Bible Commentaries
1 Timoteo 2

El Ilustrador BíblicoEl Ilustrador Bíblico

Versículos 1-2

Exhorto, por tanto, que, ante todo, las s�plicas.

Oraci�n por los dem�s

El verdadero cristiano, sin embargo, reconoce en la historia humana el gobierno moral de Dios; cree, porque Dios lo ha declarado, que una Providencia misteriosa pero omnisciente gobierna las naciones de la tierra; y que Jehov� considera continuamente las cualidades morales de los agentes humanos. �l cree que la decadencia y las calamidades de los sucesivos imperios siempre han tenido una conexi�n cercana y directa con su desprecio por la virtud y la religi�n.

I. El deber de la oraci�n por los dem�s, y m�s especialmente por las personas en autoridad. Aqu� se declara que la oraci�n de intercesi�n es un deber; porque cuando el ap�stol dice "exhorto", habla por mandato divino. Si reconocemos la autoridad de la revelaci�n, debemos admitir que el acto de intercesi�n por otros sea un acto en conformidad precisa con la voluntad revelada de Dios. Pero hay dos resultados del tipo m�s beneficioso que surgen necesariamente de la oraci�n de intercesi�n.

1. En cada caso en el que imploramos a Dios en nombre de otros, lo reconocemos como la fuente de poder, autoridad, misericordia y gracia. El discurso que le hacemos implica nuestra convicci�n de que �l es el Conservador y el Benefactor de quien se deriva todo socorro.

2. Pero la oraci�n del olvido es, adem�s, un acto de caridad. No podemos ejercer voluntariamente este deber sino con esp�ritu de caridad. La oraci�n por los dem�s implica, por su mismo acto, nuestra participaci�n en sus necesidades, nuestra simpat�a en sus dolores, nuestro inter�s general en su bienestar.

II. Pero la naturaleza y la importancia de este deber se har�n m�s evidentes al considerar el dise�o por el cual se ofrecer� la oraci�n por los dem�s: "para que podamos llevar una vida tranquila y pac�fica con toda piedad y honestidad". Hay dos formas en las que se puede suponer que la oraci�n p�blica es el canal directo de beneficio para la comunidad.

1. En primer lugar, no hay nada que tienda tanto a aliviar la irritaci�n, a excitar la compasi�n, a contener la envidia y la venganza, a calmar las pasiones turbulentas de todo tipo, como la oraci�n social. �Eran grandes grupos de hombres unidos honesta y frecuentemente en oraci�n a Dios pidiendo una bendici�n para la comunidad? Si conectaran el gobierno terrenal con los prop�sitos bondadosos de Dios con el mundo del orden social y de la buena voluntad mutua, estas oraciones unidas se convertir�an en el cemento m�s fuerte de las diversas partes del tejido social, al presentarlas a las mentes de todos. los motivos m�s elevados y nobles por los que se puede influir en seres inteligentes, y al mismo tiempo capaces de afecto.

Imag�nese a los ricos implorando sinceramente la bendici�n de Dios sobre los pobres, y �d�nde se podr�a encontrar lugar para el ejercicio de la injusticia y la opresi�n? Imag�nese a los pobres rezando por los ricos, y �d�nde se hallar�a espacio para el ejercicio de la envidia, la violencia, la venganza y el robo? Imag�nese a los ricos orando por los ricos, y �d�nde habr�a lugar para la exhibici�n de rivalidad, contenci�n y ambici�n ego�sta? Imag�nense a los pobres rezando por los pobres: �cu�nta bondad y afecto mutuo se pondr�an de inmediato en acci�n activa! Imag�nese a los que tienen autoridad implorando a Dios una bendici�n en cada medida que emprendan, y sobre toda su pol�tica nacional, �y d�nde habr�a margen para el engrandecimiento individual y ego�sta? �D�nde estar�a la desuni�n de los intereses del gobernante y los gobernados? �O imagina las mentes de la comunidad unidas en oraci�n por aquellos a quienes Dios ha puesto sobre ellos, y d�nde estar�a el deseo de disturbios, de indignaci�n, de insubordinaci�n o de violencia?

2. Pero un segundo m�todo en el que la oraci�n actuar� poderosamente sobre una naci�n es a trav�s de las bendiciones directas que Dios, el justo y Gobernador Todopoderoso, ciertamente otorgar�. Es evidente que Dios se propone otorgar estas bendiciones a trav�s de este mismo canal. �Cu�n f�cilmente puede enviar tiempos saludables y paz externa! �Cu�n f�cilmente puede �l iluminar las mentes e impulsar las medidas de aquellos por quienes se administran los asuntos del Estado! ( G. Noel. )

Oraci�n por los que tienen autoridad

I. El deber ordenado en las palabras de nuestro texto - a saber, �que se hagan s�plicas, oraciones, intercesiones y acciones de gracias por todos los hombres; para los reyes y todos los que est�n en autoridad ".

1. Las partes constitutivas de este importante deber. Las diversas partes del culto p�blico est�n comprendidas en el texto, en lo que el ap�stol denomina "s�plicas, oraciones, intercesiones y acci�n de gracias". Por s�plicas entendemos el desprecio de aquellas calamidades a las que estamos expuestos en com�n con todos los hombres. A continuaci�n, el ap�stol habla de "oraciones" - por las cuales entendemos las peticiones - que tenemos el privilegio de presentar al trono de la gracia celestial, a trav�s de Jesucristo, para el suministro de nuestras diversas necesidades.

El ap�stol, en relaci�n con la oraci�n, habla de �intercesiones�, es decir, oraci�n, por los dem�s; aquellas peticiones que estamos llamados a ofrecer para todo tipo y condici�n de hombres, de acuerdo con sus diversas necesidades. A las s�plicas, oraciones e intercesiones, el ap�stol agrega �dar gracias�, como expresi�n de nuestra gratitud por todos los beneficios que nos otorga el gran Autor de nuestro ser.

2. El alcance de nuestras obligaciones cristianas con respecto a este deber. El ap�stol nos ense�a que en nuestros actos de devoci�n p�blica debemos "orar por todos los hombres". Aqu� no hay nada parcial, exclusivo o sectario. Pero no solo se nos ense�a a orar por todos los hombres en general, sino por nuestros gobernantes en particular, ya sean supremos o subordinados. Y como es el Se�or �el que da salvaci�n a los reyes�, debemos orar a �l por ellos, para que los bendiga en sus personas reales, familias y gobierno.

El honor, el bienestar y la felicidad de las naciones dependen mucho de la sabidur�a, la piedad y el gobierno de quienes reinan. Pero al orar por todos los que est�n en autoridad, no solo debemos orar por los reyes y los ministros, sino tambi�n por los magistrados, que pueden ser una gran bendici�n o una gran maldici�n. Nos corresponde rezar, considerando la importancia de su oficio.

3. El orden en que lo presenta el santo ap�stol. "Exhorto, por tanto, que, ante todo, se hagan s�plicas y oraciones por todos los hombres". Este no es un deber secundario, una cosa meramente opcional; no; es un deber de suma importancia, que debe tener la precedencia de todos los dem�s en las asambleas p�blicas de la Iglesia de Dios. Se debe depender m�s de las oraciones del pueblo de Dios que de toda la fuerza de nuestras flotas o ej�rcitos.

II. Los argumentos por los que se hace cumplir este importante deber.

1. Para que, como cristianos profesantes, no demos una causa justa de ofensa al gobierno bajo el cual vivimos; �Para que podamos llevar una vida tranquila y pac�fica en toda piedad y honestidad�; que podamos ser preservados "de toda sedici�n, conspiraci�n encubierta y rebeli�n"; as� que vive como no se puede culpar al evangelio; pero que nosotros, quienes, por los principios de nuestra religi�n Divina, somos ense�ados a aborrecer todo lo que pueda ser perjudicial para los dem�s, nos comportemos de manera que demostremos que somos amigos de todos y enemigos de nadie.

Si el Estado no est� a salvo, los sujetos no pueden estar seguros; la autoconservaci�n, por lo tanto, debe llevar a los hombres a orar por el gobierno bajo el cual viven. El salmista, verdadero patriota, inspirado por el amor a su pa�s, un santo celo por la gloria de Dios y un ardiente deseo por la prosperidad tanto de la Iglesia como del Estado, dice, al hablar del pueblo de Dios: �Yo estaba Me alegro cuando me dijeron: Vamos a la casa del Se�or.

Nuestros pies estar�n dentro de tus puertas, oh Jerusal�n. Por amor de mis hermanos y compa�eros, ahora dir�: La paz sea contigo. Por la casa del Se�or nuestro Dios, buscar� tu bien �. Cultivemos, entonces, el esp�ritu de verdadera lealtad, patriotismo y religi�n, como lo que est� mejor calculado para promover nuestro inter�s individual, el bien de la Iglesia y la comunidad de la naci�n.

2. Que podamos obtener la aprobaci�n divina de nuestra conducta, que se hace orando con sinceridad, fidelidad y afecto por todos los hombres; �Porque esto es bueno y agradable a los ojos de Dios y nuestro Salvador�, y por lo tanto tiene la sanci�n m�s alta posible. No se dice que sea bueno y aceptable a los ojos de Dios hablar mal de los dignatarios, criticando a aquellos que son m�s altos en rango, poder o autoridad que nosotros, ya sea en la Iglesia o en el Estado.

El mal est� prohibido; �Escrito est�: No hablar�s mal del gobernante de tu pueblo�; y, por lo tanto, entregarse a �l era un crimen a los ojos de Dios, as� como contrario a las reglas de esa sociedad por la que muchos de nosotros profesamos ser gobernados, que dice: �No hablaremos mal de los magistrados ni de ministros ". No se dice que sea bueno y aceptable a los ojos de Dios nuestro Salvador tratar con desprecio el cargo de gobernadores leg�timos.

3. Que se cumpla la voluntad de Dios, en referencia a la salvaci�n de nuestra raza culpable. Si preguntamos, �cu�l es la voluntad de Dios nuestro Salvador con respecto a la raza humana? se nos ense�a a creer que es bondadoso y misericordioso. �l "quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad". Muchos se han salvado en respuesta a la oraci�n; y tenemos buenas razones para creer que m�s lo har�a si hubi�ramos orado m�s.

III. Las inferencias que se pueden deducir del tema.

1. Que no somos buenos s�bditos a menos que oremos por todas nuestras autoridades constituidas. En los primeros tiempos, los miembros de la Iglesia jud�a fueron llamados a orar por los pr�ncipes paganos, incluso por aquellos que los llevaron cautivos a Babilonia, "al Dios del cielo, por la vida del rey y de sus hijos", y en la obediencia al mandato de Dios mismo, por el profeta Jerem�as, como un medio de asegurar sus propios intereses �para que se�is aumentados y no disminuidos; buscad la paz de la ciudad adonde os hice llevar cautivos, y rogad al Se�or por ella; porque en su paz tendr�is paz �.

2. Si no somos sujetos de oraci�n, no somos buenos cristianos; porque todos los buenos cristianos son hombres de oraci�n, y ning�n cristiano puede contentarse con orar simplemente por s� mismo, su familia o la Iglesia de Dios.

3. Concluimos, de la naturaleza de este deber, que si no somos buenos cristianos nunca rendiremos obediencia consciente a la exhortaci�n apost�lica registrada en nuestro texto. ( A. Bell. )

El deber de la oraci�n para todos los que ocupan un lugar eminente

I. Sobre el objeto de gobierno. Dejo a los hombres de otro gusto y profesi�n entrar minuciosamente en los objetos inferiores del gobierno, as� como en los medios por los cuales esos objetos pueden obtenerse; y, dentro de los l�mites del texto, observar� que el prop�sito del gobierno es promover la seguridad, la felicidad, la piedad y la influencia religiosa. A menudo se ha dicho que una gran parte de todos los c�digos legales, como en toda la historia, es una prueba de la depravaci�n humana.

Los hombres han ca�do de Dios; y, corrompidos en sus inclinaciones sociales, se envidian, se lastiman y se destruyen mutuamente. Todas las comunidades, por lo tanto, han encontrado necesario aceptar alguna moderaci�n y albergar en algunas manos un poder controlador; el individuo debe mezclarse con el bien general, para que el general pueda devolver la ventaja individual. La seguridad, entonces, es un gran objetivo del gobierno. Y es la gloria del gobierno sostener el escudo sobre todo: defender al pobre, al hu�rfano y a la viuda, as� como a los hombres poderosos, y a los grandes y nobles.

Ahora, aunque bajo Dios, la felicidad personal y social de los hombres depende en gran medida de su propia laboriosidad y cuidado, sin embargo, tiene alguna conexi�n con el gobierno bajo el cual vivimos. Hay numerosas formas en que la religi�n y la piedad pueden ser ayudadas por los hombres que est�n en autoridad, y especialmente por los reyes que se convierten en padres lactantes y sus reinas en madres lactantes. La palabra que damos a la honestidad tiene un significado bastante cuestionable; algunos lo traducen como "gravedad"; su importancia general es comportarse con decoro y dignidad.

En relaci�n con la piedad, implica el deseo de que a los cristianos se les permita llevar a cabo el culto religioso y toda su profesi�n, de una manera adecuada a la religi�n misma; y que, librados de los males de la persecuci�n, est�n exentos de la tentaci�n de actuar en contra de su elevada vocaci�n. Sin embargo, la gravedad y la dignidad aqu� mencionadas me transmiten la idea de la influencia cristiana: la influencia del car�cter, el esfuerzo ben�volo.

II. La mejor forma de asegurar este objeto. Hay muchas formas en las que se puede hacer alg�n bien y, por lo tanto, es nuestro deber actuar. El hogar y sus inmediaciones, y los parientes m�s cercanos, son la gran esfera de nuestra influencia; y aqu� el cristiano debe actuar promoviendo la moral, la inteligencia y la espiritualidad de todos los que lo rodean. El cristiano tambi�n tiene privilegios pol�ticos; y en las votaciones, en las peticiones y en todas las formas pac�ficas y constitucionales, es su deber actuar por el bien p�blico en el temor del Se�or.

Las leyes tambi�n deben ser apoyadas en su majestad por todos, incluso por los m�s humildes de la sociedad; ya que, sin el semblante de muchos, los pocos que tienen que imponerlos, por elevado que sea su rango e inquebrantable su integridad, ser�n demasiado d�biles y no se obtendr� el objeto del gobierno. Tampoco hay que olvidar que la caridad bien dirigida es la forma m�s eficaz de promover la seguridad y la felicidad, as� como la piedad, de la comunidad. Sin embargo, la forma de asegurar este objeto se�alado en el texto es la oraci�n. Le doy importancia a la oraci�n, por las siguientes razones: -

1. Dios generalmente trata con las naciones de acuerdo con su car�cter moral y piedad. Desde los tiempos en que fueron castigados los poderes asirios, persas, griegos, romanos, hasta los d�as de la Francia revolucionaria y sanguinaria, la Providencia ha predicado esta terrible doctrina. Escuche a Isa�as: "Si est�is dispuestos y obedec�is, comer�is lo bueno de la tierra".

2. Que la moral y la piedad de una naci�n estar�n en el grado de su devoci�n.

3. Insto a la oraci�n, porque el coraz�n de los reyes, de los nobles y de los senadores, de todos los que tienen autoridad, est� a disposici�n de Aquel que escucha a su pueblo cuando llama. Puede convertir el consejo de Ahitofel en necedad; �l reduce a nada los designios de los sabios; Inspir� a Salom�n con sabidur�a; en �l reinan los reyes y los pr�ncipes decretan la justicia.

III. Nuestro incentivo actual para buscar este objeto de esta manera especialmente.

1. Ver�s la necesidad de la oraci�n por la naci�n cuando te recuerde el peligro que siempre acompa�a a las medidas que no se han probado.

2. Ver�n la necesidad de orar por la naci�n cuando les recuerde los importantes asuntos que su parlamento tiene que tratar.

3. La delicada posici�n de las naciones, y nuestra conexi�n con ellas, demostrar� a�n m�s la necesidad de la gracia para iluminar a todos los que toman la iniciativa en nuestros asuntos p�blicos.

4. Hay otra raz�n por la que, en este momento, debemos ser fervientes en la oraci�n de un tipo m�s religioso, a saber, la proximidad de la gloria de los �ltimos d�as en la Iglesia. ( JK Foster. )

En intercesi�n por otros

Estas palabras me llevan a considerar el gran deber cristiano de orar por los dem�s. Quiz�s no haya ninguno m�s descuidado, con tan poca conciencia del pecado en la omisi�n del mismo. Se refuerza con el ejemplo de los santos m�s eminentes. As� Abraham intercedi� ante Dios por Sodoma; y dijo, en respuesta a su oraci�n: "No la destruir� por causa de los diez". Mois�s, el tipo ilustre del gran Intercesor, or� por el pueblo; y aprendemos que Dios habr�a destruido a los israelitas si Mois�s, su escogido, no hubiera estado en la brecha: �Or�, dice �l, �a Jehov�, y dije: Se�or Dios, no destruyas a tu pueblo ni a tu heredad, que T� has redimido por tu grandeza.

"Dios no quiera", dijo Samuel, "que yo pecara contra el Se�or al dejar de orar por ti". El salmista exhorta a orar por la paz de Jerusal�n: �Los que te aman prosperar�n�, �La paz sea dentro de tus muros, y la prosperidad dentro de tus palacios�. Isa�as expresa su determinaci�n de no callar por causa de Sion y de que Jerusal�n no descanse �hasta que salga como resplandor su justicia, y su salvaci�n como l�mpara encendida.

Daniel se humill� ante Dios d�a y noche, ayun� y or� por los pecados de los jud�os. Sin embargo, no quisiera imponer este deber simplemente o principalmente, porque nos lo prescriben tus preceptos y nos lo recomienda la pr�ctica de los patriarcas, jueces, salmistas, profetas y ap�stoles, y de Aquel que es en todos los aspectos. nuestro gran ejemplo: es m�s bien porque este deber est� incluido dentro de la obligaci�n general del amor cristiano, del que forma parte esencial. Dejando, por tanto, la cuesti�n del deber de intercesi�n, procedo a considerar sus ventajas.

I. La intercesi�n por los dem�s puede considerarse como un medio de excitar en nosotros afectos ben�volos. Preg�ntame, �Cu�l es la gloria de un �ngel sobre un diablo? Respondo: Es el esp�ritu de amor el que anima a uno, del que el otro est� desprovisto. No es la ausencia de esplendor externo, no es el sufrimiento y la miseria, es la falta de benevolencia, por lo que un esp�ritu ca�do se degrada y lo que lo hace odioso.

Preg�nteme: �Cu�l es la gloria peculiar del evangelio por encima de cualquier otra religi�n? Respondo: Es el esp�ritu de amor que lo respira. La providencia de Dios parece haber colocado deliberadamente al cristiano en una escena en la que se necesita el ejercicio del amor, y sus afectos benevolentes son continuamente llamados; donde las necesidades y las miserias se presentan por todos lados entre sus semejantes y sus amigos.

�Qu� puede hacer �l por ellos? Sus propios medios son insuficientes para aliviarlos; pero puede rezar; puede implorar a Dios que supla lo que no puede hacer. �Tiene alg�n pariente querido enfermo o afligido? �Est�s en deuda con un generoso benefactor al que no puedes pagar la deuda de gratitud? �Oh, qu� justa y noble recompensa puedes darle con tus oraciones!

II. La intercesi�n por los dem�s tambi�n producir� el esp�ritu de amor en aquellos por quienes oramos. El amor crea amor. No puedes encontrarte con tu amigo despu�s de que tu coraz�n se haya ocupado en ferviente s�plica por �l, sin expresar esa ternura genuina que producir� en �l una consideraci�n rec�proca. La intercesi�n ampl�a el ejercicio de la amistad: abre una nueva fuente de amor. Que ning�n cristiano diga: estoy abandonado, no me encuentro con actos de bondad.

�Entonces no tiene amigos cristianos? Que piense en ellos como si intercedieran por �l. La intercesi�n por nuestros amigos refina nuestra amistad y la redime de esos sentimientos degradantes que tan a menudo degradan los apegos de los hombres mundanos.

III. La tercera ventaja de la intercesi�n de nuestros amigos consiste en que despierta nuestro amor hacia Dios. �sta es su influencia directa. �Puedes ir al Padre de las Misericordias d�a a d�a implorando bendiciones sobre todos los que amas? �Puedes diversificar estas peticiones, adapt�ndolas a las diversas necesidades, dolores y circunstancias de tus amigos? �Y no exclamas: Cu�n infinitas son las riquezas, cu�n ilimitado el poder, cu�n vasta la generosidad del Ser al que me dirijo? ��l es el Dador de todas las cosas buenas a mis hijos, a mi amigo, a mi vecino, a mi pa�s, al mundo entero, al universo!

IV. La �ltima ventaja que mencionar� en intercesi�n por nuestros amigos es que es el medio directo de promover su bienestar. �Por qu�, cuando tiene la intenci�n de bendecir, no puede hacerlo por medio de la oraci�n y la intercesi�n? �Puede haber algo m�s acorde con la analog�a general y la constituci�n del mundo? Incluso los grandes beneficios de la redenci�n se nos transmiten a trav�s de la intercesi�n del Redentor. �Qu� ejemplo demostr� del cumplimiento de este deber!

V. Aprendamos qui�n ha sido nuestro amigo m�s fiel, con qui�n hemos estado m�s en deuda. Piense a menudo en Aquel que m�s ha trabajado por su bienestar, que m�s ha cuidado de su alma y que ha orado m�s eficazmente por usted. Piensa en Aquel que ahora vive para interceder por ti. Ese amigo es Cristo. ( J. Venn. )

Gordon y la oraci�n de intercesi�n

El can�nigo Wilberforce cont� el siguiente incidente caracter�stico sobre el general Gordon: - �Justo antes de que el general Gordon comenzara, como cre�a por el Congo, envi� a una reuni�n de oraci�n presidida por el can�nigo, pidiendo las oraciones de los reunidos. Dijo en su carta: �Preferir�a que las oraciones de esa peque�a compa��a se reunieran hoy en tu casa antes que poner a mi disposici�n las riquezas del Sud�n.

Oren por m� para que pueda tener humildad y la gu�a de Dios, y para que todo esp�ritu de murmuraci�n sea reprendido en m� ''. Cuando lleg� a Londres a su regreso de Bruselas, y su destino fue cambiado, el general envi� al can�nigo otro mensaje. , 'Ofrezca gracias en su pr�xima reuni�n de oraci�n. Cuando estaba inspirado en los corazones de esos cristianos, recib� de Dios la bendici�n espiritual que deseaba, y ahora estoy descansando tranquilamente en la corriente de Su voluntad '�.

Ore por los que tienen autoridad

Cuando Abraham Lincoln se dirig�a de Springfield a Washington, se par� en la plataforma del autom�vil, y sus viejos amigos y vecinos se reunieron a su alrededor para desearle una afectuosa velocidad de Dios en el curso en el que estaba entrando. Hab�a llegado a gobernar y reinar en tiempos de dificultad y problemas, y dijo: �Bueno, amigos y vecinos, hay una cosa que pueden hacer por m� y les pido que hagan, y es: oren por m�. �Y el tren parti�, llev�ndolo a Washington. Ese es el esp�ritu que uno desear�a ver entre aquellos que tienen autoridad e influencia, y es el esp�ritu que bien podemos cultivar hacia aquellos que tienen autoridad sobre nosotros.

Oraci�n por los que tienen autoridad

El metodismo en Irlanda, en el momento de su uni�n con Inglaterra, fue visto con sospecha, y este fue especialmente el caso durante el tiempo de la rebeli�n. Lord Cornwallis pas� unos d�as con el portavoz Foster. En ese momento, el Sr. Barber estaba destinado en ese circuito como ministro. �l y el jardinero del Sr. Foster, quien tambi�n era metodista, estaban caminando por los terrenos del Portavoz Foster un d�a, cuando Barber, quien estaba instant�neamente en temporada y fuera de temporada, le pidi� al jardinero que se dedicara a la oraci�n.

Ambos se arrodillaron, y Barber estaba orando en voz alta, cuando Lord Cornwallis y el portavoz Foster, que estaban caminando, oyeron voces, se acercaron y escucharon. Entre las peticiones hechas a Dios estaban las peticiones de ayuda al gobierno, que se encontraba en circunstancias tan dif�ciles, y que Dios bendecir�a y dirigir�a los consejos del Lord-Teniente, Lord Cornwallis. Barber en su oraci�n respir� la m�s profunda devoci�n leal, y concluy� implorando una bendici�n sobre los metodistas, y que deber�an ser salvados del diablo y Squire Ruxton de Ardee.

"�Qui�n es este escudero?" pregunt� Lord Cornwallis, y el Sr. Foster respondi� que era un escudero vecino que persegu�a a los metodistas. "�Y qu� significa esta oraci�n?" pregunt� Lord Cornwallis. "Oh", respondi� el Sr. Foster, "este jardinero m�o es uno de esos tipos metodistas, y debo despedirlo". �No har�s tal cosa�, dijo el otro. ��Escuchaste c�mo or� por m�, por el Consejo, por el Rey y por el Gobierno? De hecho, estos metodistas deben ser un pueblo leal; y en cuanto a Squire Ruxton, simplemente felic�telo y d�gale que creo que estos metodistas son muy buenas personas y que debe dejarlos en paz.

Esa oraci�n del pobre Barbero puso fin a la peor persecuci�n jam�s soportada en ese vecindario y, mientras se exig�an pases a otros, se le dio permiso gratuito al predicador metodista para ir a donde quisiera y hacer lo que quisiera.

Oraci�n por los gobernantes

I. Debemos orar por aquellos que est�n en autoridad con m�s frecuencia y fervor que por otros hombres, porque ellos m�s que otros hombres necesitan nuestras oraciones. En otras palabras, necesitan una parte m�s que ordinaria de esa sabidur�a y gracia que solo Dios puede otorgar; y que rara vez o nunca concede, excepto en respuesta a la oraci�n.

1. Esto es evidente por el hecho de que tienen una parte m�s que ordinaria de deberes que realizar. Todos los deberes que Dios requiere de otros hombres, considerados criaturas pecaminosas, inmortales y responsables, �l requiere de los gobernantes. Les incumbe, como a otros hombres, poseer una religi�n personal; ejercer el arrepentimiento para con Dios y la fe en el Se�or Jesucristo; amar, temer y servir a su Creador; y prepararse para la muerte y el juicio.

Adem�s de los diversos deberes personales de naturaleza moral y religiosa que se les exige como hombres, tienen muchos deberes oficiales que les son propios, deberes que no es f�cil de realizar de una manera aceptable a Dios y aprobado por los hombres.

2. Son nombrados y se les exige que sean ministros de Dios para el bien de aquellos sobre quienes est�n colocados. No hay poder sino de Dios; los poderes f�cticos son ordenados por Dios. Entonces, dado que los legisladores, gobernantes y magistrados son los ministros y vicegerentes de Dios para el bien, est�n sagradamente obligados a imitar a Aquel a quien representan; ser tal en la tierra como lo es en el cielo; para fingir el cuidado de sus derechos y ver que no sean pisoteados con impunidad; para ser un terror para los malhechores y una alabanza y aliento para los que hacen el bien.

3. Como la influencia de su ejemplo debe ser grande, es su deber indispensable cuidar que esta influencia se ejerza siempre a favor de la verdad y el bien; y recordar que son como una ciudad asentada sobre un monte que no se puede esconder. Considere ahora por un momento cu�n extremadamente dif�cil debe ser para una criatura d�bil, miope e imperfecta como el hombre realizar estos diversos deberes de manera adecuada, y cu�n grande es la parte de prudencia, sabidur�a, firmeza y bondad que se necesita para capacitarlo. para hacerlo. Seguramente, entonces, aquellos que son llamados a realizar tales deberes de una manera peculiar necesitan nuestras oraciones.

II. Aquellos que est�n investidos de autoridad necesitan nuestras oraciones m�s que otros hombres, porque est�n m�s expuestos que otros hombres a la tentaci�n y al peligro. Si bien tienen una parte m�s que ordinaria de deberes que realizar, las tentaciones, m�s que ordinariamente numerosas y poderosas, los instan a descuidar su deber. Tienen, por ejemplo, tentaciones peculiarmente fuertes de descuidar los deberes personales y privados que Dios les exige como hombres, como criaturas inmortales y responsables; y cuya ejecuci�n es indispensable para su salvaci�n.

Est�n expuestos a las innumerables tentaciones y peligros que siempre acompa�an a la prosperidad. �Cu�n poderosamente, entonces, deben ser tentados a la irreligi�n, al orgullo, a la ambici�n, a toda forma de lo que las Escrituras llaman mentalidad mundana? Apenas puede ser necesario agregar que las personas que est�n expuestas a tentaciones tan numerosas y poderosas necesitan nuestras oraciones.

III. Esto parecer� a�n m�s evidente si consideramos que, si los que est�n revestidos de autoridad ceden a estas tentaciones y descuidan sus deberes personales u oficiales, las consecuencias para ti ser�n particularmente espantosas. Como Jeroboam, har�n pecar a su pueblo. Un escritor inspirado nos informa que un pecador destruye mucho bien. Este comentario es cierto para todo pecador, pero es m�s enf�ticamente cierto para los pecadores que son puestos en autoridad.

IV. Debemos orar con especial fervor por todos los que est�n en autoridad, porque nuestro propio inter�s y los grandes intereses de la comunidad as� lo requieren. Este motivo el ap�stol insta en nuestro texto. Ora, dice �l, por todos los que est�n en autoridad, para que podamos llevar una vida tranquila y pac�fica con toda piedad y honestidad. Estas expresiones claramente insin�an que si deseamos disfrutar de la paz y la tranquilidad, si deseamos que la piedad y la honestidad, o, en otras palabras, la religi�n y la moral, prevalezcan entre nosotros, debemos orar por nuestros gobernantes.

Adem�s, la paz y la prosperidad de una naci�n dependen evidentemente mucho de las medidas que adopten sus gobernantes en sus relaciones con otras naciones. Una vez m�s, la paz y la prosperidad de una naci�n dependen enteramente de asegurar el favor de Dios. ( E. Payson. )

Cristianos exhortados a rezar por la Reina y el Parlamento

I. En primer lugar, respecto al deber en s�.

1. Su naturaleza se expresa y anuncia de manera muy clara en el texto. Observe, sin embargo, que no debe suponer de esto, que los reyes, pr�ncipes y senadores, y "todos los que est�n en autoridad", siempre deben ser considerados como hombres imp�os e inconversos; no, puede ser, una parte de la Iglesia de Dios misma.

2. En cuanto a las circunstancias externas, en las que se contempla el cumplimiento del deber, me limitar� a se�alar que el ap�stol est� dando direcci�n a Timoteo para regular el actuar y el orden de la Iglesia como sociedad; y es, por tanto, en el texto, m�s especialmente contemplando a la Iglesia como tal.

3. El sentimiento interno y el estado de �nimo con el que se debe cumplir con el deber. En este deber se nos exige enf�ticamente seriedad y calidez, sinceridad y fe. Trate de poner en pr�ctica un sentimiento sereno, resuelto y honesto de fe sincera en este albedr�o que ejerce.

4. Y considere, nuevamente, que en relaci�n con este deber, cada coraz�n y cada labio tiene su importancia. Es la suma y la cantidad de fe en la masa del pueblo, que se representa en las Escrituras como prevaleciente con Dios.

II. Para mencionar algunas consideraciones, que deben tenerse en cuenta para hacer cumplir e instarnos a su aprobaci�n.

1. En primer lugar, para ir a lo m�s alto de una vez, tenemos el mandato divino tal como est� en el texto, y como ese texto es corroborado y sostenido por otros pasajes del Verbo Divino. La voluntad de Dios es la fuente suprema de obligaci�n moral.

2. Una consideraci�n que impone el cumplimiento de este deber a los cristianos surge del hecho de que la posesi�n de cualquier poder implica la obligaci�n de su empleo adecuado y eficiente. Por lo tanto, si es cierto que se considera que los hombres cristianos tienen el privilegio de ofrecer intercesi�n por otros, si poseen este asombroso poder de presentar s�plicas que realmente ejercer�n un verdadero albedr�o con Dios y una influencia ben�fica sobre el hombre, el La misma posesi�n de ese poder, esa funci�n espiritual, implica una obligaci�n para su ejercicio consciente.

3. Pero seguimos observando que existen estas consideraciones especiales. Pueden pon�rselos a ustedes mismos de alguna manera como esta. La importante posici�n y aspecto que estas partes sostienen en relaci�n con el gobierno de Dios en el mundo. Porque los reyes, los gobernantes y los hombres con autoridad est�n representados como ministros de Dios. Debido a esto, estamos llamados, tanto por el bien de ellos como por el nuestro, a encomendarlos a Dios, para que realmente puedan ser Sus ministros, al unirnos inteligentemente a Su voluntad y buscar voluntariamente cumplir Sus prop�sitos.

4. Otra consideraci�n es la influencia que el car�cter, la conducta y las determinaciones de los que est�n en autoridad deben tener sobre el resto de la humanidad para bien o para mal.

5.Otra consideraci�n que recomienda especialmente a las personas con autoridad a la intercesi�n de la Iglesia de Dios, es el punto de vista que los cristianos quiz�s se sientan obligados a adoptar de su condici�n y car�cter. Puede ser que los cristianos se vean obligados a sentir que un rey est� necesariamente rodeado de circunstancias peligrosas para su religi�n, peligrosas para su alma. Puede ser que los cristianos piensen que las circunstancias relacionadas con el rango distinguido son desfavorables para el ejercicio y la cultura adecuados de esos principios y sentimientos, que el hombre como pecador debe tener en cuenta y, por lo tanto, para ese estado mental que es un requisito necesario. preparaci�n para la recepci�n del Evangelio de Dios. Puede ser que los cristianos a veces se vean obligados a pensar que las personas en estas altas posiciones no est�n rodeadas de los mejores,

III. Observaciones finales. Creo que este tema debe sentirse para presentarnos a la Iglesia primitiva en un aspecto interesante, y de varias maneras para ilustrar la grandeza de nuestra religi�n. Esta peque�a sociedad de hombres cristianos - despreciados, perseguidos, despreciados - ten�an oraciones por sus perseguidores; ten�an amor por ellos. Perm�tanme observar que el importante deber cristiano que les he estado imponiendo esta noche no debe sustituir a todos los dem�s deberes que, como ingleses cristianos, est�n llamados a realizar.

Al ser cristianos, dejaron de ser ciudadanos; como ciudadanos, todos sus deberes pol�ticos siguen siendo los mismos; lo �nico es que debes despedirlos por motivos religiosos y con un deseo consciente en ellos de ser �aceptados por Dios�, seas o no aprobado por los hombres. ( T. Binney. )

Oraci�n por los reyes

I. El ap�stol exhorta a los cristianos a �orar por los reyes� con todo tipo de oraci�n; con ???????, o �desaprobaciones�, para apartarles de los males; con ????????? , o �peticiones�, para obtenerles cosas buenas; con ?????????, o �intercesiones ocasionales�, para que se recopilen los dones y las gracias necesarios.

1. La caridad com�n debe disponernos a rezar por los reyes.

2. Para impresionar qu� consideraci�n, podemos reflexionar que com�nmente s�lo de esta manera se nos ha concedido ejercer nuestra caridad hacia los pr�ncipes; estando situados en lo alto por encima del alcance de la beneficencia privada.

3. Estamos obligados a orar por los reyes por caridad con el p�blico; porque su bien es un bien general, y las comunidades de los hombres (tanto de la Iglesia como del Estado) est�n muy preocupadas por las bendiciones que la oraci�n deriva sobre ellos. La prosperidad de un pr�ncipe es inseparable de la prosperidad de su pueblo; siempre participaron de sus fortunas y prosperaron o sufrieron con �l. Porque como cuando el sol brilla intensamente, hay un d�a claro y un buen tiempo en el mundo; de modo que cuando un pr�ncipe no se ve empa�ado por la adversidad o los sucesos desastrosos, el estado p�blico debe estar sereno y aparecer� un estado de cosas agradable.

Entonces, el barco est� en buenas condiciones cuando el piloto en mar abierto, con las velas llenas y un fuerte vendaval, se dirige alegremente hacia el puerto designado. Especialmente la piedad y la bondad de un pr�ncipe es de vastas consecuencias y rinde un beneficio infinito a su pa�s. Entonces, por ejemplo, �c�mo floreci� la piedad en los tiempos de David, quien la am�, favoreci� y practic�? �y qu� abundancia de prosperidad la acompa��! �Qu� lluvia de bendiciones (qu� paz, qu� riqueza, qu� cr�dito y gloria) derram� Dios sobre Israel! �C�mo transmiti� la bondad de ese pr�ncipe favores y misericordias a su pa�s hasta mucho tiempo despu�s de su muerte! Cu�n a menudo Dios profes� �por amor de David su siervo� para preservar a Jud� de la destrucci�n; de modo que incluso en los d�as de Ezequ�as, cuando el rey de Asiria invadi� ese pa�s, Dios por boca de Isa�as declar�:

En efecto, podemos observar que, seg�n la representaci�n de las cosas en la Sagrada Escritura, existe una especie de conexi�n moral, o una comunicaci�n de m�rito y culpa, entre el pr�ncipe y el pueblo; para que mutuamente cada uno sea recompensado por las virtudes, cada uno sea castigado por los vicios del otro.

4. Por lo tanto, nuestro propio inter�s y caridad hacia nosotros mismos deber�a disponernos a orar por nuestro pr�ncipe. Estamos casi preocupados por su bienestar, como parte del p�blico, y por ello disfrutamos de muchas ventajas privadas; no podemos dejar de participar de Su bien, no podemos dejar de sufrir con �l. No podemos vivir tranquilos si nuestro pr�ncipe est� perturbado; no podemos vivir felices si tiene mala suerte; Dif�cilmente podremos vivir virtuosamente si la gracia divina no lo inclina a favorecernos en ello, o al menos no le impide estorbarnos.

5. Consideremos que los s�bditos est�n obligados con gratitud e ingenio, s� en equidad y justicia, a orar por sus pr�ncipes. Est�n m�s relacionados con nosotros y est�n aliados por las bandas m�s sagradas; siendo constituido por Dios, en su propia habitaci�n, los padres y tutores de su pa�s. A su laboriosidad y vigilancia bajo Dios le debemos la justa administraci�n de justicia, la protecci�n del derecho y la inocencia, la preservaci�n del orden y la paz, el est�mulo de la bondad y la correcci�n de la maldad.

6. Considerando que, por mandato divino, con frecuencia se nos ordena temer y reverenciar, honrar y obedecer a los reyes; debemos considerar la oraci�n por ellos como una rama principal, y su negligencia como un incumplimiento notable de esos deberes.

7. La oraci�n por los pr�ncipes es un servicio peculiarmente honorable y muy agradable a Dios; lo cual interpretar� como un gran respeto hecho a s� mismo; porque de ese modo honramos Su imagen y car�cter en ellos, rindiendo en Su presencia este respeto especial hacia ellos como Sus representantes.

8. Consideremos que mientras que la sabidur�a, que gu�a nuestra piedad y caridad, nos inclinar� especialmente a colocar nuestra devoci�n all� donde sea m�s necesaria y �til; por lo tanto, principalmente debemos orar por los reyes porque ellos son los que m�s necesitan nuestras oraciones.

II. El otro (acci�n de gracias) lo tocar�, y quiz�s no necesite hacer m�s. Para&mdash

1. En cuanto a los alicientes generales, son los mismos o muy parecidos a los que son para la oraci�n; siendo claro que cualquier cosa por la que estemos interesados ??en orar, cuando lo deseemos, es lo que debemos agradecer a Dios, cuando �l se compromete a otorgarlo.

2. En cuanto a los motivos particulares, de acuerdo con la presente ocasi�n, no se puede ignorar o ser insensible a los grandes beneficios de la bondad divina otorgados a nuestro rey ya nosotros mismos, que este d�a estamos obligados a conmemorar con todo agradecimiento. ( I. Barrow. )

El deber de intercesi�n p�blica y acci�n de gracias por los pr�ncipes

I. Nos recomienda un gran deber, el deber de hacer s�plicas, oraciones e intercesiones, y de dar gracias por los reyes y todos los que est�n en autoridad.

II. Porque esto es bueno y agradable a los ojos de Dios nuestro Salvador.

1. Nuestras solicitudes a Dios en favor de los pr�ncipes y gobernantes de este mundo son muy razonables, ya que son expresiones adecuadas de nuestra buena voluntad para con la humanidad, cuyo destino est� en sus manos y cuyo bienestar depende en gran medida de sus acciones. y conducta.

2. As� como las virtudes y los vicios de los que gobiernan operan sobre todos los rangos inferiores de los hombres en el camino de las causas naturales, as� tienen otro efecto m�s extraordinario; en la medida en que Dios a menudo aprovecha la ocasi�n para recompensar o castigar a un pueblo, no solo por medio de pr�ncipes buenos o malos, sino tambi�n por el bien de ellos.

3. Los cuidados del imperio son grandes, y la carga que recae sobre los hombros de los pr�ncipes es muy pesada; y por eso, por tanto, desaf�an, porque quieren especialmente nuestras oraciones, que tengan �un coraz�n comprensivo para discernir entre el bien y el mal, y para salir y entrar ante un gran pueblo�. �Con qu� dificultades se ve a menudo obstruida su administraci�n por la perversidad, la locura o la maldad de aquellos a quienes gobiernan! Cu�n dif�cil les resulta informarse verdaderamente sobre el estado de las cosas; donde el fraude y la adulaci�n los rodean y se toman tantas molestias para enga�arlos.

4. Que la providencia de Dios, de manera muy particular, se interpone para influir en la voluntad y los afectos, dirigiendo o anulando las intenciones de los que est�n al mando; porque el coraz�n del rey est� en la mano de Dios, como arroyos de aguas; Lo vuelve a donde quiere ( Proverbios 21:1 ).

Le da una inclinaci�n de un modo u otro, que toma con tanta certeza y facilidad como se deriva una corriente a los canales que la mano del trabajador prepara para ello. Estas oraciones nunca se dirigen a Dios de manera tan apropiada y en�rgica como en la gran congregaci�n. Las bendiciones de car�cter p�blico e influencia requieren como reconocimientos p�blicos y solemnes; y la forma adecuada de obtener misericordias, que afectan a muchos, es vertiendo las solicitudes conjuntas de muchos en su nombre; porque en la guerra espiritual, as� como en la carnal, es m�s probable que prevalezca el n�mero.

III. Procedo a considerar el motivo especial que se propone all�, para animarnos a ejercerlo, a fin de que podamos llevar una vida tranquila y pac�fica con toda piedad y honestidad. Mostrar� brevemente en qu� aspectos las devociones recomendadas por el ap�stol contribuyen a este fin; y hasta qu� punto, por lo tanto, nuestra propia comodidad, ventaja y felicidad se preocupan en pagarlos. Y&mdash

1. Tienen una clara tendencia de esta manera, ya que son un argumento predominante con Dios para disponer e inclinar las mentes de los pr�ncipes para que puedan estudiar para promover la tranquilidad, el bien y la prosperidad de sus reinos.

2. Tales oraciones facilitan que llevemos una vida tranquila y pac�fica con toda piedad y honestidad; en la medida en que expresan, de la manera m�s significativa, nuestro amor, celo y reverencia hacia las personas de los pr�ncipes; y por tales casos de deber inv�telos a hacernos devoluciones adecuadas. Previenen eficazmente esos celos, que los hombres revestidos de poder soberano son demasiado aptos para albergar de sus inferiores, y promueven ese buen entendimiento entre ellos, que es el inter�s com�n, y deber�a ser el objetivo com�n de ambos, y en el que la seguridad y la felicidad. de todos los estados bien ordenados consisten principalmente.

3. Una vida tranquila y pac�fica es el fruto de estas devociones p�blicas, ya que nosotros mismos derivamos de all� un esp�ritu de mansedumbre, sumisi�n y respeto hacia nuestros superiores, y somos conducidos a un amor y pr�ctica habituales de esas suaves gracias y virtudes que nosotros, en esos momentos, solemnemente ejercitamos y oramos a Dios para que nos inspire; y que, cuando se practican generalmente, hacen que las coronas se sientan c�modas en la cabeza de los pr�ncipes, y los hace a ellos y a sus s�bditos igualmente una bendici�n entre s�.

IV. Impulse a los cristianos este deber.

1. Los pr�ncipes por quienes el ap�stol suplica eran infieles, sin Cristo, ajenos a su comunidad y ajenos a los pactos de su promesa ( Efesios 2:12 ); y as� tambi�n fueron, con el permiso de Dios, para continuar durante trescientos a�os despu�s de la venida de nuestro Salvador, para que Su evangelio no debiera su primer establecimiento, en ning�n grado, a los poderes seculares, sino que pudiera esparcirse y fijarse. en todas partes sin su ayuda y en contra de su voluntad, y manifestar a todo el mundo su Divino original por la manera milagrosa en que debe ser propagado.

Entonces, si el tributo de s�plicas y acciones de gracias se debi� a esos pr�ncipes paganos, �no se debe mucho m�s a los cristianos, que est�n injertados como miembros principales en ese cuerpo m�stico, del cual Jesucristo es la cabeza?

2. Que los emperadores romanos, por quienes el ap�stol aqu� ordena que se hagan oraciones, fueron usurpadores y tiranos, que adquirieron dominio invadiendo las libertades de un pueblo libre, y fueron arbitrarios y sin ley en el ejercicio de �l. Su voluntad y placer era el �nico est�ndar de justicia; el miedo era la base de su gobierno, y su trono era sostenido �nicamente por las legiones que lo rodeaban.

Incluso para tales gobernantes se exhort� a los primeros cristianos a suplicar y dar gracias. �Cu�nto m�s razonable y alegremente nosotros, que nos encontramos aqu� este d�a, ofrecemos ahora ese sacrificio por una Reina, que lleva la corona de sus antepasados, a la que tiene derecho por sangre, y que fue colocada sobre su cabeza real, no solo con el libre consentimiento sino con la alegr�a y aclamaciones universales de sus s�bditos.

3. Aquellos que gobernaron el mundo en o cerca de la �poca en que San Pablo escribi� esta ep�stola, no ten�an m�ritos o virtudes personales para recomendarlos a las oraciones de los fieles. Tiberio, Cal�gula, Claudio y Ner�n, bajo los cuales se difundi� la fe cristiana, y por todos los cuales, podemos suponer, los fieles hicieron igualmente sus s�plicas, no s�lo eran malos pr�ncipes sino hombres malos, infames por su lujuria, crueldad y otras cosas. vicios; pero ten�an autoridad, y eso les daba derecho a ser mencionados en los oficios sagrados de la Iglesia. Cu�n diferente del caso de ellos es el nuestro, cuyos ojos contemplan en el trono a una Reina que merece sentarse all�, tanto por su virtud como por su nacimiento.

4. Los emperadores de Roma, por quienes los cristianos primitivos estaban obligados a orar y dar gracias, eran sus enemigos y perseguidores declarados, que hicieron lo que pudieron para obstaculizar el establecimiento de la Iglesia de Cristo y reprimir las mismas asambleas en las que estas devociones fueron ofrecidas a Dios en su nombre. Mientras que ella, por quien ahora adoramos y bendecimos la buena providencia de Dios, es, por su oficio y por su inclinaci�n, la defensora y amiga, la patrona y madre nodriza de Su Iglesia establecida entre nosotros. ( F. Atterbury, DD )

Oraci�n por los dem�s

Esto se destaca en la historia de Pablo m�s eminentemente que en la de cualquiera de los otros ap�stoles. No deja de mencionar a los dem�s en sus oraciones. Bien podemos suponer que lo que se manifest� en el ejemplo del Se�or, y lo que los disc�pulos, sin duda, tomaron de Su ejemplo, fue eminentemente aceptable ante Dios.

1. El h�bito de orar por los dem�s mantiene nuestras mentes en un plano superior al de pensar siempre en nosotros mismos. Orar por los dem�s aumenta en ti esa compasi�n y bondad hacia los hombres que la sociedad necesita en todas partes. A�n queda mucha naturaleza ruda y salvaje entre los hombres. Queda gran parte del bosque y la naturaleza salvaje en la sociedad. Hablamos de ellos como "la masa", "la chusma" o "la gente com�n".

�Pensamos en ellos como en bandadas de p�jaros, sin individualizarlos; sin especializar sus deseos, tentaciones y pruebas; sin ponernos en relaciones personales con ellos. Son meros hechos animados que tenemos ante nosotros. Es malo que los hombres vivan y crezcan y se llamen cristianos y se formen el h�bito de mirar a la gran masa de hombres y no ver en ellos nada m�s que su constituci�n f�sica y sus relaciones externas.

Y el h�bito de orar por los hombres devuelve la virilidad a tu pensamiento, simpat�a y coraz�n de tal manera que te lleva a imaginar su historia y a sentir por ellos con un inter�s sincero. Cuando miramos a los hombres sin individualizarlos, tendemos a pensar en ellos como fuerzas sin atributos. Los vemos trabajando, ahondando, ganando, logrando. Para nosotros se parecen mucho a las lluvias, a los vientos, a las leyes de la naturaleza.

Y la vista es mala porque endurece el coraz�n. Es peligroso mirar el lado d�bil de los hombres. Cualquier cosa es peligrosa para tu hombr�a que aleja tu simpat�a de tus semejantes y endurece tu coraz�n hacia ellos. Lo que necesitamos es tener tal simpat�a con los hombres que todos los d�as llevemos sus casos ante Dios y veamos sus vulgaridades a la luz de la piedad de Dios, y no a la luz de nuestro propio desprecio y cr�tica c�nica.

2. El h�bito de orar por los hombres tiende, tambi�n, a aumentar nuestra paciencia y nuestra tierna ayuda hacia ellos, y nos prepara para pensamientos justos sobre ellos. Hay muchos hombres que no golpean a su vecino con el pu�o, sino que lo golpean sin piedad con sus pensamientos. Hay muchos hombres que no perforar�an a un pr�jimo con un instrumento en su mano por todo el mundo, pero que no dudan en perforarlo y herirlo hasta lo m�s vivo con sus pensamientos.

En la sala del tribunal de nuestras propias almas secretas, condenamos a hombres inauditos. Argumentamos su caso y ellos no tienen la oportunidad de presentar una declaraci�n a cambio. Y si somos cristianos, nos aseguraremos de que ese interior, silencioso sal�n del juicio, el alma, est� regulado de acuerdo con el m�s escrupuloso honor, conciencia, hombr�a y simpat�a.

Tampoco conozco otra forma en la que esto se pueda hacer tan bien como el h�bito de orar por los dem�s. Entonces, habiendo considerado el deber, m�s particularmente, de orar por todos los hombres, especialic�monos.

1. Naturalmente, primero oramos por nuestros hijos. Los recordamos en nuestra oraci�n familiar. �Y cu�nto mejor es, al orar por ellos, seguir la l�nea de su disposici�n y, por as� decirlo, ba�ar nuestro afecto por ellos en la atm�sfera celestial! �Cu�nto m�s hermosos ser�n para nosotros!

2. Entonces creo que deber�amos orar por nuestros asociados y amigos, no solo de la manera general. Los buenos deseos generales no dejan de ser �tiles; pero se necesitan oraciones especiales. No creo que busquemos ni conozcamos suficientemente a nuestros amigos. Debemos orar por todos los que son despreciados. Es saludable que d�a a d�a enviemos nuestras misericordias, por as� decirlo. Es saludable que tengamos algo con lo que comparar nuestro destino. As� como lo dulce es mejor para nuestro paladar cuando hemos tomado algo agrio, as� es mejor la alegr�a por tener un toque de tristeza cerca.

3. Debemos orar por todos aquellos que est�n en peligro y angustia; para todos los que est�n encerrados de diversas formas. La oraci�n por esas personas mantiene viva la piedad. Profundiza la humanidad.

4. Entonces debemos orar por nuestros enemigos. Ese deber se hace especial. Se convierte en una de las evidencias fundamentales de la relaci�n de Dios mismo. Una vez m�s.

5. No podemos cumplir el esp�ritu ni la letra de este mandamiento si oramos solo por nuestra propia secta. ( HW Beecher. )

Orando por los dem�s

Los lazos que unen a los cristianos entre s� son a la vez tan sutiles y tan reales, que es imposible que un cristiano no se vea afectado por el progreso o retroceso de cualquier otro. Por lo tanto, no solo la ley de la caridad cristiana requiere que ayudemos a todos nuestros hermanos cristianos orando por ellos, sino que la ley del inter�s propio nos lleva a hacerlo tambi�n; porque su avance sin duda nos ayudar� a avanzar, y su reca�da sin duda nos har� retroceder. ( A. Plummer, DD )

Aspectos de la �poca; o lo que la Iglesia tiene que decir de los gobiernos terrenales

I. El gobierno es de Dios. Tiene su germen y su ra�z en la relaci�n paternal. El primer patriarca era monarca de su propia casa, se�or de su propio castillo y reba�os, y del cuidador de los mismos.

II. El gobierno como de Dios debe ser obedecido. La conciencia, que nos une mediante lazos directos al trono de Dios, debe, por supuesto, ser siempre obedecida.

III. El gobierno como de Dios debe ocupar un lugar destacado en nuestras peticiones. En primer lugar, con demasiada frecuencia, de hecho, es el �ltimo de todos y, a veces, rara vez.

IV. El gobierno bendecido por Dios asegurar� as� el bienestar del hombre. ( WM Statham. )

Oraci�n de intercesi�n

La oraci�n es una primera necesidad de la vida cristiana. Sin �l somos como soldados en el �rido desierto, que se cansan cada vez m�s al pensar en pozos distantes separados de ellos por enemigos implacables, y estamos listos para exclamar: �Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo. Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, as� clama mi alma por ti, oh Dios. Cuando oramos nos volvemos conscientes de la realidad de las cosas invisibles hasta que superan por completo en importancia los asuntos mundanos, y entonces se nos hace posible, e incluso natural para nosotros, vivir como �extra�os y peregrinos.

�La conexi�n con lo que precede es tolerablemente clara. A Timoteo se le hab�a exhortado a librar una buena guerra en nombre de la verdad, pero la oraci�n por �l y por los dem�s era esencial para la victoria, porque solo ella llevar�a al campo de conflicto a los poderes invisibles del cielo. Incluso se dec�a que los griegos paganos estaban inspirados en su lucha contra los troyanos por la idea de que los dioses estaban con ellos; pero el de ellos fue s�lo un recuerdo vago y supersticioso de la verdad de que el cielo lucha por los que oran, como descubri� Eliseo cuando los sirios rodearon la ciudad.

La oraci�n ofrecida por la iglesia en �feso en Roma, en Jerusal�n, recibi� respuesta en las victorias espirituales de los creyentes y en los efectos producidos por su testimonio en el coraz�n de la gente.

I. La variedad de la oraci�n est� indicada por el uso de estas diferentes frases, "s�plicas, oraciones, intercesiones y acci�n de gracias". Podemos pensar en estas frases por separado para tener una noci�n m�s clara del significado de cada una; pero uno se transforma en otro; y no se puede definir con m�s precisi�n cada uno de lo que se puede decir de los colores de un mar al atardecer, �el azul comienza justo aqu�, y el brillo del carmes� y el brillo del oro justo all�.

�Cuanto m�s ores, m�s descubrir�s la variedad de declaraciones del alma a Dios; la tranquila contemplaci�n; la s�plica agonizante; la charla infantil con los celestiales. Padre; y la alabanza ser�fica. Estos solo se conocen a trav�s de la experiencia. Cuando el muchacho inexperto y poco musical toma un viol�n, es todo lo que puede hacer para producir un tono constante, pero en las manos entrenadas del m�sico consumado ese mismo instrumento llora, suplica y canta. Mucho m�s variadas son las expresiones del alma humana, cuando se da una respuesta completa a la oraci�n de los disc�pulos: "Se�or, ens��anos a orar".

II.Los temas de oraci�n a los que se hace referencia especialmente en este pasaje no son las necesidades de los santos mismos, sino las necesidades de otros hombres, y especialmente de todos aquellos que ten�an autoridad y que ejerc�an influencia sobre la sociedad. Escuche lo que dice Tertuliano en su disculpa respecto a la pr�ctica de estos primeros cristianos. �Nosotros los cristianos, mirando al cielo con las manos extendidas, porque est�n libres de mancha; con la cabeza descubierta, porque no hay nada que nos haga sonrojar; sin apuntador, porque oramos de coraz�n; intercede por todos los emperadores, para que sus vidas se prolonguen, su gobierno sea asegurado para ellos, para que sus familias sean preservadas en seguridad, sus senados sean fieles a ellos, sus ej�rcitos valientes, el pueblo honesto y todo el imperio en paz, y para cualquier otra cosa que desee el pueblo o el C�sar.

�Si esa era la costumbre bajo el gobierno pagano, �cu�nto m�s es nuestro deber bajo un gobierno cristiano! Por tanto, oremos para que nuestros asuntos nacionales sean guiados con sabidur�a; que en medio de los tortuosos canales de la pol�tica exterior, donde abundan tantas corrientes cruzadas y rocas escondidas, el barco del Estado puede ser gobernado con firmeza y seguridad; que las cuestiones que puedan provocar enojo y sospecha pueden resolverse sobre la base de principios justos de justicia; y que en toda la legislaci�n nacional se eliminen las desigualdades e injusticias de todo tipo, se satisfagan las necesidades de un pauperismo cr�nico, se reduzcan las tentaciones a la embriaguez y al libertinaje donde no se pueden eliminar; y as� 'Dios, nuestro propio Dios', nos bendecir�, y todos los confines de la tierra le temer�n.

Podemos ampliar bastante la aplicaci�n de estas palabras a�n m�s. Algunos de nuestros "reyes" m�s verdaderos no tienen corona. Un hombre que dirige y gobierna el pensamiento de una naci�n tiene m�s poder que quien le da expresi�n; y hemos visto casos en los que un hombre ha perdido mucho m�s de lo que ha ganado al cambiar el puesto de editor por el de legislador.

III. El resultado de tales oraciones se describe as�: "Para que llevemos una vida tranquila y pac�fica, con toda piedad y honestidad", o m�s bien "con toda piedad y seriedad", como aquellos que no son perturbados por las contiendas terrenales, pero ven en el estado de la sociedad que los rodea los g�rmenes de la justicia y la paz que son del cielo.

IV. Se afirma expresamente la aceptabilidad de tales oraciones a los ojos de Dios. ( A. Rowland, LL. B. )

Reyes dominados por Dios

�Y cu�ntos casos encontramos en la historia de las Escrituras, y en la historia antigua y moderna, en los que Dios ha gobernado los consejos de los reyes para el bienestar de su Iglesia! Vea c�mo el coraz�n de un fara�n se volvi� hacia Jos�; c�mo la locura y la valent�a de otro derivaron en su propia ruina y en la gloria de Dios; c�mo Nabucodonosor y Dar�o, e incluso el malvado Belsasar, hicieron avanzar al santo Daniel en el reino; c�mo Ciro y otros monarcas persas ayudaron a levantar el templo del Dios de Israel; c�mo se llev� a Constantino a reconocer al Dios verdadero; y c�mo, en los d�as de nuestra propia y gloriosa Reforma, un rey malvado e imp�o fue convertido en un instrumento en la mano de Dios para conferir las bendiciones m�s indecibles sobre nuestra tierra y el mundo. ( HW Sheppard. )

Versículos 3-4

A los ojos de Dios nuestro Salvador.

El Dios Salvador

La oraci�n no lo es todo, pero es "bueno". El esfuerzo no lo es todo, pero es "bueno". La oraci�n ferviente y el trabajo ferviente, mezclados con la experiencia de un buen hombre, se convierten en medios de gracia en un grado no peque�o.

I. Pensemos, a modo de preparaci�n de nuestras mentes para esta amplia verdad, en el t�tulo elegido por nuestro ap�stol: "Dios nuestro Salvador" o "nuestro Dios Salvador". Es el benepl�cito de Dios como Salvador lo que predomina en su mente. Las intercesiones de la Iglesia, as� como las intercesiones de Cristo, no son m�s que el resultado de un prop�sito divino, un prop�sito salvador. Seguramente aqu� hay una prueba abundante de que, se diga lo que se diga de la mediaci�n, no puede ser una intervenci�n de un tercero entre un mundo culpable y un Creador santo.

Seguramente, tambi�n, deber�amos considerar que la redenci�n tiene su fuente y su fuente en un amor no solicitado por el coraz�n Divino. Hubiera sido bueno si se hubiera hecho m�s uso de esta hermosa frase, "Dios nuestro Salvador", y menos de "Dios el Soberano", que no es b�blico. Cuando se encuentra a los perdidos, se encuentran por la misericordia de Dios nuestro Salvador.

II. Entonces observemos, que si hay alg�n significado en las palabras, aqu� tambi�n se nos revela una preferencia divina; s�, y m�s que una preferencia, una energ�a que sale para alcanzar el objeto de esa preferencia "quien quiere que todos los hombres se salven". No es que, de los dos, prefiera que los hombres se salven a que se pierdan. Esta ser�a una interpretaci�n pobre y lamentable de la ense�anza que aqu� se nos transmite.

Tampoco es que haya una preferencia sentimental; esto nuevamente podr�a ser muy poco pr�ctico en sus resultados. Mucha gente es consciente de preferencias decididas, pero las preferencias no se imponen en su voluntad. "Dios quiere". Oh, esa es una fuerte voluntad de Dios. �l quiere, y he aqu�, la creaci�n se convirti� en un hecho. �Tienes miedo de admitir que hay una voluntad fuerte, la voluntad de Dios nuestro Salvador, detr�s de todos los actos y procesos de la redenci�n? Dice que se puede frustrar un prop�sito y cruzar una preferencia. S�, s�, pero no dejes que esto te enga�e y te haga perder el consuelo que estas palabras deber�an traerte. Especialmente, no dejes que te roben ninguna convicci�n acerca de la absoluta e irreversible bondad de Dios para tu salvaci�n personal, presente y futura.

III. La amplitud y la grandeza de esta declaraci�n nos asustan. Pero, �qu� har� por nosotros la familiaridad con �l? �Oh�, dice uno, �no est� bien decirlo con demasiada audacia. Los hombres se volver�n atrevidos en sus pecados; y llegar�n a creer que si el amor es realmente todopoderoso y omnipotente, pueden hacer lo que quieran y todo ir� bien por fin ". Sin embargo, �no ven que, aunque nuestro ap�stol ten�a esta convicci�n, vio que todos los hombres deb�an orar y trabajar por ellos? El que es nuestro Salvador, Dios quiere que todos sean salvos; por lo tanto, es bueno y aceptable a sus ojos que oremos por todos sin distinci�n, h la verdadera oraci�n se convierte en un prop�sito.

Quien ora por lo que Dios ama y desea, debe llegar a amar lo que Dios ama; de lo contrario, su oraci�n no es una verdadera oraci�n. �Por qu� se plant� la Cruz? No es que los buenos pudieran fortalecerse en su bondad, sino que los malos pudieran estar seguros de que hab�a un medio por el cual podr�an recuperarse. La salvaci�n de Cristo no es simplemente una protecci�n de los hombres virtuosos, sino una recuperaci�n de los viciosos; no simplemente un incentivo para continuar haciendo el bien, sino una restauraci�n del mal.

Lo que es esa salvaci�n, que nuestro ap�stol mira, debes buscar en otra parte para encontrarlo. Si �l dice, "conocimiento de la verdad", no piense que esto requiere una gran cantidad de aprendizaje para alcanzarlo. No suponga que lo que quiere decir es una mera opini�n, o incluso el conocimiento de las Escrituras. Quiere decir que, asociado con la salvaci�n, hay un verdadero conocimiento, un verdadero reconocimiento de Dios como Salvador. La mentira falsa da lugar al conocimiento verdadero: no hay nada m�s que esto en la frase.

Has cre�do en la mentira de Satan�s, ahora cree en la verdad de Dios. Salvaci�n, de nuevo, �preguntas qu� es? Es una energ�a moral renovada: el poder de hacer el bien, la fuerza para vencer el mal. Es seguridad cuando el enemigo puede tentar o burlarse. Es la vida eterna en Cristo. Es tener a Dios morando con nosotros, la seguridad de la victoria. ( GJ Proctor. )

El Salvador - Dios

El primer nombre con el que sus criaturas conocieron al gran Ser infinito fue el de Creador del mundo; pero a menos que el pecado hubiera entrado en la creaci�n, no podr�a haber sido conocido por el nombre de Dios el Salvador. El texto dice, es Su voluntad, incluso nuestra salvaci�n. El bien, el sabio, la voluntad misericordiosa de nuestro Dios y Creador es nuestra salvaci�n, y Su voluntad es el motivo de todas Sus acciones.

I. El ap�stol comenta que hay un solo Dios. Se ha dicho que la idea de la eternidad y la idea de un Dios son demasiado para que nos entrometamos. No es demasiado para entrometerse, sino demasiado para comprenderlo. Un Dios, un Jehov� eterno, que est� sobre todos, y sobre todos, y en todos, el �nico que no depende de nadie y no deriva ni procede de nadie.

II. La segunda cosa en el texto es que hay un mediador. Aqu� se nos presenta una escena interesante. Tres partes, Dios por un lado, el hombre por el otro, y un Mediador, viniendo, mediando y actuando entre estos dos partidos en diferencia, para unirlos. Ahora bien, para estar calificado para actuar entre ambos, debe conocer la naturaleza, los sentimientos y los sentimientos de ambos.

De acuerdo con esto, Jes�s se revela como verdadera y propiamente Dios y, por lo tanto, tiene los mismos nombres que se le dan, los mismos atributos que se le atribuyen. Tampoco debemos limitar Su mediaci�n a los d�as posteriores a Su aparici�n en la carne; �l fue el �nico Mediador desde el comienzo de la Creaci�n. Fue a trav�s de la fe en la simiente de la mujer que iba a aparecer en el cumplimiento del tiempo para quitar el pecado mediante el sacrificio de s� mismo que Ad�n y Enoc, No�, Abraham y todos los padres entraron en la gloria.

�l, como el �nico Mediador, hace y seguir� mediando hasta que se complete todo el esquema de la misericordia. Hay un solo Dios y un solo Mediador, Jesucristo hombre. ��Qui�n quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad?� Esto implica que la verdad debe ser revelada o dada a conocer. Pero, �c�mo se va a dar a conocer la verdad por su reconocimiento y creencia? Dios no, como se afirma en los ap�crifos, toma a un profeta por los cabellos de la cabeza y lo coloca donde le espera su obra; la verdad se da a conocer mediante el uso de medios ordinarios.

Ahora, consideremos el estado actual de los medios humanos. El progreso de la ciencia y la perfecci�n de la navegaci�n han abierto la posibilidad de enviar la verdad a todos los pa�ses para que sea reconocida y recibida. Se pueden instar muchos motivos. Lo que Cristo ha hecho por usted le pide que haga algo para promover Su inter�s en el mundo. El valor que ustedes mismos asignan a la salvaci�n de sus almas deber�a inducirlos a enviar la verdad a los dem�s. ( A. Clarke, DD )

Nuestro salvador

Dios es nuestro Salvador.

1. Es un Salvador que busca. Si un rey entrara en una ciudad, lo esperar�a y recibir�a honor y aplausos. Pero el mundo se asombrar�a si en lugar de pedir que le mostraran los edificios principales de la ciudad, el rey le dijera al alcalde: �Ahora d�jame ir a ver a tus pobres hombres y mujeres que necesitan mi ayuda y simpat�a reales. No me complace mirar tu esplendor mientras s� que tus barrios marginales est�n llenos de miserables y degradados ". Ah, ning�n rey hizo esto excepto Aquel que fue coronado de espinas y cuyo trono era una cruz.

2. Dios es un Salvador misericordioso. No solo ama a sus amigos, sino que muere para salvar a sus enemigos.

3. Dios es un Salvador veraz. Se puede confiar en su palabra. Ning�n hombre, hasta donde he podido aprender, confi� jam�s en Dios y se perdi�.

4. Es un Salvador amoroso. Una madre que tiene un hijo lisiado, de quien todos los dem�s se alejan y se estremecen por su rostro deformado, abrazar� a su beb� contra su pecho y se regocijar� porque le tiene amor. Ahora, como una madre, Dios es nuestro Salvador amoroso, no porque haya algo bueno en nosotros, sino porque Su coraz�n contiene amor por nosotros.

5. El Se�or es un Salvador poderoso.

6. Dios es nuestro Salvador actual. �l salva ahora.

7. Dios es nuestro Salvador eterno. Si �l no pudiera �retenernos� yo dudar�a y t� temer�as; pero nos regocijamos al saber que Dios es nuestro Salvador eterno. ( W. Birch. )

Quien quiere que todos los hombres se salven .

Dios quiere que todos los hombres se salven

La benevolencia es una caracter�stica distintiva del evangelio, que tiene un aspecto de apacibilidad y compasi�n para con todo hombre. Y transfunde su esp�ritu en los corazones de todos los que lo entienden y se someten a su influencia. Esta disposici�n se basa en dos grandes principios reconocidos por el cristianismo: que todos somos hijos de un amor igual, creador; y todos redimidos por el mismo sacrificio divino.

I. A la denominaci�n dada por el ap�stol al evangelio, es "la verdad". La manera inquebrantable en que los fundadores del cristianismo aplican este ep�teto al sistema religioso que se les encarg� desplegar al mundo es una circunstancia que no debe pasarse por alto. Si hubieran sido conscientes de la ausencia de inspiraci�n, y de que el c�digo de doctrina cristiano hubiera sido una invenci�n propia, habr�a sido una arrogancia insufrible en ellos haberlo dignificado con el apelativo de �la verdad�.

Sab�an que este sistema era �la verdad� porque sab�an que ven�a de Dios. Los sabios paganos ten�an una raz�n oscura y nublada, porque era solo la raz�n de las criaturas ca�das. Los ap�stoles tuvieron revelaci�n, la mente del Esp�ritu, que escudri�a las cosas profundas de Dios. El evangelio que predicaron ten�a la evidencia de la antigua revelaci�n de la ley; porque sus principios se ve�an representados en los jerogl�ficos del tabern�culo.

Ten�a la evidencia de los profetas; porque juntos hab�an testificado de Cristo, Sus sufrimientos, Su gloria, Sus doctrinas, en un lenguaje de f�cil interpretaci�n. Ten�an la evidencia de milagros realizados por Jes�s mismo, en confirmaci�n de Su misi�n, y que ellos mismos hab�an visto. Pero al designar el evangelio como �la verdad�, el ap�stol no solo proclama su divinidad, y consecuentemente en falibilidad, sino que tambi�n llama la atenci�n de los hombres hacia �l como un sistema de la mayor importancia para ellos y vinculado con sus mejores intereses.

Est� representado en el texto como una verdad que se relaciona con la salvaci�n. Dios quiere que todos los hombres se salven al llegar al conocimiento de la verdad. Es esta circunstancia la que despierta un inter�s tan profundo en nuestra religi�n y la distingue como "la verdad" a modo de eminencia. Toda la verdad no interesa al hombre; o, al menos, todas las dem�s verdades lo son, pero parcialmente. Nos muestra la verdadera propiciaci�n: la sangre de un sacrificio divino.

Muestra los t�rminos de la aceptaci�n del hombre: su profunda humillaci�n de alma y su fe en los m�ritos y la intercesi�n del Redentor designado. Tiene promesas para animar al hombre, advertencias para su cautela, preceptos para su direcci�n. Lo proclama inmortal; le ense�a que est� en su juicio; le presenta las solemnidades del juicio general; y lleva sus esperanzas y temores a su m�ximo ejercicio, y les rinde el mejor servicio posible, abri�ndole las penas de la destrucci�n eterna y las glorias de la felicidad sin fin.

H. Observamos en el texto, que el conocimiento de esta verdad est� relacionado con la salvaci�n, como un medio para un fin; y conectado, tambi�n, por una autoridad no menor que la voluntad de Dios. El que quiere que "todos los hombres se salven", tambi�n quiere que ellos "lleguen al conocimiento de la verdad"; y de esto la inferencia es irresistible, que el conocimiento de la verdad es esencial para la salvaci�n. Este tema merece nuestra seria atenci�n; y hay dos preguntas que surgen de �l: qu� grado de esa verdad es necesario conocer para la salvaci�n; y c�mo debe ser conocido.

La primera pregunta presenta un punto de discusi�n necesaria; porque si se quisiera decir que, antes de que una persona pueda ser salva, debe tener un conocimiento completo y exacto de todas las verdades del evangelio, todos quedar�an excluidos del beneficio. Las verdades reveladas son las revelaciones de una mente infinita y participan de su infinitud. Se relacionan con operaciones espirituales, de las que sabemos poco; ya un estado futuro, del que pr�cticamente no sabemos nada.

Por esta raz�n, el evangelio debe presentar siempre algo m�s para ser conocido, as� como para ser experimentado; y ser� objeto de desarrollo para siempre. �sta es su perfecci�n. Pero hay consideraciones que prueban que un conocimiento perfecto de cada parte de la verdad no es esencial para la mera salvaci�n. De ah� que los te�logos hayan dividido las verdades del evangelio en dos clases: las que son esenciales y las que no lo son.

La distinci�n es justa. Hay verdades que es necesario que conozcamos para poder ser salvos. La mejor manera de determinar lo que es esencial que sepamos es considerar lo que es esencial para la fe. Se dice: "El que creyere y fuere bautizado, ser� salvo". Por lo tanto, todo lo que es esencial que sepamos, para que podamos creer, debe serlo para que lo sepamos, para que podamos ser salvos.

A fin de tener fe, debemos conocer la pureza de la ley divina en un grado tal que nos convenza de que la hemos violado e incurrido en el castigo de su sanci�n maleante. Debemos conocer nuestra incapacidad para hacer expiaci�n; porque sin esto, la empresa de Cristo es vana con respecto a nosotros. Debemos conocer tanto de la evidencia de la misi�n de Cristo como para recibirlo como el Redentor divinamente designado.

Debemos saber que Su muerte meritoria es tan satisfactoria para la Deidad ofendida, que por eso �l imputar� nuestra fe como justificaci�n. Debemos conocer las provisiones hechas en las promesas para proveernos con la ayuda del Esp�ritu Santo para la renovaci�n de nuestra naturaleza y el apoyo y consuelo de nuestras mentes; y debemos conocer los preceptos de la ley del evangelio, por los cuales nuestra mente y nuestra vida pueden ser reguladas de acuerdo con la voluntad de Dios.

Este conocimiento es necesario para la mera salvaci�n: pero estamos lejos de decir que un mayor grado de conocimiento es in�til. De hecho, es necesario un mayor grado de conocimiento para una fe confirmada; para permitirnos hacer frente y responder a las objeciones por las que podemos ser atacados; para capacitarnos para instruir a los ignorantes; para ser un medio de llevarnos a altos logros en religi�n; y prepararnos para una amplia utilidad en la Iglesia.

La segunda pregunta, c�mo se debe conocer la verdad, para que podamos ser salvos, parece ser respondida en la frase, "llegamos al conocimiento de la verdad". Este conocimiento supone curiosidad por conocer la verdad. Es lamentable que haya tan poco de esto entre los hombres. En muchos casos, nunca se piensa en la verdad. Este conocimiento supone la admisi�n de la verdad en el entendimiento y su influencia en la pr�ctica.

Algunos hombres se alejan de este conocimiento. No saldr�n a la luz para que sus obras no sean censuradas. Cueste lo que cueste, debemos conocer la verdad, para que podamos caminar por ella y ser salvos por su instrumentalidad.

III. El texto nos presenta una interesante visi�n de la conexi�n de la voluntad divina con la salvaci�n del hombre. "�Qui�n quiere que todos los hombres se salven?"

1. El objeto de esta voluntad es la salvaci�n del hombre. Ya se ha aludido a esto, pero merece una consideraci�n m�s concreta. Es esto lo que muestra tan gloriosamente la benevolencia de Dios por el evangelio.

2. Que en el mismo sentido quiere que todos los hombres se salven. Que esta es la doctrina de las Escrituras, y que la palabra �todos� debe tomarse en su sentido m�s extenso, no es necesario probar ning�n otro argumento que el del ap�stol en el contexto. Es una d�bil cr�tica decir que el ap�stol quiso decir con la expresi�n �todos los hombres�, todos los rangos de hombres; porque eso es lo mismo. "Todos los rangos de hombres" son "todos los hombres" ( 2 Corintios 5:14 ). Aqu� se declara que el remedio es tan extenso como la enfermedad.

3. Queda por considerar el modo en que la voluntad divina se relaciona con la salvaci�n humana. Es una pregunta natural: "Si Dios quiere que todos los hombres se salven, �por qu� se pierden todos?" La respuesta es: Si Dios quiere salvar a los hombres venciendo sus voluntades mediante Su omnipotente influencia, todos los hombres deben ser salvos; pero quiere salvarlos seg�n la naturaleza que les ha dado; y tenemos la evidencia de Su Palabra, y de nuestra propia conciencia, que Su voluntad es una voluntad resistible, y que Su deseo de que seamos salvos no afecta nuestra salvaci�n sin la correspondiente determinaci�n de nuestra propia voluntad.

Las principales opiniones sobre este tema son las siguientes. Algunas personas han considerado al hombre, cuando est� bajo la influencia bondadosa de Dios ejercida sobre �l para su salvaci�n, como completamente pasivo y llevado por una fuerza irresistible a una nueva condici�n. Pero si este es el caso, entonces el hombre es una m�quina. Otra opini�n, por tanto, es que la voluntad est� necesariamente influida en sus determinaciones por motivos del bien y del mal descubiertos al entendimiento; y que en el caso de los que son salvos, los motivos que deben exigir el asentimiento de la voluntad son grabados por Dios en la mente; y as� se supone que la persona sobre la que se opera es llevada infaliblemente a un estado de salvaci�n sin ninguna violencia a su libre albedr�o.

Sin embargo, si Dios desea que todos los hombres se salven y proceda de esta manera a la ejecuci�n de su prop�sito, su salvaci�n ser�a tan segura como si fueran m�quinas. La doctrina es la misma, aunque envuelta en un atuendo metaf�sico. El extremo opuesto a estas opiniones es que el hombre tiene un poder natural para discernir el derecho y elegirlo, independientemente de una agencia divina ejercida sobre su mente.

Si el hombre se hubiera quedado sin ninguna ayuda sobrenatural, debe haber estado tan ciego para discernir lo que es bueno como no pudo elegirlo. Los hechos claros que tenemos ante nosotros, entonces, son: Dios quiere nuestra salvaci�n; Ha designado medios eficaces para este fin; Nos ha dado todo el poder para utilizar estos medios; y para el uso de ellos se ha prometido su bendici�n. Si realmente "llegaremos al conocimiento de la verdad" o no, queda en �ltima instancia con nosotros mismos; pero ya sea que escuchemos la voz de Dios, o que la detengamos, tenemos motivos, exhortaciones, promesas; todo lo que puede moverse sobre nuestro miedo, nuestro amor, nuestro inter�s. Aplicar estos motivos es parte de nuestro ministerio. Somos embajadores de Cristo para persuadirlos de que se reconcilien con Dios. ( R. Watson. )

Todos los hombres para ser salvos

Este gran pensamiento surge principalmente como un argumento y una medida de oraci�n intercesora. Es una de las razones por las que San Pablo da por qu�, "en primer lugar, se deben hacer s�plicas, oraciones, intercesiones, acciones de gracias por todos los hombres". La primera raz�n es su propio caso individual: �l mismo fue el monumento del poder de la intercesi�n, cuando, con sus labios moribundos, San Esteban or� por �l como uno de sus asesinos.

El texto es la segunda raz�n: Ore por todos, porque Dios ama a todos. Ore por los reyes perseguidores, ore por Ner�n, porque Dios quiere la salvaci�n de todos. Nunca estamos tan seguros como cuando tenemos una gran visi�n de Dios. La mayor�a de nuestros pecados y problemas son por tener previsiones estrechas que limitan al Santo de Israel. No es un tiempo meramente futuro, sino que es la expresi�n del deseo y la intenci�n divina, que deben ser los mismos para siempre, haga lo que el hombre haga para frustrarlos: ��qui�n quiere que todos los hombres se salven?

Pero el gran punto al que deseo llevar su consideraci�n es la catolicidad de la salvaci�n que Dios quiere y presenta al hombre. Ese magn�fico �todos� - �qui�n puede reducirlo? - �todos� para ser salvos. �No te ha mostrado Dios claramente que desea que seas salvo? �No te ha atra�do, castigado, convertido, mantenido, protegido, soportado contigo, te ha bendecido tanto, que te ha dado la evidencia m�s inconfundible de que quiere que seas salvo? �Y alguna vez se encontr� con el hombre que podr�a decirle lo contrario, de su propia experiencia? Es notable, en el Antiguo Testamento, la frecuencia con la que se llama a Dios, �el Dios de toda la tierra.

Y a David, probablemente en la profec�a, le encanta la expresi�n: "El Rey de toda la tierra". Pero si me preguntas, m�s l�gicamente, �por qu� creo que Dios quiere la salvaci�n de todas sus criaturas? Respondo: lo encuentro en la congruencia de todas las cosas. Lo encuentro en la ley que debe regular la mente de un gran Creador. Lo encuentro en el car�cter paternal de Dios, y las �tiernas misericordias que est�n sobre todas sus obras.

�Lo encuentro en la inmensidad del don de su propio Hijo, que la sangre es un equivalente, y mucho m�s a los pecados del mundo entero. Lo encuentro en las im�genes de la Biblia, que conviene a cada pa�s, y en las provisiones de Su gracia, que se acomodan a las mentes de los habitantes de cada clima. Lo encuentro en los fluidos libres de ese Esp�ritu, como los cuatro vientos del cielo: �Lo derramar� sobre toda carne.

�� Si Dios quiere la salvaci�n de todos los hombres, �por qu� no todos son salvos? Porque, �qui�n puede resistir su voluntad? " Si Dios quiso la salvaci�n de todas sus criaturas, tambi�n quiso que el mundo que hab�a creado fuera un mundo de disciplina y probaci�n. Por tanto, quiso que la voluntad de todo mar viviente fuera libre, porque esta es una condici�n esencial de la probaci�n. Pero, �qu� diremos respecto a los paganos? Ni siquiera tienen �el conocimiento.

" �Pero por qu�? Dios quiso que lo tuvieran, e hizo la provisi�n m�s expresa para que lo tuvieran; porque �l lo impuso sobre cada alma que alguna vez lo conociera, y lo convirti� casi en una condici�n de Su presencia en esa alma, el impartir nuevamente ese conocimiento a otra persona. Y esta comisi�n la dio a toda su Iglesia. �Debo decir entonces que, debido a que, debido a mi negligencia y ego�smo, no todos los hombres son salvos y llevados al conocimiento de la verdad, Dios no lo quiso? ( J. Vaughan, MA )

Redenci�n universal

Vayamos simplemente en estas dos investigaciones, �qu� se supone de todos los hombres cuando se nos pide, como se nos pide, en nuestro texto que oremos por todos los hombres? y, en segundo lugar, cuando en nuestro texto se nos invita, como tambi�n a nosotros, a dar gracias por todos los hombres.

I. Ahora bien, apenas puede haber escapado a su atenci�n que hay en nuestro texto una acumulaci�n de frases que deben impedirnos pensar que cualquier oraci�n, excepto la m�s grande y urgente, llegar� al alcance de la exhortaci�n del ap�stol. Estas palabras proh�ben que pensemos que San Pablo simplemente requiere que seamos, en t�rminos generales, los buenos deseos de la humanidad. Si su discurso se hubiera referido exclusivamente a la familia de la fe, no podr�a haber usado un lenguaje m�s irrestricto, ni habernos puesto de rodillas con una visi�n m�s amplia de las bendiciones que debemos buscar en nuestra lucha con Dios.

Solo deseamos por estos medios mostrar desde el principio la equivocaci�n de la opini�n de que solo se nos pide que solicitemos a la masa de nuestros semejantes las misericordias comunes de la existencia, que podamos reservarnos peticiones que tengan que ver con los dones m�s nobles de Dios. por nuestros ruegos en nombre de una selecta compa��a de la humanidad. Si consideras la oraci�n con atenci�n, ya sea por nosotros mismos o por los dem�s, debes considerarla como el acto m�s maravilloso que jam�s pueda realizar una criatura ca�da.

No dudaremos en decir que mientras el plan de nuestra redenci�n se mantenga oculto, la oraci�n no es m�s que una gran prueba de la ignorancia humana. Hay muchas cosas que se dan por sentado en la oraci�n. Cuando oro, asumo que se me ha abierto un acceso al Padre; Supongo que a pesar de mi apostas�a, nacido aunque he estado en pecado y acunado en la corrupci�n, la compasi�n de Dios hacia m� no puede ser encerrada ni enajenada.

Supongo que alg�n correctivo asombroso, por as� decirlo, debe haber sido aplicado a la culpa humana, de modo que la contaminaci�n que natural y necesariamente se aferra a los ca�dos, no es un obst�culo para la libre admisi�n a una audiencia de Aquel que es de ojos m�s puros que para mira impasible la iniquidad. �Y c�mo puedo asumir todo esto, a menos que traiga dentro de mis contemplaciones los misterios de la redenci�n, y, haciendo mi apelaci�n al maravilloso logro que Cristo ha efectuado en mi favor, obtenga de eso la seguridad de que no hay barrera entre yo y el �Se�or? Toda la obra de la reconciliaci�n humana se re�ne en la oraci�n de permiso de Dios.

El globo se convulsion� y se sacudi� hasta el centro mismo antes de que pudiera convertirse en una plataforma en la que el hombre pudiera arrodillarse. Es una verdad lo suficientemente simple como para recomendarse a todos los medios, que si la oraci�n se basa literalmente en la redenci�n, entonces todos los que puedan ser correctamente sujetos de oraci�n deben ser estrictamente sujetos de redenci�n. No puedo orar por un hombre que s� que nunca ha sido redimido, un hombre por quien Cristo Jes�s no muri�.

�Puedo pedirle a Dios que tenga misericordia del alma de ese hombre? Tal es el uso que har�amos de la exhortaci�n de nuestro texto. De ella inferimos la gran doctrina del cristianismo, incluso la de que Cristo muri� por el mundo entero; y para que no se piense que esta inferencia es en alg�n grado inveros�mil, simplemente le mostraremos c�mo San Pablo apoya o autoriza su exhortaci�n. Observa que la raz�n anunciada por la que se debe orar por todos es que Dios quiere que todos sean salvos; y si Dios quiere que todos sean salvos, seguramente todos deben haber sido puestos en un estado de salvaci�n; en otras palabras, todos deben haber sido redimidos por la preciosa sangre de Cristo.

No entra dentro del alcance de nuestro argumento examinar el misterio de la voluntad de Dios de la salvaci�n de todos, cuando es seguro que nada m�s que un remanente ser� salvo. El car�cter dado al Dios vivo - �y qui�n duda de que en la ra�z de la verdadera religi�n se encuentra el car�cter de Dios? - el car�cter dado por San Pablo del Dios vivo es que �l es el Salvador de todos los hombres, especialmente de los que creen.

En este mismo sentido, porque no se habla de �l como una clase diferente de Salvador, en los diferentes sentidos, sino como el mismo en especie, aunque diferente en grado, en el mismo sentido de que Dios es especialmente el Salvador de los creyentes. es generalmente el Salvador de todos los hombres. Esta es la declaraci�n de San Pablo; y si el Dios viviente es el Salvador en general de todos en ese mismo sentido en el que es especialmente el Salvador de los creyentes, entonces, sin lugar a dudas, todos deben haber sido redimidos por �l; porque la redenci�n es esa forma incipiente de salvaci�n que puede ser com�n a todos, y sin embargo aplicada eficazmente s�lo a algunos, oh bendito Salvador, tomaste sobre ti nuestra naturaleza, y redimiste esa naturaleza, y por lo tanto la pusiste al alcance de todos. que nacen de esta naturaleza las cosas escogidas del perd�n y la aceptaci�n; por eso nuestras oraciones pueden, y deben, sube al propiciatorio en nombre de todos; todos ser�n sujetos de nuestra petici�n, porque todos son objetos de redenci�n; y ahora podemos reconocer y apreciar la justicia de los amplios t�rminos en los que se expresa el texto: "Exhorto, pues, a que, ante todo, se hagan s�plicas, oraciones, intercesiones y acciones de gracias por todos los hombres".

II. Pasamos ahora a la segunda pregunta: �qu� se supone con respecto a todos los hombres, cuando se nos pide, como tambi�n se nos pide, que demos gracias por todos los hombres? Observar� de inmediato que la acci�n de gracias debe asumir la existencia de beneficio. Si he de dar gracias por todos los hombres, es evidente que debo conocer alguna manifestaci�n de bondad hacia todos, que pueda merecer justamente mi alabanza por ellos.

Pero si fuimos culpables de una exageraci�n al designar la oraci�n como un acto gigante, no caemos en una declaraci�n demasiado forzada si aplicamos tal ep�teto al agradecimiento a Dios por nuestra creaci�n. Consciente de las luchas dentro de m� de un principio que nunca podr� extinguirse, nunca podr� ser dominado por ning�n proceso de decadencia, sabiendo que el escenario actual, cualesquiera que sean sus preocupaciones o sus alegr�as, no es m�s que la primera etapa de una carrera ilimitada a lo largo de la cual Soy designado para pasar, �debo alabar a Dios por haberme dotado de existencia, a menos que tenga la seguridad de que no es imposible para m� asegurarme la felicidad a trav�s de la infinidad de mi ser? �Debo agradecer a Dios por la capacidad de ser miserable, indeciblemente miserable, a lo largo de innumerables edades? No puedo hacer esto.

No puedo alabar a Dios por la brillante luz del sol que debe iluminarme hasta el calabozo; No puedo alabar a Dios por la brisa que debe llevarme al remolino; �No puedo alabar a Dios por la comida que debe alimentarme para el potro! La vida, la vida presente, ese latido �nico, ese latido solitario, �puedo alabar a Dios por esto, si debe llevarme inevitablemente a una esfera de miseria cuya circunferencia no se puede alcanzar, o dejarme a la deriva en un oc�ano de fuego sin un a la orilla, o entregarme a esa muerte misteriosa que consiste en el ser para siempre morir, esa maravillosa inmortalidad de ser restaurado tan r�pido como consumido y consumido tan r�pido como restaurado? Mejor, oh! infinitamente mejor para m� si nunca hubiera nacido, no puedo alabar a Dios por esto.

La creaci�n no puede ser m�s una bendici�n que la aniquilaci�n si no soy un hombre redimido; es esto, y solo esto, por lo que me pides que alabe a Dios. Si soy un hombre redimido, es posible que pueda ser salvo; si no soy un hombre redimido, entonces, en la medida en que se revela, es imposible. Por lo que sabemos de la Biblia, es imposible que se salve ning�n hombre por quien Cristo no muri�. �Y c�mo entonces puedo dar gracias a Dios por todos los hombres, a menos que crea que Cristo muri� por todos los hombres? �Lo alabar� por la creaci�n de otros aunque no pueda alabarlo por la m�a? �Barrer� las cuerdas del arpa y sacar� las melod�as de gratitud, porque Dios ha tratado as� a decenas de miles de mis semejantes? que si �l me hubiera tratado �de la misma manera, yo me habr�a puesto cilicio y me habr�a pasado todos los d�as en luto inconsolable? �No!

La creaci�n es una bendici�n si est� relacionada con la redenci�n, pero no se disocia de ella. Por lo tanto, como confiamos, les hemos mostrado suficientemente que la redenci�n universal de la humanidad se presupone cuando se nos pide orar por todos y cuando se nos pide que demos gracias por todos. Nuestros dos temas pueden, por tanto, considerarse suficientemente discutidos, y s�lo queda pedirle que se esfuerce por obedecer en su pr�ctica la exhortaci�n cuya propiedad le hemos mostrado. ( H. Melvill, BD )

Conocimiento de la verdad .

Salvaci�n al conocer la verdad

I. Es por el conocimiento de la verdad que los hombres se salvan. Observe que se hace hincapi� en el art�culo: es la verdad y no todas las verdades. Aunque es bueno saber la verdad sobre cualquier cosa, y no deber�amos estar satisfechos con aceptar una falsedad en ning�n punto, no todas las verdades nos salvar�n. No somos salvos al conocer una sola verdad teol�gica en la que elijamos pensar, porque hay algunas verdades teol�gicas que son comparativamente de menor valor.

No son vitales ni esenciales, y un hombre puede conocerlos y, sin embargo, no ser salvo. Es la verdad la que salva. Jesucristo es la verdad: todo el testimonio de Dios acerca de Cristo es la verdad. Este conocimiento de los grandes hechos que aqu� se llaman la verdad salva a los hombres, y notaremos su modo de operaci�n.

1. Muy a menudo comienza su trabajo en un hombre excit�ndolo, y as� lo salva del descuido. Quiz�s escuch� un serm�n, o ley� un tratado, o alg�n amigo cristiano le dirigi� una palabra pr�ctica, y descubri� lo suficiente para saber que �el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha cre�do en el Hijo de Dios. Dios." Eso lo asust�. �Dios est� enojado con los imp�os todos los d�as�, eso lo asombr�. No lo hab�a pensado, quiz�s no lo hab�a sabido, pero cuando lo supo, no pudo descansar m�s.

2. La verdad es �til para el hombre de otra manera: lo salva de los prejuicios. A menudo, cuando los hombres se despiertan para saber algo acerca de la ira de Dios, comienzan a zambullirse para descubrir diversos m�todos por los cuales pueden escapar de esa ira. Consultando, en primer lugar, consigo mismos, piensan que si se reforman, abandonan sus pecados m�s graves, y si pueden unirse a la gente religiosa, lo arreglar�n.

Han hecho todo lo que juzgaron correcto y atendido a todo lo que se les dijo, De repente, por la gracia de Dios, llegan al conocimiento de otra verdad, y es que por las obras de la ley no habr� carne justificada en la vista de Dios. Descubren que la salvaci�n no es por obras de la ley ni por ceremonias, y que si alguien est� bajo la ley, tambi�n est� bajo maldici�n.

3. Adem�s, a menudo sucede que el conocimiento de la verdad le sirve al hombre para otro prop�sito: lo salva de la desesperaci�n.

4. El conocimiento de la verdad muestra al hombre su necesidad personal de ser salvo.

5. El conocimiento de la verdad revela la expiaci�n por la cual somos salvos: el conocimiento de la verdad nos muestra cu�l es la fe por la cual la expiaci�n llega a estar disponible para nosotros: el conocimiento de la verdad nos ense�a que la fe es el acto simple de confiar, que no es una acci�n de la que el hombre pueda jactarse.

II. Un mero conocimiento te�rico o un �rido conocimiento doctrinal no sirve de nada. Debemos conocer la verdad de una manera muy diferente a esa. Entonces, �c�mo vamos a saberlo?

1. Bien, debemos conocerlo mediante un conocimiento creyente. No sabes nada a menos que creas que es as�.

2. Adem�s de esto, su conocimiento, si se convierte en conocimiento creyente, debe ser un conocimiento personal, una persuasi�n de que es verdadero en referencia a usted mismo.

3. Pero �ste debe ser un conocimiento poderoso, con lo que quiero decir que debe operar en y sobre su mente. A un hombre le dicen que su casa est� en llamas. Supongo que parado aqu� levant� un telegrama y dije: "Amigo m�o, �se llama fulano de tal?" "S�." "Bueno, tu casa est� en llamas". �l sabe el hecho, �no es as�? S�, pero se queda quieto. Ahora, mi impresi�n es acerca de ese buen hermano, que �l no conoce, porque no lo cree.

4. Este conocimiento, cuando se trata realmente de salvar el alma, es lo que llamamos conocimiento experimental, conocimiento adquirido seg�n la exhortaci�n del salmista, "Gustad y ved que el Se�or es bueno", adquirido por el gusto. Ahora voy a hacer dos inferencias que ser�n pr�cticas. El primero es este: con respecto a ustedes que buscan la salvaci�n. �No te muestra el texto que es muy posible que la raz�n por la que no has encontrado la salvaci�n sea porque no conoces la verdad? Por lo tanto, les ruego sinceramente a los muchos de ustedes, j�venes que no pueden descansar, que busquen diligentemente sus Biblias. La �ltima inferencia es para ti que deseas salvar a los pecadores. Debes presentarles la verdad cuando quieras llevarlos a Jesucristo. ( CH Spurgeon. )

Versículo 5

Un mediador entre Dios y el hombre.

La mediaci�n de Cristo

Todos reconocen que ha habido un Mediador en este mundo, excepto los jud�os y los paganos. Pero respetando la naturaleza precisa de la obra que ha emprendido y realizado, no ha habido ni siquiera en aquellos a quienes ha llegado el conocimiento de esta salvaci�n, concepciones claras, ni emociones correspondientes de gratitud y acci�n de gracias. Con qu� angustia contemplar�as el poder divino y el infinito, y dir�as: ��l no es un hombre como yo, para que yo le responda y nos unamos en juicio; ni hay hombre de d�a entre nosotros que nos ponga la mano a los dos �? �Con qu� angustia mirar�as a tu alrededor y preguntar�as por alguien que pueda y est� listo para rescatarte de la perdici�n? Pero ahora se te declara lo que, en tales circunstancias, buscar�as en el �ame.

I. �Qu� implica la idea de un mediador entre Dios y el hombre? El hecho de una mediaci�n entre un hombre y otro implica una dificultad que no es f�cil de conciliar. Esto est� igualmente impl�cito en el empleo de un gobierno para mediar entre otras dos naciones. Tales medidas nunca se adoptan en tiempos de paz y de amistad mutua. De nuestra actitud hacia Dios. El hecho de que haya un Mediador entre Dios y el hombre prueba indiscutiblemente que hay una alienaci�n que es sumamente dif�cil de conciliar.

II. La alienaci�n no implica criminalidad en las dos partes que, por tanto, entran en conflicto. Sobre este tema parece haberse obtenido un refr�n entre los hombres, que en los casos de alienaci�n hay transgresi�n en ambas partes en conflicto. �Ambos tienen la culpa� es una m�xima que ha prevalecido. Quiz�s sea importante mostrar la falacia del principio mismo contra el que estoy luchando aqu�.

A menudo se nos pregunta, con una confianza que casi equivale a la autoridad de la inspiraci�n: "�No crees que en todos los casos de alienaci�n hay culpa de ambas partes?" A esto respondemos: "No lo hacemos, no podemos creerlo". Si la pregunta sigue siendo presionada, le preguntamos a nuestro investigador: ��No sabes que hay una alienaci�n eterna entre las ovejas y los lobos; �Ha cometido alguna vez la oveja alguna agresi�n contra los lobos? " Todos hab�is o�do hablar de la guerra que se libra entre los �ngeles que guardaron su primer estado y los esp�ritus que se han rebelado contra Dios.

�Y no se debe suponer que en esta controversia los �ngeles, que siempre han sido sin mancha a los ojos de Jehov�, estaban libres de la imputaci�n de culpa? Este principio se aplica de manera preeminente a Jehov�. �De qu� mal, con respecto a nosotros, ha sido culpable alguna vez? �Qui�n, entre los que en el pasado lo han acusado de da�o o injusticia, ha podido sostenerlo? �Que nadie diga, cuando es tentado, yo soy tentado por Dios�, etc.

Los objetos que nos rodean nunca fueron creados ni dise�ados para ser la causa de nuestras transgresiones. Nuestros pecados no son el resultado del ejemplo de esas personas o circunstancias que Dios ha puesto a nuestro alrededor. Son el fruto de nuestro propio coraz�n. Hay una alienaci�n de �l en los hijos de los hombres, y las causas de esta alienaci�n no son mutuas: la criminalidad est� totalmente con nosotros.

III. Pero, �qui�n es el adecuado para realizar la labor de mediaci�n? En los asuntos humanos hay muchos individuos igualmente competentes para resolver una dificultad y eliminar las causas de alienaci�n que existen entre un hombre y su pr�jimo. Y en una gran parte de los casos que ocurren, cualquier individuo de una multitud que pueda ser mencionado est� tan bien calificado para emprender el trabajo como cualquier otro individuo que pueda ser seleccionado.

No es as� en la obra de redenci�n humana. Aqu� hay un solo Ser en el universo que es competente para ser un Hombre de los D�as, un Mediador entre Jehov� y Sus s�bditos ofensores ( Isa�as 63: 5 ).

IV.Preguntar por qu� ning�n otro ser, excepto Cristo, est� calificado para esta obra. Y aqu� debo confesar francamente que por mi propia raz�n, sin ayuda, soy incompetente para decirlo. Y me doy cuenta de que si la familia del hombre se hubiera quedado para determinar por sus propios poderes intelectuales qu� Mediador se adapta a sus circunstancias, ninguno de ellos habr�a podido descubrir la verdad. Su agon�a por la reconciliaci�n estall� en la conmovedora pregunta: ��Con qu� me presentar� ante el Se�or y me postrar� ante el Dios Alt�simo? �Me presentar� ante �l con holocaustos y becerros de un a�o? �Se agradar� el Se�or con miles de carneros o con diez mil r�os de aceite? �Dar� mi primog�nito por mi rebeli�n? el fruto de mi cuerpo por el pecado de mi alma? Vayamos a las Escrituras para averiguar qu� es Cristo;

V. �Cu�les son, entonces, los aspectos en los que se diferencia de todos los dem�s seres? Debe recordarse aqu� que en ciertos aspectos �l es Dios. Me refiero aqu� a Su naturaleza original. De �l, Juan en su Evangelio dice: "En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios". Tampoco era solo Dios. En algunos aspectos, se diferenciaba en su oficio de mediador del Padre. Asumi� en conexi�n inmediata consigo mismo un cuerpo humano y un alma racional.

Esto se hizo de acuerdo con los profetas. Isa�as en visi�n prof�tica declar�: �Nos ha nacido un ni�o�, etc. Estas expresiones muestran la uni�n de la divinidad con la humanidad en nuestro Se�or Jesucristo, e indican su maravillosa adaptaci�n a la obra de redimir a los hombres de sus pecados y reconciliarlos con Dios. Entonces, �se nos pregunta en qu� se diferencia Cristo de todos los dem�s seres? �Se exige en qu� se diferencia del Padre? Respondemos a�adiendo a Su propia naturaleza gloriosa todos los poderes y facultades del hombre.

�l es divino y humano a la vez. �Se vuelve a exigir en qu� se diferencia de los hombres? Respondo: es humano y divino. En estos aspectos, �l es completamente diferente de cualquier otro ser del universo. Y vistos en esta actitud, podemos asombrarnos y decir en el lenguaje del profeta: "�No hay nadie como t�, oh Dios!" Habiendo aprendido ahora de las Escrituras las calificaciones de Aquel que se comprometi� a ser el Mediador por nosotros, podemos ver Sus maravillosas adaptaciones a la obra que ha emprendido.

La salvaci�n humana requiere un conocimiento completo de todas las necesidades, perplejidades y tentaciones del hombre. A este respecto, un Mediador como Aquel que se ha hecho carne se adapta maravillosamente a nuestra condici�n. No se comprometi� a ayudar a los �ngeles. La obra de la salvaci�n humana tambi�n requiere un conocimiento profundo de todas las causas y un control completo de todos los seres que tienen poder para avanzar o retrasarla.

�Y qu� ojos, salvo los que corren de un lado a otro por el universo, son competentes para ver todas las necesidades, todas las exposiciones y todos los medios de alivio que pertenecen a la condici�n del hombre arruinado? �Qu� manos, excepto las que formaron el universo, son competentes para dirigir todas las influencias de los mundos material y espiritual de tal manera que sirvan al bienestar de su pueblo y los hagan conspirar juntos para la promoci�n de su salvaci�n? �Qu� otra Presencia, excepto la que impregna el universo, puede ser coextensiva con todas las necesidades de Su pueblo que habita en todas las partes de la tierra, que le pide ayuda a todas las horas del d�a y de la noche? conocimiento, pero lo que trasciende toda limitaci�n, y es estrictamente infinito, puede ser adecuado para un conocimiento de la condici�n, los pensamientos, las emociones,

Y qu� memoria, salvo aquella a la que todas las cosas pasadas, presentes y futuras son igualmente conocidas, es capaz de reunir todos los detalles del pensamiento, del sentimiento y de la acci�n, que constituyen la vida de un ser humano; y pesar con precisi�n en la balanza el oro y la escoria de su car�cter; y no solo esto, �sino extender el proceso a todos los hijos de los hombres, a todos los ap�statas y a todos los santos �ngeles? Sin embargo, todo este conocimiento debe ser pose�do por el Hijo del Hombre; y todos los poderes a los que nos hemos referido deben ser pose�dos por Aquel que emprende la obra de Mediador entre Dios y el hombre.

Este trabajo ha sido com�nmente considerado y ense�ado bajo tres encabezados separados. El primero es Su oficio de Profeta. Mois�s se refiri� a esta parte de Su obra cuando dijo: �Un profeta os levantar� el Se�or vuestro Dios de entre vuestros hermanos, como yo. A �l oir�is en todas las cosas, todo lo que os diga �. En este oficio le correspond�a revelar el car�cter, la ley y el evangelio de Dios a los hijos de los hombres, y hacer que se les escribiera y se les predicara.

Tambi�n pertenec�a a Su obra para abrir el entendimiento de Su pueblo, para que pudieran conocer la excelencia del Padre y de Su Hijo Jesucristo. El siguiente particular en el trabajo de un Mediador es el de un Sacerdote. �l era un sacerdote, no de acuerdo con el orden de Aar�n, sino de Melquisedec. Como en la historia mosaica ning�n sacerdote es nombrado predecesor de Melquisedec, as� en la redenci�n humana no hay otro sacerdote sino Jesucristo.

Y en este sacerdocio, su obra difer�a mucho de la de otros sacerdotes. Primero ofrecieron sacrificios por sus propios pecados y luego por los del pueblo; pero no tuvo ocasi�n de ofrecer sacrificios por s� mismo. "�l era santo, inofensivo, sin mancha y apartado de los pecadores". �l es capaz de salvar perpetuamente a los que se acercan a Dios por medio de �l, ya que vive para siempre para interceder por ellos.

Un tercer particular en este trabajo es Su oficio como Gobernante y Defensor del pueblo de Dios. A esto se le llama Su oficio real. A este respecto, el ap�stol declara que Dios �puso todas las cosas debajo de sus pies, y le dio por Cabeza de todas las cosas a la Iglesia� ( Efesios 1:22 ). Tal es el Mediador entre un mundo arruinado y el Santo de Israel.

Un Mediador en algunos aspectos Divino, en otros aspectos humano. Un Mediador que en las Escrituras a veces se denomina Dios, otras veces se le llama Hombre. Un Mediador que es apartado por Jehov� mismo para ser el Profeta, el Sacerdote y el Rey de vuestras almas; un Mediador a quien, si aceptas, en quien, si te apoyas, en quien, si encomiendas tus intereses inmortales, estar�s todav�a en el monte de Sion con c�nticos y gozo eterno.

Este tema nos pide en voz alta que admiremos la sabidur�a y la bondad de Dios. �Qu� pudo haber visto en nosotros o en cualquiera de nuestra depravada raza que lo indujo a conferirnos un favor tan inmenso como este? Todo, no vio nada m�s que maldad en nuestros corazones, nada m�s que vicio en nuestras obras. No fue debido a ninguna justicia en nosotros, sino a Su misericordia, lo que nos salv�. El tema nos invita a considerar cu�l habr�a sido nuestra condici�n si Jes�s no se hubiera comprometido a ser Mediador entre Dios y el hombre. ( J. pies, DD )

El �nico mediador

�Bueno es para m�, dijo el salmista, �acercarme a Dios�. Es la idea de toda religi�n verdadera que puede ser nada m�s que bueno acercarse a Dios - cuanto m�s cerca, mejor; que el que se acerca a �l encuentra la paz, la bendici�n, la satisfacci�n de todas las necesidades; que lejos de �l hay tinieblas y malestar. Pero, �por qu� tener un Mediador? �Por qu� alguien se interpone entre usted y Dios, en lugar de ir directamente a �l y tratar con �l sin ning�n Mediador? Simplemente porque nuestra naturaleza necesita al Mediador.

No podemos comprender los misterios de Dios, que sobrepasan nuestro entendimiento. De los l�mites de nuestra capacidad, y de la infinitud de Dios, surge la necesidad de Aquel que se interpondr� entre �l y nosotros, revelando lo Infinito a lo finito, lo Divino a lo humano. Y al que hace esto se le llama aqu� enf�ticamente �Jesucristo hombre�; "Porque �qu� hombre sabe las cosas del hombre, sino el esp�ritu del hombre que est� en �l?" Y as�, para que podamos entender la vida y el car�cter de Dios, deben sernos revelados por un hombre; por uno en forma humana, y viviendo en condiciones humanas.

S�lo as� se puede llegar a un conocimiento real de cualquier persona. Debes aprender su car�cter. �Es duro o tierno? generoso o estrecho; sabio o tonto? Por tanto, su �nico conocimiento verdadero del Dios viviente debe ser un conocimiento de Su car�cter, de Su vida, de Sus caminos. Y como estos, la vida, el car�cter, los caminos del Dios infinito y eterno est�n muy por encima, fuera de la vista humana, deben ser acercados lo suficiente para que los veamos, revelados por un Mediador que es �l mismo un hombre, el hombre Jesucristo.

Un Dios as� revelado podemos conocerlo, podemos comprenderlo. �sta es la idea de la mediaci�n de Cristo; la revelaci�n de lo que de otro modo ser�a desconocido e incognoscible en Dios; para que nosotros, viendo Su rostro y entendiendo Su car�cter, perdamos la ignorancia que est� llena de tinieblas, y el temor que est� lleno de tormentos, y podamos acercarnos a �l con coraz�n sincero y con la plena certeza de la fe. El final fue la perfecci�n espiritual; la Iglesia no era m�s que un medio, y s�lo era �til en la medida en que serv�a al fin, y estaba sujeta a cambios que pudieran hacerla servir mejor al fin.

Pero la creencia, en la que muchas personas parecen encontrar el alimento esencial de su vida espiritual, es completamente diferente a �sta. Para ellos, la Iglesia es todo en todo, mientras que Cristo se aleja; y donde la Iglesia no est�, �l no est� ni puede estar. No niegan que �l es la fuente original de la vida cristiana y todas sus bendiciones; pero a esta verdad a�aden el error de que estas bendiciones pueden llegar al alma individual s�lo a trav�s de un canal de sacramentos y ministerios.

Interponen as� entre Dios y el hombre una cierta mediaci�n de la Iglesia, aparte de la cual no reconocen en absoluto ninguna realidad de la vida cristiana, atravesando as� el Lugar Sant�simo un velo tan denso como el que se rasg� en dos el d�a. de la crucifixi�n. Est� alerta, no sea que aprenda a considerar alg�n sistema o criatura como poseedor del derecho de interponerse entre usted y su propio Se�or y maestro; o que tiene el poder de agregar o quitar de lo que �l ha hecho, y est� haciendo, por ti como el �nico Mediador entre t� y Dios.

Ahora, puede ver otro ejemplo de la tendencia. Hablo de - para sustituir la mediaci�n de Cristo por una mediaci�n inferior, en la idea que muchos tienen (especialmente las personas en las que el sentimiento es m�s fuerte que la raz�n) sobre las relaciones que deben existir entre ellos y los que ocupan la posici�n de su gu�as e instructores espirituales, y cuyo deber es, como tal, guiarlos e instruirlos.

Hay un fuerte deseo en todas las mentes, y particularmente en las mentes de esa clase, de simpat�a donde los sentimientos est�n profundamente conmovidos, de consejo donde est�n involucrados los intereses m�s altos; y tambi�n hay una fuerte inclinaci�n a depender y a ser partidario de aquellos con quienes se encuentra esa simpat�a y ese consejo. La simpat�a es buena; pero es peligroso cuando, para evocarlo o asegurarlo, desentra�as los secretos del alma, y ??tienes que relatar, incluso al o�do m�s amable y justo, las pruebas y dificultades que encuentras acosando tu vida interior.

Un director, gu�a o consejero humano est� a salvo, no porque ocupe un cargo determinado y sea ordenado a un ministerio determinado; pero cuando su car�cter es tal, sabes por el instinto del esp�ritu que hay en �l la mente de Cristo, y que la comuni�n con �l es comuni�n con alguien que est� cerca del Maestro y que te ayudar� a acercarte. A menos que sea as�, no puede hacer nada por ti; no puede acercarte m�s a Cristo, solo puede interponerse entre Cristo y t�.

Ahora, en estos casos (y podr�an mencionarse m�s) vemos la �nica tendencia, alejar a Cristo y poner algo propio, una iglesia, un sistema, un sacramento, un sacerdote, un maestro, en el lugar del Mediador; para que se nos oscurezca la verdad de que la vida de cada alma humana est� envuelta en su comuni�n directa con su Dios, mediante la fe en Dios como Cristo lo revel�, y el servicio a Dios seg�n el modelo de la vida divina de Cristo. ( Piso RH, DD )

Cristo Jes�s el Mediador

I. La necesidad de un mediador. Pero existen dificultades: un gran abismo que separa a Dios y al hombre. No puede cruzar hacia nosotros; no podemos cruzar a �l. Su santidad es un obst�culo. "M�s limpio es de ojos para contemplar el mal". Culpables y contaminados como somos, no podemos acercarnos a ese Ser Santo sin ser consumidos de inmediato como lo fueron Cor� y sus compa�eros. Inmediatamente vemos la necesidad de un mediador.

Su justicia es otro obst�culo. "La justicia y el juicio son la habitaci�n de su trono". Mantener el honor y la dignidad de su gobierno fue otro obst�culo. El gran Legislador del cielo ha promulgado una ley que establece que el pecado debe ser castigado, que la muerte debe ser la pena de la desobediencia. Para que la paz en la tierra y la gloria de Dios armonicen, debe haber un mediador. Por eso hemos notado la necesidad de un mediador por parte de Jehov�.

El mediador es igualmente necesario por parte del hombre. El hombre necesitaba a Uno que descendiera a las profundidades de la ruina, pusiera debajo de �l los brazos del amor omnipotente y lo levantara, uno que pudiera entrar en su mazmorra, quitarse las cadenas y abrir la puerta de la prisi�n para su liberaci�n. -Aquel que puede revelar al Alt�simo como un Dios de misericordia, compasi�n y amor, anhelando al hijo pr�digo errante y esperando ansiosamente la primera visi�n de un penitente tembloroso que regresa a casa.

II. Cristo Jes�s mediante �la combinaci�n de las dos naturalezas se adapta para actuar como mediador.

1. Es igual a Dios; �l es "el Dios fuerte".

2. Conoce la mente de Dios.

Cristo, siendo humano, posee tres cualidades para actuar como mediador:

1. Una afinidad con nuestra naturaleza.

2. Una simpat�a por nuestras debilidades.

3. Inter�s por nuestra causa.

De este tema aprendemos:

1. Admirar la sabidur�a de Dios al proporcionar tal mediador.

2. El amor de Cristo al ocupar tal posici�n.

3. La locura de los pecadores al rechazar a este mediador. ( I. Watkins. )

El mediador del pacto, descrito en Su persona, naturaleza y oficios.

La comuni�n con Dios es nuestra �nica felicidad; es el mism�simo cielo del cielo, y es el principio del cielo aqu� en la tierra. El �nico fundamento de esta comuni�n es el pacto de gracia; y es la gran excelencia de este pacto de gracia, que se establece en tal mediador, Jesucristo.

I. La �nica forma de trato amistoso entre Dios y el hombre. Es a trav�s de un mediador; eso est� impl�cito. Si el hombre en estado de inocencia necesitaba un mediador, se discute entre personas instruidas y sobrias; pero en su estado caduco, esta necesidad es reconocida por todos. Dios no puede ahora mirar a los hombres como un mediador, sino como rebeldes, traidores, como objetos aptos para su ira vengativa; ni los hombres pueden ahora mirar a Dios sino como una majestad provocada, un juez enojado, un fuego consumidor.

II. El �nico mediador entre Dios y los hombres. "Un mediador", es decir, pero uno. Algunos reconocen un mediador de reconciliaci�n, pero compiten por muchos de intercesi�n. Entonces, se dice aqu� que Cristo es "un mediador", es decir, uno. Este mediador se describe aqu� en parte por Su naturaleza: "el Hombre"; y en parte por Sus nombres: "Cristo Jes�s".

1. Su naturaleza: el hombre �; es decir, "Ese hombre eminente", as� que algunos; �El que se hizo hombre�, otros. "�Pero por qu� se menciona a este mediador solo de esta naturaleza?"

(1) Negativamente: no en forma de disminuci�n, como si �l no fuera Dios tan bien como hombre, como los arrianos argumentan a partir de esta Escritura; ni como si la ejecuci�n de su mediaci�n fuera �nica o principalmente en su naturaleza humana, como algunos afirman.

(2) Positivamente: para probar que Jesucristo era el verdadero Mes�as que los profetas predijeron, los padres esperaban, y que en esa naturaleza hab�a sido prometido con tanta frecuencia: como en el primer evangelio que jam�s se predic� ( G�nesis 3:15 ), Se le promete como la Simiente de la mujer.

2. Sus nombres: "Cristo Jes�s". Jes�s, este era Su nombre propio; Cristo, este era Su nombre apelativo. Jes�s: eso denota el trabajo y los negocios por los que vino al mundo. Cristo: que denota los diversos oficios, en cuyo ejercicio ejecuta esta obra de salvaci�n.

III. Que ya no hay otra forma de comuni�n amistosa entre Dios y el hombre, sino a trav�s de un mediador. Y, en verdad, considerando lo que es Dios y con todo lo que es el hombre; cu�n enormemente desproporcionadas, cu�n indeciblemente inadecuadas son nuestras mismas naturalezas para la Suya; �C�mo es posible que haya una dulce comuni�n entre ellos, que no s�lo son tan infinitamente distantes, sino tan extremadamente contrarios? Dios es santo, pero somos pecadores.

En una palabra: �l una majestad infinita e incomprensiblemente gloriosa, y nosotros, pobres polvo y cenizas pecadores, que nos hemos hundido y degradado por el pecado por debajo de la m�s mezquina de las criaturas, y nos hemos convertido en la carga de toda la creaci�n. Si alguna vez Dios se reconcilia con nosotros, debe ser a trav�s de un mediador; debido a esa indispensable necesidad de satisfacci�n y nuestra incapacidad para lograrla ( Romanos 8: 7 ). Si alguna vez nos reconciliamos con Dios, debe ser a trav�s de un mediador; por esa enemistad radicada que hay en nuestra naturaleza hacia todo lo de Dios, y nuestra impotencia hacia �l.

IV. Que no hay otro mediador entre Dios y el hombre, sino Jesucristo. �Y un mediador�; eso es, pero uno. Y, de hecho, no hay nadie m�s apto para una obra tan elevada como esta, sino solo �l.

1. La singular idoneidad de Su persona para este eminente empleo. Interponerse como mediador entre Dios y los hombres era un empleo por encima de la capacidad de los hombres, los �ngeles o cualquier otra criatura; pero Jesucristo, con respecto a la dignidad de Su persona, estaba en todas las formas adecuadas para esta obra. Lo que puede tomar en estos cuatro detalles.

(1) Que �l era verdaderamente Dios, igual al Padre, de la misma naturaleza y sustancia. Para una mayor confirmaci�n, tome estos argumentos:

(a) Aquel a quien la Escritura honra con todos esos nombres que son peculiares de Dios, debe ser Dios. Que Cristo tiene estos nombres atribuidos a �l se desprende de estos casos: �l no solo es llamado Dios - �el Verbo era Dios� ( Juan 1: 1 ).

(b) Aquel en quien se encuentran esas perfecciones elevadas y eminentes, esos atributos gloriosos, de los cuales ninguna criatura es capaz, debe ser m�s que una criatura y, en consecuencia, Dios.

(2) As� como �l es verdaderamente Dios, as� es �l un hombre completo y perfecto; tener no solo un cuerpo humano, sino un alma racional; y en todas las cosas era como nosotros, con la �nica excepci�n del pecado. Que ten�a un cuerpo real, no imaginario, aparece en toda la historia del evangelio.

(3) �l es Dios y hombre en una sola persona.

V. La singular idoneidad de cristo para esta obra de mediaci�n surge de ser Dios-hombre en dos naturalezas, unidas en una sola persona sin confusi�n ni transmutaci�n.

1. Si no hubiera sido verdaderamente Dios, habr�a sido una persona demasiado mezquina para un empleo tan elevado. Era Dios el que se hab�a ofendido, una Majestad infinita que hab�a sido despreciada; por tanto, la persona que interviene debe tener cierta igualdad con aqu�l a quien se interpone. Si toda la sociedad de �ngeles perseverantes se hubiera interpuesto en favor del hombre, habr�a tenido poco prop�sito; un solo Cristo era infinitamente m�s que todos, y eso porque �l era verdaderamente Dios.

2. Si no hubiera sido completamente hombre, no habr�a sido capaz de realizar esa condici�n indispensable y necesaria, con la cual Dios estaba dispuesto a reconciliarse; es decir, la satisfacci�n de esa justa sentencia que Dios hab�a pronunciado: �El d�a que de �l comieres, ciertamente morir�s� ( G�nesis 2:17 ).

3. Si no hubiera sido Dios y hombre en una sola persona, los sufrimientos de su naturaleza humana no podr�an haber derivado ese valor infinito de la naturaleza divina. No podr�amos haber llamado a Su sangre "la sangre de Dios", como se la llama ( Hechos 20:28 ): no habr�a sido m�s que la sangre de una criatura y, en consecuencia, tan inaccesible como la sangre de toros, etc.

( Hebreos 9:12 ; Hebreos 10: 4 ).

4. Si no hubiera sido Dios-hombre sin confusi�n de naturalezas, Su Deidad podr�a haber hecho avanzar Su humanidad por encima de la capacidad de sufrimiento; o Su humanidad podr�a haber degradado a Su Deidad por debajo de la capacidad de merecimiento, que es nada menos que una blasfemia de imaginar. Y esta es la primera raz�n, la singular idoneidad de Cristo para esta obra, por la dignidad de su persona. La idoneidad singular de Cristo para este empleo con respecto a la idoneidad de sus oficios. Hay una miseria triple sobre todos los hombres, o una barrera triple para la comuni�n con Dios.

(1) La culpa de sus pecados, que ellos mismos nunca pueden expiar o satisfacer.

(2) La ceguera de sus mentes, cuya curaci�n es demasiado dif�cil para cualquier criatura-m�dico.

(3) Su esclavitud y cautiverio al pecado y Satan�s, que son enemigos demasiado fuertes para que el hombre los enfrente. Adecuadamente a estas tres grandes necesidades, Jesucristo es ungido por Dios para un cargo triple, de sacerdote, profeta, rey: el primero de los cuales ejerce en nuestro nombre para Dios, y los dos �ltimos de Dios para nosotros.

(a) El oficio sacerdotal de Cristo es el gran, el �nico alivio que tenemos contra la culpa del pecado. La obra del sacerdocio consist�a, seg�n la ley, principalmente en estas dos partes.

(1) Satisfacci�n por los pecados del pueblo ( Lev�tico 4: 15-19 , etc.).

(2) Intercesi�n a Dios a favor de ellos ( Lev�tico 16: 15-17 ). Ambos que fueron verificados en Cristo nuestro gran Sumo Sacerdote ( Hebreos 4:14 ). Su satisfacci�n al saldar las deudas que Su pueblo hab�a contra�do con la Justicia Divina hasta el �ltimo centavo.

(3) Su intercesi�n; esta es la otra parte de Su oficio sacerdotal. Su satisfacci�n - que se realiz� en la tierra; Su intercesi�n se realiza principalmente en el cielo. Con el primero compr� el perd�n y la reconciliaci�n ( 2 Corintios 5:19 , comparado con el vers�culo 21), con el segundo �l aplica los beneficios que ha comprado.

(b) El oficio prof�tico de Cristo es el gran, el �nico alivio que tenemos contra la ceguera y la ignorancia de nuestras mentes. �l es ese gran Profeta de Su Iglesia que Mois�s predijo, los jud�os esperaban y todos los hombres necesitaban ( Deuteronomio 18:15 ; Juan 1: 24-25 ; Juan 1:45 ; Juan 6:14 ); ese Sol de Justicia, que con Sus gloriosos rayos disipa esas brumas de ignorancia y error que oscurecen las mentes de los hombres; y por lo tanto se denomina, a modo de eminencia, "esa Luz" ( Juan 1: 8 ), y "la Luz verdadera" ( Juan 1: 9). La ejecuci�n de este oficio prof�tico es, en parte, al revelar tanto de la voluntad de Dios como era necesario para nuestra salvaci�n; en parte, haciendo que esas revelaciones sean poderosas y efectivas.

(1) Al revelar la voluntad de Dios.

(2) Al iluminar eficazmente las almas de su pueblo. Al hacer que los ciegos vean, y hacer que los que una vez fueron tinieblas sean �luz en el Se�or ( Efesios 5: 8 ). As� �l instruye por Su palabra y por Su Esp�ritu ( 1 Pedro 1:12 ).

(c) El oficio real de Cristo es el gran, el �nico alivio que tenemos contra nuestra esclavitud al pecado y a Satan�s. Aquel a quien �toda potestad es dada en el cielo y en la tierra� ( Mateo 28:18 ). ( W. Whitaker, MA )

Cristo Jes�s el �nico Mediador entre Dios y los hombres

I. Que Dios ha designado un solo mediador, abogado o intercesor en el cielo para nosotros, en cuyo nombre y por cuya intercesi�n debemos ofrecer todas nuestras oraciones y servicios a Dios. Adem�s de que se dice expresamente aqu� en el texto, "hay un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre", y que la Escritura en ninguna parte menciona a otro: digo, adem�s de esto, estamos constantemente dirigidos a ofrecer nuestro oraciones y acciones de gracias, y realizar todos los actos de adoraci�n en Su nombre y ning�n otro; y con la promesa de que las oraciones y los servicios que ofrecemos en Su nombre ser�n amablemente contestados y aceptados ( Juan 14: 13-14 ; Juan 16: 23-24 ).

San Pablo tambi�n ordena a los cristianos que realicen todos los actos de culto religioso en el nombre de Cristo ( Colosenses 3: 16-17 ). Y de hecho, considerando la frecuencia con la que la Escritura habla de Cristo como "nuestro �nico camino a Dios, y por quien solo tenemos acceso al trono de la gracia", no podemos dudar de que Dios lo ha constituido en nuestro �nico mediador e intercesor, por quien debemos dirigir todas nuestras peticiones a Dios ( Juan 14: 6 ; Efesios 2:18 ).

Y no tenemos necesidad de ning�n otro, como razona el ap�stol de los Hebreos ( Hebreos 7: 24-25 ). �Pero esta persona (hablando de Cristo), porque permanece para siempre, tiene un sacerdocio inmutable�, �ya ??que permanece para siempre, puede salvar perpetuamente a todos los que por �l se acercan a Dios, viendo que vive para hacer intercesi�n por nosotros ".

II. Procedo a mostrar que esta doctrina o principio de un mediador entre Dios y el hombre, es muy agradable para un fin y dise�o principal de la religi�n cristiana, y de la venida de nuestro salvador al mundo, que fue para destruir la idolatr�a del mundo; que San Juan llama "las obras del diablo" ( 1 Juan 3: 8 ).

III. Asimismo, es evidente por la naturaleza y la raz�n de la cosa misma, que hay un solo mediador e intercesor en el cielo, que ofrece nuestras oraciones a Dios, y que no puede haber m�s. Porque bajo el evangelio hay un solo sumo sacerdote, y un solo sacrificio ofrecido una vez por el pecado; y la intercesi�n por los pecadores, fundada en el m�rito y la virtud del sacrificio, mediante el cual se hace la expiaci�n por el pecado, no puede haber otro mediador de intercesi�n, sino Aquel que ha hecho expiaci�n por el pecado, mediante un sacrificio ofrecido a Dios con ese prop�sito. ; y esto solo lo ha hecho Jesucristo.

�l es nuestro sumo sacerdote y nuestro sacrificio; y, por lo tanto, solo �l, en el m�rito y la virtud de ese sacrificio que ofreci� en la tierra, puede interceder en el cielo por nosotros y ofrecer nuestras oraciones a Dios. ( J. Tillotson, DD )

Solo un mediador

Dora Greenwell parec�a ser una especie de naturaleza dual religiosamente. Por un lado, por as� decirlo, era la Alta Iglesia al borde del Romanismo; por el otro, un protestante evang�lico sincero y sencillo. �Por mucho�, dijo, �puedo apreciar el valor de las grandes ideas cat�licas ... Cuando me arrodillo para orar, soy protestante; con Cristo solo entre Dios y yo, y entre Cristo y yo, la fe ". ( Domingo en casa. )

La expiaci�n

I. La necesidad de un mediador est� claramente impl�cita. Cristo es un verdadero mediador, porque mezcla dos naturalezas en la suya, la divina y la humana. Cuando un hombre est� en un pozo horrible, una cuerda que cuelga sobre �l ser�a una burla si estuviera lejos de su alcance; y una escalera colocada en la arcilla fangosa a su lado ser�a igualmente in�til, si el suelo de arriba estuviera a una distancia inalcanzable de su pelda�o m�s alto.

El �nico medio de comunicaci�n que puede traerle la salvaci�n debe llegar a la llanura iluminada por el sol sobre �l y, sin embargo, estar a su alcance. Lo mismo ocurre con el "un mediador". Como Dios-hombre, �l reina en las alturas, pero alcanza lo m�s bajo, y como Hijo del hombre en lugar de Hijo de David o Hijo de Abraham, toca a todo hombre, sea cual sea su raza o condici�n.

II. La esencia de la expiaci�n aparece en la declaraci�n de que �l, el mediador, Cristo Jes�s, "se dio a s� mismo en rescate por todos". La idea de sustituci�n, por poco que se recomiende al juicio de algunos que a menudo la han considerado de manera muy imperfecta, est� incuestionablemente involucrada en esto. La palabra griega traducida aqu� como "rescate" significa el precio de redenci�n pagado por la liberaci�n de un esclavo o cautivo, y cuando Jes�s "se dio a s� mismo" (no dinero ni poder) como rescate por todos, fue como alguien que toma el lugar de un prisionero para que el prisionero quede libre.

Si el cautivo rechaza la libertad, muere, pero el amor de su posible libertador no lo es menos. La mayor�a de los que han rechazado esta gran doctrina lo han hecho porque les han insistido en una sola fase, como si eso fuera en s� mismo un relato completo y satisfactorio de un misterio profundo. A veces se ha hablado de la expiaci�n como una especie de transacci�n legal, que no tiene relaci�n esencial con el car�cter moral, que procurar� la absoluci�n del pecador en el tribunal del juicio sin liberarlo de la usurpaci�n del pecado.

1. El lado de la expiaci�n hacia Dios es tan importante como misterioso, pero no se debe insistir en �l por as� decirlo. La Escritura afirma una y otra vez en tipos y textos que es en virtud de la muerte de Cristo que Dios puede perdonar con justicia; que si no fuera por Su sacrificio el amor Divino no podr�a alcanzarnos; que por �l se dio satisfacci�n a la ley de Dios, y que el perd�n no era, ni pod�a ser, un simple acto de gracia.

Estas declaraciones est�n m�s all� de toda prueba. Se refieren a una esfera de la existencia de la que no sabemos absolutamente nada excepto lo que se revela en las Escrituras. Tienen que ver con las relaciones entre el Padre Eterno y el Hijo Unig�nito, de las que los m�s sabios ignoramos profundamente. No entendemos c�mo la ley del Padre requiri� el sacrificio del Hijo, ni c�mo la muerte del Dios-hombre afect� el prop�sito del Padre; pero, �debemos decir, por tanto, que no hay conexi�n entre ellos? �Es ese el �nico misterio en la vida? �Qu� sabes de tu propia existencia en sus relaciones m�s profundas? Sin embargo, ha sido un error frecuente y grave de la teolog�a popular insistir en este aspecto de la expiaci�n solo como si contuviera toda la verdad. Pero tambi�n debemos recordar que el hecho de que Cristo se dio a s� mismo como rescate por todos ten�a la intenci�n de tener su influencia en los corazones humanos. Esto nos lleva a contemplar:

2. El lado masculino de la expiaci�n. La Cruz del Calvario asegur� al mundo que el amor Divino, incluso por los pecadores, era capaz de la m�xima abnegaci�n, lo que ense�� a muchos a decir: "Lo amamos porque �l nos am� primero". Pero hay otra fase m�s de la obra expiatoria de Cristo que no debe perderse de vista. Hemos visto que reivindicaba la ley divina y revelaba el amor divino para tocar los corazones de quienes la ve�an, pero tambi�n ten�a la intenci�n de ejercer una influencia �tica sobre los hombres.

3. El poder moral de la expiaci�n. Muchos se burlan de los que profesan ser cristianos como hombres que se persuaden a s� mismos de que han sido liberados del castigo del pecado, pero que no muestran ning�n signo de haber sido redimidos de su poder. Pero el amor que Dios pide y exige el sacrificio del Calvario es realmente un afecto fuerte y activo; de hecho, se nos dice que "el amor es el cumplimiento de la ley".

III. La propagaci�n de esta verdad fundamental por el mundo depender� del testimonio. Pablo dice que �l mismo fue un testigo vivo de ello. Este tambi�n es nuestro deber. Puede ser que no tengamos dones notables como los de Pablo, pero podemos revelar a otros el poder de Cristo para salvar del pecado, si tan solo nosotros mismos experimentamos ese poder. ( A. Rowland, LL. B. )

Jesucristo, el �nico mediador entre Dios y el hombre

Antes de entrar en la discusi�n de nuestro texto, quisi�ramos ofrecer algunas observaciones sobre el significado preciso del t�rmino �mediador� en este pasaje. Ahora bien, por la palabra �mediador�, en su sentido general, entendemos al que se interpone entre dos partes, ya sea para obtener alg�n favor de una a la otra, o para ajustar y compensar alguna diferencia entre ellas. Pero tal mediaci�n puede ser voluntaria o autorizada, asumida o encargada.

Mois�s fue un mediador en el sentido anterior, cuando se mostr� a sus hermanos �cuando ellos luchaban, y quer�an volverlos uno a uno� ( Hechos 7:26 ). Su injerencia fue rechazada, cuando el que hizo mal a su pr�jimo lo ech�, diciendo: �Qui�n te ha puesto por gobernante o juez sobre nosotros? No es de tal mediador de lo que habla el texto.

No es presunci�n, no es una buena intenci�n no autorizada en Cristo cuando �l media. Pero, de nuevo: el significado del t�rmino se modifica por la condici�n relativa de las partes que deben reunirse. Estos pueden ser iguales; y luego cada uno tiene el privilegio de encomendar su propia parte en el asunto en cuesti�n al cuidado del �rbitro com�n. Un mediador, en tales circunstancias, se convierte en �rbitro, juez, �rbitro, a quien se compromete el inter�s de cada parte y por cuya decisi�n cada parte est� obligada.

Pero esto no se corresponde con la idea de la mediaci�n de Cristo. Otra noci�n de mediador es la de alguien que se interpone entre desiguales: uno que ha sido designado por un superior, que tiene derecho a hacer sus propios t�rminos con un inferior infractor y a delegar en quien considere conveniente la regulaci�n de la ley. la manera en que se llevar� a cabo la relaci�n sexual entre �l y aquellos con quienes est� dispuesto a comunicarse.

Mois�s, cuando Dios lo llam� a la direcci�n de Israel, es un ejemplo de esta mediaci�n autorizada entre desiguales; y, como tal, fue representante del �nico gran Mediador de quien habla nuestro texto. Por el t�rmino "mediador", entonces, estamos aqu� para entender a uno debidamente comisionado por Dios, en quien descansa el poder, para negociar entre �l y el hombre, a fin de, como vicegerente de Dios, recibir la sumisi�n y obediencia del hombre; y, como representante y abogado del hombre, propiciar la justicia de Dios y procurar y comunicar la bendici�n de Dios.

I. Las partes que deben reconciliarse son "Dios y el hombre"; el Creador y la criatura; el soberano leg�timo y el s�bdito rebelde; el Padre bondadoso y el hijo ingrato. Puede decirse que es extra�o que exista una variaci�n entre tales cosas: �fue siempre as�? No: una vez todo fue armon�a, paz y amor. �De d�nde, entonces, surgi� el alejamiento? �De Dios? No: la profusi�n, la magnificencia y la belleza del Ed�n proh�ben el entretenimiento de tal pensamiento.

Fue en el hombre donde comenz� la alienaci�n. Pero, �c�mo se perpet�a el alejamiento? �La mente carnal es enemistad contra Dios�: aqu� est� el pecador haber aprendido a odiar lo que siente que ha abusado, y manifestar la identidad de inter�s y sentimiento entre �l y ese maligno cuya causa ahora mantiene. La misma pureza del Ser que ha herido hace que su odio sea m�s maligno: la misma falta de paliaci�n por su desobediencia lo confirma en su firme prop�sito de pecar con mano alta. As�, lo que comenz� la locura y el orgullo, la locura y el orgullo se perpet�an.

II. La persona que media: "Jesucristo hombre".

1. En cuanto a Su naturaleza, podemos se�alar que la expresi�n �Jesucristo hombre� no debe considerarse como una declaraci�n de Su humanidad a la negaci�n de Su divinidad. �l es "Admirable, Consejero, Dios Fuerte"; "Dios sobre todo, bendito por los siglos de los siglos". Pero el Mediador sigue siendo "Jesucristo hombre". Nuestras nociones elevadas de Su Divinidad no deben hacernos pasar por alto o negar Su humanidad.

As� como Su Divinidad lo capacita para actuar con Dios por el hombre, as� Su humanidad lo capacita para actuar con el hombre para Dios. Pero debe ser un hombre sin pecado. El m�s m�nimo defecto en Su car�cter moral lo convertir�a en un criminal, y no en un Abogado, har�a que Su mediaci�n fuera ofensiva. La circunstancia de tener una tendencia a pecar implicar�a parcialidad: ser�a m�s propenso a paliar en lugar de condenar, y tendr�a una tendencia a rebajar el est�ndar de los requisitos del Creador, a fin de facilitar los t�rminos para la criatura.

2. Nuevamente, en cuanto a Su comisi�n. Est� autorizado y empoderado por Aquel en quien solo descansa el poder.

3. Su obra es triple: Su expiaci�n, intercesi�n y misi�n del Esp�ritu.

III. El dise�o o fin de esta mediaci�n, ahora, debemos tener en cuenta que se requiere que un mediador considere los intereses de ambas partes en nombre de quien act�a, y que establezca t�rminos por los cuales el honor del superior, y la restituci�n a favor del inferior, puede ser m�s eficazmente asegurado. Con respecto al Gobernante Todopoderoso, su honor y soberan�a deben mantenerse, y su gloria debe ser reconocida y admirada.

La posici�n del hombre es naturalmente ahora de rebeli�n; pero debe ser llevado a que deponga las armas. Cristo, en la persona y el lugar del hombre, ha ofrecido y pagado la pena incurrida, ha cumplido con las demandas de la justicia ofendida, y ahora ofrece la sumisi�n de cada hijo individual del hombre que lo recibe como su Mediador por fe. La construcci�n del hombre en su forma original fue una maravilla de la habilidad divina: la formaci�n de su esp�ritu en el conocimiento, la santidad y la felicidad, expres� una mano maestra; pero, cuando toda la belleza de esta maravillosa producci�n hab�a sido estropeada por la ca�da, reconstruir, volver a adornar y glorificar el todo fue el �nico acto de Aquel cuyos pensamientos no son como nuestros pensamientos.

Sin embargo, tal es el efecto de la mediaci�n de Cristo. La inteligencia se agranda y se expande continuamente en la presencia clara de la misma Fuente de la verdad; la santidad aumenta eternamente en aquellas regiones donde no entra nada contaminante; amor eternamente resplandeciente con creciente intensidad ante Aquel que es su esencia misma; la felicidad se acumula continuamente en la presencia de Aquel que la suple en abundancia inagotable: estas son las perspectivas del alma redimida: esta es la alta perfecci�n a la que la sabidur�a, el poder y el amor de Jehov� llevar�n la fr�gil y fr�gil cosa que Satan�s estremeci�, y el pecado contaminado.

Entonces, se reconoce e ilustra la gloria de las perfecciones de Jehov�. Pero otro fin de esta mediaci�n fue el bien del hombre. Cristo vino a procurar el derramamiento de la bendici�n que el pecado hab�a frenado e interceptado. Dios ahora puede visitar a aquellos que lo hab�an amado en Cristo Jes�s. Procederemos ahora a ofrecer algunas observaciones generales que parecen ser sugeridas por todo el tema.

1. Y, primero, cu�n grande es la injusticia de los que afirman, y la locura de los que pueden ser persuadidos, que la tendencia de la doctrina de la justificaci�n s�lo por la fe es engendrar un esp�ritu descuidado y antin�mico.

2. Pero otra observaci�n es esta: �Cu�n grande es el da�o y la injusticia cometidos contra Cristo por la adici�n de otros mediadores! Tratar de hacer una necesidad de la interposici�n de la virgen, de los santos o de cualquier mediador sacerdotal en la tierra, a fin de aprovecharnos de la mediaci�n del Redentor, no se basa en ninguna garant�a de la Escritura y refleja injuriosamente en el car�cter del bendito Jes�s. ( John Richardson, BA )

Jesucristo hombre.

La de Cristo: una humanidad verdadera y propia

De cualquier manera que Dios se complazca en manifestarse, el medio de manifestaci�n debe ser limitado y finito. Su uni�n con nuestra humanidad, como �rgano de revelaci�n, no es m�s inconcebible que con cualquier otra naturaleza restringida y confinada. Le complaci� asumir nuestra humanidad como la forma a trav�s de la cual revelar la Divinidad, y si no hubiera sido consciente de una participaci�n completa en la naturaleza humana, nunca habr�a adoptado o empleado la designaci�n: Hijo del Hombre.

Habiendo tomado nuestra naturaleza, Jesucristo hombre sigui� las leyes del desarrollo puramente humano tanto en cuerpo como en mente. No solo represent�, sino que pas� por cada per�odo o etapa sucesiva de la vida. En todos los sentidos, �l era un ni�o, en todos los sentidos, un joven, en todos los sentidos, un hombre. Los afectos sociales entran inmediata e inseparablemente en la idea misma de nuestra humanidad. Con estos sentimientos sociales, nuestro Creador nos ha dotado y ha fijado nuestra morada en un mundo en el que siempre est�n siendo llamados a un juego alegre y en el que existe la m�s hermosa provisi�n para su gratificaci�n.

El cristianismo tampoco interfiere con estos lazos y relaciones sociales. Estamos formados para amar. Tampoco podemos concebir ning�n principio, humano o divino, m�s fuerte o m�s impresionante. Es el principio conservador de las familias y de la sociedad en general. Un mundo sin amor ser�a un mundo en el que todos los lazos sociales pronto se aflojar�an y romper�an, y las pasiones humanas se convertir�an en el juego de tantas fuerzas sin ley, que en �ltima instancia involucrar�an a la sociedad en eterna enemistad y oposici�n.

Una de las escenas m�s conmovedoras de la vida social y la historia de Cristo est� relacionada con su muerte. No lejos de Su cruz, y justo cuando estaba en el acto de entregar Su esp�ritu en las manos de Su Padre, vio a Su madre parada a la distancia, cargada de dolor y ba�ada en l�grimas. Si bien Su desarrollo fue de principio a fin sin pecado, mientras que �l fue un modelo vivo y puro de esa conducta que agrada a Dios, su comuni�n con la humanidad fue enf�ticamente una comuni�n de sufrimiento.

En sufrimiento, super� a todos los hombres. En proporci�n a la perfecci�n, el refinamiento y la sensibilidad de Su naturaleza, estaba la profundidad y la agudeza de Su aflicci�n. Nunca fue el dolor como Su dolor. No es de extra�ar, por tanto, que Cristo tenga una profunda e inconfundible simpat�a por el sufrimiento y el dolor. No es que sus simpat�as pudieran fluir solo en medio de escenas de dolor y angustia. Sujeto de los afectos sociales m�s puros, pod�a mezclarse libremente en las relaciones sexuales de los hombres y compartir todas sus alegr�as humanas.

En �l contemplamos ese Esp�ritu de libertad con el que la vida divina toma y se apropia de las relaciones del mundo y de la sociedad. El cristianismo tiene un car�cter eminentemente social. La verdadera piedad es alegre como el d�a y derrama su resplandor sobre cada escena. Esa escuela de vida espiritual en la que el Salvador ense�� a Sus disc�pulos difer�a de todas las dem�s. En lugar de un ascetismo agrio, austero e inquebrantable, los entren� a un modo de vida comparativamente desenfrenado.

El Salvador no se compadec�a �nicamente de la pobreza. Tampoco debemos perder de vista la verdad, que la simpat�a de Cristo brot� del amor m�s puro e intenso, ese amor que, al buscar y bendecir sus objetos, no pregunta c�mo, ni cu�ndo, ni d�nde. Es cierto que este Salvador amoroso, compasivo y compasivo ha dejado esta esfera inferior del ser y ha pasado a esos cielos superiores, en los que no se encuentra lugar para nada m�s que el goce m�s refinado y sublime; y sin embargo, incluso hay ��l toc� con el sentimiento de nuestras debilidades.

�Sus simpat�as todav�a est�n con nosotros, ya sea que estemos en gozo o en dolor, y �l puede comunicarse con nuestro esp�ritu de tal manera que nos d� la conciencia del socorro y apoyo Divino. Somos conscientes de la comuni�n de mente con mente. �Y qu� diremos de esas virtudes afines que se agruparon y brillaron como la constelaci�n m�s brillante en la vida y el car�cter del Hombre? La humildad es la reina de las gracias.

Es una de las virtudes m�s raras y verdaderas. Est� muy alejado de todo lo que se acerca a la mezquindad de esp�ritu. Habiendo venido al mundo para ofrecerse a s� mismo en sacrificio por el hombre, no hubo ning�n acto de riesgo o de abnegaci�n a lo que el Salvador no estuviera preparado y dispuesto a descender. Aliada a esta humildad est� la mansedumbre. La abnegaci�n no es m�s que clamorosa y ruidosa. No se levanta y hace que su voz se escuche en la calle.

Es silencioso, discreto y retra�do. Si la humildad no es servilismo, tampoco la mansedumbre debe considerarse como dulzura. Por eso leemos acerca de la mansedumbre de Cristo. No solo fue inofensivo en vida, sino que en la muerte fue llevado como cordero al matadero, y como oveja delante de sus trasquiladores enmudeci�, as� no abri� su boca. No es que se le pueda acusar de timidez y debilidad. Su alma estaba llena de energ�a viril.

Un esp�ritu tan humilde, manso y gentil, no pod�a faltar a la paciencia; pero la tolerancia no debe entenderse como algo de timidez o cobard�a. Es la manifestaci�n m�s elevada de autocontrol. De ello se deduce que esta tolerancia conlleva la correspondiente idea de paciencia. En la tolerancia debe haber el poder de perseverar. Pero la paciencia no debe resolverse en insensibilidad, como tampoco la tolerancia debe resolverse en cobard�a.

El Salvador del hombre no solo pod�a enfrentarse a la oposici�n y al peligro, sino que pod�a soportar con tranquila seguridad toda clase de mal y sufrimiento que pudiera infligirse a Su naturaleza profundamente sensible y susceptible. Solo resta agregar que esta paciencia se uni� a la sumisi�n m�s infantil, la resignaci�n m�s perfecta. Renunciar a nuestra propia voluntad individual por la voluntad de otro en circunstancias de profundo sufrimiento, es la perfecci�n de la virtud cristiana.

Estas virtudes no fueron encarnadas y ejemplificadas en la vida de Cristo de otra manera que como modelo y ejemplo para el hombre. Nuestro car�cter y nuestra vida deben ser el espejo en el que se reflejen sus virtudes; o m�s bien, nuestra vida deber�a ser la contraparte de la suya. Debemos copiar seg�n nuestro gran patr�n. No nos est� prohibido, en los arreglos de la sabidur�a y el amor infinitos, cultivar y cuidar los afectos sociales hasta el punto m�s alto posible, siempre que no retiren el coraz�n de Dios y los objetos sublimes de la inmortalidad.

Nuestro cristianismo no puede tener su pleno desarrollo sino en medio de las escenas, los amigos y los placeres de nuestro ser presente. Todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay alguna fuerza y ??si hay en ellas alguna alabanza, piensa sobre estas cosas, y haz estas cosas, y el Dios de paz estar� contigo. ( R. Ferguson. )

El hombre cristo jesus

Orar por todos, incluso por los m�s hostiles o extra�os (vers�culo 3), es bueno y aceptable a los ojos de Dios nuestro Salvador. Bien puede ser as�, debe ser as�. Porque est� de acuerdo con Su mente y voluntad como Salvador. �l es nuestro Salvador, es cierto; pero no solo nuestro (vers�culo 4). Tendr� a todos los hombres, a sus mayores enemigos, a los pr�digos m�s marginados, sin excepci�n, a todos los hombres para que se salven y lleguen al conocimiento de la verdad.

Si hay alguien por quien no podemos orar directamente por simpat�a por ellos, podemos orar por ellos por simpat�a hacia el Se�or, quien es nuestro Salvador, y que tambi�n est� dispuesto a ser de ellos. M�s bien rezaremos por todos ellos, cuando tengamos en cuenta que ellos y nosotros somos uno. �S�! todos son uno, ellos y nosotros somos uno; por cuanto (vers�culo 5) hay un solo Dios para todos, un solo Mediador para todos, un solo Salvador para todos.

No hay muchos Dioses, para que uno pertenezca a un Dios y algunos a otro. No hay muchos Mediadores, muchos Capitanes de la salvaci�n, bajo cuyos estandartes separados los hombres podr�an clasificarse a s� mismos a placer. No hay muchos rescates, con sangre de varios tonos para satisfacer las variedades de gusto entre los adoradores salpicados. Hay un solo Dios, al que todos pertenecen. Un Dios para todos. Un mediador para todos.

Un rescate por todos. Y el rescate, el Mediador, Cristo Jes�s, es "el hombre". No un hombre de un color en particular, ya sea claro u oscuro, o de tinte et�ope. No un hombre de raza particular, jud�o o gentil; de Sem, de Jafet o de Cam. No un hombre de una clase o rango en particular, ya sea de ascendencia real o de linaje propio de Su nacimiento en el establo de una posada. No es un hombre de un temperamento particular, ya sea optimista o taciturno, serio o alegre.

No es un hombre de una historia particular, caminando por un camino aparte. �l es "Jesucristo hombre"; en todas partes, siempre, para todos, lo mismo; el hombre. Por tanto, los que aman a Jesucristo hombre, bien pueden ser exhortados a orar por todos los hombres.

I. �l es el hombre de principio a fin; fuera y fuera el hombre. En alma, cuerpo, esp�ritu; en mirada, voz, porte, andar; en mente, coraz�n, sentimiento, cari�o. En �l, en todo lo que le rodea, todo lo que es y todo lo que hace, se ve al hombre; no el hombre de honor, el hombre de piedad, el hombre de paciencia, el hombre de patriotismo, el hombre de filantrop�a, sino el hombre. La masculinidad en Cristo Jes�s es muy noble, pero es muy simple.

Y es porque es tan simple que es tan noble. Nadie ha logrado dibujar Su car�cter desde entonces. �Alguna vez pensaste en �l pero solo como el hombre? Otros hombres que piensas que se distinguen por sus rasgos. Recuerdas a otros hombres por sus peculiaridades de modales. Pero, �por qu� peculiaridad recuerdas a Jesucristo hombre? �Oh! es una bendici�n saber que Jesucristo es el hombre.

El hombre para ti, hermano, quienquiera que seas, y el hombre tambi�n, gracias a Dios, �para m�! El hombre para los fuertes, el hombre para los d�biles. El hombre para los h�roes, �para qui�n tan heroico como el hombre Jesucristo? El hombre para ti que trabaja duro en la carpinter�a; en el cual una vez trabaj�, como t�, el hombre Cristo Jes�s yo

II. �l es simplemente un hombre en todo momento; en cada exigencia, en cada prueba, simplemente el hombre - �el hombre Cristo Jes�s! En toda Su experiencia terrenal y humana, nunca lo encuentras a �l m�s que al hombre; nunca lo encuentras menos que un hombre; y nunca lo encuentras m�s que un hombre. �l es el Hijo de Dios, lo sabes; compa�ero del Padre. Pero nunca pensar� que El ser el Hijo de Dios hace que Su hombr�a sea diferente a la suya.

�No! Porque nunca lo encontrar� refugi�ndose de los males de los que la carne es heredera en ning�n poder, privilegio o prerrogativa de su naturaleza divina y rango celestial. As�, como Jesucristo hombre, yace en el seno de su madre y trabaja en el oficio de su marido, est� sujeto, toda su juventud, a sus padres, est� cansado, hambriento, sediento, est� afligido, afligido, dolido, provocado, su alma se entristece en gran manera, ya veces se agita su ira, llora y gime y llora, sangra, se estremece y muere. La capacidad de logro del hombre, el poder de perseverancia del hombre: lo que el hombre es apto, lo que el hombre puede soportar, con la ayuda de Dios, �aprendes de la historia humana del hombre Cristo Jes�s!

III. Es el hombre exclusiva, preeminente, por excelencia, con absoluta exclusi�n de todos los dem�s, es el hombre, el �nico hombre, completo y perfecto. �l est� solo como hombre. La virilidad, en su integridad, le pertenece solo a �l. No de otra manera, oh, hermano pecador, podr�a ser el hombre para ti; el hombre para mi. Que uno recoja en s� mismo todos los fragmentos de la virilidad que t� y yo compartimos.

Que re�na en un mont�n, por as� decirlo, cada part�cula de gloria y belleza que se encuentre en cualquier lugar entre las ruinas de la humanidad. Que tome la cualidad de grandeza de todo gran hombre, el elemento de bondad de todo buen hombre. Tome todo lo bueno, de todo tipo, que posiblemente pueda descubrir en los registros de hombres buenos de todas las edades. Mezcla, mezcla, combina como quieras, �no puedes conseguir al hombre! Para que el hombre se enfrente a mi caso y satisfaga el anhelo de mi alma, no debe ser cosa de jirones y parches; pero completo, perfecto, un redondo ininterrumpido, en s� mismo un todo.

Ning�n compuesto servir�. Debe ser una sola y simple unidad; uno, como el abrigo sin costuras, tejido desde la parte superior en todas partes. Pero la humanidad, la hombr�a, nunca ha sido as� una, interior e intensamente una, desde la ca�da. Hombres ha habido, buenos y grandes. Pero han sido fragmentarios; un poco de virilidad en cada uno; a menudo una virilidad muy hermosa; pero listo, �ay! �ya menudo casi perdido, en un revoltijo confuso y ca�tico de inconsistencias e incoherencias! Y aqu� est� el hombre; el hombre Jesucristo.

Toda la virilidad es Suya; virilidad como la tuya y la m�a; pero inmaculado, incorrupto, uno e indivisible, que el tuyo y el m�o no es. �l es santo, inocente, puro; y apartado de los pecadores. Es m�s, incluso si pudi�ramos imaginarnos un hombre m�s completo a�n, uniendo m�s completamente en s� mismo las excelencias de todos los dem�s hombres, y excluyendo m�s completamente sus debilidades y faltas; no podemos llegar a la idea de alguien que no sea m�s para algunos de lo que podr�a ser para otros; que podr�a ser todo para ti y poco, si es que algo, para m�.

�No! Si encontr�ramos uno que sea el hombre para m�, para ti, para todos; �debemos ascender por la corriente del tiempo y recuperar su virilidad desde m�s all� del diluvio, desde m�s all� de la ca�da! Entonces, a la imagen inquebrantable de Dios, la hombr�a, la naturaleza humana, el yo mismo del hombre, era verdadera y, de hecho, una. Desde entonces, la hombr�a entre los hombres ha sido m�ltiple, rota y fragmentaria. El hombre que debe recoger los fragmentos debe estar �l mismo �ntegro.

El �nico que puede ser la cabeza de todos, porque puede ser el mismo para todos, es el que toma nuestra naturaleza humana, no como es ahora, desgarrada y desgarrada por el pecado, sino como fue una vez; uno en inocencia inquebrantable, pura y santa, uno en semejanza inmaculada al Santo. �Y qui�n es �ste sino Jesucristo hombre?

IV. �l es el hombre para mediar entre Dios y el hombre. Para ser el �nico Mediador, debe ser preeminente y distintivamente el hombre; el hombre representante; el �nico hombre. Si la mediaci�n es una realidad; si se trata de una transacci�n real fuera de nosotros; no un proceso interno, sino el ajuste de una relaci�n externa, como toda la Escritura nos ense�a que es; el mediador debe ser un tercero, distinto de las dos partes entre las que media.

Puede y debe representar a ambos. Pero no se debe confundir con ninguno, no se debe fusionar con ninguno. Un hombre no puede tener un mediador dentro de s� mismo; ni puede crear mentalmente un mediador a partir de s� mismo. No puede ser su propio mediador. Todo hombre no es un mediador, ni ning�n hombre indiscriminadamente puede ser un mediador. Tampoco ser� suficiente un hombre ideal, que brota, por as� decirlo, completamente desarrollado, de la cabeza reflexiva o del coraz�n afectuoso, el resultado ideal viviente y la expresi�n de esos instintos humanos que se oponen al mal y anhelan el bien.

No. No aunque le demos una morada local y un nombre, y lo llamemos el hombre Cristo Jes�s de Nazaret. Si ha de haber una mediaci�n real y actual en el sentido justo y honesto del t�rmino, el hombre que ha de ser mediador debe ser encontrado para m�, no encontrado por m�, y mucho menos encontrado por m� en m� mismo. Debe nacer, no de entre nosotros, sino de arriba. Debe ser el hombre, no por asentimiento o consentimiento de parte de la tierra meramente, sino por el decreto del cielo, o m�s bien por el acto creativo del Se�or del cielo, haciendo algo nuevo en la tierra, trayendo de nuevo al hombre, el segundo Ad�n! As�, tres condiciones se unen y confluyen para identificar al hombre que ser� el mediador.

Primero, �l debe ser el hombre, no como la virilidad existe y aparece, estropeada y rota, entre los hijos de la ca�da, sino como era en su unidad y perfecci�n originales, cuando el hombre realmente llevaba la imagen de su Hacedor. En segundo lugar, debe ser el hombre, no como lo sugieren los propios instintos, impulsos y antojos de los hombres, sino como directamente elegido, designado e introducido por Dios mismo. Y, en tercer lugar, �l debe ser el hombre, como siendo, en Su maravillosa persona, uno con Dios en el mismo sentido verdadero y real en el que �l es uno con los hombres.

Todas estas tres condiciones se encuentran en Jesucristo hombre. Y se encuentran en �l como el hombre que sonde� las profundidades m�s profundas de la experiencia humana, y en la fuerza de Su virilidad pura y simple, ayudada solo por la oraci�n y por el Esp�ritu, resisti� el mal, domin� el dolor y el sufrimiento venci� al maligno. . Verdaderamente hay y puede haber un solo Mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre. El hombre&mdash

(1) Hecho, en cuanto a Su naturaleza humana, por milagro especial, a imagen y semejanza inquebrantable de Dios. El hombre

(2) Quien viene de Dios, llevando Su comisi�n de negociar la paz. El hombre

(3) Quien con respecto a su naturaleza divina, inalterable, inmutable, es uno con Dios, el Hijo que habita para siempre en el seno del Padre.

V. �l es el hombre que se dar� a s� mismo en rescate por todos. El que har�a esto, debe ser alguien que est� dispuesto a ocupar su lugar y ser su sustituto; y cumplir con todas sus obligaciones, y cumplir con todas sus responsabilidades. Pero m�s que eso, �l mismo debe ser libre, sin obligaciones, sin responsabilidades propias. Debe ser alguien que no le debe nada a Dios por su propia cuenta; sin servicio, ni justicia, ni obediencia; y tambi�n uno que no se encuentra bajo pena por su propia cuenta; contra quienes no se pueden presentar cargos.

�En qui�n se encuentran combinadas estas cualidades sino en Jesucristo hombre? �Qui�n puede dudar de su buena voluntad? �He aqu� yo vengo�, dice ( Salmo 40: 7 ). Pero la voluntad por s� sola no ser� suficiente. El que ha de ser tu fiador, tu rescate, no debe ser un hombre com�n. Si �l es alguien que, como mera criatura, est� hecho bajo la ley, como todas las criaturas inteligentes est�n hechas bajo la ley, no puede responder por los dem�s; �l solo puede responder por s� mismo.

Ni siquiera si fuera el m�s alto de la hueste angelical podr�a hacer m�s. Hermano, necesitas un rescate, un rescate infinito, un rescate perfecto, un rescate suficiente para cancelar toda tu culpa y perfeccionar tu paz con Dios. No encontrar�s tal rescate en ti mismo, en m�, en ning�n �ngel. Pero Dios lo ha encontrado.

VI. �l es el hombre de quien se testificar� a su debido tiempo. Un testimonio para las estaciones oportunas, una gran verdad que se atestigua como un hecho en la justa crisis de la historia del mundo, que se predica y se ense�a para siempre como fuente de vida a los hombres condenados a morir: es esta maravillosa constituci�n de la virilidad. de Cristo Jes�s; adecu�ndolo a �l para ser el �nico Mediador, el �nico Rescate. Es el testimonio por el cual fui ordenado predicador, embajador de Cristo.

1. Es mi testimonio ordenado y se�alado, o m�s bien el Se�or por m�, para ti, oh durmiente - para ti, oh incr�dulo - para ti, quienquiera que seas, que est�s viviendo una vida imp�a, imp�a, no renovada, no reconciliada , no santificado. Es un testimonio a su debido tiempo para ti.

2. Es el testimonio que tambi�n se me ha encomendado a ti, oh alma abatida, que est�s afligida, sacudida por la tempestad y no consolada, cargada de pecado, cargada de tristeza, incapaz de ver tu garant�a de tener paz y vida con tu Dios. Te testifico, el Se�or te testifica por m�, que todo lo que necesitas es en Jesucristo hombre, Mediador, Rescate, y en �l por ti.

3. Es un testimonio oportuno y oportuno para ti tambi�n, oh hombre de Dios, mi hijo Timoteo, oh hijo de Dios, que tienes paz tranquila para creer, y andas en libertad, respetando todos los mandamientos de Dios. El testimonio de ti en este d�a es de Jesucristo hombre, el Mediador, el Rescate. Y es para cada momento oportuno, cada temporada adecuada. Por ti mismo, te insto a que reconozcas siempre a Aquel de quien testifico, Jesucristo hombre.

Porque, sea cual sea el tiempo, sea cual sea el tiempo, es un tiempo debido, un tiempo apropiado, para que �l sea testificado ante ti, por el Esp�ritu, como estando presente contigo. Cuando andas por las calles o viajas por el camino, �l te habla en el camino y te abre las Escrituras concernientes a �l; el hombre Jesucristo, que ense�� as� desde la antig�edad en Galilea y en los jud�os, hablando como nunca hab�a hablado ning�n hombre. Mientras est�s sentado a la mesa, �l parte el pan contigo, Jesucristo hombre, en cuya comuni�n viva, personal, humana y divina, los primeros disc�pulos de Jerusal�n comieron su comida con alegr�a y sencillez de coraz�n.

Cuando visites a los hu�rfanos y a las viudas en su aflicci�n, �l va contigo, Jesucristo hombre, quien en toda su aflicci�n �l mismo ha sido afligido. Como est�s cansado entre los obradores de iniquidad a quienes buscas volver a la justicia, listo para quejarte: "�Qui�n ha cre�do a nuestro anuncio?" mira, siempre cerca de ti, a tu lado, al hombre Jesucristo, que soport� tal contradicci�n de los pecadores contra s� mismo, y cuya oraci�n en la cruz fue: "Padre, perd�nalos, porque no saben lo que hacen". ( RS Candlish, DD )

Cristo, el hombre mediador

Jesucristo, como representante de prop�sitos mediadores entre Dios y el hombre, est� haciendo una obra que es necesario realizar antes de que se puedan establecer relaciones satisfactorias entre el pecador y el Dios santo. Nuestros pecados nos han separado de Dios, y Cristo vive para interceder, para mediar por nosotros. Ahora bien, este hecho ha sido expresado en ocasiones de tal manera que produce impresiones falsas con respecto a Dios y sus sentimientos hacia los hombres.

Se ha dicho como si Jesucristo tuviera que estar de pie por nosotros en la presencia de Dios, para ofrecerse a s� mismo como sacrificio, para persuadir al Supremo de que tenga piedad, para volvernos a su favor. Dios es representado as� como Aquel que sostiene una severa ira contra toda la raza, y que est� decidido a resistir en Su terrible ira contra ellos. Ahora, me atrevo a afirmar que cualquier ense�anza que deje esa idea de Dios en el coraz�n de los hombres es una burda difamaci�n de la naturaleza divina, totalmente contraria a las Escrituras y solemnemente falsa.

No pod�amos sentir ninguna gratitud consciente por un perd�n tan obligatorio como ese. Si comprendi�ramos alg�n amor o gratitud, no ir�a hacia �l, sino hacia el Mediador que se hab�a interpuesto para salvarnos de la ira inminente. Debemos considerar a Dios como uno a quien temer, y a Cristo solo como uno a quien amar. Si hay un testimonio claro de las Escrituras que se nos invita a recibir, es que la misericordia de Dios es la fuente y la fuente de la gracia que recibimos.

Cristo es la expresi�n de la misericordia de Dios. Cristo es el regalo de Dios. Sin embargo, cabe preguntarse, �no podr�a Dios haber salvado y reconciliado al mundo sin la intervenci�n de Jesucristo hombre? Es un dogm�tico muy audaz que dir�a que Dios no podr�a haber redimido sin la ayuda del Mediador designado. Eso ser�a encerrarlo a la necesidad, rodearlo de limitaciones, restringirlo dentro de la esfera de un solo m�todo, olvidando que con Dios todo es posible.

Que Dios haya dispuesto que esto suceda, nos garantiza, no al decir que el fin no podr�a haberse logrado de otra manera, sino que esto fue lo mejor en la Sabidur�a Infinita, y que satisfizo una necesidad que no podr�a haber sido posible. de lo contrario tan bien y adecuadamente cumplidos. Si pregunta cu�l fue esa necesidad que result� en la vida y muerte de Cristo, entonces la Escritura guarda silencio. Ah� est�, una historia sublime, un hecho consumado, de alguna manera inexplicable para nosotros.

Nuestra salvaci�n depende de esa obra mediadora; el Cristo se interpuso entre nosotros y Dios, y as� logr� nuestro rescate; y ahora aparece en la presencia de Dios por nosotros. S�, ah� est�; aunque, repito, en lo que respecta al aspecto Divino de la obra de Cristo, no sabemos nada m�s que esto, que ha satisfecho al Padre Divino y ha hecho posible la salvaci�n para todos. As� que podemos estar seguros de que era la mejor forma.

Sin embargo, cuando nos volvemos hacia el lado humano, percibimos cu�n maravillosamente misericordioso es el arreglo de que el Mediador deber�a haber sido lo que �l era: un hombre, el hombre Jesucristo. Esto es en lo que se nos pide que fijemos nuestra atenci�n como de suprema y vital importancia para nosotros. Aquel que se ocupa de nuestro caso y defiende nuestra causa no es un �ngel, no debe considerarse que est� en ning�n grado apartado de nosotros; porque aunque tuvo un nacimiento sobrenatural, eso de ninguna manera tuvo la intenci�n de separarlo de la raza: �l sigue siendo esencialmente uno con ella.

Es justo lo que queremos realizar. Es distintivamente el hombre, el hombre que pertenece a todos por igual. Su nacionalidad es muy prominente en nuestras mentes y de ninguna manera aleja nuestra simpat�a de �l ni afecta nuestros sentimientos hacia �l. El hecho es que, al leer el exquisito relato de Su vida, sientes que ninguna naci�n tiene ning�n derecho especial sobre �l. Vive, act�a, habla y muere como Aquel que pertenece a toda la humanidad.

Luego, lleva el pensamiento m�s lejos. Su estudio del car�cter y la conducta de Jesucristo le habr� revelado esta gran verdad: que no le impresiona que manifieste ning�n temperamento en particular. Marcamos a los hombres de acuerdo con ciertas peculiaridades de disposici�n que poseen: su individualidad los coloca en clases. Hablamos de los reservados y los francos, los serios y los gay.

Ahora no encuentra nada de todo esto en Cristo. No muestra ninguna cualidad de mente o coraz�n predominante sobre cualquier otra. Hay una plenitud completa de la naturaleza en �l completamente �nica. �Cu�l es la consecuencia de esto? Que no repele a nadie y es atractivo para todos. Hombres de diferentes temperamentos, como los que formaron el primer grupo de disc�pulos, se agrupan a su alrededor y lo aceptan como su gu�a y maestro.

�l es el Cristo para todos, el Mediador en quien todos pueden confiar. Puede atraer a s� mismo todos los temperamentos y naturalezas. Vea en esto otra vez otra prueba de su idoneidad para el cargo que ocupa y la obra que emprende: el hombre Cristo Jes�s, el �nico Mediador. El mundo no quiere otra, ninguna agencia multiplicada. Note nuevamente que �l no tiene ninguno de los defectos, fallas e imperfecciones de la hombr�a com�n. De hecho, aqu� est� Su peculiaridad.

S�, pero incluso entonces tienes pruebas de que �l es el Hombre. En �l tienes la virilidad en su integridad. Tienes la virilidad en sus m�s grandiosas posibilidades. Pero, �c�mo nos ayuda esa completa hombr�a de nuestro Se�or a regocijarnos de que �l es el indicado para convertirse en nuestro Mediador? Respondo que no podr�as concebir la idea de un imperfecto que represente el caso de los pecadores; no pod�as contentarte con confiarlo en sus manos; no puede estar seguro del resultado.

Sus enfermedades podr�an interferir y estropear su gran obra. No ser�a de tal persona que podr�amos esperar ser el medio de redimirnos, porque �l mismo necesitar�a ser redimido. �l es un hombre, que nos conoce por completo, pero que est� libre de nuestros defectos y maldad, y est� capacitado para lograr la obra de reconciliarnos y llevarnos de regreso a Dios. Por tanto, la misma integridad de Su hombr�a es la raz�n por la que deber�a ser el Mediador de todos los dem�s hombres.

Est�s vinculado a Dios a trav�s de �l, y a trav�s de �l vendr�n todas las bendiciones que Dios tiene para dar a Sus hijos. Que nadie tema acercarse a Dios, ya que el camino est� abierto para la reconciliaci�n por medio del Mediador, Jesucristo hombre, y todo lo que Cristo es y todo lo que �l ha logrado son para ustedes. ( W. Braden. )

Versículo 8

Ore en todas partes.

Oraci�n

I. Consideremos EL OBJETO DE ATENCI�N. Esta es la oraci�n. �Y qu� es la oraci�n? La oraci�n es la respiraci�n del deseo hacia Dios. Las palabras no son esenciales para ello. As� como las palabras se pueden usar sin el coraz�n, el coraz�n puede ocuparse donde faltan las palabras. Las palabras no siempre son necesarias para informar a un pr�jimo, y nunca son necesarias para informar a Dios, que "escudri�a el coraz�n" y sabe lo que hay en la mente.

�Qu� interesantes miradas tendr� el hambre del mendigo en el escaparate de la puerta! �C�mo va en la familia? Tienes varios hijos: el primero puede venir y pedir lo que quiere en un lenguaje adecuado, y el segundo solo puede preguntar en t�rminos quebrados, pero aqu� hay un tercero que no puede hablar en absoluto: pero puede se�alar, puede mirar y extienda su manita; �l puede llorar, y �suplicar� en vano? "�No! �no!" dice la madre, lo rechazas? sus mejillas con hoyuelos, su ojo parlante, sus grandes l�grimas redondas, suplican por �l.

�Rechazarlo? Adem�s, notamos los tipos de oraci�n. La oraci�n puede considerarse p�blica. Tambi�n est� la oraci�n dom�stica, con lo que nos referimos a la oraci�n que se ofrece cada ma�ana y cada noche en el altar familiar. Henry observa: "Una casa sin esto no tiene techo". La oraci�n puede considerarse privada. �Cuando ores, entra en tu aposento, cierra la puerta y ora a tu Padre que ve en lo secreto, y tu Padre que ve en lo secreto te recompensar� en p�blico.

�La oraci�n puede considerarse como una eyaculaci�n, un lanzamiento de la mente hacia Dios, como la palabra significa. Esto se puede hacer en cualquier momento y bajo cualquier circunstancia. Nehem�as era el copero del rey, y mientras estaba en la habitaci�n atendiendo su oficio, or� al Dios del cielo.

II. Observe la orden judicial. "Quiero que los hombres oren en todas partes, levantando manos santas, sin ira y sin dudar".

III. D�nde se ofrecer�. "En todos lados." Ahora, esto se opone a la restricci�n o al respeto. Veamos qu� podemos hacer con �l en cualquiera de estos puntos de vista. Recuerda que los asirios pensaban que el Dios de Israel era el Dios de las colinas y no de los valles. Y cuando Balaam estaba desconcertado en uno de sus esfuerzos por maldecir a Israel, se fue a otro lugar para ver si pod�a ser m�s pr�spero y para intentar maldecirlos desde all�.

Ves c�mo las devociones de los paganos siempre depend�an de los tiempos, los lugares o las peregrinaciones. Entre los jud�os, que por un tiempo estuvieron bajo una Teocracia, Dios eligi� un lugar donde �l podr�a residir, y donde estaban los s�mbolos de Su presencia, y all� todos los varones acud�an tres veces al a�o; pero aun entonces Dios le dijo a Mois�s: �En todos los lugares donde anoto Mi nombre, vendr� a ti y te bendecir�.

�Qu� piensas de esos hijos e hijas de la superstici�n y el fanatismo que confinar�an a Dios en lugares y estaciones particulares? �D�nde estaba Jacob cuando dijo: �Esta no es otra que la casa de Dios y la puerta del cielo�? �D�nde se despidi� Paul de sus amigos? "Se arrodill� en la orilla del mar". �D�nde or� el Salvador? �Sali� a un lugar privado�, �Se fue a un lugar desierto�, �Subi� a una monta�a a orar.

Cuando a Jones, un famoso predicador gal�s, se le orden� comparecer ante el obispo de St. David's, el obispo le dijo: "Debo insistir en que nunca prediques en terrenos no consagrados". �Mi se�or�, dijo, �nunca lo hago; Nunca lo hice; porque 'del Se�or es la tierra y su plenitud'; y cuando Emmanuel descendi� para poner Su pie sobre nuestra tierra, todo fue santificado por ella.

�Dios no hace acepci�n de lugares m�s que de personas. Esto tambi�n deber�a animarle cuando se encuentre en circunstancias desfavorables. Por ejemplo, si eres llamado a reunirte en un lugar muy pobre, o en un lugar muy peque�o, �l mismo ha dicho: "Donde dos o tres est�n reunidos en Mi nombre" - que sea donde est� - " all� estoy yo en medio de ellos ". Pero ahora, adem�s, como los hombres pueden orar en todas partes, tambi�n deben orar en todas partes.

El mandato no solo permite, sino que ordena la oraci�n universal. El deber se opone m�s al descuido que incluso a la restricci�n. Los hombres deben rezar en todas partes, porque pueden morir en todas partes. Han muerto en todos los lugares: han muerto en un ba�o, han muerto en una taberna, han muerto en el camino, han muerto en el templo de Dios. Por tanto, debes orar en todas partes. Pero, �qu� vamos a decir de aquellos que, en lugar de rezar �en todas partes�, rezan en ninguna parte?

IV. Observemos c�mo debe cumplirse este deber. Se ofrecer� bajo tres atributos.

1. La primera implica pureza, "alzar manos santas". Salom�n dice: "La oraci�n de los imp�os es abominaci�n al Se�or". David dice: "Si en mi coraz�n tengo en cuenta la iniquidad, el Se�or no me escuchar�". Has escuchado el proverbio holand�s, "El pecado har� que un hombre deje de orar, o la oraci�n har� que un hombre deje de pecar". Estos no funcionar�n bien juntos, por lo tanto, deben separarse.

Ser�a mejor para un hombre descuidar a su benefactor que llamar a su casa para escupirle en la cara o golpearle en la mejilla. Santiago dice: "�Puede una fuente producir en un mismo lugar agua dulce y amarga?"

2. El segundo atributo es la bondad. Esto se expresa en el extremo opuesto. "Sin ira". Hay aquellos cuyas vidas pueden estar lejos de vicios atroces, pero cuyo temperamento no participa de la mansedumbre y gentileza de Cristo; traen su esp�ritu rencoroso a su adoraci�n y piensan en apaciguar la ira de Dios por su falta de caridad ofreci�ndola en el altar de la devoci�n. "El que vive en el amor, permanece en Dios, y Dios en �l".

3. El tercer atributo es la confianza. Esto se expresa negativamente: �Quiero que los hombres oren en todas partes�, no solo �sin ira�, sino �sin dudar�. Nuestro Se�or dice en el Evangelio de San Mateo: "Todo lo que pidiereis en oraci�n, creyendo, lo recibir�is". Esta confianza incluye una persuasi�n en la legalidad de las cosas por las que oramos. Luego se necesita confianza en el poder de Dios.

��Cre�is que puedo hacer esto�? Esta confianza toma el car�cter de Dios hacia ti; no solo debes �creer que �l existe�, sino que ��l es un galardonador de los que lo buscan diligentemente�. Especialmente debes tener confianza en la mediaci�n de Cristo. ( W. Jay. )

Una descripci�n b�blica de la oraci�n

I. El empleo que aqu� se encomia.

1. Que la oraci�n debe estar dirigida exclusivamente a Dios. Esta gran verdad se introduce, y debe afirmarse solemne y uniformemente, en directa contradicci�n con esas propensiones y sistemas equivocados mediante los cuales los hombres han dirigido invocaciones a los �dolos, meros seres imaginarios, o seres realmente existentes pero creados e inferiores.

2. La oraci�n debe ofrecerse a Dios por medio del Se�or Jesucristo. Es un principio establecido y cardinal en toda religi�n revelada que el hombre, como pecador culpable, no puede tener acceso a Dios sino a trav�s de un Mediador, uno cuyos m�ritos, como haber ofrecido un sacrificio por el pecado, debe alegarse como un fundamento satisfactorio. por favor y aceptaci�n.

3. La oraci�n ofrecida a Dios por medio del Se�or Jesucristo debe ser presentada por toda la humanidad. La declaraci�n de nuestro texto es que los hombres deben "orar en todas partes"; dondequiera que existan hombres, los hombres deben orar. La llamada universal a la oraci�n surge del hecho de que los hombres est�n universalmente exactamente en la misma relaci�n con Dios. En todas partes se caracterizan por la misma culpa, los mismos deseos, la misma responsabilidad.

II. El esp�ritu con el que este empleo debe asociarse inseparablemente. �Quiero, pues, que los hombres oren en todas partes, levantando manos santas, sin ira y sin dudar�.

1. Primero, el ap�stol recomienda importunidad. La oportunidad est� simbolizada por la figura del "levantamiento de las manos", una actitud que se practicaba en la oraci�n en la antig�edad, como indicando externamente el lugar de donde el hombre esperaba la bendici�n, incluso el cielo, la morada de Dios, y el esp�ritu. con el que deseaban recibir la bendici�n, aferr�ndose (por as� decirlo) con entusiasmo y fuerza a lo que deseaban recibir de �l.

�Qui�n, por ejemplo, puede orar pidiendo perd�n, santificaci�n, conocimiento, amor, protecci�n, consuelo, victoria sobre la muerte y el infierno y el disfrute final de una feliz inmortalidad en el cielo, sin importunidad? Es palpable que la frialdad de una mente correctamente regulada debe ser total y finalmente impracticable.

2. Pero de nuevo; las expresiones del ap�stol, cuando recomiendan importunidad, tambi�n recomiendan pureza. �Levantar las manos santas� - estas expresiones, o los ep�tetos con los que las expresiones que hemos notado ya est�n conectadas, refiri�ndose a una costumbre, frecuente o universal entre los jud�os y otras naciones orientales, de lavarse cuidadosamente las manos antes de que comprometido en la realizaci�n de cualquier acto de devoci�n, siendo �ste el signo y s�mbolo de la rectitud moral y de la preparaci�n del coraz�n.

De ah� que en las Escrituras del Antiguo Testamento encuentres una conexi�n establecida entre la limpieza de las manos y la purificaci�n o santidad del coraz�n. Por ejemplo, en el Libro de Job tenemos esta declaraci�n: �El justo se mantendr� en su camino, y el limpio de manos ser� cada vez m�s fuerte�, por supuesto que existe una identificaci�n entre las dos expresiones. En el Salmo veinticuatro, David pregunta as�: ��Qui�n subir� al monte de Jehov�? �O qui�n estar� en su lugar santo? El de manos limpias y coraz�n puro.

Siendo este el significado de la expresi�n, podr�amos referirnos al estado, que debe ser judicialmente puro o santo por la imputaci�n de la justicia de Cristo, dependencia de quien ya hemos abogado y exigido; pero debemos considerarlo especialmente como una referencia al coraz�n, que debe someterse a la influencia santificadora del Esp�ritu Santo, para conformarse moralmente al car�cter y la ley de Dios. En todas las �pocas, Dios exige ser adorado en "las bellezas de la santidad".

3. El ap�stol tambi�n recomienda la benevolencia. "Quiero que los hombres oren en todas partes, levantando manos santas, sin ira". La expresi�n "ira", por supuesto, debe considerarse respetuosa con los dem�s hombres; Debemos tener cuidado de no permitirles resentimiento o disgusto, que surja de cualquier fuente, y debemos cultivar hacia ellos el esp�ritu de benevolencia y buena voluntad, impulsando en su nombre la intercesi�n por sus intereses ante el trono y en el poder. presencia de Dios. El ap�stol sab�a bien que hay una gran disposici�n a la indulgencia del ego�smo en la oraci�n; y por eso soport� en el presente caso su solemne protesta contra ella.

4. El ap�stol al mismo tiempo recomienda la fe. �Quiero que los hombres oren en todas partes, levantando manos santas, sin ira y sin dudar�; el t�rmino "dudar" se coloca como el inverso de la fe. La fe con respecto al ejercicio de la oraci�n, no debe tener meramente respeto al Se�or Jesucristo, como el Mediador a trav�s del cual se debe presentar la oraci�n, sino que debe tener respeto por todo el testimonio de Dios con respecto a la oraci�n, en su modo, materia. y resultados.

Quiz�s se puedan establecer ciertas limitaciones al ejercicio de la fe, en relaci�n con el empleo de la oraci�n. Esas limitaciones pueden tener justa relaci�n con los deseos que estamos acostumbrados a presentar ante el estrado de los pies Divino, para la impartici�n de lo que consideramos bendiciones temporales.

III. Las razones por las que este empleo en este esp�ritu puede reforzarse especialmente.

1. Primero, este empleo en este esp�ritu es ordenado directamente por Dios.

2. Nuevamente; este empleo en este esp�ritu est� relacionado con numerosas e invaluables bendiciones. �No est� asociado con la bendici�n para nosotros mismos, y no se nos ha informado claramente que el gran instrumento de la continuaci�n de las bendiciones espirituales para nosotros, cuando nos convertimos por la gracia divina, ha sido la agencia de la oraci�n?

3. Y luego debe observarse que el descuido de este empleo en este esp�ritu es acompa�ado y sucedido por numerosos y fatales males. Ning�n hombre es un hombre convertido que no ora. Ning�n hombre puede ser feliz si no ora. Ning�n hombre puede poseer la m�s m�nima indicaci�n del favor espiritual de Dios si no ora. ( J. Parsons. )

Oraci�n sin ira

"La ira", dice, "es una locura breve, y un enemigo eterno del discurso y una conversaci�n justa: es una fiebre en el coraz�n y una calenture en la cabeza, y una espada en la mano, y una furia en todas partes. terminado y, por lo tanto, nunca puede permitir que un hombre est� dispuesto a orar. Porque la oraci�n es la paz de nuestro esp�ritu, la quietud de nuestros pensamientos, la serenidad del recogimiento, el resto de nuestras preocupaciones y la calma de nuestro temperamento; La oraci�n es el resultado de una mente tranquila, de pensamientos tranquilos: es hija de la caridad y hermana de la mansedumbre: y el que ora a Dios con enojo, es decir, con un esp�ritu turbado y quebrantado, es como el que se retira. en una batalla para meditar, y coloca su armario en las dependencias de un ej�rcito, y elige una guarnici�n fronteriza para ser sabio.

Porque as� he visto una alondra que se levanta de su lecho de hierba, y se eleva hacia arriba, y canta mientras se eleva, y espera llegar al cielo y elevarse por encima de las nubes; pero el pobre p�jaro fue rechazado con los fuertes suspiros de un viento del este, hasta que la peque�a criatura se vio obligada a sentarse y jadear y quedarse hasta que pas� la tormenta; y luego hizo un vuelo pr�spero, y se levant� y cant�, como si hubiera aprendido la m�sica y el movimiento de un �ngel ". ( Jeremy Taylor. )

Rezando por todas partes

Hace cuarenta a�os, Audubon, el distinguido naturalista estadounidense, estaba ejerciendo su vocaci�n en un distrito salvaje, remoto y, como �l cre�a, perfectamente deshabitado de Labrador. Levant�ndose del suelo desnudo despu�s de una fr�a noche de descanso, contempl�, sobre una de las rocas de granito que esparc�an esa llanura desolada, la forma de un hombre perfilada con precisi�n contra el amanecer, con la cabeza levantada al cielo, las manos entrelazadas y suplicante.

Ante esta figura embelesada e implorante se alzaba un peque�o monumento de piedras sin labrar que sosten�a una cruz de madera. El �nico morador de esa orilla inh�spita hab�a salido de su choza al aire libre, para que sin barrera ni estorbo su s�plica solitaria subiera directamente a Aquel que no habita en los templos hechos por manos.

Ira y oraci�n

La oraci�n est� representada en el evangelio como un acto santo y solemne, que no podemos rodear con demasiadas salvaguardas, a fin de evitar que algo de naturaleza profana y mundana interfiera con la libertad reverencial de esta conversaci�n entre la criatura y su Creador. La oraci�n prepara para los actos de abnegaci�n, coraje y caridad, y estos a su vez se preparan para la oraci�n. Nadie debe sorprenderse de esta doble relaci�n entre oraci�n y vida.

�No es natural que nos retiremos para estar con Dios, para que podamos renovar nuestro sentido de su presencia, recurrir a los tesoros de luz y fuerza que �l abre a todo coraz�n que le implora, y luego regresar a la vida activa, mejor provisto? con amor y sabidur�a? Por otro lado, �no es natural que nos preparemos mediante la pureza de conducta para levantar manos puras a Dios, y mantenernos cuidadosamente alejados de todo lo que pueda hacer que este importante y necesario acto sea dif�cil, formidable o in�til? Las palabras introducidas al final del vers�culo de manera tan inesperada, y que creemos, por un momento, suscitan sorpresa en cada lector, estas palabras, �sin ira y sin dudar�, contienen una alusi�n muy marcada e impresionante a las circunstancias en las que se encontraban los cristianos. luego colocado.

La pregunta se te presenta de nuevo con cada nuevo ataque de tus enemigos; en otras palabras, cada nuevo ataque necesariamente los tentar� a la ira y la disputa como hombres, si no los impulsa a la oraci�n como cristianos. No se puede escapar de la ira si no es con la oraci�n, ni del odio si no es con el amor; y para no ser homicida, como el odio es homicidio, debes tanto como en ti mismo dar vida a aquel a quien quisiste dar la muerte.

Al menos hay que pedirlo por �l, es necesario con tus oraciones engendrarlo a una nueva existencia; es necesario en todos los casos, mientras se ora por �l, esforzarse en amarlo. Es necesario que la ira y la disputa se apaguen y se apaguen en la oraci�n. Dos clases de hombres pueden provocar en nosotros ira y disputa. Los primeros son los enemigos de nuestra persona, los que por inter�s, envidia o venganza se oponen a nuestra felicidad, y m�s en general todos los que nos han hecho mal, o contra los que tenemos motivo de queja.

Estos �ltimos son aquellos que se convierten en nuestros enemigos por la oposici�n de sus puntos de vista y opiniones a los nuestros, o la oposici�n de su conducta a nuestros deseos. Ambos son para nosotros ocasiones de ira y disputa. El evangelio requiere que sean para nosotros ocasiones de oraci�n. Con respecto a los primeros, me refiero a nuestros enemigos personales, podr�a simplemente observar que Dios no los conoce como nuestros enemigos. Dios no entra en nuestras pasiones ni acepta nuestros resentimientos.

Sanciona y aprueba todas las relaciones que �l mismo ha creado, las de padre e hijo, marido y mujer, soberano y s�bdito. Pero la relaci�n imp�a de enemigo a enemigo es enteramente obra nuestra, o m�s bien obra del diablo. Dios lo sabe solo para denunciarlo. Adem�s, a sus ojos, todo el cuerpo de la humanidad son solo hombres, y algunos en la relaci�n que tienen entre s�, solo hermanos.

Desear�a orar solo por sus amigos; pero esta misma oraci�n est� prohibida y sigue siendo imposible si no la extiendes a tus enemigos. Y si persiste en excluirlos de sus oraciones, tenga la seguridad de que Dios ni siquiera aceptar� los que le ofrece en nombre de las personas que ama. Tus s�plicas ser�n rechazadas; el humo de tu ofrenda caer� sobre tu ofrenda; tus deseos no alcanzar�n ese coraz�n paterno que siempre est� abierto.

No solo debemos orar por nuestros enemigos, aunque sean nuestros enemigos; pero debemos orar por ellos �porque son nuestros enemigos. Tan pronto como vuelven a ser para nosotros como el resto de la humanidad, se produce otra distinci�n y surge un nuevo derecho a su favor. Se les confunde por un momento con todos nuestros compa�eros, para luego destacar de la masa general como seres privilegiados, con un t�tulo especial para nuestras oraciones.

Cuando nos encontramos con una oposici�n que nos irrita e irrita, la prudencia cristiana nos aconseja orar para que la tentaci�n sea quitada; y, en particular, que nuestro amor propio y nuestros sentimientos heridos no debiliten nuestro amor por nuestro pr�jimo. Pero esta prudencia, si no aconseja nada m�s, no es suficientemente prudente. Si el mismo sentimiento que nos dispone a rezar no nos dispone a rezar por nuestros enemigos u oponentes, es dif�cil creer que se trata de un movimiento de caridad.

La caridad no puede ser detenida as�. Su naturaleza es vencer el mal con el bien, y esto significa no solo que no devuelve mal por mal, sino que a cambio de mal hace bien. No ser�a caridad si hiciera menos. Su primer paso traspasa el l�mite imaginario que ni siquiera ve o conoce. No se limita a no odiar; ama. No har�a lo suficiente si no hiciera m�s que lo suficiente.

�Podemos renovar nuestro odio por alguien por quien hemos orado? Cada deseo, cada petici�n que enviamos a Dios por �l, �no nos hace m�s cari�osos? �No lo pone cada oraci�n m�s fuera del alcance de nuestras pasiones? No; hasta entonces no se cumplir� la obra de misericordia. No tenemos evidencia de haber perdonado a un enemigo hasta que hayamos orado por �l. Porque para alegar la gravedad, el alcance de la ofensa que hemos recibido, no tiene plausibilidad.

Si nos hemos decidido a perdonar al que lo ha cometido, seguramente nos animaremos a orar por �l; y si no podemos orar por �l, no lo hemos perdonado. �Una ofensa! Pero pi�nselo bien; �Podemos realmente ofendernos? El t�rmino es demasiado elevado, demasiado grandioso para nosotros. Es posible que la ofensa haya afectado nuestros sentimientos de manera muy dolorosa o haya frustrado nuestros intereses, pero no ha ido m�s lejos. Cualquiera que sea la injusticia que se nos haya hecho, cualquier causa que tengamos para quejarnos, ese no es el verdadero mal.

�Qu� mal hay en absoluto en que se pruebe nuestra fe y se ejercite nuestra paciencia? Debido a que nuestra fortuna se ha reducido, nuestra reputaci�n se ha visto comprometida, nuestros afectos se han frustrado, �sigue el mundo con menos regularidad que antes? Para nada. El mal, el �nico mal real es el pecado de esa alma, la infracci�n de la ley eterna, la violencia ofrecida al orden divino; y si a esto se le a�ade cualquier otro mal, ser� por nuestras murmuraciones, ya que el efecto de ellas ser� hacer dos pecadores en lugar de uno.

�Busca entonces una raz�n para rechazar su intercesi�n y, en consecuencia, su perd�n a sus adversarios? He encontrado uno, y es un motivo propicio para el resentimiento: Dios, tu Padre, fue insultado por el insulto que sufriste. Pero mu�strame, te ruego, al hombre extraordinario que, dispuesto a perdonar por s� mismo, no puede decidir perdonar por cuenta de Dios. Puede que pertenezca a Dios estar enojado con ellos; nos conviene sentir l�stima por ellos, y m�s l�stima por ellos, cuanto m�s gravemente se ha ofendido Dios.

�Pero Ay! en lugar de ver en la injuria que hemos recibido solo una injuria hecha a Dios, insolentemente nos apropiamos de la ofensa de la cual solo El es el objeto. En lo que le duele, nos sentimos ofendidos y, en consecuencia, nos enojamos, en lugar de entristecernos. �Ser� bueno si, en lugar de rezar, no hemos maldecido! Compare los frutos ordinarios de la ira y el debate con estos resultados de la oraci�n.

Al ceder a lo primero, no solo se opone a la santa ley de Dios, sino que destruye la paz de su vida y la paz de su alma; agrava los males de una situaci�n ya deplorable; enciendes el odio en el coraz�n de tu enemigo; haces que la reconciliaci�n tanto de su parte como de la tuya sea siempre m�s dif�cil; corres de pecado en pecado para adormecer tu orgullo, y este orgullo te da s�lo un goce amargo, envenenado y criminal.

�Cu�nto mejor, entonces, es la oraci�n que la ira y la contienda! Pero los enemigos personales no son los �nicos que son para nosotros ocasi�n de ira y contienda. La clase de enemigos, como ya hemos dicho, incluye a todos aquellos cuyas opiniones, puntos de vista y conducta se oponen a nuestros intereses o principios. �Cu�n poco difiere la impaciencia que suscitan del odio! Con respecto a tales enemigos, nuestro m�todo habitual es odiar en silencio si nos sentimos d�biles, o discutir obstinadamente si nos creemos fuertes.

El evangelio propone otro m�todo. No aprueba ni el odio ni la contienda. El celo, el coraje, la perseverancia, la indignaci�n misma, deben estar impregnadas de caridad, o m�s bien, proceder de la caridad. La indignaci�n y la oraci�n deben brotar de una fuente com�n; el primero por amor a Dios, el segundo por amor a los hombres y, en consecuencia, ambos por amor. �Cu�n ampliamente diferente es esta conducta de la que se persigue com�nmente en el mundo! Dejemos que el Gobierno cometa un error, se asume con avidez y se comenta amargamente; y esto es todo lo que se hace.

Dejemos que un maestro religioso profese un sistema que se considera peligroso; sus m�s �nfimas expresiones se apoderan y a�slan para distorsionar su significado; su vida se explica audazmente por sus opiniones, o sus opiniones por su vida, y ah� descansa el asunto. Orar, suplicar al Se�or que derrame Su Esp�ritu iluminador sobre este gobierno, sobre ese maestro, sobre ese individuo; luchar por ellos en presencia de la Divina misericordia, �ah! esto es lo que rara vez se piensa.

�Ah! �el Divino Intercesor debe haber establecido plenamente Su morada en el alma antes de que el esp�ritu de intercesi�n pueda morar all�! �Cu�n dif�cil es que la vieja levadura pierda su acidez! �Qu� semillas de odio, qu� g�rmenes homicidas hay en el coraz�n que ha recibido a Jesucristo! �Cu�nto de Ca�n queda todav�a en este supuesto Abel! �Y de qu� sirve creer mucho si amamos poco, o creer si no amamos? Y en verdad, �qu� hemos cre�do, en qui�n hemos cre�do, si no amamos? ( A. Vinet, DD )

Versículo 9

Que las mujeres se vistan con modestas ropas.

La verdadera dignidad de la mujer

Si vivi�ramos en Turqu�a o en la India, ser�amos m�s capaces de apreciar la sabidur�a del consejo de Pablo con respecto a las mujeres de su �poca: y no estoy preparado para mitigar o disculparme por sus valientes y sabias palabras. Recuerde que se deb�a a �l m�s que a cualquier otro ap�stol que las mujeres se hab�an emancipado tanto como lo estaban cuando se escribi� esta ep�stola, porque fue �l quien ense�� que en Cristo Jes�s no hab�a ni hombre ni mujer.

Pero se lamentaba por algunos de los males que al principio surgieron de los grandes cambios efectuados en su posici�n social. La reclusi�n hab�a sido mantenida rigurosamente por las costumbres de esas ciudades orientales. La imagen de la Real Academia, que representa a una joven, con zapatillas en la mano, apartando la cortina del serrallo y cruzando el cuerpo de un esclavo negro, que duerme con la espada desnuda en la mano, representa fielmente al El trato de esclava de las mujeres en �feso en los d�as de Pablo.

De hecho, incluso entre los jud�os, las mujeres que iban a la sinagoga estaban (y todav�a est�n) ocultas en una galer�a cuidadosamente protegida. Por lo tanto, no es de extra�ar que las mujeres cristianas emancipadas de tal trato se sintieran no solo en libertad de hacer valer sus derechos reci�n nacidos, sino obligadas a hacerlo, y que reclamaran una prominencia y una libertad que no eran buenas ni para ellas mismas. ni para la Iglesia.

Y no debemos olvidar que, en la medida en que las mujeres tuvieran mayor publicidad en las ciudades paganas, corr�a el riesgo de la reputaci�n virtuosa que los cristianos estar�an m�s ansiosos de preservar. Las sacerdotisas de los templos, por ejemplo, eran notoriamente inmorales, y las Hetairae no solo eran una clase reconocida, sino incluso respetable en la sociedad pagana.

I. Primero habla de ello negativamente, declarando que su dignidad no depende del adorno exterior; y esto es siempre cierto en todas partes. Es probable que las mujeres que asist�an a las asambleas cristianas en �feso se vistieran con ropas costosas y, a veces, mostraran indecorosamente sus encantos personales hasta que la costumbre se convirti� en la sensaci�n, si no en el esc�ndalo, de la ciudad.

Nadie que profese piedad deber�a gastar tiempo, gusto y dinero en la medida en que muchos lo hacen en un mero adorno personal, como si el cuerpo fuera todo y la mente nada, o como si el fin principal de la vida de una mujer fuera ganar admiraci�n y no admiraci�n. respeto, agradar al hombre y no a Dios. Incluso desde un punto de vista inferior, es un error, y me atrevo a pensar que se han impedido muchos matrimonios y que muchos hogares posiblemente felices est�n llenos de ansiedad debido a un gasto en vestimenta que no se puede cubrir de manera razonable o justa.

Hay vidas que podr�an haber sido indeciblemente m�s felices si solo hubieran estado unidos, si los dos j�venes se hubieran contentado con enfrentar el mundo juntos con sencillez y costumbres sencillas. Escuche a John Ruskin: "Digo adem�s, que mientras haya fr�o y desnudez en la tierra que te rodea, no habr� duda alguna de que el esplendor de la vestimenta es un crimen".

II. A continuaci�n, se expone positivamente la dignidad de la mujer. �Quiero�, dice Pablo, �que las mujeres se adornen con ...

1. Vestimenta modesta, con verg�enza y sobriedad ". La sociedad debe su tono m�s a las mujeres que a los hombres. Lo que desaprueben ser� tab�; lo que toleran irreflexivamente crecer� en influencia maligna.

2. Pero adem�s de esta influencia, que puede ejercerse casi inconscientemente, la mujer cristiana debe adornarse con "buenas obras". A menudo hace esto detr�s del velo que cubre cada hogar. Hay aquellos cuyas "buenas obras" son nobles en su abnegaci�n y trascendentales en sus problemas de quienes la Iglesia escucha poco. Muchos hombres pueden simpatizar con ese soldado que dijo: �Puedo enfrentar al enemigo, pero no puedo enfrentar las oraciones de mi hermana.

�Y qui�n no conoce m�s trabajo p�blico realizado por mujeres cristianas, como el de nuestras visitantes y maestras de escuela dominical; de santos suplicantes con los borrachos y los libertinos; - de mujeres nobles cuyos escritos han purgado la atm�sfera de corrupci�n moral; de hero�nas como Florence Nightingale y la hermana Dora, que han seguido de cerca los pasos del Se�or. Estos se han revestido de "buenas obras". ( A. Rowland, LL. B. )

La posici�n de la mujer

Esto era&mdash

I. Una declaraci�n audaz por parte del ap�stol. �Que la mujer aprenda en silencio (o m�s bien en quietud) con toda sujeci�n, porque no permito que una mujer ense�e, ni que usurpe autoridad sobre el hombre, sino que est� en silencio�; pero el rumbo que sigui� en este asunto fue prudente, en la condici�n de vida que prevalec�a entonces. En nuestros d�as no hay duda de un cambio de esas condiciones, lo que har�a imprudente e injusta la aplicaci�n rigurosa de tal norma.

Las mujeres, en mayor n�mero ahora que entonces, son necesariamente independientes y se ven obligadas a ganarse la vida y construir sus propios hogares; y siendo, en algunos aspectos, los m�s d�biles, no deber�an tener barreras artificiales que se interpongan en su camino. Hay discapacidades, las reliquias de los tiempos feudales, que lentamente, pero con seguridad, est�n siendo barridas, aunque a�n queda mucho por hacer. Seg�n nuestras leyes inglesas, por ejemplo, una mujer puede verse obligada a pagar impuestos, aunque no tiene derecho a influir en la elecci�n de quienes los imponen, como puede hacer su jardinero o cochero.

Pero la ley general establecida por Pablo sigue siendo v�lida. La obra p�blica de la vida, ya sea en el mundo o en la Iglesia, no es, en t�rminos generales, de mujeres sino de hombres. La suya es la vida de la confusi�n, la suya de la quietud. Ella es receptiva; �l es agresivo: y no es tanto en su actividad conspicua como en su afecto cediente donde se encuentra su verdadera fuerza.

II. Por un argumento b�blico. Vuelve al Ed�n para justificar su ense�anza, porque estaba acostumbrado a considerar los hechos del Antiguo Testamento como fuentes simb�licas y parab�licas de instrucci�n perpetua. "Ad�n fue formado primero", dice �l, "luego Eva". La prioridad del hombre en la creaci�n, estando solo y en relaci�n inmediata con Dios, era una indicaci�n de su lugar y poder, como teniendo la jefatura sobre ella a quien Dios hizo para que fuera su ayuda id�nea.

Pero si el ayudante se convierte en la cabeza, y la cabeza cede d�bilmente, se produce un derrocamiento del orden divino, como sucedi� en el Para�so. Astucia y discernimiento pr�cticos; el juicio firme y regulador que debe caracterizar al gobernante, es menos suyo que el del hombre. Sus mismas excelencias, conectadas como est�n con las sensibilidades m�s finas y los impulsos m�s fuertes de una naturaleza noble y amorosa, la descalifican para la jefatura, mientras que el equilibrio en la naturaleza del hombre es al rev�s; en la direcci�n del intelectual y el gobernante.

Pero aqu� se afirma que �Ad�n no fue enga�ado� y, por tanto, fue m�s culpable, porque con los ojos abiertos al mal cedi� al amor conyugal. En otras palabras, la voluntad y el juicio fueron sacrificados a los afectos, la esencia de la ca�da moral. Pablo cierra sus comentarios sobre la mujer aludiendo a:

III. Una bendita seguridad. �No obstante, ella se salvar� engendrando hijos�; o, como dice la RV, "a trav�s de la maternidad". Quiz�s hubo aqu� alg�n indicio de la bendici�n que viene a trav�s del dolor y la aflicci�n, del tipo que sea; y tambi�n del gran y noble trabajo que s�lo es posible para la maternidad. Pero la traducci�n m�s correcta nos da m�s bien la idea de lo que se puede llamar preeminentemente "el parto", cuando Jesucristo, el Salvador del mundo, naci� de una mujer y apareci� en semejanza de carne de pecado, porque Fue as� que se cumpli� la gran promesa que trajo un rayo de esperanza a las tinieblas de la desesperaci�n de Eva: "la simiente de la mujer herir� la cabeza de la serpiente". ( A. Rowland, LL. B. )

Consejos contra la joyer�a

En cuanto a las joyas, perm�tame aconsejarle que no compre ninguna, aunque tenga la bolsa de Fortunatus o pueda volverse rico en el futuro. Se le pueden dar algunos, pero a�n as� dir�a que no los use, a menos que, quiz�s, de vez en cuando, con el puro deseo de brindar placer a los donantes. La afici�n por la posesi�n y exhibici�n de joyas pronto se convierte en una locura, cada vez mayor o insatisfecha, a menos que se posea gemas superiores a las de los que te rodean.

Es un sentimiento vulgar y malsano, que no pocas veces ha llevado a la ruina de mujeres de todas las clases. Pueden aducirse otras razones contra la indulgencia de este falso gusto. Las joyas valiosas no pueden dejar de convertirse, a veces, en una fuente de problemas y ansiedad; y si se pierde o es robado, se conserva un amargo sentimiento de molestia. Las oportunidades de exhibici�n son pocas; ya menudo entonces, debido a una comparaci�n desventajosa con los dem�s, tienden a dar lugar al ardor del coraz�n y la envidia, sentimientos que nunca se experimentar�an de esa manera si el rostro se opusiera resueltamente a tales vanidades. ( Lady Bellairs. )

Pasi�n por la vestimenta extravagante

La emperatriz Josefina ten�a veinticuatro mil libras para sus gastos personales, pero esta suma no era suficiente y sus deudas aumentaron a un grado espantoso. Se levant� a las nueve. Su ba�o consum�a mucho tiempo y prodigaba incansables esfuerzos por preservar y embellecer su persona. Le llevaron enormes cestas con diferentes vestidos, chales y sombreros. De estos, seleccion� su disfraz para el d�a.

Pose�a entre trescientos o cuatrocientos chales y siempre usaba uno por las ma�anas, que cubr�a sus hombros con una gracia inigualable. El ba�o de la tarde fue tan cuidadoso como el de la ma�ana; luego apareci� con flores de perlas o piedras preciosas en el pelo. Bonaparte estaba irritado por estos gastos; volar�a en una pasi�n, y su esposa llorar�a y prometer�a ser m�s prudente; despu�s de lo cual ella continuar�a de la misma manera.

Es casi incre�ble que esta pasi�n por la vestimenta nunca se haya agotado. Despu�s de su divorcio se visti� con el mismo cuidado incluso cuando no era nadie. Muri� cubierta de cintas y raso de color rosa p�lido. Mientras el coraz�n no sea renovado por la gracia divina, la consideraci�n por lo exterior es a�n mayor que la consideraci�n por lo interior. La verdadera religi�n invierte todo esto y da a "las cosas invisibles y eternas" el lugar que les corresponde. El creyente en Cristo vestido m�s humildemente tiene un vestido mejor que la emperatriz, incluso el vestido de bodas de la justicia de Cristo.

Un buen uso para adornos.

Algunos de ustedes pueden hacer un gran bien con los art�culos que pueden prescindir f�cilmente. Tiene adornos sin los cuales los hombres y mujeres cristianos est�n mejor sin los cuales, si se rompen o se venden, ayudar�an a la buena causa. Ojal� muchos siguieran el ejemplo de Oliver Cromwell, cuando fue a la catedral de Exeter y vio doce im�genes masivas de los ap�stoles en plata. "Oh, oh", dijo, "�qu� hacen estos caballeros aqu�?" �Son los doce ap�stoles�, fue la respuesta.

"Muy bien", dijo, "derr�telos y env�elos a hacer el bien". Ojal� los cristianos hicieran eso con algunas de sus joyas de oro y plata. De todos modos, por nuestro propio bien, no sea que el chancro entre en nuestro oro y el �xido en nuestra plata, util�celo para hacer el bien. ( CH Spurgeon. )

Un adorno que viene

Goethe estaba en compa��a de una madre y una hija, cuando esta �ltima, siendo reprendida por algo, se sonroj� y rompi� a llorar. Le dijo a la madre: ��Qu� hermoso ha hecho tu hija tu reproche! El tono carmes� y esas l�grimas plateadas la hacen mucho mejor que cualquier adorno de oro o perlas; esos se pueden colgar del cuello de cualquier mujer; estos nunca se ven desconectados de la pureza moral.

Una flor en toda regla, rociada con el tono m�s puro, no es tan hermosa como esta ni�a, que se sonroja ante el disgusto de sus padres y derrama l�grimas de dolor por su culpa. Un sonrojo es el signo del que la naturaleza cuelga, para mostrar d�nde moran la castidad y el honor.

El bolso de caridad

Howard, poco despu�s de su matrimonio, "vendi� algunas joyas que su esposa ya no ten�a ganas de usar, y puso el dinero en un bolso llamado por ella y su esposo el bolso de caridad". ( J. Stoughton, DD )

Esfera de influencia de la mujer

Porque en la medida en que una mujer es sincera con la naturaleza que Dios le ha dado, su aspiraci�n no es tanto que el mundo suene con su fama, o que la sociedad la cite como l�der de la moda, sino que debe bendecir y ser bendecida en bendici�n. No es que deba desear poder, sino que debe desear un poder noble, no innoble. No es que ella no quiera reinarlo en este mundo, sino que deber�a querer reinarlo, no por ostentaci�n de vestimenta o vida, ni eclipsando a otros, sino por manifestaci�n de amor, por nobleza de servicio gentil, por revelaci�n inconsciente en su vida, y mantenimiento consciente en otros por su influencia, de todas las cosas verdaderas y puras, del honor inmaculado en la vida, de las aspiraciones caballerescas en el alma. ( Stoleford A. Brooke, MA )

Silencio de mujeres

Vaya, doctor, exclam� una mujer superficial y habladora, que estaba en la habitaci�n con el Dr. Johnson, pero de la que no prest� atenci�n, "creo que prefiere la compa��a de los hombres a la de las mujeres". �Se�ora�, respondi�, �me gusta la compa��a de las damas; Me gusta su belleza, me gusta su delicadeza y me gusta su silencio ".

Profesando piedad . -

La profesi�n de piedad

Tal es la descripci�n y el car�cter de los cristianos en los primeros d�as, tal es la descripci�n y el car�cter de todos los verdaderos cristianos de todos los d�as. En ning�n punto de vista es la inconsistencia del mundo cristiano m�s evidente: se pensar�a que abrazan el evangelio de la piedad sin la idea de volverse piadosos. �Qu� deber�amos pensar de un m�dico que no ten�a ning�n inter�s en la ciencia o la pr�ctica de la medicina? �Qu� pasa con un labrador al que le desagradaban los empleos del campo y los evitaba? �Qu� hay de un soldado que rechaz� toda disciplina y toda obediencia? Pero, para decir la verdad y hacer justicia a los hombres, tales casos en el mundo natural son extremadamente raros; es s�lo en el mundo espiritual, s�lo en lo que concierne a Dios, el alma y la eternidad, que encontramos hombres perdidos en la apat�a y actuando en contradicci�n con su fe pretendida;

De hecho, hay hombres que, cuando se les acusa de una inconsistencia tan palpable, y se sienten inc�modos ante la verg�enza de ello, niegan de inmediato que hayan establecido una profesi�n en absoluto; y haga una especie de m�rito al decir que no pretenden ninguna de las distinguidas excelencias del car�cter cristiano. Pero este endeble pretexto de honestidad les puede servir de poco. Si pretenden no aceptar lo que el evangelio requiere, �por qu� pretender el evangelio en absoluto? Es m�s, es un hecho melanc�lico que la generalidad de los paganos en nuestras posesiones indias y extranjeras manifiestan un sentido mucho m�s permanente de sus diversas deidades e �dolos que la generalidad de los cristianos del Dios verdadero y santo.

Temen al objeto de su adoraci�n, lo respetan, lo recuerdan a diario. El enemigo malvado, que expuls� al hombre del para�so con una carne corrupta a un mundo corrupto, todav�a usa esa carne y ese mundo como instrumentos para mantener y aumentar nuestro alejamiento de Dios. Tengo un mensaje que entregar hoy a toda alma que se dedique a la gran obra de salvaci�n; no para ense�ar, sino para recordarle cu�l es realmente la verdad: que se entienda entonces, que se tome en serio, que la piedad es el gran bien, en la vida presente, a la que Cristo vino a llevarnos, como medio de nuestra recuperaci�n final y bienaventuranza. ( J. Slade, MA )

Versículo 13

Porque Ad�n fue formado por primera vez.

Hombre y mujer: su trabajo relativo

En cuanto a la pregunta, "�Cu�l es el m�s importante, hombre o mujer?" si se me permite hablar en estilo editorial, deber�a decir, "la discusi�n debe detenerse ahora". Dejemos que aquellos a los que les guste "se sienten separados en una colina, se retiren" y discutan las preguntas afines, "�cu�l es la m�s importante, convexa o c�ncava, de noche o de ma�ana, al este o al oeste, la tierra verde o el agua?" Por nosotros mismos, espero, estamos contentos de seguir el consejo de Florence Nightingale: "Mant�ngase alejado de todas las jergas sobre el trabajo del hombre y el trabajo de la mujer, y vaya directamente a la obra de Dios con sencillez y sencillez de coraz�n", cada uno para hacer lo que cada uno puede hacerlo mejor.

Ahora, sabemos que, por regla general, algunas cosas que las mujeres pueden hacer bien con nobleza en una crisis, no son lo mejor para ellas cuando van a tener hombres. Como regla, creo que no es mejor para las mujeres llevar un bote salvavidas; pero una noche oscura en Teignmouth el a�o pasado, cuando todos los hombres estaban fuera del camino, o no eran lo suficientemente listos, las mujeres sacaron el bote salvavidas. Con v�tores estridentes y temblorosos lo llevaron a trav�s de las rompientes en batalla, sacaron un barco de la barra de arena y salvaron una vida preciosa.

Cuando escuchamos que hicieron todo esto sin la ayuda del sexo injusto, �qui�n puede evitar decir: "�Bien hecho!" Voy m�s all� y digo que, por regla general, en mi opini�n privada, no es mejor que las mujeres prediquen en p�blico, pero donde, en casos excepcionales y con dones extraordinarios, mujeres como Mary Fletcher y Priscilla Gurney salen de su camino, y por s� solos lanzar p�blicamente el bote salvavidas del evangelio para arrebatar almas del mar del pecado y de las rocas de la muerte, nuevamente digo a la alabanza de la gracia: "�Bien hecho!" Me recuerdan al romano que dijo: "�He quebrantado la ley, pero he salvado al Estado!" Est�n bajo una ley m�s alta que la ley que violan, y no puedo dudar de la validez de sus �rdenes m�s de lo que puedo dudar de la cordura del Nuevo Testamento. ( C. Stanford, DD )

El castigo no es obst�culo para la salvaci�n

1. El castigo de la mujer: "engendrar hijos".

2. El consuelo de la mujer: "ella ser� salva".

3. La condici�n de la salvaci�n: "si contin�an". Donde est� impl�cita una exhortaci�n a continuar en la fe, etc.

Pueden plantearse muchas observaciones.

1. El dolor en la maternidad es un castigo infligido a la mujer por el primer pecado.

2. La continuaci�n de este castigo despu�s de la redenci�n por Cristo, no obstaculiza la salvaci�n de la mujer, si se requieren las condiciones evang�licas.

3. El ejercicio de la fe, con otras gracias cristianas, es un medio peculiar para la preservaci�n de los creyentes bajo la mano afligida de Dios. Los resumir� en este. La continuaci�n del castigo infligido a la mujer por el primer pecado no perjudica su salvaci�n eterna, ni su conservaci�n en la maternidad, donde existen las condiciones de la fe y otras gracias.

I. Sobre el castigo. La maternidad en s� misma no es el castigo, sino el dolor que conlleva. Porque la bendici�n, Aumentar y multiplicar, fue dada en inocencia. Y debido a que este castigo es mayor, se discute en las escuelas si el pecado de Ad�n o de Eva fue mayor. Creo que podemos sacar estas conclusiones con seguridad.

1. En cuanto al tipo de pecado, fue igual en ambos. Ambos ten�an el mismo orgullo, un igual aspirante a ser como Dios.

2. Con respecto al primer movimiento de este pecado, el pecado de Eva fue el mayor. Ella fue la seductora de Ad�n, que el ap�stol expresa en el vers�culo antes del texto.

3. En cuanto a la condici�n de la mujer, el pecado fue mayor por parte de Ad�n.

(1) Porque �l, siendo el hombre, ten�a m�s poder para resistir, m�s fuerza para argumentar el caso.

(2) Eva ten�a que enfrentarse a un adversario m�s fuerte y astuto, la m�s sutil de todas las bestias del campo ( G�nesis 3:1 ), animada e inspirada por un diablo m�s astuto. Cuanto m�s fuerte es el tentador, m�s excusable es el pecado.

(3) Eva ten�a la orden de no comer inmediatamente de su marido, lo que no le puso un lazo tan fuerte a ella como a �l, quien lo ten�a inmediatamente de la boca de Dios, y por lo tanto estaba m�s seguro de la verdad de el precepto.

II. �De qu� naturaleza es este castigo?

1. No es un castigo en sentido r�gido, ni continuado como tal.

(1) Porque no es acorde a la naturaleza del pecado, ni es la pena que la ley requer�a. La muerte se deb�a, y la muerte inmediatamente despu�s de la infracci�n; pero la muerte fue impedida por la interposici�n del mediador, y esto es menos que la muerte infligida en la actualidad. Cuando se merece la muerte y se inflige un castigo m�s leve, se trata m�s bien de un acto de clemencia que de una justicia estricta, y puede denominarse con el nombre de indulto o indulto parcial, as� como de castigo.

(2) No es una reparaci�n del da�o hecho a Dios. Una de las razones de la instituci�n del castigo es reparar el da�o que la persona ofendida sufre por el malhechor, en la medida de sus posibilidades.

(3) No se contin�a como parte de la satisfacci�n de la justicia de Dios; como si Cristo necesitara los sufrimientos de la criatura para compensar la suma que deb�a pagar por nosotros y que ya pag�. Estos castigos son para despertar a los hombres a la vista de su primer pecado.

(4) La causa impulsiva apropiada de castigo es la ira. Al infligirlo, conserva la autoridad de un juez; al preservarlo y perdonar el pecado por el cual fue infligido, �l evidencia el afecto de un Padre.

2. Sin embargo, es en cierto modo un castigo y algo m�s que una aflicci�n.

(1) Con respecto a la causa meritoria, el pecado. Esto no se inflige como un acto de soberan�a absoluta, sino como un acto judicial legal sobre el dem�rito del pecado.

(2) Porque si el hombre hubiera permanecido en la inocencia, ni este dolor, ni ning�n otro, lo hubiera sido.

III. Este castigo no obstaculiza la salvaci�n aunque contin�e.

1. Dios no quiso en la aceptaci�n de la mediaci�n de Cristo quitar en esta vida todos los castigos denunciados despu�s de la Ca�da. Dios quita lo eterno, pero no lo temporal. Algunas partes de la compra de Cristo solo se pagan en otra vida, y algunos frutos de la redenci�n que Dios quiere que crezcan solo en otro terreno; tales son la libertad del dolor, las enfermedades, la muerte y el pecado. Pero el valor total de la satisfacci�n de Cristo aparecer� cuando haya un cielo nuevo y una tierra nueva, cuando el d�a de la redenci�n amanezca y todas las l�grimas sean enjugadas de los ojos de los creyentes. Pero Dios nunca prometi� la eliminaci�n total de ellos en esta vida a ning�n santo; no, aunque deber�a tener toda la fe y santidad de todo el cat�logo de santos en el Libro de la Vida centrado en �l.

2. Cristo nunca tuvo la intenci�n, en el pago del precio de nuestra redenci�n, la actual eliminaci�n de ellos. Despu�s de Su ascensi�n, envi� al Esp�ritu para que fuera nuestro Consolador, lo que supone un estado en el que debemos necesitar consuelo; y, �cu�ndo tenemos una mayor necesidad de consuelo que cuando el castigo del pecado realmente nos es infligido?

3. Cristo quiso, y realmente quit� la maldici�n de esos castigos de cada creyente.

4. De ah� se seguir� que para un creyente se altera la naturaleza misma de estos castigos. En uno permanece el aguij�n; en el otro se saca. El cord�n que une a un malhechor y un paciente puede estar hecho del mismo c��amo, y s�lo un cuchillo puede pasar entre ellos; pero obliga al malhechor a la ejecuci�n, al otro a la curaci�n.

5. Por lo tanto, todos los castigos temporales del pecado original, aunque permanezcan, no perjudican el inter�s presente del creyente.

(1) No cortaron su relaci�n con Dios.

(2) No se apartan de la presencia de Dios. Dios puede estar y est� tan cerca de nosotros en el apoyo como en el castigo.

(3) No rompen el pacto. Su vara y sus azotes, aunque parecen quebrar el mineral, lomos, no abren su pacto ( Salmo 89:32 ).

6. Agregue a todo esto, que la primera promesa asegura al creyente bajo los sufrimientos de esos castigos. El afecto de Dios en la promesa de herir la cabeza de la serpiente fue m�s ilustre en Su ira que la amenaza. Hay las entra�as de un padre en la promesa antes que la voz de un juez en la sentencia. Pero cabe preguntarse: �Cu�l es la raz�n por la que estos castigos contin�an desde la redenci�n efectuada por Cristo? Hay razones

(1) De parte de Dios.

(a) Es congruente con la sabidur�a de Dios dejarlos sobre nosotros mientras estamos en el mundo.

(b) Es congruente con la santidad de Dios. Dios mantiene esos castigos como Rector y Gobernador del mundo, para mostrar Su aborrecimiento por ese pecado que trajo desorden y deformidad a la creaci�n, y fue el primer acto de deshonra a Dios, y la primera contaminaci�n de la criatura.

(c) Es una declaraci�n de Su justicia.

(d) Es �til magnificar su amor. No deber�amos ser conscientes de lo que nuestro Salvador sufri�, ni de cu�n trascendentemente nos amaba si el castigo del pecado hubiera sido eliminado en la primera promesa.

(2) De nuestras partes. Nos es �til

(a) Para hacernos aborrecer nuestra primera deserci�n y pecado.

(b) Para hacernos temer al pecado y purificarlo. El pecado se ha clavado tan profundamente que las medicinas f�ciles no lo desplazar�n. Tiene tanto de nuestro afecto que los medios amables no nos divorciar�n de �l. Lo odiaremos m�s cuando cosechemos su castigo.

(c) Ejercer la gracia.

1. Fe y confianza - �La desolada conf�a en Dios� ( 1 Timoteo 5:5 ). Cuanto menor es el estado, mayor necesidad y mayor obligaci�n de confiar; tales ejercicios manifiestan que la condici�n en la que nos encontramos est� santificada para nosotros.

2. La obediencia en un creyente tiene un mayor brillo en ellos. La gloria de Job fue que preserv� su integridad en los problemas m�s inteligentes.

3. Humildad. Estos castigos nos quedan para aliviar nuestro orgullo y ser nuestros recordatorios de nuestro deplorable aborto espont�neo.

4. Paciencia. Si no hubiera castigos, habr�a pocas ocasiones para la paciencia. ( S. Charnock. ).

Versículo 14

Que las mujeres se vistan con modestas ropas.

La verdadera dignidad de la mujer

Si vivi�ramos en Turqu�a o en la India, ser�amos m�s capaces de apreciar la sabidur�a del consejo de Pablo con respecto a las mujeres de su �poca: y no estoy preparado para mitigar o disculparme por sus valientes y sabias palabras. Recuerde que se deb�a a �l m�s que a cualquier otro ap�stol que las mujeres se hab�an emancipado tanto como lo estaban cuando se escribi� esta ep�stola, porque fue �l quien ense�� que en Cristo Jes�s no hab�a ni hombre ni mujer.

Pero se lamentaba por algunos de los males que al principio surgieron de los grandes cambios efectuados en su posici�n social. La reclusi�n hab�a sido mantenida rigurosamente por las costumbres de esas ciudades orientales. La imagen de la Real Academia, que representa a una joven, con zapatillas en la mano, apartando la cortina del serrallo y cruzando el cuerpo de un esclavo negro, que duerme con la espada desnuda en la mano, representa fielmente al El trato de esclava de las mujeres en �feso en los d�as de Pablo.

De hecho, incluso entre los jud�os, las mujeres que iban a la sinagoga estaban (y todav�a est�n) ocultas en una galer�a cuidadosamente protegida. Por lo tanto, no es de extra�ar que las mujeres cristianas emancipadas de tal trato se sintieran no solo en libertad de hacer valer sus derechos reci�n nacidos, sino obligadas a hacerlo, y que reclamaran una prominencia y una libertad que no eran buenas ni para ellas mismas. ni para la Iglesia.

Y no debemos olvidar que, en la medida en que las mujeres tuvieran mayor publicidad en las ciudades paganas, corr�a el riesgo de la reputaci�n virtuosa que los cristianos estar�an m�s ansiosos de preservar. Las sacerdotisas de los templos, por ejemplo, eran notoriamente inmorales, y las Hetairae no solo eran una clase reconocida, sino incluso respetable en la sociedad pagana.

I. Primero habla de ello negativamente, declarando que su dignidad no depende del adorno exterior; y esto es siempre cierto en todas partes. Es probable que las mujeres que asist�an a las asambleas cristianas en �feso se vistieran con ropas costosas y, a veces, mostraran indecorosamente sus encantos personales hasta que la costumbre se convirti� en la sensaci�n, si no en el esc�ndalo, de la ciudad.

Nadie que profese piedad deber�a gastar tiempo, gusto y dinero en la medida en que muchos lo hacen en un mero adorno personal, como si el cuerpo fuera todo y la mente nada, o como si el fin principal de la vida de una mujer fuera ganar admiraci�n y no admiraci�n. respeto, agradar al hombre y no a Dios. Incluso desde un punto de vista inferior, es un error, y me atrevo a pensar que se han impedido muchos matrimonios y que muchos hogares posiblemente felices est�n llenos de ansiedad debido a un gasto en vestimenta que no se puede cubrir de manera razonable o justa.

Hay vidas que podr�an haber sido indeciblemente m�s felices si solo hubieran estado unidos, si los dos j�venes se hubieran contentado con enfrentar el mundo juntos con sencillez y costumbres sencillas. Escuche a John Ruskin: "Digo adem�s, que mientras haya fr�o y desnudez en la tierra que te rodea, no habr� duda alguna de que el esplendor de la vestimenta es un crimen".

II. A continuaci�n, se expone positivamente la dignidad de la mujer. �Quiero�, dice Pablo, �que las mujeres se adornen con ...

1. Vestimenta modesta, con verg�enza y sobriedad ". La sociedad debe su tono m�s a las mujeres que a los hombres. Lo que desaprueben ser� tab�; lo que toleran irreflexivamente crecer� en influencia maligna.

2. Pero adem�s de esta influencia, que puede ejercerse casi inconscientemente, la mujer cristiana debe adornarse con "buenas obras". A menudo hace esto detr�s del velo que cubre cada hogar. Hay aquellos cuyas "buenas obras" son nobles en su abnegaci�n y trascendentales en sus problemas de quienes la Iglesia escucha poco. Muchos hombres pueden simpatizar con ese soldado que dijo: �Puedo enfrentar al enemigo, pero no puedo enfrentar las oraciones de mi hermana.

�Y qui�n no conoce m�s trabajo p�blico realizado por mujeres cristianas, como el de nuestras visitantes y maestras de escuela dominical; de santos suplicantes con los borrachos y los libertinos; - de mujeres nobles cuyos escritos han purgado la atm�sfera de corrupci�n moral; de hero�nas como Florence Nightingale y la hermana Dora, que han seguido de cerca los pasos del Se�or. Estos se han revestido de "buenas obras". ( A. Rowland, LL. B. )

La posici�n de la mujer

Esto era&mdash

I. Una declaraci�n audaz por parte del ap�stol. �Que la mujer aprenda en silencio (o m�s bien en quietud) con toda sujeci�n, porque no permito que una mujer ense�e, ni que usurpe autoridad sobre el hombre, sino que est� en silencio�; pero el rumbo que sigui� en este asunto fue prudente, en la condici�n de vida que prevalec�a entonces. En nuestros d�as no hay duda de un cambio de esas condiciones, lo que har�a imprudente e injusta la aplicaci�n rigurosa de tal norma.

Las mujeres, en mayor n�mero ahora que entonces, son necesariamente independientes y se ven obligadas a ganarse la vida y construir sus propios hogares; y siendo, en algunos aspectos, los m�s d�biles, no deber�an tener barreras artificiales que se interpongan en su camino. Hay discapacidades, las reliquias de los tiempos feudales, que lentamente, pero con seguridad, est�n siendo barridas, aunque a�n queda mucho por hacer. Seg�n nuestras leyes inglesas, por ejemplo, una mujer puede verse obligada a pagar impuestos, aunque no tiene derecho a influir en la elecci�n de quienes los imponen, como puede hacer su jardinero o cochero.

Pero la ley general establecida por Pablo sigue siendo v�lida. La obra p�blica de la vida, ya sea en el mundo o en la Iglesia, no es, en t�rminos generales, de mujeres sino de hombres. La suya es la vida de la confusi�n, la suya de la quietud. Ella es receptiva; �l es agresivo: y no es tanto en su actividad conspicua como en su afecto cediente donde se encuentra su verdadera fuerza.

II. Por un argumento b�blico. Vuelve al Ed�n para justificar su ense�anza, porque estaba acostumbrado a considerar los hechos del Antiguo Testamento como fuentes simb�licas y parab�licas de instrucci�n perpetua. "Ad�n fue formado primero", dice �l, "luego Eva". La prioridad del hombre en la creaci�n, estando solo y en relaci�n inmediata con Dios, era una indicaci�n de su lugar y poder, como teniendo la jefatura sobre ella a quien Dios hizo para que fuera su ayuda id�nea.

Pero si el ayudante se convierte en la cabeza, y la cabeza cede d�bilmente, se produce un derrocamiento del orden divino, como sucedi� en el Para�so. Astucia y discernimiento pr�cticos; el juicio firme y regulador que debe caracterizar al gobernante, es menos suyo que el del hombre. Sus mismas excelencias, conectadas como est�n con las sensibilidades m�s finas y los impulsos m�s fuertes de una naturaleza noble y amorosa, la descalifican para la jefatura, mientras que el equilibrio en la naturaleza del hombre es al rev�s; en la direcci�n del intelectual y el gobernante.

Pero aqu� se afirma que �Ad�n no fue enga�ado� y, por tanto, fue m�s culpable, porque con los ojos abiertos al mal cedi� al amor conyugal. En otras palabras, la voluntad y el juicio fueron sacrificados a los afectos, la esencia de la ca�da moral. Pablo cierra sus comentarios sobre la mujer aludiendo a:

III. Una bendita seguridad. �No obstante, ella se salvar� engendrando hijos�; o, como dice la RV, "a trav�s de la maternidad". Quiz�s hubo aqu� alg�n indicio de la bendici�n que viene a trav�s del dolor y la aflicci�n, del tipo que sea; y tambi�n del gran y noble trabajo que s�lo es posible para la maternidad. Pero la traducci�n m�s correcta nos da m�s bien la idea de lo que se puede llamar preeminentemente "el parto", cuando Jesucristo, el Salvador del mundo, naci� de una mujer y apareci� en semejanza de carne de pecado, porque Fue as� que se cumpli� la gran promesa que trajo un rayo de esperanza a las tinieblas de la desesperaci�n de Eva: "la simiente de la mujer herir� la cabeza de la serpiente". ( A. Rowland, LL. B. )

Consejos contra la joyer�a

En cuanto a las joyas, perm�tame aconsejarle que no compre ninguna, aunque tenga la bolsa de Fortunatus o pueda volverse rico en el futuro. Se le pueden dar algunos, pero a�n as� dir�a que no los use, a menos que, quiz�s, de vez en cuando, con el puro deseo de brindar placer a los donantes. La afici�n por la posesi�n y exhibici�n de joyas pronto se convierte en una locura, cada vez mayor o insatisfecha, a menos que se posea gemas superiores a las de los que te rodean.

Es un sentimiento vulgar y malsano, que no pocas veces ha llevado a la ruina de mujeres de todas las clases. Pueden aducirse otras razones contra la indulgencia de este falso gusto. Las joyas valiosas no pueden dejar de convertirse, a veces, en una fuente de problemas y ansiedad; y si se pierde o es robado, se conserva un amargo sentimiento de molestia. Las oportunidades de exhibici�n son pocas; ya menudo entonces, debido a una comparaci�n desventajosa con los dem�s, tienden a dar lugar al ardor del coraz�n y la envidia, sentimientos que nunca se experimentar�an de esa manera si el rostro se opusiera resueltamente a tales vanidades. ( Lady Bellairs. )

Pasi�n por la vestimenta extravagante

La emperatriz Josefina ten�a veinticuatro mil libras para sus gastos personales, pero esta suma no era suficiente y sus deudas aumentaron a un grado espantoso. Se levant� a las nueve. Su ba�o consum�a mucho tiempo y prodigaba incansables esfuerzos por preservar y embellecer su persona. Le llevaron enormes cestas con diferentes vestidos, chales y sombreros. De estos, seleccion� su disfraz para el d�a.

Pose�a entre trescientos o cuatrocientos chales y siempre usaba uno por las ma�anas, que cubr�a sus hombros con una gracia inigualable. El ba�o de la tarde fue tan cuidadoso como el de la ma�ana; luego apareci� con flores de perlas o piedras preciosas en el pelo. Bonaparte estaba irritado por estos gastos; volar�a en una pasi�n, y su esposa llorar�a y prometer�a ser m�s prudente; despu�s de lo cual ella continuar�a de la misma manera.

Es casi incre�ble que esta pasi�n por la vestimenta nunca se haya agotado. Despu�s de su divorcio se visti� con el mismo cuidado incluso cuando no era nadie. Muri� cubierta de cintas y raso de color rosa p�lido. Mientras el coraz�n no sea renovado por la gracia divina, la consideraci�n por lo exterior es a�n mayor que la consideraci�n por lo interior. La verdadera religi�n invierte todo esto y da a "las cosas invisibles y eternas" el lugar que les corresponde. El creyente en Cristo vestido m�s humildemente tiene un vestido mejor que la emperatriz, incluso el vestido de bodas de la justicia de Cristo.

Un buen uso para adornos.

Algunos de ustedes pueden hacer un gran bien con los art�culos que pueden prescindir f�cilmente. Tiene adornos sin los cuales los hombres y mujeres cristianos est�n mejor sin los cuales, si se rompen o se venden, ayudar�an a la buena causa. Ojal� muchos siguieran el ejemplo de Oliver Cromwell, cuando fue a la catedral de Exeter y vio doce im�genes masivas de los ap�stoles en plata. "Oh, oh", dijo, "�qu� hacen estos caballeros aqu�?" �Son los doce ap�stoles�, fue la respuesta.

"Muy bien", dijo, "derr�telos y env�elos a hacer el bien". Ojal� los cristianos hicieran eso con algunas de sus joyas de oro y plata. De todos modos, por nuestro propio bien, no sea que el chancro entre en nuestro oro y el �xido en nuestra plata, util�celo para hacer el bien. ( CH Spurgeon. )

Un adorno que viene

Goethe estaba en compa��a de una madre y una hija, cuando esta �ltima, siendo reprendida por algo, se sonroj� y rompi� a llorar. Le dijo a la madre: ��Qu� hermoso ha hecho tu hija tu reproche! El tono carmes� y esas l�grimas plateadas la hacen mucho mejor que cualquier adorno de oro o perlas; esos se pueden colgar del cuello de cualquier mujer; estos nunca se ven desconectados de la pureza moral.

Una flor en toda regla, rociada con el tono m�s puro, no es tan hermosa como esta ni�a, que se sonroja ante el disgusto de sus padres y derrama l�grimas de dolor por su culpa. Un sonrojo es el signo del que la naturaleza cuelga, para mostrar d�nde moran la castidad y el honor.

El bolso de caridad

Howard, poco despu�s de su matrimonio, "vendi� algunas joyas que su esposa ya no ten�a ganas de usar, y puso el dinero en un bolso llamado por ella y su esposo el bolso de caridad". ( J. Stoughton, DD )

Esfera de influencia de la mujer

Porque en la medida en que una mujer es sincera con la naturaleza que Dios le ha dado, su aspiraci�n no es tanto que el mundo suene con su fama, o que la sociedad la cite como l�der de la moda, sino que debe bendecir y ser bendecida en bendici�n. No es que deba desear poder, sino que debe desear un poder noble, no innoble. No es que ella no quiera reinarlo en este mundo, sino que deber�a querer reinarlo, no por ostentaci�n de vestimenta o vida, ni eclipsando a otros, sino por manifestaci�n de amor, por nobleza de servicio gentil, por revelaci�n inconsciente en su vida, y mantenimiento consciente en otros por su influencia, de todas las cosas verdaderas y puras, del honor inmaculado en la vida, de las aspiraciones caballerescas en el alma. ( Stoleford A. Brooke, MA )

Silencio de mujeres

Vaya, doctor, exclam� una mujer superficial y habladora, que estaba en la habitaci�n con el Dr. Johnson, pero de la que no prest� atenci�n, "creo que prefiere la compa��a de los hombres a la de las mujeres". �Se�ora�, respondi�, �me gusta la compa��a de las damas; Me gusta su belleza, me gusta su delicadeza y me gusta su silencio ".

Profesando piedad . -

La profesi�n de piedad

Tal es la descripci�n y el car�cter de los cristianos en los primeros d�as, tal es la descripci�n y el car�cter de todos los verdaderos cristianos de todos los d�as. En ning�n punto de vista es la inconsistencia del mundo cristiano m�s evidente: se pensar�a que abrazan el evangelio de la piedad sin la idea de volverse piadosos. �Qu� deber�amos pensar de un m�dico que no ten�a ning�n inter�s en la ciencia o la pr�ctica de la medicina? �Qu� pasa con un labrador al que le desagradaban los empleos del campo y los evitaba? �Qu� hay de un soldado que rechaz� toda disciplina y toda obediencia? Pero, para decir la verdad y hacer justicia a los hombres, tales casos en el mundo natural son extremadamente raros; es s�lo en el mundo espiritual, s�lo en lo que concierne a Dios, el alma y la eternidad, que encontramos hombres perdidos en la apat�a y actuando en contradicci�n con su fe pretendida;

De hecho, hay hombres que, cuando se les acusa de una inconsistencia tan palpable, y se sienten inc�modos ante la verg�enza de ello, niegan de inmediato que hayan establecido una profesi�n en absoluto; y haga una especie de m�rito al decir que no pretenden ninguna de las distinguidas excelencias del car�cter cristiano. Pero este endeble pretexto de honestidad les puede servir de poco. Si pretenden no aceptar lo que el evangelio requiere, �por qu� pretender el evangelio en absoluto? Es m�s, es un hecho melanc�lico que la generalidad de los paganos en nuestras posesiones indias y extranjeras manifiestan un sentido mucho m�s permanente de sus diversas deidades e �dolos que la generalidad de los cristianos del Dios verdadero y santo.

Temen al objeto de su adoraci�n, lo respetan, lo recuerdan a diario. El enemigo malvado, que expuls� al hombre del para�so con una carne corrupta a un mundo corrupto, todav�a usa esa carne y ese mundo como instrumentos para mantener y aumentar nuestro alejamiento de Dios. Tengo un mensaje que entregar hoy a toda alma que se dedique a la gran obra de salvaci�n; no para ense�ar, sino para recordarle cu�l es realmente la verdad: que se entienda entonces, que se tome en serio, que la piedad es el gran bien, en la vida presente, a la que Cristo vino a llevarnos, como medio de nuestra recuperaci�n final y bienaventuranza. ( J. Slade, MA )

Información bibliográfica
Exell, Joseph S. "Comentario sobre "1 Timothy 2". El Ilustrador Bíblico. https://beta.studylight.org/commentaries/spa/tbi/1-timothy-2.html. 1905-1909. Nueva York.