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Bible Commentaries
1 Corintios 16

El Comentario Bíblico del ExpositorEl Comentario Bíblico del Expositor

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Versículos 1-24

Capitulo 25

LOS POBRES

Al cerrar su carta a los Corintios, Pablo, como de costumbre, explica sus propios movimientos y agrega varias instrucciones y saludos variados. En su mayor parte, se refieren a cuestiones de inter�s meramente temporal y no requieren comentarios. Desafortunadamente, la colecta para los cristianos pobres de Jerusal�n, que Pablo invita a los corintios a hacer, tiene un inter�s de un tipo m�s permanente.

Varias causas hab�an contribuido a esta pobreza; y, entre otros, no es improbable que la persecuci�n promovida por el mismo Pablo tuviera un lugar importante. Muchos cristianos fueron expulsados ??de sus hogares y muchos m�s deben haber perdido sus medios de ganarse la vida. Pero es probable que Pablo estuviera ansioso por aliviar esta pobreza, no tanto porque hubiera sido en parte causada por �l mismo, sino porque vio en ella una oportunidad para acercar m�s a los dos grandes partidos de la Iglesia.

En su Ep�stola a los G�latas, Pablo nos dice que los tres l�deres de la Iglesia Cristiana Jud�a, Santiago, Pedro y Juan, cuando se aseguraron que este nuevo Ap�stol era digno de confianza, le dieron la mano derecha de la comuni�n, en el entendimiento de que �l deber�a ministrar a los gentiles, "s�lo", agrega, "s�lo ellos quisieran que nos acord�ramos de los pobres, lo mismo que yo tambi�n estaba ansioso por hacer.

"En consecuencia, lo encontramos tratando de interesar a las iglesias gentiles en sus hermanos jud�os, y consider� de tal importancia el alivio que se enviar�a a Jerusal�n que �l mismo sinti� que era un honor ser el portador de �l. Era probable que las explicaciones doctrinales fueran tan fruct�feras en sentimiento bondadoso y verdadera unidad como esta simple expresi�n de bondad fraternal.

En nuestros d�as, la pobreza ha asumido un aspecto mucho m�s grave. No es la pobreza que resulta del accidente, ni siquiera la que resulta del mal o de la indolencia, lo que exige consideraci�n. Tal pobreza podr�a ser f�cilmente satisfecha por organizaciones ben�ficas individuales o instituciones nacionales. Pero la pobreza a la que nos enfrentamos ahora es una pobreza que necesariamente resulta del principio de competencia, que es la fuente principal de todo comercio y negocios.

Es la pobreza que resulta del esfuerzo constante de cada hombre para asegurarse la costumbre ofreciendo un art�culo m�s barato, y asegurar un empleo vendiendo su trabajo a un precio m�s barato que el de su vecino. El mercado laboral est� tan abarrotado que el empleador puede nombrar sus propios t�rminos. Donde quiere un hombre, cien ofrecen sus servicios; y el que puede vivir m�s barato asegura el lugar. De modo que necesariamente los salarios se ven presionados por la competencia a la cifra m�s baja; y donde cualquier comercio no es lo suficientemente fuerte como para combinar y resistir esta presi�n constante, los resultados son espantosos.

Ning�n esclavo fue jam�s tan mordido por el hambre, ninguna vida fue jam�s m�s aplastada bajo un trabajo perpetuo y desesperado que miles de nuestros compatriotas y compatriotas de nuestro tiempo. Es el hecho de que en todas nuestras grandes ciudades hay miles de personas que por trabajar diecis�is horas diarias ganan, s�lo lo suficiente para mantener la existencia m�s miserable. Todos los d�as, cientos de ni�os nacen para una vida de trabajo desesperado y miseria, sin el alivio de ninguna de las comodidades o alegr�as de los ricos.

El rasgo m�s doloroso y alarmante de este estado de cosas es, como todos saben, que parece el resultado inevitable de los principios sobre los que se construye todo nuestro tejido social. Cada invento, cada nuevo m�todo para facilitar los negocios, cada artilugio o mejora en la maquinaria, hace la vida m�s dif�cil a la mayor�a de los hombres. Los mismos avances realizados por las naciones civilizadas en la r�pida producci�n de art�culos necesarios aumentan la brecha entre ricos y pobres, arrojando mayores recursos en manos de unos pocos, pero haciendo que la suerte de muchos sea a�n m�s oscura y m�s pobre.

Cada a�o hace que la oscuridad sea m�s profunda, la angustia m�s urgente. Aqu� la caridad individual es in�til. No es el alivio de uno aqu� o all� lo que se necesita; es la alteraci�n de un sistema de cosas lo que inevitablemente produce tales resultados. La caridad individual es aqu� una mera fregona frente a la marea. Lo que se necesita no son asilos de trabajo m�s grandes donde puedan refugiarse los ancianos pobres, sino un sistema que permita al trabajador mantenerse a s� mismo contra la vejez.

Lo que se quiere no es que los caritativos se hagan con contribuciones voluntarias las ganancias de las clases trabajadoras, sino que estas ganancias cubran ampliamente todas las necesidades humanas ordinarias. "El dinero dado en ayuda de los salarios alivia al empleador, no al empleado; reduce los salarios, no la miseria". Lo que se necesita es un sistema social que tienda a poner al alcance de todas las comodidades y los placeres de la vida que los hombres leg�timamente desean, y que no tienda, como nuestro sistema social actual, a sobrecargar a un peque�o n�mero de hombres con m�s riqueza de la que necesitan, desean o pueden usar, mientras que millones se ven aplastados por el trabajo y pellizcados por el hambre.

Lo que las clases trabajadoras exigen en la actualidad no es caridad, sino justicia. No desean parecer en deuda con los dem�s por el apoyo por el que sienten que se han esforzado y ganado. Requieren un sistema social, en el que el trabajo honesto de toda una vida ser� suficiente para proteger al trabajador y su familia de los peligros y la degradaci�n de la pobreza absoluta.

Nadie que haya dedicado dos pensamientos al tema puede dudar de que un cambio es deseable. La �nica pregunta es: �Qu� cambio es deseable y posible? �Existe alguna organizaci�n o sistema social que pueda controlar los males resultantes del actual sistema competitivo y asegurar que todos los que est�n dispuestos a trabajar tengan un empleo remunerado? Los socialistas est�n bastante convencidos de que todo el problema se resolver�a si el capital privado se convirtiera en capital cooperativo o p�blico.

El socialismo exige que la sociedad sea el �nico capitalista y que todos los capitanes privados de la industria y el capital sean abolidos. No es posible volver al estado de cosas en el que cada hombre trabajaba por s� mismo con sus propias manos y bajo su propio riesgo, produciendo una o dos telas, labrando una o dos hect�reas. Se reconoce que se pueden producir muchos m�s y mejores productos cuando la manufactura se lleva a cabo en grandes f�bricas.

Pero seg�n el principio socialista, estas f�bricas deben ser propiedad, no de capitalistas privados, sino del Estado o, en todo caso, de sociedades cooperativas de alg�n tipo. �sta es la esencia de la exigencia del socialismo: que "mientras que en la actualidad la industria es llevada a cabo por capitalistas privados servidos por mano de obra asalariada, en el futuro debe ser conducida por trabajadores asociados o cooperantes que posean conjuntamente los medios de producci�n".

La dificultad para emitir un juicio sobre tal exigencia surge del hecho de que muy pocos hombres tienen la suficiente imaginaci�n y suficiente conocimiento de nuestro complicado sistema social para poder pronosticar los resultados de un cambio tan grande. En la etapa actual del progreso humano, el inter�s personal es, sin duda, uno de los mayores incentivos para la industria, motivo por el cual apela el actual sistema de competencia.

Y aunque los socialistas declaran que su sistema no excluir�a la competencia, es dif�cil ver qu� campo tendr�a o en qu� punto encontrar�a su oportunidad. Ciertos departamentos de la industria ya est�n en manos del Estado o de sociedades cooperativas, pero la organizaci�n de todas las industrias y la gesti�n y remuneraci�n de todo el trabajo exigen una maquinaria tan colosal que se teme que caiga en pedazos por su propio peso.

Sin embargo, es posible que se puedan idear formas y medios de trabajar en un esquema socialista; y es bastante seguro que si se pudiera idear alg�n sistema que sea realmente viable y que nos salve a la vez de los desastrosos resultados de la competencia y, sin embargo, evoque toda la energ�a que evoca la competencia, ese sistema se adoptar�a de inmediato en todos los pa�ses civilizados. .

Sin embargo, hasta ahora no se ha elaborado tal sistema social. Los principios generales, las ideas dominantes, las teor�as, los planes en papel, han sido enunciados por la partitura; pero, de hecho, todav�a no se ha ideado ning�n sistema que apele al sentido com�n y los instintos de las masas, o que resista la cr�tica de los expertos. Y algunos de los que han prestado mayor atenci�n a los temas sociales y han hecho los mayores sacrificios personales en favor de los pobres y oprimidos, se inclinan a creer que no se puede idear tal sistema, y ??que la liberaci�n del miserable estado actual de las cosas. se encuentra, no en la promulgaci�n obligatoria, ni siquiera en la adopci�n repentina de un sistema social diferente, sino en la aplicaci�n de los principios cristianos al funcionamiento del actual sistema competitivo.

Es decir, creen que el verdadero progreso aqu�, como en todas partes, comienza en el car�cter, no en la organizaci�n externa, o, como se ha dicho, que "el alma de la mejora es la mejora del alma". Consideran que el sistema actual se basa en leyes inmutables de la naturaleza humana, pero que si los hombres trabajaran ese sistema con consideraci�n, falta de mundanalidad y bondad fraternal, se evitar�an los malos resultados actuales.

O creen que, en cualquier caso, es in�til alterar violentamente el sistema actual mediante una mera promulgaci�n legislativa o mediante una revoluci�n, pero que si ha de ser alterado, s�lo puede serlo de manera efectiva, permanente y beneficiosa bajo la presi�n y al mismo tiempo. el dictado de una opini�n p�blica mejorada.

Ambas partes apelan con confianza a la mente de Cristo, tanto los que conf�an en la aplicaci�n de un esquema socialista, como los que creen �nicamente en la mejora social que resulta de la mejora del individuo. Por una de las partes se afirma con seguridad que si Jesucristo estuviera ahora en la tierra, ser�a comunista, tendr�a como objetivo igualar a todas las clases y conmutar la propiedad privada en un fondo p�blico.

El comunismo se ha probado hasta cierto punto en la Iglesia. En las sociedades mon�sticas se renuncia a la propiedad privada por el bien de la comunidad, y esta pr�ctica profesa encontrar su sanci�n en el comunismo de la Iglesia primitiva. Pero el relato que tenemos de ese comunismo muestra que no era obligatorio ni permanente. No era obligatorio, porque Pedro le recuerda a Anan�as que su propiedad era suya, y que incluso despu�s de haberla vendido estaba en libertad de hacer lo que quisiera con las ganancias.

Y no fue permanente ni universal, pues aqu� encontramos que Pablo tuvo que pedir contribuciones para el alivio de los cristianos pobres de Jerusal�n; mientras vemos que hab�a ricos y pobres en las mismas congregaciones, y que deberes como la limosna y la hospitalidad, que no pod�an practicarse sin medios privados, se impon�an a los cristianos. Tambi�n es obvio que muchos de los deberes inculcados en las ep�stolas de Pablo no podr�an cumplirse en una sociedad en la que todas las clases estuvieran niveladas.

Quiz�s sea m�s importante observar que probablemente en el per�odo m�s cr�tico de la historia del mundo, nuestro Se�or no particip� en ning�n movimiento pol�tico; es m�s, lo consider� una tentaci�n del diablo cuando vio cu�ntos incentivos hab�a para encabezar alg�n partido popular y competir con reyes o estadistas. No fue un agitador, aunque vivi� en una �poca en la que abundaban los abusos. Y esta limitaci�n de su obra no se debi� a una visi�n superficial de los movimientos sociales ni a un mero alejamiento del trabajo m�s duro de la vida, sino a su percepci�n de que su propia tarea era tocar lo m�s profundo del hombre y alojarse en la naturaleza humana. fuerzas que finalmente lograr�an todo lo que era deseable.

El clamor de los pobres contra el opresor nunca fue m�s fuerte que en Su vida; la esclavitud era universal: ning�n pa�s del mundo disfrutaba de un gobierno libre. Sin embargo, nuestro Se�or se abstuvo con mucho cuidado de seguir los pasos de un Judas el Gaulanita y de entrometerse en los asuntos sociales o estatales. Vino a fundar un reino, y ese reino iba a existir en la tierra, y iba a ser la condici�n ideal de la humanidad; pero confiaba en mover y moldear la sociedad regenerando al individuo y ense�ando a los hombres a buscar en primer lugar no lo que "los gentiles buscan" -condiciones externas felices- sino el reino de Dios, el gobierno del Esp�ritu de Dios en el coraz�n, y la justicia que viene de eso. Fue por la regeneraci�n de los individuos que la sociedad iba a ser regenerada.

En cualquier caso, el deber de los cristianos individuales es claro. Ya sea que la pobreza innecesaria e injusta sea aliviada por la revoluci�n social o por el m�todo m�s feliz y seguro, aunque m�s lento, de fermentar la sociedad con el esp�ritu de Cristo, es parte de todo cristiano informarse sobre la situaci�n de sus conciudadanos. y ponerse de alguna manera pr�ctica y �til en conexi�n con la miseria en medio de la cual estamos viviendo.

Cerrar nuestros ojos a la miseria, el vicio y la desesperanza que la pobreza trae con demasiada frecuencia, aislarnos en nuestros propios hogares confortables y excluir todos los sonidos y signos de miseria, "aborrecer la aflicci�n de los afligidos" y pr�cticamente nieguen que es mejor visitar la casa del duelo que la casa del banquete; esto es simplemente para proporcionar una prueba de que no sabemos nada del esp�ritu de Cristo.

Puede que nos encontremos bastante incapaces de rectificar los abusos a gran escala o de discernir c�mo se puede prevenir absolutamente la pobreza, pero podemos hacer algo para alegrar algunas vidas; podemos considerar a aquellos cuyas duras y desnudas vidas hacen que nuestras comodidades sean baratas; podemos preguntarnos si estamos libres de culpa de sangre al usar art�culos que son baratos para nosotros porque son escurridos por manos hambrientas y mal pagadas.

Es cierto que cualquier cosa que podamos hacer puede ser s�lo un rasgu�o de la superficie, sacar un balde lleno de una inundaci�n desbordante que deber�a detenerse en la fuente; todav�a debemos hacer lo que podamos, y todo el conocimiento de los hechos sociales y los sentimientos y acciones bondadosos hacia los oprimidos son �tiles, y est�n en el camino hacia un arreglo final de nuestra condici�n social. Que cada cristiano d� juego limpio a su conciencia, que se pregunte qu� har�a Cristo en sus circunstancias, y este acuerdo final no se pospondr� por mucho tiempo.

Pero mientras gobierne el ego�smo, mientras el mundo de los hombres sea como un pozo lleno de criaturas repugnantes, cada una luchando hasta la cima sobre las cabezas y los cuerpos aplastados del resto, ning�n plan alterar� o incluso disfrazar� nuestra infamia.

El m�todo de recolecci�n que recomienda Paul fue con toda probabilidad el que �l mismo practicaba. "El primer d�a de la semana, que cada uno de vosotros guarde junto a �l, como Dios le ha prosperado, para que no haya reuniones cuando yo venga". Este vers�culo a veces se ha citado como evidencia de que los cristianos se reun�an para adorar los domingos como nosotros. Es evidente que no muestra nada por el estilo. Es una prueba de que el primer d�a de la semana tuvo su significado, probablemente como el d�a de la resurrecci�n de nuestro Se�or, posiblemente solo por algunas razones comerciales que ahora se desconocen.

Se dec�a expresamente que cada uno deb�a depositar "por �l" -es decir, no en un fondo p�blico, sino en casa en su propio monedero- lo que quisiera dar. Pero lo que debe notarse principalmente es que Pablo, que por lo general est� tan libre de precisi�n y forma, prescribe aqu� el m�todo preciso en el que la colecci�n podr�a hacerse mejor. Es decir, cre�a en la entrega met�dica. Conoc�a el valor de la acumulaci�n constante.

Puso en la conciencia de cada hombre deliberadamente decir cu�nto dar�a. No deseaba que nadie se rindiera en la oscuridad. No cumpli� en la carta, incluso si renov� el precepto: "No sepa tu diestra lo que hace tu izquierda". Sab�a c�mo los hombres parecen estar dando mucho m�s de lo que dan si no llevan una cuenta exacta de lo que dan, c�mo algunos hombres se abstienen de saber con certeza la proporci�n que dan.

Y, por lo tanto, presenta como un deber que tenemos que cumplir cada uno determinar qu� proporci�n podemos regalar, y si Dios nos hace prosperar y aumenta nuestros ingresos, en qu� medida debemos aumentar nuestros gastos personales y en qu� medida utilizar para objetos de caridad el ganancia adicional.

La ep�stola concluye con una desbordante expresi�n de afecto de Pablo y sus amigos a la Iglesia de Corinto; pero de repente, en medio de esto, aparecen las asombrosas palabras: "Si alguno no ama al Se�or Jesucristo, sea anatema". "Anathema" significa maldito. Lo que indujo a Pablo a insertar estas palabras aqu�, es dif�cil de ver. Hab�a tomado el manuscrito de la mano de S�stenes y hab�a escrito el Saludo con su propia mano, y al parecer todav�a con su propia mano a�ade esta sorprendente frase.

Probablemente su sentimiento era que todas sus lecciones de caridad y cualquier otra lecci�n que hab�a estado inculcando ser�an en vano sin amor al Se�or Jes�s. Todo su amor por los corintios hab�a surgido de esta fuente; y sab�a que su amor por los jud�os resultar�a vac�o a menos que tambi�n estuviera animado por este mismo principio. Son palabras serias para todos nosotros, serias porque nuestro propio coraz�n nos dice que son justas.

Si no amamos al Se�or Jes�s, �qu� bien podemos amar? Si no amamos a Aquel que es simple y solo bueno, �no debe haber algo accidental, superficial, inseguro en nuestro amor por cualquier cosa o por alguien m�s?

Si no hemos aprendido al amarlo a amar todo lo que es digno, �no podemos temer con justicia que todav�a estamos en peligro de perder lo que la vida debe ense�ar y dar? Al tratar de alcanzar la verdad sobre nosotros mismos, �encontramos que hemos logrado ver y amar lo que es digno? �Podemos decir con algo de la convicci�n y el gozo de Pablo, "Maranatha" - "El Se�or est� cerca"? �Es la verdadera permanencia de nuestro esp�ritu que Cristo gobierna, y reconciliar� todas las cosas a su debido tiempo por su propio Esp�ritu?

Información bibliográfica
Nicoll, William R. "Comentario sobre 1 Corinthians 16". "El Comentario Bíblico del Expositor". https://beta.studylight.org/commentaries/spa/teb/1-corinthians-16.html.
 
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