Bible Commentaries
1 Timoteo 1

El Comentario Bíblico del ExpositorEl Comentario Bíblico del Expositor

Versículo 1

2 Timoteo 1:1 , Tito 1:1

Cap�tulo 1

Introductorio

EL CAR�CTER Y GENUINIDAD DE LAS EP�STOLAS PASTORALES.- 1 Timoteo 1:1 ; 2 Timoteo 1:1 ; Tito 1:1

LA primera cuesti�n a la que nos enfrentamos al entrar en el estudio de las ep�stolas pastorales es la de su autenticidad, que �ltimamente ha sido negada con seguridad. Al leerlos, �estamos leyendo las palabras de despedida del gran Ap�stol a los ministros de Cristo? �O estamos leyendo s�lo los consejos bien intencionados pero mucho menos importantes de alguien que en una �poca posterior asumi� el nombre e imit� el estilo de San Pablo? Parece necesario dedicar la primera de estas exposiciones a la discusi�n de esta cuesti�n.

El t�tulo "Ep�stolas pastorales" dif�cilmente podr�a mejorarse, pero podr�a malinterpretarse f�cilmente como implicando m�s de lo que realmente es. Llama la atenci�n sobre lo que es m�s conspicuo, pero de ninguna manera la �nica caracter�stica de estas ep�stolas. Aunque las palabras que m�s directamente significan el oficio del pastor, como "pastorear", "alimentar", "cuidar" y "reba�o", no aparecen en estas cartas y s� aparecen en otras partes de las Escrituras, pero en ning�n otro libro de la Biblia. En la Biblia encontramos tantas direcciones con respecto al cuidado pastoral de las Iglesias.

El t�tulo es mucho menos apropiado para 2 Timoteo que para las otras dos ep�stolas. Los tres son tanto pastorales como personales; pero mientras que 1 Timoteo y Tito son principalmente lo primero, 2 Timoteo es principalmente lo �ltimo. Las tres juntas se encuentran entre las otras ep�stolas de San Pablo y la de Filem�n. Como este �ltimo, son personales; como el resto, tratan de grandes cuestiones de doctrina, pr�ctica y gobierno de la Iglesia, m�s que de asuntos privados y personales.

Al igual que para Filem�n, no se dirigen a las iglesias, sino a los individuos; sin embargo, se les escriben no como amigos privados, sino como delegados, aunque no meros delegados, del Ap�stol y como oficiales de la Iglesia. Adem�s, los asuntos importantes de la Iglesia de los que tratan no se consideran como en las otras ep�stolas, desde el punto de vista de la congregaci�n o de la Iglesia en general, sino m�s bien del supervisor o ministro. Y, como son cartas oficiales en lugar de privadas, evidentemente est�n destinadas a ser le�das por otras personas adem�s de Timoteo y Tito.

Entre las ep�stolas que llevan el nombre de San Pablo, ninguna ha suscitado tanta controversia como estas, especialmente en lo que respecta a su autenticidad. Pero la controversia es completamente moderna. Es poco o nada exagerado decir que desde el siglo I hasta el XIX nadie neg� ni dud� de que fueran escritos por San Pablo. Es cierto que algunos herejes del siglo II rechazaron algunos o todos.

Marci�n, y quiz�s Bas�lides, rechazaron los tres. Taciano, mientras manten�a la apostolicidad de la ep�stola a Tito, los repudi� a Timoteo. Y Or�genes nos dice que algunas personas dudaron de 2 Timoteo porque conten�a el nombre de Jannes y Jambres, que no aparecen en el Antiguo Testamento. Pero es bien sabido que Marci�n, al enmarcar su mutilado y magro canon de las Escrituras, no profes� hacerlo por motivos cr�ticos.

Rechaz� todo excepto una edici�n expurgada de San Lucas y ciertas Ep�stolas de San Pablo, no porque dudara de su autenticidad, sino porque no le gustaba su contenido. No encajaban en su sistema. Y los pocos que rechazaron una o m�s de estas ep�stolas lo hicieron con un esp�ritu similar. No profesaron encontrar que estos documentos no estuvieran debidamente autenticados, pero estaban disgustados con pasajes en ellos.

La evidencia, por lo tanto, nos justifica al afirmar que, con alguna peque�a excepci�n en el siglo II, estas tres ep�stolas fueron, hasta tiempos muy recientes, universalmente aceptadas como escritas por San Pablo.

Este gran hecho se enfatiza en gran medida por dos consideraciones.

(1) El repudio de ellos por parte de Marci�n y otros dirigi� la atenci�n hacia ellos. Evidentemente, no fueron aceptados por un descuido, porque nadie pens� nada en ellos.

(2) La evidencia con respecto a la aceptaci�n general de ellos como San Pablo es plena y positiva, y se remonta a los tiempos m�s antiguos. No consiste mera o principalmente en ausencia de prueba en contrario. Tertuliano se pregunta qu� pudo haber inducido a Marci�n, mientras aceptaba la Ep�stola a Filem�n, a rechazar las de Timoteo y Tito: y, por supuesto, quienes las repudiaron habr�an se�alado puntos d�biles en su afirmaci�n de ser can�nico si tal hubiera existido.

E incluso si no insistimos en los pasajes en los que es casi seguro que Clemente de Roma (cir. 95 d.C.), Ignacio de Antioqu�a (cir. 112 d.C.), Policarpo de Esmirna (cir. 112 d.C.), y Te�filo de Antioqu�a (cir. 180 d. C.), tenemos pruebas directas de un tipo muy convincente. Se encuentran en el Peshitto, o versi�n sir�aca temprana, que se hizo en el siglo II. Est�n contenidos en el canon muratoriano, cuya fecha a�n puede colocarse como no posterior a A.

D. 170. Ireneo, disc�pulo de Policarpo, afirma que "Pablo menciona a Linus en la Ep�stola a Timoteo", y cita a Tito 3:10 con la introducci�n "como tambi�n dice Pablo". Eusebio hace probable que tanto Justino M�rtir como Hegesipo citaron de 1 Timoteo; y �l mismo coloca las tres ep�stolas entre los libros universalmente aceptados, y no entre los escritos discutibles: i.

e., los coloca con los Evangelios, Hechos, 1 Pedro, 1 Juan y las otras Ep�stolas de San Pablo, y no con Santiago, 2 Pedro 2:1 y 3 Juan y Judas. En este arreglo es precedido por Clemente de Alejandr�a y Tertuliano, quienes citan frecuentemente de las tres ep�stolas, a veces como las palabras de la Escritura, a veces como las del "Ap�stol", a veces como las de Pablo, a veces como las del Esp�ritu. De vez en cuando se dice expresamente que las palabras citadas est�n dirigidas a Timoteo o a Tito.

Nos llevar�a un campo demasiado lejos para examinar en detalle las diversas consideraciones que han inducido a algunos cr�ticos eminentes a dejar de lado esta fuerte variedad de evidencia externa y rechazar una o m�s de estas ep�stolas. Caen en el principal bajo cuatro cabezas.

(1) La dificultad de encontrar un lugar para estas cartas en la vida de San Pablo, tal como se nos da en los Hechos y en sus propios escritos.

(2) La gran cantidad de fraseolog�a peculiar que no se encuentra en ninguna otra ep�stola paulina.

(3) La organizaci�n de la Iglesia indicada en estas cartas, que supuestamente es de una fecha posterior a la de San Pablo.

(4) Las doctrinas y pr�cticas err�neas atacadas, que tambi�n se dice que son de una �poca posterior.

Sobre la mayor�a de estos puntos tendremos que volver en alguna ocasi�n futura, pero por el momento esto puede afirmarse con confianza.

(1) En los Hechos y en las otras ep�stolas de San Pablo la vida del Ap�stol queda incompleta. Nada nos proh�be suponer que la parte restante ascendi� a varios a�os, durante los cuales se escribieron estas tres cartas. La segunda ep�stola a Timoteo, en cualquier caso, tiene el inter�s �nico de ser la �ltima expresi�n existente del ap�stol San Pablo.

(2) La fraseolog�a que es peculiar de cada una de estas ep�stolas no es mayor en cantidad que la fraseolog�a que es peculiar de la Ep�stola a los G�latas, que incluso Baur admite que es de indiscutible autenticidad. La dicci�n peculiar que es com�n a las tres ep�stolas est� bien explicada por la peculiaridad del tema com�n y por el hecho de que estas cartas est�n separadas por varios a�os incluso del �ltimo entre los otros escritos de San Pablo.

(3, 4) Hay buenas razones para creer que durante la vida de San Pablo la organizaci�n de la Iglesia correspond�a a lo que se esboza en estas cartas, y que ya exist�an errores como los que denuncian estas cartas.

Aunque la controversia no ha terminado de ninguna manera, dos resultados son generalmente aceptados como pr�cticamente ciertos.

I. Las tres ep�stolas deben permanecer o caer juntas. Es imposible aceptar dos, uno o cualquier parte de uno de ellos y rechazar el resto. Deben resistir o caer con la hip�tesis del segundo encarcelamiento de San Pablo. Si el Ap�stol fue encarcelado en Roma solo una vez y fue ejecutado al final de ese encarcelamiento, entonces estas tres cartas no fueron escritas por �l.

(1) Las ep�stolas permanecen o caen juntas: las tres son genuinas o las tres falsas. Debemos aceptar las tres cartas con los eruditos de la Iglesia Primitiva, de la Edad Media y del Renacimiento, ya sean romanos o protestantes, y con una clara mayor�a de cr�ticos modernos; o bien con Marci�n, Bas�lides, Eichhorn, Bauer y sus seguidores, rechazar los tres. Como el propio Credner tuvo que reconocer, despu�s de haber defendido al principio la teor�a, es imposible seguir a Taciano al retener a Tito como apost�lico, mientras se repudian los otros dos como falsificaciones.

Tampoco los dos eruditos que originaron la controversia moderna encontraron m�s de un cr�tico de eminencia para aceptar su conclusi�n de que tanto Tito como 2 Timoteo son genuinos, pero 1 Timoteo no. Sin embargo, Reuss hace otra sugerencia, que 2 Timoteo es incuestionablemente genuino, mientras que los otros dos son dudosos. Y por �ltimo tenemos a Pfleiderer admitiendo que 2 Timoteo contiene al menos dos secciones que con raz�n se han reconocido como genuinas, 2 Timoteo 1:15 ; 2 Timoteo 4:9 y Ren�n preguntando si el falsificador de estas tres ep�stolas no pose�a algunas cartas aut�nticas de San Pablo que ha consagrado en su composici�n.

Se ver�, por tanto, que aquellos que impugnan la autenticidad de las Ep�stolas Pastorales no est�n de ninguna manera de acuerdo entre ellos. La evidencia en algunos lugares es tan fuerte que muchos de los objetores se ven obligados a admitir que las Ep�stolas son, al menos en parte, obra de San Pablo. Es decir, ciertas partes, que admiten ser sometidas a pruebas rigurosas, superan la prueba y se pasan como genuinas, a pesar de las dificultades que las rodean.

El resto, que no admite tal prueba, es repudiado por las dificultades. Nadie puede objetar razonablemente la aplicaci�n de las pruebas disponibles ni la exigencia de explicaciones de las dificultades. Pero no debemos tratar lo que no se puede probar satisfactoriamente como si se hubiera probado y se hubiera encontrado deficiente; Tampoco debemos negarnos a tener en cuenta el apoyo que las partes que pueden ser minuciosamente tamizadas prestan a aquellas para las que no se puede encontrar un criterio decisivo.

Menos a�n debemos proceder con la suposici�n de que rechazar estas ep�stolas o cualquier parte de ellas es un procedimiento que elimina las dificultades. Es simplemente un intercambio de un conjunto de dificultades por otro. Para las mentes imparciales, tal vez les parezca que las dificultades involucradas en la suposici�n de que las ep�stolas pastorales son total o parcialmente una falsificaci�n, no son menos serias que las que se han se�alado contra la tradici�n bien establecida de su autenticidad.

Hay que tener en cuenta la fuerte evidencia externa a su favor. Ya est� completo, claro y decidido, tan pronto como pudimos esperar encontrarlo, es decir, en Ireneo, Clemente de Alejandr�a y Tertuliano. Y debe notarse que estos testigos nos dan las creencias tradicionales de varios centros principales de la cristiandad. Ireneo habla con pleno conocimiento de lo aceptado en Asia Menor, Roma y Galia; Testigos Clemente para Egipto y Tertuliano para Am�rica del Norte.

Y aunque la ausencia de tal apoyo no habr�a causado una gran perplejidad, su evidencia directa est� respaldada de manera muy material por pasajes estrechamente paralelos a las palabras de las Ep�stolas Pastorales que se encuentran en escritores a�n anteriores a Ireneo. Renan admite la relaci�n entre 2 Timoteo y la Ep�stola de Clemente de Roma, y ??sugiere que cada escritor ha tomado prestado de una fuente com�n. Pfleiderer admite que la Ep�stola de Ignacio a Policarpo "muestra sorprendentes puntos de contacto con 2 Timoteo.

"La teor�a de Bauer, de que las tres cartas son tan tard�as como el 150 d.C. y son un ataque a Marci�n, encuentra poco apoyo ahora. Pero todav�a se nos pide que creamos que 2 Timoteo fue forjado en el reinado de Trajano (98-117) y las otras dos ep�stolas durante el reinado de Adriano (117-138). �Es cre�ble que una falsificaci�n perpetrada entre 120 y 135 d. carta genuina del Ap�stol St.

�Paul? Y, sin embargo, esto es lo que debe haber sucedido en el caso de 1 Timoteo, si la hip�tesis que se acaba de enunciar es correcta. Y esto no es todo: Marci�n, como sabemos, rechaz� las tres ep�stolas pastorales; y Tertuliano no puede pensar por qu� Marci�n deber�a hacerlo. Pero, cuando Marci�n estaba enmarcando su canon, sobre el reinado de Adriano, 2 Timoteo, seg�n estas fechas, tendr�a apenas veinte a�os, y 1 Timoteo ser�a nuevo.

Si esto hubiera sido as�, Marceon, con su �ntimo conocimiento de los escritos de San Pablo, habr�a ignorado el hecho; y si lo hubiera sabido, �no habr�a denunciado la falsificaci�n? O tambi�n, si asumimos que �l simplemente trat� a este grupo de ep�stolas con silencioso desprecio, �no habr�a dirigido la atenci�n sobre ellas su rechazo, que era bien conocido, y provocado que se descubriera r�pidamente su origen reciente? De todo lo cual es manifiesto que la teor�a de la falsificaci�n de ninguna manera nos libera de graves obst�culos.

Se observar� que la evidencia externa es grande en cantidad y abrumadoramente a favor de la autor�a apost�lica. Las objeciones se basan en pruebas internas. Pero algunos de los principales oponentes admiten que incluso la evidencia interna est� a favor de ciertas partes de las Ep�stolas. Entonces, con Renan, Pfleiderer y otros admitamos que partes de 2 Timoteo fueron escritas por San Pablo; entonces existe una fuerte presunci�n de que toda la carta es de �l; porque incluso las partes sospechosas tienen la prueba externa a su favor, junto con el apoyo que les prestan aquellas partes para las que la prueba interna tambi�n es satisfactoria.

A��dase a esto la improbabilidad de que alguien almacene cartas genuinas de San Pablo durante cincuenta a�os y luego use partes de ellas para dar sustancia a una invenci�n. O sostengamos, junto con Reuss, que en 2 Timoteo "toda la Ep�stola es tan completamente la expresi�n natural de la situaci�n real del autor, y contiene, no buscada y en su mayor parte en forma de meras alusiones, tal masa de minutos y datos no esenciales, que, incluso si el nombre del escritor no pudiera ser mencionado al principio, ser�a f�cil descubrirlo.

"Entonces hay una fuerte presunci�n de que las otras dos cartas tambi�n son genuinas; porque tienen la evidencia externa de su lado, junto con el buen car�cter reflejado en ellas por su ep�stola hermana. Este resultado, por supuesto, se fortalece enormemente, si bien de manera bastante independiente de 2 Timoteo, las afirmaciones de Tito de ser apost�lico se consideran adecuadas. Con dos de las tres cartas admitidas como genuinas, el caso de la carta restante se vuelve fuerte.

Tiene la poderosa evidencia externa de su lado, respaldada por el apoyo que le prestaron sus dos compa�eros m�s manifiestamente aut�nticos. Hasta aqu�, por lo tanto, podemos estar de acuerdo con Baur: "Las tres ep�stolas son tan parecidas que ninguna de ellas puede separarse de las dem�s; y de esta circunstancia se puede inferir con seguridad la identidad de su autor�a". Pero cuando afirma que cualquiera de esta familia de cartas que se examine aparecer� como el traidor de sus hermanos, simplemente invierte la verdad.

Cada letra, al examinarla, apoya a las otras dos; "y una cuerda triple no se rompe f�cilmente". El miembro m�s fuerte de la familia Isa�as 2 Timoteo: la evidencia externa a su favor es amplia, y ninguna ep�stola en el Nuevo Testamento es m�s caracter�stica de San Pablo. No ser�a menos razonable disputar 2 Corintios. Y si se admite a 2 Timoteo, no hay base sostenible para excluir a los otros dos.

II. Pero no solo las tres ep�stolas permanecen juntas o caen juntas, se mantienen firmes o caen con la hip�tesis de la liberaci�n y el segundo encarcelamiento del Ap�stol. La afirmaci�n de que no se puede encontrar lugar para las ep�stolas pastorales en la narrativa de los Hechos es v�lida; pero no hay ninguna objeci�n a la autenticidad de las ep�stolas. La conclusi�n de los Hechos implica que el final de la vida de San Pablo no se alcanza en la narraci�n.

"Vivi� dos a�os enteros en su propia vivienda alquilada", implica que despu�s de ese tiempo se produjo un cambio. Si ese cambio fue su muerte, �qu� antinatural por no mencionarlo! La conclusi�n es muy paralela a la del Evangelio de San Lucas; y podr�amos argumentar casi con la misma raz�n que "estaban continuamente en el templo", prueba que nunca fueron "revestidos con el poder de lo alto", porque se les dijo que "se quedaran en la ciudad" hasta que estuvieran vestidos de esa manera, como sostienen que "residi� dos a�os completos en su propia vivienda alquilada", prueba que al final de los dos a�os lleg� el final de St.

La vida de Paul. Concedamos que la conclusi�n de los Hechos es inesperadamente abrupta y que esta brusquedad constituye una dificultad. Entonces tenemos nuestra elecci�n de dos alternativas. O los dos a�os de prisi�n fueron seguidos por un per�odo de trabajo renovado, o fueron interrumpidos por el martirio del Ap�stol. �No es m�s f�cil creer que el escritor no consider� que este nuevo per�odo de trabajo, que habr�a llenado muchos Cap�tulos, entraba dentro del alcance de su narrativa, que omiti� una conclusi�n tan obvia como la de S.

La muerte de Pablo, �para qu� hubiera bastado un solo vers�culo? Pero admitamos que afirmar que San Pablo fue puesto en libertad al cabo de dos a�os es mantener una mera hip�tesis: sin embargo, afirmar que no fue puesto en libertad es igualmente mantener una mera hip�tesis. Si excluimos las Ep�stolas Pastorales, la Escritura no da forma de decidir la cuesti�n, y cualquiera que sea la alternativa que adoptemos, estamos haciendo una conjetura. Pero, �qu� hip�tesis tiene m�s evidencia de su lado? Ciertamente la hip�tesis del lanzamiento.

(1) Las Ep�stolas Pastorales, aunque no sean de San Pablo, son de alguien que cre�a que el Ap�stol hizo mucho despu�s del cierre de los Hechos.

(2) El famoso pasaje de Clemente de Roma (Corintios 5) dice que San Pablo "gan� el noble renombre que fue la recompensa de su fe, habiendo ense�ado la justicia a todo el mundo y habiendo llegado al l�mite m�s lejano de Occidente (?? ????? ??? ??????) ". Esto probablemente significa Espa�a; y si San Pablo alguna vez fue a Espa�a como esperaba, Romanos 15:24 ; Romanos 15:28 fue despu�s del encarcelamiento narrado en los Hechos. Clemente nos da la tradici�n en Roma (cir. 95 dC).

(3) El fragmento de Muratori (cir. 170 d. C.) menciona la "partida de Pablo de la ciudad a Espa�a".

(4) Eusebio ("�L", II 22: 2) dice que al final de los dos a�os de encarcelamiento, seg�n la tradici�n, el Ap�stol sali� de nuevo al ministerio de la predicaci�n, y en una segunda visita a la ciudad termin� su carrera por el martirio bajo Ner�n; y que durante este encarcelamiento compuso la Segunda Ep�stola a Timoteo. Todo esto no equivale a prueba; pero eleva la hip�tesis de la liberaci�n a un alto grado de probabilidad. Nada de este tipo puede apostarse a favor de la contrahip�tesis.

No es un argumento insistir en la improbabilidad de que los trabajos de estos �ltimos a�os de la vida de San Pablo no se registren.

(1) Est�n registrados en parte en las Ep�stolas Pastorales.

(2) La labor completa de la mayor�a de los Doce no se registra. Incluso en la vida de San Pablo, a�os enteros quedan en blanco. Lo fragmentaria que debe ser la narrativa de los Hechos lo prueba la autobiograf�a de 2 Corintios.

El hecho de que tengamos muy poca noticia de los hechos de San Pablo entre los dos encarcelamientos no pone en duda la existencia de tal intervalo.

El resultado de esta discusi�n preliminar parece mostrar que las objeciones que se han formulado contra estas ep�stolas no nos obligan a dudar de que al estudiarlas estemos estudiando los �ltimos escritos del Ap�stol de los gentiles. Si a�n sobrevive alguna duda, se espera que un examen m�s detenido de los detalles tienda a eliminarlas en lugar de fortalecerlas. Cuando hayamos completado nuestra encuesta, es posible que podamos agregar nuestro testimonio a aquellos que a lo largo de muchos siglos han encontrado en estos escritos una fuente de gu�a, advertencia y aliento divinos, especialmente en la obra ministerial.

La experiencia de innumerables pastores da fe de la sabidur�a de la Iglesia, o en otras palabras, de la buena Providencia de Dios, al hacer que estas ep�stolas se incluyan entre las Sagradas Escrituras.

"Es un hecho establecido", como se�ala acertadamente Bernhard Weiss ("Introducci�n al Nuevo Testamento", vol. 1, p�g. 410), "que las caracter�sticas esenciales y fundamentales de la doctrina paulina de la salvaci�n se encuentran incluso en sus aspectos espec�ficos. expresi�n reproducida en nuestras ep�stolas con una claridad que no encontramos en ning�n disc�pulo paulino, salvo quiz�s Lucas o el Clemente romano ". Quien los compuso ten�a a sus �rdenes, no solo St.

Las formas de doctrina y expresi�n de Pablo, pero grandes fondos de celo apost�lico y discreci�n, que han demostrado ser capaces de calentar los corazones y guiar los juicios de una larga lista de sucesores. Aquellos que son conscientes de estos efectos sobre s� mismos probablemente encontrar�n m�s f�cil creer que han obtenido estos beneficios del gran Ap�stol mismo, que de uno que, con buenas intenciones, asumi� su nombre y se disfraz� con su manto. De ahora en adelante, hasta que encontremos motivos serios para la duda, se asumir� que en estas ep�stolas tenemos los consejos de despedida nada menos que de San Pablo.

Versículo 2

Capitulo 2

1 timoteo

TIMOTEO EL AMADO DISC�PULO DE SAN. PABLO-SU VIDA Y CAR�CTER.- 1 Timoteo 1:2 ; 2 Timoteo 1:2

En la relaci�n de San Pablo con Timoteo tenemos una de esas hermosas amistades entre un hombre mayor y un joven que com�nmente son tan �tiles para ambos. Es en tales casos, m�s que en los que los amigos tienen la misma edad, que cada uno puede ser el complemento real del otro. Cada uno por su abundancia puede suplir las necesidades del otro, mientras que los hombres de la misma edad tendr�an necesidades y suministros comunes. A este respecto, la amistad entre St.

Pablo y Timoteo nos recuerdan eso entre San Pedro y San Juan. En cada facilidad, el amigo que lideraba era mucho mayor que el otro; y (lo que est� menos en armon�a con la experiencia ordinaria) en cada facilidad era el amigo mayor el que ten�a el impulso y el entusiasmo, el m�s joven el que ten�a la reflexividad y la reserva. Estas �ltimas cualidades son quiz�s menos marcadas en St. Timothy que en St.

John, pero sin embargo est�n ah�, y se encuentran entre los rasgos principales de su car�cter. San Pablo se apoya en �l mientras lo gu�a, y conf�a en su consideraci�n y circunspecci�n en los casos que requieren firmeza, delicadeza y tacto. Del afecto con el que miraba a Timoteo tenemos evidencia en todo el tono de las dos cartas que le dirigieron. En la esfera de la fe, Timoteo es su "propio hijo verdadero" (no simplemente adoptado, y mucho menos suposiciones), y su "hijo amado".

"San Pablo les dice a los corintios que como mejor medio para hacerlos imitadores de s� mismo les ha enviado" Timoteo, que es mi hijo amado y fiel en el Se�or, que os recordar� mis caminos que son en Cristo , as� como ense�o en todas partes en cada Iglesia. " 1 Corintios 4:17 Y unos a�os despu�s les dice a los filipenses que espera enviarles a Timoteo en breve, para que sepa c�mo les va.

Porque no tiene a nadie como �l, que se preocupe genuinamente por su bienestar. El resto se preocupa solo por sus propios intereses. "Pero la prueba de �l lo sab�is, que, como un ni�o y un padre, as� sirvi� conmigo para el Evangelio". 2 Timoteo 2:22 De todos los que alguna vez convirti� a la fe, Timoteo parece haber sido en St.

Pablo, el disc�pulo m�s amado y de mayor confianza. Siguiendo el ejemplo del cuarto evangelista, Timoteo podr�a haberse llamado a s� mismo "El disc�pulo a quien Pablo amaba". Comparti� las labores externas de su padre espiritual y los pensamientos m�s �ntimos. Estuvo con �l cuando el Ap�stol no pudo o no quiso tener la compa��a de otros. Fue enviado a las misiones m�s delicadas y confidenciales. Estaba a cargo de las congregaciones m�s importantes. Cuando el Ap�stol se encontraba en su �ltimo y casi solitario encarcelamiento, fue a Timoteo a quien llam� para consolarlo y recibir sus �ltimos mandamientos.

Hay otro punto en el que el disc�pulo amado de las Ep�stolas Pastorales se asemeja al disc�pulo amado del Cuarto Evangelio. Tendemos a pensar en ambos como siempre j�venes. El arte cristiano representa casi invariablemente a San Juan como un hombre de apariencia juvenil y casi femenina. Y, aunque en el caso de Timothy, los pintores y escultores no han influido mucho en nuestra imaginaci�n, la imagen que nos formamos de �l es muy similar a la que com�nmente recibimos de S.

Juan. Con extra�a l�gica, esto se ha convertido en un argumento en contra de la autenticidad de las ep�stolas pastorales. El mito, se nos dice, le ha dado a este Aquiles cristiano los atributos de la eterna juventud. Timoteo era un muchacho de unos quince a�os cuando San Pablo lo convirti� en Listra, en o cerca del 45 dC; y probablemente a�n no ten�a treinta y cinco a�os cuando San Pablo le escribi� la primera ep�stola. Incluso si hubiera sido mucho mayor, no habr�a nada sorprendente en el tono de St.

Las cartas de Paul a �l. Es una de las experiencias m�s comunes encontrar padres ancianos hablando de sus hijos de mediana edad como si todav�a fueran ni�os y ni�as. Este rasgo, por ser tan completamente natural, deber�a contar como un toque m�s all� del alcance de un falsificador m�s que como una circunstancia que deber�a despertar nuestras sospechas, en las cartas de "Paul el anciano" a un amigo que era treinta a�os m�s joven. que �l mismo.

Una vez m�s, los avisos de Timoteo que nos han llegado, como los que tenemos respecto al disc�pulo amado, son muy fragmentarios; pero forman un hermoso y consistente boceto de uno cuyo retrato completo anhelamos poseer.

Timothy era un nativo, posiblemente de Derbe, pero m�s probablemente de la ciudad vecina de Listra, donde fue educado piadosamente en el conocimiento de las Escrituras jud�as por su abuela Lois y su madre Eunice. Probablemente fue durante la primera visita de San Pablo a Listra, en su primer viaje misionero, que se convirti� en el padre espiritual del ni�o, al convertirlo a la fe cristiana. Fue en Listra donde el ap�stol fue apedreado por la turba y arrastrado fuera de la ciudad como muerto: y no es improbable la sugerencia de que, cuando recuper� la conciencia y volvi� a entrar en la ciudad, fue en la casa de Timoteo donde encontrado refugio.

En cualquier caso, Listra era para el Ap�stol un lugar de asociaciones extra�amente mezcladas; la brutalidad de la multitud pagana junto a la tierna amistad del joven Timoteo. Cuando San Pablo, en su siguiente viaje misionero, visit� nuevamente Listra, encontr� a Timoteo disfrutando ya de una buena reputaci�n entre los cristianos de ese lugar y de Iconio por su celo y devoci�n durante los seis o siete a�os que hab�an transcurrido desde su primera visita.

Quiz�s hab�a estado involucrado en la obra misional en ambos lugares. Las voces de los profetas lo hab�an se�alado como alguien digno de ocupar un cargo en la Iglesia; y el Ap�stol, todav�a afligido por la partida de Bernab� con Juan Marcos, reconoci� en �l a uno que con Silas pod�a llenar la doble vacante. La conducta del Ap�stol de los Gentiles en esta ocasi�n ha suscitado en ocasiones sorpresa. Antes de la ordenaci�n, Pablo, el gran proclamador de la abrogaci�n de la Ley por el Evangelio, circuncid� al joven evangelista.

La inconsistencia es m�s aparente que real. Fue un ejemplo de c�mo se hizo "todo para todos" para la salvaci�n de las almas, y de sacrificar sus propias convicciones en asuntos que no eran esenciales, en lugar de ofender a otros. El padre de Timoteo hab�a sido gentil, y el hijo, aunque criado en la fe de su madre, nunca hab�a sido circuncidado. Para San Pablo, la circuncisi�n era un rito sin valor.

La pregunta era si era inofensivo. Esto depend�a de las circunstancias. Si, como entre los g�latas, hizo que la gente confiara en la Ley y descuidara el Evangelio, era un obst�culo supersticioso con el que no se pod�a hacer concesiones. Pero si se trataba de un pasaporte mediante el cual los predicadores, que de otro modo estar�an excluidos, pudieran acceder a las congregaciones jud�as, entonces no s�lo era una ceremonia inofensiva, sino tambi�n �til.

En la sinagoga, Timoteo, como jud�o incircunciso, habr�a sido una abominaci�n intolerable y nunca habr�a obtenido una audiencia. Para librarlo de esta desventaja paralizante, San Pablo lo someti� a un rito que �l mismo sab�a que era obsoleto. Luego sigui� la ordenaci�n, realizada con gran solemnidad por la imposici�n de las manos de todos los ancianos de la congregaci�n: y el evangelista reci�n ordenado se dispuso inmediatamente a acompa�ar a Pablo y Silas en sus labores por el Evangelio.

Dondequiera que iban, distribu�an copias de los decretos del Concilio Apost�lico de Jerusal�n, que declaraba que la circuncisi�n era innecesaria para los gentiles. Su verdadera posici�n con respecto a la circuncisi�n se hizo as� abundantemente evidente. Por el bien de los dem�s se hab�an abstenido de valerse de la misma libertad que proclamaban.

En Troad se encontraron con Lucas, el m�dico amado (como lo indica el uso repentino de la primera persona del plural en los Hechos), y lo llevaron con ellos a Filipos. Aqu� probablemente, como ciertamente despu�s en Berea, Pablo y Silas dejaron atr�s a Timoteo para consolidar su trabajo. Se reuni� con el Ap�stol en Atenas, pero desde all� fue enviado en misi�n a Tesal�nica y, a su regreso, encontr� a San Pablo en Corinto.

Las dos ep�stolas escritas desde Corinto a los Tesalonicenses est�n bajo los nombres conjuntos de Pablo y Timoteo. En Corinto, como en Listra, Iconio y Filipos, Timoteo se destac� por su celo como evangelista; y luego, durante unos cinco a�os, lo perdemos de vista. Podemos pensar en �l como generalmente al lado de San Pablo, y como siempre trabajando con �l; pero ignoramos los detalles del trabajo. Acerca de una.

D. 57 fue enviado por San Pablo en una delicada misi�n a Corinto. Esto fue antes de que se escribiera 1 Corintios; porque en esa carta San Pablo declara que ha enviado a Timoteo a Corinto, pero escribe como si esperara que la carta llegara a Corinto antes que �l. Acusa a los corintios de no agravar la timidez natural del joven evangelista y de no permitir que su juventud los prejuzgue en su contra. Cuando St.

Pablo escribi� 2 Corintios desde Macedonia m�s adelante en el a�o, Timoteo estaba de nuevo con �l, porque su nombre est� emparejado con el de Pablo: y todav�a est� con �l cuando el Ap�stol escribi� a los Romanos desde Corinto, porque se une para enviar saludos a los Romanos. Cristianos. Lo encontramos todav�a al lado de San Pablo en su camino de regreso a Jerusal�n a trav�s de Filipos, Troada, Tiro y Cesarea. Y aqu� volvemos a perder su rastro durante algunos a�os.

No sabemos qu� estaba haciendo durante los dos a�os de prisi�n de San Pablo en Cesarea; pero se uni� a �l durante el primer encarcelamiento en Roma, porque las Ep�stolas a los Filipenses, los Colosenses y Filem�n est�n escritas con los nombres de Pablo y Timoteo. Del pasaje ya citado de Filipenses podemos conjeturar que Timoteo fue a Filipos y regres� antes de que el Ap�stol fuera liberado.

Al final de la Ep�stola a los Hebreos leemos: "Sabed que nuestro hermano Timoteo ha sido puesto en libertad". Es posible que el encarcelamiento al que se refiere este aviso fuera contempor�neo del primer encarcelamiento de San Pablo, y que nuevamente se lo menciona en 1 Timoteo 1 Timoteo 6:12 como "la buena confesi�n" que �l "confes� en la vista". de muchos testigos ".

Los pocos hechos adicionales con respecto a Timoteo se nos dan en las dos cartas que le dirigimos. Alg�n tiempo despu�s de la liberaci�n de San Pablo, los dos estaban juntos en �feso; y cuando el Ap�stol se fue a Macedonia, dej� a su compa�ero detr�s de �l para advertir y exhortar a ciertos poseedores de doctrinas err�neas a desistir de ense�arlas. Hubo l�grimas, al menos por parte del amigo m�s joven, a las que alude San Pablo al comienzo de la Segunda Ep�stola; y eran bastante naturales.

La tarea que se le impuso a Timothy no fue f�cil; y despu�s de los peligros y sufrimientos a los que el Ap�stol hab�a estado expuesto, y que sus crecientes debilidades aumentaban continuamente, era muy posible que los amigos nunca volvieran a encontrarse. Por lo que sabemos, es posible que estas sombr�as aprensiones se hayan hecho realidad. En su primera carta, escrita desde Macedonia, San Pablo expresa la esperanza de regresar muy pronto a Timoteo; pero, como otras esperanzas expresadas en St.

Ep�stolas de Pablo, quiz�s nunca se cumpli�. La segunda carta, escrita desde Roma, no contiene alusi�n a ning�n encuentro intermedio. En esta segunda carta, le ruega dos veces a Timoteo que haga todo lo posible para acudir a �l sin demora, ya que se encuentra casi solo en su prisi�n. Pero no tenemos forma de saber si Timothy pudo cumplir con este deseo. Nos gusta pensar en el disc�pulo amado como un consuelo en las �ltimas horas de su maestro; pero, aunque la conjetura sea acertada, debemos recordar que es una conjetura y nada m�s.

Con la Segunda Ep�stola a �l termina todo lo que realmente sabemos de Timoteo. La tradici�n y las conjeturas ingeniosas a�aden un poco m�s que no se puede probar ni refutar. M�s de doscientos a�os despu�s de su muerte, Eusebio nos dice que est� relacionado con haber ocupado el cargo de supervisor de la di�cesis de �feso; y cinco siglos despu�s Nic�foro nos dice que fue golpeado hasta la muerte por la turba de Efeso por protestar contra el libertinaje de su adoraci�n a Artemisa.

Se ha conjeturado que Timoteo puede ser el "�ngel" de la Iglesia de �feso, que es en parte alabado y en parte culpable en el Apocalipsis, y se han establecido paralelismos entre las palabras de culpa en Apocalipsis 2:4 y la inquietud que parece ser la base de uno o dos pasajes de la Segunda Ep�stola a Timoteo.

Pero las semejanzas son demasiado leves para confiar en ellas. Todo lo que podemos decir es que, incluso si la fecha posterior se toma para el Apocalipsis, Timoteo pudo haber sido supervisor de la Iglesia de �feso en el momento en que se escribi� el libro.

Pero de todos los memoriales dispersos que nos han llegado con respecto a esta hermosa amistad entre el gran Ap�stol y su disc�pulo principal, las dos cartas del amigo mayor al menor son, con mucho, las principales. Y hay tanto en ellos que encaja con exquisita delicadeza en "las condiciones conocidas del caso que es dif�cil" imaginar c�mo un falsificador del siglo II podr�a haberse lanzado a la situaci�n.

�En qu� otro lugar de esa �poca tenemos evidencia de tal habilidad literaria e hist�rica? La ternura y el cari�o, la ansiedad y la tristeza, el tacto y la discreci�n, la fuerza y ??la amplitud de miras de San Pablo est�n ah�; y su relaci�n con su disc�pulo m�s joven, pero de mucha confianza, se mantiene de forma bastante natural en todo momento. En contra de esto, no es mucho insistir en que hay unas cuarenta palabras y frases en estas ep�stolas que no aparecen en las otras ep�stolas de S.

Paul. La explicaci�n de ese hecho es sencilla. En parte son palabras que en sus otras ep�stolas no tuvo necesidad de usar; en parte son palabras que le sugirieron las circunstancias de estas cartas posteriores, y que las de las cartas anteriores no. El vocabulario de todo hombre de mente activa que lee y se mezcla con otros hombres, especialmente si viaja mucho, est� en constante cambio. Encuentra nuevas met�foras, nuevas figuras ret�ricas, las recuerda y las usa.

La lectura de una obra como "El origen de las especies" de Darwin le da al hombre el dominio de una nueva esfera de pensamiento y expresi�n. La conversaci�n de un hombre como "Lucas, el m�dico amado" tendr�a un efecto similar en San Pablo. Nunca conoceremos las mentes o las circunstancias que le sugirieron el lenguaje que ahora se ha convertido en nuestra propia posesi�n; y es irrazonable suponer que el proceso de asimilaci�n se detuvo en la mente del Ap�stol cuando termin� las Ep�stolas del primer encarcelamiento.

El resultado, por tanto, de este breve repaso de la vida de Timoteo es confirmar, m�s que sacudir, nuestra creencia de que las cartas que se le dirigen fueron realmente escritas por su amigo San Pablo.

La amistad entre estos dos hombres de dotes diferentes y edades muy distintas es muy interesante. Es dif�cil estimar cu�l de los dos amigos se gan� m�s el afecto y la devoci�n del otro. Sin duda, la deuda de Timothy con San Pablo era inmensa: �y qui�n de nosotros no se pensar�a que ha pagado ampliamente por ning�n servicio y sacrificio por tener el privilegio de ser el amigo elegido de un hombre como San Pablo?

�Paul? Pero, por otro lado, pocos hombres podr�an haber suplido las necesidades peculiares del Ap�stol como lo hizo Timoteo. Ese intenso anhelo de simpat�a que respira con tanta fuerza en los escritos de San Pablo, encontr� su principal satisfacci�n humana en Timoteo. Estar solo en medio de una multitud es una prueba para la mayor�a de los hombres; y pocos hombres han sentido su opresi�n m�s intensamente que San Pablo. Tener a alguien, por lo tanto, que lo amara y lo reverenciara, que conociera sus "caminos" y pudiera impresionarlos en los dem�s, que se preocupara por aquellos a quienes Pablo cuidaba y que estuviera siempre dispuesto a ministrarles como el misionero de su amigo y delegar todo esto. y mucho m�s fue inexpresablemente reconfortante para St.

Paul. Le dio fuerza en sus debilidades, esperanza en sus muchas decepciones y una ayuda s�lida en su carga diaria de "ansiedad por todas las Iglesias". Especialmente consolador fue el afecto aferrado de su joven amigo en aquellos momentos en que el Ap�stol sufr�a la frialdad y el abandono de los dem�s. En el momento de su primer encarcelamiento, el respeto o la curiosidad de los cristianos romanos hab�a movido a muchos de ellos a viajar treinta millas para encontrarlo en su viaje de Cesarea a Roma; sin embargo, tan pronto como estuvo a salvo en la casa de su carcelero, casi dejaron de atenderlo.

Pero el fiel disc�pulo parece haber estado siempre a su lado. Y cuando los romanos trataron a Pablo con una indiferencia similar durante su segundo encarcelamiento, fue este mismo disc�pulo al que rog� fervientemente que viniera a toda prisa a consolarlo. No se trataba simplemente de que amaba y confiaba en Timoteo como alguien en cuya devoci�n y discreci�n siempre pod�a confiar: sino que Timoteo era uno de sus muchos disc�pulos que lo hab�a sacrificado todo por S.

Paul y su Maestro. Hab�a dejado una madre amorosa y un hogar agradable para compartir con el Ap�stol una tarea que implicaba un trabajo incesante, una ansiedad indecible, no poca verg�enza y deshonra, y en ocasiones incluso peligro para la vida y los miembros. Cuando pudo haber continuado viviendo como el favorito de su familia, disfrutando del respeto de los presb�teros y profetas de Licaonia, eligi� vagar por el extranjero con el hombre a quien, humanamente hablando, le deb�a su salvaci�n, "en viajes a menudo, "en peligros de todo tipo por los poderes de la naturaleza, y por la violencia o la traici�n del hombre, y en todas esas innumerables aflicciones y necesidades de las que S.

Pablo nos da un resumen tan conmovedor en la segunda carta a los Corintios. Todo esto lo sab�a San Pablo, y conoc�a el valor que ten�a para �l y para la Iglesia; y de ah� el c�lido cari�o con el que el Ap�stol siempre habla de �l y de �l.

Pero, �qu� no le deb�a Timoteo a su amigo, su padre en la fe, lo suficientemente mayor para ser su padre en la carne? No meramente su conversi�n y su edificaci�n en la doctrina cristiana, aunque eso era mucho, y el tema principal de su deuda. Pero San Pablo lo hab�a cuidado con ternura entre las dificultades a las que una persona de su temperamento estar�a especialmente expuesta. Timothy era joven, entusiasta, sensible y, en ocasiones, mostraba signos de timidez.

Si su entusiasmo no se encontraba con una generosa simpat�a, exist�a el peligro de que la naturaleza sensible se marchitara al entrar en contacto con un mundo insensible, y el entusiasmo impulsado sobre s� mismo se agriara en un cinismo resentido. San Pablo no s�lo le dio a su joven disc�pulo la simpat�a que necesitaba; anim� a otros tambi�n a hacer lo mismo. "Y si viene Timoteo", escribe a los corintios, "mirad que est� con vosotros sin miedo, porque �l obra la obra del Se�or, como yo tambi�n; que nadie le desprecie". Advirti� a estos griegos rebeldes y quisquillosos que no enfriaran los generosos impulsos de un evangelista joven con sus cr�ticas sarc�sticas.

A Timoteo le faltar�an los brillantes dones que adoraban los corintios: conocimiento del mundo, discurso, oratoria. Pero era real. Trabajaba la obra de Dios con un solo coraz�n y con genuino fervor. Ser�a algo cruel estropear esa sencillez o apagar ese fervor y convertir as� a un entusiasta genuino en un hombre de mundo de sangre fr�a. De su trato hacia �l podr�a depender si �l los elev� a su propio celo por Cristo, o lo arrastraron al nivel de su propia arrogancia paralizante.

Los peligros de los que San Pablo se esforz� generosamente por proteger a Timoteo son los que "acosan a muchos esp�ritus ardientes, especialmente en Inglaterra en la actualidad". En todas partes hay una incredulidad c�nica en la naturaleza humana y un desprecio fr�o por todos los impulsos nobles, que arrojan una atm�sfera h�meda y escalofriante sobre la sociedad. En la escuela y en la universidad, en la vida familiar y en el servicio dom�stico, se anima a los hombres y mujeres j�venes a creer que no existe el desinter�s ni la santidad, y que el entusiasmo siempre es tonto o hip�crita.

Mediante bromas sarc�sticas y sonrisas despectivas se les ense�a la lecci�n fatal de hablar con desprecio, y al final de pensar con desprecio, de sus mejores sentimientos. Ser obediente y afectuoso se supone que es infantil, mientras que la reverencia y la confianza se consideran mera ignorancia del mundo. La travesura es grave, porque envenena la vida en sus mismos manantiales. Cada joven y cada joven tiene a veces aspiraciones que al principio son s�lo rom�nticas y sentimentales, y como tales, no son ni correctas ni incorrectas.

Pero son el material de la naturaleza para cosas m�s elevadas y mejores. Son capaces de desarrollar un celo por Dios y por el hombre que ennoblezca el car�cter de todos los que caen bajo su influencia. El sentimental puede convertirse en un entusiasta y el entusiasta en un h�roe o un santo. �Ay de aquel que le da un giro equivocado a un material tan precioso y, al ofrecer cinismo en lugar de simpat�a, amarga toda su frescura!

La p�rdida no termina con la ruina de un car�cter exuberante y serio. Hay enormes masas de maldad en el mundo, que parecen desafiar las buenas influencias que de vez en cuando se ejercen sobre ellas. Hablando humanamente, parece haber una sola esperanza de vencer estas fortalezas de Satan�s, y es mediante los esfuerzos combinados de muchos entusiastas. "Esta es la victoria que vence al mundo, nuestra fe.

"Ser� una perspectiva dolorosa para la humanidad, si la fe en Dios, en nosotros mismos y en nuestros semejantes se vuelve tan pasada de moda como para ser imposible. Y esta es la fe que hace entusiastas. Si no tenemos esta fe nosotros mismos, podemos en menos respeto en los dem�s. Si no podemos desempe�ar el papel de Timoteo, y avanzar con corazones radiantes a cualquier trabajo dif�cil y desagradable que se nos presente, al menos podemos evitar enfriar y desanimar a los dem�s; y algunas veces al menos podemos hacerlo. Seguimos los pasos de San Pablo en cuanto a proteger del cinismo del mundo a aquellos que, con corazones quiz�s m�s c�lidos que sabios, est�n trabajando valientemente para dejar el mundo m�s puro y m�s feliz de lo que lo encontraron.

Versículos 2-3

Cap�tulo 3

LA DOCTRINA CONDENADA EN LAS EP�STOLAS PASTORALES UNA FORMA JUD�A DE GNOSTICISMO: EL PROBLEMA DEL GN�STICO. - 1 Timoteo 1:2

ESTA Ep�stola se divide en dos divisiones principales, de las cuales la primera contin�a hasta el vers�culo 13 de 1 Timoteo 3:1 . Trata de tres temas diferentes: doctrina cristiana; Culto cristiano; y el ministerio cristiano. El primero de estos tres temas se introduce en las palabras del texto, que en el original forman una oraci�n incompleta.

Las �ltimas cuatro palabras, "yo tambi�n", no est�n expresadas en griego. Pero hay que aportar algo para completar el sentido; y es m�s natural entender con los Revisores "As� te exhorto ahora", que con el AV "As� que te quedas en �feso". Pero la cuesti�n no es de gran importancia y no puede decidirse con absoluta certeza. Es m�s importante indagar cu�l era la naturaleza de las diferentes doctrinas que Timoteo se esforzar�a por contrarrestar.

Y en este punto no nos quedan serias dudas. Hay varias expresiones utilizadas al respecto en estas dos cartas a Timoteo que parecen apuntar a dos factores en la heterodoxia por los que San Pablo est� ansioso. Est� claro que el error es de origen jud�o; y es casi igualmente claro que tambi�n es gn�stico. La evidencia de la carta a Tito tiende a confirmar materialmente estas conclusiones.

(1) La herej�a es de car�cter jud�o. Sus promotores "desean ser maestros de la ley" ( 1 Timoteo 1:7 ). Algunos de ellos son "los de la circuncisi�n". Tito 1:10 Consiste en "f�bulas jud�as". Tito 1:14 Las cuestiones que plantea son "peleas por la Ley". Tito 3:9

(2) Tambi�n se indica su car�cter gn�stico. Se nos dice tanto en el texto como en la Ep�stola a Tito Tito 1:14 ; Tito 3:9 que trata de "f�bulas y genealog�as". Es "hablar en vano" ( 1 Timoteo 1:6 ), "disputas de palabras", 1 Timoteo 6:4 y "balbuceos profanos".

1 Timoteo 6:20 Ense�a un ascetismo no b�blico y antinatural. 1 Timoteo 4:3 ; 1 Timoteo 4:8 Es "Gnosis falsamente as� llamada". 1 Timoteo 6:20

Una herej�a que contiene estos dos elementos, juda�smo y gnosticismo, nos encuentra tanto antes como despu�s del per�odo cubierto por las Ep�stolas Pastorales: antes en la Ep�stola a los Colosenses; luego en la Ep�stola de Ignacio. La evidencia recopilada de estas tres fuentes est� completamente en armon�a con lo que aprendemos en otros lugares: que las primeras formas de gnosticismo cristiano eran de car�cter jud�o. Se observar� que esto es una confirmaci�n indirecta de la autenticidad de las ep�stolas pastorales. El gnosticismo condenado en ellos es jud�o; y cualquier forma de gnosticismo que existiera en la �poca de San Pablo ser�a casi con certeza jud�a.

El profesor Godet ha se�alado c�mo la relaci�n entre el juda�smo y el cristianismo que se implica en estas ep�stolas encaja enteramente con el hecho de que son el �ltimo grupo de ep�stolas escritas por San Pablo. Al principio, el juda�smo estaba completamente fuera de la Iglesia, oponi�ndose y blasfemando. Luego entr� en la Iglesia y trat� de convertirla en jud�a, imponi�ndole la Ley mosaica. Por �ltimo, se convierte en una herej�a fant�stica dentro de la Iglesia, y se hunde en una frivolidad profana.

"Se dan supuestas revelaciones en cuanto a los nombres y genealog�as de los �ngeles; se establecen reglas asc�ticas absurdas como consejos de perfecci�n, mientras que la inmoralidad atrevida desfigura la vida real". �sta es la fase que se afronta en las Ep�stolas Pastorales: y San Pablo la afronta con una simple apelaci�n a la fe y la moral.

Es muy posible que las "f�bulas" o "mitos" y "genealog�as" deban transferirse del lado gn�stico al lado jud�o del relato. Y as�, Cris�stomo interpreta el pasaje. "Por f�bulas no se refiere a la Ley; ni mucho menos; sino inventos y falsificaciones, y falsas doctrinas. Porque, al parecer, los jud�os desperdiciaron todo su discurso sobre estos puntos in�tiles. Contaron a sus padres y abuelos para poder tener la reputaci�n de conocimiento e investigaci�n hist�ricos.

"Las" f�bulas ", entonces, puede entenderse como las numerosas leyendas que los jud�os agregaron al Antiguo Testamento, cuyos ejemplos abundan en el Talmud. Pero mitos similares abundan en los sistemas gn�sticos y, por lo tanto, las" f�bulas "pueden representar ambos elementos de Lo mismo ocurre con las "genealog�as interminables", que no pueden referirse bien a las genealog�as del G�nesis, porque no son interminables, y cada una de ellas est� ordenada en decenas.

Pero es muy posible que se refieran a las especulaciones jud�as sobre las genealog�as de los �ngeles. Tales cosas, siendo puramente imaginarias, ser�an infinitas. O puede entenderse la doctrina gn�stica de las emanaciones, en sus formas anteriores y m�s crudas. Mediante genealog�as en este sentido, los primeros pensadores, especialmente en Oriente, intentaron tender un puente entre el abismo entre lo Infinito y lo Finito, entre Dios y la creaci�n. En varios sistemas se asume que la materia es inherentemente mala.

El universo material desde el principio no ha sido "muy bueno" pero s� muy malo. Entonces, �c�mo se puede creer que el Ser Supremo, infinito en bondad, crear�a tal cosa? Esto es incre�ble: el mundo debe ser la criatura de alg�n ser inferior y quiz�s maligno. Pero cuando se concedi� esto, la distancia entre este poder inferior y el Dios supremo a�n estaba por salvar. Esto, se supon�a, podr�a hacerlo un n�mero indefinido de generaciones, cada una de menor dignidad que la precedente, hasta que por fin se encontr� un ser capaz de crear el universo.

Del Dios Supremo eman� una deidad inferior, y de este poder inferior un tercio a�n m�s inferior; y as� sucesivamente, hasta llegar al Creador del mundo. Estas ideas se encuentran en el fil�sofo jud�o Fil�n; y es a estos a los que probablemente alude San Pablo en las "genealog�as interminables que ministran cuestionamientos m�s que una dispensaci�n de Dios". La idea de que la materia es maligna domina toda la filosof�a de Fil�n.

Se esforz� por reconciliar esto con el Antiguo Testamento, suponiendo que la materia es eterna; y que fue a partir de material preexistente que Dios, actuando a trav�s de sus poderes creativos, hizo el mundo que pronunci� como "muy bueno". Estos poderes se consideran a veces como los �ngeles, a veces como existencias apenas personales. Pero no tienen existencia aparte de su fuente, como tampoco un rayo aparte del sol. Ahora son los instrumentos de la Providencia de Dios, como antes de Su poder creativo.

San Pablo condena tales especulaciones por cuatro motivos.

(1) Son f�bulas, mitos, meras imaginaciones del intelecto humano en su intento de explicar el origen del mundo y el origen del mal.

(2) Son infinitos e interminables. Por la naturaleza de las cosas, no hay l�mite para las meras conjeturas de este tipo. Cada nuevo especulador puede inventar una nueva genealog�a de emanaciones en su teor�a de la creaci�n, y puede extenderla en cualquier medida que le plazca. Si las hip�tesis nunca necesitan ser verificadas, -ni siquiera es necesario que puedan ser verificadas-, se puede seguir construy�ndolas ad infinitum.

(3) Como consecuencia natural de esto (???????) ellos ministran cuestionamientos y nada mejor. Todo es especulaci�n est�ril y controversia infructuosa. Donde alguien puede afirmar sin prueba, cualquier otro puede contradecir sin prueba; y nada sale de este balanc�n de afirmaci�n y negaci�n.

(4) Por �ltimo, estas vanas imaginaciones son una doctrina diferente. No solo son vac�as, sino falsas y un obst�culo para la verdad. Ocupan el terreno que debe ser llenado con la dispensaci�n de Dios que es por fe. Las mentes humanas son limitadas en su capacidad e, incluso si estas hip�tesis vac�as fueran inocentes, las mentes que estuvieran llenas de ellas tendr�an poco espacio para la verdad. Pero no son inocentes: y quienes se sienten atra�dos por ellos se vuelven desafectos hacia la verdad.

Es imposible amar a ambos, porque los dos se oponen entre s�. Estas f�bulas carecen de fundamento; no tienen fundamento ni en la revelaci�n ni en la vida humana. Adem�s, son vagas, cambiantes e incoherentes. Divagan sin fin. Pero el Evangelio se basa en una Revelaci�n Divina, probada por la experiencia humana. Es una econom�a, un sistema, un todo org�nico, una dispensaci�n de medios para fines. Su �mbito no es la imaginaci�n desenfrenada ni la curiosidad audaz, sino la fe.

La historia de los siguientes ciento cincuenta a�os justifica ampliamente la ansiedad y la severidad de San Pablo. Los g�rmenes del error gn�stico, que estaban en el aire cuando se predic� por primera vez el cristianismo, fructificaron con asombrosa rapidez. Ser�a dif�cil encontrar un paralelo en la historia de la filosof�a con la velocidad con la que las opiniones gn�sticas se difundieron en la cristiandad y sus alrededores entre el 70 y el 220 d.C. Los o�dos de su sabidur�a inspirada hab�an desaparecido, entonces la conspiraci�n del error imp�o tom� su lugar a trav�s del enga�o de los falsos maestros, quienes (ahora que ya no quedaba ninguno de los Ap�stoles) de ahora en adelante se esforzaron con cara descarada para predicar su conocimiento falsamente as� llamado en oposici�n a la predicaci�n de la verdad.

"En todo el mundo cristiano, y especialmente en centros intelectuales como �feso, Alejandr�a y Roma, tal vez no hubiera una sola congregaci�n educada que no contuviera personas infectadas con alguna forma de gnosticismo. La famosa hip�rbole de Jer�nimo con respecto al arrianismo podr�a transferirse a esta forma anterior de error, quiz�s la m�s peligrosa que la Iglesia haya conocido jam�s: "El mundo entero gimi� y se asombr� al encontrarse gn�stico".

Por muy severamente que condenemos estas especulaciones, no podemos sino simpatizar con las perplejidades que las produjeron. El origen del universo, y m�s a�n el origen del mal, siguen siendo problemas sin resolver. Es probable que nadie en esta vida llegue a una soluci�n completa de ninguno de los dos. �Cu�l es el origen del universo material? Asumir que no es una criatura, pero que la materia es eterna, es hacer dos primeros principios, uno espiritual y otro material; y esto est� peligrosamente cerca de hacer dos dioses.

Pero la creencia de que Dios hizo el mundo no est� libre de dificultades. �Cu�l fue su motivo para hacer el mundo? �Fue aumentada su perfecci�n por ello? Entonces Dios una vez no fue completamente perfecto. �Su perfecci�n fue disminuida por el acto de la creaci�n? Entonces Dios ahora no es completamente perfecto; y �c�mo podemos suponer que voluntariamente entregar�a algo de Su absoluta perfecci�n? �Dios no fue ni mejor ni peor para la creaci�n del universo? Entonces la pregunta original regresa con toda su fuerza: �Qu� lo indujo a crearlo? No podemos suponer que la creaci�n fue un acto caprichoso.

Para nosotros no es posible una respuesta completa a este enigma. Una cosa sabemos: que Dios es luz y que Dios es amor. Y podemos estar seguros de que al ejercer Su poder creativo, estaba manifestando Su perfecta sabidur�a y Su inagotable afecto.

Pero, �nos ayudar� el conocimiento de que Dios es luz y de que Dios es amor a una soluci�n incluso parcial de ese problema que ha angustiado las almas de innumerables santos y pensadores: el problema del origen del mal? �C�mo podr�a un Dios que es perfectamente sabio y perfectamente bueno hacer posible que surja el mal y permitir que contin�e despu�s de que haya surgido? Una vez m�s se presenta la sugerencia de que hay dos Primeros Principios, pero de una forma m�s terrible.

Antes, se pensaba que hay dos Existencias co-eternas, Dios y la Materia. Ahora, es la sugerencia de que hay dos Poderes co-eternos, y quiz�s co-iguales, el Bien y el Mal. Esta hip�tesis, imposible para un cristiano y rechazada por John Stuart Mill, crea m�s dificultades de las que resuelve. Pero, si esta es la respuesta incorrecta, �cu�l es la correcta? El cardenal Newman, en uno de los pasajes m�s llamativos incluso en sus Obras, nos ha contado c�mo se le presenta el problema.

Empezando entonces por el ser de Dios (que, como he dicho, es tan cierto para m� como la certeza de mi propia existencia, aunque cuando trato de poner los fundamentos de esa certeza en forma l�gica, encuentro dificultades para hacerlo en estado de �nimo y figura para mi satisfacci�n), miro fuera de m� mismo hacia el mundo de los hombres, y all� veo una visi�n que me llena de una angustia indecible. El mundo parece simplemente desmentir esa gran verdad, de la que todo mi ser est� tan lleno; y el efecto sobre m� es, en consecuencia, por necesidad, tan confuso como si negara que yo mismo existo.

Si me mirara en un espejo y no viera mi rostro, tendr�a el tipo de sentimiento que realmente me sobreviene cuando miro en este mundo ajetreado y vivo y no veo ning�n reflejo de su Creador. �sta es, para m�, una de las grandes dificultades de esta absoluta verdad primaria, a la que me refer�a hace un momento. Si no fuera por esta voz, hablando tan claramente en mi conciencia y mi coraz�n, yo ser�a ateo, o pante�sta, o polite�sta, cuando mirara al mundo.

Hablo solo por m� mismo; y estoy lejos de negar la fuerza real de los argumentos en prueba de un Dios, extra�dos de los hechos generales de la sociedad humana, pero estos no me advierten ni me iluminan; no quitan el invierno de mi desolaci�n, ni hacen brotar los capullos y las hojas crecer dentro de m�, y alegrar mi ser moral. La visi�n del mundo no es otra cosa que el rollo del profeta lleno de 'lamentos, y lamentos, y ay'. �Qu� se dir� a este hecho que traspasa el coraz�n y desconcierta la raz�n? Solo puedo responder que, o no hay Creador, o esta sociedad viviente de hombres es, en un verdadero sentido, descartada de Su presencia.

Si vi a un chico de buena disposici�n y mente, con las muestras de una naturaleza refinada sobre �l, arrojado al mundo sin provisi�n, incapaz de decir de d�nde vino, su lugar de nacimiento o sus conexiones familiares, deber�a concluir que hab�a alg�n misterio. relacionado con su historia, y que �l era uno de los cuales, por una causa u otra, sus padres se avergonzaban. S�lo as� podr�a yo dar cuenta del contraste entre la promesa y la condici�n de su ser.

Y entonces discuto sobre el mundo; - si hay un Dios, como hay un Dios, la raza humana est� implicada en alguna terrible calamidad aborigen. Est� desarticulado con los prop�sitos de su Creador. Este es un hecho, un hecho tan cierto como el hecho de su existencia; y as� la doctrina de lo que teol�gicamente se llama pecado original se vuelve para m� casi tan cierta como que el mundo existe y como la existencia de Dios.

Pero esto solo nos lleva un corto camino hacia una soluci�n. �Por qu� permiti� Dios que fuera posible la "calamidad aborigen" del pecado? �sta era la dificultad del gn�stico, y sigue siendo nuestra dificultad. �Podemos decir m�s que esto a modo de respuesta? Dios quiso que los �ngeles y los hombres le honraran con un servicio voluntario y no mec�nico. Si le obedec�an, deber�a ser por su propia voluntad y no por necesidad.

Deber�a ser posible para ellos rechazar el servicio y la obediencia. En resumen, Dios quiso ser reverenciado y adorado, y no simplemente servido y obedecido. Una m�quina puede prestar servicio; y una persona bajo la influencia del mesmerismo puede verse obligada a obedecer. Pero, �no creemos todos que el servicio voluntario de un agente consciente y dispuesto, que prefiere prestar en lugar de negar su servicio, es algo m�s noble, tanto para el que lo da como para el que lo recibe? El trabajo obligatorio puede convertir al sirviente en un esclavo y al amo en un tirano.

Vemos, por tanto, una raz�n por la cual el Creador al crear seres conscientes los hizo tambi�n morales; los hizo capaces de obedecerle por su propia voluntad y, por lo tanto, tambi�n capaces de desobedecerle. En otras palabras, hizo posible el pecado, con todas sus consecuencias. Entonces se convirti� simplemente en una cuesti�n de hecho hist�rico si alg�n ser angelical o humano alguna vez abusar�a de su libertad al elegir desobedecer. Esa "calamidad aborigen", lo sabemos, ha tenido lugar; y todo el mal moral y f�sico que existe ahora en el mundo es su consecuencia natural.

�sta es, quiz�s, la mejor soluci�n que la mente humana probablemente descubrir�, respetando este primitivo y terrible misterio. Pero es solo una soluci�n parcial; y el conocimiento de que todav�a no hemos logrado una respuesta completa a la pregunta que dej� perplejos a los primeros gn�sticos, deber�a desterrar de nuestras mentes cualquier cosa que se parezca a la arrogancia o el desprecio, cuando condenamos su respuesta como poco cristiana e inadecuada. "El fin de la acusaci�n" que se nos ha dado no es la condenaci�n de otros, sino "el amor con un coraz�n puro, una buena conciencia y una fe no fingida".

Versículos 8-11

Cap�tulo 4

LA ENSE�ANZA MORAL DE LOS GN�STICOS: SU CONTRAPARTE MODERNA. - 1 Timoteo 1:8

LAS especulaciones de los gn�sticos en sus intentos de explicar el origen del universo y el origen del mal, eran lo suficientemente salvajes y poco rentables; y en algunos aspectos involucr� una contradicci�n fundamental de las claras declaraciones de la Escritura. Pero no era tanto su ense�anza metaf�sica como moral lo que parec�a tan peligroso para San Pablo. Sus "genealog�as interminables" podr�an haberse dejado caer con su propio peso muerto, tan aburridas y poco interesantes eran.

A�n sobreviven ejemplares de ellos, en lo que conocemos de los sistemas de Basilides y Valentinus; �Y qui�n de nosotros, despu�s de haber trabajado laboriosamente en ellos, ha deseado alguna vez leerlos por segunda vez? Pero es imposible mantener la filosof�a de uno en un compartimiento de la mente, y la religi�n y la moralidad de uno completamente separadas de ellas en otro. Por muy poco pr�cticas que puedan parecer las especulaciones metaf�sicas, no cabe duda de que los puntos de vista que mantenemos con respecto a tales cosas pueden tener una influencia trascendental en nuestra vida.

As� sucedi� con los primeros gn�sticos, a quienes San Pablo insta a Timoteo a mantener bajo control. Su doctrina respecto a la naturaleza del mundo material y su relaci�n con Dios, condujo a dos formas opuestas de ense�anza �tica, cada una de ellas radicalmente opuesta al cristianismo.

Este hecho encaja muy bien con el car�cter de las ep�stolas pastorales, todas las cuales tratan de esta forma temprana de error. Insisten en la disciplina y la moral, m�s que en la doctrina. Estos �ltimos y solemnes cargos del gran Ap�stol apuntan m�s a hacer que los ministros cristianos y sus congregaciones lleven una vida pura y santa, que construir cualquier sistema de teolog�a. Debe resistirse a la ense�anza err�nea; se deben defender las claras verdades del Evangelio; pero lo principal es la santidad de vida.

Con oraci�n y acci�n de gracias, con una conducta tranquila y seria, con modestia y templanza, con abnegaci�n y benevolencia, con reverencia por la santidad de la vida hogare�a, los cristianos proporcionar�n el mejor ant�doto contra el veneno intelectual y moral que propagan los falsos maestros. . "La sana doctrina" tiene su fruto en una vida moral sana, tan seguramente como la "doctrina diferente" conduce al orgullo espiritual y la sensualidad sin ley.

La creencia de que la Materia y todo lo material es intr�nsecamente malo, implica necesariamente un desprecio por el cuerpo humano. Este cuerpo era una cosa vil; y fue una calamidad espantosa para la mente humana estar unida a semejante masa de maldad. De esta premisa se extrajeron varias conclusiones, algunas doctrinales y otras �ticas.

En el aspecto doctrinal se insisti� en que la resurrecci�n del cuerpo fue incre�ble. Fue lo suficientemente desastroso para el alma que tuviera que cargar con un cuerpo en este mundo. Que esta degradante alianza continuar�a en el mundo venidero era una creencia monstruosa. Igualmente incre�ble fue la doctrina de la Encarnaci�n. �C�mo pudo el Verbo Divino consentir en unirse a una cosa tan maligna como marco material? O el Hijo de Mar�a era un simple hombre, o el cuerpo que Cristo asumi� no era real.

De estos errores trata San Juan, unos doce o quince a�os despu�s, en su Evangelio y Ep�stolas. En el aspecto �tico, el principio de que el cuerpo humano es absolutamente malo produjo dos errores opuestos, el ascetismo y la sensualidad antin�mica. Y ambos est�n dirigidos a estas ep�stolas. Si la iluminaci�n del alma lo es todo, y el cuerpo es absolutamente in�til, entonces esta vil obstrucci�n al movimiento del alma debe ser derribada y aplastada, a fin de que la naturaleza superior pueda elevarse a cosas m�s elevadas.

Al cuerpo se le debe negar toda indulgencia, para que pueda morir de hambre hasta la sumisi�n. 1 Timoteo 4:3 En cambio, si la iluminaci�n lo es todo y el cuerpo no vale nada, entonces todo tipo de experiencia, por desvergonzada que sea, es valiosa para ampliar el conocimiento. Nada de lo que un hombre pueda hacer puede hacer que su cuerpo sea m�s vil de lo que es por naturaleza, y el alma del iluminado es incapaz de contaminarse.

El oro sigue siendo oro, sin embargo, a menudo se hunde en el fango. Las palabras de los tres vers�culos tomadas como texto, parecen como si San Pablo estuviera apuntando a un mal de este tipo. Estos gn�sticos judaizantes "deseaban ser maestros de la ley". Quer�an hacer cumplir la ley mosaica, o m�s bien sus fant�sticas interpretaciones de ella, sobre los cristianos. Insistieron en su excelencia y no permitir�an que hubiera sido reemplazado en muchos aspectos.

"Sabemos muy bien", dice el Ap�stol, "y lo admitimos de buena gana, que la Ley mosaica es una cosa excelente, siempre que quienes se comprometan a exponerla hagan un uso leg�timo de ella. Deben recordar que, al igual que la ley en general no est� hecho para aquellos cuyos propios buenos principios los mantienen en lo correcto, por lo que tampoco las restricciones de la Ley mosaica est�n destinadas a los cristianos que obedecen la voluntad divina en el esp�ritu libre del Evangelio.

"Las restricciones legales est�n destinadas a controlar a aquellos que no se controlar�n a s� mismos; en resumen, para los mismos hombres que con sus extra�as doctrinas se esfuerzan por restringir las libertades de los dem�s. Lo que predican como" la Ley "es en realidad un c�digo propio. , "mandamientos de hombres que se apartan de la verdad. Profesan conocer a Dios; pero por sus obras le niegan, siendo abominables y desobedientes, y reprobados a toda buena obra ".

Tito 1:14 ; Tito 1:16 Al ensayar las diversas clases de pecadores para quienes existe la ley, y que se encuentran (insin�a) entre estos falsos maestros, repasa aproximadamente el Dec�logo. Los cuatro mandamientos de la Primera Tabla se indican en t�rminos generales y completos; los primeros cinco mandamientos de la Segunda Tabla se toman uno por uno, especific�ndose en cada caso los infractores flagrantes.

As�, el robo de un ser humano para convertirlo en esclavo se menciona como la violaci�n m�s atroz del octavo mandamiento. El d�cimo mandamiento no se indica claramente, posiblemente porque sus infracciones no se detectan tan f�cilmente. Los actos abiertos de estos hombres fueron bastante suficientes para condenarlos de inmoralidad grave, sin preguntar por sus deseos y anhelos secretos. En una palabra, las mismas personas que en su ense�anza se esforzaban por cargar a los hombres con las ordenanzas ceremoniales, que hab�an sido eliminadas en Cristo, estaban violando en sus propias vidas las leyes morales, a las que Cristo hab�a dado una nueva sanci�n. Intentaron mantener vivo, en formas nuevas y extra�as, lo que hab�a sido provisional y ahora obsoleto, mientras pisoteaban lo eterno y lo Divino.

"Si hay alguna otra cosa contraria a la sana doctrina". En estas palabras San Pablo resume todas las formas de transgresi�n no especificadas en su cat�logo. La sana y sana ense�anza del Evangelio se opone a la morbosa y corrupta ense�anza de los gn�sticos, enfermizos en sus especulaciones, 1 Timoteo 6:4 y cuya palabra es como una llaga al comer.

2 Timoteo 2:17 Por supuesto, la ense�anza sana tambi�n da salud, y la ense�anza corrupta corrompe; pero es la calidad primaria y no la derivada la que se indica aqu�. Es la salubridad de la doctrina en s� misma, y ??su libertad de lo que est� enfermo o distorsionado, en lo que se insiste. Su car�cter saludable es una consecuencia de esto.

Esta palabra "sana" o "sana", aplicada a la doctrina, forma parte de un grupo de expresiones que son propias de las Ep�stolas Pastorales y que han sido condenadas por no pertenecer al estilo de lenguaje de San Pablo. Nunca usa "saludable" en sus otras ep�stolas; por tanto, estas tres ep�stolas, en las que la frase aparece ocho o nueve veces, no son de �l.

Este tipo de argumento ya se ha discutido en la primera de estas exposiciones. Supone la manifiesta falsedad de que, a medida que avanza la vida, los hombres cambian poco o ning�n cambio en la reserva de palabras y frases que utilizan habitualmente. Con respecto a esta frase en particular, la fuente de la misma se ha conjeturado con bastante probabilidad. Puede provenir del "m�dico amado", quien, en el momento en que St.

Pablo escribi� la segunda ep�stola a Timoteo, fue el �nico compa�ero del ap�stol. Vale la pena se�alar que la palabra que se usa aqu� para "sonido" (con la excepci�n de un pasaje de la Tercera Ep�stola de San Juan) no aparece en ninguna parte del Nuevo Testamento en el sentido literal de estar en buena salud f�sica, excepto en el Evangelio. de San Lucas. Y no ocurre en ninguna parte en sentido figurado, excepto en las Ep�stolas Pastorales.

Evidentemente, es una met�fora m�dica; una met�fora que cualquiera que nunca haya tenido nada que ver con la medicina podr�a usar f�cilmente, pero que es especialmente probable que la use un hombre que haya vivido mucho en la sociedad de un m�dico. Antes de llamar a una frase as� no paulina debemos preguntar:

(1) �Hay alg�n pasaje en las primeras ep�stolas de San Pablo donde ciertamente habr�a usado esta palabra "sonido", si hubiera estado familiarizado con ella?

(2) �Hay alguna palabra en las ep�stolas anteriores que hubiera expresado su significado aqu� igualmente bien? Si alguna de estas preguntas tiene una respuesta negativa, entonces vamos m�s all� de nuestro conocimiento al pronunciar la frase "sana doctrina" como no paulina.

"Contrariamente a la sana doctrina". Resume en una frase comprensiva la ense�anza doctrinal y moral de los gn�sticos. Lo que ense�aban era poco s�lido y morboso y, como consecuencia, ponzo�oso y pestilente. Mientras profesaban aceptar y exponer el Evangelio, realmente lo desintegraron y lo explicaron. Destruyeron la base misma del mensaje del Evangelio; porque negaron la realidad del pecado.

E igualmente destruyeron el contenido del mensaje; porque negaron la realidad de la Encarnaci�n. Tampoco fueron menos revolucionarios en el aspecto moral que en el doctrinal. Los fundamentos de la moralidad se socavan cuando la iluminaci�n intelectual se considera la �nica cosa necesaria, mientras que la conducta se trata como algo sin valor. Los principios de la moralidad se vuelven patas arriba cuando se sostiene que cualquier acto que agregue al conocimiento de uno no s�lo es permisible, sino un deber.

Es necesario recordar estas caracter�sticas fatales de esta forma temprana de error, para poder apreciar el lenguaje severo usado por San Pablo y San Juan al respecto, como tambi�n por San Judas y el autor de la Segunda Ep�stola de San Juan. Peter.

San Juan en sus Ep�stolas trata principalmente del lado doctrinal de la herej�a, -la negaci�n de la realidad del pecado y la realidad de la Encarnaci�n: aunque los resultados morales del error doctrinal tambi�n son se�alados y condenados. En el Apocalipsis, como en San Pablo y en las ep�stolas cat�licas, es principalmente el lado moral de la falsa ense�anza lo que se denuncia, y eso en sus dos fases opuestas. La Ep�stola a los Colosenses trata de las tendencias asc�ticas del gnosticismo primitivo.

El Apocalipsis y las ep�stolas cat�licas tratan de sus tendencias licenciosas. Las Ep�stolas Pastorales tratan tanto del ascetismo como del libertinaje, pero principalmente del �ltimo, como se ve en el pasaje que tenemos ante nosotros y en la primera parte del cap�tulo 3 de la Segunda Ep�stola. Como era de esperar, San Pablo usa un lenguaje m�s fuerte en las Ep�stolas Pastorales que cuando escribe a los Colosenses; y en St.

Juan y las ep�stolas cat�licas encontramos un lenguaje a�n m�s fuerte. El libertinaje antinomiano es mucho peor: el mal que el ascetismo descarriado, y en el intervalo entre San Pablo y los otros escritores hab�a aumentado el libertinaje de los gn�sticos antinomianos. San Pablo advierte a los colosenses contra la enga�osa "persuasi�n del habla", contra el "vano enga�o", "los rudimentos del mundo", "los preceptos y doctrinas de los hombres".

"Advierte a Timoteo y Tito respecto a" esp�ritus seductores y doctrinas de demonios profanos y f�bulas de viejas "," balbuceos profanos "anti ense�anzas que" comer�n como una gangrena "," habladores vanos y enga�adores cuya mente y conciencia est�n enga�adas, "y cosas por el estilo. San Juan denuncia a estos falsos maestros como" mentirosos "," enga�adores "," falsos profetas "," enga�adores "y" anticristos "; y en Judas y la Segunda Ep�stola de Pedro tenemos las vidas libertinas de estos falsos maestros condenados en t�rminos igualmente severos.

Cabe se�alar que aqu� todo vuelve a encajar en su debido lugar si asumimos que las Ep�stolas Pastorales fueron escritas algunos a�os m�s tarde que la Ep�stola a los Colosenses y algunos a�os antes que las de San Judas y San Juan. Las tendencias asc�ticas del gnosticismo se desarrollaron primero. Y aunque todav�a continuaron en maestros como Taciano y Marci�n, sin embargo, desde fines del primer siglo, las conclusiones licenciosas extra�das de las premisas de que el cuerpo humano no tiene valor y que todo conocimiento es divino, se hicieron cada vez m�s frecuentes; como se ve en la ense�anza de Carp�crates y Ep�fanes, y en la monstruosa secta de los Cainitas.

Por lo tanto, era bastante natural que San Pablo atacara el ascetismo gn�stico primero al escribir a los colosenses, y luego tanto a �l como al libertinaje gn�stico al escribir a Timoteo y Tito. Era igualmente natural que su lenguaje se hiciera m�s fuerte a medida que ve�a el desarrollo del segundo mal, y que aquellos que vieron este segundo mal en una etapa m�s avanzada usaran un lenguaje a�n m�s severo.

Las extravagantes teor�as de los gn�sticos para explicar el origen del universo y el origen del mal se han ido y han quedado en el pasado. Ser�a imposible inducir a la gente a creerlos, y solo un n�mero comparativamente peque�o de estudiantes los leer�a. Pero la herej�a de que el conocimiento es m�s importante que la conducta, que los talentos intelectuales brillantes hacen a un hombre superior a la ley moral, y que gran parte de la ley moral en s� es la esclavitud tir�nica de una tradici�n obsoleta, es tan peligrosa como siempre.

Se predica abiertamente y se act�a con frecuencia. El gran artista florentino, Benvenuto Cellini, nos cuenta en su autobiograf�a que cuando el Papa Pablo III expres� su voluntad de perdonarlo por un escandaloso asesinato cometido en las calles de Roma, uno de los caballeros de la Corte Papal se aventur� a amonestar al Papa por perdonar un crimen tan atroz. "Usted no comprende el asunto tan bien como yo", respondi� Pablo III: "Quiero que sepa que hombres como Benvenuto, �nicos en su profesi�n, no est�n sujetos a las leyes.

"Cellini es un fanfarr�n, y es posible que en este particular sea un romance. Pero, incluso si la historia es su invenci�n, simplemente atribuye al Papa los sentimientos que �l mismo apreciaba, y sobre los cuales (como le ense�� la experiencia) Otras personas actuaron. Una y otra vez su violencia asesina fue pasada por alto por las autoridades, porque admiraban y deseaban hacer uso de su genio como artista.

"Habilidad antes que honestidad" era un credo com�n en el siglo XVI, y prevalece abundantemente en el nuestro. Los esc�ndalos m�s notorios en la vida privada de un hombre se toleran si se reconoce que tiene talento. Es el viejo error gn�stico en una forma moderna y a veces agn�stica. Cada d�a es m�s claro que lo �nico necesario para la regeneraci�n de la sociedad, ya sea alta, media o baja, es la creaci�n de una opini�n p�blica "s�lida". Y mientras esto sea as�, los ministros de Dios y todos los que tienen el deber de instruir a otros necesitar�n tomar en serio las advertencias que San Pablo da a sus seguidores Timoteo y Tito.

Versículos 18-20

Cap�tulo 6

LAS PROFEC�AS SOBRE TIMOTEO-LOS PROFETAS DEL NUEVO TESTAMENTO, UN INSTRUMENTO EXCEPCIONAL DE EDIFICACI�N.- 1 Timoteo 1:18

En esta secci�n, San Pablo vuelve del tema de los falsos maestros contra quienes Timoteo tiene que contender ( 1 Timoteo 1:3 ), y el contraste con su ense�anza exhibido por el Evangelio en el propio caso del Ap�stol ( 1 Timoteo 1:12 ), al prop�sito principal de la carta, a saber.

, las instrucciones que se le dar�an a Timoteo para el debido desempe�o de sus dif�ciles deberes como superintendente de la Iglesia de �feso. La secci�n contiene dos temas de especial inter�s, cada uno de los cuales requiere consideraci�n; -las profec�as sobre Timoteo y el castigo de Himeneo y Alejandro.

I. "Este encargo te encomiendo, hijo m�o Timoteo, conforme a las profec�as que te precedieron". Como se�ala el margen de la RV, esta �ltima frase tambi�n podr�a leerse "seg�n las profec�as que te guiaron", porque el griego puede significar cualquiera de las dos. La pregunta es si San Pablo se est� refiriendo a ciertas profec�as que "abrieron el camino" a Timoteo, es decir, que lo designaron como especialmente apto para el ministerio, y llevaron a su ordenaci�n por parte de San.

Paul y los presb�teros; o si se est� refiriendo a ciertas profec�as que fueron pronunciadas sobre Timoteo (??? ??) ya sea en el momento de su conversi�n o de su admisi�n al ministerio. Tanto la AV como la RV dan preferencia a la �ltima versi�n, que (sin excluir tal punto de vista) no nos compromete a la opini�n de que San Pablo fue en alg�n sentido conducido a Timoteo por estas profec�as, un pensamiento que no es claramente insinuado en el original.

De lo �nico que estamos seguros es de que mucho antes de que se escribiera esta carta, se pronunciaron sobre �l profec�as de las que Timoteo era objeto, y que eran de tal naturaleza que le serv�an de incentivo y apoyo en su ministerio.

Pero si miramos el vers�culo catorce del cap�tulo cuarto de esta ep�stola ( 1 Timoteo 4:14 ) y el sexto del primer cap�tulo en el segundo ( 2 Timoteo 1:6 ), no tendremos muchas dudas cuando estos se pronunciaron profec�as.

All� leemos: "�No descuides el don que hay en ti, que te fue dado por profec�a con la imposici�n de las manos del presbiterio!" y "Por lo cual te recuerdo que avivas el don de Dios que est� en ti por la imposici�n de mis manos". �No debemos creer que estos dos pasajes y el pasaje que tenemos ante nosotros se refieren a la misma ocasi�n, la misma crisis en la vida de Timoteo? En los tres St.

Pablo apela al don espiritual que le fue otorgado a su disc�pulo "por medio de profec�a" y "por medio de la imposici�n de manos". En cada caso se utiliza la misma preposici�n y caso (??? con el genitivo). Claramente, entonces, debemos entender que el profetizar y la imposici�n de manos se acompa�aban mutuamente. Aqu� solo se menciona la profec�a. En el cap�tulo 4, la profec�a, acompa�ada de la imposici�n de las manos de los presb�teros, es el medio por el cual se confiere la gracia.

En la Segunda Ep�stola s�lo se menciona la imposici�n de las manos del Ap�stol, y se habla de ella como el medio por el cual se confiere la gracia. Por lo tanto, aunque el presente pasaje por s� solo deja la pregunta abierta, sin embargo, cuando tomamos en consideraci�n los otros dos junto con �l, podemos descuidar con seguridad la posibilidad de las profec�as que abrieron el camino hacia la ordenaci�n de Timoteo, y entender que el Ap�stol se refiere a aquellas sagradas declaraciones que fueron un elemento marcado en la ordenaci�n de su disc�pulo y formaron un preludio y una seriedad de su ministerio.

Estas declaraciones sagradas indicaron una comisi�n divina y la aprobaci�n divina expresada p�blicamente con respecto a la elecci�n de Timoteo para esta obra especial. Tambi�n eran un medio de gracia; porque por medio de ellos se otorg� una bendici�n espiritual al joven ministro. Al aludir a ellos aqu�, por lo tanto, San Pablo le recuerda qui�n fue por quien fue realmente elegido y ordenado. Es como si dijera: "Te pusimos las manos encima; pero no fue una elecci�n ordinaria hecha por votos humanos. Fue Dios quien te eligi�; Dios quien te dio tu comisi�n, y con ella el poder para cumplirla". , por lo tanto, de deshonrar Su nombramiento y de descuidar o abusar de Su don ".

La voz de la profec�a, por lo tanto, se�al� a Timoteo como un vaso elegido para el ministerio, o ratific� p�blicamente la elecci�n que ya hab�a sido hecha por San Pablo y otros. Pero, �qui�n pronunci� esta voz de profec�a? �Por una orden especial de profetas? �O San Pablo y los presb�teros especialmente inspirados para actuar como tales? La respuesta a esta pregunta implica alguna consideraci�n del oficio, o m�s bien la funci�n, de un profeta, especialmente en el Nuevo Testamento.

La palabra "profeta" se entiende con frecuencia en un sentido demasiado limitado. Por lo general, se restringe a la �nica funci�n de predecir el futuro. Pero, si podemos aventurarnos a acu�ar palabras para resaltar puntos de diferencias, hay tres ideas principales involucradas en el t�tulo de "profeta".

(1) Un adivino; uno que habla por o en lugar de otro, especialmente uno que habla por o en el nombre de Dios; un mensajero divino, embajador, int�rprete o portavoz.

(2) Un narrador; alguien que tiene un mensaje especial que transmitir al mundo; un proclamador, presagio o heraldo.

(3) Un adivino; uno que cuenta de antemano lo que viene; un predictor de eventos futuros.

Ser portador o int�rprete de un mensaje divino es la concepci�n fundamental del profeta en el griego cl�sico; y en gran medida esta concepci�n prevalece tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Estar en relaci�n inmediata con Jehov� y ser Su portavoz ante Israel, era lo que los hebreos entend�an por el don de profec�a. De ninguna manera era necesario que la comunicaci�n divina que el profeta deb�a dar a conocer al pueblo se relacionara con el futuro.

Podr�a ser una denuncia de los pecados pasados ??o una exhortaci�n con respecto a la conducta presente, con tanta naturalidad como una predicci�n de lo que vendr�a. Y en los Hechos y las ep�stolas paulinas, la idea de un profeta sigue siendo la misma. �l es alguien a quien se le ha otorgado una visi�n especial de los consejos de Dios, y quien comunica estos misterios a los dem�s. Tanto en la dispensaci�n jud�a como en la cristiana primitiva, los profetas son el medio de comunicaci�n entre Dios y Su Iglesia.

En los Hechos de los Ap�stoles se mencionan por nombre ocho personas que ejercen este don de profec�a: Agabo, Bernab�, Sime�n llamado N�ger, Lucio de Cirene, Manaen, el hermano adoptivo de Herodes el tetrarca, Judas, Silas y el mismo San Pablo. . En ciertas ocasiones, la comunicaci�n divina que les hizo el Esp�ritu inclu�a un conocimiento del futuro; como cuando Agabo predijo la gran hambruna Hechos 11:28 y el encarcelamiento de St.

Paul, Hechos 21:11 y. cuando San Pablo dijo que el Esp�ritu Santo le testificaba en cada ciudad, que en Jerusal�n lo aguardaban cadenas y aflicciones. Hechos 20:23 Pero esta es la excepci�n m�s que la regla. Es en su car�cter de profetas que Judas y Silas exhortan y confirman a los hermanos.

Y, lo que es de especial inter�s en referencia a las profec�as pronunciadas sobre Timoteo, encontramos un grupo de profetas que tienen especial influencia en la selecci�n y ordenaci�n de evangelistas apost�licos. "Y mientras ministraban al Se�or y ayunaban, el Esp�ritu Santo dijo: Separadme a Bernab� y a Saulo, para la obra a la que los he llamado. Entonces, habiendo ayunado, orado y puesto las manos sobre ellos, los despidieron. ". Hechos 13:2

Vemos, por tanto, que estos profetas del Nuevo Testamento no eran un orden constituido regularmente, como los ap�stoles, con quienes se unen tanto en la Primera Ep�stola a los Corintios, 1 Corintios 12:28 como en la de Efesios. Efesios 4:11 Sin embargo, tienen esto en com�n con los ap�stoles, que la obra de ambos radica m�s en fundar iglesias que en gobernarlas.

Tienen que convertir y edificar en lugar de gobernar. Pueden ser o no ap�stoles o presb�teros adem�s de profetas; pero como profetas eran hombres o mujeres (como las hijas de Felipe) a quienes se les hab�a conferido un don especial del Esp�ritu Santo: y este don les capacit� para comprender y exponer los misterios divinos con autoridad inspirada, y en ocasiones tambi�n para predecir el futuro.

Mientras tengamos en cuenta estas caracter�sticas, poco importa c�mo respondamos a la pregunta de qui�n pronunci� las profec�as sobre Timoteo en el momento de su ordenaci�n. Pudo haber sido San Pablo y los presb�teros quienes le impusieron las manos, y quienes en esta ocasi�n, en todo caso, fueron dotados del esp�ritu de profec�a. O puede ser que adem�s de los presb�teros tambi�n estuvieran presentes profetas, quienes, en esta solemne ceremonia, ejercieron su don de inspiraci�n.

Lo primero parece m�s probable. De 1 Timoteo 4:14 se desprende claramente que la profec�a y la imposici�n de manos eran dos actos concomitantes por medio de los cuales se conced�a la gracia espiritual a Timoteo; y es m�s razonable suponer que estos dos actos instrumentales fueron realizados por el mismo grupo de personas, de lo que un grupo profetiz�, mientras que otro puso sus manos sobre la cabeza del joven ministro.

Este don de profec�a, dice San Pablo a los Corintios, 1 Corintios 14:1 era especialmente deseable; y evidentemente no era raro en la Iglesia primitiva. Como era de esperar, se ejerc�a con mayor frecuencia en los servicios p�blicos de la congregaci�n. �Cuando os reun�s, cada uno tiene salmo, tiene ense�anza, tiene revelaci�n, tiene lengua, tiene interpretaci�n.

Dejemos que los profetas hablen por dos o tres y que los dem�s disciernan. Pero si se hace una revelaci�n a otro que est� sentado, que el primero guarde silencio. Porque todos pod�is profetizar uno por uno, para que todos aprendan y todos sean consolados; y los esp�ritus de los profetas est�n sujetos a los profetas. �El objeto principal del don, por lo tanto, era la instrucci�n y el consuelo para la conversi�n de los incr�dulos ( 1 Corintios 14:24 ), y para la edificaci�n de los fieles.

Pero probablemente tengamos raz�n al hacer una distinci�n entre las profec�as que tuvieron lugar con frecuencia en las primeras congregaciones cristianas y las intervenciones especiales del Esp�ritu Santo que leemos de vez en cuando. En estos �ltimos casos, no se comunica tanto la instrucci�n espiritual en forma inspirada como una revelaci�n de la voluntad de Dios con respecto a alg�n curso de acci�n en particular.

Tal fue el caso cuando a Pablo y Silas "el Esp�ritu Santo les prohibi� hablar la palabra en Asia", y cuando "intentaron ir a Bitinia, y el Esp�ritu de Jes�s no les permiti�": o cuando en su viaje a Roma A Pablo se le asegur� que comparecer�a ante C�sar y que Dios le hab�a dado la vida a todos los que navegaban con �l ( Hechos 16:6 ; Hechos 27:24 ; comp.

Hechos 18:9 ; Hechos 20:23 ; Hechos 21:4 ; Hechos 21:11 ; Hechos 22:17 .

). Algunos han supuesto que el Apocalipsis de San Juan ten�a la intenci�n de marcar el final de la profec�a del Nuevo Testamento y proteger a la Iglesia contra intentos injustificados de profec�a hasta el regreso de Cristo para juzgar al mundo. Este punto de vista ser�a m�s probable si pudiera establecerse la fecha posterior del Apocalipsis. Pero si, como es mucho m�s probable, el Apocalipsis fue escrito cir. 68 d.C., es poco probable que St.

Juan, durante la vida de los ap�stoles, pensar�a en dar un paso tan decisivo. En su Primera Ep�stola, escrita probablemente quince o veinte a�os despu�s del Apocalipsis, da una prueba para distinguir los profetas verdaderos de los falsos; 1 Juan 4:1 y esto no lo habr�a hecho, si hubiera cre�do que toda verdadera profec�a hab�a cesado.

En la reci�n descubierta "Doctrina de los Doce Ap�stoles" encontramos profetas entre los ministros de la Iglesia, al igual que en las Ep�stolas a los Corintios, Efesios y Filipenses. La fecha de este interesante tratado a�n no se ha determinado; pero parece pertenecer al per�odo comprendido entre las ep�stolas de San Pablo y las de Ignacio. Podemos colocarlo con seguridad entre los escritos de San Pablo y los de Justino M�rtir.

En las Ep�stolas a los Corintios 1 Corintios 12:28 tenemos "Primero ap�stoles, segundo profetas, tercero maestros, luego" aquellos que ten�an dones especiales, como sanar o hablar en lenguas. En Efesios 4:2 nos dice que Cristo "dio a unos para que fueran ap�stoles, a otros evangelistas, a otros pastores y maestros".

"La Ep�stola a los Filipenses est� dirigida" a todos los santos en Cristo Jes�s que est�n en Filipos, con los obispos y di�conos ", donde el plural muestra que" obispo "no puede usarse en el sentido diocesano posterior; de lo contrario, solo habr�a un obispo en Filipos. Los profetas, por lo tanto, en la �poca de San Pablo son una rama com�n e importante del ministerio. Se ubican junto a los ap�stoles, y una sola congregaci�n puede poseer varios de ellos.

En Ignacio y en escritores posteriores, los ministros que son tan conspicuos en los Hechos y en las Ep�stolas de San Pablo desaparecen, y su lugar es ocupado por otros ministros cuyos oficios, al menos en sus formas posteriores, apenas se encuentran en el Nuevo Testamento. . Estos son los obispos, presb�teros y di�conos; a quienes pronto se agregaron una serie de funcionarios subordinados, como lectores, exorcistas y similares.

El ministerio, tal como lo encontramos en la "Doctrina de los Doce Ap�stoles", se encuentra en un estado de transici�n del Apost�lico a la �ltima etapa. Como en la �poca de San Pablo, tenemos ministros tanto itinerantes como locales; los ministros itinerantes son principalmente ap�stoles y profetas, cuyas funciones no parecen estar diferenciadas entre s� de manera muy clara; y el ministerio local que consta de dos �rdenes solamente, obispos y di�conos, como en el discurso a la Iglesia de Filipos.

Cuando llegamos a las Ep�stolas de Ignacio y otros documentos de una fecha posterior al 110 d.C., perdemos rastros distintivos de estos ap�stoles y profetas itinerantes. El t�tulo de "Ap�stol" se limita a San Pablo y los Doce, y el t�tulo de "Profeta" a los profetas del Antiguo Testamento.

El cese gradual o el descr�dito de la funci�n del profeta cristiano es perfectamente inteligible. Posiblemente el don espiritual que lo hizo posible fue retirado de la Iglesia. En cualquier caso, las extravagancias de los entusiastas que se enga�aban a s� mismos creyendo que pose�an el don, o de los impostores que lo asum�an deliberadamente, har�an sospechar y desprestigiar el cargo.

Tales cosas eran posibles incluso en tiempos apost�licos, ya que tanto San Pablo como San Juan dan advertencias al respecto e instrucciones para lidiar con el abuso y la falsa suposici�n de la profec�a. En el siglo siguiente, las exc�ntricas ilusiones de Montano y sus seguidores, y sus vehementes intentos de imponer sus supuestas revelaciones a toda la Iglesia, completaron el descr�dito de toda profesi�n al poder prof�tico.

Este descr�dito se ha intensificado de vez en cuando cada vez que se renuevan tales profesiones; como, por ejemplo, por las extravagancias de los profetas de Zwickau o de los abecedarios en la �poca de Lutero, o de los irvingitas en nuestros d�as.

Desde la muerte de San Juan y el cierre del Canon, los cristianos han buscado la iluminaci�n en la palabra escrita de las Escrituras m�s que en las declaraciones de los profetas. All� es donde cada uno de nosotros puede encontrar "las profec�as que nos precedieron", exhort�ndonos y capacit�ndonos para "pelear la buena batalla, manteniendo la fe y la buena conciencia". Siempre habr� quienes anhelen algo m�s definido y personal; que anhelan, y tal vez crean para s� mismos y creen en, alguna autoridad viviente a la que puedan apelar perpetuamente.

La Escritura les parece insatisfactoria, y erigen para s� mismos un papa infalible, o un director espiritual, cuya palabra debe ser para ellos como las palabras inspiradas de un profeta. Pero por fin tenemos que recurrir a nuestra propia conciencia: y ya sea que tomemos las Escrituras o alguna otra autoridad como nuestra gu�a infalible, la responsabilidad de la elecci�n a�n recae en nosotros mismos. Si un hombre no escucha a Cristo y a sus ap�stoles, tampoco se le persuadir� aunque se le haya concedido un profeta. Si no creemos en sus escritos, �c�mo creeremos en sus palabras?

Versículos 19-20

Cap�tulo 7

EL CASTIGO DE HIMENEA Y ALEJANDRO.-ENTREGANDO A SATAN�S UN EXCEPCIONAL INSTRUMENTO DE PURIFICACI�N.-LA PERSONALIDAD DE SATAN�S.- 1 Timoteo 1:19

En el discurso anterior se consider� uno de los carismas especiales que distinguen a la Iglesia de la �poca apost�lica: el don de profec�a. Parece haber sido una bendici�n excepcional permitir que los primeros cristianos realizaran un trabajo excepcional. En la presente ocasi�n tenemos que considerar un tema muy diferente: la fuerte pena impuesta a dos infractores graves. Esto, de nuevo, parecer�a ser algo excepcional.

Y el don especial y el castigo especial tienen mucho en com�n, que ambos fueron medios extraordinarios para promover y preservar la santidad de la Iglesia. Uno exist�a para la edificaci�n, el otro para la purificaci�n, de los miembros de la comunidad cristiana.

Cristo hab�a declarado desde el principio la necesidad de una disciplina estricta tanto para el individuo como para la comunidad. El ojo que causaba la ofensa deb�a ser arrancado, la mano y el pie que causaba la ofensa deb�an ser cortados, y el ofensor empedernido que se negaba a escuchar las protestas solemnes de la congregaci�n deb�a ser tratado como un pagano y un paria. . La experiencia de la Iglesia primitiva hab�a demostrado la sabidur�a de esto.

La ca�da de Judas hab�a demostrado que la propia banda apost�lica no estaba a salvo del mal del peor tipo. Tan pronto como se fund� la Iglesia matriz de Jerusal�n, la conducta de dos de sus miembros le trajo una mancha oscura. En el primer resplandor de su entusiasmo juvenil, Anan�as y Safira conspiraron juntos para pervertir el desinter�s general hacia su propio fin ego�sta, tratando de ganar el cr�dito por la misma generosidad con el resto, mientras se guardaban algo para s� mismos.

La Iglesia de Corinto ten�a apenas cinco a�os, y el Ap�stol hab�a estado ausente de ella solo unos tres a�os, cuando se enter� de que en esta comunidad cristiana, las primicias del mundo pagano, un pecado que incluso los paganos consideraban una contaminaci�n monstruosa. , hab�a sido cometido, y que la congregaci�n se estaba glorificando de ello. Los cristianos se jactaban de que la uni�n incestuosa de un hombre con la esposa de su padre durante la vida de su padre era una espl�ndida ilustraci�n de la libertad cristiana.

No se podr�a haber dado una prueba m�s s�lida de los peligros de una disciplina laxa. En los vers�culos que tenemos ante nosotros, tenemos casos de peligros similares en el lado doctrinal. Y en la oposici�n insolente que Di�trefes ofreci� a San Juan tenemos una ilustraci�n de los peligros de la insubordinaci�n. Si la Iglesia cristiana se iba a salvar de un colapso r�pido, era claramente necesaria una estricta disciplina en la moral, en la doctrina y en el gobierno.

El castigo de la persona incestuosa en Corinto debe colocarse al lado del castigo de Himeneo y Alejandro, como se registra aqu�. Los dos casos se explican mutuamente. En cada uno de ellos ocurre la f�rmula notable de entregar o entregar a Satan�s. El significado de la misma no es indiscutible y, en general, se sostienen dos puntos de vista con respecto a ella. Algunos lo interpretan como un mero sin�nimo de excomuni�n. Otros sostienen que indica una pena mucho m�s excepcional, que podr�a acompa�ar o no a la excomuni�n.

1. On the one hand it is argued that the expression "deliver unto Satan" is a very intelligible periphrasis for "excommunicate." Excommunication involved "exclusion from all Christian fellowship, and consequently banishment to the society of those among whom Satan dwelt, and from which the offender had publicly severed himself." It is admitted that "handing over to Satan" is strong language to use in order to express ejection from the congregation and exclusion from all acts of worship, but it is thought that the acuteness of the crisis makes the strength of language intelligible.

2. Pero la fuerza del lenguaje no necesita disculpas, si "entregar a Satan�s" significa algo extraordinario, m�s all� de la excomuni�n. Esto, por tanto, es una ventaja que tiene el segundo modo de interpretar la expresi�n al principio. La excomuni�n era un castigo que la misma congregaci�n pod�a infligir; pero esta entrega a Satan�s fue un acto apost�lico, para el cual la comunidad sin el Ap�stol no ten�a poder.

Fue una imposici�n sobrenatural de debilidad corporal, o enfermedad, o muerte, como castigo por un pecado grave. Sabemos esto en los casos de Anan�as y Sapphira y de Elymas. La persona incestuosa en Corinto es probablemente otro ejemplo: porque "la destrucci�n de la carne" parece significar alguna enfermedad dolorosa infligida a esa parte de su naturaleza que hab�a sido el instrumento de su ca�da, para que por su castigo la parte superior de su naturaleza podr�a salvarse.

Y, si esto es correcto, entonces parece justificado asumir lo mismo con respecto a Himeneo y Alejandro. Porque aunque nada se dice en su caso con respecto a "la destrucci�n de la carne", sin embargo, la expresi�n "para que se les ense�e a no blasfemar", implica algo similar. La palabra para "ense��" (??????????) implica disciplina y castigo, a veces en griego cl�sico, con frecuencia en el Nuevo Testamento, un significado que la palabra "ense�ar" tambi�n tiene con frecuencia en ingl�s.

Jueces 8:16 Para ilustrar esto, es suficiente se�alar el pasaje de Hebreos 12:1 , en el que el escritor insiste en que "al que el Se�or ama, castiga". En toda la secci�n se utilizan esta misma palabra (?????????) y su af�n (???????).

Por lo tanto, no hay duda de que San Pablo entreg� a Himeneo y Alejandro a Satan�s, a fin de que Satan�s pudiera tener poder para afligir sus cuerpos (as� como se le permiti� tener poder sobre el cuerpo de Job), con miras a mejorar su espiritualidad. . Este sufrimiento personal, siguiendo de cerca su pecado y declarado por el Ap�stol como un castigo por �l, les ense�ar�a a abandonarlo. S t.

El mismo Pablo, como nos acaba de decir, hab�a sido un blasfemo y se hab�a convertido por una visitaci�n sobrenatural: �por qu� no iban a seguir estos dos en ambos sentidos en sus pasos? La disposici�n de Satan�s a cooperar en tales medidas no tiene por qu� sorprendernos. Siempre est� dispuesto a infligir sufrimiento; y el hecho de que el sufrimiento a veces aleja al que sufre de �l y lo acerca m�s a Dios, no lo disuade de infligirlo.

Sabe bien que el sufrimiento no es infrecuente y tiene el efecto contrario. Endurece y exaspera a algunos, mientras que humilla y purifica a otros. Hace que un hombre diga: "Me aborrezco y me arrepiento en polvo y ceniza". Hace otra voluntad "renunciar a Dios y morir". En el caso de Job, Satan�s esperaba poder provocarlo a "renunciar a Dios en su cara". En el caso de estos dos blasfemos, �l esperar�a inducirlos a blasfemar a�n m�s.

Podemos pasar por alto la pregunta: "�De qu� manera blasfemaron Himeneo y Alejandro?" Solo podemos conjeturar que fue al oponerse p�blicamente a alg�n art�culo de la fe cristiana. Pero las conjeturas sin pruebas no son muy rentables. Si estuvi�ramos seguros de que el Himeneo aqu� mencionado con Alejandro es id�ntico al que es condenado con Fileto en 2 Timoteo 2:18 por negar virtualmente la resurrecci�n, deber�amos tener alguna evidencia.

Pero esta identificaci�n, aunque probable, no es segura. A�n menos segura es la identificaci�n del Alejandro condenado aqu� con "Alejandro el calderero", de quien en 2 Timoteo 4:14 se dice que le hizo mucho mal al Ap�stol. Pero ninguna de estas preguntas es de gran importancia. Lo que es importante notar es la sentencia apost�lica sobre los dos blasfemos. Y en �l tenemos que notar cuatro puntos.

(1) Es casi seguro que no es id�ntica a la excomuni�n por parte de la congregaci�n, aunque muy probablemente estuvo acompa�ada de esta otra pena.

(2) Es de un car�cter muy extraordinario, siendo una entrega al poder del Maligno.

(3) Su objeto es la reforma de los infractores, mientras que al mismo tiempo

(4) sirve de advertencia a los dem�s, para que no sufran un castigo tan terrible por delitos similares. A todos por igual les hizo ver la gravedad de tales pecados. Incluso a costa de cortar la mano derecha o arrancar el ojo derecho, la comunidad cristiana debe mantenerse pura tanto en la doctrina como en la vida.

Estos dos pasajes, el que tenemos ante nosotros y el que se refiere al caso de incesto en Corinto, son concluyentes en cuanto a la ense�anza de San Pablo con respecto a la existencia y personalidad del diablo. Est�n respaldados e ilustrados por varios otros pasajes de sus escritos; como cuando les dice a los tesalonicenses que "Satan�s obstaculiz�" su obra, o advierte a los corintios que "incluso Satan�s se hace un �ngel de luz", y les dice que su propio doloroso problema en la carne era como el de Job, "un mensajero de Satan�s para abofetearlo.

No menos clara es la ense�anza de San Pedro y San Juan en las Ep�stolas que, con las de San Pablo a los Corintios, se encuentran entre las obras mejor autenticadas de la literatura antigua. "Vuestro adversario el diablo, como le�n rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar", dice uno: "El que practica el pecado es del diablo; porque el diablo peca desde el principio", dice el otro. Y, si necesitamos una autoridad superior, est� la declaraci�n de Cristo a los jud�os malignos e incr�dulos.

"Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre es vuestra voluntad de hacer. �l fue un homicida desde el principio, y no se mantuvo en la verdad, porque no hay verdad en �l. Cuando habla una mentira De suyo habla, porque es mentiroso y padre de mentiroso ". Con respecto a este �ltimo pasaje, aquellos que niegan la existencia personal de Satan�s deben mantener

(1) que el evangelista atribuye a Cristo palabras que nunca us�; o

(2) que Cristo estaba dispuesto a valerse de una monstruosa superstici�n para denunciar con �nfasis a sus oponentes; o

(3) que �l mismo cre�a err�neamente en la existencia de un ser que era una mera invenci�n de una imaginaci�n no iluminada: en otras palabras, que

"El Hijo de Dios fue manifestado para destruir las obras del diablo", cuando en todo ese tiempo no hab�a diablo ni obras suyas que pudieran ser destruidas.

El primero de estos puntos de vista corta la ra�z de toda confianza en los Evangelios como documentos hist�ricos. Las palabras que implican que Satan�s es una persona son atribuidas a Cristo por los Sin�pticos no menos que por San Juan; y si no se debe creer a los evangelistas en su informe de los dichos de Cristo sobre este tema, qu� seguridad tenemos de que se les debe creer en sus informes del resto de su ense�anza; �O de hecho en cuanto a cualquier cosa que narren? Una vez m�s, �c�mo vamos a explicar las declaraciones muy fuertes hechas por los mismos Ap�stoles con respecto al maligno, si nunca hubieran escuchado nada por el estilo de Cristo?

El segundo punto de vista ha sido adoptado por Sehleier-reacher, quien piensa que Cristo acomod� Su ense�anza a las ideas entonces prevalecientes entre los jud�os respecto a Satan�s sin compartirlas �l mismo. Sab�a que Satan�s era una mera personificaci�n del mal moral que todo hombre encuentra en su propia naturaleza y en la de sus semejantes; pero los jud�os cre�an en la personalidad de este principio maligno, y �l consinti� en la creencia, no como siendo veraz, pero sin ofrecer una oposici�n fundamental a Su ense�anza.

Pero, �es esto consistente con la veracidad de Cristo? Si un diablo personal es una superstici�n vac�a, hizo todo lo posible para confirmar a los hombres que creen en �l. �Por qu� ense�ar que el enemigo que sembr� la ciza�a es el diablo? �Por qu� interpretar a los p�jaros que arrebatan la semilla reci�n sembrada como Satan�s? Habr�a sido tan f�cil en cada caso hablar de tentaciones impersonales. Una vez m�s, �qu� motivo pudo haber tenido Cristo para decirles a Sus Ap�stoles (no a la multitud ignorante y supersticiosa) que �l mismo hab�a soportado las repetidas solicitudes de un tentador personal, que hab�a conversado y discutido con �l?

Aquellos que, como Strauss y Renan, creen que Jes�s de Nazaret fue un mero hombre, naturalmente adoptar�an el tercer punto de vista. Al creer en la personalidad de Satan�s, Jes�s simplemente comparti� las supersticiones de su �poca. Para todos aquellos que deseen discutir con �l si todav�a somos cristianos, Strauss declara que "la creencia en un diablo es uno de los aspectos m�s horribles de la antigua fe cristiana", y que "la medida en que esta peligrosa ilusi�n todav�a controla las ideas de los hombres o ha sido desterrado de ellos es precisamente lo que hay que considerar como una medida de cultura.

Pero al mismo tiempo admite que "quitar una piedra tan fundamental es peligroso para todo el edificio de la fe cristiana". Fue el joven Goethe quien coment� contra Bahrdt que si alguna vez una idea fue b�blica, esta [de la existencia de un Satan�s personal] lo era. "Y en otra parte, Strauss declara que la concepci�n del Mes�as y Su reino sin la ant�tesis de un El reino infernal con un jefe personal es tan imposible como el de un polo norte sin un polo sur.

Negarse a creer en un poder maligno externo a nosotros es creer que la naturaleza humana en s� misma es diab�lica. �De d�nde vienen los pensamientos diab�licos que nos afligen incluso en los momentos m�s sagrados y solemnes? Si no proceden del maligno y sus mirmidones, proceden de nosotros mismos: son nuestra propia descendencia. Tal creencia bien podr�a llevarnos a la desesperaci�n. Lejos de ser un elemento "espantoso" en la fe cristiana, la creencia en un poder "que no es nosotros mismos, que conduce a la" maldad, es muy consoladora.

Se ha dicho que, si no hubiera Dios, tendr�amos que inventar uno; y casi con la misma verdad podr�amos decir que, si no hubiera diablo, tendr�amos que inventar uno. Sin una creencia en Dios, los hombres malos tendr�an poco que inducirlos a conquistar sus pasiones malvadas. Sin una creencia en un diablo, los hombres buenos tendr�an pocas esperanzas de poder hacerlo.

El pasaje que tenemos ante nosotros nos proporciona otro pensamiento consolador con respecto a este terrible adversario, que siempre invisible conspira contra nosotros. A menudo es por nuestro propio bien que Dios le permite tener una ventaja sobre nosotros. Se le permite infligir p�rdidas sobre nosotros a trav�s de nuestras personas y nuestra propiedad, como en el caso de Job, y la mujer a la que se inclin� durante dieciocho a�os, para castigarnos y ense�arnos que "no tenemos aqu� una ciudad permanente". .

"Y se le permite incluso llevarnos al pecado, para salvarnos del orgullo espiritual y convencernos de que sin Cristo y con nuestras propias fuerzas no podemos hacer nada. Estos no son los motivos de Satan�s, pero son los motivos de Dios. al permitirle ser "el gobernante de este mundo" y tener mucho poder sobre los asuntos humanos. Satan�s inflige sufrimiento por amor al infligirlo, y conduce al pecado por amor al pecado; pero Dios sabe c�mo sacar el bien del mal. haciendo que el maligno frustre sus propias artima�as.

El diablo aflige malignamente a las almas que est�n en su poder; pero la aflicci�n lleva a que esas almas sean "salvadas en el d�a del Se�or". Tuvo ese bendito efecto en el caso de la persona incestuosa en Corinto. Si lo mismo ocurre con Himeneo y Alejandro, no hay nada en las Escrituras que nos diga. Nos corresponde a nosotros cuidar que en nuestro caso los castigos que inevitablemente siguen al pecado no nos empujen m�s y m�s hacia �l, sino que nos ense�en a no pecar m�s.

Información bibliográfica
Nicoll, William R. "Comentario sobre 1 Timothy 1". "El Comentario Bíblico del Expositor". https://beta.studylight.org/commentaries/spa/teb/1-timothy-1.html.