Bible Commentaries
1 Timoteo 2

El Comentario Bíblico del ExpositorEl Comentario Bíblico del Expositor

Versículo 1

Cap�tulo 8

ELEMENTOS DEL CULTO CRISTIANO; ORACI�N INTERCESORIA Y ACCI�N DE GRACIAS-LA SOLIDARIDAD DE LA CRISTIANDAD Y DE LA RAZA HUMANA. - 1 Timoteo 2:1

EL primer cap�tulo de la Ep�stola es m�s o menos introductorio. Repite lo que ya San Pablo le hab�a dicho a su amado disc�pulo de boca en boca, sobre el tema de la doctrina cristiana y la necesidad de mantenerla pura. Hace una digresi�n respecto a la propia conversi�n del Ap�stol. Le recuerda a Timoteo las esperanzadoras profec�as pronunciadas sobre �l en su ordenaci�n; y se�ala las terribles consecuencias de apartar la conciencia del tim�n y ponerse en antagonismo con el Todopoderoso.

En este segundo cap�tulo san Pablo pasa a mencionar en orden los temas que llevaron a la redacci�n de la carta; y la primera exhortaci�n que tiene que dar es la que respeta el culto cristiano y el deber de la oraci�n intercesora y la acci�n de gracias.

Hay dos cosas muy dignas de menci�n en el tratamiento del tema del culto en las Ep�stolas Pastorales. Primero, estas cartas nos presentan una forma de adoraci�n m�s desarrollada que la que encontramos indicada en los primeros escritos de San Pablo. Todav�a es muy primitivo, pero ha crecido. Y esto es exactamente lo que deber�amos esperar, especialmente cuando recordamos la rapidez con la que la Iglesia cristiana desarroll� sus poderes durante el primer siglo y medio.

En segundo lugar, las indicaciones de esta forma de adoraci�n m�s desarrollada se encuentran solo en las cartas a Timoteo, que tratan de la condici�n de las cosas en la Iglesia de �feso, una Iglesia que ya hab�a sido fundada durante un tiempo considerable y que estaba en un estado comparativamente avanzado. etapa de organizaci�n. Por tanto, no nos sorprende encontrar en estas dos ep�stolas fragmentos de lo que parecen ser formas lit�rgicas primitivas.

En la primera ep�stola tenemos dos grandes doxolog�as, que pueden ser el resultado de la devoci�n del Ap�stol en este momento, pero es muy probable que sean citas de f�rmulas bien conocidas por Timoteo. 1 Timoteo 1:17 ; 1 Timoteo 6:15 Entre estos dos tenemos lo que parece una porci�n de un himno de alabanza a Jesucristo, adecuado para cantar en antifonal ( 1 Timoteo 3:16 ; comp.

Plinio, "Epp." 10:96): y tambi�n lo que puede ser una exhortaci�n bautismal. 1 Timoteo 6:12 En la Segunda Ep�stola tenemos rastros de otra f�rmula lit�rgica. 2 Timoteo 2:11

San Pablo, por supuesto, no quiere decir, como la AV podr�a hacernos suponer, que en todo culto cristiano la intercesi�n debe ser lo primero; menos a�n que la intercesi�n es el primer deber de un cristiano. Pero lo coloca en primer lugar entre los temas sobre los que tiene que dar instrucciones en esta ep�stola. �l se asegura de que �l mismo no lo olvide por escrito a su delegado en �feso; y desea asegurarse de que Timoteo no lo olvide en su ministerio. Ofrecer oraciones y acciones de gracias en nombre de todos los hombres es un deber de tanta importancia que el Ap�stol lo coloca en primer lugar entre los temas de su misi�n pastoral.

�Era un deber que Timothy y la congregaci�n encomendaron a su cuidado hab�an estado descuidando, o estaban en serio peligro de descuidarlo? Bien pudo haber sido as�. En las dificultades de la propia posici�n personal del superintendente, y en los variados peligros a los que su peque�o reba�o estaba tan incesantemente expuesto, las demandas de otros sobre su oraci�n y alabanza unidas a veces pueden haberse olvidado. Cuando el Ap�stol dej� a Timoteo para ocupar su lugar por un tiempo en �feso, esperaba regresar muy pronto y, en consecuencia, solo le hab�a dado instrucciones breves y algo apresuradas en cuanto a su curso de acci�n durante su ausencia.

Se le hab�a impedido regresar; y exist�a la probabilidad de que Timothy tuviera que ser su representante por un per�odo indefinido. Mientras tanto, las dificultades de la posici�n de Timothy no hab�an disminuido. Muchos de su reba�o eran hombres mucho mayores que �l, y algunos de ellos hab�an sido ancianos en la Iglesia de �feso mucho antes de que el amado disc�pulo del Ap�stol fuera puesto a cargo de ellos. Algunos de los l�deres de la congregaci�n se hab�an contaminado con los errores gn�sticos de los que estaba cargada la atm�sfera intelectual de �feso, y estaban esforz�ndose por hacer concesiones y confundir entre la anarqu�a pagana y la libertad cristiana.

Adem�s de eso, estaba la amarga hostilidad de los jud�os, que consideraban a Pablo y Timoteo como renegados de la fe de sus antepasados, y que nunca perdieron la oportunidad de frustrarlos y insultarlos. Sobre todo estaba el peligro omnipresente del paganismo, que enfrentaban los cristianos cada vez que abandonaban el refugio de sus propias casas. En la ciudad que consideraba como su principal gloria ser el "guardi�n del templo de la gran Artemisa", Hechos 19:35 todas las calles por las que caminaban los cristianos y todas las casas paganas a las que entraban estaban llenas de abominaciones paganas; por no hablar de los magn�ficos templos, las hermosas arboledas y los seductores ritos id�latras, que se encontraban entre las principales caracter�sticas que atra�an a multitudes tan variadas a �feso.

En medio de dificultades y peligros como estos, no ser�a maravilloso que Timoteo y los que est�n confiados a su cuidado hubieran sido algo ajenos al hecho de que "detr�s de las monta�as tambi�n hay gente"; que m�s all� de los estrechos l�mites de su horizonte contra�do hab�a intereses tan importantes como sus propios cristianos, que eran tan queridos por Dios como ellos mismos, cuyas necesidades eran tan grandes como las suyas propias, y con quienes el Se�or hab�a sido igualmente misericordioso; y adem�s innumerables huestes de paganos, que tambi�n eran hijos de Dios, necesitaban Su ayuda y recib�an Sus bendiciones; por todos los cuales, as� como por ellos mismos, la Iglesia en �feso estaba obligada a ofrecer oraci�n y acci�n de gracias.

Pero no es necesario suponer que Timoteo y los que estaban a su cuidado hab�an sido especialmente negligentes con este deber. Tener claramente en cuenta nuestras responsabilidades hacia todo el g�nero humano, o incluso hacia toda la Iglesia, es algo tan dif�cil para todos nosotros, que el lugar destacado que San Pablo da a la obligaci�n de ofrecer oraciones y acciones de gracias por todos los hombres. es bastante inteligible, sin la suposici�n de que el disc�pulo al que se dirige tuviera m�s necesidad de tal cargo que otros ministros en las Iglesias bajo el cuidado de San Pablo.

El Ap�stol utiliza tres palabras diferentes para la oraci�n, la segunda de las cuales es un t�rmino general y cubre todo tipo de oraci�n a Dios y la primera es un t�rmino a�n m�s general, incluidas las peticiones dirigidas al hombre. Cualquiera de los dos primeros abrazar�a al tercero, lo que indica un acercamiento audaz y serio al Todopoderoso para implorar alg�n gran beneficio. Ninguna de las tres palabras significa necesariamente intercesi�n en el sentido de oraci�n por los dem�s.

Esta idea proviene del contexto. San Pablo dice claramente que son oraciones y acciones de gracias "por todos los hombres" lo que desea hacer: y con toda probabilidad no distingui� cuidadosamente en su mente los matices de significado que son propios de los tres t�rminos que usa. Cualesquiera que sean las diversas clases de s�plicas que pueda ofrecer el hombre ante el trono de la gracia, insta a que toda la raza humana se beneficie de ellas.

Obviamente, como se�al� Cris�stomo hace mucho tiempo, no podemos limitar el "todos los hombres" del Ap�stol a todos los creyentes. Directamente entra en detalles menciona "reyes y todo lo que est� en alto"; y en los d�as de San Pablo, ni un solo rey, y casi podemos decir que ni una sola persona en un lugar alto, era creyente. El alcance de los deseos y la gratitud de un cristiano, cuando se presenta ante el Se�or, no debe tener un l�mite m�s estrecho que el que abarca a toda la raza humana. Este importante principio, acusa el Ap�stol a su representante, debe ser exhibido en el culto p�blico de la Iglesia en �feso.

La solidaridad de todo el cuerpo de cristianos, por muy distantes que sean unos de otros en el espacio y el tiempo, por diferentes que sean unos de otros en nacionalidad, disciplina e incluso en credo, es un hecho magn�fico, del que todos necesitamos de vez en cuando. tiempo para ser recordado, y que, incluso cuando se nos recuerda, nos resulta algo dif�cil de captar. Los miembros de sectas de las que nunca hemos o�do hablar, que viven en regiones remotas de las que ni siquiera conocemos los nombres, est�n, sin embargo, unidos a nosotros por los lazos eternos de un bautismo com�n y una creencia com�n en Dios y en Jesucristo.

Los sectarios del este en las tierras salvajes de Asia, y los sectarios del oeste en los bosques de Am�rica del Norte, son miembros de Cristo y de nuestros hermanos; y como tales tenemos intereses espirituales id�nticos a los nuestros, por los cuales no es s�lo nuestro deber, sino nuestra ventaja orar. "Si un miembro sufre, todos los miembros sufren con �l; o un miembro es honrado, todos los miembros se regocijan con �l". Los lazos que unen a los cristianos entre s� son a la vez tan sutiles y tan reales, que es imposible que un cristiano no se vea afectado por el progreso o retroceso de cualquier otro.

Por lo tanto, no solo la ley de la caridad cristiana requiere que ayudemos a todos nuestros hermanos cristianos orando por ellos, sino que la ley del inter�s propio nos lleva a hacerlo tambi�n; porque su avance sin duda nos ayudar� a avanzar, y su reca�da sin duda nos har� retroceder. Todo esto es una simple cuesti�n de hecho, revelado a nosotros por Cristo y sus ap�stoles, y confirmado por nuestra propia experiencia, en la medida en que nuestros d�biles poderes de observaci�n pueden proporcionar una prueba.

Sin embargo, es un hecho de proporciones tan enormes (incluso sin tener en cuenta nuestra estrecha relaci�n con los que han fallecido de este mundo), que incluso con nuestros mejores esfuerzos no logramos realizarlo en su inmensidad.

�Qu� diremos, entonces, de la dificultad de realizar la solidaridad de todo el g�nero humano? Porque tambi�n ellos son linaje de Dios y, como tales, son de una sola familia con nosotros. Si es dif�cil recordar que el bienestar del miembro m�s humilde de una comunidad remota y oscura de la cristiandad nos concierne �ntimamente, �c�mo vamos a tener en cuenta el hecho de que tenemos intereses y obligaciones con respecto a los paganos m�s salvajes y degradados de nuestro pa�s? en el coraz�n de �frica o en las islas del Pac�fico? He aqu� un hecho en una escala mucho m�s estupenda; porque en la poblaci�n del globo, aquellos que ni siquiera son cristianos de nombre, nos superan en n�mero por lo menos en tres a uno.

Y, sin embargo, no olvidemos nunca que nuestro inter�s en estas innumerables multitudes, a las que nunca hemos visto y nunca veremos en esta vida, no es un mero sentimiento gracioso o una floritura vac�a de ret�rica, sino un hecho sobrio y s�lido. La trillada frase, "un hombre y un hermano", representa una verdad vital. Cada ser humano es uno de nuestros hermanos y, nos guste la responsabilidad o no, seguimos siendo el "guardi�n de nuestro hermano".

"En nuestra custodia, en una medida muy real, se encuentran los asuntos supremos de su vida espiritual, y tenemos que procurar que cumplamos fielmente nuestra confianza. Leemos con horror, y puede que con compasi�n, de los monstruosos ultrajes cometidos por jefes salvajes sobre sus s�bditos, sus esposas o sus enemigos. Olvidamos que la culpa de estas cosas puede estar en parte en nuestra puerta, porque no hemos hecho nuestra parte para ayudar a promover las influencias civilizadoras que habr�an prevenido tales horrores, por encima de todo porque no hemos orado como deber�amos por quienes los cometen.

Somos pocos los que no tenemos la oportunidad de ayudar de diversas formas a la empresa misionera y los esfuerzos humanizadores. Pero todos podemos al menos orar por la bendici�n de Dios sobre tales cosas, y por Su misericordia para aquellos que la necesitan. De aquellos que, al no tener nada m�s para dar, dan sus luchas por la santidad y sus oraciones por sus semejantes, el bendito elogio est� escrito: "Hicieron lo que pudieron".

"Para los reyes y todos los que est�n en lo alto". Es un gran error suponer que "reyes" aqu� significa los emperadores romanos. Esto se ha afirmado, y de esta mala interpretaci�n se ha deducido la conclusi�n err�nea de que la carta debi� haber sido escrita en un momento en que era costumbre que el Emperador asociara a otro pr�ncipe con �l en el imperio, con miras a asegurar la sucesi�n. Como Adriano fue el primero en hacer esto, y cerca del final de su reinado, esta carta (se recomienda) no puede ser anterior a A.

D. 138. Pero esta interpretaci�n es imposible, porque "reyes" en el griego no tiene art�culo. Si el escritor se hubiera referido a los dos emperadores reinantes, ya fueran Adriano y Antonino, o M. Aurelius y Verus, inevitablemente habr�a escrito "para los reyes y para todos los que est�n en las alturas". La expresi�n "para reyes" obviamente significa "para monarcas de todas las descripciones". incluyendo al Emperador Romano, pero tambi�n incluyendo a muchos otros potentados.

Tales personas, por tener las responsabilidades m�s pesadas y el mayor poder de hacer el bien y el mal, tienen un derecho especial sobre las oraciones de los cristianos. Nos da una ilustraci�n sorprendente de los poderes transformadores del cristianismo cuando pensamos en San Pablo dando instrucciones urgentes de que entre las personas a ser recordadas primero en las intercesiones de la Iglesia est�n Ner�n y los hombres a quienes �l puso "en un lugar alto", como Ot�n y Vitelio, que luego se convirti� en Emperador: y esto tambi�n, despu�s de la persecuci�n peculiarmente cruel y desenfrenada de Ner�n a los cristianos A.

D. 64. En sus escritos de los siglos II y III se muestra la firmeza con que se estableci� esta hermosa pr�ctica entre los cristianos. Tertuliano, que vivi� los reinados de monstruos como Cornmodus y Elagabalus, que record� la persecuci�n bajo M. Aurelius, y fue testigo de que bajo Septimio Severo, sin embargo, puede escribir as� del Emperador de Roma: "Un cristiano no es enemigo de nadie menos a�n del Emperador, a quien sabe que ha sido designado por su Dios, y a quien por tanto ama necesariamente, y reverencia, honra y desea su bienestar, con el de todo el Imperio Romano, durante tanto tiempo. como el mundo permanecer�; porque durar� tanto tiempo. Al Emperador, por lo tanto, rendimos el homenaje que nos es l�cito. y bueno para �l, como el ser humano que viene al lado de Dios, y es lo que es por El decreto de Dios,

Y as� nos sacrificamos tambi�n por el bienestar del Emperador; sino a nuestro Dios y el suyo; sino en la forma que Dios ha ordenado, con una oraci�n pura. "Porque Dios, el Creador del universo, no necesita olores ni sangre". En otro pasaje, Tertuliano anticipa la objeci�n de que: los cristianos oran por el Emperador, para ganarse el favor del gobierno romano y as� escapar de la persecuci�n. Dice que los paganos solo tienen que mirar las Escrituras, que para los cristianos son la voz de Dios, y ver que orar por sus enemigos y orar por los que tienen autoridad es una regla fundamental para los cristianos.

Y cita el pasaje que tenemos ante nosotros. Pero parece haber malinterpretado las palabras finales del mandato del Ap�stol: "para que llevemos una vida tranquila y silenciosa con toda piedad y seriedad". Tertuliano entiende esto como una raz�n para orar por reyes y gobernantes; porque son los preservadores de la paz p�blica, y cualquier disturbio en el imperio afectar� necesariamente a los cristianos as� como a otros s�bditos, lo que est� dando un motivo bastante estrecho y ego�sta para este gran deber.

"Que podamos llevar una vida tranquila y silenciosa con toda piedad y seriedad", es el objeto y la consecuencia, no de nuestra oraci�n por reyes y gobernantes en particular, sino de nuestras oraciones y acciones de gracias en nombre de todos los hombres.

Cuando esta obligaci�n m�s apremiante sea debidamente cumplida, entonces, y solo entonces, podremos esperar con la conciencia tranquila poder vivir una vida cristiana apartados de las rivalidades, los celos y las disputas del mundo. S�lo en la actitud mental que nos hace orar y dar gracias por nuestros semejantes es posible la tranquilidad de una vida piadosa. Los enemigos de la paz y la tranquilidad cristianas son la ansiedad y la contienda.

�Estamos preocupados por el bienestar de aquellos que son cercanos y queridos por nosotros, o de aquellos cuyos intereses est�n ligados a los nuestros? Oremos por ellos. �Tenemos graves recelos respecto a lo burdo que est�n tomando los acontecimientos en la Iglesia, o en el Estado, o en alguna de las sociedades menores a las que pertenecemos? Ofrezcamos s�plicas e intercesiones en nombre de todos los involucrados en ellas. La oraci�n ofrecida con fe al trono de la gracia calmar� nuestra ansiedad, porque nos asegurar� que todo est� en las manos de Dios, y que en Su propio tiempo �l sacar� el bien del mal.

�Estamos en conflicto con nuestros vecinos y es esto una fuente constante de disturbios? Oremos por ellos. Las oraciones fervientes y frecuentes por aquellos que nos son hostiles ciertamente asegurar�n esto: que nosotros mismos nos volvamos m�s cautelosos a la hora de provocar provocaciones; y esto contribuir� en gran medida a lograr nuestro deseo de que cese por completo la contienda.

�Hay alguien a quien le hayamos tomado una fuerte aversi�n, cuya sola presencia es una prueba para nosotros, cuyo cada gesto y cada tono nos irrita, y la vista de cuya caligraf�a nos hace temblar, debido a sus inquietantes asociaciones? Oremos por �l. Tarde o temprano el desagrado debe dar paso a la oraci�n. Es imposible seguir interes�ndose realmente por el bienestar del otro y, al mismo tiempo, seguir detest�ndolo.

Y si nuestras oraciones por su bienestar son genuinas, debe haber un inter�s real en ellas. �Hay alguien de quien estemos celosos? �De qu� popularidad, tan peligrosa para la nuestra, tenemos envidia? �El �xito de qui�n, un �xito absolutamente inmerecido, como nos parece, nos repugna y nos asusta? �Qu� contratiempos y fracasos, e incluso cuyas faltas y fechor�as, nos dan placer y satisfacci�n? Demos gracias a Dios por el favor que concede a este hombre. Alabemos a nuestro Padre celestial por haber dado en Su sabidur�a y Su justicia a otro de Sus hijos lo que �l nos niega; y or�mosle para que este otro no abuse de sus dones.

S�, no olvidemos nunca que no solo se deben ofrecer oraciones, sino tambi�n acciones de gracias por todos los hombres. Aquel que es tan bueno con toda la Iglesia, de la que somos miembros, y con la gran familia humana a la que pertenecemos, ciertamente tiene derecho a la gratitud de todo ser humano, y especialmente de todo cristiano. Su generosidad no se da por medida ni por m�rito. �l hace brillar su sol sobre malos y buenos, y env�a su lluvia sobre justos e injustos: �y nosotros escogeremos y elegiremos por qu� le agradeceremos y qu� no? La hermana que ama a su hermano descarriado o tonto est� agradecida a su padre por el cuidado que le brinda a su hijo in�til y sin gracia.

�Y no daremos gracias a nuestro Padre celestial por los beneficios que concede a las innumerables multitudes cuyos intereses est�n tan estrechamente entrelazados con los nuestros? Los beneficios otorgados a cualquier ser humano son una respuesta a nuestras oraciones y, como tal, estamos obligados a dar gracias por ellos. �Cu�nto m�s agradecidos estaremos cuando podamos verlos como beneficios otorgados a aquellos a quienes amamos!

�sta es la causa de gran parte de nuestro fracaso en la oraci�n. No combinamos nuestras oraciones con la acci�n de gracias; o al menos nuestras acciones de gracias son mucho menos cordiales que nuestras oraciones. Damos gracias por los beneficios recibidos por nosotros mismos: nos olvidamos de dar gracias "por todos los hombres". Sobre todo, olvidamos que la verdadera gratitud se manifiesta, no en palabras o sentimientos, sino en la conducta. Debemos enviar buenas obras tras buenas palabras al cielo.

No es que nuestra ingratitud provoque que Dios retenga Sus dones; pero que nos hace menos capaces de recibirlos. Por el bien de los dem�s, no menos que por nosotros mismos, recordemos la orden del Ap�stol de que "se hagan acciones de gracias por todos los hombres". No podemos dar abundancia y prosperidad a las naciones de la tierra. No podemos otorgarles paz y tranquilidad. No podemos sacarlos de las tinieblas a la luz gloriosa de Dios.

No podemos elevarlos de la impureza a la santidad. Solo podemos hacer un poco, muy poco para lograr estos grandes fines. Pero hay una cosa que podemos hacer. Al menos podemos agradecerle a Aquel que ya ha otorgado algunas, y se est� preparando para otorgar otras, de estas bendiciones. Podemos alabarle por el fin hacia el que har� que todas las cosas funcionen. - "Quiere que todos los hombres se salven" (ver. 4), "que Dios sea todo en todos".

Versículos 8-12

Cap�tulo 9

COMPORTAMIENTO EN LA ADORACI�N CRISTIANA: ACTITUD DE CUERPO Y MENTE DE LOS HOMBRES: VESTIMENTA Y ORNAMENTO DE MUJERES. - 1 Timoteo 2:8

En los vers�culos anteriores de este cap�tulo, San Pablo ha estado insistiendo en el deber de la abnegaci�n en nuestras devociones. Nuestras oraciones y acciones de gracias no deben estar limitadas en su alcance por nuestros propios intereses personales, sino que deben incluir a toda la raza humana; y por esta raz�n obvia y suficiente, que al usar tales devociones sabemos que nuestros deseos est�n en armon�a con la mente de Dios, "quien desea que todos los hombres sean salvos y lleguen al conocimiento de la verdad".

"Habiendo establecido as� los principios que deben guiar a las congregaciones cristianas en el tema de sus oraciones y acciones de gracias, pasa ahora a dar algunas instrucciones sobre el comportamiento de hombres y mujeres, cuando se re�nan para el culto com�n de uno. Dios y el �nico Mediador entre Dios y el hombre, Cristo Jes�s.

No hay duda razonable (aunque se ha discutido el punto) de que San Pablo est� hablando aqu� del culto p�blico en la congregaci�n; todo el contexto lo implica. Algunas de las direcciones ser�an apenas inteligibles, si supusi�ramos que el Ap�stol est� pensando en devociones privadas, o incluso en la oraci�n familiar en los hogares cristianos. Y no debemos suponer que indirectamente est� criticando otras formas de adoraci�n, jud�as o paganas, simplemente est� estableciendo ciertos principios que deben guiar a los cristianos, ya sea en �feso o en cualquier otro lugar, en la conducci�n del servicio p�blico.

Por lo tanto, no hay un �nfasis especial en "en todo lugar", como si el significado fuera: "Nuestros caminos no son como los de los jud�os; porque no se les permiti� sacrificar y realizar sus servicios en ninguna parte, sino reunirse de todas las partes del mundo. El mundo estaba obligado a realizar toda su adoraci�n en el templo, porque como Cristo nos orden� orar por todos los hombres, porque �l muri� por todos los hombres, as� es bueno orar en todas partes.

"Tal ant�tesis entre el culto jud�o y cristiano, incluso si fuera cierto, no existir�a aqu�. Cada lugar es un lugar de oraci�n privada tanto para jud�os como para cristianos: pero no todos los lugares son lugares de oraci�n p�blica para el Cristiano m�s que al jud�o. Adem�s, el griego muestra claramente que el �nfasis no est� en "en todo lugar", sino en "orar". Dondequiera que haya una "casa de oraci�n" habitual, ya sea en �feso o en cualquier otro lugar , el Ap�stol desea que los hombres de la congregaci�n ofrezcan oraciones p�blicamente. Despu�s de "orar", el �nfasis recae en "los hombres", la oraci�n p�blica debe hacerse, y debe ser dirigida por los hombres y no por las mujeres de la congregaci�n.

Es evidente por este pasaje, como por 1 Corintios 14:1 ., Que en este culto cristiano primitivo se permit�a una gran libertad. No hay ning�n obispo, presidente o anciano a quien se reserve el derecho de dirigir el servicio o pronunciar las oraciones y acciones de gracias. Este deber y privilegio es compartido por todos los varones por igual.

En la recientemente descubierta "Doctrina de los Doce Ap�stoles" no se dice nada sobre qui�n debe ofrecer las oraciones, de las cuales se dan ciertas formas. Simplemente se afirma que, adem�s de estas formas, "los profetas" pueden ofrecer una oraci�n improvisada. Y Justino M�rtir menciona que se le concedi� un privilegio similar al "presidente" de la congregaci�n seg�n su capacidad. Parece, pues, rastrear un aumento gradual del rigor, un desarrollo del orden eclesi�stico, muy natural dadas las circunstancias.

Primero, a todos los hombres de la congregaci�n se les permite llevar a cabo la adoraci�n p�blica, como aqu� y en 1 Corintios. Entonces, el derecho de agregar a las formas prescritas est� restringido a los profetas, como en la "Didache". A continuaci�n, este derecho est� reservado al ministro que preside, como en Justino M�rtir. Y, por �ltimo, la oraci�n gratuita queda totalmente abolida. No es necesario suponer que precisamente este desarrollo tuvo lugar en todas las Iglesias; pero ese algo an�logo sucedi� en casi todos.

Tampoco es necesario suponer que el desarrollo fue simult�neo: mientras una Iglesia estaba en una etapa del proceso, otra estaba m�s avanzada y una tercera menos. Nuevamente, podemos conjeturar que las formas de oraci�n aumentaron gradualmente en n�mero, extensi�n y rigor. Pero en las instrucciones aqu� dadas a Timoteo, estamos al comienzo del desarrollo.

"Levantando manos santas". Aqu�, nuevamente, no debemos sospechar ning�n prop�sito pol�mico. San Pablo no est� insinuando que, cuando los gn�sticos o los paganos levantan sus manos en oraci�n, sus manos no son santas. As� como todo cristiano es idealmente un santo, tambi�n toda mano que se levanta en oraci�n es santa. Al enunciar as� el ideal, el Ap�stol inculca su realizaci�n. Hay una monstruosa incongruencia en quien viene in fraganti de la comisi�n de un pecado, levantando a los mismos miembros que testifican en su contra, para implorar una bendici�n del Dios a quien ha ultrajado.

San Pedro expresa la misma idea en t�rminos m�s generales: "Como aquel que os llam� es santo, sed tambi�n vosotros santos en toda forma de vivir; porque escrito est�: ser�is santos, porque yo soy santo". . 1 Pedro 1:15 En un pasaje m�s cercano a este, Clemente de Roma dice: "Acerqu�monos a �l en santidad de alma, levantando a �l manos puras e inmaculadas, con amor hacia nuestro Padre tierno y compasivo que nos hizo una porci�n elegida para �l "(" Corintios "29).

Y Tertuliano insta a que "un esp�ritu contaminado no puede ser reconocido por el Esp�ritu Santo" ("De Orat.", 13.). En ning�n otro lugar del Nuevo Testamento leemos sobre esta actitud de levantar las manos durante la oraci�n. Pero hasta el d�a de hoy es com�n en Oriente. Salom�n en la dedicaci�n del templo "se par� ante el altar del Se�or en presencia de toda la congregaci�n de Israel, y extendi� sus manos hacia el cielo"; 1 Reyes 8:22 y el salmista habla repetidamente de "levantar las manos" en adoraci�n.

Salmo 28:2 ; Salmo 63:4 ; Salmo 134:2 Clemente de Alejandr�a parece haberlo considerado como la actitud ideal en la oraci�n, como s�mbolo del deseo del cuerpo de abstraerse de la tierra, siguiendo el anhelo del esp�ritu en el anhelo de las cosas celestiales.

Tertuliano, por otro lado, sugiere que los brazos se extiendan en oraci�n en memoria de la 'crucifixi�n, y ordena que se extiendan, pero solo levemente levantados, una actitud que est� m�s en armon�a con un esp�ritu humilde: y en en otro lugar dice que el cristiano, por su misma postura en la oraci�n, est� listo para toda imposici�n. Afirma que los jud�os de su �poca no levantaban la mano en oraci�n y, caracter�sticamente, da como raz�n que estaban manchados con la sangre de los profetas y de Cristo.

Con evidente referencia a este pasaje, dice que las manos cristianas deben ser levantadas puras de la falsedad, el asesinato y todos los dem�s pecados de los cuales las manos pueden ser instrumentos. Los monumentos cristianos antiguos de la edad m�s temprana frecuentemente representan a los fieles de pie con las manos levantadas para orar. Eusebio nos dice que Constantino se hab�a representado a s� mismo en esta actitud en sus monedas, "mirando hacia arriba, estir�ndose hacia Dios, como quien reza".

"Por supuesto, esto no significa que arrodillarse fuera inusual o irregular; hay muchas pruebas de lo contrario. Pero la actitud aqu� recomendada por San Pablo era muy antigua cuando escribi�, y ha continuado en algunas partes del mundo desde entonces. Como tantas otras cosas en la religi�n natural y en el juda�smo, recibi� un significado nuevo e intensificado cuando fue adoptado entre los usos de la Iglesia cristiana.

"Sin ira ni contienda": es decir, con el esp�ritu de paz y confianza cristianas. La mala voluntad y el recelo del respeto mutuo son incompatibles con la oraci�n unida a nuestro Padre com�n. La atm�sfera de controversia no es agradable a la devoci�n. Cristo mismo nos ha dicho que nos reconciliemos con nuestro hermano antes de presumir de ofrecer nuestro regalo en el altar. Con un esp�ritu similar, San Pablo dirige que aquellos que deben realizar el servicio p�blico en el santuario deben hacerlo sin sentimientos de enojo o desconfianza mutua.

En las ep�stolas pastorales son frecuentes las advertencias contra la conducta pendenciera; y la experiencia de cada uno de nosotros nos dice cu�n necesarios son. El obispo est� acusado de "no ser un peleador, ni un huelguista; pero gentil, no contencioso". Los di�conos no deben ser "de doble lengua". Las mujeres no deben ser "calumniadoras". Las viudas j�venes deben estar en guardia para no ser "chismosas y entrometidas". A Timoteo se le encomienda "seguir el amor, la paciencia, la mansedumbre", y se le recuerda que "el siervo del Se�or no debe esforzarse, sino ser amable con todos, apto para ense�ar, tolerante, corrigiendo con mansedumbre a los que se oponen a s� mismos.

"A Titus se le vuelve a decir que un obispo debe ser" no voluntarioso, no enojado pronto "," no peleador, no huelguista ", que las ancianas no deben ser" calumniadoras ", que todos los hombres deben ser tenidos en cuenta" no hablar mal de ning�n hombre, no ser contencioso, ser amable, mostrando toda mansedumbre hacia todos los hombres. "No hay necesidad de suponer que esa �poca, o que esas iglesias, ten�an una necesidad especial de advertencias de este tipo. edades y todas las iglesias los necesitan.

Mantener la lengua y el temperamento en el debido orden es para todos nosotros uno de los deberes m�s constantes y necesarios de la vida cristiana; y la negligencia no puede dejar de ser desastrosa para la realidad y eficacia de nuestras devociones. Aquellos que tienen mala voluntad y contiendas en sus corazones no pueden unirse para mucho prop�sito en acci�n de gracias y oraci�n en com�n.

Y as� como los hombres deben cuidar que su actitud de cuerpo y mente sea acorde con la dignidad del culto p�blico, las mujeres tambi�n deben cuidar que su presencia en la congregaci�n no parezca incongruente. Deben presentarse con vestimenta adecuada y con un comportamiento adecuado. Debe evitarse todo lo que pueda desviar la atenci�n del servicio hacia ellos mismos. La modestia y la sencillez deben ser en todo momento las caracter�sticas de la vestimenta y el porte de una mujer cristiana; pero en ning�n momento esto es m�s necesario que en los servicios p�blicos de la Iglesia.

El adorno excesivo, fuera de lugar en todo momento, es all� gravemente ofensivo. Da una absoluta contradicci�n a la profesi�n de humildad que implica participar en el culto com�n, ya esa sobriedad natural que es el adorno m�s hermoso y la mejor protecci�n de la mujer. Tanto la reverencia como la auto-reverencia se ven perjudicadas por ello. Adem�s, puede f�cilmente ser una causa de ofensa para los dem�s, provocando celos o admiraci�n de la criatura, donde todos deber�an estar absortos en la adoraci�n del Creador.

Una vez m�s, San Pablo est� se�alando peligros y males que no son propios de ninguna �poca ni de ninguna Iglesia. �l hab�a hablado de lo mismo a�os antes, a las mujeres de Corinto, y San Pedro pronuncia advertencias similares a las mujeres cristianas a lo largo de todos los tiempos. Clemente de Alejandr�a abunda en protestas contra la extravagancia en la vestimenta tan com�n en su �poca. En un lugar dice; �El pintor Apeles, al ver a uno de sus alumnos pintar una figura densamente dorada para representar a Helena, le dijo: 'Muchacho, no pudiste pintarla hermosa, y por eso la has enriquecido.

'Tales Helens son las damas de hoy; no es realmente hermoso, pero se levant� ricamente. A estos el Esp�ritu profetiza por medio de Sofon�as: Y su oro no podr� librarlos en el d�a de la ira del Se�or. Tertuliano no es menos enf�tico. Dice que la mayor�a de las mujeres cristianas se visten como paganas, como si la modestia no requiriera nada m�s que "�De qu� sirve", pregunta, "mostrar una simplicidad decente y cristiana en tu rostro, mientras cargas el resto de tu cuerpo con los absurdos colgantes de pompas y vanidades?" Cris�stomo tambi�n, en Al comentar este mismo pasaje, la congregaci�n de Antioqu�a pregunta: "�Y qu� es entonces la ropa modesta? El que los cubra completa y decentemente, y no con adornos superfluos; porque uno es decente y el otro no.

�Qu�? �Te acercas a Dios para orar con cabellos bordados y adornos de oro? �Vienes a un baile? a una fiesta de bodas? a un carnaval? All�, cosas tan costosas podr�an haber sido oportunas: aqu� no se necesita ninguna. Has venido a orar, a pedir perd�n por tus pecados, a abogar por tus ofensas, a suplicar al Se�or y a esperar que �l te sea propicio. �Fuera tanta hipocres�a! No se burlan de Dios.

Este es el atuendo de actores y bailarines, que viven en el escenario. Nada de esto se convierte en una mujer modesta, que debe ser adornada con verg�enza y sobriedad. Y si San Pablo "(contin�a)" quitara aquellas cosas que son meras marcas de riqueza, como oro, perlas y vestidos costosos; �Cu�nto m�s esas cosas que implican adorno estudiado, como pintar, colorear los ojos, caminar picado, voz afectada, mirada languideciente? Porque �l mira todas estas cosas al hablar de vestimenta modesta y deshonra ".

Pero no hay necesidad de ir a Corinto en el primer siglo, o Alejandr�a y Cartago en el segundo y tercero, o Antioqu�a en el cuarto, para mostrar que el Ap�stol no estaba dando advertencias innecesarias al amonestar a Timoteo con respecto a la vestimenta y el comportamiento. de las mujeres cristianas, especialmente en los servicios p�blicos de la congregaci�n. En nuestra propia �poca y en nuestra propia Iglesia podemos encontrar abundantes ilustraciones.

�No podr�a cualquier predicador de cualquier congregaci�n de moda hacerse eco con bastante raz�n de las preguntas de Cris�stomo? "�Has venido a un baile oa un dique? �Has confundido este edificio con un teatro?" �Y cu�l ser�a el lenguaje de un Cris�stomo o de un Pablo si entrara hoy a un teatro y viera el atuendo, no dir� de las actrices, sino del p�blico? Hay algunos ep�tetos toscos, poco escuchados en la sociedad educada, que expresan en un lenguaje sencillo la condici�n de aquellas mujeres que por su forma de vida y conversaci�n han perdido su car�cter.

Los predicadores de �pocas anteriores estaban acostumbrados a hablar muy claramente sobre tales cosas: y lo que el Ap�stol y Cris�stomo han escrito en sus ep�stolas y homil�as no nos deja muchas dudas sobre cu�l habr�a sido su manera de hablar de ellas.

Pero lo que aqu� se insta es suficiente. "Ustedes son mujeres cristianas", dice San Pablo, "y la profesi�n que han adoptado es la reverencia a Dios (??????????). Esta profesi�n la han dado a conocer al mundo. Es necesario, por lo tanto, que aquellos externos de los cuales el El mundo conoce no debe desmentir vuestra profesi�n. �Y c�mo es compatible el atuendo indecoroso, exhibido en el momento mismo del culto p�blico, con la reverencia que hab�is profesado? esos cuerpos con los que te ha dotado.

Reverencia a Dios al presentarte ante �l vestido tanto en cuerpo como en alma con ropa adecuada. Deje que sus cuerpos se liberen de la decoraci�n meritoria. Dejad que vuestras almas sean adornadas con abundancia de buenas obras ".

Información bibliográfica
Nicoll, William R. "Comentario sobre 1 Timothy 2". "El Comentario Bíblico del Expositor". https://beta.studylight.org/commentaries/spa/teb/1-timothy-2.html.