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1 Samuel 13

El Comentario Bíblico del ExpositorEl Comentario Bíblico del Expositor

Versículos 1-23

CAPITULO XVIII

SAUL Y SAMUEL EN GILGAL

1 Samuel 13:1 .

LO primero que llama nuestra atenci�n en relaci�n con este cap�tulo es la cuesti�n de las fechas involucradas en el primer vers�culo. En la Versi�n Autorizada leemos: "Sa�l rein� un a�o; y cuando hubo reinado dos a�os sobre Israel, Sa�l lo eligi� tres mil hombres". Esta interpretaci�n del original ahora est� bastante abandonada. La forma de expresi�n es la misma que tan a menudo nos dice la edad de un rey al comienzo de su reinado y la duraci�n de su reinado.

La Versi�n Revisada est� muy de acuerdo, pero no estrictamente, con el hebreo. Se ejecuta '', Sa�l era treinta a�os cuando comenz� a reinar, y rein� dos a�os sobre Israel." Una nota marginal de la Versi�n Revisada dice, '' El texto hebreo ha, Saulo fue un a�o de edad," El El verso entero se omite en la Septuaginta no revisada, pero en una recensi�n posterior se inserta el n�mero treinta .

"No puede haber duda de que algo se ha eliminado del texto hebreo. Literalmente traducido, dir�a:" Sa�l ten�a un a�o cuando comenz� a reinar, y rein� dos a�os sobre Israel ". Una figura parece haber desaparecido despu�s de "Sa�l era" y otra despu�s de "rein�". Una mancha de alg�n tipo puede haber borrado estas figuras en el manuscrito original, y el copista, sin saber cu�les eran, puede haberlas dejado en blanco. .

La conjetura de la Septuaginta de "treinta" como la edad de Sa�l no es muy feliz, ya que al comienzo del reinado de Sa�l, su hijo Jonat�n ten�a la edad suficiente para distinguirse en la guerra. A juzgar por las probabilidades, deber�amos decir que el original puede haber sido as�. : "Sa�l ten�a cuarenta a�os cuando comenz� a reinar, y rein� treinta y dos a�os sobre Israel." Esto har�a que la duraci�n del reinado de Sa�l se corresponda con la duraci�n de la dinast�a de Sa�l como se indica en Hechos 13:21 .

All� se dice que Dios le dio al pueblo Saulo "por el espacio de cuarenta a�os". Si a los treinta y dos a�os que suponemos que fueron la duraci�n real del reinado de Sa�l sumamos siete y medio, durante los cuales rein� su hijo Is-boset, obtenemos en n�meros redondos como la duraci�n de su dinast�a cuarenta a�os. Esto har�a que Sa�l tuviera unos setenta y dos a�os en el momento de su muerte.

La narrativa de este cap�tulo parece estar en conexi�n inmediata con la del �ltimo. La mayor parte del ej�rcito hab�a ido de Jab�s-Galaad a Gilgal, y all�, bajo el mando de Samuel, hab�an renovado el reino. All� hab�an escuchado la s�plica de Samuel, y all� hab�a tenido lugar la tormenta que tan bien ayud� a clavar las lecciones del profeta. Por tanto, el grueso del ej�rcito se disolvi�, pero dos mil hombres se quedaron con Sa�l en Micmas y cerca de Betel, y mil con Jonat�n en Guibe�.

Estos eran necesarios para contener a los filisteos, que eran fuertes en el vecindario y estaban ansiosos por infligir todas las molestias posibles a los israelitas. Saulo, sin embargo, no parece haberse sentido en posici�n de tomar medidas activas contra ellos.

Pero aunque Sa�l estaba inactivo, Jonat�n no se durmi�. Aunque era muy joven, probablemente menos de veinte a�os, ya hab�a sido considerado digno de un mando importante, y ahora, al atacar con �xito una guarnici�n de los filisteos en Geba, demostr� que era digno de la confianza que se hab�a depositado en �l. Es interesante notar en Jonat�n esa audacia y audacia que despu�s fue tan conspicua en David, y la demostraci�n de la cual por parte de David atrajo el coraz�n de Jonat�n hacia �l con tanta calidez.

La noticia de la haza�a de Jonat�n pronto circul� entre los filisteos y, naturalmente, despertar�a el deseo de tomar represalias. Sa�l ver�a de inmediato que, como resultado de esto, los filisteos vendr�an sobre ellos con mayor fuerza que nunca; y fue para hacer frente a este ataque esperado que convoc� a una reuni�n de su pueblo. Gilgal era el lugar de encuentro, en lo profundo del valle del Jord�n; pues la parte alta del pa�s estaba tan dominada por el enemigo que all� no se pod�a realizar ninguna reuni�n.

As� que parec�a que el brillante logro de Jonathan iba a resultar una maldici�n en lugar de una bendici�n. En todo tipo de guerra, debemos estar preparados para tales giros en el orden de los eventos. Cuando un lado muestra un gran aumento de actividad, el otro hace lo mismo. Cuando uno logra una ventaja, el otro se despierta para restablecer el equilibrio. A menudo ha sucedido en tiempos de oscuridad religiosa que la actitud audaz de alg�n reformador intr�pido ha despertado al enemigo a la actividad y la ferocidad y, por lo tanto, ha tra�do a sus hermanos un trato peor que antes.

Pero tales reveses son s�lo temporales, y la causa de la verdad gana en general gracias a las exitosas escaramuzas de sus pioneros. Muchas personas, cuando ven la actividad y la osad�a que las fuerzas del mal manifiestan en nuestros d�as, son inducidas a concluir que nuestros tiempos est�n tristemente degenerados; olvidan que la actividad del mal es la prueba y el resultado de la vitalidad y actividad del bien. Sin duda, en el ej�rcito de Israel hab�a personas pusil�nimes que presentar�an duras acusaciones contra Jonat�n por perturbar el equilibrio entre Israel y los filisteos.

Sacud�an la cabeza y pronunciaban solemnes perogrulladas sobre la temeridad de la juventud, y preguntaban si no era una verg�enza confiarle a un joven tal poder y responsabilidad. Pero el ataque de Jonat�n fue el comienzo de un movimiento que podr�a haber terminado en la expulsi�n final de los filisteos de los territorios de Israel si Sa�l no hubiera actuado tontamente en Gilgal. En este caso, no fue el joven, sino el anciano, el que fue imprudente e imprudente. Jonat�n hab�a actuado con valent�a y vigor, probablemente tambi�n con fe; fue Saulo quien trajo disturbios y desastres a la hueste.

La temida invasi�n de los filisteos no se hizo esperar. La fuerza que reunieron es tan alta que en el n�mero de carros algunos comentaristas han sospechado un error del copista, 30.000 por 3.000, un error f�cilmente explicable, ya que el cifrado adicional estar�a representado por una ligera marca sobre la letra hebrea. Pero, sea como fuere, la hueste invasora era de dimensiones prodigiosamente grandes.

Era tan grande que sembr� el p�nico en toda la comunidad de Israel, porque el pueblo "se escondi� en cuevas, matorrales, rocas, lugares altos y pozos". No contento con tal protecci�n. Algunos de ellos cruzaron el Jord�n y se refugiaron en Galaad y en Dan, no lejos de Jabes de Galaad, donde otro enemigo hab�a sido derrotado de manera tan significativa. Sa�l se hab�a quedado en Gilgal, donde lo segu�a una multitud de personas, no impresionado en ning�n grado por lo que Dios hab�a hecho por ellos en Jabesh-Gilead, no tratando de reunir su valor con el pensamiento de que Dios todav�a era su Rey y Defensor, sino lleno de ese miedo abyecto que desconcierta por completo tanto la mente como el cuerpo, y prepara el camino para un desastre total.

Cu�n completamente postrado y desamparado estaba el pueblo se desprende de ese cuadro muy gr�fico de su condici�n que encontramos hacia el final del cap�tulo: "No se hall� ning�n herrero en toda la tierra de Israel; porque los filisteos dec�an: No sea que los hebreos hagan a s� mismos espadas o lanzas; pero todos los israelitas descendieron a los filisteos para afilar cada uno su parte, su cuchilla, su hacha y su azada.

"Requiere poco esfuerzo de imaginaci�n para ver que la condici�n de los israelitas era, humanamente hablando, absolutamente desesperada. Una enorme variedad de guerreros como los filisteos, equipados con todas las armas de guerra, y confiados en su destreza y su poder, vertiendo sobre una tierra donde los defensores no ten�an ni espadas ni lanzas, sino s�lo palos y piedras y recursos rudos similares para los prop�sitos del conflicto, present� una escena cuyo tema no podr�a haber sido dudoso en todos los c�lculos humanos.

Pero seguramente el caso no fue ni un �pice m�s desesperado que el de sus antepasados, con el mar delante de ellos, las monta�as a cada lado, y el ej�rcito egipcio, con todo su equipamiento, apresur�ndose a caer sobre su retaguardia. Sin embargo, de esa terrible situaci�n los hab�a librado su Divino Rey, y pocas horas despu�s, todos estaban jubilosos y triunfantes, cantando al Se�or que hab�a triunfado gloriosamente y hab�a arrojado al mar al caballo y a su jinete.

Y nadie puede dejar de ver que la misma gravedad de la situaci�n en el momento actual deber�a haber dado a luz a una repetici�n de ese esp�ritu de fe y oraci�n que hab�a animado a Mois�s, como luego anim� a D�bora, Gede�n y muchos m�s. , y por el cual hab�a llegado la liberaci�n. En todos los aspectos, el deber que le incumb�a a Saulo en ese momento era mostrar la deferencia m�s completa a la voluntad de Dios y el deseo m�s incondicional de disfrutar de Su semblante y gu�a.

Primero, la magnitud del peligro, la total desproporci�n entre la fuerza del pueblo defensor y la del ej�rcito invasor, estaba preparada para arrojarlo sobre Dios. En segundo lugar, el hecho, tan solemne y fervientemente instado por Samuel, de que, a pesar del pecado cometido por el pueblo al exigir un rey, Dios estaba dispuesto a defender y gobernar a su pueblo como en la antig�edad, si tan solo tuvieran el debido respeto a �l y a su pueblo. pacto, deber�a haber hecho que Saulo tuviera el doble de cuidado de actuar en esta crisis en cada detalle en el m�s r�gido cumplimiento de la voluntad de Dios.

En tercer lugar, la circunstancia, que �l mismo hab�a subrayado tan bien, de que la reciente victoria en Jabesh-Gilead fue una victoria obtenida de Dios, deber�a haberlo llevado directamente a Dios, para implorar una interposici�n similar de su poder en este nuevo y a�n m�s peligro abrumador. Si Saulo hubiera sido un hombre de verdad, un hombre de fe y oraci�n, se habr�a elevado a la altura de la ocasi�n en esta terrible crisis, y una liberaci�n tan gloriosa como la que Gede�n obtuvo sobre los madianitas habr�a se�alado sus esfuerzos.

Fue un momento de prueba en su historia. Toda la fortuna de su reino parec�a depender de su elecci�n. All� estaba Dios, dispuesto a acudir en su ayuda si se le hab�a pedido debidamente. All� estaban los filisteos, dispuestos a devorarlos si no se pod�a reunir suficiente fuerza contra ellos. Pero pesado en la balanza, Sa�l se encontr� falto. No honr� a Dios; no actu� sabiendo que todo depend�a de �l.

Y esta falta suya habr�a implicado la terrible humillaci�n e incluso la ruina de la naci�n si Jonat�n no hubiera tenido un temperamento diferente al de su padre, si Jonat�n no hubiera logrado la liberaci�n que no habr�a obtenido Sa�l.

Examinemos ahora cuidadosamente c�mo actu� Sa�l en la ocasi�n, tanto m�s cuidadosamente porque, a primera vista, muchos tienen la impresi�n de que estaba justificado en lo que hizo y, en consecuencia, que el castigo anunciado por Samuel fue demasiado severo.

Parece que Samuel le hab�a dicho a Sa�l que lo esperara siete d�as en Gilgal, a fin de que se pudieran tomar las medidas adecuadas para obtener la gu�a y la ayuda de Dios. Hay algo de oscuridad en la narraci�n aqu�, que surge del hecho de que fue en la primera ocasi�n de su encuentro que leemos c�mo Samuel orden� a Sa�l que lo esperara siete d�as en Gilgal, hasta que viniera a ofrecer holocaustos y a mu�strele lo que deb�a hacer ( 1 Samuel 10:8 ).

Sin embargo, dif�cilmente podemos suponer que esta primera direcci�n, dada por Samuel, no se implement� en un momento anterior. Parece que Samuel le hab�a repetido la instrucci�n a Sa�l con referencia a las circunstancias de la invasi�n filistea. Pero, sea como fuere, est� perfectamente claro por la narraci�n que Sa�l ten�a instrucciones de esperar siete d�as en Gilgal, al final, si no antes del final, tiempo durante el cual Samuel prometi� ir a verlo.

Esta fue una instrucci�n distinta de Samuel, conocido y reconocido profeta de Dios, actuando en nombre de Dios y con miras a obtener el semblante y la gu�a de Dios en la terrible crisis de la naci�n. Los siete d�as hab�an llegado a su fin y Samuel no hab�a aparecido. Sa�l decidi� que no esperar�a m�s. "Sa�l dijo: Traedme holocausto y ofrendas de paz. Y ofreci� el holocausto".

Ahora bien, algunos han supuesto que la ofensa de Saulo radicaba en asumir las funciones de sacerdote y hacer lo que no era l�cito para nadie m�s que para los sacerdotes. Pero no parece que esta fuera su ofensa. A menudo se dice que un rey hace cosas que en realidad hacen sus ministros y otros. Todo lo que est� necesariamente involucrado en la narraci�n es que el rey hizo que los sacerdotes ofrecieran el holocausto. Porque incluso Samuel no ten�a autoridad personal para ofrecer sacrificios, y si �l hubiera estado presente, los sacerdotes habr�an oficiado de todos modos.

La verdadera ofensa de Sa�l fue que hizo caso omiso de la ausencia del profeta y representante de Dios, del hombre que siempre hab�a sido el mediador entre Dios y el rey y entre Dios y el pueblo. Y esto no era un asunto secundario. Si Sa�l hubiera tenido una convicci�n real de que todo depend�a en este momento de que �l obtuviera la ayuda de Dios, no habr�a ignorado una instrucci�n recibida del siervo de Dios, y no habr�a actuado como si la presencia de Samuel fuera in�til.

Lo significativo en el estado de �nimo de Saulo, como lo revel� su acto, fue que no estaba realmente dispuesto a cumplir con la voluntad de Dios. Dios no era una realidad para Saulo. El pensamiento de Dios apareci� vagamente ante su mente como un poder a considerar, pero no como el poder del que todo depend�a. Lo que pensaba de Dios era que hab�a que ofrecer un holocausto para propiciarlo, para evitar que obstruyera la empresa, pero no pensaba en �l como el Ser que era el �nico que pod�a lograrlo.

Era sustancialmente la visi�n de Dios de la mente carnal. Dice, sin duda hay un Dios, y �l tiene una influencia en las cosas aqu� abajo; y para evitar que �l nos frustre, debemos realizar ciertos servicios que parezcan agradarle. �Pero qu� lamentable visi�n de Dios! �Como si el Alto y Sublime que habita la eternidad pudiera ser inducido a otorgar o retener Su favor simplemente por la matanza de un animal, o por alg�n rito similar!

Pero esta fue la idea de Sa�l. "El sacrificio debe ser ofrecido; el rito debe ser realizado. Este homenaje externo debe rendirse al poder de arriba, pero la forma de hacerlo es de poca importancia. Es una forma sagrada, no m�s. Lo siento No quiero que Samuel est� presente, pero la culpa no es m�a. �l iba a estar aqu�, y no ha venido. Y ahora esta gente asustada se me est� escapando, y si espero m�s, puede que me quede sin seguidores. Sacerdotes , trae el animal y ofrece el sacrificio, �y v�monos a la guerra! "

�Cu�n diferente habr�a sido la actuaci�n de un hombre que honr� a Dios y sinti� que a Su favor estaba la vida! �Cu�n solemnizado habr�a estado, cu�n preocupado por su propio descuido pasado de Dios y el descuido de su pueblo! La presencia del profeta de Dios se habr�a considerado a la vez una necesidad y un privilegio. �Cu�n profundamente, en su sentido del pecado, habr�a entrado en el significado del holocausto! �Con cu�nta seriedad habr�a suplicado el favor, el semblante y la bendici�n de Dios! Si Jacob no pod�a dejar que el �ngel fuera a Peniel a menos que lo bendijera, tampoco Sa�l se habr�a separado de Dios en Gilgal sin alguna garant�a de ayuda.

"Si tu presencia no va conmigo", habr�a dicho, "no nos lleves de aqu�". �Ay, no encontramos nada de todo esto! No se espera al siervo de Dios; la forma ha pasado, y Sa�l se va a su trabajo. �Y esta es la obra del hombre que ha sido llamado a ser rey de Israel, y que ha sido advertido solemnemente que solo Dios es la defensa de Israel, y que ofender a Dios es juzgar la ruina!

Cuando lleg� Samuel, Sa�l estaba listo con una excusa plausible. Por conveniencia, reivindic� su procedimiento. No pod�a negar que hab�a roto su promesa (era una promesa virtual) de esperar a Samuel, pero hab�a razones sumamente poderosas para justificarlo al hacerlo. Samuel no hab�a venido. La gente se alej� de �l. Los filisteos se estaban concentrando en Micmas, y podr�an haber bajado y ca�do sobre �l en Gilgal.

Todo muy cierto, pero ni uno solo, ni todos juntos, una aut�ntica reivindicaci�n de lo que hab�a hecho. Samuel, pod�a estar seguro, no tardar�a una hora m�s de lo que podr�a ayudar. Le quedaba mucha m�s gente que la banda de Gede�n, y el Dios que dio la victoria a los trescientos no lo habr�a dejado sufrir por falta de hombres. Los filisteos podr�an haber estado desconcertados por la tempestad de Dios en el camino a Gilgal, como lo estaban antes, en el camino a Mizpa.

�Oh Saulo, la desconfianza en Dios ha estado en el fondo de tu mente! La fe que anim� a los h�roes de anta�o no os ha dominado. Has caminado por vista, no por fe. Si hubieras sido fiel ahora y honrado a Dios, y hubieras esperado hasta que su siervo te hubiera enviado con su bendici�n, la prosperidad te habr�a acompa�ado y tu familia se habr�a asentado permanentemente en el trono. Pero ahora tu reino no continuar�.

Personalmente, es posible que contin�e siendo rey durante muchos a�os; pero el castigo que Dios impone a este acto de incredulidad, formalidad y presunci�n es que ninguna l�nea de reyes brotar� de vuestros lomos. El Se�or lo ha buscado como un hombre conforme a Su coraz�n, y el Se�or le ha mandado que sea el capit�n de Su pueblo.

Amigos m�os, qu� condena tan solemne e impresionante tenemos aqu� de esa pr�ctica demasiado com�n: el principio de abandono para servir a la conveniencia. No me gusta decir una mentira, puede decir alguien, pero si no lo hubiera hecho, deber�a haber perdido mi situaci�n. No me gusta el trabajo com�n en el d�a de reposo, pero si no lo hiciera, no podr�a vivir. No creo que sea correcto ir a las fiestas de los domingos ni a jugar el domingo, pero esta o aquella gran persona me invit� a hacerlo y no pude negarme. No debo adulterar mis bienes, y no debo dar declaraciones falsas de su valor, pero todos en mi negocio lo hacen, y yo no puedo ser singular.

�A qu� equivalen estas reivindicaciones, sino simplemente a una confesi�n de que por motivos de conveniencia se puede dejar de lado el mandamiento de Dios? Estas excusas simplemente vienen a esto: era mejor para m� ofender a Dios y obtener un peque�o beneficio, que perder el beneficio y agradar a Dios. Es mucho perder una peque�a ganancia en los negocios, o un peque�o placer en la vida social, o un peque�o honor de un pr�jimo; pero es poco o nada desagradar a Dios, es poco o nada atesorar la ira para el d�a de la ira.

�Ay de la incredulidad pr�ctica que subyace en el fondo de todo esto! Es obra del necio que ha dicho en su coraz�n. No hay Dios. Mira esta historia de Saulo. Vea lo que le sucedi� por preferir la conveniencia a los principios. Sepan que la misma condenaci�n aguarda a todos los que siguen sus pasos, a todos los que no est�n solemnizados por esa pregunta terrible e incontestable: "�De qu� le sirve al hombre ganar el mundo entero y perder su propia alma?"

A menudo se ha ofendido mucho el car�cter que aqu� se le atribuye al hombre que iba a ocupar el trono despu�s de Saulo: "El Se�or le ha buscado un hombre conforme a su coraz�n". �Fue David, el ad�ltero, el traidor, el asesino, un hombre conforme al coraz�n de Dios? Pero seguramente no se pretende afirmar que David era un hombre as� en todos los aspectos, en todos los detalles. El punto en el que debe descansar el �nfasis seguramente debe ser que David era un hombre en ese aspecto en el que Sa�l estaba tan deficiente.

E indudablemente esto era eminentemente cierto en �l. Lo que m�s se destac� en el car�cter p�blico de David fue el honor que rindi� a Dios, la constancia con la que consult� su voluntad, el deseo predominante que ten�a de gobernar el reino en su temor y para su gloria. Si Dios no era m�s que una forma para Sa�l, era una intensa realidad para David. Si Sa�l no pudo hacer que se le ocurriera que �l deber�a gobernar por Dios, David no podr�a haberlo sacado de la mente si lo hubiera intentado.

No se puede negar que el car�cter de David fue deformado de muchas maneras; no s�lo ten�a enfermedades, sino tambi�n tumores, manchas, impurezas, muy angustiantes de contemplar; pero en esta �nica cosa nos dej� un ejemplo a todos, y especialmente a los gobernantes, que ser�a bueno que todos medit�ramos profundamente: que todo el asunto del gobierno debe llevarse a cabo con el esp�ritu de consideraci�n hacia el gobierno. voluntad de Dios; que siempre se debe consultar el bienestar del pueblo antes que los intereses del pr�ncipe; que para las naciones, como para los individuos, el favor de Dios es la vida y su ce�o fruncido es la ruina.

Información bibliográfica
Nicoll, William R. "Comentario sobre 1 Samuel 13". "El Comentario Bíblico del Expositor". https://beta.studylight.org/commentaries/spa/teb/1-samuel-13.html.