Bible Commentaries
1 Tesalonicenses 2

El Comentario Bíblico del ExpositorEl Comentario Bíblico del Expositor

Versículos 1-12

Cap�tulo 5

APOLOGIA PRO VITA SUA

1 Tesalonicenses 2:1 (RV)

NUESTRA primera impresi�n, al leer estos vers�culos, es que contienen pocas novedades. Simplemente ampl�an la declaraci�n del cap. 1, ver. 5 ( 1 Tesalonicenses 1:5 ): "Nuestro evangelio no vino a vosotros s�lo en palabras, sino en poder, en el Esp�ritu Santo y en mucha seguridad; as� como sab�is qu� clase de hombres nos mostramos a vosotros por vuestro motivo.

"Pero si su sustancia es la misma, su tono es muy diferente. Es obvio de un vistazo que el Ap�stol tiene un prop�sito definido en vista al apelar tan claramente como lo hace aqu� a hechos con los que sus lectores estaban familiarizados. La verdad es A menos que fuera as�, no pensar�a en escribir, como lo hace en 1 Tesalonicenses 2:5 , que nunca ha recurrido a la adulaci�n, ni ha buscado sacar provecho de su apostolado; ni como lo hace en 1 Tesalonicenses 2:10 , que Dios conoce toda la pureza de su vida entre ellos.

Aunque no los nombra, es bastante evidente que ya estaba sufriendo por esos enemigos que nunca dejaron de fastidiarlo mientras vivi�. Como aprendemos despu�s, estos enemigos eran los jud�os. Cuando tuvieron la oportunidad, utilizaron la violencia abierta; levantaron contra �l a la turba de gentiles; lo hicieron azotar y apedrear. Cuando su cuerpo estuvo fuera de su alcance, lo asaltaron a trav�s de su car�cter y afectos.

Se infiltraron en las iglesias que su amor y celo hab�a reunido aqu� y all�, y esparcieron sospechas perjudiciales contra �l entre sus disc�pulos. No era, insinuaban, todo lo que parec�a ser. Pod�an contar historias sobre sus primeros d�as y aconsejaron a quienes no lo conoc�an tan bien que estuvieran en guardia. La evangelizaci�n le pagaba bastante bien como un trabajo m�s duro, y su mezquina ambici�n se vio satisfecha al dominar a sus conversos ignorantes. Estos mensajeros de Satan�s aparentemente hab�an aparecido en Tesal�nica desde que Pablo se fue, y este cap�tulo es su respuesta a sus insinuaciones.

Hay algo exquisitamente doloroso en la situaci�n as� creada. Habr�a sido como una espada atravesando el coraz�n del Ap�stol, si sus enemigos hubieran tenido �xito en su intento de generar desconfianza en los tesalonicenses hacia �l. No habr�a podido soportar pensar que aquellos a quienes amaba tan profundamente tuvieran la m�s m�nima sospecha de la integridad, de su amor. Pero felizmente se ha librado de ese dolor.

Escribe, en verdad, como quien ha sentido la indignidad de los cargos que se le imputan, pero con la franqueza y cordialidad de un hombre que conf�a en que su defensa ser� bien recibida. A partir de insinuaciones infundadas puede apelar a hechos bien conocidos por todos. Desde el car�cter falso con que ha sido vestido por sus adversarios puede apelar a la verdad, en la que vivi� y se movi� familiarmente entre ellos.

El primer punto a su favor se encuentra en las circunstancias bajo las cuales predic� el evangelio en Tesal�nica. Si hubiera sido un hombre poco sincero, con sus propios fines a los que servir, nunca se habr�a enfrentado a la carrera de un ap�stol. Lo hab�an azotado y puesto en el cepo en Filipos; y cuando dej� esa ciudad para Tesal�nica, trajo consigo sus problemas. Aqu� tambi�n tuvo mucho conflicto; estaba acosado por todos lados con dificultades; fue solo en la fuerza de Dios que tuvo el valor de predicar. Ustedes mismos, dice, lo saben; y c�mo, a pesar de eso, nuestra llegada a ti no fue en vano, sino llena de poder; seguramente no es necesario m�s para demostrar el desinter�s de nuestra misi�n.

A partir de este punto, la disculpa se divide en dos partes, una negativa y otra positiva: el Ap�stol nos dice lo que no es su evangelio y su proclamaci�n; y luego nos cuenta lo que hab�a sido en Tesal�nica.

En primer lugar, no es un error. No se basa en errores, ni en imaginaciones, ni en f�bulas ingeniosamente elaboradas; en el sentido m�s amplio, es la verdad. Le habr�a quitado el coraz�n al Ap�stol y lo habr�a hecho incapaz de desafiar cualquier cosa por su causa, si hubiera tenido dudas de esto. Si el evangelio fuera un artificio del hombre, entonces los hombres podr�an tomarse libertades con �l, manejarlo con enga�o, hacer su propia cuenta; pero apoy�ndose como lo hace en los hechos y la verdad, exige un trato honesto en todos sus ministros. Pablo reclama aqu� un car�cter de acuerdo con la dispensaci�n a la que sirve: �puede un ministro de la verdad, pregunta, ser otro que un verdadero hombre?

En segundo lugar, no se trata de inmundicia; es decir, no est� motivado por ning�n motivo impuro. La fuerza de la palabra aqu� debe ser determinada por el contexto; y vemos que los motivos impuros que se le atribuyeron especialmente a Pablo fueron la avaricia y la ambici�n; o, para usar las palabras del mismo Ap�stol, la codicia y la b�squeda del honor de los hombres. El primero de ellos es tan manifiestamente incompatible con cualquier grado de espiritualidad que Pablo escribe instintivamente "un manto de codicia"; no hizo de su labor apost�lica un velo bajo el cual pudiera gratificar su amor por las ganancias.

Es imposible exagerar el car�cter sutil y aferrado de este vicio. Debe su fuerza al hecho de que se puede encubrir tan f�cilmente. Buscamos el dinero, as� nos decimos, no porque seamos codiciosos, sino porque es un poder para todos los buenos prop�sitos. Piedad, caridad, humanidad, refinamiento, arte, ciencia, puede ministrarles a todos; pero cuando lo obtenemos, se acumula con demasiada facilidad o se gasta en indulgencia, ostentaci�n y conformidad con el mundo.

La b�squeda de la riqueza, excepto en una sociedad completamente materializada, siempre est� encubierta por alg�n fin ideal al que debe ministrar; pero cu�n pocos hay en cuyas manos la riqueza es meramente un instrumento para la consecuci�n de tales fines. En muchos hombres el deseo es un ego�smo desnudo, una idolatr�a tan manifiesta como la de Israel en el Sina�. Sin embargo, todos los hombres sienten lo malo y mezquino que es tener el coraz�n puesto en el dinero.

Todos los hombres ven cu�n vil e incongruente es hacer de la piedad una fuente de ganancia. Todos los hombres ven la fealdad peculiar de un car�cter que asocia piedad y avaricia, de un Balaam, por ejemplo, un Giezi o un Anan�as. No se trata solo de ministros del evangelio, sino de todos a quienes. se conf�a el m�rito del evangelio, que tienen que estar en guardia aqu�. Nuestros enemigos tienen derecho a cuestionar nuestra sinceridad cuando se puede demostrar que somos amantes del dinero.

En Tesal�nica, como en otros lugares, Pablo se hab�a esforzado por hacer imposible semejante calumnia. Aunque ten�a derecho a reclamar el apoyo de la Iglesia de acuerdo con la ley de Cristo de que los que predican el evangelio deben vivir por el evangelio, hab�a trabajado d�a y noche con sus propias manos para no ser una carga para ninguno de ellos. Como precauci�n, esta abnegaci�n fue en vano; no puede haber seguridad contra la malicia; pero le dio una vindicaci�n triunfante cuando se hizo realmente la acusaci�n de codicia.

El otro motivo impuro contemplado es la ambici�n. Algunos estudiosos modernos del car�cter de Pablo, defensores del diablo, sin duda, insin�an que esto es su falla m�s obvia. Se nos dice que era necesario que �l fuera el primero; ser el l�der de un partido; tener seguidores propios. Pero niega la ambici�n tan expl�citamente como la avaricia. Nunca busc� la gloria de los hombres, ni en Tesal�nica ni en ning�n otro lugar. No us� ninguna de las artes que la obtienen.

Como ap�stoles de Cristo �incluye a sus amigos� ten�an, en verdad, un rango propio; la grandeza del Pr�ncipe a quien representaban se reflejaba en ellos como sus embajadores; podr�an haber "apoyado su dignidad" si hubieran elegido hacerlo. Su propia abnegaci�n en materia de dinero form� una nueva tentaci�n para ellos aqu�. Bien podr�an sentir que su servicio desinteresado a los tesalonicenses les dio derecho a una preeminencia espiritual; y en verdad no hay orgullo como el que fundamenta en austeridades asc�ticas la pretensi�n de dirigir con autoridad la vida y la conducta de los dem�s. Paul escap� de esta trampa. No se compensaba a s� mismo por renunciar a la ganancia, con ning�n se�or�o sobre las almas. En todo fue siervo de aquellos a quienes predicaba.

Y como sus motivos eran puros, tambi�n lo eran los medios que utilizaba. Su exhortaci�n no fue enga�osa. No manipul� su mensaje; nunca lo encontraron usando palabras de adulaci�n. El evangelio no era suyo para hacer lo que le agradaba: era de Dios; Dios lo hab�a aprobado. hasta el punto de encomendarlo a �l; sin embargo, en cada momento, en el desempe�o de su confianza, ese mismo Dios estaba probando su coraz�n todav�a, de modo que era imposible tratar en falso.

No hizo su mensaje m�s que el que era; no ocult� ninguna parte del consejo de Dios; no enga�� a los tesalonicenses con falsas pretensiones para que asumieran responsabilidades que no hubieran sido aceptadas si se hubieran previsto.

Todas estas negaciones, no de error, no de inmundicia, no de enga�o; no agradar a los hombres, no usar palabras de adulaci�n, no encubrir la codicia, todas estas negaciones presuponen las afirmaciones contrarias. Pablo no se entrega a la jactancia sino a la compulsi�n; nunca habr�a tratado de justificarse a s� mismo, a menos que antes lo hubieran acusado. Y ahora, frente a esta imagen, dibujada por sus enemigos, miremos la verdadera semejanza que se presenta ante Dios y el hombre.

En lugar de ego�smo hay amor, y nada m�s que amor. Todos estamos familiarizados con el gran pasaje de la ep�stola a los Filipenses donde el Ap�stol describe la mente que estaba en Cristo Jes�s. Aqu� se reproduce el contraste en ese pasaje entre la disposici�n que se aferra a la eminencia y la que se hace sin reputaci�n, entre ???????? y ???????. Pablo hab�a aprendido de Cristo; y en lugar de buscar en su trabajo apost�lico oportunidades para la exaltaci�n propia, no rehu�a ning�n servicio impuesto por el amor.

"Fuimos amables en medio de ustedes, como cuando una ni�era cuida a sus propios hijos". "Su propio" debe ser enfatizado. La ternura del Ap�stol era la de una madre calentando a su beb� con el pecho. La mayor�a de las autoridades antiguas, nos dice la RV en el margen, leen "�ramos beb�s en medio de ti". Si esto fuera correcto, la idea ser�a que Pablo se rebaj� al nivel de estos disc�pulos infantiles, habl�ndoles, por as� decirlo, en el lenguaje de la infancia y acomod�ndose a su inmadurez.

Pero aunque esto es lo suficientemente apropiado, la palabra ?????? no es adecuada para expresarlo. La mansedumbre es realmente lo que se quiere decir. Pero su amor fue m�s all� en su anhelo por los tesalonicenses. Hab�a sido acusado de buscar ganancia y gloria cuando lleg� entre ellos; pero su �nico deseo no hab�a sido obtener, sino dar. Al prolongarse su estancia, los disc�pulos se volvieron muy queridos por sus maestros; "Nos complaci� mucho impartirles, no solo el evangelio de Dios, sino tambi�n nuestras propias almas.

"Ese es el verdadero est�ndar de la atenci�n pastoral. El Ap�stol siempre estuvo a la altura de �l" Ahora vivimos ", escribe en el cap�tulo siguiente," si est�is firmes en el Se�or "." Vosotros est�is en nuestro coraz�n ", clama. a los corintios, "vivir juntos y morir juntos". No s�lo les ocult� nada de todo el prop�sito de Dios, sino que no retuvo ninguna parte de s� mismo. Su trabajo diario, su trabajo nocturno, sus oraciones, su la predicaci�n, su ardor espiritual, su alma misma, eran de ellos, ellos conoc�an su trabajo y sus dolores, eran testigos, y Dios tambi�n, de cu�n santa, justa e indiscutiblemente se hab�a comportado con ellos.

Mientras el Ap�stol recuerda estos recuerdos recientes, se detiene por un momento en otro aspecto de su amor. No s�lo ten�a el tierno cari�o de una madre, sino la sabidur�a educativa de un padre. Uno por uno trat� con los disc�pulos, que no es el camino para ganar gloria, exhort�ndolos, anim�ndolos y dando testimonio solemne de la verdad de Dios. Y su fin en todo esto, como ellos sab�an, era ideal y espiritual, un fin lo m�s alejado posible de cualquier inter�s mundano propio, para que pudieran caminar dignamente de Dios que los estaba llamando a Su propio reino y gloria.

Cu�n lejos de las recompensas y distinciones del presente debe estar la mente del hombre que ve, como Pablo vio constantemente, las cosas que son invisibles. Si el que es ciego a la corona de oro sobre su cabeza agarra el rastrillo de esti�rcol con fuerza y ??agarra con entusiasmo todo lo que tiene a su alcance, seguramente aquel cuyo ojo est� puesto en la corona debe ser superior por igual a la ganancia y la gloria del mundo. �sa, al menos, es la afirmaci�n que hace aqu� el Ap�stol.

Nada podr�a ser m�s incongruente que el hecho de que un hombre para quien el mundo visible era transitorio e irreal, y el reino visible de Dios real y eterno, ansiara dinero y aplausos y olvidara la elevada vocaci�n con la que �l mismo llamaba a los hombres en Cristo. . Hasta aqu� la disculpa del Ap�stol.

La aplicaci�n pr�ctica de este pasaje es diferente, seg�n lo miremos en detalle, o como un todo. Nos exhibe, en los cargos presentados contra Pablo, esos vicios que incluso los hombres malos pueden ver como flagrantemente inconsistentes con el car�cter cristiano. La codicia es lo m�s importante. No importa c�mo lo disimulemos, y siempre lo disimulamos de alguna manera, es incurablemente anticristiano. Cristo no ten�a dinero. Nunca quiso tener ninguno.

La �nica vida perfecta que se ha vivido en este mundo es la vida de Aquel que no pose�a nada y que no dej� nada m�s que la ropa que vest�a. Cualquiera que diga el nombre de Cristo y profese seguirlo, debe aprender de �l, la indiferencia para ganar. La mera sospecha de avaricia desacreditar�, y deber�a desacreditar, las pretensiones m�s piadosas. El segundo vicio del que he hablado es la ambici�n. Es el deseo de utilizar a los dem�s para la propia exaltaci�n, hacer de ellos los pelda�os sobre los que nos elevemos a la eminencia, los ministros de nuestra vanidad, la esfera para el despliegue de nuestras propias habilidades como l�deres, maestros, organizadores, predicadores.

Ponernos en esa relaci�n con los dem�s es hacer algo esencialmente anticristiano. Un ministro cuya congregaci�n es el teatro en el que despliega sus talentos o su elocuencia no es cristiano. Un hombre inteligente, para quien los hombres y mujeres con los que se encuentra en sociedad son meras muestras de la naturaleza humana sobre los que puede hacer observaciones astutas, agudizando su ingenio en ellos como en una piedra de moler, no es cristiano.

Un hombre de negocios, que considera a los trabajadores a quienes emplea como instrumentos para cultivar el tejido de su prosperidad, no es cristiano. Todo el mundo en el mundo lo sabe; y tales hombres, si profesan el cristianismo, dan una mano a la calumnia y deshonran la religi�n que usan simplemente como ciegos. El verdadero cristianismo es amor, y la naturaleza del amor no es tomar, sino dar.

No hay l�mite para la beneficencia del cristiano; no cuenta nada suyo; da su alma con cada regalo por separado. Es tan tierno como la madre con su beb�; tan sabio, tan varonil, tan serio como el padre con su hijo en crecimiento.

Considerado en su conjunto, este pasaje nos advierte contra la calumnia. Tiene que ser necesario que se hable y se crea la calumnia; pero �ay del hombre o la mujer por quien se cree o se dice! Ninguno es lo suficientemente bueno para escapar de �l. Cristo fue calumniado; Lo llamaron glot�n y borracho, y dijeron que estaba aliado con el diablo. Paul fue calumniado; dec�an que era un hombre muy inteligente, que ve�a bien sus propios intereses y enga�aba a la gente sencilla.

La maldad deliberada de tales falsedades es diab�lica, pero no es tan rara. Numerosas personas que no inventar�an tales historias se alegran de escucharlas. No son muy particulares si son verdaderos o falsos; les agrada pensar que un evangelista, de profesi�n eminente, obtiene una realeza por los libros de himnos; o que un sacerdote, famoso por su devoci�n, en realidad no era mejor de lo que deber�a haber sido; o que un predicador, cuyas palabras regeneraron a toda una iglesia, a veces despreciaba a su audiencia y hablaba sin sentido de forma improvisada.

Simpatizar con la detracci�n es tener el esp�ritu del diablo, no el de Cristo. Est� en guardia contra tal simpat�a; eres humano y, por lo tanto, lo necesitas. Nunca expreses un pensamiento sospechoso. Nunca repita lo que desacreditar�a a un hombre, si lo ha escuchado y no est� seguro de que sea cierto; aunque est�s seguro de su verdad, ten miedo de ti mismo si te da alg�n placer pensar en ello. El amor no piensa en el mal; el amor no se alegra de la iniquidad.

Versículos 13-16

Cap�tulo 6

ACCI�N DE LOS JUDIOS

1 Tesalonicenses 2:13 (RV)

ESTOS vers�culos completan el tratamiento del tema con el que se abre este cap�tulo. El Ap�stol ha dibujado una imagen conmovedora de su vida y trabajos en Tesal�nica; lo ha se�alado como su justificaci�n suficiente de todos los cargos que se le imputan. Antes de llevar la guerra al campo de los enemigos y describir las tradiciones y el esp�ritu de sus difamadores, se detiene de nuevo por un momento en los felices resultados de su trabajo. A pesar de la persecuci�n y la calumnia, tiene motivos para agradecer a Dios sin cesar cuando recuerda la recepci�n del evangelio por parte de los tesalonicenses.

Cuando les fue tra�do el mensaje, lo aceptaron, dice, no como palabra de hombres, sino como lo que era en verdad, la palabra de Dios. Es en este car�cter que el evangelio siempre se presenta. Una palabra de hombres no puede dirigirse a los hombres con autoridad; debe someterse a la cr�tica; debe reivindicarse sobre bases que apruebe el entendimiento del hombre. Ahora bien, el evangelio no es irracional; es su propia exigencia que el cristiano est� dispuesto a responder a todo aquel que exija una explicaci�n racional de la esperanza que hay en �l.

Pero tampoco, por otro lado, nos llega solicitando nuestra aprobaci�n; someti�ndose, como un sistema de ideas, a nuestro escrutinio y buscando aprobaci�n. Habla con autoridad. Ordena el arrepentimiento; predica el perd�n sobre la base de la muerte de Cristo, un don supremo de Dios que puede ser aceptado o rechazado, pero no se propone para discusi�n; exhibe la ley de la vida de Cristo como la ley que es obligatoria para todo ser humano, y llama a todos los hombres a seguirlo.

Su llamamiento decisivo se dirige a la conciencia y la voluntad; y responder a ella es entregar la voluntad y la conciencia a Dios. Cuando el Ap�stol dice: "Lo recibisteis como, lo que es en verdad, la palabra de Dios", traiciona, si se puede usar la palabra, la conciencia de su propia inspiraci�n. Nada es m�s com�n ahora que hablar de la teolog�a de Pablo como si fuera una posesi�n privada del Ap�stol, un esquema de pensamiento que �l mismo hab�a elaborado para explicar su propia experiencia.

Se nos dice que tal esquema de pensamiento no tiene ning�n derecho a imponerse sobre nosotros; tiene s�lo un inter�s hist�rico y biogr�fico; no tiene una conexi�n necesaria con la verdad. El primer resultado de esta l�nea de pensamiento, en casi todos los casos, es el rechazo del coraz�n mismo del evangelio apost�lico; la doctrina de la expiaci�n ya no es la mayor verdad de la revelaci�n, sino un puente desvencijado por el que Pablo imagin� que hab�a cruzado del farise�smo al cristianismo.

Ciertamente, este an�lisis moderno de las ep�stolas no refleja la manera del propio Ap�stol de ver lo que llam� "Mi evangelio". Para �l no era un dispositivo del hombre, sino inequ�vocamente Divino; en verdad, la palabra de Dios. Su teolog�a ciertamente le lleg� a trav�s de su experiencia; su mente hab�a estado ocupada con ella, y estaba ocupada con ella continuamente; pero era consciente de que, con toda esta libertad, descansaba en el fondo en la verdad de Dios; y cuando lo predic� �pues su teolog�a era la suma de la verdad divina que sosten�a, y la predic� no la present� a los hombres como tema de discusi�n.

Lo puso por encima de toda discusi�n. Pronunci� un anatema solemne y reiterado sobre el hombre o el �ngel que deber�a poner cualquier otra cosa en su lugar. Lo public�, no para criticarlo, como si hubiera sido su propio dispositivo; sino, como palabra de Dios, por la obediencia de la fe. El tono de este pasaje recuerda la palabra de nuestro Se�or: "El que no reciba el reino de Dios como un ni�o, no entrar� en �l".

"Hay bastantes dificultades relacionadas con el evangelio, pero no son del tipo que desaparecen mientras nos paramos y las miramos, o incluso nos paramos y pensamos en ellas; la entrega incondicional resuelve muchas y nos introduce en experiencias que nos permiten soportar el resto con paciencia.

La palabra de Dios, en otras palabras el evangelio, demostr� su car�cter divino en los tesalonicenses despu�s de que fue recibida. "Tambi�n obra", dice Pablo, "en vosotros los que cre�is". Las �ltimas palabras no son superfluas. La palabra predicada, leemos de una generaci�n anterior, no aprovech�, no se mezcl� con la fe en los que oyeron. La fe condiciona su eficacia. La verdad del Evangelio es una fuerza activa cuando est� dentro del coraz�n; pero no puede hacer nada por nosotros mientras la duda, el orgullo o la reserva no reconocida lo mantengan afuera.

Si realmente le hemos dado la bienvenida al mensaje Divino, no ser� inoperante; obrar� en nosotros todo lo que es caracter�stico de la vida del Nuevo Testamento: amor, gozo, paz, esperanza, paciencia. Estas son las pruebas de su verdad. Aqu�, entonces, est� la fuente de todas las gracias: si la palabra de Cristo habita en abundancia en nosotros; si la verdad del evangelio, profunda, m�ltiple, inagotable, pero siempre la misma, se apodera de nuestro coraz�n, el desierto se regocijar� y florecer� como la rosa.

La gracia particular del evangelio que el Ap�stol tiene aqu� en mente es la paciencia. �l prueba que la palabra de Dios est� obrando en los tesalonicenses al se�alar el hecho de que han sufrido por Su causa. "Si hubieras sido todav�a del mundo, el mundo habr�a amado a los suyos; pero tal como est�, te has convertido en imitador de las iglesias cristianas de Judea y has sufrido las mismas cosas a manos de tus compatriotas que ellos a las de ellos".

"De todos los lugares del mundo, Judea era aquel en el que el evangelio y sus seguidores hab�an sufrido m�s severamente. La misma Jerusal�n era el foco de hostilidad. Nadie sab�a mejor que Pablo, el celoso perseguidor de la herej�a, lo que hab�a costado desde el mismo comenzando a ser fiel al nombre de Jes�s de Nazaret. La flagelaci�n, el encarcelamiento, el destierro, la muerte a espada o apedreado, hab�an recompensado tal fidelidad. No sabemos hasta qu� extremo hab�an llegado los enemigos del evangelio en Tesal�nica; pero el La angustia de los cristianos debe haber sido grande cuando el Ap�stol pudo hacer esta comparaci�n incluso de pasada.

�l ya les hab�a dicho 1 Tesalonicenses 1:6 que mucha aflicci�n, con el gozo del Esp�ritu Santo, es la insignia misma de los elegidos de Dios; y aqu� combina la misma severa necesidad con la operaci�n de la palabra divina en sus corazones. No nos dejes pasar por alto esto. La obra de la palabra de Dios (o si lo prefiere, el efecto de recibir el evangelio), es en primera instancia producir un nuevo car�cter, un car�cter no s�lo distinto del inconverso, sino antag�nico a �l, y m�s directamente e inevitablemente antag�nico, cuanto m�s a fondo se lleva a cabo; de modo que en la medida en que la palabra de Dios opera en nosotros, chocamos con el mundo que la rechaza.

Padecer, por tanto, es para el Ap�stol el sello de la fe; garantiza la autenticidad de una profesi�n cristiana. No es una se�al de que Dios se ha olvidado de su pueblo, sino una se�al de que est� con ellos; y que �l los est� introduciendo. comuni�n con las iglesias primitivas, con los ap�stoles y profetas, con el Hijo Encarnado mismo. Y de ah� que toda la situaci�n de los tesalonicenses, incluido el sufrimiento, cae bajo esa sincera expresi�n de agradecimiento a Dios con la que se abre el pasaje. No es motivo de condolencia, sino de gratitud, que hayan sido considerados dignos de sufrir verg�enza por el Nombre.

Y ahora el Ap�stol se aleja. los perseguidos a los perseguidores. No hay nada en sus ep�stolas en otros lugares que se pueda comparar con este arrebato apasionado. Pablo estaba orgulloso sin ning�n orgullo com�n de su ascendencia jud�a; a sus ojos era mejor que cualquier patente de nobleza. Su coraz�n se hinch� al pensar en la naci�n a la que pertenec�a la adopci�n, la gloria, los convenios, la promulgaci�n de la ley, el servicio de Dios y las promesas; de quienes fueron los padres, y de quienes, en cuanto a la carne, vino Cristo.

A pesar de ser ap�stol de los gentiles, ten�a gran tristeza e incesante dolor en su coraz�n cuando recordaba el antagonismo de los jud�os con el evangelio; podr�a haberse deseado anatema de Cristo por ellos. Tambi�n estaba seguro de que en un futuro glorioso todav�a se someter�an al Mes�as, para que todo Israel fuera salvo. El volverse los paganos a Dios los provocar�a a celos; y el llamamiento divino con el que la naci�n hab�a sido llamada en Abraham alcanzar�a su meta predestinada.

Tal es el tono, y tal la anticipaci�n, con la que, no mucho despu�s, escribe Pablo en la ep�stola a los Romanos. Aqu� mira a sus compatriotas con otros ojos. Se identifican, en su experiencia, con una feroz resistencia al evangelio y con crueles persecuciones a la Iglesia de Cristo. Solo en el car�cter de enemigos ac�rrimos ha estado en contacto con ellos en los �ltimos a�os. Lo han perseguido de ciudad en ciudad en Asia y en Europa; han levantado al pueblo contra sus conversos; han tratado de envenenar las mentes de sus disc�pulos contra �l.

Sabe que esta pol�tica es con la que sus compatriotas en su conjunto se han identificado; y al mirarlo fijamente, ve que, al hacerlo, solo han actuado en coherencia con toda su historia pasada. Los mensajeros a quienes Dios env�a para exigir el fruto de su vi�a siempre han sido tratados con violencia y desprecio. El pecado supremo de la raza se pone en primer plano; mataron al Se�or Jes�s; pero antes de que viniera el Se�or, hab�an matado a Sus profetas; y despu�s que se hubo ido, expulsaron a sus ap�stoles.

Dios los hab�a puesto en una posici�n privilegiada, pero solo por un tiempo; eran los depositarios o fideicomisarios del conocimiento de Dios como Salvador de los hombres; y ahora, cuando hab�a llegado el momento de que ese conocimiento se difundiera por todo el mundo, se aferraron con orgullo y obstinaci�n a la antigua posici�n. No agradaron a Dios y fueron contrarios a todos los hombres al prohibir a los ap�stoles predicar la salvaci�n a los paganos.

Hay un eco, a lo largo de este pasaje, de las Palabras de Esteban: "Duros de cuello e incircuncisos de coraz�n y de o�dos, siempre resist�s al Esp�ritu Santo". Hay frases en autores paganos, que retribuyeron el desprecio y el odio de los jud�os con altivo desd�n, que han sido comparadas con esta terrible acusaci�n del Ap�stol; pero en realidad, son bastante diferentes. Lo que tenemos aqu� no es un estallido de mal genio, aunque indudablemente hay un fuerte sentimiento en ello; es la vehemente condena, por parte de un hombre que simpatiza plenamente con la mente y el esp�ritu de Dios, de los principios sobre los que los jud�os como naci�n hab�an actuado en cada per�odo de su historia.

�Cu�l es la relaci�n de Dios con una situaci�n como la que se describe aqu�? Los jud�os, dice Pablo, hicieron todo esto "para colmar sus pecados en todo momento". No quiere decir que esa fuera su intenci�n; tampoco habla ir�nicamente; pero hablando, como lo hace a menudo desde ese punto de vista Divino en el que todos los resultados son intencionados y resultados propuestos, no fuera del consejo de Dios, sino dentro, �l significa que este fin Divino estaba siendo asegurado por su maldad.

La copa de su iniquidad se estaba llenando todo el tiempo. Cada generaci�n hizo algo para elevar el nivel interior. Los hombres que invitaron a Am�s a que se fuera y comiera su pan en casa, lo levantaron un poco; los hombres que buscaron la vida de Oseas en el santuario la elevaron m�s; lo mismo hicieron los que pusieron a Jerem�as en el calabozo, y los que asesinaron a Zacar�as entre el templo y el altar. Cuando Jes�s fue clavado en la cruz, la copa estaba llena hasta el borde.

Cuando aquellos a quienes dej� para ser sus testigos y predicar el arrepentimiento y la remisi�n de pecados a todos los hombres, comenzando en Jerusal�n, fueron expulsados ??o condenados a muerte, se desbord�. Dios no pudo soportar m�s. Junto a la copa de la iniquidad se hab�a llenado tambi�n la copa del juicio; y se desbordaron juntos. Incluso cuando Pablo escribi�, pudo decir: "La ira ha venido sobre ellos hasta el fin".

No es f�cil explicar la fuerza precisa de estas palabras. Parecen apuntar definitivamente a alg�n evento, o alg�n acto de Dios, en el cual Su ira se hab�a manifestado inequ�vocamente. Suponer que 'la ca�da de Jerusal�n significa negar que Pablo escribi� las palabras'. Lo cierto es que el Ap�stol vio en los signos de los tiempos una se�al infalible de que el d�a de gracia de la naci�n hab�a llegado a su fin.

Quiz�s alg�n exceso de un procurador romano, ahora olvidado; quiz�s una de esas hambrunas que asolaron a Judea en esa �poca desdichada; quiz�s el reciente edicto de Claudio, expulsando a todos los jud�os de Roma y traicionando el temperamento del poder supremo; tal vez la sombra venidera de un destino terrible, de contorno oscuro pero no menos inevitable, dio forma a la expresi�n. Los jud�os hab�an fallado, en su d�a, en reconocer las cosas que pertenec�an a su paz; y ahora estaban escondidos de sus ojos. Hab�an ignorado todos los presagios de la tormenta que se avecinaba; y por fin las nubes que no pod�an ser hechizadas se hab�an acumulado sobre sus cabezas, y el fuego de Dios estaba listo para saltar.

Este sorprendente pasaje encarna ciertas verdades a las que hacemos bien en prestar atenci�n. Nos muestra que existe el car�cter nacional. En el gobierno providencial de Dios, una naci�n no es un conjunto de individuos, cada uno de los cuales se destaca del resto; es una corporaci�n con unidad, vida y esp�ritu propios. Dentro de esa unidad puede haber un conflicto de fuerzas, una lucha del bien con el mal, de tendencias superiores con inferiores, tal como ocurre en el alma individual; pero habr� preponderancia de un lado o del otro; y ese lado hacia el que se inclina la balanza prevalecer� cada vez m�s.

En el vasto esp�ritu de la naci�n, como en el esp�ritu de cada hombre o mujer, a trav�s de la lenta sucesi�n de generaciones como en la r�pida sucesi�n de a�os, el car�cter asume gradualmente una forma m�s fija y definida. Hay un proceso de desarrollo, interrumpido quiz�s y retrasado por los conflictos a los que me he referido, pero que saca a relucir de manera m�s decisiva e irreversible el esp�ritu m�s �ntimo del conjunto.

No hay nada que teman m�s los orgullosos y los d�biles que la inconsistencia; no hay nada, por tanto, que sea tan fatalmente seguro que suceda como lo que ya ha sucedido. Los jud�os se sintieron resentidos desde el principio por la intrusi�n de la palabra de Dios en sus vidas; ten�an ambiciones e ideas propias, y en su acci�n colectiva la naci�n era uniformemente hostil a los profetas. Golpe� a uno y mat� a otro y apedre� a un tercero; era de un esp�ritu diferente al de ellos y al que los envi�; y cuanto m�s viv�a, m�s se parec�a a s� mismo, m�s diferente de Dios se volv�a.

Fue el cl�max de su pecado, pero s�lo el cl�max �pues previamente hab�a dado cada paso que condujo a esa eminencia en el mal� cuando mat� al Se�or Jes�s. Y cuando estuvo maduro para el juicio, el juicio cay� sobre �l como un todo.

No es f�cil hablar con imparcialidad sobre nuestro propio pa�s y su car�cter; sin embargo, indudablemente existe tal car�cter, al igual que existe tal unidad como la naci�n brit�nica. Muchos observadores nos dicen que el personaje ha degenerado en un mero instinto comercial; y que ha engendrado una gran falta de escr�pulos en el trato con los d�biles. Nadie negar� que hay una conciencia protestante en la naci�n, una voz que suplica justicia en el nombre de Dios, como suplicaron los profetas en Israel; pero la cuesti�n no es si tal voz es audible, sino si en los actos corporativos de la naci�n se obedece.

El estado deber�a ser un estado cristiano. La naci�n debe ser consciente de una vocaci�n espiritual y estar animada por el esp�ritu de Cristo. En sus tratos con otros poderes, en sus relaciones con pueblos salvajes o medio civilizados, en su cuidado de los d�biles entre sus propios ciudadanos, debe reconocer las leyes de la justicia y la misericordia. Tenemos motivos para agradecer a Dios que en todos estos asuntos el sentimiento cristiano comienza a manifestarse.

El comercio de opio con China, el comercio de licores con los nativos de �frica, el comercio de trabajo en los mares del Sur, las viviendas de los pobres, el sistema de tabernas con su deliberado fomento de la embriaguez, todos estos son asuntos en los que el naci�n estaba en peligro de asentarse en una hostilidad permanente hacia Dios, y en la que ahora hay esperanza de cosas mejores. La ira que es el debido e inevitable acompa�amiento de tal hostilidad, cuando persiste, no ha venido sobre nosotros hasta el final; Dios nos ha dado la oportunidad de rectificar lo que est� mal y de ocuparnos de todos nuestros intereses en el esp�ritu del Nuevo Testamento.

Que nadie se quede atr�s o sea indiferente cuando se est� realizando una obra tan grande. La herencia del pecado se acumula si no se elimina con el bien; y con el pecado, el juicio. Depende de nosotros aprender por la palabra de Dios y los ejemplos de la historia que la naci�n y el reino que no le sirvan perecer�n.

Finalmente, este pasaje nos muestra la �ltima y peor forma que puede asumir el pecado, en las palabras "prohibi�ndonos hablar a los gentiles para que sean salvos". Nada es tan completamente imp�o, tan completamente diferente de Dios y tan opuesto a �l, como ese esp�ritu que odia a los dem�s por las cosas buenas que valora por s� mismo. Cuando la naci�n jud�a se dispuso implacablemente a prohibir la extensi�n del evangelio a los gentiles, cuando se corri� la voz por las sinagogas desde la sede de que este renegado Pablo, que estaba convocando a los paganos para que se convirtieran en el pueblo de Dios, ser�a frustrado por fraude o violencia: la paciencia de Dios se hab�a agotado.

Tal orgullo ego�sta era la misma negaci�n de Su amor; el ne plus ultra del mal. Sin embargo, nada es m�s f�cil y natural que los hombres que han ocupado una posici�n privilegiada se complazcan en este temperamento. Una naci�n imperial, que se jacta de su libertad, le guarda rencor a los dem�s; parece perder la conciencia misma de ser libre, a menos que haya un pueblo sujeto al que pueda tiranizar.

En muchas relaciones de menor trascendencia, pol�ticas y sociales, tenemos motivos para hacer esta reflexi�n. No pienses que lo que es bueno para ti es otra cosa que el bien para tu pr�jimo. Si eres un mejor hombre porque tienes un hogar c�modo, ocio, educaci�n, inter�s en los asuntos p�blicos, un lugar en la iglesia, �l tambi�n lo ser�a. Sobre todo, si el evangelio de Cristo es para usted la perla por encima de todo precio, tenga cuidado de c�mo le guarda rencor a cualquier alma humana.

Esta no es una precauci�n innecesaria. La cr�tica de los m�todos misioneros, que puede ser bastante leg�tima, se ve interrumpida con demasiada frecuencia por la sugerencia de que tal o cual raza no es apta para el evangelio. Nadie que sepa lo que es el evangelio jam�s har� tal sugerencia; pero todos lo hemos escuchado y vemos en este pasaje lo que significa. Es la marca de un coraz�n profundamente alejado de Dios e ignorante de la Regla de Oro que encarna tanto el evangelio como la ley.

Seamos m�s bien imitadores del gran hombre que entr� por primera vez en el esp�ritu de Cristo y descubri� el secreto abierto de su vida y muerte, el misterio de la redenci�n, que los paganos ser�an herederos con el antiguo pueblo de Dios y de la mismo cuerpo, y part�cipes de las mismas promesas. "Todo lo que quisieras que los hombres te hicieran, hazlo as� con ellos".

Versículos 17-20

Cap�tulo 7

AUSENCIA Y DESEO

1 Tesalonicenses 2:17 ; 1 Tesalonicenses 3:1 (RV)

EL Ap�stol ha dicho todo lo que quiere decir acerca de la oposici�n de los jud�os al evangelio, y en los vers�culos que tenemos ante nosotros se vuelve a sus propias relaciones con los tesalonicenses. Se hab�a visto obligado a abandonar la ciudad contra su voluntad; ellos mismos lo hab�an escoltado de noche a Berea. No puede encontrar palabras lo suficientemente fuertes para describir el dolor de la separaci�n. Fue un duelo, aunque esperaba que durara poco tiempo. Su coraz�n estaba con ellos tan verdaderamente como si todav�a estuviera presente corporalmente en Tesal�nica. Su mayor deseo era mirar sus rostros una vez m�s.

Aqu� debemos notar nuevamente el poder del evangelio para crear nuevas relaciones y los correspondientes afectos. Unos meses antes, Pablo no hab�a conocido ni una sola alma en Tesal�nica; si hubiera sido s�lo un fabricante de tiendas de campa�a ambulante, podr�a haberse quedado all� todo el tiempo que lo hizo, y luego seguir adelante con tan poca emoci�n como los problemas de un gitano moderno cuando cambia de campamento; pero viniendo como evangelista cristiano, encuentra o m�s bien hace hermanos, y siente su separaci�n forzada de ellos como un duelo.

Meses despu�s, su coraz�n est� dolorido por aquellos a quienes ha dejado atr�s. �sta es una de las formas en que el evangelio enriquece la vida; corazones que de otro modo estar�an vac�os y aislados, entran en contacto vivo con un gran c�rculo cuya naturaleza y necesidades son como las suyas; y capacidades, que de otro modo hubieran sido insospechadas, tienen curso libre para el desarrollo. Nadie sabe lo que hay en �l; y, en particular, nadie sabe de qu� amor, de qu� expansi�n de coraz�n es capaz, hasta que Cristo le ha hecho realidad esas relaciones con los dem�s por las que se determinan sus deberes, y todas sus facultades de pensamiento y sentimiento se manifiestan. Solo el cristiano puede decir lo que es amar con todo su coraz�n, alma, fuerza y ??mente.

Una experiencia como la que brilla a trav�s de las palabras del Ap�stol en este pasaje proporciona la clave de una de las palabras m�s conocidas pero menos comprendidas de nuestro Salvador. "De cierto os digo", dijo Jes�s a los doce, "que no hay hombre que haya dejado casa, o mujer, o hermanos, o padres, o hijos, por el Reino de Dios, que no reciba muchas m�s en esta vez, y en el mundo venidero la vida eterna.

"Estas palabras casi podr�an representar una descripci�n de Pablo. �l hab�a renunciado a todo por el amor de Cristo. No ten�a hogar, esposa, ni hijo; por lo que podemos ver, ning�n hermano o amigo entre todos sus viejos conocidos. podemos estar seguros de que ninguno de los que fueron m�s ricamente bendecidos con todas estas relaciones naturales y afectos naturales supo mejor que �l lo que es el amor. Ning�n padre am� a sus hijos con m�s ternura, fervor, austera e inmutablemente que Pablo am� a aquellos a quienes �l hab�a engendrado en el evangelio.

Ning�n padre fue recompensado con un afecto m�s genuino y una obediencia m�s leal que el que le prestaron muchos de sus conversos. Incluso en las pruebas del amor, que lo escudri�an, lo tensan y hacen aflorar sus virtudes a la perfecci�n -en malentendidos, ingratitud, obstinaci�n, sospecha- tuvo una experiencia con bendiciones propias en la que las super� a todas. Si el amor es la verdadera riqueza y la bendici�n de nuestra vida, seguramente nadie fue m�s rico o m�s bendecido que este hombre, que hab�a renunciado por el amor de Cristo a todas esas relaciones y conexiones a trav�s de las cuales el amor proviene naturalmente.

Cristo le hab�a cumplido la promesa reci�n citada; Le hab�a dado cien veces m�s en esta vida, casas y hermanos y hermanas y madres e hijos. No habr�a sido m�s que una p�rdida aferrarse a los afectos naturales y declinar la solitaria carrera apost�lica.

Hay algo maravillosamente v�vido en la idea que da Pablo de su amor por los tesalonicenses. Su mente est� llena de ellos; imagina todas las circunstancias de prueba y peligro en que pueden encontrarse; �Si pudiera estar con ellos cuando lo necesitara! Parece seguirlos como una mujer sigue con sus pensamientos al hijo que se ha ido solo a un pueblo lejano; lo recuerda cuando sale por la ma�ana, se compadece de �l si hay circunstancias de dificultad en su trabajo, lo imagina ocupado en la tienda, la oficina o la calle, mira el reloj cuando deber�a estar en casa por el d�a; se pregunta d�nde est� y con qu� compa�eros, por la noche; y cuenta los d�as hasta que lo volver� a ver.

El amor cristiano del Ap�stol, que no ten�a ning�n fundamento en la naturaleza, era tan real como �ste; y es un modelo para todos aquellos que tratan de servir a otros en el evangelio. El poder de la verdad, en lo que concierne a sus ministros, depende de que se exprese con amor; a menos que el coraz�n del predicador o maestro est� realmente comprometido con aquellos a quienes. habla, no puede esperar sino trabajar en vano.

Pablo est� ansioso por que los tesalonicenses comprendan la fuerza de su sentimiento. No fue un capricho pasajero. En dos ocasiones distintas hab�a decidido volver a visitarlos y, al parecer, hab�a sentido una peculiar malignidad en las circunstancias que lo frustraron. "Satan�s", dice, "nos estorb�".

�sta es una de las expresiones que nos parecen alejadas de nuestros modos actuales de pensamiento. Sin embargo, no es falso ni antinatural. Pertenece a esa profunda visi�n b�blica de la vida, seg�n la cual todas las fuerzas opuestas en nuestra experiencia tienen en el fondo un car�cter personal. Hablamos del conflicto del bien y del mal, como si el bien y el mal fueran poderes con existencia propia; pero en el momento en que pensamos en ello, vemos que la �nica fuerza buena en el mundo es la fuerza de una buena voluntad, y la �nica fuerza mala es la fuerza de una mala voluntad; en otras palabras, vemos que el conflicto del bien y del mal es esencialmente un conflicto de personas.

Las personas buenas est�n en conflicto con las personas malas; y en la medida en que el antagonismo llega a un punto cr�tico, Cristo, ense�a el Nuevo Testamento, est� en conflicto con Satan�s. Estas personas son los centros de fuerza de un lado y del otro; y el Ap�stol discierne, en incidentes de su vida que ahora se nos han perdido, la presencia y el funcionamiento ahora de esto y ahora de aquello. En realidad, un pasaje de Hechos proporciona una ilustraci�n instructiva que, a primera vista, parece tener un significado muy diferente.

Est� en el cap�tulo 16, vv. 6-10 ( Hechos 16:6 ), en el que el historiador describe la ruta del Ap�stol desde Oriente a Europa. "Les fue prohibido por el Esp�ritu Santo hablar la palabra en Asia" "intentaron ir a Bitinia; y el Esp�ritu de Jes�s no les permiti�" Pablo tuvo una visi�n, despu�s de la cual "trataron de salir a Macedonia, concluyendo que Dios los hab�a llamado a predicarles el evangelio.

"Aqu�, casi podr�amos decir, se hace referencia a las tres Personas Divinas como la fuente de insinuaciones que dirigen y controlan el curso del evangelio; sin embargo, es evidente, por lo �ltimo que se mencion�, que tales insinuaciones pueden venir en la forma de cualquier evento. providencialmente ordenados, y que la interpretaci�n de ellos depend�a de aquellos a quienes vinieran.Los obst�culos que frenaron el impulso de Pablo de predicar en Asia y en Bitinia reconoci� que eran de designaci�n divina; los que le impidieron regresar a Tesal�nica fueron de origen sat�nico .

No sabemos cu�les eran; quiz�s un complot contra su vida, que hizo peligroso el viaje; quiz�s alg�n pecado o esc�ndalo que lo detuvo. en Corinto. En todo caso, fue obra del enemigo, quien en este mundo, del cual Pablo no duda en llamarlo dios, tiene suficientes medios a su disposici�n para frustrar, aunque no puede vencer, a los santos.

Es una operaci�n delicada, en muchos casos, interpretar eventos externos, y decir cu�l es la fuente y cu�l es el prop�sito de esto o aquello. La indiferencia moral puede cegarnos; pero los que est�n en medio del conflicto moral tienen un instinto r�pido y seguro para lo que est� en su contra o de su lado; pueden decir a la vez qu� es sat�nico y qu� es divino. Como regla general, las dos fuerzas se mostrar�n en su fuerza al mismo tiempo; "Se me ha abierto una puerta grande y eficaz, y hay muchos adversarios": cada uno es un contraste del otro.

Lo que debemos se�alar a este respecto es el car�cter fundamental de toda acci�n moral. No es una forma de hablar decir que el mundo es el escenario de un conflicto espiritual incesante; es la verdad literal. Y el conflicto espiritual no es simplemente una interacci�n de fuerzas; es el antagonismo deliberado de personas entre s�. Cuando hacemos lo correcto, nos ponemos del lado de Cristo en una verdadera lucha; cuando hacemos lo que est� mal, nos ponemos del lado de Satan�s.

Se trata de relaciones personales; �A qui�n voy a agregar la m�a? �A qui�n me opongo a la m�a? Y la lucha se acerca a su fin para cada uno de nosotros a medida que nuestra voluntad se asimila m�s a la de uno u otro de los dos l�deres. No nos detengamos en generalidades que nos ocultan la gravedad del problema. Hay un lugar en una de sus ep�stolas en el que Pablo usa t�rminos tan abstractos como nosotros al hablar de este asunto.

"�Qu� compa�erismo", pregunta, "tienen justicia e iniquidad? �O qu� comuni�n la luz con las tinieblas?" Pero �l afirma la verdad al sacar a relucir las relaciones personales involucradas, cuando prosigue: "�Y qu� concordia tiene Cristo con Belial? �O qu� parte tiene un creyente con un incr�dulo?" Estas son las cantidades reales involucradas: todas las personas: Cristo y Belial, creyentes e incr�dulos; todo lo que sucede es en el fondo cristiano o sat�nico; todo lo que hacemos est� del lado de Cristo o del lado del gran enemigo de nuestro Se�or.

El recuerdo de los obst�culos sat�nicos a su visita no detiene al Ap�stol m�s de un momento; su coraz�n los desborda hacia aquellos a quienes describe como su esperanza, gozo y corona de gloria en el d�a del Se�or Jes�s. La forma de las palabras implica que estos t�tulos no son propiedad exclusiva de los tesalonicenses; pero al mismo tiempo, que si le pertenecen a alguien, le pertenece.

Es casi una l�stima analizar palabras que se pronuncian con la abundancia del coraz�n; sin embargo, pasamos por la superficie y perdemos el sentido de su verdad, a menos que lo hagamos. Entonces, �qu� quiere decir Pablo cuando llama a los tesalonicenses su esperanza? Todos miran al menos a cierta distancia hacia el futuro y proyectan algo en �l para darle realidad e inter�s para s� mismos. Esa es su esperanza. Puede ser el rendimiento que espera de las inversiones de dinero; puede ser la expansi�n de alg�n plan que ha puesto en marcha por el bien com�n; pueden ser sus hijos, en cuyo amor y reverencia, o en cuyo avance en la vida, cuenta para la felicidad de sus �ltimos a�os.

Paul, sabemos, no ten�a ninguna de estas esperanzas; cuando miraba hacia el futuro no ve�a ninguna fortuna creciendo secretamente, ning�n retiro pac�fico en el que el amor de hijos e hijas lo rodeara y lo llamara bienaventurado. Sin embargo, su futuro no era triste ni desolador; brillaba con una gran luz; ten�a una esperanza que hac�a que la vida valiera la pena vivirla en abundancia, y esa esperanza eran los tesalonicenses. Los vio en el ojo de su mente crecer diariamente desde la mancha persistente del paganismo hacia la pureza y el amor de Cristo.

Los vio, como la disciplina de la providencia de Dios ten�a su obra perfecta en ellos, escapar de la inmadurez de los ni�os en Cristo y crecer en la gracia y el conocimiento de nuestro Se�or y Salvador a la medida de la estatura de hombres perfectos. Los vio presentados sin falta en la presencia de la gloria del Se�or en el gran d�a. Eso era algo por lo que vivir. Ser testigo de aquella transformaci�n espiritual que �l hab�a inaugurado llevada a cabo hasta su consumaci�n dio al futuro una grandeza y un valor que hizo que el coraz�n del Ap�stol saltara de alegr�a.

Se alegra cuando piensa en sus hijos caminando en la verdad. Son "una corona de victoria de la que puede jactarse con justicia"; est� m�s orgulloso de ellos que un rey de su corona, o un campe�n en los juegos de su corona.

Tales palabras bien podr�an estar cargadas de extravagancia si omiti�ramos mirar la conexi�n en la que se encuentran. "�Cu�l es nuestra esperanza, o gozo, o corona de gloria? �No est�is vosotros ante nuestro Se�or Jes�s en su venida?" "Ante nuestro Se�or Jes�s en su venida": esta es la presencia, esta la ocasi�n, con la que Pablo afronta, en la imaginaci�n, su esperanza, alegr�a y triunfo. Son tales que le dan confianza y j�bilo incluso cuando piensa en el gran acontecimiento que pondr� a prueba todas las esperanzas comunes y las avergonzar�.

Ninguno de nosotros, se puede suponer, est� sin esperanza cuando mira hacia el futuro; pero, �hasta d�nde se extiende nuestro futuro? �Para qu� situaci�n se hace provisi�n por la esperanza que en realidad abrigamos? El �nico evento seguro del futuro es que estaremos ante nuestro Se�or Jes�s, en Su venida; �Podemos reconocer all� con alegr�a y jactando la esperanza en la que nuestro coraz�n est� ahora puesto? �Podemos llevar a esa presencia la expectativa que en este momento nos da valor para mirar hacia los a�os venideros? No todo el mundo puede.

Hay multitud de esperanzas humanas que terminan en cosas materiales y expiran con la venida de Cristo; no son estos los que pueden darnos alegr�a al fin. La �nica esperanza cuya luz no se oscurece por el resplandor de la aparici�n de Cristo es la esperanza espiritual desinteresada de alguien que se ha hecho siervo de otros por causa de Jes�s, y ha vivido para ver y ayudar a su crecimiento en el Se�or. El fuego que prueba la obra de cada hombre, sea la que sea, saca a relucir su valor imperecedero.

Tanto el Antiguo Testamento como el Nuevo nos dicen que las almas salvadas y santificadas son la �nica esperanza y gloria de los hombres en el gran d�a. "Los sabios resplandecer�n como el resplandor del firmamento, y los que hacen justicia a muchos como las estrellas por los siglos de los siglos". Es un pensamiento favorito del mismo Ap�stol: "aparezcan como lumbreras en el mundo, sosteniendo la palabra de vida, para que yo tenga de qu� gloriarme en el d�a de Cristo".

"Incluso el Se�or mismo, al mirar a los hombres que ha reunido del mundo, puede decir:" Estoy glorificado en ellos ". Es Su gloria, como siervo del Padre, lo que ha buscado, hallado y santificado. Su Iglesia.

No debemos pasar por alto expresiones tan fervientes como si tuvieran que significar menos de lo que dicen. No deber�amos, porque nuestro propio dominio del c�rculo de los hechos cristianos es d�bil, pasar por alto la calificaci�n "ante nuestro Se�or Jes�s en su venida", como si no tuviera ning�n significado s�lido. La Biblia est� inspirada verbalmente al menos en el sentido de que nada en ella es innecesario; cada palabra es intencionada. Y perdemos la lecci�n principal de este pasaje, si no nos preguntamos si tenemos alguna esperanza que sea v�lida en la gran ocasi�n en cuesti�n.

Su futuro puede estar asegurado en lo que respecta a este mundo. Sus inversiones pueden ser tan seguras como la deuda nacional; la lealtad y virtud de tus hijos todo lo que ese coraz�n pueda desear; no le temes a la pobreza, la soledad, la vejez. Pero, �qu� hay de nuestro Se�or Jes�s y Su venida? �Valdr� algo tu esperanza ante �l, en ese d�a? No sabes lo cerca que est�. Para algunos, puede estar muy cerca. Hay personas en cada congregaci�n que saben que no pueden vivir diez a�os.

Nadie sabe que vivir� tanto. Y todos est�n llamados a llevar ese gran evento a su visi�n del futuro; y prepararse para ello. �No es bueno pensar que, si lo hacemos, podemos esperar la venida de nuestro Se�or Jes�s con esperanza, gozo y triunfo?

La intensidad del amor de Pablo por los tesalonicenses hizo que su anhelo de verlos fuera intolerable; y despu�s de estar dos veces desconcertado en sus intentos de volver a visitarlos, envi� a Timothy en su lugar. En lugar de quedarse sin noticias de ellos, se contentaba con quedarse solo en Atenas. Lo menciona como si hubiera sido un gran sacrificio, y probablemente lo fue para �l. Parece haber dependido en muchos sentidos de la simpat�a y la ayuda de los dem�s; y, de todos los lugares que visit�, Atenas fue el que m�s puso a prueba su temperamento ardiente.

Estaba cubierto de �dolos y era sumamente religioso; sin embargo, le parec�a m�s desesperadamente alejado de Dios que cualquier ciudad del mundo. Nunca se hab�a quedado solo en un lugar tan antip�tico; nunca hab�a sentido un abismo tan grande entre la mente de los dem�s y la suya propia; y tan pronto como Timoteo se hubo ido, se dirigi� a Corinto, donde su mensajero lo encontr� a su regreso.

El objeto de esta misi�n es suficientemente claro por lo que ya se ha dicho. El Ap�stol conoc�a los problemas que hab�an acosado a los tesalonicenses; y la funci�n de Timoteo era establecerlos y consolarlos acerca de su fe, para que nadie fuera movido por estas aflicciones. La palabra traducida como "movido" aparece s�lo esta vez en el Nuevo Testamento, y el significado no es del todo seguro. Puede ser tan general como lo representa nuestra versi�n; pero tambi�n puede tener un sentido m�s definido, a saber.

, la de dejarse enga�ar, o halagar por la propia fe, en medio de las tribulaciones. Adem�s de los enemigos vehementes que persiguieron a Pablo con abierta violencia, puede haber otros que hablaron de �l a los tesalonicenses como un mero entusiasta, la v�ctima en su propia persona de los enga�os sobre una resurrecci�n y una vida por venir, que �l trat� de imponer. sobre otros; y quienes, cuando sobrevino la aflicci�n sobre la Iglesia, intentaron con apelaciones de este tipo sacar a los tesalonicenses de su fe.

Tal situaci�n responder�a muy exactamente a la peculiar palabra que se usa aqu�. Pero sea como fuere, la situaci�n general era clara. La Iglesia estaba sufriendo; el sufrimiento es una prueba que no todo el mundo puede soportar; y Pablo estaba ansioso por tener a alguien con ellos que hubiera aprendido la lecci�n cristiana elemental, que es inevitable. De hecho, los disc�pulos no se hab�an sorprendido. El Ap�stol les hab�a dicho antes que para este lote se nombraban cristianos; estamos destinados, dice, a sufrir aflicciones.

Sin embargo, una cosa es saber esto al ser dicho, y otra saberlo, como lo hicieron ahora los tesalonicenses, por experiencia. Las dos cosas son tan diferentes como leer un libro sobre un oficio y servir como aprendiz.

El sufrimiento de los buenos porque son buenos es misterioso, en parte porque tiene los dos aspectos que aqu� se ponen de manifiesto. Por un lado, viene por designaci�n Divina; es la ley bajo la cual viven el Hijo de Dios mismo y todos sus seguidores. Pero, por otro lado, es capaz de un doble problema. Puede perfeccionar a los que lo soportan seg�n lo ordenado por Dios; puede resaltar la solidez de su car�cter y redundar en la gloria de su Salvador; o puede dar una oportunidad al tentador para seducirlo de un camino tan lleno de dolor.

Lo �nico de lo que Pablo est� seguro es que la salvaci�n de Cristo se compra a bajo precio a cualquier precio de aflicci�n. La vida de Cristo aqu� y en el m�s all� es el bien supremo; la �nica cosa necesaria, por la cual todo lo dem�s puede considerarse p�rdida.

Esta posible doble cuesti�n del sufrimiento -en la bondad superior o en el abandono del camino angosto- explica la diferencia de tono con que la Escritura habla de �l en diferentes lugares. Teniendo en cuenta el feliz problema, nos invita a considerarlo todo gozo cuando caemos en diversas tentaciones; Bienaventurado, exclama, el hombre que aguanta; porque cuando se le encuentre la prueba, recibir� la corona de la vida. Pero teniendo en cuenta la debilidad humana y las terribles consecuencias del fracaso, nos invita a orar: No nos dejes caer en la tentaci�n, y l�branos del maligno. El verdadero cristiano buscar�, en todas las aflicciones de la vida, combinar el valor y la esperanza de un punto de vista con la humildad y el miedo del otro.

Información bibliográfica
Nicoll, William R. "Comentario sobre 1 Thessalonians 2". "El Comentario Bíblico del Expositor". https://beta.studylight.org/commentaries/spa/teb/1-thessalonians-2.html.