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1 Corintios 15

El Comentario Bíblico del ExpositorEl Comentario Bíblico del Expositor

Versículos 1-34

Cap�tulo 21

LA RESURRECCI�N DE CRISTO

I. SU LUGAR EN EL CREDO CRISTIANO

PABLO, habiendo resuelto ahora las cuestiones menores del orden en el culto p�blico, el matrimonio, las relaciones sexuales con los paganos y las otras diversas dificultades que estaban distrayendo a la Iglesia de Corinto, pasa por fin a un asunto de primordial importancia e inter�s perenne: la resurrecci�n del cuerpo. . Este gran tema no lo maneja en abstracto, sino con miras a la actitud y creencias particulares de los corintios.

Algunos de ellos dijeron ampliamente: "No hay resurrecci�n de muertos", aunque aparentemente no ten�an la intenci�n de negar que Cristo hab�a resucitado. En consecuencia, Pablo procede a mostrarles que la resurrecci�n de Cristo y la de sus seguidores est�n unidas, que la resurrecci�n de Cristo es esencial para el credo cristiano, que est� ampliamente atestiguado y que, aunque hay grandes dificultades que rodean el tema, lo que hace imposible su comprensi�n. Conciban lo que ser� el cuerpo resucitado, pero la resurrecci�n del cuerpo debe esperarse con confianza y esperanza.

Ser� muy conveniente considerar primero el lugar que ocupa la resurrecci�n de Cristo en el credo cristiano; pero para que podamos seguir el argumento de Pablo y apreciar su fuerza, ser� necesario aclarar en nuestra propia mente lo que �l quiso decir con la resurrecci�n de Cristo y qu� posici�n los corintios buscaban mantener.

Primero, por la resurrecci�n de Cristo, Pablo se refer�a a Su resurrecci�n de la tumba con un cuerpo glorificado o hecho apto para la vida nueva y celestial en la que hab�a entrado. Pablo no cre�a que el cuerpo que vio en el camino a Damasco fuera el mismo cuerpo que hab�a colgado en la cruz, hecho del mismo material, sujeto a las mismas condiciones. Afirma en este cap�tulo que la carne y la sangre, un cuerpo natural, no puede entrar en la vida celestial.

Debe pasar por un proceso que altere por completo su material. Paul hab�a visto cuerpos consumidos hasta convertirse en cenizas, y sab�a que la sustancia de estos cuerpos no pod�a recuperarse. Sab�a que la materia del cuerpo humano se disuelve, y es por los procesos de la naturaleza que se utiliza para la construcci�n de los cuerpos de peces, animales salvajes, p�jaros; que as� como el cuerpo fue sostenido en vida por el producto de la tierra, as� en la muerte se vuelve a mezclar con la tierra, devolviendo a la tierra lo que hab�a recibido.

Los argumentos, por lo tanto, com�nmente instados en contra de la resurrecci�n no ten�an relevancia contra aquello en lo que Pablo cre�a, porque no era precisamente lo que estaba enterrado lo que esperaba que resucitara, sino un cuerpo diferente en clase, material y capacidad. .

Sin embargo, Pablo siempre habla como si hubiera alguna conexi�n entre el presente y el futuro, el cuerpo natural y espiritual. Tambi�n habla del cuerpo de Cristo como el tipo o esp�cimen a cuya semejanza se transformar�n los cuerpos de su pueblo. Ahora bien, si concebimos, o tratamos de concebir, lo que pas� en ese sepulcro cerrado en el huerto de Jos�, solo podemos suponer que el cuerpo de carne y hueso que fue bajado de la cruz y puesto all� se transform� en un cuerpo espiritual. por un proceso que puede llamarse milagroso, pero que difiere del proceso que debe operar en nosotros s�lo por su rapidez.

No entendemos el proceso; pero �es eso lo �nico que no entendemos? A lo largo de la l�nea que delimita este mundo del mundo espiritual, surge el misterio; y el hecho de que no comprendamos c�mo el cuerpo que Cristo hab�a usado en la tierra pas� a ser un cuerpo apto para otro tipo de vida no deber�a impedirnos creer que tal transmutaci�n puede tener lugar.

Hay en la naturaleza muchas fuerzas de las que no sabemos nada, y puede que alg�n d�a nos parezca m�s natural que el esp�ritu se reviste de un cuerpo espiritual. La conexi�n entre los dos cuerpos es el esp�ritu persistente e id�ntico que anima a ambos. As� como la vida que est� en el cuerpo ahora asimila la materia y forma el cuerpo a su molde particular, as� el esp�ritu de aqu� en adelante, cuando es expulsado de su actual morada, puede revestirse con un cuerpo adecuado a sus necesidades.

Paul se niega a reconocer aqu� alguna dificultad insuperable. La transmutaci�n del cuerpo terrenal de Cristo en un cuerpo glorificado se repetir� en el caso de muchos de sus seguidores, porque, como �l dice, "no todos dormiremos, pero todos seremos transformados en un momento, en un abrir y cerrar de ojos". de un ojo ".

En segundo lugar, debemos comprender la posici�n ocupada por aquellos a quienes Pablo se dirigi� en este cap�tulo. Dudaron de la resurrecci�n; pero en ese d�a, como en el nuestro, la Resurrecci�n fue negada desde dos puntos de vista opuestos. Los materialistas, como los saduceos, creyendo que la vida mental y espiritual son s�lo manifestaciones de la vida f�sica y dependen de ella, necesariamente concluyeron que con la muerte del cuerpo termina toda la vida del individuo.

Y m�s bien parecer�a como si los corintios estuvieran manchados de materialismo. "Comamos y bebamos, que ma�ana moriremos", s�lo puede ser la sugerencia del materialista, que no cree en ninguna vida futura de ning�n tipo.

Pero muchos que se opon�an al materialismo sosten�an que la resurrecci�n del cuerpo, si no imposible, era en todo caso indeseable. Estaba de moda hablar con desprecio del cuerpo. Fue marcado como la fuente y el asiento del pecado, como el toro salvaje que arrastr� a su compa�ero de yugo, el alma, fuera del camino recto. Los fil�sofos dieron gracias a Dios porque no hab�a atado su esp�ritu a un cuerpo inmortal, y se negaron a permitir que se tomara su retrato, para que no fueran recordados y honrados por medio de su parte material.

Cuando la ense�anza de Pablo fue aceptada por tales personas, pusieron gran �nfasis en su inculcaci�n de la muerte m�stica o espiritual con Cristo y la resurrecci�n, hasta que se convencieron a s� mismos de que esto era todo lo que quer�a decir con resurrecci�n. Declararon que la Resurrecci�n ya hab�a pasado y que todos los creyentes ya hab�an resucitado en Cristo. Estar libres de toda conexi�n con la materia era un elemento esencial en su idea de la salvaci�n, y prometerles la resurrecci�n del cuerpo era ofrecerles una bendici�n muy dudosa.

En nuestros d�as se niega la resurrecci�n de Cristo tanto desde el punto de vista materialista como desde el espiritualista o idealista. Se dice que la resurrecci�n de Cristo es un hecho indudable si por resurrecci�n se quiere decir que su esp�ritu sobrevivi� a la muerte y ahora vive en nosotros. Pero la resurrecci�n corporal no tiene importancia. No del cuerpo resucitado fluye el poder que ha alterado la historia humana, sino de las ense�anzas y la vida de Cristo y de su entrega de s� mismo hasta la muerte a los intereses de los hombres.

Cristo yac�a en Su tumba, y los elementos de Su cuerpo han pasado al seno de la naturaleza, como lo har� el nuestro en poco tiempo; pero su esp�ritu no fue aprisionado en la tumba: vive, quiz�s, en nosotros. Es posible que escuche o lea declaraciones a este efecto con frecuencia en nuestros d�as. Y cualquiera de dos creencias muy diferentes puede expresarse en ese lenguaje. Puede, por un lado, significar que la persona Jes�s se ha extinguido individualmente, y que aunque la virtud todav�a fluye de Su vida, como de la de todo buen hombre, �l mismo es inconsciente de esto y de todo lo dem�s, y no puede ejercer ninguna acci�n. Influencia nueva y fresca, como la que emana de una persona actualmente viva y consciente de las exigencias que apelan a Su interferencia.

Esta es claramente una forma de creencia completamente diferente de la de los Ap�stoles, quienes actuaron en nombre de un Se�or viviente, a quien apelaron y por quien fueron guiados. Creer en un Cristo muerto, que no puede o�r la oraci�n y no es consciente de nuestro servicio, puede ayudar a un mercado que no tiene nada mejor para ayudarlo; pero es. no la creencia de los ap�stoles.

Por otro lado, puede significar que aunque el cuerpo de Cristo permaneci� en la tumba, su esp�ritu sobrevivi� a la muerte y vive una vida incorp�rea pero consciente y poderosa. Uno de los cr�ticos alemanes m�s profundos, Keim, se ha expresado en este sentido. Los Ap�stoles, piensa, no vieron el cuerpo resucitado del Se�or; Sin embargo, sus visiones de un Jes�s glorificado no eran enga�osas; las apariciones no fueron creaciones de su propio entusiasmo, sino que fueron producidas intencionalmente por el Se�or mismo.

Se cree que Jes�s hab�a pasado realmente a una vida superior y estaba tan lleno de conciencia y de poder como lo hab�a estado en la tierra; y de esta vida glorificada en la que estaba, les dio seguridad a los ap�stoles mediante estas apariencias. El cuerpo del Se�or permaneci� en el sepulcro; pero estas apariciones ten�an la intenci�n, para usar las propias palabras del cr�tico, como una especie de telegrama, para asegurarles que estaba vivo. Si no se hubiera dado tal se�al de Su vida continuada y glorificada, su creencia en �l como el Mes�as no podr�a haber sobrevivido a la muerte en la cruz.

Este punto de vista, aunque err�neo, puede hacer poco da�o al cristianismo experimental o pr�ctico. La diferencia entre un esp�ritu incorp�reo y un cuerpo espiritual es realmente inapreciable para nuestro conocimiento actual. Y si alguien encuentra imposible creer en la resurrecci�n corporal de Cristo, pero f�cil creer en Su vida y poder presentes, ser�a malicioso exigirle una fe que no puede dar adem�s de una fe que lo lleve a la realidad. comuni�n con Cristo.

El prop�sito principal de las apariciones de Cristo fue dar a sus disc�pulos la seguridad de que continuaba con su vida y su poder. Si esa seguridad ya existe, entonces la creencia en Cristo como vivo y supremo reemplaza el uso del habitual trampol�n hacia esa creencia.

Al mismo tiempo, debe sostenerse que los Ap�stoles no solo creyeron que vieron el cuerpo de Cristo, por lo que en verdad lo identificaron en primer lugar, sino que tambi�n se les asegur� claramente que el cuerpo que vieron no era un fantasma ni un telegrama, pero un verdadero cuerpo que pod�a soportar la manipulaci�n, y cuyos labios y garganta pod�an emitir un sonido. Adem�s, no es l�gico suponer que cuando vieron esta aparici�n, fuera lo que fuera, no deb�an ir inmediatamente al sepulcro y ver qu� hab�a all�.

Y si all� vieron el cuerpo mientras que en otros lugares vieron lo que parec�a ser el cuerpo, �en qu� mundo de incomprensibles y desconcertantes malabarismos debieron sentirse involucrados!

Es un hecho, entonces, que aquellos que m�s sab�an tanto sobre el cuerpo como sobre el esp�ritu de Jes�s cre�an que vieron el cuerpo y se les anim� a creerlo. Adem�s, si aceptamos la opini�n de que aunque Cristo est� vivo, Su cuerpo permaneci� en la tumba, nos enfrentamos de inmediato a la dificultad de que la glorificaci�n de Cristo a�n no est� completa. Si el cuerpo de Cristo no particip� en su conquista sobre la tumba, entonces esa conquista es parcial e incompleta.

La naturaleza humana, tanto en esta vida como en la venidera, est� compuesta de cuerpo y esp�ritu; y si Cristo se sienta ahora a la diestra de Dios en perfecta naturaleza humana, no es como un esp�ritu incorp�reo, sino como una persona completa en un cuerpo glorificado, debemos concebirlo. Sin duda, es una influencia espiritual que Cristo ejerce ahora sobre sus seguidores, y su fe en su vida resucitada puede ser independiente de cualquier declaraci�n hecha por los disc�pulos acerca de su cuerpo; Al mismo tiempo, suponer que Cristo ahora no tiene cuerpo es suponer que es imperfecto: y tambi�n debe recordarse que la fe primitiva y la confianza restaurada en Cristo, a la que se debe la existencia misma de la Iglesia, fueron creado por la vista de la tumba vac�a y el cuerpo glorificado.

Frente a cap�tulos como �ste y otros pasajes igualmente expl�citos, los creyentes modernos en una resurrecci�n meramente espiritual han encontrado alguna dificultad para reconciliar sus puntos de vista con las declaraciones de Paul, el Sr. Matthew Arnold se compromete a mostrarnos c�mo se puede hacer esto. "Ni por un momento", dice, negamos que en la teolog�a anterior de Pablo, y notablemente en las Ep�stolas a los Tesalonicenses y Corintios, el aspecto f�sico y milagroso de la Resurrecci�n, tanto de Cristo como del creyente, es primario y predominante.

Ni por un momento negamos que hasta el final de su vida, despu�s de la Ep�stola a los Romanos, despu�s de la Ep�stola a los Filipenses, si le hubieran preguntado si sosten�a la doctrina de la Resurrecci�n en el sentido f�sico y milagroso como as� como en su propio sentido espiritual y m�stico, habr�a respondido con total convicci�n que s�. Es muy probable que le hubiera sido imposible imaginar su teolog�a sin ella. Pero-

'Debajo de la corriente superficial, poco profunda y ligera,

De lo que decimos sentimos, debajo de la corriente,

Como luz, de lo que pensamos que sentimos, fluye

Con corriente silenciosa fuerte, oscura y profunda,

La corriente central de lo que sentimos de hecho ';

y solo por esto nos caracterizamos verdaderamente. Sin embargo, esto no es para interpretar a un autor, sino para convertirlo en una mera nariz de cera que se puede trabajar en cualquier forma conveniente. Probablemente Paul entendi� su propia teolog�a tan bien como el Sr. Arnold; y, como dice su cr�tico, consider� la resurrecci�n f�sica de Cristo y del creyente una parte esencial de ella.

Considerando el lugar que tuvo el cuerpo resucitado de nuestro Se�or en la conversi�n de Pablo, no pod�a ser de otra manera. En el mismo momento en que todo el sistema de pensamiento de Pablo estaba en un estado de fusi�n, el Se�or resucitado qued� impresionado de manera preeminente en �l. Fue a trav�s de su convicci�n de la resurrecci�n de Cristo que tanto la teolog�a de Pablo como su car�cter fueron radicalmente alterados de una vez por todas. La idea de un Mes�as crucificado le hab�a sido aborrecible, y su vida estaba dedicada a la extirpaci�n de esta vil herej�a que brot� de la Cruz.

Pero desde el momento en que con sus propios ojos vio al Se�or resucitado, comprendi�, con el resto de los disc�pulos, que la muerte era el camino designado por el Mes�as hacia la suprema jefatura espiritual. Tanto en el caso de Pablo como en el de los otros disc�pulos, la fe brot� de la vista del Cristo glorificado; y para nadie podr�a ser tan inevitable como para �l decir: "Si Cristo no ha resucitado, entonces nuestra predicaci�n es vana, y tambi�n vuestra fe es vana". Desde el principio, Pablo hab�a planteado la resurrecci�n de Cristo como parte esencial y fundamental del Evangelio que hab�a recibido y que estaba acostumbrado a entregar.

Y, en t�rminos generales, este lugar lo es. asignado a �l tanto por los creyentes como por los incr�dulos. Se reconoce que fue la creencia en la resurrecci�n lo que primero reaviv� las esperanzas de los seguidores de Cristo y los uni� para esperar la promesa de su Esp�ritu. Se reconoce que, ya sea que la resurrecci�n sea un hecho o no, la Iglesia de Cristo se fund� sobre la creencia de que hab�a tenido lugar, de modo que si se hubiera eliminado, la Iglesia no podr�a haberlo sido.

Esto es afirmado tan decisivamente por los incr�dulos como por los creyentes. El gran l�der de la incredulidad moderna (Strauss) declara que la Resurrecci�n es "el centro del centro, el verdadero coraz�n del cristianismo como lo ha sido hasta ahora"; mientras que uno de sus oponentes m�s capaces dice: "La Resurrecci�n cre� la Iglesia, el Cristo resucitado hizo el cristianismo; e incluso ahora la fe cristiana permanece o falla con �l".

Si es cierto que ning�n Cristo viviente sali� jam�s de la tumba de Jos�, entonces esa tumba se convierte en la tumba, no de un hombre, sino de una religi�n, con todas las esperanzas construidas en ella y todos los espl�ndidos entusiasmos que ha inspirado "( Fairbairn).

No es dif�cil percibir qu� fue en la resurrecci�n de Cristo lo que le dio esta importancia.

1. Primero, fue la prueba convincente de que las palabras de Cristo eran verdaderas y de que �l era lo que hab�a afirmado ser. �l mismo hab�a insinuado en m�s de una ocasi�n que tal prueba deb�a darse. "Destruye este templo", dijo, "y en tres d�as lo levantar� de nuevo". La se�al que se iba a dar, a pesar de Su habitual negativa a ceder al ansia jud�a de milagros, era la se�al del profeta Jon�s.

Como hab�a sido expulsado y perdido durante tres d�as y tres noches, pero por lo tanto s�lo hab�a sido reenviado en su misi�n, as� nuestro Se�or deb�a ser expulsado por poner en peligro el barco, pero deb�a volver a elevarse a una eficiencia m�s completa y perfecta. Para que pudiera entenderse Su afirmaci�n de ser el Mes�as, era necesario que muriera; pero para que se pudiera creer, era necesario que se levantara.

Si no hubiera muerto, sus seguidores habr�an continuado esperando un reinado de poder terrenal; Su muerte les mostr� que tal reinado no pod�a existir, y los convenci� de que Su poder espiritual surgi� de una aparente debilidad. Pero si no hubiera resucitado, todas sus esperanzas se habr�an arruinado. Todos los que hab�an cre�do en �l se habr�an unido a los disc�pulos de Ema�s en su grito desesperado: "Pensamos que �ste hab�a sido el que deber�a haber redimido a Israel".

Fue la resurrecci�n de nuestro Se�or, entonces, lo que convenci� a Sus disc�pulos de que Sus palabras hab�an sido verdaderas, que �l era lo que hab�a dicho ser, y que no estaba equivocado con respecto a Su propia persona, Su obra, Su relaci�n con el Padre. , las perspectivas de s� mismo y de su pueblo. Esta fue la respuesta que Dios dio a las dudas, calumnias y acusaciones de los hombres. Jes�s al final se hab�a quedado solo, sin el apoyo de una voz favorable.

Sus propios disc�pulos lo abandonaron, y en su perplejidad no supieron qu� pensar. Aquellos que lo consideraban una persona peligrosa y sediciosa, o en el mejor de los casos un entusiasta enloquecido, se vieron respaldados por la voz del pueblo y se les inst� a tomar medidas extremas, sin que nadie pudiera protestar salvo el juez pagano, nadie que se compadeciera de ellas salvo unas pocas mujeres. Esta ilusi�n, se felicitaron a s� mismos, fue erradicada. Y aniquilado habr�a sido de no haber sido por la Resurrecci�n.

"Entonces se vio que mientras el mundo hab�a despreciado al Hijo de Dios, el Padre lo hab�a estado cuidando con amor incesante; que mientras el mundo lo hab�a puesto en su bar como malhechor y blasfemo, el Padre se hab�a estado preparando para �l un asiento a Su propia diestra; que mientras el mundo lo clavaba en la cruz, el Padre hab�a estado preparando para �l 'muchas coronas' y un nombre que est� sobre todo nombre; que mientras el mundo se hab�a ido al sepulcro en el jard�n, poniendo una guardia y sellando la piedra, y luego hab�a regresado a su banquete y alegr�a, porque el Predicador de la justicia ya no estaba all� para perturbarlo, el Padre hab�a esperado la tercera ma�ana para sacarlo en triunfo de la tumba."

Este contraste entre el trato que Cristo recibi� de manos de los hombres y su justificaci�n por el Padre en la Resurrecci�n llena y colorea todos los discursos pronunciados por los Ap�stoles al pueblo en los d�as inmediatamente posteriores. Evidentemente, aceptaron la resurrecci�n como el gran testimonio de Dios sobre la persona y obra de Cristo. Cambi� sus propios pensamientos acerca de �l, y esperaban que cambiara los pensamientos de otros hombres.

Vieron ahora que Su muerte era uno de los pasos necesarios en Su carrera, una de las partes esenciales de la obra que hab�a venido a hacer. Si Cristo no hubiera resucitado, lo habr�an cre�do d�bil y equivocado como otros hombres. La belleza y promesa de Sus palabras que tanto los hab�an atra�do ahora les habr�a parecido enga�osa e insoportable. Pero a la luz de la Resurrecci�n vieron que el Cristo "deber�a haber padecido estas cosas y as� entrar en Su gloria". Ahora pod�an decir con confianza: "�l muri� por nuestros pecados y resucit� para nuestra justificaci�n".

2. En segundo lugar, la resurrecci�n de Cristo ocupa un lugar fundamental en el credo cristiano, porque en ella se revela una conexi�n real y cercana entre este mundo y el mundo eterno, invisible. No hay necesidad de argumentos ahora para probar una vida m�s all�; aqu� hay uno que est� en �l. Porque la resurrecci�n de Cristo no fue un regreso a esta vida, a sus necesidades, a sus limitaciones, a su inevitable cierre: sino que fue una resurrecci�n a una vida para siempre m�s all� de la muerte.

Tampoco fue un descarte de la humanidad por parte de Cristo, un cese de su aceptaci�n de las condiciones humanas, un ascenso a alg�n tipo de existencia a la que el hombre no tiene acceso. Al contrario, fue porque continu� siendo verdaderamente humano que en cuerpo humano y con alma humana se levant� a la verdadera vida humana m�s all� de la tumba. Si Jes�s resucit� de entre los muertos, entonces el mundo al que se fue es un mundo real, en el que los hombres pueden vivir m�s plenamente de lo que viven aqu�.

Si resucit� de entre los muertos, entonces hay un Esp�ritu invisible m�s poderoso que los poderes materiales m�s fuertes, un Dios que est� buscando sacarnos de todo mal a una condici�n eternamente feliz. Es bastante razonable que la muerte est� investida de cierta majestad, si no de terror, como la m�s poderosa de las cosas f�sicas. Puede haber males mayores; pero no afectan a todos los hombres, sino s�lo a algunos, o privan a los hombres de ciertos goces y cierto tipo de vida, pero no de todos.

Pero la muerte excluye a los hombres de todo lo que tienen que hacer aqu� y los lanza a una condici�n de la que no saben absolutamente nada. Quien conquista la muerte y dispersa su misterio, quien muestra en su propia persona que es inocuo y que en realidad mejora nuestra condici�n, nos trae una luz que no nos llega de otra parte. Y Aquel que muestra esta superioridad sobre la muerte en virtud de una superioridad moral, y la usa para la promoci�n de los fines espirituales m�s elevados, muestra un dominio sobre todos los asuntos de los hombres que hace que sea f�cil creer que �l puede guiarnos a una condici�n como la de los hombres. Su propia. Como afirma Pedro, es "por la resurrecci�n de Jesucristo de entre los muertos que somos engendrados de nuevo para una esperanza viva".

3. Porque, finalmente, es en la resurrecci�n de Cristo donde vemos a la vez la norma o tipo de nuestra vida aqu� y de nuestro destino en el m�s all�. La santidad y la inmortalidad son dos aspectos, dos manifestaciones de la vida divina que recibimos de Cristo. Son inseparables el uno del otro. Su Esp�ritu es la fuente de ambos. "Si el Esp�ritu que levant� al Se�or Jes�s de los muertos mora en ustedes, el que levant� a Cristo Jes�s de los muertos, tambi�n vivificar� sus cuerpos mortales por medio de Su Esp�ritu que mora en ustedes.

"Si ahora tenemos la �nica evidencia de que �l mora en nosotros, un d�a tendremos el otro. La esperanza que deber�a elevar y purificar cada parte del car�cter del cristiano es una esperanza que es oscura, irreal, inoperante, en aquellos que simplemente conocer acerca de Cristo y Su obra; se convierte en una esperanza viva, llena de inmortalidad en todos los que ahora est�n realmente sacando su vida de Cristo, quienes tienen su vida verdaderamente escondida con Cristo en Dios, quienes son de coraz�n y voluntad uno con el Alt�simo , en quien est� toda la vida.

Por tanto, Pablo nos presenta continuamente la vida resucitada de Cristo como aquello a lo que debemos ser conformados. Debemos resucitar con �l a una vida nueva. Como Cristo ha hecho con la muerte, habiendo muerto al pecado una vez, su pueblo debe estar muerto al pecado y vivir para Dios con �l. A veces, en el cansancio o el abatimiento, uno se siente como si hubiera visto lo mejor de todo, experimentado todo lo que puede experimentar y ahora simplemente debe soportar la vida; no ve ninguna perspectiva de nada nuevo, atractivo o revitalizante.

Pero esto no es porque haya agotado la vida, sino porque no la ha comenzado. Para los "hijos de la Resurrecci�n", que han seguido a Cristo en su camino hacia la vida, renunciando al pecado, conquistando a s� mismos y entreg�ndose a Dios, hay una vida que brota en su propia alma que renueva la esperanza y la energ�a.

Cap�tulo 22

LA RESURRECCI�N DE CRISTO

II. SU PRUEBA

PABLO, habiendo afirmado que la resurrecci�n de Cristo es un elemento esencial del Evangelio, procede a esbozar la evidencia del hecho. Esa evidencia consiste principalmente en el testimonio de aquellos que en distintos momentos, lugares y circunstancias hab�an visto al Se�or despu�s de Su muerte. Hay otra evidencia, como indica Paul. En ciertos pasajes no especificados del Antiguo Testamento, cree que un lector perspicaz podr�a haber encontrado suficiente indicio de que cuando llegara el Mes�as, morir�a y resucitar�a.

Pero como �l mismo no hab�a reconocido al principio estas insinuaciones en el Antiguo Testamento, no las presiona sobre otros, sino que apela al simple hecho de que muchos de los que hab�an estado familiarizados con la aparici�n de Cristo mientras vivi� lo vieron despu�s de la muerte. viva.

Como preliminar a la evidencia positiva que aqu� aduce Pablo, se puede se�alar que no tenemos registro de ninguna negaci�n contempor�nea del hecho, salvo s�lo la historia puesta en boca de los soldados por los principales sacerdotes. Mateo nos dice que actualmente se inform� que los soldados que hab�an estado de guardia en el sepulcro fueron sobornados por los sacerdotes y los ancianos para decirles que los disc�pulos hab�an venido por la noche y hab�an robado el cuerpo.

Pero cualquiera que sea el prop�sito temporal que imaginaban que esto podr�a servir, el gran prop�sito que ahora sirve es probar la verdad de la Resurrecci�n, porque se admite el punto principal, la tumba estaba vac�a. En cuanto a la historia en s�, su falsedad debe haber sido evidente; y probablemente nadie en Jerusal�n era tan simple como para dejarse enga�ar por ella. Porque, de hecho, las autoridades hab�an tomado medidas para prevenir esto mismo. Resolvieron que no deber�a haber alteraci�n en la tumba y, en consecuencia, le pusieron su sello oficial y colocaron un guardia para vigilar.

Las pruebas aportadas por las autoridades de forma no intencionada son importantes. Su acci�n despu�s de la Resurrecci�n prueba que la tumba estaba vac�a; mientras que su acci�n anterior a la Resurrecci�n prueba que no fue vaciada por una interposici�n ordinaria, sino por la resurrecci�n real de Jes�s de entre los muertos. Tan fuera de toda duda estaba esto que cuando Pedro se present� ante el Sanedr�n y lo afirm�, nadie fue lo suficientemente fuerte como para contradecirlo.

Si hubieran podido persuadirse a s� mismos de que los disc�pulos hab�an manipulado a la guardia, o los hab�an dominado, o los hab�an aterrorizado en la noche con extra�as apariencias, �por qu� no procesaron a los disc�pulos por romper el sello oficial? �Podr�an haber tenido un pretexto m�s plausible para hacer estallar la fe cristiana y acabar con la herej�a naciente? Estaban perplejos y alarmados por el crecimiento de la Iglesia; �Qu� les impidi� traer pruebas de que no hab�a habido resurrecci�n? Ten�an todos los incentivos para hacerlo, pero no los ten�an.

Si el cuerpo todav�a estaba en la tumba, nada era m�s f�cil que producirlo; si la tumba estuviera vac�a, como afirmaron, porque los disc�pulos hab�an robado el cuerpo, no se les podr�a haber dado a las autoridades ning�n otro mango de bienvenida contra ellos. Pero podr�an amotinarse en audiencia p�blica fingiendo tal cosa. Sab�an que lo que informaba su guardia era cierto. En resumen, no hab�a ning�n objeto que el Sanedr�n hubiera alcanzado con m�s gusto que hacer estallar la creencia en la resurrecci�n de Cristo; si esa creencia era falsa, dispon�an de amplios medios para demostrar que lo era y, sin embargo, no hac�an absolutamente nada que tuviera peso en la opini�n p�blica. Es evidente que no solo los disc�pulos, sino las autoridades, se vieron obligados a admitir el hecho de la Resurrecci�n.

La idea de que s�lo hubo una resurrecci�n pretendida, inventada por los disc�pulos, puede, por tanto, descartarse; y, de hecho, ninguna persona bien informada hoy en d�a se atrever�a a afirmar tal cosa. Los que niegan la Resurrecci�n tan expl�citamente como los que la afirman admiten que los disc�pulos ten�an una fe fidedigna de que Jes�s hab�a resucitado de entre los muertos y estaba vivo. La �nica pregunta es, �c�mo se produjo esa creencia? Y a esta pregunta hay tres respuestas: (1) que los disc�pulos vieron a nuestro Se�or vivo despu�s de la crucifixi�n, pero nunca hab�a estado muerto; (2) que solo pensaron que lo hab�an visto; y (3) que realmente lo vieron vivo despu�s de estar muerto y enterrado.

1. La primera respuesta es claramente inadecuada. Se nos pide que demos cuenta de la Iglesia cristiana, de la fe en un Se�or resucitado que anim� a los primeros disc�pulos con una fe, una esperanza, un valor, cuyo poder se siente hasta el d�a de hoy; pedimos una explicaci�n de esta singular circunstancia de que varios hombres llegaron a la conclusi�n de que ten�an un Amigo todopoderoso, que ten�a todo el poder en el cielo y en la tierra; y se nos dice, en explicaci�n de esto, que hab�an visto a su Maestro apenas rescatado de la crucifixi�n, arrastr�ndose por la tierra, apenas capaz de moverse, todo manchado de sangre, manchado de la tumba, p�lido, d�bil, indefenso, y este objeto les hizo creer que �l era todopoderoso.

Como dice uno de los cr�ticos m�s esc�pticos, "alguien que se hab�a deslizado medio muerto de la tumba y se arrastraba sobre un paciente enfermo, necesitando asistencia m�dica y quir�rgica, cuidados y fortalecimiento, y que finalmente sucumb�a a sus sufrimientos, nunca podr�a Le hab�a dado a sus seguidores la impresi�n de que �l era el Conquistador de la muerte y la tumba, el Pr�ncipe de la vida. Tal recuperaci�n s�lo podr�a haber debilitado o, en el mejor de los casos, haber dado un matiz pat�tico a la impresi�n que les hab�a causado con su vida y muerte; no habr�a podido convertir su dolor en �xtasis y elevar su reverencia en adoraci�n ".

Entonces, esta explicaci�n puede descartarse. No est� en armon�a con los hechos ni es adecuada como explicaci�n.

No est� en armon�a con los hechos, porque el hecho de Su muerte fue certificado por la autoridad m�s segura. Hab�a en el mundo en ese momento, y hay en el mundo ahora, nada m�s puntillosamente exacto que un soldado entrenado bajo la vieja disciplina romana. La puntillosa exactitud de esta disciplina se ve en la conducta tanto de los soldados en la cruz como de Pilato. Aunque los soldados ven que Jes�s est� muerto, se aseguran de su muerte con un empuj�n de lanza, de un palmo de ancho, suficiente por s� mismo, como bien sab�an, para causar la muerte.

Y cuando se solicite a Pilato por el cuerpo, no lo entregar� hasta que haya recibido del centuri�n de guardia el certificado necesario de que la sentencia de muerte se ha ejecutado realmente.

La suposici�n de que Jes�s sobrevivi� a la crucifixi�n y se apareci� a sus disc�pulos en esta condici�n rescatada tampoco es una explicaci�n de su fe en �l como un Se�or todopoderoso glorioso y resucitado. La Persona que vieron y en la que despu�s creyeron no era un hombre desangrado, aplastado y derrotado, que a�n ten�a la muerte que esperar, sino una Persona que hab�a pasado y vencido la muerte, y ahora estaba viva para siempre, abri�ndose para �l y para ellos las puertas de una vida gloriosa e inmortal.

2. La creencia de los disc�pulos es explicada con mayor apariencia de perspicacia por aquellos que dicen que imaginaban haber visto al Se�or resucitado, aunque en realidad no lo vieron. Hay, se se�ala, varias formas en las que los disc�pulos pueden haber sido enga�ados. Por ejemplo, alguna persona inteligente e intrigante puede haber personificado a Jes�s. Se han hecho tales personalizaciones, pero nunca con tales resultados. Cuando Postumo Agripa fue asesinado, uno de sus esclavos secret� o dispers� las cenizas del hombre asesinado, para destruir la evidencia de su muerte, y se retir� por un tiempo hasta que le crecieron el cabello y la barba, para favorecer una cierta semejanza que realmente ten�a. �l.

Mientras tanto, tomando a algunos �ntimos en su confianza, difundi� un informe, que encontr� oyentes listos, que Agripa todav�a viv�a. Se desliz� de pueblo en pueblo, mostr�ndose en el crep�sculo durante unos minutos solo a la vez a los hombres preparados para la aparici�n repentina, hasta que se lleg� a o�r en el exterior que los dioses hab�an salvado al nieto de Agripa del destino que le esperaba. , y que estaba a punto de visitar la ciudad y reclamar su herencia leg�tima.

Pero tan pronto como la vulgar impostura tom� esta forma pr�ctica y entr� en contacto con las realidades de la vida, todo el truco explot�. La impostura, de hecho, no encaja en absoluto en el caso que tenemos ante nosotros; y cuanto m�s consideremos la combinaci�n de cualidades requeridas en cualquiera que pueda emprender la personificaci�n del Se�or resucitado, m�s persuadidos estaremos de que la explicaci�n correcta de la creencia en la Resurrecci�n no debe buscarse en esta direcci�n.

Una vez m�s, uno de los m�s razonables e influyentes de nuestros contempor�neos atribuye "el gran mito del avivamiento corporal de Cristo a la creencia de los disc�pulos de que tal alma no pod�a extinguirse. De una manera menor, la tumba de un querido amigo ha ha sido para muchos el lugar de nacimiento de su fe, y es obvio que en el caso de Cristo se cumplieron todas las condiciones que elevar�an una convicci�n tan repentina a la altura del fervor apasionado.

Las primeras palabras de los disc�pulos entre ellos en esa ma�ana de Pascua bien pudieron haber sido '�l no est� muerto'. Su esp�ritu est� este d�a en el para�so entre los hijos de Dios. "'Exactamente; ellos, por supuesto, cre�an que su esp�ritu estaba en el para�so, y por esa misma raz�n esperaban encontrar Su cuerpo en la tumba. Ninguna visita ordinaria a una tumba ni los resultados ordinarios que se deriven de tal visita arrojan luz sobre el caso que tenemos ante nosotros, porque en circunstancias ordinarias los hombres cuerdos no creen que sus amigos les hayan sido devueltos y est�n ante ellos en una forma corporal palpable.

No hay ninguna posibilidad de que su creencia en la existencia continua del esp�ritu de su Maestro haya dado lugar a la convicci�n de que lo hab�an visto. Pudo haber dado lugar a expresiones como que �l estar�a con ellos hasta el fin del mundo, pero no a la convicci�n de que lo hab�an visto en el cuerpo. Aqu�, de nuevo, est� el relato de Renan sobre el crecimiento de esta creencia ": A Jes�s le iba a suceder la misma fortuna que es la suerte de todos los hombres que han cautivado la atenci�n de sus semejantes.

El mundo, acostumbrado a atribuirles virtudes sobrehumanas, no puede admitir que se hayan sometido a la injusta, repugnante, inicua ley de la muerte com�n a todos. En el momento en que Mahoma expir�, Omar sali� corriendo de la tienda, espada en mano, y declar� que derribar�a a cualquiera que se atreviera a decir que el profeta ya no exist�a. Los h�roes no mueren. �Qu� es la verdadera existencia sino el recuerdo de nosotros que sobrevive en el coraz�n de quienes nos aman? Durante algunos a�os este adorado Maestro hab�a llenado de alegr�a y esperanza el peque�o mundo que lo rodeaba; �Podr�an consentir en permitirle la ruina de la tumba? No; Hab�a vivido tan enteramente en aquellos que lo rodeaban, que s�lo pod�an afirmar que despu�s de su muerte, a�n viv�a.

"El se�or Renan tiene cuidado de no recordarnos que el alboroto ocasionado por el anuncio de Omar fue acallado por la voz tranquila de Abu Bekr, quien tambi�n sali� del lecho de muerte de Mahoma con las memorables palabras:" Quien haya adorado a Mahoma, h�gale saber que Mahoma est� muerto, pero quien ha adorado a Dios que el Se�or vive y no muere ". El gran cr�tico omite tambi�n notar que ninguno de los Ap�stoles dijo, como Omar, que su Maestro no estaba muerto; admitieron y sintieron Su muerte. agudamente; y es vano intentar confundir cosas esencialmente distintas, la afirmaci�n de un hecho, a saber, que el Se�or hab�a resucitado, con la reanimaci�n sentimental o arrepentida de la imagen de un hombre en los corazones de sus amigos sobrevivientes. .

Adem�s, debe observarse que todas estas hip�tesis, que explican la creencia en la Resurrecci�n al suponer que los disc�pulos se imaginaban que hab�an visto a Cristo, o se convenc�an de que a�n viv�a, omiten por completo explicar c�mo dispusieron la tumba de nuestro. Se�or, en el cual, seg�n esta hip�tesis, Su cuerpo a�n reposaba tranquilamente. Una o dos personas en un estado peculiarmente excitable podr�an suponer que hab�an visto una figura que se parec�a a una persona por la que estaban preocupados; pero c�mo la creencia de que la tumba estaba vac�a pudo apoderarse de ellos, o de los miles que debieron haberla visitado en las semanas siguientes, no se explica ni se intenta explicarlo.

Entonces, �no hay posibilidad de que los disc�pulos hayan sido enga�ados? �No se habr�n equivocado? �Es posible que no hayan visto lo que quer�an ver, como han hecho a veces otros hombres? Los hombres de v�vida fantas�a o de esp�ritu jactancioso a veces llegan a creer realmente que han hecho y dicho cosas que nunca hicieron o dijeron. �Est� fuera de discusi�n imaginar que los disc�pulos pudieran haber sido enga�ados de manera similar? Si la creencia en la resurrecci�n hubiera dependido del informe de un hombre, si hubiera habido solo uno o unos pocos testigos oculares del asunto, su evidencia podr�a haberse explicado por este motivo.

Es posible, por supuesto, que una o dos personas que esperaban ansiosamente la resurrecci�n de Jes�s se hubieran persuadido a s� mismas de que lo ve�an, pudieran persuadirse a s� mismas de que alguna figura distante o alg�n destello de sol matutino entre los �rboles del jard�n era el buscaba persona. No se requiere un conocimiento psicol�gico profundo para ense�arnos que ocasionalmente se ven visiones. Pero lo que tenemos que explicar aqu� es c�mo no una sino varias personas, no juntas, sino en diferentes lugares y en diferentes momentos, no todas en un mismo estado de �nimo sino en varios estados de �nimo, llegaron a creer que hab�an visto al Se�or resucitado.

Fue reconocido, no por personas que esperaban verlo vivo, sino por mujeres que fueron a ungirlo muerto; no por personas cr�dulas y excitables, sino por hombres que no creer�an hasta haber entrado en el sepulcro; no por personas tan entusiastas y creativas de su propia creencia como para confundir a cualquier extra�o que pasara o incluso un destello de luz con �l que buscaban, sino por tan lentos para creer, tan despectivamente incr�dulos de la resurrecci�n, tan resueltamente esc�pticos, y tan profundamente vivos para el posibilidad de enga�o, que juraron que nada los satisfar�a excepto la prueba del tacto y la vista. Era una creencia producida, no por una aparici�n extraordinaria y dudosa, sino por apariciones repetidas y prolongadas a personas en varios lugares y de diversos temperamentos.

Esta suposici�n, por tanto, de que los disc�pulos estaban dispuestos a creer en la Resurrecci�n y quer�an: creerla, y que lo que quer�an ver, pensaban que ve�an, deb�a ser abandonado. Nunca se ha demostrado que los disc�pulos tuvieran tal creencia; no formaba parte del credo jud�o con respecto al Mes�as: y la idea de que realmente estaban en este estado mental expectante se contradice completamente con la narraci�n. Lejos de tener esperanzas, estaban tristes y sombr�os, como atestiguan la melancol�a, la desesperaci�n resignada de los dos amigos en el camino a Ema�s.

"Es una pena 'demasiado profunda para las l�grimas' cuando todos

Se refuta enseguida, cuando alg�n esp�ritu superador,

Cuya luz adornaba el mundo a su alrededor, deja

Los que se quedan atr�s, ni sollozos ni gemidos,

Pero p�lida desesperaci�n y fr�a tranquilidad ".

"Tal era el estado de �nimo de los disc�pulos desamparados". Pensaron que todo hab�a terminado. Las mujeres que fueron con sus especias arom�ticas a ungir a los muertos, ciertamente no esperaban encontrar a su Se�or resucitado. Los hombres a quienes les anunciaron lo que hab�an visto se mostraron esc�pticos; algunos de ellos se rieron de las mujeres y llamaron a su informe "cuentos ociosos" y no quisieron creer. Mar�a Magdalena esperaba tan poco volver a ver vivo a su Se�or, que cuando se le apareci� pens� que era el jardinero, la �nica persona a la que so�aba ver andar a esa hora en el jard�n.

Thomas, con toda la resuelta desconfianza hacia los dem�s que un esc�ptico moderno podr�a mostrar, jura que creer� una imaginaci�n tan salvaje en la palabra de nadie, y a menos que vea al Se�or con sus propios ojos y se le permita probar la realidad de la figura por medio de toque tambi�n, no se convencer�. A los disc�pulos en el camino a Ema�s, aunque nunca antes hab�an escuchado una conversaci�n como la de la Persona que se les uni�, nunca se les ocurri� que este pudiera ser el Se�or.

En resumen, no hubo una sola persona a la que se le apareci� nuestro Se�or que no fuera tomado completamente por sorpresa. Tan lejos estaban de representar la Resurrecci�n en sus esperanzas y fantas�as con tanta viveza que pareciera que tomaba forma y realidad exterior, que incluso cuando realmente tuvo lugar, apenas pod�an creerlo con la evidencia m�s fuerte. Por lo tanto, nos vemos obligados a descartar la idea de que los primeros disc�pulos creyeron en la resurrecci�n porque deseaban hacerlo y estaban dispuestos a hacerlo.

3. Queda, por tanto, s�lo la tercera explicaci�n de la creencia de los disc�pulos en la resurrecci�n: lo vieron vivo despu�s de haber sido muerto y sepultado. Claramente, no era un fantasma, ni un fantasma, ni una apariencia imaginaria que pudiera personificar a su Maestro perdido y despertarlos del desaliento, la inacci�n y la timidez de las esperanzas frustradas hacia la m�s tranquila consistencia del plan y el m�s firme coraje.

No fue una visi�n creada por su propia imaginaci�n que podr�a alterar de una vez y para siempre la idea del Mes�as que los disc�pulos en com�n con todos sus compatriotas sosten�an. No era un fantasma que pudiera imitar la impresionante individualidad del Se�or y continuar Su identidad en nuevos escenarios, que pudiera inspirar a los disc�pulos con unidad de prop�sito y que pudiera conducirlos hacia las victorias m�s espl�ndidas que los hombres jam�s hayan ganado.

No; nada explicar� la fe de los Ap�stoles y de los dem�s, sino el hecho de que realmente vieron al Se�or despu�s de Su muerte revestido de poder. Los hombres que dijeron que lo hab�an visto eran hombres de honradez; fueron hombres que se mostraron dignos de ser testigos de tan gran acontecimiento; hombres animados no por un mezquino esp�ritu de vanagloria, sino por la seriedad, incluso la sublimidad, de esp�ritu; hombres cuyas vidas y conductas requieren una explicaci�n, y que se explican por haber sido puestos en contacto con el mundo espiritual de esta manera sorprendente y solemne.

El testimonio del mismo Pablo es en algunos aspectos m�s convincente que el de aquellos que vieron al Se�or inmediatamente despu�s de la Resurrecci�n. Ciertamente, no estaba ansioso por creer ni era probable que ignorara los hechos. Se hab�a dedicado al exterminio de la nueva fe; todas sus esperanzas como fariseo y como jud�o estaban en contra. Ten�a los mejores medios para averiguar la verdad, viviendo en t�rminos de amistad con los l�deres de Jerusal�n.

Es simplemente inconcebible que haya abandonado todas sus perspectivas y haya entrado en una vida completamente diferente sin investigar cuidadosamente el hecho principal que lo influenci� al hacer este cambio. Por supuesto, se dice que Paul era una criatura nerviosa y excitable, probablemente epil�ptica, y ciertamente propensa a tener visiones. Se insin�a que su conversi�n se debi� a la influencia combinada de la epilepsia y una tormenta el�ctrica, de todas las desafortunadas sugerencias del escepticismo moderno, tal vez.

m�s desafortunado. Si fuera cierto, uno solo podr�a desear que la epilepsia sea m�s com�n de lo que es. Tenemos que dar cuenta no solo de la conversi�n de Pablo, sino de su acatamiento de las convicciones que al principio le produjeron. Es imposible suponer que no dedic� gran parte de los a�os inmediatamente posteriores a examinar los fundamentos de la fe cristiana y a cuestionarse a s� mismo en cuanto a su propia creencia. Sin duda, Pablo estaba ansioso y entusiasta, pero ning�n hombre estaba mejor preparado para moverse entre las realidades de la vida o para averiguar cu�les son estas realidades.

Los ingleses consideran a Paley como uno de los mejores representantes de la combinaci�n de agudeza y sentido, penetraci�n y solidez de juicio, por las que se supone que se caracterizan los jueces ingleses; y Paley dice de Paul, "Sus cartas proporcionan evidencia de la solidez y sobriedad de su juicio, y su moralidad es en todas partes tranquila, pura y racional; adaptada a la condici�n, la actividad y los negocios de la vida social y de sus diversas relaciones, libres de la escrupulosidad y austeridad excesivas de la superstici�n, y de lo que quiz�s era m�s aprehensible, las abstracciones del quietismo y las elevaciones y extravagancias del fanatismo.

"Pero realmente ninguna persona de capacidad ordinaria necesita certificados de la cordura de Paul. Ning�n intelecto m�s cuerdo o m�s autoritario ha encabezado jam�s un movimiento complejo y dif�cil. No hay nadie de esa generaci�n cuyo testimonio de la Resurrecci�n sea m�s digno de tener, y lo tenemos en la forma m�s enf�tica de una vida basada en �l.

Nadie, hasta donde yo s�, que se haya interesado seriamente en las pruebas aducidas para este evento, ha negado que ser�a suficiente para autenticar cualquier evento hist�rico ordinario. De hecho, la mayor�a de los eventos de la historia pasada se aceptan con pruebas mucho m�s escasas que las que tenemos para la Resurrecci�n. La evidencia que tenemos para ello es precisamente del mismo tipo que aquella sobre la que aceptamos eventos ordinarios; es el testimonio de las personas interesadas, las simples declaraciones de testigos presenciales y de quienes conocieron a testigos presenciales.

No es una declaraci�n prof�tica, po�tica, simb�lica o sobrenatural, sino el testimonio claro y sin adornos de hombres comunes. Los relatos var�an en muchos detalles, pero en cuanto al hecho central de que el Se�or resucit� y fue visto una y otra vez, no hay variaci�n, y las variaciones que existen son simplemente las que existen en todos los relatos similares de diferentes individuos de uno y el otro. mismo evento.

En resumen, la evidencia solo puede rechazarse sobre la base de que ninguna evidencia, por fuerte que sea, podr�a probar un evento tan incre�ble. Se admite que la prueba ser�a aceptada en cualquier otro caso, pero este hecho denunciado es en s� mismo incre�ble.

La idea de cualquier interferencia con las leyes f�sicas que gobiernan el mundo, sin importar cu�n importante sea el fin al que sirva la interferencia, se rechaza como fuera de discusi�n. Este me parece un m�todo bastante il�gico para abordar el tema. Lo sobrenatural se rechaza como preliminar, a fin de impedir cualquier consideraci�n de las evidencias m�s apropiadas de lo sobrenatural. Antes de mirar aquello que, si no es la prueba m�s eficaz de lo sobrenatural, se encuentra al menos entre los argumentos que principalmente merecen atenci�n, la mente est� decidida a rechazar toda evidencia de lo sobrenatural.

La primera tarea de los cient�ficos es observar los hechos. Muchos hechos que a primera vista parec�an contradecir leyes previamente comprobadas, finalmente se encontr� que indicaban la presencia de una ley superior. �Por qu� los hombres de ciencia est�n tan aterrorizados por la palabra "milagro"? Este evento puede, como la visita de un cometa, haber ocurrido solo una vez en la historia del mundo; pero por eso no tiene por qu� ser irreductible a la ley o la raz�n.

La resurrecci�n de Cristo es �nica, porque �l es �nico. Encuentre otra Persona que tenga la misma relaci�n con la raza y viva la misma vida, y encontrar� una resurrecci�n similar. Decir que es inusual o sin precedentes es no decir nada en absoluto al prop�sito.

Adem�s, aquellos que rechazan la resurrecci�n de Cristo como imposible se ven obligados a aceptar un milagro moral igualmente asombroso: el milagro, quiero decir, que aquellos que ten�an los mejores medios para determinar la verdad y todos los incentivos posibles para determinarla deber�an haber sido enga�ados. , y que este enga�o deber�a haber sido la fuente m�s fruct�fera de bien, no solo para ellos, sino para todo el mundo.

Llegamos entonces a la conclusi�n de que los disc�pulos cre�an en la resurrecci�n de Cristo porque realmente hab�a tenido lugar. Nunca se ha dado otra explicaci�n de su creencia que se recomiende al entendimiento com�n que acepta lo que le atrae. No se ha dado ninguna explicaci�n de la creencia que tenga probabilidad de ganar vigencia o que sea m�s cre�ble que la que busca suplantar. La creencia en la resurrecci�n que tan repentina y efectivamente posey� a los primeros disc�pulos queda sin explicaci�n por ninguna otra suposici�n que la simple de que el Se�or resucit�.

Versículos 12-34

Capitulo 23

CONSECUENCIAS DE NEGAR LA RESURRECCI�N

Al esforzarse por restaurar entre los corintios la creencia en la resurrecci�n del cuerpo, Pablo muestra el lugar fundamental que ocupa en el credo cristiano la resurrecci�n de Cristo, y qu� testimonio hab�a recibido su resurrecci�n. Adem�s, exhibe ciertas consecuencias que se derivan de la negaci�n de la resurrecci�n. Estas consecuencias son (1) que si no hay resurrecci�n del cuerpo, entonces Cristo no ha resucitado, y que, por lo tanto, (2) los Ap�stoles que dieron testimonio de esa resurrecci�n son falsos testigos; (3) que aquellos que ya hab�an muerto creyendo en Cristo, hab�an perecido, y que nuestra esperanza en Cristo debe limitarse a esta vida; (4) que el bautismo por los muertos es una locura vana si los muertos no resucitan.

A la declaraci�n y discusi�n de estas consecuencias, Pablo dedica gran parte de este cap�tulo, desde el vers�culo 12 al 34 ( 1 Corintios 15:12 ). Tomemos primero la consecuencia menos importante.

1. "Si los muertos no resucitan, �qu� har�n los que se bautizan por los muertos?" ( 1 Corintios 15:29 ) -una pregunta de la cual los corintios sin duda sintieron toda la fuerza, pero que m�s bien se nos pierde porque no sabemos lo que significa. Algunos han pensado que como el bautismo a veces se usa en las Escrituras como equivalente a la inmersi�n en un mar de problemas, Pablo quiere decir: "�Qu� har�n, qu� esperanza tendr�n, que est�n sumidos en el dolor por los amigos que han perdido?" Algunos piensan que se refiere a los que han sido bautizados con el bautismo de Cristo, es decir, han sufrido el martirio y han entrado as� en la Iglesia de los muertos.

Otros piensan de nuevo que ser bautizado "por los muertos" no significa m�s que el bautismo ordinario, en el que el creyente espera la resurrecci�n de entre los muertos. La forma primitiva del bautismo trajo la muerte y la resurrecci�n v�vidamente ante la mente del creyente, y confirm� su esperanza en la resurrecci�n, esperanza que ser�a vana si no hay resurrecci�n.

Sin embargo, el significado claro de las palabras parece apuntar a un bautismo vicario, en el que un amigo vivo recibi� el bautismo como representante de una persona que hab�a muerto sin bautismo. De tal costumbre hay rastro hist�rico. Incluso antes de la era cristiana, entre los jud�os, cuando un hombre mor�a en un estado de contaminaci�n ceremonial, era costumbre que un amigo del difunto realizara en su lugar los lavados y otros ritos que el difunto habr�a realizado si se hubiera recuperado.

Una pr�ctica similar prevaleci� en cierta medida entre los cristianos primitivos, aunque nunca fue admitida como un rito v�lido por la Iglesia Cat�lica. Entonces, como ahora, a veces suced�a que, al acercarse la muerte, los pensamientos de los incr�dulos se volv�an fuertemente hacia la fe cristiana, pero antes de que se pudiera administrar el bautismo, la muerte abat�a al cristiano intencional. El bautismo generalmente se pospuso hasta que pasara la juventud o incluso la madurez, para que una gran cantidad de pecados pudieran ser lavados en el bautismo, o que menos pudiesen manchar el alma despu�s de �l.

Pero, naturalmente, a veces ocurr�an errores de c�lculo, y la muerte s�bita anticipaba un bautismo demorado por mucho tiempo. En tales casos, los amigos del difunto obten�an consuelo del bautismo vicario. Alguien que estaba persuadido de la fe de los difuntos respondi� por �l y fue bautizado en su lugar.

Si Pablo quiso decir: Suponiendo que la muerte acabe con todo, �de qu� sirve que alguien sea bautizado como representante de un amigo muerto? no podr�a haber usado palabras m�s expresivas de su significado que cuando dice: "Si los muertos no resucitan, �por qu� entonces se bautizan por los muertos?" La �nica dificultad es que, por lo tanto, Pablo podr�a parecer que saca un argumento a favor de una doctrina fundamental del cristianismo a partir de una pr�ctica tonta e injustificable.

�Es posible que un hombre de tal sagacidad haya sancionado o tolerado una superstici�n tan absurda? Pero su alusi�n a esta costumbre, como lo hace aqu�, apenas implica que la aprobara. M�s bien se diferencia de los que practicaban el rito. "�Qu� har�n los que se bautizan por los muertos?" - refiri�ndose, probablemente, a algunos de los mismos corintios. En cualquier caso, el punto del argumento es obvio.

Ser bautizado por aquellos que hab�an muerto sin bautismo, y cuyo futuro se supon�a que por ello estaba en peligro, ten�a al menos una demostraci�n de cordialidad y raz�n; ser bautizado por aquellos que ya hab�an dejado de existir era, por supuesto, absurdo a primera vista.

2. La segunda consecuencia que fluye de la negaci�n de la resurrecci�n es que la propia vida de Pablo es un error. "�Por qu� nos ponemos en peligro cada hora? �De qu� me sirve arriesgarme a morir todos los d�as y sufrir a diario, si los muertos no resucitan?" Si no hay resurrecci�n, dice, toda mi vida es una locura. No pasa ning�n d�a, pero estoy en peligro de muerte a manos de una turba enfurecida o de un magistrado equivocado.

Estoy en peligro constante, en peligros por tierra y mar, en peligros de ladrones, en desnudez, en ayuno; Todos estos peligros los encuentro con alegr�a porque creo en la resurrecci�n. Pero "si en esta vida solamente esperamos en Cristo, entonces somos los m�s miserables de todos los hombres". Perdemos tanto esta vida como la que pens�bamos que vendr�a.

El significado de Pablo es claro. Con la esperanza de una vida m�s all�, hab�a sido inducido a sufrir las mayores privaciones de esta vida. Hab�a estado expuesto a innumerables peligros e indignidades. Aunque era un ciudadano romano, lo hab�an echado a la arena para enfrentarse a las bestias salvajes: no hab�a ning�n riesgo que no hubiera corrido, ninguna dificultad que no hubiera soportado. Pero en todo lo sosten�a la seguridad de que le quedaba un descanso y una herencia en una vida futura.

Elimine esta seguridad y elimine la suposici�n sobre la que se basa totalmente su conducta. Si no hay vida futura que ganar ni perder, entonces el lema epic�reo puede reemplazar las promesas de Cristo: "Comamos y bebamos, porque ma�ana moriremos".

De hecho, se puede decir que incluso si no hay vida por venir, es mejor pasar esta vida al servicio del hombre, por m�s lleno de peligros y dificultades que ese servicio sea. Eso es muy cierto; y si Pablo hubiera cre�do que esta vida lo era todo, a�n podr�a haber optado por gastarla, no en la indulgencia sensual, sino en la lucha por ganar hombres para algo mejor. Pero en ese caso no habr�a habido enga�o ni decepci�n.

De hecho, sin embargo, Pablo cre�a en una vida por venir, y fue porque crey� en esa vida y se entreg� a la obra de ganar hombres para Cristo sin importar sus propios dolores y p�rdidas. Y lo que dice es que si se equivoca, entonces todos estos dolores y p�rdidas han sido gratuitos, y que toda su vida ha transcurrido en un error. La vida para la que buscaba ganar, y para la que buscaba preparar a los hombres, no existe.

Adem�s, debe reconocerse que la masa de hombres se hunde en una vida meramente sensual o terrenal si se quita la esperanza de la inmortalidad, y que Pablo no requer�a ser muy cauteloso en su declaraci�n de esta verdad. De hecho, las palabras "Comamos y bebamos, que ma�ana moriremos" fueron tomadas de la historia de su propia naci�n. Cuando Jerusal�n fue asediada por los babilonios y no parec�a posible escapar, la gente se entreg� a la imprudencia, la desesperaci�n y la indulgencia sensual, diciendo: "Comamos y bebamos, que ma�ana moriremos.

"Ejemplos similares de la imprudencia producida por la proximidad de la muerte pueden ser f�cilmente extra�dos de la historia de los naufragios, de las pestilencias y de las ciudades sitiadas. En el antiguo libro jud�o, el Libro de la Sabidur�a, se encuentra una expresi�n muy hermosa: las siguientes palabras fueron puestas en boca de aquellos que no sab�an que el hombre es inmortal: "Nuestra vida es corta y tediosa, y en la muerte del hombre no hay remedio; ni se supo de ning�n hombre que regresara de la tumba: porque todos nacimos en una aventura; y ser� despu�s como si nunca hubi�ramos sido; porque el aliento de nuestra nariz es como humo, y una peque�a chispa es el movimiento de nuestro coraz�n, el cual, apag�ndose, nuestros cuerpos se reducir�n a cenizas, y nuestro esp�ritu se desvanecer� como el aire blando; y nuestro nombre ser� olvidado en tiempo, y nadie recordar� nuestras obras,

Hag�monos de vino y de ung�entos costosos, y no dejemos pasar la flor de la primavera; coron�monos de capullos de rosa antes de que se sequen, que ninguno se quede sin su parte de voluptuosidad; dejemos muestras de nuestro gozo en todo lugar, porque esta es nuestra porci�n, y nuestra suerte es esta ".

Por lo tanto, es obvio que esta es la conclusi�n que la mayor�a de la humanidad extrae de la incredulidad en la inmortalidad. Convence a los hombres de que esta vida lo es todo, de que la muerte es la extinci�n final, y con entusiasmo agotar�n esta vida de todo el placer que pueda producir. Podemos decir que hay algunos hombres para quienes la virtud es el mayor placer; podemos decir que para todos la negaci�n del apetito y la autocomplacencia es un placer m�s genuino que su gratificaci�n; podemos decir que la virtud es su propia recompensa y que, independientemente del futuro, es correcto vivir ahora espiritualmente y no sensualmente, para Dios y no para uno mismo; podemos decir que los juicios de conciencia se pronuncian sin tener en cuenta las consecuencias futuras, y que la vida m�s elevada y mejor para el hombre es una vida conforme a la conciencia y en comuni�n con Dios,

Y esto es cierto, pero �c�mo lograr que los hombres lo acepten? Ense�a a los hombres a creer en una vida futura y fortalecer�s cada sentimiento moral y cada aspiraci�n hacia Dios al revelar la verdadera dignidad de la naturaleza humana. Hacer sentir a los hombres que son seres inmortales, que esta vida, lejos de ser todo, es la mera entrada y el primer paso a la existencia; haz que los hombres sientan que se les abre un progreso moral sin fin, y les animas a sentar las bases de este progreso en una vida virtuosa y abnegada en este mundo.

Quite esta creencia, anime a los hombres a pensar en s� mismos como peque�as criaturas sin valor que surgen durante unos a�os y son borradas de nuevo para siempre, y destruir� una fuente principal de la acci�n correcta en los hombres. No es que los hombres hagan obras nobles en aras de la recompensa: la esperanza de recompensa es apenas una influencia perceptible en el mejor de los hombres, ni en ning�n otro hombre; pero en todos los hombres entrenados como nosotros hay una conciencia indefinida de que, siendo criaturas inmortales, estamos hechos para fines m�s elevados que los de esta vida, y tenemos perspectivas de goces que deber�an hacernos independientes de los placeres corporales m�s burdos del presente. condici�n.

Aparentemente, los propios corintios hab�an argumentado que la moralidad era bastante independiente de la creencia en la inmortalidad. Pues Pablo prosigue: "No se enga�en: no pueden, por mucho que lo crean, no pueden escuchar tales teor�as sin que sus convicciones morales sean socavadas y su tono bajado". Esto les transmite en una cita com�n de un poeta pagano: "Las malas comunicaciones corrompen los buenos modales"; es decir, las opiniones falsas tienen una tendencia natural a producir conductas insatisfactorias e inmorales.

Hacer compa��a a aquellos cuya conversaci�n es fr�vola o c�nica, o acusada de puntos de vista peligrosos o falsos de las cosas, tiene una tendencia natural a llevarnos a un estilo de conducta en el que de otra manera no deber�amos haber ca�do. Los hombres no siempre reconocen esto; necesitan la advertencia: "No os enga��is". Los comienzos de la conducta est�n tan ocultos a nuestra observaci�n, nuestras vidas est�n formadas por influencias tan imperceptibles, lo que escuchamos se hunde tan insidiosamente en la mente y se mezcla tan insensiblemente con nuestros motivos, que nunca podemos decir lo que hemos escuchado sin contaminaci�n moral.

Sin duda, es posible sostener las opiniones m�s err�neas y, sin embargo, mantener la vida pura; pero son esp�ritus fuertes e inocentes que pueden conservar un alto tono moral mientras han perdido la fe en aquellas verdades que nutren principalmente la naturaleza moral de la masa de hombres. Y muchos han descubierto, para su sorpresa y dolor, que las opiniones que imaginaban muy bien podr�an tener y, sin embargo, vivir una vida elevada y santa, de alguna manera han minado sus defensas morales contra la tentaci�n y allanado el camino para ca�das vergonzosas.

No siempre podemos evitar que las dudas, incluso sobre las verdades m�s fundamentales, entren en nuestra mente, pero siempre podemos negarnos a aceptar tales dudas, o estar orgullosos de ellas; siempre podemos estar resueltos a tratar las cosas sagradas con reverencia y no con un esp�ritu fr�volo, y siempre podemos apuntar al menos a una b�squeda honesta y ansiosa de la verdad.

3. Pero la consecuencia m�s grave que resulta si no hay resurrecci�n de los muertos, es que en ese caso Cristo no resucit�. "Si no hay resurrecci�n de muertos, tampoco Cristo resucit�". Porque Pablo se neg� a considerar la resurrecci�n de Cristo como un milagro en el sentido de que fuera excepcional y fuera de la experiencia habitual del hombre. Al contrario, lo acepta como el tipo al que todo hombre debe conformarse.

Precedente en el tiempo, excepcional posiblemente en algunos de sus acompa�amientos accidentales, la resurrecci�n de Cristo puede estar, pero sin embargo tan verdaderamente en la l�nea del desarrollo humano como el nacimiento, el crecimiento y la muerte: Cristo, siendo hombre, debe someterse a las condiciones y experiencia de los hombres en todo lo esencial, en todo lo que caracteriza al hombre como humano. Y, por tanto, si la resurrecci�n no es una experiencia humana normal, Cristo no ha resucitado.

El tiempo en que tiene lugar la resurrecci�n y el intervalo que transcurre entre la muerte y la resurrecci�n, Pablo no hace nada. Un ni�o puede vivir s�lo tres d�as, pero por eso no es menos humano que si hubiera vivido sus sesenta a�os y diez. De manera similar, el hecho de la resurrecci�n de Cristo lo identifica con la raza humana, mientras que la brevedad del intervalo que transcurre entre la muerte y la resurrecci�n no lo separa del hombre, porque en realidad el intervalo ser� menor en el caso de muchos.

Tanto aqu� como en otros lugares, Pablo ve a Cristo como el hombre representante, aquel en quien podemos ver el ideal de la hombr�a. Si alguno de nuestros propios amigos muriera verdaderamente, y despu�s de la muerte se nos apareciera vivo, y demostrara su identidad permaneciendo con nosotros por un tiempo, mostrando inter�s en las mismas cosas que antes hab�an ocupado su pensamiento, y tomando pasos pr�cticos para asegurar el cumplimiento de sus prop�sitos, inevitablemente quedar�a grabada en nuestra mente una fuerte probabilidad de que nosotros tambi�n vivamos la muerte.

Pero cuando Cristo resucita de entre los muertos, esta probabilidad se convierte en una certeza porque �l es el tipo de humanidad, la persona representativa. Como dice Pablo aqu�: "�l es las primicias de los que duermen". Su resurrecci�n es muestra y prenda nuestra. Cuando el agricultor saca las primeras espigas maduras de trigo y las lleva a casa, no es por su propio bien el que las valora, sino porque son un esp�cimen y muestra de toda la cosecha; y cuando Dios resucit� a Cristo de entre los muertos, la gloria del evento consisti� en ser prenda y muestra del triunfo de la humanidad sobre la muerte. "Si creemos que Jes�s muri� y resucit�, as� tambi�n traer� Dios con �l a los que durmieron en Jes�s".

Y, sin embargo, aunque Pablo sostiene claramente que la resurrecci�n es una experiencia humana normal, tambi�n da a entender que, de no haber sido por la interposici�n de Cristo, esa experiencia podr�a haberse perdido para los hombres. Es en Cristo que los hombres cobran vida despu�s de la muerte y a trav�s de ella. As� como Ad�n es la fuente de la vida f�sica que termina en la muerte, Cristo es la fuente de la vida espiritual que nunca muere. "Por el hombre vino la muerte, por el hombre vino tambi�n la resurrecci�n de los muertos.

"La separaci�n de Ad�n de Dios y la preferencia por lo f�sico, someti� al hombre a los poderes del mundo f�sico: Cristo, mediante la perfecta adhesi�n a Dios y la constante conquista de todos los atractivos f�sicos, gan� la vida eterna para �l y para aquellos que tienen Su Esp�ritu. As� como un hombre de genio y sabidur�a, al ocupar un trono, ampliar� las ideas de los hombres sobre lo que es un rey y traer� muchas bendiciones a sus s�bditos, as� Cristo, al vivir una vida humana, la ampli� a sus m�ximas dimensiones, oblig�ndola a expresar Su vida. ideas de vida, y ganar para aquellos que lo siguen, entran en una condici�n m�s grande y superior.

La resurrecci�n se representa aqu�, no como una experiencia que los hombres hubieran disfrutado si Cristo nunca hubiera aparecido en la tierra, ni como una experiencia abierta a los hombres por la soberana voluntad de Dios, sino como una experiencia que de alguna manera Cristo puso al alcance del hombre. "Por el hombre vino la muerte, por el hombre tambi�n vino la resurrecci�n de los muertos. Porque as� como en Ad�n todos mueren, as� tambi�n en Cristo todos ser�n vivificados". Es decir, todos los que por derivaci�n f�sica est�n verdaderamente unidos a Ad�n, incurren en la muerte que al pecar introdujo en la experiencia humana; e igualmente, todos los que por afinidad espiritual est�n en Cristo disfrutan de la nueva vida que triunfa sobre la muerte y que �l gan�.

Ad�n no fue el �nico hombre que muri�, sino las primicias de una rica cosecha; y as�, Cristo no est� solo en resurrecci�n, sino que se ha convertido en las primicias de los que duermen. Seg�n la teolog�a de Pablo, la conducta de un hombre, el pecado de Ad�n, trajo consigo consecuencias desastrosas para todos los que estaban relacionados con �l: pero igualmente fruct�feras en consecuencias fueron la vida humana, la muerte y la resurrecci�n de Cristo. La muerte de Ad�n fue el primer golpe de ese toque f�nebre que ha sonado incesantemente a trav�s de todas las generaciones: pero la resurrecci�n de Cristo fue igualmente la garant�a y la sinceridad de que todos "los que son de Cristo" disfrutar�an de la misma experiencia.

Pablo pasa del pensamiento de la resurrecci�n de "los que son de Cristo" al pensamiento de la consumaci�n de todas las cosas que este gran acontecimiento introduce y se�ala. Esta exhibici�n del triunfo sobre la muerte es la se�al de que todos los dem�s enemigos est�n ahora derrotados. "El �ltimo enemigo que deber�a ser destruido es la muerte"; y siendo esto destruido, todos los seguidores de Cristo ahora reunidos y habiendo entrado en su condici�n eterna, la obra de Cristo en lo que concierne a este mundo ha terminado.

Habiendo reunido a los hombres con Dios, Su obra est� hecha. El gobierno provisional administrado por �l, habiendo cumplido su obra de poner a los hombres en perfecta armon�a con la Suprema Voluntad, da lugar al gobierno inmediato y directo de Dios. Lo que est� impl�cito en esto es imposible de decir. Una condici�n en la cual el pecado no tendr� lugar y en la cual no habr� necesidad de medios de reconciliaci�n, una condici�n en la cual la obra de Cristo ya no ser� necesaria y en la cual Dios ser� todo en todos, impregnando con Su presencia cada alma y tan acogedora y natural como el aire o la luz del sol, esa es una condici�n dif�cil de imaginar. Tampoco podemos imaginar f�cilmente lo que Cristo mismo ser� y har� cuando el t�rmino de su administraci�n mediadora haya terminado y Dios sea todo en todos.

Una idea que llama la atenci�n en este breve y fecundo pasaje es que Cristo vino a someter a todos los enemigos de la humanidad y que continuar� su obra hasta que se cumpla su prop�sito. �l es el �nico que ha tenido una visi�n perfectamente completa de los obst�culos a la felicidad y el progreso humanos, y se ha propuesto eliminarlos. �l solo ha penetrado hasta la ra�z de todos los males y miserias humanas, y se ha entregado a la tarea de emancipar a los hombres de todos los males, de restaurarlos a su verdadera vida y de abolir para siempre las miserias que han caracterizado tan ampliamente la historia del hombre.

Lentamente, en verdad, y sin ser visto, avanza Su obra; lentamente, porque la obra es para la eternidad, y porque s�lo gradualmente se pueden eliminar los males morales y espirituales. "Es sin aliento, vuelta de ojo, movimiento de la mano, la salvaci�n se une a la muerte", sino por el conflicto moral actual y sostenido, por el sacrificio real y la elecci�n persistente del bien, por la larga prueba y el desarrollo del car�cter individual, por el el lento crecimiento de las naciones y la interacci�n de las influencias sociales y religiosas, mediante la levadura de todo lo humano con el esp�ritu de Cristo, es decir, con la entrega en la vida pr�ctica al bien de los hombres.

Todo esto es demasiado grande y demasiado real para ser m�s lento. La marea del progreso moral en el mundo a menudo parece cambiar. Incluso ahora, cuando la levadura ha estado funcionando durante tanto tiempo, cu�n dudoso parece a menudo el problema, cu�n preocupados est�n incluso los cristianos por las m�s meras superficialidades y cu�n poco esfuerzo se esfuerza por derribar en el nombre de Cristo a los enemigos comunes. �Alguien que mira las cosas como son, puede creer f�cilmente en la extinci�n final del mal? �Ad�nde tienden los vicios prevalecientes, el amor de alma vac�a por el placer y la demanda de excitaci�n, el ego�smo inquebrantable y descarado de los principios de los negocios, si no de los hombres que se dedican a ellos, la propagaci�n diligente del error, la opresi�n de la rico y la codicia y sensualidad que induce la pobreza? Es necesario recordar que estas cosas son los enemigos,

Cristo, y que por la voluntad de Dios �l los derrotar�. Hay que recordar tambi�n que ver cumplida esta victoria y no haber participado en ella ser� la m�s dolorosa humillaci�n y la reflexi�n m�s dolorosa para toda mente generosa. Por peque�o que sea nuestro poder, d�mosle el golpe que podamos a los enemigos comunes que deben ser destruidos antes de que se alcance la gran consumaci�n.

Versículos 35-50

Cap�tulo 24

EL CUERPO ESPIRITUAL

Las pruebas de la resurrecci�n que ha presentado Pablo son satisfactorias. Mientras est�n claramente ante la mente, podemos creer en esa gran experiencia que finalmente nos dar� posesi�n de la vida venidera. Pero despu�s de toda prueba surge la duda irreprimible, debido a la dificultad de comprender el proceso por el que pasa el cuerpo y la naturaleza del cuerpo que ha de ser.

"Alg�n dir�: �C�mo resucitan los muertos? �Y con qu� cuerpo vienen?" No siempre con un esp�ritu incr�dulo y burl�n; a menudo, con mera perplejidad y una curiosidad justificada, los hombres har�n estas preguntas.

Pablo responde a ambas preguntas refiri�ndose a analog�as en el mundo natural. S�lo con la muerte, dice, la semilla alcanza su desarrollo dise�ado; y el cuerpo o forma en que surge la semilla es muy diferente en apariencia de aquel en el que se siembra. Estas analog�as tienen su lugar y su uso para eliminar objeciones y dificultades. No tienen la intenci�n ni se supone que establezcan el hecho de la Resurrecci�n, sino solo eliminar las dificultades en cuanto a su modo.

Por analog�a puedes mostrar que un determinado proceso o resultado no es imposible, incluso puedes crear una presunci�n a su favor, pero no puedes establecerlo como una actualidad. La analog�a es un instrumento poderoso para eliminar objeciones, pero absolutamente d�bil para establecer una verdad positiva. La semilla vuelve a vivir despu�s del entierro, pero no se sigue que nuestros cuerpos lo hagan. La semilla, cuando se pudre bajo la tierra, da a luz algo mejor que lo que se sembr�, pero esto no es prueba de que el mismo resultado seguir� cuando nuestros cuerpos pasen por un tratamiento similar.

Pero si un hombre dice, como Pablo supone aqu� que puede, "algo como esta resurrecci�n de la que hablas es algo antinatural, inaudito e imposible, la mejor respuesta es se�alarle alg�n proceso an�logo en la naturaleza, en el que esta aparente imposibilidad o algo muy similar se lleva a cabo ".

Incluso fuera del c�rculo del pensamiento cristiano, estas analog�as en la naturaleza siempre se han sentido para eliminar algunas de las presunciones en contra de la resurrecci�n y dejar espacio para escuchar pruebas a su favor. La transformaci�n de la semilla en planta y el desarrollo de la semilla a una vida m�s plena a trav�s de la aparente extinci�n, la transformaci�n de la larva en la brillante y poderosa lib�lula a trav�s de un proceso que termina la vida de la larva: estos y otros hechos naturales muestran que una vida puede continuar a trav�s de varias fases, y que la terminaci�n de una forma de vida no siempre significa la terminaci�n de toda la vida en una criatura.

No es necesario, nos dicen estas analog�as, concluir de inmediato que la muerte acaba con todo, porque en algunos casos visibles la muerte es s�lo el nacimiento de una vida superior y m�s libre. Tampoco es necesario se�alar la disoluci�n del cuerpo natural y concluir que no se puede conectar un cuerpo m�s perfecto con tal proceso, porque en muchos casos vemos un cuerpo m�s eficiente desconectado del cuerpo original y que se disuelve. Hasta aqu� nos llevan las analog�as.

Es dudoso que deban impulsarse m�s, aunque podr�a parecer que indican que el nuevo cuerpo no debe ser una nueva creaci�n, sino que debe producirse en virtud de lo que ya existe. El nuevo cuerpo no debe ser independiente de lo que ha sucedido antes, sino que debe ser el resultado natural de causas que ya est�n funcionando. Cu�les son estas causas, o c�mo el esp�ritu imprimir� su car�cter en el cuerpo, no lo sabemos.

Entonces, no es imposible, ni siquiera del todo improbable, que la muerte de nuestro cuerpo actual pueda liberar un cuerpo nuevo y mucho m�s perfectamente equipado. El hecho de que no podamos concebir la naturaleza de este cuerpo no tiene por qu� preocuparnos. �Qui�n, sin observaci�n previa, podr�a imaginar lo que brotar�a de una bellota o de una semilla de trigo? A cada uno Dios le da su propio cuerpo. No podemos imaginar lo que ser� nuestro futuro cuerpo; sujeto a ning�n desperdicio o descomposici�n, puede ser; pero por eso no tenemos por qu� rechazar como infantil toda expectativa de que tal cuerpo exista.

"No toda carne es la misma carne". El tipo de carne que ahora vistes puede no ser apto para la vida eterna, pero puede que te aguarde un cuerpo tan adecuado y agradable como tu actual vivienda familiar. Considere la inagotable fertilidad de Dios, las infinitas variedades que ya existen en la naturaleza. El p�jaro tiene un cuerpo que le sirve de por vida en el aire; el pez vive con comodidad en su propio elemento. Y la variedad que ya existe no agota los recursos de Dios.

En la actualidad leemos s�lo un cap�tulo de la historia de la vida, y �qu� cap�tulos futuros se van a desarrollar, qui�n se lo imagina? Un hombre f�rtil e inventivo no conoce l�mites para su progreso; �Dios se quedar� quieto? �No estamos sino al comienzo de sus obras? �No podemos suponer razonablemente que una expansi�n y un desarrollo verdaderamente infinitos aguardan las obras de Dios? �No es del todo irrazonable suponer que lo que vemos y conocemos es la medida de los recursos de Dios?

Pablo no intenta describir el cuerpo futuro, sino que se contenta con se�alar una o dos de sus caracter�sticas por las que se distingue del cuerpo que ahora usamos. "Se siembra en corrupci�n, resucitar� en incorrupci�n; se siembra en deshonra; resucitar� en gloria; se siembra en debilidad; resucitar� en poder; se siembra cuerpo natural; resucitar� cuerpo espiritual". . " En este cuerpo hay decadencia, humillaci�n, debilidad, una vida que es meramente temporal; en el cuerpo, la descomposici�n da lugar a la incorruptibilidad, la humillaci�n a la gloria, la debilidad al poder, la vida animal a la espiritual.

El cuerpo actual est� sujeto a descomposici�n. No s�lo se da�a f�cilmente por accidente y a menudo se vuelve in�til permanentemente, sino que est� constituido de tal manera que toda actividad lo desperdicia; y este desperdicio necesita reparaci�n constante. Para que podamos buscar constantemente esta reparaci�n, estamos dotados de fuertes apetitos, que a veces dominan todo lo dem�s en nosotros y frustran sus propios fines y obstaculizan el crecimiento del esp�ritu.

Los �rganos con los que se reparan los desechos se desgastan, de modo que ning�n cuidado o alimento puede un hombre llegar a vivir tanto como un �rbol. Pero la misma descomposici�n de este cuerpo da paso a uno en el que no habr� desperdicio, no habr� necesidad de nutrici�n f�sica y, por lo tanto, no habr� necesidad de apetitos f�sicos fuertes y dominantes. En lugar de obstaculizar al esp�ritu clamando que se atiendan sus necesidades, ser� el instrumento del esp�ritu.

Una gran parte de las tentaciones de esta vida actual surgen de las condiciones en las que necesariamente existimos como dependientes para nuestra comodidad en gran medida del cuerpo. Y dif�cilmente se puede concebir el sentimiento de emancipaci�n y superioridad que poseer�n aquellos que no sienten ansiedad por ganarse la vida, ni miedo a la muerte, ni distracci�n del apetito.

El cuerpo actual se caracteriza por razones similares por la "debilidad". No podemos estar, donde estar�amos, ni hacer lo que har�amos. Un hombre puede trabajar sus doce horas, pero luego debe reconocer que tiene un cuerpo que necesita descansar y dormir. Muchas personas est�n descalificadas por la debilidad corporal de ciertas formas de utilidad y disfrute. Muchas personas tambi�n, aunque pueden hacer una cierta cantidad de trabajo, lo hacen con trabajo; su vitalidad es habitualmente baja y nunca tienen el pleno uso de sus poderes, pero necesitan estar continuamente en guardia y pasar por la vida agobiados por una lasitud y un malestar m�s dif�cil de soportar que los ataques pasajeros de dolor. A diferencia de esto y de toda forma de debilidad, el cuerpo resucitado estar� lleno de poder, ser� capaz de cumplir los mandatos de la voluntad y ser� apto para todo lo que se requiera de �l.

Pero el contraste m�s completo entre los dos cuerpos se expresa en las palabras: "Se siembra cuerpo natural, se resucita cuerpo espiritual". Un cuerpo natural es aquello que est� animado por una vida humana y est� preparado para este mundo. "El primer hombre Ad�n fue hecho alma viviente" o, como deber�amos decir m�s naturalmente, un animal. Estaba hecho con capacidad para vivir; y debido a que iba a vivir sobre la tierra, ten�a un cuerpo en el que estaba alojada esta vida o alma.

El cuerpo natural es el cuerpo que recibimos al nacer y que se adapta a sus propios requisitos de mantenerse en la vida en este mundo en el que nacemos. El alma, o vida animal, del hombre es superior a la de los dem�s animales, tiene dotes y capacidades m�s ricas, pero tambi�n es similar en muchos aspectos. Muchos hombres est�n bastante contentos con la vida meramente animal que este mundo sostiene y proporciona.

Encuentran lo suficiente para satisfacerlos en sus placeres, su trabajo, sus asuntos, sus amistades; y para todos estos el cuerpo natural es suficiente. El hombre reflexivo no puede dejar de mirar hacia adelante y preguntarse qu� ser� de este cuerpo. Si busca luz en las Escrituras, probablemente se sorprender� con el hecho de que no arrojan luz alguna sobre el futuro del cuerpo natural. Los que est�n en Cristo entran en posesi�n de un cuerpo espiritual, pero no hay indicios de que se est� preparando un cuerpo m�s perfecto para los que no est�n en Cristo.

El cuerpo espiritual que est� reservado para los hombres espirituales, es un cuerpo en el que la vida que sostiene es espiritual. La vida natural del hombre adopta una forma humana y sostiene el cuerpo natural; el cuerpo espiritual es igualmente mantenido por lo espiritual en el hombre. Es el alma, o vida natural, del hombre la que da al cuerpo sus apetitos y lo mantiene en eficiencia; quita esta alma, y ??el cuerpo es mera materia muerta.

Asimismo, es el esp�ritu el que mantiene el cuerpo espiritual; y por esp�ritu se entiende aquello en el hombre que puede deleitarse en Dios y en la bondad. El cuerpo que tenemos ahora es miserable e in�til o feliz y �til en proporci�n a su vitalidad animal, en proporci�n a su poder de asimilar a s� mismo el alimento que este mundo f�sico proporciona. El cuerpo espiritual estar� sano o enfermo en proporci�n a la vitalidad espiritual que lo anima; es decir, en proporci�n al poder del esp�ritu individual para deleitarse en Dios y encontrar su vida en �l y en lo que �l vive.

Ya hemos visto que Pablo se niega a considerar la resurrecci�n de Cristo como milagrosa en el sentido de que sea �nica o anormal; por el contrario, considera que la resurrecci�n es un paso esencial en el desarrollo humano normal y, por tanto, experimentado por Cristo. Y ahora enuncia el gran principio o ley que rige no s�lo este hecho de la resurrecci�n, sino toda la evoluci�n de las obras de Dios: "primero lo natural, despu�s lo espiritual".

"Es esta ley la que vemos regir la historia de la creaci�n y la historia del hombre. Lo espiritual es el punto culminante hacia el cual tienden todos los procesos de la naturaleza. El desarrollo gradual de lo espiritual -de la voluntad, del amor, del excelencia moral: �ste, hasta donde el hombre puede ver, es el fin hacia el cual toda la naturaleza trabaja constante y constantemente.

A veces, sin embargo, se le ocurre a uno cuestionar la ley "primero lo que es natural, luego lo que es espiritual". Si el cuerpo actual obstaculiza en lugar de ayudar al crecimiento del esp�ritu, si por fin todos los cristianos han de tener un cuerpo espiritual, �por qu� no podr�amos haber tenido este cuerpo para empezar? �Qu� necesidad tiene este misterioso proceso de pasar de una vida a otra y de un cuerpo a otro? Si es cierto que estamos aqu� solo por unos pocos a�os y en la vida futura para siempre, �por qu� deber�amos estar aqu�? �Por qu� no podr�amos haber entrado en nuestro estado eterno al nacer? La respuesta es obvia.

No somos introducidos de inmediato en nuestra condici�n eterna porque somos criaturas morales, libres de elegir por nosotros mismos, y que no podemos entrar en un estado eterno excepto por nuestra propia elecci�n: primero lo que es natural, primero lo que es animal, primero un vida en la que tenemos abundantes oportunidades de probar lo que parece bueno y somos libres para hacer nuestra elecci�n; luego lo que es espiritual, porque lo espiritual s�lo puede ser una cosa de elecci�n, una cosa de la voluntad.

No hay vida espiritual o nacimiento espiritual salvo por voluntad. Los hombres pueden volverse espirituales solo si eligen serlo. La espiritualidad natural involuntaria, obligatoria, necesaria, es, en lo que concierne al hombre, una contradicci�n de t�rminos.

La naturaleza humana es una cosa de inmensas posibilidades y alcance. Por un lado, es similar a los animales inferiores, al mundo f�sico y todo lo que hay en �l, alto y bajo; por otro lado, es similar a la m�s elevada de todas las existencias espirituales, incluso a Dios mismo. En la actualidad nos encontramos en un mundo admirablemente adaptado para nuestra probaci�n y disciplina, un mundo en el que, de hecho, todo hombre se adhiere a lo inferior o lo superior, al presente o a lo eterno, a lo natural o a lo espiritual.

Y aunque los resultados de esto pueden no ser evidentes en casos promedio, sin embargo, en casos extremos, los resultados de la elecci�n humana son evidentes. Si un hombre se entrega sin restricciones y exclusivamente a la vida animal en sus formas m�s burdas, el cuerpo mismo pronto comenzar� a sufrir. Puedes ver el proceso de deterioro f�sico en curso, profundizando en la miseria hasta que llega la muerte. Pero, �qu� sigue a la muerte? �Puede uno prometerse a s� mismo oa otro un cuerpo futuro que estar� exento de los dolores que ha introducido el pecado sin arrepentimiento? �Quienes por su vicio han cometido un lento suicidio para vestirse aqu� despu�s de un cuerpo incorruptible y eficaz? Parece totalmente contrario a la raz�n suponer eso.

�Y c�mo puede continuar su probaci�n si la misma circunstancia que hace de esta vida una prueba tan completa para todos nosotros, la circunstancia de que estemos revestidos de un cuerpo, est� ausente? La verdad es que no hay tema en el que pendan m�s tinieblas o en el que la Escritura guarde un silencio tan ominoso como el futuro del cuerpo de aquellos que en esta vida no han elegido a Dios y las cosas espirituales como su vida.

Por otro lado, si consideramos los casos en los que la vida espiritual ha sido elegida resuelta y sin reservas, vemos aqu� tambi�n anticipaciones del destino futuro de quienes as� lo han elegido. Pueden ser aplastados por enfermedades tan dolorosas y fatales como las que soportan los pecadores m�s flagrantes, pero estas enfermedades con frecuencia tienen el �nico resultado de hacer brillar m�s la verdadera vida espiritual.

En casos extremos, casi dir�a, se inicia la transmutaci�n del cuerpo torturado y desgastado en un cuerpo glorificado. El esp�ritu parece dominante; y mientras te quedas mirando, empiezas a sentir que la muerte no tiene relaci�n con las emociones, las esperanzas y las relaciones sexuales que detectas en ese esp�ritu. Estos que parecen, y son, la vida misma del esp�ritu, no pueden pensarse como terminados por un cambio meramente f�sico.

No surgen ni dependen de lo f�sico; y es razonable suponer que no ser�n destruidos por �l. Mirar a Cristo mismo y permitir que nos d� la debida impresi�n por su preocupaci�n por las cosas m�s elevadas, mejores y m�s duraderas, por su reconocimiento de Dios y su armon�a con �l, por su vivir en Dios y por su superioridad sobre las cosas terrenales. Consideraciones, no podemos dejar de pensar que es muy improbable que tal esp�ritu se extinga por la muerte corporal.

Este cuerpo espiritual lo recibimos mediante la intervenci�n de Cristo. Como desde el primer hombre recibimos vida animal, desde el segundo recibimos vida espiritual. "El primer Ad�n fue hecho alma viviente, el postrer Ad�n un esp�ritu vivificante. Y as� como hemos tra�do la imagen del terrenal, traeremos tambi�n la imagen del celestial". La imagen del primer hombre la tenemos por nuestra derivaci�n natural y f�sica de �l, la imagen del segundo por derivaci�n espiritual; es decir, eligiendo a Cristo como nuestro ideal y permitiendo que su Esp�ritu nos forme. Este Esp�ritu da vida; este Esp�ritu es en verdad Dios, comunic�ndonos una vida que es a la vez santa y eterna.

El modo de la intervenci�n de Cristo se describe con m�s detalle en las palabras: "El aguij�n de la muerte es el pecado, y el poder del pecado es la ley. Pero gracias a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Se�or Jesucristo". En todas partes Pablo ense�a que fue el pecado lo que trajo la muerte al hombre; que el hombre habr�a violado la ley de la muerte que reina en el mundo f�sico si no se hubiera sometido por el pecado al poder de las cosas f�sicas.

Y este colmillo venenoso fue presionado por la Ley. La fuerza del pecado es la ley. Es la desobediencia positiva, la preferencia del mal conocido al bien conocido, la violaci�n de la ley, ya sea escrita en la conciencia o en los mandamientos hablados, lo que da al pecado su car�cter moral. La elecci�n del mal en presencia del bien es lo que constituye el pecado.

Las palabras son sin duda susceptibles de otro significado. Podr�an ser utilizados por alguien que quisiera decir que el pecado es lo que hace que la muerte sea dolorosa, lo que agrega terror al juicio futuro y presagios sombr�os al dolor natural de la muerte. Pero hay que reconocer que esto no concuerda tanto con la forma habitual de Pablo de ver la conexi�n entre la muerte y el pecado.

Godet explica as� la victoria de Cristo sobre la muerte: "La victoria de Cristo sobre la muerte tiene dos aspectos, uno relativo a s� mismo y otro a los hombres. En primer lugar, conquist� el pecado en relaci�n con �l neg�ndole el derecho de existir en �l. , conden�ndolo a la inexistencia en Su carne, similar a nuestra carne pecaminosa, Romanos 8:3 y por lo tanto �l desarm� la Ley en lo que concierne a �l mismo.

Siendo su vida la Ley en la realizaci�n viviente, la ten�a a su favor, y no en su contra. Esta doble victoria personal fue el fundamento de su propia resurrecci�n. A partir de entonces, continu� actuando para que esta victoria se extendiera a nosotros. Y primero nos liber� del peso de la condenaci�n que la Ley nos impuso, y por el cual siempre se interpon�a entre nosotros y la comuni�n con Dios. Reconoci� en nuestro nombre el derecho de Dios sobre el pecador; Consinti� en satisfacerlo al m�ximo en Su propia persona.

Quien se apropia de esta muerte sufrida en su habitaci�n y lugar y para s� mismo, ve que se abre ante �l la puerta de la reconciliaci�n con Dios, como si �l mismo hubiera expiado todos sus pecados. La separaci�n establecida por la Ley ya no existe; la Ley est� desarmada. Por ese mismo hecho tambi�n se vence el pecado. Reconciliado con Dios, el creyente recibe el Esp�ritu de Cristo, que obra en �l un absoluto quebrantamiento de la voluntad con el pecado y una completa devoci�n a Dios.

El yugo del pecado ha terminado; el dominio de Dios es restaurado en el coraz�n. Los dos cimientos del reino de la muerte quedan as� destruidos. Dejad que aparezca Cristo, y este reino se derrumbar� en el polvo para siempre ".

Entonces, con gozo y triunfo, Pablo contempla la muerte. Naturalmente, nos rehuimos y le tememos. Lo sabemos s�lo por un lado: s�lo por verlo en las personas de otros hombres, y no por nuestra propia experiencia. Y lo que vemos en los dem�s es necesariamente s�lo el lado m�s oscuro de la muerte, el cese de la vida corporal y de toda relaci�n con los intereses c�lidos y animados del mundo. Es una condici�n que excita l�grimas, gemidos y dolor en los que quedan en la vida; y aunque estas l�grimas surgen principalmente de nuestro propio sentimiento de p�rdida, pensamos insensiblemente en la condici�n de los muertos como un estado del que lamentar.

Vemos la siembra en debilidad, en deshonra, en corrupci�n, como dice Pablo; y no vemos la gloria, la fuerza y ??la incorrupci�n del cuerpo espiritual. Los muertos pueden estar en regiones brillantes y estar viviendo una vida m�s viva que nunca; pero de esto no vemos nada: y todo lo que vemos es triste, deprimente, humillante.

Pero para el "ojo previsor de la fe" el otro lado de la muerte tambi�n se hace evidente. La tumba se convierte en el vestuario de la vida eterna. Despojados de "esta vestidura fangosa de la putrefacci�n", estamos all� para ser revestidos con un cuerpo espiritual. La muerte est� alistada al servicio del pueblo de Cristo; y al destruir carne y sangre, permite a este mortal vestirse de inmortalidad. El golpe que amenaza con aplastar y aniquilar toda vida se rompe, excepto el caparaz�n, y deja al esp�ritu aprisionado libre para una vida m�s grande.

La muerte es devorada por la victoria y ella misma ministra el triunfo final del hombre. Nuestros instintos nos dicen que la muerte es fundamental y tiene un poder determinante sobre nuestros destinos. No podemos evadirlo; podemos despreciar o descuidar, pero no podemos disminuir, su importancia. Tiene su lugar y su funci�n, y actuar� en cada uno de nosotros seg�n lo que encuentre en nosotros, destruyendo lo meramente animal, emancipando lo verdaderamente espiritual.

Todav�a no podemos estar del otro lado de la muerte, mirar hacia atr�s y reconocer su obra bondadosa en nosotros; pero podemos comprender el estallido de anticipado triunfo de Pablo, y con �l podemos predecir el gozo de haber superado toda lucha dudosa y angustiado presentimiento, y de experimentar finalmente que todos los males de la humanidad han sido vencidos. Con un triunfo tan completo a la vista, tambi�n podemos escuchar su exhortaci�n: "Por tanto, mis amados hermanos, estad firmes, inamovibles, abundando siempre en la obra del Se�or, sabiendo que vuestro trabajo no es en vano en El Se�or."

Pero si tenemos una concepci�n adecuada de la magnitud del triunfo, tambi�n apreciaremos alguna idea valiosa de la realidad del conflicto. Aquellos que han sentido el terror de la muerte saben que s�lo puede ser contrarrestado por algo m�s que una conjetura, una esperanza, un anhelo, s�lo de hecho por un hecho tan s�lido como �l mismo. Y si para ellos la resurrecci�n de Cristo se aprueba como tal, y si pueden escuchar su voz que dice: "Porque yo vivo, vosotros tambi�n vivir�is", se sienten armados contra los m�s graves terrores de la muerte, y no pueden. pero espere con cierta esperanza una vida en la que los males que han experimentado aqu� no puedan seguirlos.

Pero al mismo tiempo, y en la medida en que la realidad de la vida futura aviva la esperanza en ellos, tambi�n debe revelarles la realidad del conflicto a trav�s del cual se alcanza esa vida. Por el simple hecho de nombrar ociosamente el nombre de Cristo o por una fe sin resultado en �l, los hombres no pueden pasar de lo natural a lo espiritual. Estamos llamados a creer en Cristo, pero con un prop�sito; y ese prop�sito es que, al creer en �l como la revelaci�n de Dios para nosotros, podamos elegirlo como nuestro modelo y vivir Su vida.

Es solo lo puramente espiritual en nosotros lo que puede ponernos en posesi�n de un cuerpo espiritual. De Cristo podemos recibir lo espiritual; y si nuestra fe en �l nos impulsa a llegar a ser como �l, entonces podemos contar con participar en Su destino.

Este es el incentivo permanente de la vida cristiana. Esta experiencia actual nuestra conduce a una experiencia m�s amplia y satisfactoria. M�s all� de nuestro horizonte nos espera un mundo que se ampl�a sin cesar. La muerte, que parece limitar nuestro punto de vista, no es m�s que nuestro verdadero nacimiento a una vida m�s plena, eterna y verdadera. "Por tanto, estad firmes e inamovibles, abundando siempre en la obra del Se�or". Los impulsos de la conciencia no los enga�an; sus esperanzas instintivas no ser�n avergonzadas; tu fe es razonable; hay una vida m�s all�.

Y ning�n esfuerzo que hagas ahora resultar� en vano; ninguna oraci�n, ning�n deseo ferviente, ninguna lucha por lo espiritual, fallar� en su efecto. Todo lo espiritual est� destinado a vivir; pertenece al mundo eterno: y todo lo que hagas en el Esp�ritu, todo el dominio de ti mismo, del mundo y de la carne, toda la comuni�n devota con Dios, todo te est� dando un lugar m�s seguro y una entrada m�s abundante al mundo espiritual, porque "vuestra labor no es en vano en el Se�or".

Información bibliográfica
Nicoll, William R. "Comentario sobre 1 Corinthians 15". "El Comentario Bíblico del Expositor". https://beta.studylight.org/commentaries/spa/teb/1-corinthians-15.html.