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1 Tesalonicenses 1

El Comentario Bíblico del ExpositorEl Comentario Bíblico del Expositor

Versículo 1

Cap�tulo 1

LA IGLESIA DE LOS TESALONICENSES

1 Tesalonicenses 1:1 (RV)

SAL�NICA, ahora llamada Sal�nica, fue en el primer siglo de nuestra era una ciudad grande y floreciente. Estaba situado en la esquina noreste del golfo Termaico, en la l�nea de la gran carretera de Egnatian, que formaba la conexi�n principal por tierra entre Italia y el Este. Fue un importante centro comercial, con una poblaci�n mixta de griegos, romanos y jud�os. Los jud�os, que en la actualidad ascienden a unos veinte mil, eran lo suficientemente numerosos como para tener una sinagoga propia; y podemos inferir del libro de Hechos, Hechos 17:4 que tambi�n lo frecuentaban muchos de los mejores esp�ritus entre los gentiles. Inconscientemente, y como el evento demostr� con demasiada frecuencia, de mala gana, la Dispersi�n estaba preparando el camino del Se�or.

A esta ciudad lleg� el ap�stol Pablo, al que asistieron Silas y Timoteo, en el transcurso de su segundo viaje misionero. Acababa de salir de Filipos, el m�s querido de todas sus iglesias; porque all�, m�s que en ning�n otro lugar, los sufrimientos de Cristo hab�an abundado en �l, y sus consolaciones tambi�n hab�an sido abundantes en Cristo. Lleg� a Tesal�nica con las marcas de las varas de lictores en su cuerpo; pero para �l eran las marcas de Jes�s; no advertencias para cambiar su camino, sino se�ales de que el Se�or lo estaba tomando en comuni�n consigo mismo y lo vinculaba m�s estrictamente a Su servicio.

Vino con el recuerdo de la bondad de sus conversos caliente en su coraz�n; consciente de que, en medio de los desenga�os, aguardaba una acogida al evangelio, que admit�a a su mensajero en el gozo de su Se�or. No es de extra�ar, entonces, que el Ap�stol cumpliera con su costumbre y, a pesar de la maldad de los jud�os, se dirigiera, cuando lleg� el s�bado, a la sinagoga de Tesal�nica.

San Lucas describe muy brevemente su ministerio evangel�stico. Durante tres d�as de reposo se dirigi� a sus compatriotas. Tom� las Escrituras en su mano, es decir, por supuesto, las Escrituras del Antiguo Testamento, y abri� el cofre misterioso, como las pintorescas palabras de Hechos describen su m�todo, sac� y present� a sus auditores, como su interior y secreto esencial, la maravillosa idea de que el Cristo que todos esperaban, el Mes�as de Dios, deb�a morir y resucitar de entre los muertos.

Eso no fue lo que los lectores jud�os comunes encontraron en la ley, los profetas o los salmos; pero, una vez convencidos de que esta interpretaci�n era verdadera, no era dif�cil creer que el Jes�s que predicaba Pablo era el Cristo por quien todos esperaban. Lucas nos dice que algunos fueron persuadidos; pero no pueden haber sido muchos: su relato concuerda con la representaci�n de la Ep�stola 1 Tesalonicenses 1:9 que la iglesia en Tesal�nica era principalmente gentil.

De las "mujeres principales, no pocas", que estuvieron entre las primeras convertidas, no sabemos nada; las exhortaciones en ambas ep�stolas dejan en claro que lo que Pablo dej� en Tesal�nica fue lo que deber�amos llamar una congregaci�n de clase trabajadora. Los celos de los jud�os, que recurrieron al dispositivo que ya hab�a tenido �xito en Filipos, obligaron a Pablo y a sus amigos a abandonar la ciudad prematuramente. La misi�n, de hecho, probablemente hab�a durado m�s de lo que la mayor�a de los lectores infieren de Hechos 17:1 .

Pablo hab�a tenido tiempo para hacer que su car�cter y conducta fueran impresionantes para la iglesia, y para tratar con cada uno de ellos como un padre con sus propios hijos; 1 Tesalonicenses 2:11 hab�a trabajado d�a y noche con sus propias manos para ganarse la vida; 2 Tesalonicenses 3:8 hab�a recibido ayuda dos veces de los filipenses.

Filipenses 4:15 Pero aunque esto implica una estad�a de cierta duraci�n, quedaba mucho por hacer; y la ansiedad natural del Ap�stol, al pensar en sus disc�pulos inexpertos, se intensific� al pensar que los hab�a dejado expuestos a la malignidad de sus enemigos y los de ellos. �Qu� significa esa malignidad empleada, qu� violencia y qu� calumnia, la Ep�stola misma nos permite ver? mientras tanto, es suficiente decir que la presi�n de estas cosas sobre el esp�ritu del Ap�stol fue la ocasi�n de escribir esta carta.

Hab�a intentado en vano volver a Tesal�nica; se hab�a condenado a s� mismo a la soledad en una ciudad extra�a para poder enviarles a Timoteo; debe saber si se mantienen firmes en su llamamiento cristiano. A su regreso de esta misi�n, Timoteo se uni� a Pablo en Corinto con un informe, alentando en general, pero no sin su lado m�s serio, acerca de los creyentes tesalonicenses: y la primera ep�stola es el mensaje apost�lico en estas circunstancias.

Es, con toda probabilidad, el m�s antiguo de los escritos del Nuevo Testamento; ciertamente es el m�s antiguo que existe de Paul; si exceptuamos el decreto en Hechos 15:1 , es la primera pieza de escritura cristiana que existe.

Los nombres mencionados en la direcci�n son bien conocidos: Paul, Silvanus y Timothy. Los tres est�n unidos en el saludo y, a veces, aparentemente, se incluyen en el "nosotros" o "nos" de la Ep�stola; pero no son coautores del mismo. Es la Ep�stola de Pablo, que los incluye en el saludo por cortes�a, como en la Primera a los Corintios incluye a S�stenes, y en G�latas "todos los hermanos que est�n conmigo"; una cortes�a m�s vinculante en esta ocasi�n que Silas y Timoteo hab�an compartido con �l su obra misional en Tesal�nica.

En la Primera y Segunda de Tesalonicenses solamente, de todas sus cartas, el Ap�stol no agrega nada a su nombre para indicar el car�cter en el que escribe; no se llama a s� mismo ap�stol ni siervo de Jesucristo. Los tesalonicenses lo conoc�an simplemente por lo que era; su dignidad apost�lica a�n no fue atacada por falsos hermanos; el simple nombre fue suficiente. Silas se presenta ante Timoteo como un hombre mayor y un colaborador de m�s tiempo.

En el libro de los Hechos se le describe como un profeta y como uno de los principales hombres entre los hermanos; hab�a estado asociado con Paul durante todo este viaje; y aunque sabemos muy poco de �l, el hecho de que fue elegido uno de los portadores del decreto apost�lico, y que luego se uni� a Pablo, justifica la inferencia de que simpatizaba de todo coraz�n con la evangelizaci�n de los paganos.

Timoteo fue aparentemente uno de los propios conversos de Pablo. Cuidadosamente instruido en la infancia por una madre y una abuela piadosas, hab�a sido conquistado para la fe de Cristo durante la primera gira del Ap�stol en Asia Menor. Era naturalmente t�mido, pero mantuvo la fe a pesar de las persecuciones que le aguardaban; y cuando Pablo regres�, descubri� que la constancia y otras gracias de su hijo espiritual hab�an ganado un nombre honorable en las iglesias locales.

Decidi� llevarlo con �l, aparentemente con el car�cter de un evangelista; pero antes de ser ordenado por los presb�teros, Pablo lo circuncid�, recordando su ascendencia jud�a por parte de la madre y deseoso de facilitarle el acceso a la sinagoga, en la que generalmente comenzaba la obra de la predicaci�n del evangelio. De todos los ayudantes del Ap�stol, fue el m�s fiel y cari�oso. Ten�a el verdadero esp�ritu pastoral, desprovisto de ego�smo, y se preocupaba de forma natural y sincera por las almas de Filipenses 2:20 f.

Tales fueron los tres que enviaron sus saludos cristianos en esta ep�stola. Los saludos est�n dirigidos "a la iglesia de (los) tesalonicenses en Dios el Padre y el Se�or Jesucristo". Nunca antes se hab�a escrito o le�do una direcci�n de ese tipo, porque la comunidad a la que iba dirigida era algo nuevo en el mundo. La palabra traducida "iglesia" ciertamente era bastante familiar para todos los que sab�an griego: era el nombre que se les daba a los ciudadanos de una ciudad griega reunidos para asuntos p�blicos; es el nombre dado en la Biblia griega a los hijos de Israel como la congregaci�n de Jehov�, o a cualquier reuni�n de ellos con un prop�sito especial; pero aqu� adquiere un nuevo significado.

La iglesia de los tesalonicenses es una iglesia en Dios el Padre y el Se�or Jesucristo. Es la relaci�n com�n de sus miembros con Dios Padre y el Se�or Jesucristo lo que los constituye una iglesia en el sentido del Ap�stol: a diferencia de todas las dem�s asociaciones o sociedades, forman una comunidad cristiana.

Los jud�os que se reun�an de s�bado a s�bado en la sinagoga eran una iglesia; eran uno en el reconocimiento del Dios viviente y en la observancia de su ley; Dios, como se revela en el Antiguo Testamento y en la pol�tica de Israel, era el elemento o la atm�sfera de su vida espiritual. Los ciudadanos de Tesal�nica, que se reunieron en el teatro para discutir sus intereses pol�ticos, eran una "iglesia"; eran uno al reconocer la misma constituci�n y los mismos fines de la vida c�vica; fue en esa constituci�n, en la b�squeda de esos fines, donde encontraron el ambiente en el que viv�an.

Pablo en esta ep�stola saluda a una comunidad distinta a cualquiera de estas. No es c�vico, sino religioso; aunque religiosa, no es ni pagana ni jud�a; es una creaci�n original, nueva en su v�nculo de uni�n, en la ley por la que vive, en los objetos a los que apunta; una iglesia en Dios Padre y en el Se�or Jesucristo.

Esta novedad y originalidad del cristianismo no pod�a dejar de impresionar a quienes lo recibieron por primera vez. El evangelio hizo una diferencia inconmensurable para ellos, una diferencia casi igualmente grande si hab�an sido jud�os o paganos antes; y eran intensamente conscientes del abismo que separaba su nueva vida de la vieja. En otra ep�stola, Pablo describe la condici�n de los gentiles que a�n no han sido evangelizados, "Una vez", dice, "estaban separados.

Cristo, sin Dios, en el mundo ". El mundo, el gran sistema de cosas e intereses separados de Dios, era la esfera y el elemento de su vida. El evangelio los encontr� all� y los traslad�. Cuando lo recibieron, cesaron estar en el mundo, ya no estaban separados de Cristo y sin Dios: estaban en Dios Padre y en el Se�or Jesucristo, nada m�s revolucionario en aquellos d�as que hacerse cristiano: las cosas viejas pasaron; todas las cosas se hicieron nuevas, todas las cosas fueron determinadas por la nueva relaci�n con Dios y su Hijo.

La diferencia entre el cristiano y el no cristiano era tan inconfundible y tan clara para la mente cristiana como la diferencia entre el marinero n�ufrago que ha llegado a la orilla y el que todav�a est� librando una lucha desesperada con el viento y las olas. En un pa�s que ha sido cristiano desde hace mucho tiempo, esa diferencia tiende, al menos al sentido, ya la imaginaci�n, a desaparecer. No nos impresiona v�vidamente la distinci�n entre los que dicen ser cristianos y los que no lo son; no vemos una diferencia radical y, a veces, estamos dispuestos a negarla.

Incluso podemos sentir que estamos obligados a negarlo, aunque solo sea por justicia a Dios. �l ha hecho a todos los hombres para s� mismo; El es el Padre de todos; �l est� cerca de todos, incluso cuando est�n ciegos para �l; la presi�n de Su mano se siente y en cierta medida todos responden, incluso cuando no la reconocen; Decir que alguien es ?????, o ????? ???????, o que no est� en Dios el Padre y en el Se�or Jesucristo, parece realmente negar tanto a Dios como al hombre.

Sin embargo, lo que est� en cuesti�n aqu� es realmente una cuesti�n de hecho; y entre los que han estado en contacto con los hechos, entre los que, sobre todo, han tenido experiencia del hecho cr�tico -que antes no eran cristianos y ahora lo son- no habr� dos opiniones al respecto. La diferencia entre el cristiano y el no cristiano, aunque los accidentes hist�ricos la han hecho menos visible, o m�s bien, menos conspicua de lo que era antes, sigue siendo tan real y tan vasta como siempre.

La naturaleza superior del hombre, intelectual y espiritual, debe tener siempre un elemento en el que vive, una atm�sfera que la rodee, principios que lo orienten, y que finalmente estimulen su acci�n; y puede encontrar todos estos en cualquiera de dos lugares. Puede encontrarlos en el mundo, es decir, en esa esfera de cosas de la que Dios, en lo que respecta a la voluntad y la intenci�n del hombre, est� excluido; o puede encontrarlos en Dios mismo y en Su Hijo.

No hay objeci�n a esta divisi�n decir que Dios no puede ser excluido de Su propio mundo, que �l siempre est� obrando all�, sea reconocido o no; porque el reconocimiento es el punto esencial; sin ella, aunque Dios est� cerca del hombre, el hombre todav�a est� lejos de Dios. Nada podr�a ser un s�ntoma de car�cter m�s desesperanzador que lo benevolente es esta verdad; quita todo motivo para evangelizar al no cristiano, o para trabajar la originalidad y la vida cristiana misma.

Ahora, como en la era apost�lica, hay personas que son cristianas y personas que no lo son; y, por muy parecidas que sean sus vidas en la superficie, est�n radicalmente separadas. Su centro es diferente; el elemento en el que se mueven es diferente; el alimento del pensamiento, la fuente de los motivos, el est�ndar de pureza son diferentes; est�n relacionados entre s� como vida en Dios y vida sin Dios; vida en Cristo y vida sin Cristo; y en proporci�n a su sinceridad est� su mutuo antagonismo.

En Tesal�nica, la vida cristiana fue lo suficientemente original como para haber formado una nueva sociedad. En aquellos d�as, y en el Imperio Romano, no hab�a mucho espacio para que se expandieran los instintos sociales. Los gobiernos sospechaban de los sindicatos de todo tipo y los desanimaban como probables focos de desafecci�n pol�tica. El autogobierno local dej� de ser interesante cuando se retiraron de su control todos los intereses importantes; e incluso si hubiera sido de otra manera, no habr�a parte posible en �l para esa gran masa de poblaci�n de la cual la Iglesia fue reclutada en gran parte, a saber, los esclavos.

Cualquier poder que pudiera unir a los hombres, que pudiera conmoverlos profundamente y darles un inter�s com�n que comprometiera sus corazones y los uniera entre s�, satisficiera la mayor necesidad del tiempo y seguro que ser�a bienvenido.

Tal poder fue el evangelio predicado por Pablo. Form� peque�as comunidades de hombres y mujeres dondequiera que se proclamara; comunidades en las que no hab�a m�s ley que la del amor, en las que el coraz�n se abr�a al coraz�n como en ning�n otro lugar del mundo, en las que hab�a fervor, esperanza, libertad, bondad fraterna y todo lo que hace la vida buena y querida. Lo sentimos con mucha fuerza al leer el Nuevo Testamento, y es uno de los puntos en los que, lamentablemente, nos hemos alejado del modelo primitivo.

La congregaci�n cristiana no es ahora, de hecho, el tipo de comunidad sociable. Con demasiada frecuencia se la oprime con restricciones y formalidad. Tome cualquier miembro en particular de cualquier congregaci�n en particular; y su c�rculo social, la compa��a de amigos en la que se expande m�s libre y felizmente, posiblemente no tenga conexi�n con aquellos a los que se sienta en la iglesia. El poder de la fe para llevar a los hombres a una unidad real entre s� no disminuye; vemos esto dondequiera que el evangelio se abre camino en un pa�s pagano, o donde la frigidez de la iglesia impulsa a dos o tres almas fervientes a formar una sociedad secreta propia; pero la temperatura de la fe misma se baja; no estamos viviendo realmente, con ninguna intensidad de vida, en Dios el Padre y en el Se�or Jesucristo. Si lo fu�ramos, nos acercar�amos m�s el uno al otro; nuestros corazones se tocar�an y se desbordar�an; el lugar donde nos encontremos en el nombre de Jes�s ser�a el lugar m�s radiante y sociable que conocemos.

Nada podr�a ilustrar mejor la realidad de ese nuevo car�cter que confiere el cristianismo que el hecho de que los hombres pueden ser tratados como cristianos. Nada, tampoco, podr�a ilustrar mejor la confusi�n mental que existe en este asunto, o la falta de sinceridad de mucha profesi�n, que el hecho de que tantos miembros de iglesias vacilen antes de tomarse la libertad de dirigirse a un hermano. Todos hemos escrito cartas y en todo tipo de ocasiones; nos hemos dirigido a los hombres llam�ndolos abogados, m�dicos u hombres de negocios; hemos enviado o aceptado invitaciones a reuniones en las que nada nos habr�a asombrado m�s que el nombrar sin afectaci�n el nombre de Dios; �Alguna vez le escribimos a alguien porque era cristiano y porque nosotros �ramos cristianos? De todas las relaciones en las que nos encontramos con los dem�s, es la que establece "nuestro cristianismo com�n,

En lo �nico en lo que desea ayudarlos es en su vida cristiana. No le importa mucho si est�n bien o mal con respecto a los bienes de este mundo; pero est� ansioso por suplir lo que falta en su fe. 1 Tesalonicenses 3:10

�Cu�n real era para �l la vida cristiana! qu� inter�s sustancial, ya sea en s� mismo o en los dem�s, absorbiendo todo su pensamiento, absorbiendo todo su amor y devoci�n. Para muchos de nosotros es el �nico tema del silencio; para �l era el �nico tema del pensamiento y el habla. Escribi� sobre ello, mientras hablaba de ello, como si no hubiera otro inter�s para el hombre; y cartas como las de Thomas Erskine muestran que a�n, de la abundancia del coraz�n, habla la boca. El alma llena se desborda, no afectada, no forzada; La comuni�n cristiana, tan pronto como la vida cristiana es real, se restaura a su verdadero lugar.

Pablo, Silas y Timoteo desean a la iglesia de Tesalonicenses gracia y paz. Este es el saludo en todas las cartas del Ap�stol; no se var�a excepto por la adici�n de "misericordia" en las Ep�stolas a Timoteo y Tito. En su forma parece combinar los saludos corrientes entre los griegos y los jud�os (??????? y ?????), pero en importancia tiene toda la originalidad de la fe cristiana. En la segunda ep�stola dice: "Gracia y paz de Dios el Padre y del Se�or Jesucristo.

"La gracia es el amor de Dios, espont�neo, hermoso, inmerecido, que obra en Jesucristo para la salvaci�n de los hombres pecadores; la paz es el efecto y el fruto en el hombre de la recepci�n de la gracia. Es f�cil limitar indebidamente el significado de la paz. As� lo hacen aquellos expositores que suponen en este pasaje una referencia a la persecuci�n que los cristianos tesalonicenses tuvieron que soportar, y entienden que el Ap�stol les deseaba su liberaci�n.

El Ap�stol tiene algo mucho m�s completo en mente. La paz, que es Cristo; la paz con Dios que tenemos cuando nos reconciliamos con �l por la muerte de Su Hijo; la salud del alma que llega cuando la gracia hace que nuestros corazones est�n a la altura de Dios y ahuyenta la preocupaci�n y el temor; esta "perfecta solidez" espiritualmente est� todo resumido en la palabra. Lleva consigo la plenitud de la bendici�n de Cristo.

El orden de las palabras es significativo; no hay paz sin gracia; y no hay gracia sin la comuni�n con Dios en Cristo. La historia de la Iglesia ha sido escrita por algunos que pr�cticamente ponen a Pablo en el lugar de Cristo; y por otros que imaginan que la doctrina de la persona de Cristo s�lo alcanz� lentamente, y en la era post-apost�lica, su importancia tradicional; pero aqu�, en el monumento m�s antiguo existente de la fe cristiana, y en la primera l�nea de la misma, se define a la Iglesia como existente en el Se�or Jesucristo; y en esa �nica expresi�n, en la que el Hijo est� al lado del Padre, como la vida de todas las almas creyentes, tenemos la refutaci�n final de esos pensamientos perversos.

Por la gracia de Dios, encarnado en Jesucristo, el cristiano es lo que es; vive, se mueve y est� ah�; aparte de Cristo, no lo es. Aqu�, entonces, est� nuestra esperanza. Conscientes de nuestros propios pecados y de las deficiencias de la comunidad cristiana de la que somos miembros, recurramos a Aquel cuya gracia nos basta. Permanezcamos en Cristo y crezcamos en �l en todas las cosas. Dios solo es bueno; Solo Cristo es el modelo y la inspiraci�n del car�cter cristiano; s�lo en el Padre y el Hijo pueden llegar a la perfecci�n la nueva vida y la nueva comuni�n.

Versículos 2-4

Capitulo 2

LA ACCI�N DE GRACIAS.

1 Tesalonicenses 1:2 (RV)

El saludo en las ep�stolas de San Pablo es seguido regularmente por la acci�n de gracias. Una sola vez, en la Ep�stola a los G�latas, se omite; el asombro y la indignaci�n con que el Ap�stol ha escuchado que sus conversos est�n abandonando su evangelio por otro que no es un evangelio en absoluto, lo saca de s� mismo por un momento. Pero en su primera carta est� en el lugar que le corresponde; antes de pensar en felicitar, ense�ar, exhortar, amonestar, da gracias a Dios por las se�ales de su gracia en los tesalonicenses.

No estar�a escribiendo a estas personas en absoluto si no fueran cristianos; nunca habr�an sido cristianos si no fuera por la bondad gratuita de Dios; y antes de decirles una palabra directamente, reconoce esa bondad con un coraz�n agradecido.

En este caso, la acci�n de gracias es particularmente ferviente. Tiene. ning�n inconveniente. No hay persona profana en Tesal�nica, como la que profan� la iglesia en Corinto en un per�odo posterior; damos gracias, dice el Ap�stol, por todos ustedes. Es, en la medida en que lo permite la naturaleza del caso, ininterrumpido. Siempre que Pablo ora, los menciona y da gracias; recuerda sin cesar sus gracias reci�n nacidas.

No debemos atenuar la fuerza de tales palabras, como si fueran meras exageraciones, extravagancias ociosas de un hombre que habitualmente dice m�s de lo que quiso decir. La vida de Paul fue concentrada e intensa, hasta un grado del cual probablemente tenemos poca concepci�n. Vivi� para Cristo y para las iglesias de Cristo; era verdad literal, no extravagancia, cuando dijo: "Esto es lo que hago": la vida de estas iglesias, sus intereses, sus necesidades, sus peligros, la bondad de Dios para con ellas, su propio deber de servirlas, todo esto constitu�a juntos la �nica preocupaci�n de su vida; estaban siempre con �l ante los ojos de Dios y, por tanto, en sus intercesiones y acciones de gracias a Dios.

La mente de otros hombres puede surgir con varios intereses; las nuevas ambiciones o afectos pueden desplazar a los antiguos; la inconstancia o las decepciones pueden cambiar toda su carrera; pero no fue as� con �l. Sus pensamientos y afectos nunca cambiaron de objeto, pues las mismas condiciones apelaban constantemente a la misma susceptibilidad; si se aflig�a por la incredulidad de los jud�os, ten�a un dolor incesante (???????????) en su coraz�n; si daba gracias por los tesalonicenses, recordaba sin cesar (???????????) las gracias con que Dios los hab�a adornado.

Estas continuas acciones de gracias tampoco eran vagas o formales; el Ap�stol recuerda, en cada caso particular, las especiales manifestaciones del car�cter cristiano que inspiran su gratitud. A veces, como en 1 Corintios, son menos dones espirituales que gracias; expresi�n y conocimiento, sin caridad; a veces, como aqu�, son eminentemente espirituales: fe, amor y esperanza. La conjunci�n de estos tres en la primera de las cartas de Pablo es digna de menci�n.

Ocurren de nuevo en el conocido pasaje de 1 Corintios 13:1 , donde, aunque comparten la distinci�n de ser eternos, y no, como el conocimiento y la elocuencia, transitorios en su naturaleza, el amor es exaltado a una eminencia por encima de los otros dos. Aparecen por tercera vez en una de las �ltimas ep�stolas, la de los Colosenses, y en el mismo orden que aqu�.

Eso, dice Lightfoot en el pasaje, es el orden natural. "La fe descansa en el pasado; el amor obra en el presente; la esperanza mira hacia el futuro". Si esta distribuci�n de las gracias es precisa o no, sugiere la verdad de que cubren y llenan toda la vida cristiana. Son la suma y la sustancia de la misma, ya sea que mire hacia atr�s, mire a su alrededor o mire hacia adelante. El germen de toda perfecci�n est� implantado en el alma, que es la morada de "estos tres".

Aunque ninguno de ellos puede existir realmente, en su calidad cristiana, sin los dem�s, cualquiera de ellos puede predominar en un momento dado. No es del todo fantasioso se�alar que cada uno a su vez parece haber ganado mayor peso en la experiencia del mismo Ap�stol. Sus primeras ep�stolas, las dos a los Tesalonicenses, son eminentemente ep�stolas de esperanza. Miran hacia el futuro; el inter�s doctrinal principal en ellos es el de la segunda venida del Se�or y el reposo final de la Iglesia.

Las ep�stolas del per�odo siguiente (Romanos, Corintios y G�latas) son claramente ep�stolas de fe. Tratan en gran medida de la fe como el poder que une el alma a Dios en Cristo y trae la virtud de la muerte expiatoria y la resurrecci�n de Jes�s. M�s tarde a�n, est�n las ep�stolas de las cuales Colosenses y Efesios son el tipo. El gran pensamiento en estos es el de la unidad forjada por el amor; Cristo es la cabeza de la Iglesia; la Iglesia es el cuerpo de Cristo; la edificaci�n del cuerpo en el amor, por la mutua ayuda de los miembros, y su com�n dependencia de la Cabeza, preocupa al escritor apost�lico.

Todo esto pudo haber sido m�s o menos accidental, debido a circunstancias que nada ten�an que ver con la vida espiritual de Pablo; pero tambi�n tiene la apariencia de ser natural. La esperanza prevalece primero: el nuevo mundo de cosas invisibles y eternas supera al viejo; es la etapa en la que la religi�n est� menos libre de la influencia del sentido y la imaginaci�n. Luego viene el reino de la fe; las ganancias internas sobre las externas; la uni�n m�stica del alma con Cristo, en la que se apropia de su vida espiritual, se basta m�s o menos a s� misma; es la etapa, si es que es una etapa, en la que la religi�n se vuelve independiente de la imaginaci�n y el sentido.

Finalmente, reina el amor. Se siente fuertemente la solidaridad de todos los intereses cristianos; la vida fluye de nuevo, en toda forma de servicio cristiano, sobre aquellos que la rodean; el cristiano se mueve y tiene su ser en el cuerpo del que es miembro. Todo esto, repito, s�lo puede ser comparativamente cierto; pero el car�cter y la secuencia de los escritos del Ap�stol hablan por su verdad hasta ahora.

Pero no es simplemente la fe, el amor y la esperanza lo que est� en cuesti�n aqu�: "recordamos", dice el Ap�stol, "su obra de fe y obra de amor y paciencia de esperanza en nuestro Se�or Jesucristo". Llamamos a la fe, el amor y la esperanza las gracias cristianas; y somos propensos a olvidar que las asociaciones de la mitolog�a pagana as� introducidas son m�s inquietantes que esclarecedoras. Las tres Gracias de los griegos son figuras idealmente hermosas; pero su belleza es est�tica, no espiritual.

Son encantadores como lo es un grupo de estatuas; pero aunque "por (su) don llegan a los hombres todas las cosas agradables y dulces, y la sabidur�a del hombre y su belleza, y el esplendor de su fama", su naturaleza es completamente diferente a la de los tres poderes del car�cter cristiano; a nadie se le ocurrir�a atribuirles trabajo, y labor, y paciencia. Sin embargo, el mero hecho de que "Gracias" se haya utilizado como un nombre com�n para ambos ha difundido la idea de que las gracias cristianas tambi�n deben ser vistas principalmente como los adornos del car�cter, sus bellezas no buscadas, no estudiadas, puestas en �l por Dios para subyugar. y encantar al mundo.

Eso est� bastante mal; las Gracias griegas son esencialmente bellezas; confieren a los hombres todo lo que suscita admiraci�n: belleza personal, victoria en los juegos, buen humor; pero las gracias cristianas son esencialmente poderes; son nuevas virtudes y fuerzas que Dios ha implantado en el alma para que pueda hacer su obra en el mundo. Las gracias paganas son hermosas a la vista, y eso es todo; pero las gracias cristianas no son objeto de contemplaci�n est�tica; est�n aqu� para trabajar, para trabajar, para soportar.

Si tienen una belleza propia, y seguramente la tienen, es una belleza no en forma o color, que no atrae a los ojos ni a la imaginaci�n, sino s�lo al esp�ritu que ha visto y amado a Cristo, y ama Su semejanza en cualquier disfraz.

Miremos m�s de cerca las palabras del Ap�stol: habla de una obra de fe; para tomarlo exactamente, de algo que la fe ha hecho. La fe es una convicci�n con respecto a las cosas invisibles, que las hace presentes y reales. La fe en Dios revelada en Cristo y en su muerte por el pecado hace que la reconciliaci�n sea real; le da al creyente paz con Dios. Pero no est� encerrado en el reino de las cosas internas e invisibles. Si lo fuera, un hombre podr�a decir lo que quisiera al respecto y no habr�a freno a sus palabras.

Dondequiera que exista, funciona: quien est� interesado puede ver lo que ha hecho. Aparentemente, el Ap�stol tiene alguna obra particular de fe en su mente en este pasaje; algo que los tesalonicenses hab�an hecho realmente, porque cre�an; pero no podemos decir qu� es. Ciertamente no la fe misma; ciertamente no amor, como algunos piensan, refiri�ndose a G�latas 5:6 ; si se puede arriesgar una conjetura, posiblemente alg�n acto de valent�a o fidelidad bajo persecuci�n, similar a los aducidos en Hebreos 11:1 .

Ese famoso cap�tulo contiene un cat�logo de las obras que obr� la fe; y sirve como comentario, por tanto, de esta expresi�n. Seguramente debemos notar que el gran Ap�stol, cuyo nombre ha sido la fuerza y ??el escudo de todos los que predican la justificaci�n solo por la fe, la primera vez que menciona esta gracia en sus ep�stolas, la menciona como un poder que deja su testimonio en la obra. .

Tambi�n es as� con el amor: "recordamos", escribe, "tu labor de amor". La diferencia entre ????? (trabajo) y ????? (labor) es la que existe entre efecto y causa. El Ap�stol recuerda algo que hizo la fe de los tesalonicenses; recuerda tambi�n el fatigoso trabajo en el que se gastaba su amor. El amor no es tan susceptible de abuso en la religi�n o, al menos, no se ha abusado tanto de �l como la fe.

Los hombres son mucho m�s propensos a exigir la prueba de ello. Tiene tanto un lado interior como la fe; pero no es una emoci�n que se agota en sus propios transportes. De hecho, como simple emoci�n, es susceptible de ser infravalorada. En la Iglesia de hoy, la emoci�n necesita ser estimulada m�s que reprimida. La pasi�n del Nuevo Testamento nos sorprende cuando tenemos la oportunidad de sentirla. Para un hombre entre nosotros que est� usando los poderes de su alma en �xtasis est�riles, hay miles que nunca han sido conmovidos por el amor de Cristo a una sola l�grima o un solo latido del coraz�n.

Deben aprender a amar antes de poder trabajar. Deben encenderse con ese fuego que ard�a en el coraz�n de Cristo, y que �l vino a arrojar sobre la tierra, antes de que puedan hacer algo en Su servicio. Pero si el amor de Cristo realmente ha encontrado esa respuesta en el amor que espera, ha llegado el momento del servicio. El amor en el cristiano se atestiguar� a s� mismo como se atestigu� en Cristo. Prescribir� y se�alar� el camino del trabajo de parto.

La palabra empleada en este pasaje es una que el Ap�stol usa a menudo para describir su propia vida laboriosa. El amor lo puso, y pondr� a todos en cuyo coraz�n realmente arda, sobre esfuerzos incesantes e incansables por el bien de los dem�s. Paul estaba dispuesto a gastar y gastarse seg�n sus deseos, por peque�o que fuera el resultado. Trabajaba con sus manos, trabajaba con su cerebro, trabajaba con su coraz�n ardiente, �vido y apasionado, trabajaba en sus continuas intercesiones ante Dios, y todas estas fatigas constitu�an su labor de amor.

"Un trabajo de amor", en el lenguaje actual, es un trabajo hecho con tanta voluntad que no se espera ning�n pago por ello. Pero un trabajo de amor no es de lo que habla el Ap�stol; es la laboriosidad, como caracter�stica del amor. Que los cristianos y las cristianas se pregunten si su amor puede caracterizarse de esa manera. Todos hemos estado cansados ??en nuestro tiempo, se puede suponer; hemos trabajado duro en los negocios, o en alg�n curso ambicioso, o en el perfeccionamiento de alg�n logro, o incluso en el dominio de alg�n juego o la b�squeda de alguna diversi�n, hasta que nos cansamos por completo: �cu�ntos de nosotros hemos trabajado tanto en el amor? ? �Cu�ntos de nosotros hemos estado cansados ??y desgastados por alg�n trabajo al que nos dedicamos por amor de Dios? Esto es lo que el Ap�stol tiene en vista en este pasaje; y, por extra�o que parezca, es una de las cosas por las que da gracias a Dios. �Pero no tiene raz�n? �No es algo que evoca gratitud y gozo, que Dios nos considere dignos de ser colaboradores con �l en las m�ltiples obras que impone el amor?

La iglesia de Tesal�nica no era vieja; sus primeros miembros solo pod�an contar su edad cristiana por meses. Sin embargo, el amor es tan propio de la vida cristiana, que encontraron de inmediato una carrera para �l; se hicieron demandas sobre su simpat�a y su fuerza que se cumplieron de inmediato, aunque nunca antes se sospech�. "�Qu� debemos hacer", preguntamos a veces, "si queremos realizar las obras de Dios?" Si tenemos suficiente amor en nuestros corazones, responder� a todas sus propias preguntas.

Es el cumplimiento de la ley solo porque nos muestra claramente d�nde se necesita el servicio y nos obliga a prestarlo a cualquier costo de dolor o trabajo. No es exagerado decir que la misma palabra elegida por el Ap�stol para caracterizar el amor, esta palabra ?????, es particularmente apropiada, porque resalta, no el problema, sino solo el costo del trabajo. Con el resultado deseado, o sin �l; con d�bil esperanza, o con la m�s segura esperanza, el amor trabaja, se afana, se gasta y se gasta en su tarea: este es el sello mismo de su genuino car�cter cristiano.

La tercera gracia permanece: "vuestra paciencia de esperanza en nuestro Se�or Jesucristo". La segunda venida de Cristo fue un elemento de la ense�anza apost�lica que, ya fuera excepcionalmente prominente o no, hab�a causado una impresi�n excepcional en Tesal�nica. Ser� m�s natural que se estudie en otro lugar; aqu� basta decir que fue el gran objeto de la esperanza cristiana. Los cristianos no solo cre�an que Cristo vendr�a de nuevo; no solo esperaban que �l viniera; estaban ansiosos por Su venida. "�Hasta cu�ndo, oh Se�or?" lloraron en su angustia. "Ven, Se�or Jes�s, ven pronto", fue su oraci�n.

Es notorio que la esperanza en este sentido no ocupa su antiguo lugar en el coraz�n de la Iglesia. Ocupa un lugar mucho m�s bajo. Los hombres cristianos esperan esto o aquello; esperan que los s�ntomas amenazantes en la Iglesia o en la sociedad desaparezcan y aparezcan cosas mejores; esperan que cuando lo peor llegue a lo peor, no sea tan malo como anticipan los pesimistas. Una esperanza tan impotente e ineficaz no tiene parentesco con la esperanza del evangelio.

Lejos de ser un poder de Dios en el alma, una gracia victoriosa, es una se�al segura de que Dios est� ausente. En lugar de inspirar, desalienta; conduce a innumerables autoenga�os; los hombres esperan que sus vidas est�n bien con Dios, cuando deber�an escudri�arlos y ver; esperan que las cosas salgan bien cuando deber�an estar seguros de ellos. Todo esto, en lo que respecta a nuestras relaciones con Dios, es una degradaci�n de la palabra misma.

La esperanza cristiana est� depositada en el cielo. El objeto de esto es el Se�or Jesucristo. No es precario, pero seguro; no es ineficaz, sino un gran y en�rgico poder. Cualquier otra cosa no es esperanza en absoluto.

La operaci�n de la verdadera esperanza es m�ltiple. Es una gracia santificante, como aparece en 1 Juan 3:3 : "Todo el que tiene esta esperanza puesta en �l, se purifica a s� mismo, como �l es puro". Pero aqu� el Ap�stol lo caracteriza por su paciencia. Las dos virtudes son tan inseparables que Pablo a veces las usa como equivalentes; dos veces en las ep�stolas a Timoteo y Tito, �l dice fe, amor y paciencia, en lugar de fe, amor y esperanza. Pero, �qu� es la paciencia? La palabra es una de las grandes palabras del Nuevo Testamento.

El verbo correspondiente generalmente se traduce como aguante, como en el dicho de Cristo: "El que persevere hasta el fin, �ste ser� salvo". La paciencia es m�s que resignaci�n o d�cil sumisi�n; es esperanza en la sombra, pero esperanza a pesar de todo; la firmeza valiente que soporta todas las cargas porque el Se�or est� cerca. Los tesalonicenses tuvieron mucha aflicci�n en sus primeros d�as como cristianos; tambi�n fueron probados, como todos nosotros, por los desalientos internos, esa persistencia y vitalidad del pecado que quebranta el esp�ritu y engendra desesperaci�n; pero vieron de cerca la gloria del Se�or; y en la paciencia de la esperanza resistieron y pelearon la buena batalla hasta el final.

Es verdaderamente significativo que en las ep�stolas pastorales la paciencia haya reemplazado a la esperanza en la trinidad de gracias. Es como si Pablo hubiera descubierto, por una experiencia prolongada, que la esperanza, en forma de paciencia, iba a ser principalmente efectiva en la vida cristiana. Los tesalonicenses, algunos de ellos, estaban abusando de la gran esperanza; estaba haciendo travesuras en sus vidas, porque se aplic� mal; en esta sola palabra, Pablo insin�a la verdad que la abundante experiencia le hab�a ense�ado, que toda la energ�a de la esperanza debe transformarse en valiente paciencia si queremos estar en nuestro lugar al final.

Recordando su obra de fe, y su labor de amor, y su paciencia de esperanza, en la presencia de nuestro Dios y Padre, el Ap�stol da gracias a Dios siempre por todos ellos. Bienaventurado el hombre cuyos gozos son tales que puede vivir agradecido en ellos en esa presencia: felices son tambi�n los que dan a los dem�s un motivo para agradecer a Dios en su nombre.

El fundamento de la acci�n de gracias se comprende finalmente en una frase corta y llamativa: "Sabiendo, hermanos amados de Dios, vuestra elecci�n". La doctrina de la elecci�n a menudo se ha ense�ado como si lo �nico que nunca se podr�a saber de nadie fuera si fue elegido o no. La supuesta imposibilidad no cuadra con las formas de hablar del Nuevo Testamento. Pablo conoc�a a los elegidos, dice aqu�; al menos sab�a que los tesalonicenses eran elegidos.

De la misma manera escribe a los efesios: "Dios nos escogi� en Cristo antes de la fundaci�n del mundo; en amor nos preorden� para adopci�n como hijos". �Eligi� a qui�n antes de la fundaci�n del mundo? �Preordenado a qui�n? �l mismo y aquellos a quienes se dirigi�. Si la Iglesia ha aprendido la doctrina de la elecci�n de alguien, ha sido de Pablo; pero para �l ten�a una base en la experiencia, y aparentemente se sent�a diferente al respecto de muchos te�logos. Sab�a cu�ndo las personas con las que hablaba eran elegidas; c�mo, cuenta en lo que sigue.

Versículos 5-8

Cap�tulo 3

LAS SE�ALES DE LA ELECCI�N

1 Tesalonicenses 1:5 (RV)

LA Versi�n Revisada traduce el ???, con el cual ver. 5 comienza, "c�mo eso", la Versi�n Autorizada, "para". En el primer caso, se hace al Ap�stol explicar en qu� consiste la elecci�n; en el otro, explica c�mo es que sabe que los tesalonicenses est�n entre los elegidos. Apenas hay lugar para dudar de que es esto �ltimo lo que se propone hacer. La elecci�n no consiste en las cosas sobre las que procede a ampliar, aunque �stas pueden ser en cierto sentido sus efectos o se�ales; y hay algo as� como unanimidad entre los estudiosos a favor de la traducci�n "para" o "porque".

"�Cu�les son, entonces, los fundamentos de la afirmaci�n de que Pablo conoce la elecci�n de los tesalonicenses? Son dos; radica en parte en su propia experiencia y la de sus compa�eros de trabajo, mientras predicaban el evangelio en Tesal�nica; y en parte en la recepci�n que los tesalonicenses dieron a su mensaje.

I. Las se�ales en el predicador de que sus oyentes son elegidos: "Nuestro evangelio no vino a ustedes s�lo en palabras, sino en poder, y en el Esp�ritu Santo, y con mucha certeza". Esa era la conciencia de los predicadores mismos, pero pod�an apelar a quienes los hab�an escuchado: "aun sabiendo qu� clase de hombres nos mostramos hacia ustedes por su bien".

La timidez del predicador, como vemos en estas palabras, es un estudio leg�timo, aunque peligroso. A todo el mundo se le ha dicho que no existe relaci�n alguna entre su propia conciencia al predicar y el efecto de lo que se predica; pero, �alguien ha cre�do esto alguna vez? Si no hubiera relaci�n alguna entre la Conciencia del predicador y su conciencia; si no supiera que muchas veces el descuido de la oraci�n o del deber lo hab�a separado de Dios y lo hab�a hecho in�til como evangelista, ser�a m�s f�cil de creer; pero tal como es nuestra vida, el predicador puede saber muy bien que no es prueba de la buena voluntad de Dios para con los hombres que �l sea enviado a predicarles; o, por otro lado, puede tener una confianza humilde pero segura de que cuando se pone de pie para hablar, Dios est� con �l para el bien de sus oyentes. As� sucedi� con Pablo en Tesal�nica.

La cordialidad con la que habla aqu� justifica la inferencia de que hab�a tenido experiencias de tipo opuesto y decepcionante. Dos veces en Asia Hechos 16:6 f. el Esp�ritu le hab�a prohibido predicar en absoluto; no pod�a argumentar que las personas que pasaban por all� eran especialmente favorecidas por Dios. A menudo, especialmente en su relaci�n con los jud�os, debe haber hablado, como Isa�as, con la deprimente conciencia de que todo fue en vano; que el �nico problema ser�a cegarles los ojos y endurecer sus corazones y sellarlos con impenitencia.

En Corinto, justo antes de escribir esta carta, se hab�a presentado con una inquietud inusual: debilidad, miedo y mucho temblor; y aunque all� tambi�n el Esp�ritu Santo y un poder divino llevaron el evangelio a los corazones de los hombres, parece haber estado tan lejos de esa seguridad interior de la que disfrut� en Tesal�nica, que el Se�or se le apareci� en una visi�n nocturna para revelar la existencia de una elecci�n de gracia incluso en Corinto.

"No temas: tengo mucha gente en esta ciudad". En Tesal�nica no tuvo tal abatimiento. Lleg� all�, como esperaba ir a Roma, en la plenitud de la bendici�n de Cristo. Romanos 15:29 Sab�a en s� mismo que Dios le hab�a dado el ser un verdadero ministro de Su gracia; estaba lleno de poder por el Esp�ritu del Se�or. Por eso dice con tanta seguridad: "Conociendo tu elecci�n".

El Ap�stol se explica a s� mismo con mayor precisi�n cuando escribe, "no s�lo de palabra, sino con poder y en el Esp�ritu Santo y con mucha seguridad". El evangelio debe venir al menos en palabras; pero qu� profanaci�n es predicarlo s�lo de palabra. No s�lo los predicadores, sino todos los cristianos, tienen que estar en guardia, no sea que la familiaridad les robe la realidad de las grandes palabras del evangelio, y ellos mismos se hundan en ese peor ate�smo que es manejar siempre las cosas santas sin sentirlas.

Cu�n f�cil es hablar de Dios, Cristo, redenci�n, expiaci�n, santificaci�n, cielo, infierno, y estar menos impresionado y menos impresionante que si estuvi�ramos hablando de las m�s peque�as trivialidades de la vida cotidiana. Es dif�cil creer que un ap�stol pudiera haber visto tal posibilidad incluso desde lejos; sin embargo, el contraste de "palabra" y "poder" no deja lugar a dudas de que tal es su significado. Las palabras solas no valen nada. No importa cu�n brillantes, elocuentes o imponentes sean, no pueden hacer el trabajo de un evangelista. El llamado a esto requiere "poder".

No se da una definici�n de poder; solo podemos ver que es eso lo que logra resultados espirituales, y que el predicador es consciente de poseerlo. No es el suyo, ciertamente: funciona a trav�s de la conciencia misma de su propia falta de poder; "cuando soy d�bil, entonces soy fuerte". Pero le da esperanza y confianza en su trabajo. Paul sab�a que se necesitaba una fuerza estupenda para hacer buenos a los malos; las fuerzas a vencer eran tan enormes.

Todo el pecado del mundo se orden� contra el evangelio; todo el peso muerto de la indiferencia de los hombres, todo su orgullo, toda su verg�enza, toda su autosatisfacci�n, toda su preciada sabidur�a. Pero lleg� a Tesal�nica fuerte en el Se�or, confiando en que su mensaje dominar�a a los que lo escucharan; y por lo tanto, argument�, los tesalonicenses eran el objeto de la gracia elegida por Dios.

El poder est� al lado del "Esp�ritu Santo". En cierto sentido, el Esp�ritu Santo es la fuente de todas las virtudes espirituales y, por lo tanto, del mismo poder del que hemos estado hablando; pero las palabras probablemente se usan aqu� con un significado m�s limitado. El uso predominante del nombre en el Nuevo Testamento nos invita a pensar en ese fervor divino que el esp�ritu enciende en el alma, ese ardor de la vida nueva que el mismo Cristo llama fuego.

Pablo lleg� a Tesal�nica radiante de pasi�n cristiana. Lo tom� como un buen augurio en su trabajo, una se�al de que Dios ten�a buenas intenciones para los tesalonicenses. Por naturaleza, los hombres no se preocupan apasionadamente unos por otros como �l se preocupaba por aquellos a quienes predicaba en esa ciudad. No est�n ardiendo de amor, buscando el bien de los dem�s en las cosas espirituales; consumido por el ferviente anhelo de que los malos cesen de su maldad y lleguen a disfrutar del perd�n, la pureza y la compa��a de Cristo.

Incluso en el coraz�n de los ap�stoles �porque aunque eran ap�stoles, eran hombres� el fuego a veces puede haber ardido lentamente, y una misi�n ha sido, en comparaci�n, l�nguida y sin esp�ritu; pero al menos en esta ocasi�n los evangelistas estaban en llamas; y les asegur� que Dios ten�a un pueblo esper�ndolos en la ciudad desconocida.

Si el "poder" y el "Esp�ritu Santo" deben ser juzgados en cierto grado s�lo por sus efectos, no puede haber duda de que "mucha seguridad", por otro lado, es una experiencia interior, que pertenece estrictamente a la autoconciencia. del predicador. Significa una convicci�n plena y fuerte de la verdad del evangelio. Solo podemos entender esto en contraste con su opuesto; "mucha seguridad" es la contraparte del recelo o la duda.

Dif�cilmente podemos imaginar a un ap�stol en duda acerca del evangelio, no muy seguro de que Cristo haya resucitado de entre los muertos; pregunt�ndose si, despu�s de todo, Su muerte hab�a abolido el pecado. Sin embargo, estas verdades, que son la suma y sustancia del evangelio, parecen, a veces, demasiado grandes para creerlas; no se fusionan con los dem�s contenidos de nuestra mente; no se entrelazan f�cilmente en una sola pieza con la urdimbre y la trama de nuestros pensamientos comunes; no hay una medida com�n para ellos y el resto de nuestra experiencia, y la sombra de la irrealidad cae sobre ellos.

Son tan grandes que se necesita una cierta grandeza para responderles, una cierta audacia de fe ante la cual incluso un verdadero cristiano puede sentirse moment�neamente desigual; y aunque sea desigual, no puede hacer la obra de un evangelista. La duda paraliza; Dios no puede obrar a trav�s de un hombre en cuya alma hay recelos acerca de la verdad. Al menos, su obra se limitar� a la esfera de lo que es seguro para aquel a trav�s de quien obra; y si queremos ser ministros eficaces de la palabra, debemos hablar s�lo de lo que estamos seguros y buscar la plena certeza de toda la verdad.

Sin duda, esa seguridad tiene condiciones. La infidelidad de una u otra clase es, como ense�a nuestro Se�or, Juan 7:17 la fuente de incertidumbre en cuanto a la veracidad de Su palabra; y la oraci�n, el arrepentimiento y la obediencia debida, el camino a la certeza nuevamente. Pero Pablo nunca hab�a tenido m�s confianza en la verdad y el poder de su evangelio que cuando lleg� a Tesal�nica.

Lo hab�a visto demostrarse en Filipos, en conversiones tan dispares como las de Lydia y el carcelero. Lo hab�a sentido en su propio coraz�n, en los c�nticos que Dios le hab�a dado en la noche mientras sufr�a por Cristo. Vino entre aquellos a quienes se dirige confiando en que era el instrumento de Dios para salvar a todos los que cre�an. Esta es su �ltima raz�n personal para creer que los tesalonicenses eran elegidos.

Estrictamente hablando, todo esto se refiere m�s a la entrega del mensaje que a los mensajeros, a la predicaci�n que a los predicadores; pero el Ap�stol lo aplica tambi�n a este �ltimo. "Sabes", escribe, "qu� clase de hombres nos mostramos hacia ti por tu bien". Me atrevo a pensar que la palabra traducida "nos mostramos" tiene realmente el sentido pasivo: "lo que Dios nos permiti� ser"; es la buena voluntad de Dios para con los tesalonicenses lo que est� a la vista, y el Ap�stol infiere esa buena voluntad del car�cter que Dios le permiti� a �l ya sus amigos sostener por su bien.

�Qui�n podr�a negar que Dios los hab�a elegido cuando les envi� a Pablo, Silas y Timoteo? no meros conversadores, fr�os y sin esp�ritu, y dudosos de su mensaje; pero �hombres fuertes en fuerza espiritual, en santo fervor y en su comprensi�n del evangelio? Si eso no demostraba que los tesalonicenses eran elegidos, �qu� podr�a hacerlo?

II. La timidez de los predicadores, sin embargo, por significativa que fuera, no fue una prueba concluyente. S�lo lleg� a serlo cuando su inspiraci�n fue captada por quienes los escuchaban; y este fue el caso en Tesal�nica. "Os hab�is hecho imitadores de nosotros y del Se�or, habiendo recibido la palabra en mucha tribulaci�n, con gozo del Esp�ritu Santo". Esta peculiar expresi�n implica que las se�ales de la elecci�n de Dios se ve�an en los evangelistas y eminentemente en el Se�or.

Pablo se abstiene de convertirse a s� mismo y a sus compa�eros en tipos de los elegidos, sin m�s pre�mbulos; lo son s�lo porque son semejantes a Aquel de quien est� escrito: "He aqu� mi siervo a quien yo sostengo; mi escogido, en quien mi alma se deleita". �l habla aqu� en el mismo tono que en 1 Corintios 11:1 : "Hermanos, sed imitadores de m�, como yo tambi�n lo soy de Cristo". Aquellos que se han vuelto como el Se�or son marcados como los escogidos de Dios.

Pero el Ap�stol no descansa en esta generalidad. La imitaci�n en cuesti�n consist�a en esto: que los tesalonicenses recibieron la palabra en mucha aflicci�n, con el gozo del Esp�ritu Santo. Por supuesto, es en la �ltima parte de la oraci�n donde se encuentra el punto de comparaci�n. En cierto sentido, es cierto que el Se�or mismo recibi� la palabra que habl� a los hombres. "No hago nada por m� mismo", dice; �pero como el Padre me ense��, hablo estas cosas.

" Juan 8:28 Pero tal referencia es irrelevante aqu�. El punto significativo es que la aceptaci�n del evangelio por los tesalonicenses los llev� a la comuni�n con el Se�or, y con los que continuaron Su obra, en lo que es la distinci�n y el criterio de la nueva vida cristiana - mucha aflicci�n, con el gozo del Esp�ritu Santo.

Ese es un resumen de la vida de Cristo, el Ap�stol del Padre. Juan 17:18 Es m�s obviamente un resumen de la vida de Pablo, el ap�stol de Jesucristo. La aceptaci�n del evangelio signific� mucha aflicci�n para �l: "Le mostrar� cu�nto debe sufrir por mi nombre". Significaba tambi�n un gozo nuevo y sobrenatural, un gozo surgido y sostenido por el Esp�ritu Santo, un gozo triunfante en y sobre todos los sufrimientos.

Esta combinaci�n de aflicci�n y alegr�a espiritual, esta experiencia original y parad�jica, es el s�mbolo de la elecci�n. Donde vivan los hijos de Dios, como vivieron Cristo y sus ap�stoles, en medio de un mundo en guerra con Dios y su causa, sufrir�n; pero el sufrimiento no quebrantar� su esp�ritu, ni los amargar�, ni los conducir� a abandonar a Dios; estar� acompa�ado de exaltaci�n espiritual, manteni�ndolos dulces, humildes y gozosos a trav�s de todo. Pablo sab�a que los tesalonicenses eran elegidos, porque vio ese nuevo poder en ellos, para regocijarse en las tribulaciones, que solo se puede ver en aquellos que tienen el esp�ritu de Dios.

Esta prueba, obviamente, solo se puede aplicar cuando el evangelio es una causa de sufrimiento. Pero si la profesi�n de fe cristiana y el llevar una vida cristiana no conllevan aflicci�n, �qu� diremos? Si leemos el Nuevo Testamento correctamente, diremos que hay un error en alguna parte. Siempre hay una cruz; siempre hay algo que soportar o vencer por causa de la justicia; y el esp�ritu en el que se encuentra dice si Dios est� con nosotros o no.

No toda �poca es, como la apost�lica, una �poca de persecuci�n abierta, de despojo de bienes, de ataduras, de azotes y de muerte; pero la imitaci�n de Cristo en su verdad y fidelidad seguramente ser� resentida de alguna manera; y es el sello de la elecci�n cuando los hombres se regocijan de ser considerados dignos de sufrir verg�enza por su nombre. Solo los verdaderos hijos de Dios pueden hacer eso. Su alegr�a es en cierto sentido una recompensa presente por sus sufrimientos; pero por el sufrimiento no pudieron saberlo.

"Nunca supe", dijo Rutherford, "por mis nueve a�os de predicaci�n, tanto del amor de Cristo como me ense�� en Aberdeen, por seis meses de prisi�n". Es un gozo que nunca falla a quienes enfrentan la aflicci�n para que puedan ser fieles a Cristo. Piense en los muchachos cristianos en Uganda, en 1885, que fueron atados vivos a un andamio y quemados lentamente hasta morir. El esp�ritu de los m�rtires entr� de inmediato en estos muchachos, y juntos alzaron la voz y alabaron a Jes�s en el fuego, cantando hasta que sus lenguas marchitas se negaron a formar el sonido:

"Todos los d�as, todos los d�as, canta a Jes�s, Canta, alma m�a, Sus alabanzas debidas;

Todo lo que hace merece nuestras alabanzas, y tambi�n nuestra profunda devoci�n ".

Porque en profunda humillaci�n, �l por nosotros vivi� abajo;

Muri� en la cruz de tortura del Calvario, Rose para salvar nuestras almas de la aflicci�n.

�Qui�n puede dudar de que estos tres se encuentran entre los elegidos de Dios? �Y qui�n puede pensar en semejantes escenas, y en semejante esp�ritu, y recordar sin dudar el tono quejumbroso, irritable y agraviado de su propia vida, cuando las cosas no le han ido exactamente como �l hubiera deseado?

Los tesalonicenses eran tan conspicuamente cristianos, tan inequ�vocamente exhib�an el nuevo tipo de car�cter divino, que se convirtieron en un modelo para todos los creyentes de Macedonia y Acaya. Su conversi�n llam� la atenci�n de todos los hombres hacia el evangelio, como un toque de trompeta claro y resonante. Tesal�nica era un lugar de muchas idas y venidas por todos lados; y el �xito de los evangelistas all�, que fueron llevados al extranjero de diversas maneras, publicitaron su trabajo y hasta ahora se prepararon para su venida.

Pablo naturalmente habr�a hablado de ello cuando fue a una nueva ciudad, pero lo encontr� innecesario; la noticia le hab�a precedido; en todos los lugares su fe hacia Dios se hab�a manifestado. Por lo que sabemos, fue el incidente m�s impresionante que hab�a ocurrido hasta ahora en el progreso del evangelio. Una obra de gracia tan caracter�stica, tan completa e inconfundible, fue una muestra de la bondad de Dios, no solo para aquellos que fueron inmediatamente sujetos de ella, sino para todos los que oyeron, y al o�r despertaron su inter�s en los evangelistas y su mensaje.

Todo este tema tiene un lado para los predicadores y un lado para los oyentes del evangelio. El peligro del predicador es el peligro de llegar a los hombres s�lo de palabra; decir cosas que �l no siente, y que otros, por lo tanto, no sentir�n; pronunciando verdades, puede ser, pero verdades que nunca han hecho nada por �l �lo iluminado, vivificado o santificado� y que �l no puede esperar, como salen de sus labios, har�n nada por los dem�s; o peor a�n, pronunciar cosas de las que ni siquiera puede estar seguro de que sean ciertas.

Nada podr�a ser menos se�al de la gracia de Dios para los hombres que abandonarlos a tal predicador, en lugar de enviarlos a uno lleno de poder, del Esp�ritu Santo y de seguridad. Pero cualquiera que sea el predicador, queda algo para el oyente. Hab�a personas con las que ni siquiera Pablo, lleno de poder y del Esp�ritu Santo, pod�a prevalecer. Hubo personas que endurecieron sus corazones contra Cristo; y sea el predicador indigno del evangelio, la virtud est� en �l y no en �l.

No puede hacer nada para recomend�rselo a los hombres; pero �necesita su elogio? �Podemos hacer de la mala predicaci�n una excusa para negarnos a ser imitadores del Se�or? Puede condenar al predicador, pero nunca podr� excusarnos. Mire fijamente el sello que Dios pone sobre los suyos �la uni�n de la aflicci�n con el gozo espiritual� y siga a Cristo en la vida que est� marcada por este car�cter no s�lo como humano, sino como divino. Esa es la forma que se nos prescribe aqu� para asegurar nuestra elecci�n.

Versículos 9-10

Cap�tulo 4

CONVERSI�N

1 Tesalonicenses 1:9 (RV)

ESTOS vers�culos muestran la impresi�n que caus� en otros lugares el �xito del evangelio en Tesal�nica. Dondequiera que Pablo iba, o�a hablar de �l. En todos los lugares los hombres estaban familiarizados con todas sus circunstancias; hab�an o�do hablar del poder y la seguridad de los misioneros, y de la conversi�n de sus oyentes del paganismo al cristianismo. Esta conversi�n es el tema que tenemos ante nosotros.

Tiene dos partes o etapas. Primero est� la conversi�n de �dolos al �nico Dios vivo y verdadero; y luego la etapa distintivamente cristiana de esperar al Hijo de Dios desde el cielo. Miremos estos en orden.

El Ap�stol, por lo que sabemos, juzg� las religiones del paganismo con gran severidad. Sab�a que Dios nunca se dej� sin un testimonio en el mundo, pero el testimonio de Dios sobre s� mismo hab�a sido pervertido o ignorado. Desde la creaci�n del mundo, su poder eterno y su divinidad podr�an verse por las cosas que hab�a hecho; Su ley fue escrita sobre la conciencia; la lluvia del cielo y las estaciones fruct�feras demostraron su buena y fiel providencia; sin embargo, los hombres pr�cticamente lo ignoraban.

De hecho, no estaban dispuestos a retenerlo en su conocimiento; no fueron obedientes; no estaban agradecidos; cuando profesaban religi�n alguna, hac�an dioses a su propia imagen y los adoraban. Se postraron ante los �dolos; y un �dolo, dice Pablo, no es nada en el mundo. En todo el sistema de la religi�n pagana, el Ap�stol no vio m�s que ignorancia y pecado; fue el resultado, en parte, de la enemistad del hombre hacia Dios; en parte, del abandono judicial de los hombres por parte de Dios; en parte, de la actividad de los esp�ritus malignos; era un camino en el que no se pod�a avanzar; en lugar de perseguirlo m�s lejos, aquellos que realmente desearan hacer un avance espiritual deben abandonarlo por completo.

Es posible exponer un caso mejor que �ste para la religi�n del mundo antiguo; pero el Ap�stol estaba en estrecho y continuo contacto con los hechos, y se necesitar�n muchas teor�as para revertir el veredicto de una conciencia como la suya sobre toda la cuesti�n. Aquellos que deseen poner la mejor cara al asunto y calificar el valor espiritual del paganismo tan alto como sea posible, enfatizan el car�cter ideal de los llamados �dolos y se preguntan si la mera concepci�n de Zeus o Apolo , o Atenea, no es un logro espiritual de alto nivel.

Sea siempre tan alto, y a�n, desde el terreno del Ap�stol, Zeus, Apolo y Atenea son �dolos muertos. No tienen m�s vida que la que les confieren sus adoradores. Nunca podr�n imponerse en la acci�n, otorgando vida o salvaci�n a quienes los honran. Nunca podr�n ser lo que fue el Dios Viviente para todo hombre de origen jud�o: Creador, Juez, Rey y Salvador; un poder personal y moral ante el cual los hombres son responsables en todo momento, por cada acto libre.

"De los �dolos os hab�is vuelto a Dios para servir a un Dios vivo y verdadero". No podemos sobreestimar la grandeza de este cambio. Hasta que comprendamos la unidad de Dios, no podremos tener una idea verdadera de Su car�cter y, por lo tanto, ninguna idea verdadera de nuestra propia relaci�n con �l. Fue la pluralidad de deidades, tanto como cualquier otra cosa, lo que hizo que el paganismo fuera moralmente in�til. Donde hay multitud de dioses, el poder real del mundo, la realidad final, no se encuentra en ninguno de ellos; pero en un destino de alg�n tipo que yace detr�s de todos ellos.

No puede haber relaci�n moral del hombre con esta necesidad vac�a; ni, mientras exista, ninguna relaci�n estable del hombre con sus llamados dioses. Ning�n griego o romano podr�a aceptar la idea de "servir" a un Dios. Los asistentes o sacerdotes en un templo eran en un sentido oficial los ministros de la deidad; pero el pensamiento que se expresa en este pasaje, de servir a un Dios vivo y verdadero mediante una vida de obediencia a su voluntad, un pensamiento que es tan natural e inevitable tanto para un jud�o como para un cristiano, que sin �l no podr�amos tanto como concebir la religi�n, ese pensamiento estaba m�s all� de la comprensi�n de un pagano.

No hab�a lugar para ello en su religi�n; su concepci�n de los dioses no lo admit�a. Si la vida iba a ser un servicio moral prestado a Dios, deb�a serlo a un Dios muy diferente de cualquiera a quien le fue presentado por su culto ancestral. Esa es la condena final del paganismo; la prueba final de su falsedad como religi�n.

Hay algo tan profundo y fuerte como simple en las palabras, para servir al Dios vivo y verdadero. Los fil�sofos han definido a Dios como el ens realissimum , el m�s real de los seres, la realidad absoluta; y es esto, con la idea a�adida de personalidad, lo que transmite la descripci�n "vivo y verdadero". Pero, �sostiene Dios este car�cter en la mente incluso de aquellos que lo adoran habitualmente? �No es cierto que las cosas que est�n m�s cerca de nuestra mano parecen poseer la mayor parte de la vida y la realidad, mientras que Dios es, en comparaci�n, muy irreal, una inferencia remota de algo que es inmediatamente cierto? Si es as�, ser� muy dif�cil para nosotros servirle.

La ley de nuestra vida no se encontrar� en Su voluntad, sino en nuestros propios deseos o en las costumbres de nuestra sociedad; nuestro motivo no ser� Su alabanza, sino alg�n fin que se logra plenamente sin �l. "Mi comida, dijo Jes�s, es hacer la voluntad del que me envi�, y terminar su obra"; y pod�a decirlo porque el Dios que lo envi� era para �l el Dios vivo y verdadero, la primera, �ltima y �nica realidad, cuya voluntad abarc� y cubri� toda su vida.

�Pensamos as� en Dios? �Son la existencia de Dios y el reclamo de Dios sobre nuestra obediencia el elemento permanente en nuestras mentes, el trasfondo inmutable de todos nuestros pensamientos y prop�sitos? Esto es lo fundamental en una vida verdaderamente religiosa.

Pero el Ap�stol pasa de lo meramente te�sta a lo distintivamente cristiano. "Os hab�is apartado de los �dolos a Dios para esperar a su Hijo del cielo, a quien resucit� de los muertos".

Esta es una descripci�n muy resumida del tema de la conversi�n cristiana. A juzgar por la analog�a de otros lugares, especialmente en San Pablo, deber�amos haber esperado alguna menci�n de la fe. En Hechos 20:1 , por ejemplo, donde caracteriza su predicaci�n, nombra como elementos principales el arrepentimiento para con Dios y la fe en nuestro Se�or Jesucristo.

Pero aqu� la fe ha sido desplazada por la esperanza; se representa a los tesalonicenses no confiando en Cristo, sino esperando por �l. Por supuesto, esa esperanza implica fe. Solo lo esperaron porque cre�an que los hab�a redimido y los salvar�a en el gran d�a. Si la fe y la esperanza difieren en que una parece mirar principalmente al pasado y la otra al futuro, est�n de acuerdo en que ambas est�n interesadas en la revelaci�n de lo invisible.

Todo en esta revelaci�n se remonta a la resurrecci�n y descansa sobre ella. Se menciona aqu�, en primera instancia, exactamente como en Romanos 1:4 , como el argumentum palmarium para la filiaci�n divina de Jes�s. Hay muchas pruebas de esa doctrina esencial, pero no todas pueden presentarse en todas las circunstancias.

Quiz�s el m�s convincente en la actualidad es el que se extrae de la perfecci�n solitaria del car�cter de Cristo; cuanto m�s verdadera y plenamente tengamos la impresi�n de ese car�cter, tal como se refleja en los Evangelios, m�s seguros estaremos de que no es un cuadro elegante, sino extra�do de la vida; y que Aquel cuya semejanza es est� solo entre los hijos de los hombres. Pero este tipo de argumento lleva a�os, quiz�s no de estudio, sino de obediencia y devoci�n, para apreciarlo; y cuando los ap�stoles salieron a predicar el evangelio, necesitaron un proceso de convicci�n m�s sumario.

Esto lo encontraron en la resurrecci�n de Cristo; ese fue un evento �nico en la historia del mundo. No hab�a habido nada igual antes; no ha habido nada igual desde entonces. Pero los hombres que estaban asegurados de ello por muchas pruebas infalibles, no se atrevieron a descreerlo por su singularidad; Por asombroso que fuera, no pod�an dejar de sentir que se convirti� en uno tan �nico en bondad y grandeza como Jes�s; no era posible, vieron despu�s del evento, que fuera retenido por el poder de la muerte; la resurrecci�n solo lo exhibi� en Su verdadera dignidad; lo declar� Hijo de Dios y lo puso en su trono.

En consecuencia, en toda su predicaci�n pusieron la resurrecci�n en primer plano. Fue una revelaci�n de vida. Extendi� el horizonte de la existencia del hombre. Trajo a la vista reinos del ser que hasta entonces hab�an estado ocultos en la oscuridad. Magnific� hasta el infinito el significado de todo en nuestra corta vida en este mundo, porque conect� todo inmediatamente con una vida infinita m�s all�. Y como esta vida en lo invisible hab�a sido revelada en Cristo, todos los ap�stoles ten�an que contarla centrada en �l. El Cristo resucitado fue Rey, Juez y Salvador; El deber actual del cristiano era amarlo, confiar en �l, obedecerlo y esperarlo.

Esta espera lo incluye todo. "No os atras�is en ning�n don", dice Pablo a los corintios, "esperando la revelaci�n de nuestro Se�or Jesucristo". Esa actitud de expectativa es el florecimiento, por as� decirlo, del car�cter cristiano. Sin �l, falta algo; el cristiano que no mira hacia arriba y hacia adelante quiere una marca de perfecci�n. Este es, con toda probabilidad, el punto en el que deber�amos encontrarnos m�s lejos de casa, en el ambiente de la Iglesia primitiva.

No s�lo los incr�dulos, sino tambi�n los disc�pulos, pr�cticamente han dejado de pensar en la Segunda Venida. La sociedad que se dedica a revivir el inter�s por la verdad usa las Escrituras de una manera que hace imposible interesarse mucho en sus procedimientos; sin embargo, una verdad que forma parte tan claramente de la ense�anza de las Escrituras no puede descuidarse sin p�rdida. La puerta del mundo invisible se cerr� detr�s de Cristo cuando ascendi� del monte de los Olivos, pero no para siempre.

Se abrir� de nuevo; y este mismo Jes�s vendr� de la misma manera que los ap�stoles lo vieron partir. Ha ido a preparar un lugar para los que lo aman y guardan su palabra; pero "si voy", dice, "y os preparo un lugar, volver� y os llevar� conmigo, para que donde yo estoy, vosotros tambi�n est�is". Esa es la �ltima esperanza de la fe cristiana. Es por el cumplimiento de esta promesa que la Iglesia espera.

La Segunda Venida de Cristo y Su Resurrecci�n permanecen y caen juntas; y no ser� posible por mucho tiempo que aquellos que miran con recelo Su regreso reciban en toda su plenitud la revelaci�n de vida que �l hizo cuando resucit� de entre los muertos. Este mundo es demasiado para nosotros; y no necesita languidez, sino un gran esfuerzo por parte de la fe y la esperanza, para hacer real el mundo invisible. Veamos que no nos quedamos atr�s en una gracia tan esencial para el ser mismo del cristianismo.

Las �ltimas palabras del vers�culo describen el car�cter en el que los cristianos esperan que aparezca el Hijo de Dios: Jes�s, nuestro libertador de la ira venidera. Entonces, seg�n la ense�anza apost�lica, hay una ira venidera, una ira inminente sobre el mundo, y de hecho en camino hacia �l. Se llama la ira venidera, a diferencia de cualquier cosa de la misma naturaleza de la que tenemos experiencia aqu�.

Todos conocemos las consecuencias penales que trae el pecado en su tren incluso en este mundo. El remordimiento, la tristeza in�til, la verg�enza, el miedo, la visi�n de la injuria que hemos hecho a aquellos a quienes amamos y que no podemos deshacer, la incapacidad para el servicio, todo esto es Dardo y la parcela del fruto que el pecado da. Pero no son la ira venidera. No agotan el juicio de Dios sobre el mal. En lugar de desacreditarlo, dan testimonio de ello; son, por as� decirlo, sus precursores; las nubes espeluznantes que aparecen aqu� y all� en el cielo, pero finalmente se pierden en la densa masa de la tormenta.

Cuando el Ap�stol predic� el evangelio, predic� la ira venidera; sin �l, habr�a faltado un eslab�n en el c�rculo de las ideas cristianas. "No me averg�enzo del evangelio de Cristo", dice. �Por qu�? Porque en �l se revela la justicia de Dios, una justicia que es don de Dios y agradable a los ojos de Dios. Pero, �por qu� es necesaria tal revelaci�n de justicia? Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres.

El evangelio es una revelaci�n hecha al mundo en vista de una situaci�n dada, y el elemento m�s prominente y amenazante en esa situaci�n es la ira inminente de Dios. Los ap�stoles no lo prueban; lo declaran. La prueba de ello se deja a la conciencia y al Esp�ritu de Dios que refuerza y ??aviva la conciencia; si algo se puede agregar a esto, es el evangelio mismo; porque si no existiera la ira de Dios, el evangelio ser�a gratuito.

Podemos, si nos place, evadir la verdad; podemos escoger y elegir por nosotros mismos entre los elementos de la ense�anza del Nuevo Testamento, y rechazar todo lo que sea desagradable; podemos apoyarnos en el orgullo y rehusar ser amenazados incluso por Dios; pero no podemos ser honestos y al mismo tiempo negar que Cristo y sus ap�stoles nos advierten de la ira venidera.

Por supuesto, no debemos malinterpretar el car�cter de esta ira. No debemos importar a nuestros pensamientos todo lo que podamos tomar prestado de nuestra experiencia de la ira del hombre: apresuramiento, irracionalidad, rabia intemperante. La ira de Dios no es un arrebato arbitrario y apasionado; no es, como ocurre con tanta frecuencia con nosotros, una furia de resentimiento ego�sta. "El mal no morar� contigo", dice el salmista: y en esa simple palabra tenemos la ra�z del asunto.

La ira de Dios es, por as� decirlo, el instinto de autoconservaci�n en la naturaleza divina; es la repulsi�n eterna, por parte del Santo, de todo mal. El mal no morar� con �l. Eso puede ser puesto en duda o negado mientras dure el d�a de la gracia, y la paciencia de Dios est� dando espacio a los pecadores para que se arrepientan; pero se acerca un d�a en que ya no ser� posible dudar de �l, el d�a que el Ap�stol llama el d�a de la ira.

Entonces quedar� claro para todo el mundo que la ira de Dios no es un nombre vac�o, sino el m�s terrible de todos los poderes: un fuego consumidor en el que se quema todo lo que se opone a Su santidad. Y mientras nos cuidamos de no pensar en esta ira seg�n el patr�n de nuestras propias pasiones pecaminosas, cuid�monos, por otro lado, de no convertirla en algo irreal, sin analog�a en la vida humana. Si nos basamos en las Escrituras y en nuestra propia experiencia, tiene el mismo grado y el mismo tipo de realidad que el amor de Dios, su compasi�n o su tolerancia.

De cualquier manera que pensemos leg�timamente en un lado de la naturaleza divina, debemos pensar al mismo tiempo en el otro. Si hay una pasi�n de amor divino, tambi�n hay una pasi�n de ira divina. En cualquier caso, nada significa indigno de la naturaleza divina; lo que transmite la palabra pasi�n es la verdad de que la repulsi�n de Dios por el mal es tan intensa como el ardor con que se deleita en el bien. Negar eso es negar que �l es bueno.

El predicador apost�lico, que hab�a anunciado la ira venidera y hab�a despertado las conciencias culpables para ver su peligro, predic� a Jes�s como el libertador de �l. Este es el significado real de las palabras del texto; y ni "Jes�s que libr�", como en la Versi�n Autorizada, ni, en ning�n sentido riguroso, "Jes�s que libra", como en la Revisada. Es el car�cter de Jes�s lo que est� a la vista, y no el pasado ni el presente de Su acci�n.

Todo el que lea las palabras debe sentirse, �qu� breve! �Cu�nto queda por explicar! �Cu�nto debe haber tenido que decir Pablo acerca de c�mo se efect�a la liberaci�n! Tal como est� el pasaje, recuerda v�vidamente el final del segundo Salmo: "Besad al Hijo, para que no se enoje, y perezc�is en el camino, porque pronto se encender� su ira. Bienaventurados todos los que conf�an en �l". . " Tener al Hijo como amigo, identificarse con Jes�s -todo lo que vemos a la vez- asegura la liberaci�n en el d�a de la ira.

Otras Escrituras proporcionan los eslabones que faltan. La expiaci�n por el pecado hecha por la muerte de Cristo; fe que une el alma al Salvador y trae la virtud de su cruz y resurrecci�n; el Esp�ritu Santo que mora en los creyentes, santific�ndolos y haci�ndolos aptos para morar con Dios en la luz, todos estos se ven en otros lugares, y a pesar de la brevedad de este aviso, ten�an su lugar, sin duda alguna, en la ense�anza de Pablo. en Tesal�nica.

No es que todo pudiera explicarse a la vez: eso era innecesario. Pero del peligro inminente debe haber un escape instant�neo; y basta decir que se encuentra en Jesucristo. "Bienaventurados todos los que en �l conf�an". El Hijo resucitado est� entronizado en poder; El es el Juez de todos; Muri� por todos; �l es capaz de salvar perpetuamente a todos los que por �l se acercan a Dios. Para encomendarle todo definitivamente; dejar que �l se encargue de nosotros; para poner sobre �l la responsabilidad de nuestro pasado y nuestro futuro, como �l nos invita a hacer; ponernos para bien y todos a su lado, es encontrar liberaci�n de la ira venidera.

It leaves much unexplained that we may come to understand afterwards, and much, perhaps, that we shall never understand; but it guarantees itself, adventure though it be; Christ never disappoints any who thus put their trust in Him.

Esta descripci�n en el bosquejo de la conversi�n del paganismo al evangelio deber�a revivir las virtudes cristianas elementales en nuestros corazones. �Hemos visto lo importante que es servir a un Dios vivo y verdadero? �O no es as� que incluso entre los cristianos, un hombre piadoso, uno que vive en la presencia de Dios y es consciente de su responsabilidad para con �l, es el m�s raro de todos los tipos? �Estamos esperando a su Hijo del cielo, a quien resucit� de entre los muertos? �O no son muchos los que apenas se forman la idea de su regreso, y a quienes la actitud de esperarlo les parecer�a tensa y antinatural? En palabras sencillas, lo que el Nuevo Testamento llama Esperanza est� muerto en muchos cristianos: el mundo venidero y todo lo que est� involucrado en �l -el juicio escrutador, la ira inminente, la gloria de Cristo- se han escapado de nuestro alcance.

Sin embargo, fue esta esperanza la que m�s que nada dio su peculiar color al cristianismo primitivo, su falta de mundo, su intensidad moral, su dominio del futuro incluso en esta vida. Si no hubiera nada m�s para establecerlo, �no ser�an suficientes sus frutos espirituales?

Información bibliográfica
Nicoll, William R. "Comentario sobre 1 Thessalonians 1". "El Comentario Bíblico del Expositor". https://beta.studylight.org/commentaries/spa/teb/1-thessalonians-1.html.