien nos imparte los frutos de Su propia muerte.

�l tiene las llaves de la muerte y del infierno en virtud de Su vida desde la muerte. Entonces, tan verdaderamente como la muerte de Cristo fue la verdadera remisi�n de nuestros pecados, aunque a�n no nos fue impartida, as� tambi�n fue Su resurrecci�n nuestra verdadera justificaci�n, imparti�ndonos la eficacia de Su muerte y justific�ndonos, o haci�ndonos justos. a los ojos de Dios.

II. La alegr�a y el regalo de nuestra fiesta de Pascua es nuestro Se�or mismo resucitado. Para la Iglesia es una verdad anual: "El Se�or verdaderamente ha resucitado, y se ha aparecido a Sim�n". Antes, todo estaba reservado para nosotros, pero no lo ten�amos. Por la resurrecci�n es el don del Esp�ritu y el injerto en �l; por ella es el perd�n de los pecados, y la remoci�n del castigo, y la justicia, la santificaci�n y la redenci�n, y la adopci�n como hijos y la hermandad con Cristo, s�, la unidad con �l y la herencia eterna, porque todos estos est�n en �l, y por ella llegamos a ser participantes de �l y de todo lo que es suyo.

S�, esta es la dicha de nuestras fiestas, que no solo ensombrecen una semejanza y conformidad entre la Cabeza y los miembros, nuestro Redentor y nosotros en quienes Su nombre es llamado, sino que hay a trav�s del poder de Su cruz y resurrecci�n un conformidad real en obra, una sustancia y una realidad. "Todo lo que", dice San Agust�n, "fue realizado en la Cruz de Cristo, en Su sepultura, en Su resurrecci�n al tercer d�a, en Su ascensi�n al cielo y sent�ndose a la diestra del Padre, as� fue hecho, que por estas acciones, no s�lo palabras, de significado m�stico, se debe descifrar la vida cristiana representada aqu� abajo.

Hemos sido hechos part�cipes de Su preciosa muerte, sepultura, resurrecci�n y ascensi�n, porque donde �l est�, all� estamos nosotros, en prenda y sinceridad, si somos Suyos; desde all� �l nos mira, fijando nuestros ojos d�biles para mirarlo a �l; de all�, por la simpat�a secreta entre la Cabeza y los miembros, �l nos lleva hacia arriba con el anhelo de ser como �l: las primicias de nuestro esp�ritu ya est�n all�; y �l est� con nosotros, resucitando lo que queda aqu�; all� estamos con �l, ya que, si somos Suyos, estamos en �l; �l est� aqu� con nosotros, porque por su Esp�ritu mora en nosotros, si lo amamos ".

EB Pusey, Sermons, vol. i., p�g. 214.

Romanos 4:25

Estas palabras son la respuesta a la pregunta que naturalmente surgir�a de la lectura de la historia de la muerte y pasi�n de Jesucristo. "Fue entregado a causa de nuestras ofensas". Los pecados de los hombres fueron la causa de los sufrimientos y la muerte del Hijo de Dios sin pecado.

I. Leemos la historia de esas horribles horas durante las cuales se tramit� la gran obra de la redenci�n de un mundo, y nos conmueve la indignaci�n contra los diversos actores de la melanc�lica escena. Pero, al fin y al cabo, y sin atenuar en absoluto su culpa, estos no eran los verdaderos crucificadores del Se�or de la vida, o, si lo fueran, no eran sino como instrumentos, ciertamente libres, y por tanto, instrumentos responsables, sino �nicamente instrumentos por los cuales se infligi� una muerte cuya causa era mucho m�s profunda que su malicia o sus temores.

Sin este proceder, la ira de sus enemigos habr�a sido impotente contra el Hijo de Dios. Por cada uno de nosotros, por nuestros propios pecados individuales, ese sacrificio fue ofrecido en la cruz. Nuestro descarr�o, nuestra rebeli�n, nuestros actos de injusticia o deshonestidad, nuestras palabras falsas, profanas, airadas y calumniosas, estos fueron los crucificadores del Hijo de Dios.

II. Si nuestros pecados fueron la causa del sufrimiento de Cristo, las emociones que deber�an despertarse en nuestro pecho seguramente deber�an ser: (1) El temor al pecado. Con la terrible y misteriosa declaraci�n del texto ante nuestros ojos, �qu� posible esperanza de escape podemos tener si continuamos en el pecado? (2) Otro sentimiento habitual que la gran verdad del texto debe dejar en nuestro coraz�n es el odio al pecado. En verdad, tenemos muchas razones para odiar el pecado, porque es la degradaci�n de nuestra raza, la causa de todos nuestros sufrimientos y el peligro de nuestro futuro eterno; y cuanto m�s nos ense�e el Esp�ritu de Dios a ver la belleza de la santidad y a amar al justo, al puro y al verdadero, m�s odiaremos el pecado por s� mismo, su deformidad moral y su enemistad con Dios y con bueno.

(3) Pero si bien el temor y el odio al pecado deben acompa�ar a la creencia en la expiaci�n, la verdad debe abrazarse con una fe confiada y alegre. La misteriosa grandeza del sacrificio ofrecido cuando Cristo sufri� magnifica la justicia divina y la culpa del pecado. Tambi�n demuestra la infinitud de la misericordia de Dios. (4) La expiaci�n as� abrazada por la fe debe ser la ra�z y el manantial de una obediencia amorosa. El ejemplo m�s alto concebible del amor de Dios, deber�a encender en nuestros corazones el amor de Dios.

Obispo Jackson, Penny Pulpit, No. 354.

I. �C�mo fue posible hacer que los hombres sintieran que son algo muy diferente de las bestias brutas, que no eran animales, inteligentes y m�s astutos que todos los dem�s animales, que el poder no est� bien, el autocontrol no es una locura? �O c�mo es posible probar que el hombre no es un mero animal que perece que muere, y luego hay un final para �l? El mundo de Grecia y Roma hab�a llegado a la conclusi�n en blanco de que no hab�a esperanza, no hab�a vida que valiera la pena vivir.

Hay muchas personas que viven ahora que han heredado instintos de siglos de antepasados ??cristianos, y que todav�a est�n influenciados por las costumbres y tradiciones cristianas y, por lo tanto, contin�an como sol�an hacerlo, pero que viven en la desesperanza absoluta en cuanto al futuro. . �C�mo ser� posible probarles ahora que en cada alma del hombre est� lo imperecedero de lo Divino? La filosof�a no puede hacerlo, simplemente est� en silencio.

La ciencia no puede hacerlo, est� fuera de su �mbito. Lea las filosof�as de los aspirantes a fil�sofos y se desesperar�, como hace siglos que los hombres se desesperaban. No tocan la mayor esperanza. Y as� comienza la lucha del d�a entre todos los instintos cristianos de la raza, ahora heredados desde hace mucho tiempo, todos los instintos no suprimidos divinamente dados por el hombre, contra las tentaciones del mundo, la carne y el diablo.

II. En esta lucha necesitamos un refuerzo de poder. Se encuentra en las verdades de las que el Viernes Santo y la Pascua son testigos. Cristo muri� para que no hubiera parte de nuestra experiencia propia de nosotros, para que pudiera mostrar que �l era un hombre. Se levant� para mostrar que la muerte no era el fin de todas las cosas; y fue al cielo para mostrar por su visible levantamiento lo que de alguna forma nos suceder� tambi�n a nosotros.

Y todo por eso, y para ense�arnos para siempre que el intervalo se traspasa por completo del hombre a Dios. Este vasto intervalo lo atraves� dos veces: descendi� de Dios al hombre, subi� de hombre a Dios. �l era �l mismo y es �l mismo, Dios y hombre. La cadena est� completa del cielo a la tierra. Desde que Cristo vino, el hombre sabe que no es un simple animal, es divino por sus afinidades. Camina por la tierra como una nueva criatura.

Mira, dice la historia de Jesucristo, ya est� completa la cadena que conecta al hombre con Dios. Si la cadena desciende hasta que su extremo inferior se pierde en fuerzas moleculares, llega hasta su extremo superior se pierde en la gloria del trono de Dios y en la persona divina de Jesucristo, quien nos ha mostrado la perfecci�n de Dios. .

JM Wilson, Sermones en la capilla de Clifton College, p�g. 155.

Referencias: Romanos 4:25 . Revista del cl�rigo, nueva serie, vol. ii., p�g. 213; Obispo Moorhouse, P�lpito de la Iglesia de Inglaterra, vol. i., p�g. 108.

Información bibliográfica
Nicoll, William R. "Comentario sobre Romans 4". "Comentario Bíblico de Sermón". https://beta.studylight.org/commentaries/spa/sbc/romans-4.html.