Bible Commentaries
1 Tesalonicenses 3

El Comentario Bíblico del ExpositorEl Comentario Bíblico del Expositor

Versículos 1-20

Cap�tulo 7

AUSENCIA Y DESEO

1 Tesalonicenses 2:17 ; 1 Tesalonicenses 3:1 (RV)

EL Ap�stol ha dicho todo lo que quiere decir acerca de la oposici�n de los jud�os al evangelio, y en los vers�culos que tenemos ante nosotros se vuelve a sus propias relaciones con los tesalonicenses. Se hab�a visto obligado a abandonar la ciudad contra su voluntad; ellos mismos lo hab�an escoltado de noche a Berea. No puede encontrar palabras lo suficientemente fuertes para describir el dolor de la separaci�n. Fue un duelo, aunque esperaba que durara poco tiempo. Su coraz�n estaba con ellos tan verdaderamente como si todav�a estuviera presente corporalmente en Tesal�nica. Su mayor deseo era mirar sus rostros una vez m�s.

Aqu� debemos notar nuevamente el poder del evangelio para crear nuevas relaciones y los correspondientes afectos. Unos meses antes, Pablo no hab�a conocido ni una sola alma en Tesal�nica; si hubiera sido s�lo un fabricante de tiendas de campa�a ambulante, podr�a haberse quedado all� todo el tiempo que lo hizo, y luego seguir adelante con tan poca emoci�n como los problemas de un gitano moderno cuando cambia de campamento; pero viniendo como evangelista cristiano, encuentra o m�s bien hace hermanos, y siente su separaci�n forzada de ellos como un duelo.

Meses despu�s, su coraz�n est� dolorido por aquellos a quienes ha dejado atr�s. �sta es una de las formas en que el evangelio enriquece la vida; corazones que de otro modo estar�an vac�os y aislados, entran en contacto vivo con un gran c�rculo cuya naturaleza y necesidades son como las suyas; y capacidades, que de otro modo hubieran sido insospechadas, tienen curso libre para el desarrollo. Nadie sabe lo que hay en �l; y, en particular, nadie sabe de qu� amor, de qu� expansi�n de coraz�n es capaz, hasta que Cristo le ha hecho realidad esas relaciones con los dem�s por las que se determinan sus deberes, y todas sus facultades de pensamiento y sentimiento se manifiestan. Solo el cristiano puede decir lo que es amar con todo su coraz�n, alma, fuerza y ??mente.

Una experiencia como la que brilla a trav�s de las palabras del Ap�stol en este pasaje proporciona la clave de una de las palabras m�s conocidas pero menos comprendidas de nuestro Salvador. "De cierto os digo", dijo Jes�s a los doce, "que no hay hombre que haya dejado casa, o mujer, o hermanos, o padres, o hijos, por el Reino de Dios, que no reciba muchas m�s en esta vez, y en el mundo venidero la vida eterna.

"Estas palabras casi podr�an representar una descripci�n de Pablo. �l hab�a renunciado a todo por el amor de Cristo. No ten�a hogar, esposa, ni hijo; por lo que podemos ver, ning�n hermano o amigo entre todos sus viejos conocidos. podemos estar seguros de que ninguno de los que fueron m�s ricamente bendecidos con todas estas relaciones naturales y afectos naturales supo mejor que �l lo que es el amor. Ning�n padre am� a sus hijos con m�s ternura, fervor, austera e inmutablemente que Pablo am� a aquellos a quienes �l hab�a engendrado en el evangelio.

Ning�n padre fue recompensado con un afecto m�s genuino y una obediencia m�s leal que el que le prestaron muchos de sus conversos. Incluso en las pruebas del amor, que lo escudri�an, lo tensan y hacen aflorar sus virtudes a la perfecci�n -en malentendidos, ingratitud, obstinaci�n, sospecha- tuvo una experiencia con bendiciones propias en la que las super� a todas. Si el amor es la verdadera riqueza y la bendici�n de nuestra vida, seguramente nadie fue m�s rico o m�s bendecido que este hombre, que hab�a renunciado por el amor de Cristo a todas esas relaciones y conexiones a trav�s de las cuales el amor proviene naturalmente.

Cristo le hab�a cumplido la promesa reci�n citada; Le hab�a dado cien veces m�s en esta vida, casas y hermanos y hermanas y madres e hijos. No habr�a sido m�s que una p�rdida aferrarse a los afectos naturales y declinar la solitaria carrera apost�lica.

Hay algo maravillosamente v�vido en la idea que da Pablo de su amor por los tesalonicenses. Su mente est� llena de ellos; imagina todas las circunstancias de prueba y peligro en que pueden encontrarse; �Si pudiera estar con ellos cuando lo necesitara! Parece seguirlos como una mujer sigue con sus pensamientos al hijo que se ha ido solo a un pueblo lejano; lo recuerda cuando sale por la ma�ana, se compadece de �l si hay circunstancias de dificultad en su trabajo, lo imagina ocupado en la tienda, la oficina o la calle, mira el reloj cuando deber�a estar en casa por el d�a; se pregunta d�nde est� y con qu� compa�eros, por la noche; y cuenta los d�as hasta que lo volver� a ver.

El amor cristiano del Ap�stol, que no ten�a ning�n fundamento en la naturaleza, era tan real como �ste; y es un modelo para todos aquellos que tratan de servir a otros en el evangelio. El poder de la verdad, en lo que concierne a sus ministros, depende de que se exprese con amor; a menos que el coraz�n del predicador o maestro est� realmente comprometido con aquellos a quienes. habla, no puede esperar sino trabajar en vano.

Pablo est� ansioso por que los tesalonicenses comprendan la fuerza de su sentimiento. No fue un capricho pasajero. En dos ocasiones distintas hab�a decidido volver a visitarlos y, al parecer, hab�a sentido una peculiar malignidad en las circunstancias que lo frustraron. "Satan�s", dice, "nos estorb�".

�sta es una de las expresiones que nos parecen alejadas de nuestros modos actuales de pensamiento. Sin embargo, no es falso ni antinatural. Pertenece a esa profunda visi�n b�blica de la vida, seg�n la cual todas las fuerzas opuestas en nuestra experiencia tienen en el fondo un car�cter personal. Hablamos del conflicto del bien y del mal, como si el bien y el mal fueran poderes con existencia propia; pero en el momento en que pensamos en ello, vemos que la �nica fuerza buena en el mundo es la fuerza de una buena voluntad, y la �nica fuerza mala es la fuerza de una mala voluntad; en otras palabras, vemos que el conflicto del bien y del mal es esencialmente un conflicto de personas.

Las personas buenas est�n en conflicto con las personas malas; y en la medida en que el antagonismo llega a un punto cr�tico, Cristo, ense�a el Nuevo Testamento, est� en conflicto con Satan�s. Estas personas son los centros de fuerza de un lado y del otro; y el Ap�stol discierne, en incidentes de su vida que ahora se nos han perdido, la presencia y el funcionamiento ahora de esto y ahora de aquello. En realidad, un pasaje de Hechos proporciona una ilustraci�n instructiva que, a primera vista, parece tener un significado muy diferente.

Est� en el cap�tulo 16, vv. 6-10 ( Hechos 16:6 ), en el que el historiador describe la ruta del Ap�stol desde Oriente a Europa. "Les fue prohibido por el Esp�ritu Santo hablar la palabra en Asia" "intentaron ir a Bitinia; y el Esp�ritu de Jes�s no les permiti�" Pablo tuvo una visi�n, despu�s de la cual "trataron de salir a Macedonia, concluyendo que Dios los hab�a llamado a predicarles el evangelio.

"Aqu�, casi podr�amos decir, se hace referencia a las tres Personas Divinas como la fuente de insinuaciones que dirigen y controlan el curso del evangelio; sin embargo, es evidente, por lo �ltimo que se mencion�, que tales insinuaciones pueden venir en la forma de cualquier evento. providencialmente ordenados, y que la interpretaci�n de ellos depend�a de aquellos a quienes vinieran.Los obst�culos que frenaron el impulso de Pablo de predicar en Asia y en Bitinia reconoci� que eran de designaci�n divina; los que le impidieron regresar a Tesal�nica fueron de origen sat�nico .

No sabemos cu�les eran; quiz�s un complot contra su vida, que hizo peligroso el viaje; quiz�s alg�n pecado o esc�ndalo que lo detuvo. en Corinto. En todo caso, fue obra del enemigo, quien en este mundo, del cual Pablo no duda en llamarlo dios, tiene suficientes medios a su disposici�n para frustrar, aunque no puede vencer, a los santos.

Es una operaci�n delicada, en muchos casos, interpretar eventos externos, y decir cu�l es la fuente y cu�l es el prop�sito de esto o aquello. La indiferencia moral puede cegarnos; pero los que est�n en medio del conflicto moral tienen un instinto r�pido y seguro para lo que est� en su contra o de su lado; pueden decir a la vez qu� es sat�nico y qu� es divino. Como regla general, las dos fuerzas se mostrar�n en su fuerza al mismo tiempo; "Se me ha abierto una puerta grande y eficaz, y hay muchos adversarios": cada uno es un contraste del otro.

Lo que debemos se�alar a este respecto es el car�cter fundamental de toda acci�n moral. No es una forma de hablar decir que el mundo es el escenario de un conflicto espiritual incesante; es la verdad literal. Y el conflicto espiritual no es simplemente una interacci�n de fuerzas; es el antagonismo deliberado de personas entre s�. Cuando hacemos lo correcto, nos ponemos del lado de Cristo en una verdadera lucha; cuando hacemos lo que est� mal, nos ponemos del lado de Satan�s.

Se trata de relaciones personales; �A qui�n voy a agregar la m�a? �A qui�n me opongo a la m�a? Y la lucha se acerca a su fin para cada uno de nosotros a medida que nuestra voluntad se asimila m�s a la de uno u otro de los dos l�deres. No nos detengamos en generalidades que nos ocultan la gravedad del problema. Hay un lugar en una de sus ep�stolas en el que Pablo usa t�rminos tan abstractos como nosotros al hablar de este asunto.

"�Qu� compa�erismo", pregunta, "tienen justicia e iniquidad? �O qu� comuni�n la luz con las tinieblas?" Pero �l afirma la verdad al sacar a relucir las relaciones personales involucradas, cuando prosigue: "�Y qu� concordia tiene Cristo con Belial? �O qu� parte tiene un creyente con un incr�dulo?" Estas son las cantidades reales involucradas: todas las personas: Cristo y Belial, creyentes e incr�dulos; todo lo que sucede es en el fondo cristiano o sat�nico; todo lo que hacemos est� del lado de Cristo o del lado del gran enemigo de nuestro Se�or.

El recuerdo de los obst�culos sat�nicos a su visita no detiene al Ap�stol m�s de un momento; su coraz�n los desborda hacia aquellos a quienes describe como su esperanza, gozo y corona de gloria en el d�a del Se�or Jes�s. La forma de las palabras implica que estos t�tulos no son propiedad exclusiva de los tesalonicenses; pero al mismo tiempo, que si le pertenecen a alguien, le pertenece.

Es casi una l�stima analizar palabras que se pronuncian con la abundancia del coraz�n; sin embargo, pasamos por la superficie y perdemos el sentido de su verdad, a menos que lo hagamos. Entonces, �qu� quiere decir Pablo cuando llama a los tesalonicenses su esperanza? Todos miran al menos a cierta distancia hacia el futuro y proyectan algo en �l para darle realidad e inter�s para s� mismos. Esa es su esperanza. Puede ser el rendimiento que espera de las inversiones de dinero; puede ser la expansi�n de alg�n plan que ha puesto en marcha por el bien com�n; pueden ser sus hijos, en cuyo amor y reverencia, o en cuyo avance en la vida, cuenta para la felicidad de sus �ltimos a�os.

Paul, sabemos, no ten�a ninguna de estas esperanzas; cuando miraba hacia el futuro no ve�a ninguna fortuna creciendo secretamente, ning�n retiro pac�fico en el que el amor de hijos e hijas lo rodeara y lo llamara bienaventurado. Sin embargo, su futuro no era triste ni desolador; brillaba con una gran luz; ten�a una esperanza que hac�a que la vida valiera la pena vivirla en abundancia, y esa esperanza eran los tesalonicenses. Los vio en el ojo de su mente crecer diariamente desde la mancha persistente del paganismo hacia la pureza y el amor de Cristo.

Los vio, como la disciplina de la providencia de Dios ten�a su obra perfecta en ellos, escapar de la inmadurez de los ni�os en Cristo y crecer en la gracia y el conocimiento de nuestro Se�or y Salvador a la medida de la estatura de hombres perfectos. Los vio presentados sin falta en la presencia de la gloria del Se�or en el gran d�a. Eso era algo por lo que vivir. Ser testigo de aquella transformaci�n espiritual que �l hab�a inaugurado llevada a cabo hasta su consumaci�n dio al futuro una grandeza y un valor que hizo que el coraz�n del Ap�stol saltara de alegr�a.

Se alegra cuando piensa en sus hijos caminando en la verdad. Son "una corona de victoria de la que puede jactarse con justicia"; est� m�s orgulloso de ellos que un rey de su corona, o un campe�n en los juegos de su corona.

Tales palabras bien podr�an estar cargadas de extravagancia si omiti�ramos mirar la conexi�n en la que se encuentran. "�Cu�l es nuestra esperanza, o gozo, o corona de gloria? �No est�is vosotros ante nuestro Se�or Jes�s en su venida?" "Ante nuestro Se�or Jes�s en su venida": esta es la presencia, esta la ocasi�n, con la que Pablo afronta, en la imaginaci�n, su esperanza, alegr�a y triunfo. Son tales que le dan confianza y j�bilo incluso cuando piensa en el gran acontecimiento que pondr� a prueba todas las esperanzas comunes y las avergonzar�.

Ninguno de nosotros, se puede suponer, est� sin esperanza cuando mira hacia el futuro; pero, �hasta d�nde se extiende nuestro futuro? �Para qu� situaci�n se hace provisi�n por la esperanza que en realidad abrigamos? El �nico evento seguro del futuro es que estaremos ante nuestro Se�or Jes�s, en Su venida; �Podemos reconocer all� con alegr�a y jactando la esperanza en la que nuestro coraz�n est� ahora puesto? �Podemos llevar a esa presencia la expectativa que en este momento nos da valor para mirar hacia los a�os venideros? No todo el mundo puede.

Hay multitud de esperanzas humanas que terminan en cosas materiales y expiran con la venida de Cristo; no son estos los que pueden darnos alegr�a al fin. La �nica esperanza cuya luz no se oscurece por el resplandor de la aparici�n de Cristo es la esperanza espiritual desinteresada de alguien que se ha hecho siervo de otros por causa de Jes�s, y ha vivido para ver y ayudar a su crecimiento en el Se�or. El fuego que prueba la obra de cada hombre, sea la que sea, saca a relucir su valor imperecedero.

Tanto el Antiguo Testamento como el Nuevo nos dicen que las almas salvadas y santificadas son la �nica esperanza y gloria de los hombres en el gran d�a. "Los sabios resplandecer�n como el resplandor del firmamento, y los que hacen justicia a muchos como las estrellas por los siglos de los siglos". Es un pensamiento favorito del mismo Ap�stol: "aparezcan como lumbreras en el mundo, sosteniendo la palabra de vida, para que yo tenga de qu� gloriarme en el d�a de Cristo".

"Incluso el Se�or mismo, al mirar a los hombres que ha reunido del mundo, puede decir:" Estoy glorificado en ellos ". Es Su gloria, como siervo del Padre, lo que ha buscado, hallado y santificado. Su Iglesia.

No debemos pasar por alto expresiones tan fervientes como si tuvieran que significar menos de lo que dicen. No deber�amos, porque nuestro propio dominio del c�rculo de los hechos cristianos es d�bil, pasar por alto la calificaci�n "ante nuestro Se�or Jes�s en su venida", como si no tuviera ning�n significado s�lido. La Biblia est� inspirada verbalmente al menos en el sentido de que nada en ella es innecesario; cada palabra es intencionada. Y perdemos la lecci�n principal de este pasaje, si no nos preguntamos si tenemos alguna esperanza que sea v�lida en la gran ocasi�n en cuesti�n.

Su futuro puede estar asegurado en lo que respecta a este mundo. Sus inversiones pueden ser tan seguras como la deuda nacional; la lealtad y virtud de tus hijos todo lo que ese coraz�n pueda desear; no le temes a la pobreza, la soledad, la vejez. Pero, �qu� hay de nuestro Se�or Jes�s y Su venida? �Valdr� algo tu esperanza ante �l, en ese d�a? No sabes lo cerca que est�. Para algunos, puede estar muy cerca. Hay personas en cada congregaci�n que saben que no pueden vivir diez a�os.

Nadie sabe que vivir� tanto. Y todos est�n llamados a llevar ese gran evento a su visi�n del futuro; y prepararse para ello. �No es bueno pensar que, si lo hacemos, podemos esperar la venida de nuestro Se�or Jes�s con esperanza, gozo y triunfo?

La intensidad del amor de Pablo por los tesalonicenses hizo que su anhelo de verlos fuera intolerable; y despu�s de estar dos veces desconcertado en sus intentos de volver a visitarlos, envi� a Timothy en su lugar. En lugar de quedarse sin noticias de ellos, se contentaba con quedarse solo en Atenas. Lo menciona como si hubiera sido un gran sacrificio, y probablemente lo fue para �l. Parece haber dependido en muchos sentidos de la simpat�a y la ayuda de los dem�s; y, de todos los lugares que visit�, Atenas fue el que m�s puso a prueba su temperamento ardiente.

Estaba cubierto de �dolos y era sumamente religioso; sin embargo, le parec�a m�s desesperadamente alejado de Dios que cualquier ciudad del mundo. Nunca se hab�a quedado solo en un lugar tan antip�tico; nunca hab�a sentido un abismo tan grande entre la mente de los dem�s y la suya propia; y tan pronto como Timoteo se hubo ido, se dirigi� a Corinto, donde su mensajero lo encontr� a su regreso.

El objeto de esta misi�n es suficientemente claro por lo que ya se ha dicho. El Ap�stol conoc�a los problemas que hab�an acosado a los tesalonicenses; y la funci�n de Timoteo era establecerlos y consolarlos acerca de su fe, para que nadie fuera movido por estas aflicciones. La palabra traducida como "movido" aparece s�lo esta vez en el Nuevo Testamento, y el significado no es del todo seguro. Puede ser tan general como lo representa nuestra versi�n; pero tambi�n puede tener un sentido m�s definido, a saber.

, la de dejarse enga�ar, o halagar por la propia fe, en medio de las tribulaciones. Adem�s de los enemigos vehementes que persiguieron a Pablo con abierta violencia, puede haber otros que hablaron de �l a los tesalonicenses como un mero entusiasta, la v�ctima en su propia persona de los enga�os sobre una resurrecci�n y una vida por venir, que �l trat� de imponer. sobre otros; y quienes, cuando sobrevino la aflicci�n sobre la Iglesia, intentaron con apelaciones de este tipo sacar a los tesalonicenses de su fe.

Tal situaci�n responder�a muy exactamente a la peculiar palabra que se usa aqu�. Pero sea como fuere, la situaci�n general era clara. La Iglesia estaba sufriendo; el sufrimiento es una prueba que no todo el mundo puede soportar; y Pablo estaba ansioso por tener a alguien con ellos que hubiera aprendido la lecci�n cristiana elemental, que es inevitable. De hecho, los disc�pulos no se hab�an sorprendido. El Ap�stol les hab�a dicho antes que para este lote se nombraban cristianos; estamos destinados, dice, a sufrir aflicciones.

Sin embargo, una cosa es saber esto al ser dicho, y otra saberlo, como lo hicieron ahora los tesalonicenses, por experiencia. Las dos cosas son tan diferentes como leer un libro sobre un oficio y servir como aprendiz.

El sufrimiento de los buenos porque son buenos es misterioso, en parte porque tiene los dos aspectos que aqu� se ponen de manifiesto. Por un lado, viene por designaci�n Divina; es la ley bajo la cual viven el Hijo de Dios mismo y todos sus seguidores. Pero, por otro lado, es capaz de un doble problema. Puede perfeccionar a los que lo soportan seg�n lo ordenado por Dios; puede resaltar la solidez de su car�cter y redundar en la gloria de su Salvador; o puede dar una oportunidad al tentador para seducirlo de un camino tan lleno de dolor.

Lo �nico de lo que Pablo est� seguro es que la salvaci�n de Cristo se compra a bajo precio a cualquier precio de aflicci�n. La vida de Cristo aqu� y en el m�s all� es el bien supremo; la �nica cosa necesaria, por la cual todo lo dem�s puede considerarse p�rdida.

Esta posible doble cuesti�n del sufrimiento -en la bondad superior o en el abandono del camino angosto- explica la diferencia de tono con que la Escritura habla de �l en diferentes lugares. Teniendo en cuenta el feliz problema, nos invita a considerarlo todo gozo cuando caemos en diversas tentaciones; Bienaventurado, exclama, el hombre que aguanta; porque cuando se le encuentre la prueba, recibir� la corona de la vida. Pero teniendo en cuenta la debilidad humana y las terribles consecuencias del fracaso, nos invita a orar: No nos dejes caer en la tentaci�n, y l�branos del maligno. El verdadero cristiano buscar�, en todas las aflicciones de la vida, combinar el valor y la esperanza de un punto de vista con la humildad y el miedo del otro.

Versículos 6-13

Cap�tulo 8

AMOR Y ORACIONES

1 Tesalonicenses 3:6 (RV)

ESTOS versos no presentan ninguna dificultad especial para el expositor. Ilustran la observaci�n de Bengel de que la Primera Ep�stola a los Tesalonicenses se caracteriza por una especie de dulzura pura, una cualidad ins�pida para quienes son indiferentes a las relaciones en las que se muestra, pero que nunca puede perder su encanto para Corazones cristianos sencillos, bondadosos

Vale la pena observar que Pablo les escribi� a los tesalonicenses en el momento en que Timoteo regres�. Tal prontitud no solo tiene un valor comercial, sino tambi�n un valor moral y cristiano. No solo evita que se acumulen atrasos; les da a aquellos a quienes escribimos los primeros y m�s frescos sentimientos del coraz�n. Por supuesto, uno puede escribir apresuradamente, as� como hablar apresuradamente; un cr�tico viviente ha tenido la audacia de decir que si Pablo hubiera guardado la Ep�stola a los G�latas el tiempo suficiente para leerla, la habr�a arrojado al fuego; pero la mayor�a de nuestras fallas como corresponsales surgen, no de la precipitaci�n, sino de una demora indebida.

Donde nuestro coraz�n nos impulse a hablar o escribir, tememos la dilaci�n como un pecado. La carta de felicitaci�n o p�same es natural y est� en su lugar, y estar� inspirada por un sentimiento verdadero, si se escribe cuando la noticia triste o alegre ha tocado el coraz�n con simpat�a genuina; pero si se pospone para una estaci�n m�s conveniente, nunca se har� como deber�a ser. Cu�n ferviente y cordial es el lenguaje en el que Pablo se expresa aqu�.

La noticia que Timoteo ha tra�do de Tesal�nica es un verdadero evangelio para �l. Lo ha consolado en todas sus necesidades y angustias; le ha tra�do nueva vida; ha sido una alegr�a indescriptible. Si no hubiera escrito durante quince d�as, nos habr�amos perdido este rebote de alegr�a; y lo que es m�s grave, los tesalonicenses se lo habr�an perdido. Las personas de coraz�n fr�o pueden pensar que habr�an sobrevivido a la p�rdida; pero es una p�rdida que los de coraz�n fr�o no pueden estimar.

�Qui�n puede dudar de que, cuando se ley� esta carta en la peque�a congregaci�n de Tesal�nica, los corazones de los disc�pulos se animaron de nuevo al gran maestro que hab�a estado entre ellos y al mensaje de amor que hab�a predicado? El evangelio es maravillosamente elogiado por la manifestaci�n de su propio esp�ritu en sus ministros, y el amor de Pablo a los tesalonicenses sin duda les hizo m�s f�cil creer en el amor de Dios y amarse unos a otros.

Tanto para el bien como para el mal, una peque�a chispa puede encender un gran fuego; y ser�a natural que las ardientes palabras de esta carta encendieran nuevamente la llama del amor en los corazones en los que comenzaba a morir.

Hab�a dos causas para el gozo de Pablo, una m�s grande y m�s p�blica; el otro, propio de �l. El primero fue la fe y el amor de los tesalonicenses o, como �l lo llama m�s adelante, su firmeza en el Se�or; el otro era su afectuoso y fiel recuerdo de �l, su deseo, sinceramente correspondido por su parte, de volver a verle la cara.

La visita a una congregaci�n cristiana por parte de un diputado del S�nodo o de la Asamblea es a veces embarazosa: nadie sabe exactamente lo que se quiere; un calendario de consultas, llenado por el ministro o los funcionarios, es un asunto dolorosamente formal, que da poco conocimiento real de la salud y el esp�ritu de la Iglesia. Pero Timoteo fue uno de los fundadores de la iglesia en Tesal�nica; ten�a un inter�s afectuoso y natural por ella; en seguida entr� en estrecho contacto con su condici�n real y encontr� a los disc�pulos llenos de fe y amor.

La fe y el amor no se calculan y registran f�cilmente; pero donde existen en cualquier poder, son f�cilmente sentidas por un hombre cristiano. Determinan la temperatura de la congregaci�n; y una experiencia muy corta permite a un verdadero disc�pulo saber si es alto o bajo. Para gran alegr�a de Timoteo, encontr� a los tesalonicenses inconfundiblemente cristianos. Estaban firmes en el Se�or. Cristo fue la base, el centro, el alma de su vida.

Su fe se menciona dos veces, porque es la palabra m�s completa para describir la nueva vida en su ra�z; todav�a se aferraron a la Palabra de Dios en el evangelio; nadie pod�a vivir entre ellos y no sentir que las cosas invisibles eran reales para sus almas; Dios y Cristo, la resurrecci�n y el juicio venidero, la expiaci�n y la salvaci�n final, fueron las grandes fuerzas que gobernaron sus pensamientos y vidas.

La fe en estos los distingu�a de sus vecinos paganos. Los convirti� en una congregaci�n cristiana, en la que un evangelista como Timoteo se sinti� inmediatamente como en casa. La fe com�n tuvo su exhibici�n m�s notable en el amor; si separaba a los hermanos del resto del mundo, los un�a m�s estrechamente entre s�. Todo el mundo sabe lo que es el amor en una familia y lo diferente que es el ambiente espiritual, seg�n reina o se ignora el amor en las relaciones del hogar.

En algunos hogares reina el amor: padres e hijos, hermanos y hermanas, amos y sirvientes, se portan maravillosamente unos con otros; es un placer visitarlos; hay franqueza y sencillez, dulzura de temperamento, disposici�n a negarse a s� mismo, disposici�n a interesarse por los dem�s, sin sospecha, reserva o tristeza; hay una sola mente y un solo coraz�n, en los viejos y en los j�venes, y un brillo como el sol.

En otros, nuevamente, vemos todo lo contrario: fricci�n, obstinaci�n, cautiverio, desconfianza mutua, disposici�n a sospechar o burlarse, una dolorosa separaci�n de corazones que deber�a ser uno. Y lo mismo puede decirse de las iglesias, que en realidad son familias numerosas, unidas no por lazos naturales sino espirituales. Todos deber�amos ser amigos. Debe haber un esp�ritu de amor derramado en nuestros corazones, atray�ndonos el uno al otro a pesar de las diferencias naturales, d�ndonos un inter�s no afectado el uno por el otro, haci�ndonos francos, sinceros, cordiales, abnegados, deseosos de ayudar donde sea. Se necesita ayuda y est� en nuestro poder prestarla, dispuestos a resignar nuestro propio gusto, e incluso nuestro propio juicio, a la mente com�n y al prop�sito de la Iglesia. Estas dos gracias de fe y amor son el alma misma de la vida cristiana. Es una buena noticia para un buen hombre saber que existen en cualquier iglesia. Son buenas noticias para Cristo.

Pero adem�s de este motivo de gozo m�s p�blico, que Pablo compart�a hasta cierto punto con todos los cristianos, hab�a otro m�s privado para �l: su buen recuerdo de �l y su sincero deseo de verlo. Paul trabaj� por nada m�s que amor. No le importaba el dinero ni la fama; pero un lugar en el coraz�n de sus disc�pulos le era querido por encima de todo lo dem�s en el mundo. No siempre lo consigui�.

A veces, aquellos que acababan de escuchar el evangelio de sus labios y acog�an con agrado sus buenas nuevas, ten�an prejuicios contra �l; lo abandonaron por predicadores m�s atractivos; se olvidaron, en medio de la multitud de sus instructores cristianos, al padre que los hab�a engendrado en el evangelio. Tales sucesos, de los cuales leemos en las Ep�stolas a los Corintios y G�latas, fueron un profundo dolor para Pablo; y aunque le dice a una de estas iglesias ingratas: "Con mucho gusto gastar� y ser� gastado por ustedes, aunque cuanto m�s los amo menos ser� amado", tambi�n dice: "Hermanos, rec�vanos; dejen lugar para nosotros en sus corazones, nuestro coraz�n se les ha abierto de par en par.

"Ten�a hambre y sed de una respuesta de amor a todo el amor que prodigaba a sus conversos; y su coraz�n dio un brinco cuando Timoteo regres� de Tesal�nica y le dijo que los disc�pulos all� se recordaban bien de �l, es decir, hablaban de �l con amor, y anhelaba verlo una vez m�s Nadie es apto para ser siervo de Cristo en ning�n grado, como padre, o maestro, o anciano, o pastor, que no sepa qu� es este anhelo de amor.

No es ego�smo: es en s� mismo un lado del amor. No preocuparse por un lugar en el coraz�n de los dem�s; No desear el amor, no necesitarlo, no perderlo si es que falta, no significa que estemos libres de ego�smo o vanidad: es la marca de un coraz�n fr�o y estrecho, encerrado en s� mismo y descalificado. para cualquier servicio cuya esencia misma sea el amor. La ingratitud o la indiferencia de los dem�s no es una raz�n por la que debamos dejar de servirles; sin embargo, tiende a hacer despiadado el intento de servicio; y si quisieras animar a alguno de los que te han ayudado alguna vez en tu vida espiritual, no lo olvides, sino que lo estima muy en amor por sus obras.

Cuando Timoteo regres� de Tesal�nica, encontr� a Pablo muy necesitado de buenas noticias. Fue acosado por la angustia y la aflicci�n; no problemas internos o espirituales, sino persecuciones y sufrimientos que le sobrevinieron de los enemigos del evangelio. Su angustia era tan extrema que incluso se refiere a ella impl�citamente como muerte. Pero las buenas nuevas de la fe y el amor tesalonicenses la borraron de inmediato. Trajeron consuelo, alegr�a, acci�n de gracias, vida de entre los muertos.

�Cu�n intensamente, nos vemos obligados a decir, vivi� este hombre su vida apost�lica! Qu� profundidades y alturas hay en ella; qu� depresi�n, sin dejar de desesperar; qu� esperanza, no quedarse corto del triunfo. Hay obreros cristianos en multitudes cuya experiencia, es de temer, no les da ninguna clave de lo que leemos aqu�. Hay menos pasi�n en su vida en un a�o que en la de Paul en un d�a; no saben nada de estas transiciones de la angustia y la aflicci�n al gozo y la alabanza indecibles.

Por supuesto que no todos los hombres son iguales; no todas las naturalezas son igualmente impresionables; pero seguramente todos los que est�n ocupados en un trabajo que pide al coraz�n o nada deben sospechar de s� mismos si van de semana en semana y de a�o en a�o con el coraz�n impasible. Es una gran cosa participar en una obra que trata con los hombres por sus intereses espirituales, que tiene en vista la vida y la muerte, Dios y Cristo, la salvaci�n y el juicio.

�Qui�n puede pensar en fracasos y des�nimos sin dolor y sin miedo? �Qui�n puede o�r las buenas nuevas de la victoria sin un gozo sincero? �No son los �nicos que no tienen ni parte ni suerte en el asunto?

El Ap�stol, en la plenitud de su gozo, se vuelve con devota gratitud hacia Dios. Es �l quien ha impedido que los tesalonicenses caigan, y la �nica respuesta que puede hacer el Ap�stol es expresar su agradecimiento. Siente cu�n indignas son las palabras de la bondad de Dios; cu�n desigual incluso con sus propios sentimientos; pero son la primera recompensa que se har�, y �l no las retendr�. No hay se�al m�s segura de un esp�ritu verdaderamente piadoso que este estado de �nimo agradecido.

Toda buena d�diva y todo don perfecto viene de arriba; De manera m�s directa e inmediata, todos los dones como el amor y la fe deben ser referidos a Dios como su fuente, y para provocar el agradecimiento y la alabanza de aquellos que est�n interesados ??en ellos. Si Dios hace poco por nosotros, d�ndonos pocas se�ales de su presencia y ayuda, �no ser� porque nos hemos negado a reconocer su bondad cuando se ha interpuesto en nuestro favor? "El que ofrece alabanza", dice, "me glorifica". "En todo da gracias".

El amor de Pablo por los tesalonicenses no lo ceg� a sus imperfecciones. Fue su fe la que lo consol� en toda su angustia, sin embargo, habla de las deficiencias de su fe como algo que buscaba remediar. En cierto sentido, la fe es algo muy simple, el enderezar el coraz�n con Dios en Cristo Jes�s. En otro, es muy completo. Tiene que aferrarse a toda la revelaci�n que Dios ha hecho en su Hijo, y tiene que pasar a la acci�n a trav�s del amor en todos los aspectos de la vida.

Se relaciona, por un lado, con el conocimiento y, por otro, con la conducta. Timoteo vio que aunque los tesalonicenses ten�an la ra�z del asunto en ellos y se hab�an reconciliado con Dios, estaban lejos de ser perfectos. Ignoraban mucho de lo que a los cristianos les preocupaba saber; ten�an ideas falsas sobre muchos puntos sobre los cuales Dios les hab�a dado luz. Ten�an mucho que hacer antes de que pudiera decirse que hab�an escapado de los prejuicios, los instintos y los h�bitos del paganismo, y que hab�an entrado completamente en la mente de Cristo.

En cap�tulos posteriores, encontraremos al Ap�stol rectificando lo que estaba mal en sus nociones tanto de verdad como de deber; y, al hacerlo, abri�ndonos las l�neas en las que la fe defectuosa necesita ser corregida y complementada.

Pero no debemos pasar por alto este aviso de las deficiencias de la fe sin preguntarnos si nuestra propia fe es viva y progresiva. Puede ser bastante cierto y s�lido en s� mismo; pero �y si nunca llega m�s lejos? Es en su naturaleza un injerto en Cristo, un establecimiento del alma en una conexi�n vital con �l; y si es lo que debe ser, habr� una transfusi�n, por medio de ella, de Cristo en nosotros.

Obtendremos una posesi�n m�s amplia y segura de la mente de Cristo, que es el est�ndar tanto de la verdad espiritual como de la vida espiritual. Sus pensamientos ser�n nuestros pensamientos; Su juicio, nuestro juicio; Sus estimaciones de la vida y los diversos elementos que la componen, nuestras estimaciones; Su disposici�n y conducta, el modelo y la inspiraci�n de los nuestros. La fe es una peque�a cosa en s� misma, el m�s peque�o de los peque�os comienzos; en su etapa m�s temprana es compatible con un alto grado de ignorancia, de necedad, de insensibilidad en la conciencia; y por eso el creyente no debe olvidar que es un disc�pulo; y que aunque ha entrado en la escuela de Cristo, s�lo ha entrado en ella y tiene muchas clases por las que pasar, y mucho que aprender y desaprender, antes de que pueda convertirse en un cr�dito para su Maestro.

Un ap�stol que venga entre nosotros probablemente se ver� afectado por deficiencias manifiestas en nuestra fe. Este aspecto de la verdad, dir�a, se pasa por alto; esta doctrina vital no es realmente una parte vital de sus mentes; en su estimaci�n de tal o cual cosa est� traicionado por prejuicios mundanos que han sobrevivido a su conversi�n; en su conducta en tal o cual situaci�n est� completamente en desacuerdo con Cristo.

Tendr�a mucho que ense�arnos, sin duda, sobre la verdad, el bien y el mal, y sobre nuestra vocaci�n cristiana; y si deseamos remediar los defectos de nuestra fe, debemos prestar atenci�n a las palabras de Cristo y sus ap�stoles, para que no solo seamos injertados en �l, sino que crezcamos en �l en todas las cosas y lleguemos a ser hombres perfectos en Cristo Jesus.

En vista de sus deficiencias, Pablo or� mucho para poder volver a ver a los tesalonicenses; y consciente de su propia incapacidad para vencer los obst�culos levantados en su camino por Satan�s, remite todo el asunto a Dios. "Que nuestro Dios y Padre mismo, y nuestro Se�or Jesucristo, nos ense�e nuestro camino". Ciertamente, en esa oraci�n la persona a la que se dirige directamente es nuestro Dios y Padre mismo; nuestro Se�or Jesucristo es presentado en subordinaci�n a �l; sin embargo, �qu� dignidad implica esta yuxtaposici�n de Dios y Cristo! Seguramente el nombre de una criatura meramente humana, incluso si pudiera ser exaltado para compartir el trono de Dios, no podr�a aparecer en este contexto.

No debe pasarse por alto que tanto en este pasaje como en el similar de 2 Tesalonicenses 2:16 sig., Donde Dios y Cristo son nombrados uno al lado del otro, el verbo est� en singular. Es un asentimiento involuntario del Ap�stol a la palabra del Se�or: "Yo y el Padre uno somos". Podemos entender por qu� a�adi� en este lugar "nuestro Se�or Jesucristo" a "nuestro Dios y Padre".

"No fue s�lo que todo poder le fue dado al Hijo en el cielo y en la tierra; sino que, como bien sab�a Pablo desde el d�a en que el Se�or lo arrest� en Damasco, el coraz�n del Salvador lat�a en simpat�a por Su Iglesia sufriente, y seguramente responder� a cualquier oraci�n en su nombre. Sin embargo, deja el resultado a Dios; e incluso si no se le permite ir a ellos, todav�a puede orar por ellos, como lo hace en los vers�culos finales del cap�tulo: "El Se�or, haz que aumenten y abunden en amor los unos para con los otros, y para con todos los hombres, como tambi�n nosotros lo hacemos para con ustedes; hasta el final, �l podr� afirmar vuestros corazones intachables en santidad ante nuestro Dios y Padre, en la venida de nuestro Se�or Jes�s con todos sus santos ".

Aqu� es claramente Cristo a quien se dirige la oraci�n; y lo que pide el Ap�stol es que haga que los tesalonicenses crezcan y abunden en amor. El amor, parece decir, es la �nica gracia en la que se comprenden todas las dem�s; nunca podemos tener demasiado; nunca podemos tener suficiente. Las fuertes palabras de la oraci�n realmente piden que los tesalonicenses sean amorosos en un grado superlativo, desbordantes de amor.

Y f�jense en el aspecto en el que se nos presenta aqu� el amor: es un poder y un ejercicio de nuestra propia alma, ciertamente, pero no somos la fuente de �l; es el Se�or quien nos har� ricos en amor. El mejor comentario de esta oraci�n es la palabra del Ap�stol en otra carta: "El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Esp�ritu Santo que nos fue dado". "Amamos porque el nos amo primero.

"En cualquier grado que el amor exista en nosotros, Dios es su fuente; es como un pulso d�bil, cada latido separado del cual habla del latido del coraz�n; y es solo cuando Dios nos imparte Su Esp�ritu m�s plenamente que nuestra capacidad porque el amor se profundiza y se expande. Cuando ese Esp�ritu brota dentro de nosotros, una fuente inagotable, entonces r�os de agua viva, arroyos de amor, se desbordar�n por todas partes. Porque Dios es amor, y el que habita en el amor habita en Dios, y Dios en �l.

Pablo busca el amor por sus conversos como el medio por el cual sus corazones pueden establecerse sin culpa en la santidad. Esa es una direcci�n notable para quienes buscan la santidad. Un coraz�n ego�sta y sin amor nunca podr� tener �xito en esta b�squeda. Un coraz�n fr�o no es inocente, y nunca lo ser�; es farisaico o repugnante, o ambos. Pero el amor santifica. A menudo, solo escapamos de nuestros pecados escapando de nosotros mismos; por un inter�s sincero, abnegado y olvidado por los dem�s.

Es muy posible pensar tanto en la santidad como para poner la santidad fuera de nuestro alcance: no viene con concentrar el pensamiento en nosotros mismos; es el hijo del amor, que enciende un fuego en el coraz�n en el que se queman las faltas. El amor es el cumplimiento de la ley; la suma de los diez mandamientos; el fin de toda perfecci�n. No nos imaginemos que hay otra santidad que la que as� se crea.

Hay una fea clase de impecabilidad que siempre est� levantando la cabeza de nuevo en la Iglesia; una santidad que no conoce el amor, sino que consiste en una especie de aislamiento espiritual, en la censura, en levantar la cabeza y sacudir el polvo de los pies contra los hermanos, en la presunci�n, en la condescendencia, en la santurrona separaci�n de la libertad de com�n la vida, como si fuera demasiado bueno para la compa��a que Dios le ha dado: todo esto es tan com�n en la Iglesia como se condena claramente en el Nuevo Testamento.

Es una abominaci�n a los ojos de Dios. Si vuestra justicia, dice Cristo, no excede esto, no entrar�is en el reino de los cielos. El amor lo supera infinitamente y abre la puerta que est� cerrada a cualquier otra pretensi�n.

El reino de los cielos se presenta ante la mente del ap�stol mientras escribe. Los tesalonicenses deben ser irreprensibles en santidad, no en el juicio de ning�n tribunal humano, sino ante nuestro Dios y Padre, en la venida de nuestro Se�or Jesucristo con todos sus santos. Al final de cada uno de estos tres Cap�tulos, este gran evento ha surgido a la vista. La venida de nuestro Se�or Jesucristo es un escenario de juicio para algunos; de gozo y gloria para los dem�s; de imponente esplendor para todos.

Muchos piensan que las �ltimas palabras aqu�, "con todos sus santos", se refieren a los �ngeles, y Zacar�as 14:5 , "el Se�or mi Dios vendr�, y todos los santos contigo", en las que indudablemente se refieren a los �ngeles. , se ha citado en apoyo de este punto de vista; pero tal uso de "santos" ser�a inigualable en el Nuevo Testamento. El Ap�stol se refiere a los muertos en Cristo, quienes, como explica en un cap�tulo posterior, engrosar�n la cola del Se�or en Su venida.

El instinto con el que Pablo recurre a este gran acontecimiento muestra el gran lugar que ocup� en su credo y en su coraz�n. Su esperanza era la esperanza de la segunda venida de Cristo; su gozo era un gozo que no palidec�a en esa espantosa presencia: su santidad era una santidad para resistir la prueba de esos ojos escrutadores. �A d�nde ha ido este motivo supremo en la Iglesia moderna? �No es �ste un punto en el que la palabra apost�lica nos invita a perfeccionar lo que falta en nuestra fe?

Información bibliográfica
Nicoll, William R. "Comentario sobre 1 Thessalonians 3". "El Comentario Bíblico del Expositor". https://beta.studylight.org/commentaries/spa/teb/1-thessalonians-3.html.