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1 Timoteo 3

El Comentario Bíblico del ExpositorEl Comentario Bíblico del Expositor

Versículos 1-10

Cap�tulo 10

ORIGEN DEL MINISTERIO CRISTIANO; DISTINTAS VARIAS CERTEZAS Y PROBABILIDADES. - 1 Timoteo 3:1

ESTE pasaje es uno de los m�s importantes del Nuevo Testamento con respecto al ministerio cristiano; y en las ep�stolas pastorales no est� solo. De las dos clases de ministros mencionados aqu�, uno se menciona nuevamente en la Ep�stola a Tito, Tito 1:5 y las calificaciones para este oficio, que evidentemente es el superior de los dos, se expresan en t�rminos no muy diferentes de los que se utilizan en el pasaje que tenemos ante nosotros.

Por lo tanto, una serie de exposiciones sobre las Ep�stolas Pastorales ser�an culpablemente incompletas que no intentaran llegar a algunas conclusiones respecto a la cuesti�n del ministerio cristiano primitivo; cuesti�n que en la actualidad se est� investigando con inmensa laboriosidad e inter�s, y con unos resultados claros y sustanciales. Probablemente est� muy lejano el momento en que se habr� dicho la �ltima palabra sobre el tema; porque es uno en el que no s�lo es posible una diferencia considerable de opini�n, sino que tambi�n es razonable: y parecer�an ser las personas menos dignas de consideraci�n las que est�n m�s seguras de estar en posesi�n de toda la verdad sobre el tema.

Uno de los primeros requisitos en el examen de las cuestiones de hecho es el poder de distinguir con precisi�n lo que es cierto de lo que no es cierto: y la persona que conf�a en haber alcanzado la certeza, cuando la evidencia en su poder no lo hace en absoluto. garantiza certeza, no es una gu�a confiable.

Ser�a imposible, en una discusi�n de extensi�n moderada, tocar todos los puntos que se han planteado en relaci�n con este problema; pero se habr� prestado alg�n servicio si algunas de las caracter�sticas m�s importantes de la pregunta se se�alan y clasifican bajo los dos encabezados que acabamos de indicar, como ciertas o no ciertas. En cualquier investigaci�n cient�fica, ya sea hist�rica o experimental, esta clasificaci�n es �til y muy a menudo conduce a la ampliaci�n de la clase de certezas.

Cuando el grupo de certezas ha sido debidamente investigado, y cuando los diversos elementos se han colocado en sus relaciones adecuadas entre s� y con el conjunto del cual son s�lo partes constituyentes, es probable que el resultado sea una transferencia de otros elementos del dominio de lo que es s�lo probable o posible al dominio de lo cierto.

De entrada es necesario hacer una advertencia sobre lo que se entiende, en una cuesti�n de este tipo, por certeza. No hay l�mites para el escepticismo, como ha demostrado abundantemente la historia de la filosof�a especulativa. Es posible cuestionar la propia existencia y a�n m�s posible cuestionar la evidencia irresistible de los sentidos o las conclusiones irresistibles de la raz�n. A fortiori es posible poner en duda cualquier hecho hist�rico.

Podemos, si queremos, clasificar los asesinatos de Julio C�sar y de Cicer�n, y la autenticidad de la Eneida y de las Ep�stolas a los Corintios, entre las cosas que no son seguras. No pueden demostrarse como una proposici�n de Euclides o un experimento de qu�mica o f�sica. Pero una cr�tica esc�ptica de este tipo hace que la historia sea imposible; pues exige como condici�n de certeza un tipo de prueba, y una cantidad de evidencia, que por la naturaleza del caso es inalcanzable.

Los tribunales dirigen a los jurados que traten las pruebas como adecuadas, que estar�an dispuestos a reconocer como tales en asuntos de muy grave trascendencia para ellos. Hay una cierta cantidad de evidencia que, para una persona de mente entrenada y equilibrada, hace que algo sea "pr�cticamente seguro": es decir, con esta cantidad de evidencia ante �l, actuar�a con confianza sobre la suposici�n de que la cosa era verdad.

En la pregunta que tenemos ante nosotros hay cuatro o cinco cosas que, con gran raz�n, pueden tratarse como pr�cticamente ciertas.

1. La soluci�n de la cuesti�n del origen del ministerio cristiano no tiene relaci�n pr�ctica en la vida de los cristianos. Para nosotros el problema es de inter�s hist�rico sin importancia moral. Como estudiantes de Historia de la Iglesia, estamos obligados a investigar los or�genes del ministerio, que ha sido uno de los principales factores de esa historia: pero nuestra lealtad como miembros de la Iglesia no se ver� afectada por el resultado de nuestras investigaciones.

Nuestro deber hacia la constituci�n, que consta de obispos, sacerdotes y di�conos, que existi� indiscutiblemente desde finales del siglo II hasta finales de la Edad Media, y que ha existido hasta el d�a de hoy en las tres grandes ramas de la Iglesia Cat�lica. Iglesia, romana, oriental y anglicana, no se ve afectada en modo alguno por la cuesti�n de si la constituci�n de la Iglesia durante el siglo que separa los escritos de S.

Juan, seg�n los escritos del disc�pulo de su disc�pulo, Ireneo, era por regla general episcopal, colegiado o presbiteriano. Para un eclesi�stico que acepta la forma de gobierno episcopal como esencial para el bienestar de una Iglesia, la enorme prescripci�n que esa forma ha adquirido durante al menos diecisiete siglos es una justificaci�n tan amplia que puede permitirse el lujo de estar sereno en cuanto a la resultado de las investigaciones relativas a la constituci�n del

2. Varias iglesias nacientes desde el 85 d. C. hasta el 185 d. C. No hay ninguna diferencia pr�ctica en agregar o no agregar a una autoridad que ya es amplia. Demostrar que la forma de gobierno episcopal fue fundada por los Ap�stoles puede haber sido un asunto de gran importancia pr�ctica a mediados del siglo II. Pero, antes de que terminara ese siglo, la cuesti�n pr�ctica, si es que alguna vez la hubo, se hab�a resuelto por s� sola.

La providencia de Dios orden� que la forma universal de gobierno de la Iglesia deber�a ser la forma episcopal y deber�a seguir si�ndolo; y para nosotros agrega poco a su autoridad saber que la forma en que se hizo universal fue a trav�s de la instrumentalidad y la influencia de los Ap�stoles. Por otro lado, probar que el episcopado se estableci� independientemente de la influencia apost�lica menoscabar�a muy poco de su autoridad acumulada.

Un segundo punto, que puede considerarse cierto con respecto a esta cuesti�n, es que para el per�odo que une la edad de Ireneo a la edad de San Juan, no tenemos pruebas suficientes para llegar a una prueba similar. La evidencia ha recibido importantes adiciones durante el presente siglo, y las adiciones a�n m�s importantes no son de ninguna manera imposibles; pero en la actualidad nuestros materiales siguen siendo inadecuados.

Y la evidencia es insuficiente de dos maneras. Primero, aunque sorprendentemente grande en comparaci�n con lo que podr�a haberse esperado razonablemente, sin embargo, en s� misma, la literatura de este per�odo es fragmentaria y escasa. En segundo lugar, las fechas de algunos de los testigos m�s importantes a�n no se pueden determinar con precisi�n. En muchos casos, poder fijar la fecha de un documento dentro de veinte o treinta a�os es bastante suficiente: pero este es un caso en el que la diferencia de veinte a�os es una diferencia realmente grave; y existe esa cantidad de incertidumbre en cuanto a la fecha de algunos de los escritos que son nuestras principales fuentes de informaci�n; mi.

g., la "Doctrina de los Doce Ap�stoles", las Ep�stolas de Ignacio, el "Pastor de Hermas" y las "Clementinas". Aqu� tambi�n nuestra posici�n puede mejorar. La investigaci�n adicional puede permitirnos fechar con precisi�n algunos de estos documentos. Pero, por el momento, la incertidumbre acerca de las fechas precisas y la escasez general de pruebas nos obligan a admitir que, con respecto a muchos de los puntos relacionados con esta cuesti�n, nada que pueda llamarse justamente prueba es posible con respecto al intervalo que separa el �ltimo cuarto del per�odo. primer siglo desde el �ltimo cuarto del segundo.

Esta caracter�stica del problema a veces est� representada por la �til met�fora de que la historia de la Iglesia precisamente en este per�odo "pasa por un t�nel" o "corre bajo tierra". Estamos a la luz del d�a durante la mayor parte del tiempo que cubre el Nuevo Testamento; y estamos de nuevo a la luz del d�a directamente llegamos al tiempo cubierto por los abundantes escritos de Ireneo, Clemente de Alejandr�a, Tertuliano y otros.

Pero durante el per�odo intermedio, no estamos, de hecho, en la oscuridad total, sino en un pasaje cuya oscuridad s�lo se alivia ligeramente por una l�mpara o un orificio de luz ocasional. Dejando este tentador intervalo, del que lo �nico seguro es que no es probable que se encuentren muchas certezas en �l, pasamos a buscar nuestras dos pr�ximas certezas en los per�odos que lo preceden y lo siguen.

3. En el per�odo que abarca el Nuevo Testamento, es cierto que la Iglesia ten�a oficiales que desempe�aban funciones espirituales que no eran desempe�adas por cristianos ordinarios; en otras palabras, se hizo una distinci�n desde el principio entre clero y laicado. De este hecho, las Ep�stolas Pastorales contienen abundante evidencia; y hay m�s evidencia esparcida por todo el Nuevo Testamento, desde el documento m�s antiguo del volumen hasta el �ltimo.

En la Primera Ep�stola a los Tesalonicenses, que es ciertamente el primer escrito cristiano que nos ha llegado, encontramos a San Pablo suplicando a la Iglesia de los Tesalonicenses "que conozca a los que trabajan entre ustedes y est�n sobre ustedes en el Se�or, y amonestarlos, y estimarlos sobremanera en amor por causa de sus obras "( 1 Tesalonicenses 5:12 ).

Las tres funciones aqu� enumeradas son evidentemente funciones que deben ejercer unos pocos con respecto a los muchos: no son deberes que todos deban desempe�ar para con todos. En la Tercera Ep�stola de San Juan, que es sin duda uno de los �ltimos, y quiz�s el m�s reciente, de los escritos contenidos en el Nuevo Testamento, el incidente sobre Di�trefes parece mostrar que no s�lo el gobierno eclesi�stico, sino el gobierno eclesi�stico por un oficial �nico, ya exist�a en la Iglesia en la que Di�trefes "amaba tener la preeminencia" ( 3 Juan 1:9 ).

Entre estos dos tenemos la exhortaci�n en la Ep�stola a los Hebreos: "Obedeced a los que os gobiernan y som�tete a ellos, porque ellos velan por vuestras almas, como los que rendir�n cuentas". Hebreos 13:17 Y directamente salimos del Nuevo Testamento y miramos la Ep�stola de la Iglesia de Roma a la Iglesia de Corinto, com�nmente llamada Primera Ep�stola de Clemente, encontramos que se observa la misma distinci�n entre cl�rigos y laicos.

En esta carta, que casi con certeza fue escrita durante la vida de San Juan, leemos que los Ap�stoles, "predicando en todas partes en el campo y en la ciudad, nombraron sus primeros frutos, cuando los probaron por el Esp�ritu, para ser obispos y di�conos para los que deb�an creer. Y esto no lo hicieron de una manera nueva; porque en verdad hab�a sido escrito acerca de los obispos y di�conos desde tiempos muy antiguos; porque as� dice la Escritura en cierto lugar: Yo nombrar� a sus obispos en justicia, y a sus di�conos en la fe �, siendo las �ltimas palabras una cita inexacta de la LXX de Isa�as 60:17 .

Y un poco m�s adelante, Clemente escribe: "Nuestros Ap�stoles sab�an por medio de nuestro Se�or Jesucristo que habr�a contienda sobre el nombre del oficio del obispo. Por esta causa, por lo tanto, habiendo recibido la presciencia completa, nombraron a las personas mencionadas, y luego provey� una pr�rroga, que si estos se duermen, otros hombres aprobados deben tener �xito en su ministerio. Por lo tanto, aquellos que fueron nombrados por ellos, o despu�s por otros hombres de renombre con el consentimiento de toda la Iglesia, y han ministrado sin censura al reba�o. de Cristo con humildad de esp�ritu, en paz y con toda modestia, y durante mucho tiempo han dado un buen informe a todos estos hombres que consideramos injustamente expulsados ??de su ministerio.

Porque no ser� un pecado menor para nosotros, si echamos fuera a los que han ofrecido los dones del oficio del obispo de manera inmaculada y santa. Bienaventurados los presb�teros que se han ido antes, viendo que su partida fue fruct�fera y madura, porque no tienen miedo de que alguien los saque de su lugar designado. Porque vemos que hab�is desplazado a algunas personas, aunque viv�an honradamente, del ministerio que hab�an cumplido sin culpa "(42., 44.).

Tres cosas salen muy claramente de este pasaje, confirmando lo que se ha encontrado en el Nuevo Testamento.

(1) Existe una clara distinci�n entre cl�rigos y laicos.

(2) Esta distinci�n no es un arreglo temporal, sino que es la base de una organizaci�n permanente.

(3) Una persona que ha sido debidamente promovida a las filas del clero como presb�tero u obispo (los dos t�tulos son aqu� sin�nimos, como en la Ep�stola a Tito) ocupa ese puesto de por vida. A menos que sea culpable de alguna ofensa grave, deponerlo no es un pecado menor.

Ninguno de estos pasajes, ni en el Nuevo Testamento ni en Clemente, nos dice muy claramente la naturaleza precisa de las funciones que el clero, a diferencia de los laicos, deb�a desempe�ar; sin embargo, indican que estas funciones eran de car�cter espiritual m�s que secular, que se refer�an a las almas de los hombres m�s que a sus cuerpos, y que estaban relacionadas con el servicio religioso (??????????).

Pero lo �nico que est� bastante claro es esto: que la Iglesia ten�a, y siempre tuvo la intenci�n de tener, un cuerpo de oficiales distintos de las congregaciones a las que ministraban y sobre las que gobernaban.

4. Para nuestra cuarta certeza recurrimos al momento en que la historia de la Iglesia vuelve a salir a la luz del d�a, en el �ltimo cuarto del siglo II. Luego encontramos dos cosas claramente establecidas, que han continuado en la cristiandad desde ese d�a hasta hoy. Encontramos un clero regularmente organizado, no solo claramente diferenciado de los laicos, sino tambi�n claramente diferenciados entre ellos por gradaciones de rango bien definidas.

Y, en segundo lugar, encontramos que cada Iglesia local est� gobernada constitucionalmente por un oficial principal, cuyos poderes son amplios y rara vez resistidos, y que recibe universalmente el t�tulo de obispo. A estos dos puntos podemos agregar un tercero. No hay rastro de ninguna creencia, ni siquiera sospecha, de que la constituci�n de estas Iglesias locales haya sido alguna vez otra cosa. Por el contrario, la evidencia (y es considerable) apunta a la conclusi�n de que los cristianos de la �ltima parte del siglo II, digamos A.

D. 180 a 200- estaban plenamente convencidos de que la forma de gobierno episcopal hab�a prevalecido en las diferentes Iglesias desde la �poca de los Ap�stoles hasta la suya propia. Al igual que en el caso de los Evangelios, "Ireneo y sus contempor�neos" no s�lo no conocen ni m�s ni menos que los cuatro que nos han llegado, sino que no pueden concebir que jam�s haya ni m�s ni menos que estos cuatro. As� que en el caso del Gobierno de la Iglesia, no solo representan el episcopado como prevaleciente en todas partes en su tiempo, sino que no tienen idea de que en cualquier momento anterior prevaleci� cualquier otra forma de gobierno.

Y aunque Ireneo, como San Pablo y Clemente de Roma, a veces habla de obispos bajo el t�tulo de presb�tero, est� bastante claro que en ese momento hab�a presb�teros que no eran obispos y que no pose�an autoridad episcopal. El mismo Ireneo fue uno de esos presb�teros, hasta que el martirio de Potino en la persecuci�n del 177 d. C. cre� una vacante en la sede de Lyon, que Ireneo fue llamado a llenar; ocup� la sede durante m�s de veinte a�os, desde aproximadamente A.

D. 180 a 202. De Ireneo y de su contempor�neo Dionisio, obispo de Corinto, aprendemos no s�lo el hecho de que el episcopado prevalec�a en todas partes, sino, en no pocos casos, el nombre del obispo existente; y en algunos casos los nombres de sus predecesores se dan hasta la �poca de los Ap�stoles. As�, en el caso de la Iglesia de Roma, Linus el primer obispo est� relacionado con los dos m�s gloriosos Ap�stoles Pedro y Pablo, y, en el caso de Atenas, se dice que Dionisio el Areopagita fue nombrado primer obispo de esa Iglesia por el ap�stol Pablo.

Esto puede ser correcto o no: pero al menos muestra que en la �poca de Ireneo y Dionisio de Corinto, el episcopado no solo se reconoc�a como la forma universal de gobierno de la Iglesia, sino que tambi�n se cre�a que hab�a prevalecido en las principales iglesias desde los mismos tiempos. los primeros tiempos.

5. Si reducimos nuestro campo y miramos, no a toda la Iglesia, sino a las Iglesias de Asia Menor y Siria, podemos obtener una certeza m�s del per�odo oscuro que se encuentra entre la �poca de los Ap�stoles y la de Dionisio e Ireneo. . Las investigaciones de Lightfoot, Zahn y Harnack han puesto la autenticidad de la forma griega corta de las Ep�stolas de Ignacio m�s all� de toda disputa razonable.

Su fecha exacta a�n no se puede determinar. La evidencia es fuerte de que Ignacio fue martirizado en el reinado de Trajano: y, si eso se acepta, las cartas no pueden ser posteriores al 117 d.C. Pero incluso si esta evidencia se rechaza como no concluyente, y las cartas tienen una fecha de diez o doce a�os. m�s tarde, su testimonio seguir� siendo de suma importancia. Demuestran que mucho antes del a�o 150 d. C. el episcopado era la forma de gobierno reconocida en todas las Iglesias de Asia Menor y Siria; y, como Ignacio habla de "los obispos que est�n asentados en las partes m�s lejanas de la tierra (???? ?????? ??????????)", prueban que, seg�n su creencia, el episcopado era la forma reconocida en todas partes.

Efesios 3:1 Esta evidencia no es poco reforzada por el hecho de que, como todos los cr�ticos s�lidos de ambos lados ahora est�n de acuerdo, las Ep�stolas de Ignacio evidentemente no fueron escritas para magnificar el oficio episcopal, o para predicar el Sistema episcopal. El objetivo principal del escritor es desaprobar el cisma y todo lo que pueda tender al cisma.

Y en su opini�n, la mejor forma de evitar el cisma es mantenernos estrechamente unidos al obispo. As�, la ampliaci�n de la oficina episcopal se produce de manera incidental; porque Ignacio da por sentado que en todas partes hay un obispo en cada Iglesia, que es el gobernante debidamente designado de la misma, cuya lealtad ser� una seguridad contra todas las tendencias cism�ticas.

Estos cuatro o cinco puntos se consideran establecidos en un grado que razonablemente puede llamarse certeza, quedan algunos otros puntos acerca de los cuales la certeza a�n no es posible, algunos de los cuales admiten una soluci�n probable, mientras que para otros hay tan poca evidencia de que tenemos que recurrir a meras conjeturas. Entre estos estar�an las distinciones de cargo, o gradaciones de rango, entre el clero en el primer siglo o siglo y medio despu�s de la Ascensi�n, las funciones precisas asignadas a cada cargo y la forma de nombramiento. Con respecto a estas cuestiones, se pueden asumir tres posiciones con una considerable probabilidad.

1. Se hizo una distinci�n entre el clero itinerante o misionero y el clero estacionario o localizado. Entre los primeros encontramos ap�stoles (que son un cuerpo mucho m�s grande que los Doce), profetas y evangelistas. Entre estos �ltimos tenemos dos �rdenes, a las que se hace referencia como obispos y di�conos, como aqu� y en la Ep�stola a los Filipenses (1), as� como en la Doctrina de los

2. Doce Ap�stoles, presb�tero o anciano a veces utilizado como sin�nimo de obispo. Esta distinci�n entre un ministerio itinerante y uno estacionario aparece en la Primera Ep�stola a los Corintios, 1 Corintios 12:28 en la Ep�stola a los Efesios, Efesios Efesios 4:11 y quiz�s tambi�n en los Hechos de los Ap�stoles y en las Ep�stolas de San. Juan. En la "Doctrina de los Doce Ap�stoles" est� claramente marcado.

Parece haber habido una distinci�n adicional entre los que pose�an y los que no pose�an dones prof�ticos sobrenaturales. El t�tulo de profeta se daba com�nmente, pero quiz�s no exclusivamente, a quienes pose�an este don: y la "Doctrina de los Doce Ap�stoles" muestra un gran respeto por los profetas. Pero la distinci�n se extingui� naturalmente cuando estos dones sobrenaturales dejaron de manifestarse.

Durante el proceso de extinci�n surgieron serias dificultades en cuanto a la prueba de un profeta genuino. Algunas personas fan�ticas se cre�an profetas, y algunas personas deshonestas pretend�an ser profetas cuando no lo eran. El oficio parece haberse extinguido cuando Ignacio escribi�: por profetas siempre se refiere a los profetas del Antiguo Testamento. El montanismo fue probablemente un intento desesperado de revivir este cargo tan deseado despu�s de que la Iglesia en su conjunto se hab�a decidido en contra. En un cap�tulo anterior (6) se encontrar� m�s discusi�n sobre el don de profec�a en el Nuevo Testamento.

1. El clero no fue elegido por la congregaci�n como sus delegados o representantes, delegados para realizar funciones que originalmente podr�an ser desempe�adas por cualquier cristiano. Fueron nombrados por los Ap�stoles y sus sucesores o suplentes. Cuando la congregaci�n seleccion� o recomend� candidatos, como en el caso de los Siete Di�conos, Hechos 6:4 ellos mismos no les impusieron las manos.

El acto t�pico de imposici�n de manos siempre lo realizaban aquellos que ya eran ministros, ya fueran ap�stoles, profetas o ancianos. Cualquier otra cosa que todav�a estuviera abierta a los laicos, este acto de ordenaci�n no lo estaba. Y hay buenas razones para creer que la celebraci�n de la Eucarist�a tambi�n estuvo reservada desde el principio al clero, y que se esperaba que todos los ministros, excepto los profetas, usaran una forma prescrita de palabras al celebrarla.

Pero, aunque a�n quedan muchas cosas sin tocar, esta discusi�n debe llegar a su fin. En la Iglesia ideal no hay d�a del Se�or ni tiempos santos, porque todos los d�as son del Se�or y todos los tiempos son santos; no hay lugares especialmente dedicados a la adoraci�n de Dios, porque el universo entero es Su templo; no hay personas especialmente ordenadas para ser sus ministros, porque todo su pueblo son sacerdotes y profetas.

Pero en la Iglesia, tal como existe en un mundo pecaminoso, el intento de santificar todos los tiempos y todos los lugares termina en la profanaci�n de todos por igual; y la teor�a de que todos los cristianos son sacerdotes se vuelve indistinguible de la teor�a de que ninguno lo es. En este asunto, no tratemos de ser m�s sabios que Dios, cuya voluntad se puede discernir en la direcci�n providencial de su Iglesia a lo largo de tantos siglos. El intento de reproducir el Para�so o anticipar el cielo en un estado de sociedad que no posee las condiciones del Para�so o del cielo, no puede terminar en nada m�s que una confusi�n desastrosa.

En conclusi�n, se citan con gratitud las siguientes palabras importantes. Vienen con especial fuerza de alguien que no pertenece a una Iglesia Episcopal.

"Al recibir o negar el sacerdocio en la Iglesia, nuestra visi�n completa de lo que es la Iglesia debe verse afectada y moldeada. O aceptaremos la idea de un cuerpo visible y organizado, dentro del cual Cristo gobierna por medio de un ministerio, los sacramentos y ordenanzas a las que �l ha adjuntado una bendici�n, cuya plenitud no tenemos derecho a buscar excepto a trav�s de los canales que �l ha ordenado (y no hace falta decir que esta es la idea presbiteriana), o descansaremos Satisfecho con el pensamiento de la Iglesia como formada por multitudes de almas individuales conocidas s�lo por Dios, como invisibles, desorganizadas, con ordenanzas bendecidas por los recuerdos que despiertan, pero a las que no est� ligada ninguna promesa de la gracia presente, con, en resumen , ning�n pensamiento de un Cuerpo de Cristo en el mundo,pero s�lo de un principio espiritual y celestial que gobierna los corazones y regula la vida de los hombres.

Concepciones de la Iglesia tan diferentes entre s� no pueden dejar de afectar de la manera m�s vital la vida de la Iglesia y la relaci�n con quienes la rodean. Sin embargo, ambas concepciones son el resultado l�gico y necesario de la aceptaci�n o negaci�n de la idea de un sacerdocio divinamente designado y todav�a vivo entre los hombres ".

Versículo 2

Cap�tulo 11

EL REGLA DEL AP�STOL RESPECTO A LOS SEGUNDOS MATRIMONIOS; SU SIGNIFICADO Y OBLIGACI�N ACTUAL. - 1 Timoteo 3:2

EL Ap�stol declara aqu�, como uno de los primeros requisitos que se deben buscar en una persona que va a ser ordenada obispo, que debe ser "marido de una sola mujer". El significado preciso de esta frase probablemente nunca dejar� de ser discutido. Pero, aunque debe admitirse que la frase puede tener varios significados, no se puede afirmar con justicia que el significado sea seriamente dudoso. El equilibrio de la probabilidad est� tan ampliamente a favor de uno de los significados, que el resto puede razonablemente dejarse de lado por no tener una base v�lida para competir con �l.

Tres pasajes en los que aparece la frase deben considerarse juntos y deben compararse con un cuarto.

(1) Tenemos ante nosotros el pasaje sobre un obispo,

(2) otro en el ver. 12 ( 1 Timoteo 3:12 ) sobre los di�conos, y

(3) otro en Tito 1:6 sobre ancianos o presb�teros, a quienes San Pablo menciona posteriormente bajo el t�tulo de obispo.

En estos tres pasajes tenemos claramente establecido que Timoteo y Tito deben considerar como una calificaci�n necesaria en un obispo o anciano o presb�tero, y tambi�n en un di�cono, que debe ser un "hombre de una sola mujer" o "esposo de una sola esposa "(???? ????????). En el cuarto pasaje, 1 Timoteo 3:2 �l da como calificaci�n necesaria de una que debe ser colocada en la lista de viudas de la Iglesia, que debe ser una "mujer de un solo hombre" o "esposa de un solo marido" (???) . Este cuarto pasaje es de mucha importancia para determinar el significado de la expresi�n inversa en los otros tres pasajes.

Hay cuatro interpretaciones principales de la expresi�n en cuesti�n.

1. Lo que la frase sugiere a la vez a una mente moderna, que la persona que va a ser ordenada obispo o di�cono debe tener una sola esposa y no m�s; que no debe ser pol�gamo. De acuerdo con esta interpretaci�n, por lo tanto, debemos entender que el Ap�stol quiere decir que un jud�o o b�rbaro con m�s esposas que una podr�a ser admitido al bautismo y convertirse en miembro de la congregaci�n, pero no debe ser admitido en el ministerio.

Esta explicaci�n, que a primera vista parece simple y plausible, no soportar� una inspecci�n. Es muy cierto que la poligamia en la �poca de San Pablo todav�a exist�a entre los jud�os. Justino M�rtir, en el "Di�logo con Trif�n", dice a los jud�os: "Es mejor para ustedes seguir a Dios que a sus maestros ciegos e insensatos, que hasta el d�a de hoy permiten que cada uno tenga cuatro y cinco esposas" (134). . Pero la poligamia en el Imperio Romano debe haber sido poco com�n.

Estaba prohibido por la ley romana, que no permit�a a un hombre tener m�s de una esposa legal a la vez, y trataba cada segundo matrimonio simult�neo, no solo como nulo y sin valor, sino como infame. Donde se practic� debe haber sido practicado en secreto. Es probable que, cuando San Pablo les escribi� a Timoteo y Tito, ni un solo pol�gamo se hubiera convertido a la fe cristiana. Los pol�gamos eran extremadamente raros dentro del Imperio, y la Iglesia a�n no se hab�a extendido m�s all� de �l.

De hecho, nuestra total ignorancia sobre la forma en que la Iglesia primitiva trat� a los pol�gamos que deseaban convertirse en cristianos equivale a algo as� como una prueba de que tales casos eran extremadamente infrecuentes. Cu�n improbable, por lo tanto, que San Pablo considere que vale la pena acusar tanto a Timoteo como a Tito de que los pol�gamos convertidos no deben ser admitidos en el oficio de obispo, cuando no hay probabilidad de que uno de ellos supiera de un solo caso de un pol�gamo que se hab�a hecho cristiano! Solo por estos motivos, esta interpretaci�n de la frase podr�a rechazarse con seguridad.

Pero estos motivos no est�n solos. Existe la evidencia convincente de la frase inversa, "esposa de un solo marido". Si los hombres con m�s de una esposa eran muy raros en el Imperio Romano, �qu� debemos pensar de las mujeres con m�s de un esposo? Incluso entre los b�rbaros fuera del Imperio, la pluralidad de maridos se consideraba monstruosa. Es incre�ble que San Pablo pudiera haber tenido un caso as� en su mente, cuando mencion� la calificaci�n de "esposa de un solo marido".

Adem�s, como la pregunta que ten�a ante s� era una relativa a las viudas, esta "esposa de un solo marido" debe ser una persona que en ese momento no ten�a marido. La frase, por lo tanto, s�lo puede significar una mujer que despu�s de la muerte de su marido no se ha vuelto a casar. En consecuencia, la expresi�n inversa "marido de una sola mujer" no puede tener ninguna referencia a la poligamia.

2. Mucho m�s digno de consideraci�n es la opini�n de que lo que se persigue en ambos casos no es la poligamia, sino el divorcio. El divorcio, como sabemos por abundantes evidencias, fue muy frecuente tanto entre jud�os como entre romanos en el primer siglo de la era cristiana. Entre los primeros provoc� la condenaci�n especial de Cristo; y una de las muchas influencias que tuvo el cristianismo sobre la ley romana fue la disminuci�n de las facilidades para el divorcio.

Seg�n la pr�ctica jud�a, el marido pod�a obtener el divorcio por razones muy triviales; y en la �poca de San Pablo, las mujeres jud�as a veces tomaban la iniciativa. Seg�n la pr�ctica romana, el marido o la mujer pod�an divorciarse muy f�cilmente. Se registran abundantes ejemplos, y eso en el caso de personas de alto car�cter, como Cicer�n. Despu�s del divorcio, cualquiera de las partes pod�a volver a casarse; ya menudo ambos lo hac�an; por lo tanto, en el Imperio Romano en St.

En la �poca de Pablo debi� haber muchas personas de ambos sexos que se hab�an divorciado una o dos veces y se hab�an vuelto a casar. No hay nada improbable en el supuesto de que un n�mero suficiente de tales personas se hayan convertido al cristianismo para que valga la pena legislar al respecto. Podr�an ser admitidos al bautismo; pero no deben ser admitidos a un puesto oficial en la Iglesia.

Una regulaci�n de este tipo podr�a ser a�n m�s necesaria, porque en una capital rica como �feso probablemente ser�a entre las clases altas y m�s influyentes donde los divorcios ser�an m�s frecuentes; y precisamente de estas clases, cuando alguno de ellos se hubiera convertido en cristiano, era probable que se eligieran funcionarios. Esta explicaci�n, por tanto, de las frases "marido de una sola mujer" y "mujer de un solo marido" no puede condenarse, como la primera, como absolutamente incre�ble. Tiene una buena cantidad de probabilidad, pero queda por ver si otra explicaci�n (que realmente incluye esta) no tiene una cantidad mucho mayor.

3. Podemos pasar por alto sin mucha discusi�n la opini�n de que las frases son una forma vaga de indicar mala conducta de cualquier tipo en referencia al matrimonio. Sin duda, tal mala conducta era com�n entre los paganos, y la Iglesia cristiana de ninguna manera escap� a la mancha, como lo demuestran los esc�ndalos en la Iglesia de Corinto y las frecuentes advertencias de los Ap�stoles contra pecados de este tipo. Pero cuando San Pablo tiene que hablar de tales cosas, no tiene miedo de hacerlo en un lenguaje que no se pueda malinterpretar.

Ya lo hemos visto en el primer cap�tulo de esta ep�stola; y el quinto cap�tulo de 1 Corintios, G�latas y Efesios proporciona otros ejemplos. Podemos decir con seguridad que si San Pablo hubiera querido indicar a las personas que hab�an entrado en uniones il�citas antes o despu�s del matrimonio, habr�a usado un lenguaje mucho menos ambiguo que las frases en discusi�n.

4. Queda la opini�n, que desde el primero ha sido la dominante, de que todos estos pasajes se refieren al segundo matrimonio despu�s de que el primer matrimonio ha sido disuelto por la muerte. Un viudo que se ha casado con una segunda esposa no debe ser admitido en el ministerio; una viuda que se ha casado con un segundo marido no debe incluirse en la lista de viudas de la Iglesia. Esta interpretaci�n es razonable en s� misma, est� en armon�a con el contexto y con lo que San Pablo dice en otra parte sobre el matrimonio, y est� confirmada por las opiniones tomadas sobre los segundos matrimonios en el caso del clero por la Iglesia primitiva.

(a) La creencia de que San Pablo se opon�a a la ordenaci�n de personas que hab�an contra�do un segundo matrimonio es razonable en s� misma. Un segundo matrimonio, aunque perfectamente l�cito y en algunos casos aconsejable, era hasta ahora un signo de debilidad; y una doble familia constituir�a en muchos casos un serio obst�culo para el trabajo. La Iglesia no pod�a permitirse el lujo de reclutar a nadie m�s que a sus hombres m�s fuertes entre sus oficiales; y sus oficiales no deben ser obstaculizados m�s que otros hombres con cuidados dom�sticos.

Adem�s, los paganos ciertamente sent�an un respeto especial por la univira, la mujer que no contrajo un segundo matrimonio; y hay alguna raz�n para creer que los segundos matrimonios a veces se consideraban inadecuados en el caso de los hombres, por ejemplo, en el caso de ciertos sacerdotes. Sea como fuere, podemos concluir con seguridad que, tanto por cristianos como por paganos, las personas que se hab�an abstenido de casarse de nuevo ser�an hasta ahora m�s respetadas que las que no se hab�an abstenido.

(b) Esta interpretaci�n est� en armon�a con el contexto. En el pasaje que tenemos ante nosotros, la calificaci�n que precede inmediatamente a la expresi�n "marido de una sola mujer" es "sin reproche"; en la Ep�stola a Tito es "irreprensible". En cada caso, el significado parece ser que no debe haber nada en la vida pasada o presente del candidato, que despu�s, con cualquier demostraci�n de raz�n, pueda ser reclamado contra �l por ser incompatible con su cargo. Debe estar por encima y no por debajo de la media de los hombres; y por lo tanto no debe haberse casado dos veces.

(c) Esto concuerda con lo que dice San Pablo en otra parte sobre el matrimonio. Sus declaraciones son claras y consistentes, y es un error suponer que hay una falta de armon�a entre lo que se dice en esta Ep�stola y lo que se dice a la Iglesia de Corinto sobre este tema. El Ap�stol defiende firmemente la legalidad del matrimonio para todos. 1 Corintios 7:28 ; 1 Corintios 7:36 ; 1 Timoteo 4:3 Para los que son iguales a �l, solteros o viudos, considera que permanecer como est�n es la condici�n de mayor bendici�n.

1 Corintios 7:1 ; 1 Corintios 7:7 ; 1 Corintios 7:32 ; 1 Corintios 7:34 ; 1 Corintios 7:40 ; 1 Timoteo 5:7 Pero tan pocas personas se igualan a esto que es prudente que los que deseen casarse lo hagan y que los que deseen volver a casarse lo hagan.

1 Corintios 7:2 ; 1 Corintios 7:9 ; 1 Corintios 7:39 ; 1 Timoteo 5:14 Siendo estas sus convicciones, �no es razonable suponer que al seleccionar ministros para la Iglesia los buscar�a en la clase que hab�a dado prueba de fortaleza moral al permanecer soltero o al no casarse por segunda vez? En una �poca de tan ilimitado libertinaje, la continencia se gan� la admiraci�n y el respeto; y una persona que hubiera dado pruebas claras de tal autocontrol aumentar�a su influencia moral.

Pocas cosas impresionan m�s a las personas b�rbaras y semib�rbaras que ver a un hombre que tiene un control total sobre las pasiones de las que ellos mismos son esclavos. En las terribles dificultades que tuvo que afrontar la Iglesia naciente, este era un punto que bien val�a la pena aprovechar.

Y aqu� podemos notar la sabidur�a de San Pablo al no dar preferencia a los que no se hab�an casado en absoluto sobre los que se hab�an casado una sola vez. Si lo hubiera hecho, habr�a hecho el juego a los herejes que menospreciaban el matrimonio. Y quiz�s hab�a visto algo de los males que abundaban entre los sacerdotes c�libes del paganismo. Es bastante obvio que, aunque de ninguna manera desalienta el celibato entre el clero, asume que entre ellos, como entre los laicos, el matrimonio ser� la regla y la abstenci�n la excepci�n; tanto, que no piensa en dar instrucciones especiales para la gu�a de un obispo c�libe o un di�cono c�libe.

5. Por �ltimo, esta interpretaci�n de las frases en cuesti�n est� fuertemente confirmada por las opiniones de los principales cristianos sobre el tema en los primeros siglos, y por los decretos de los concilios; estos est�n muy influenciados por el lenguaje de San Pablo y, por lo tanto, son una gu�a en cuanto a lo que se supon�a que significaban sus palabras.

Hermas, Clemente de Alejandr�a, por supuesto Tertuliano, y entre los Padres posteriores, Cris�stomo, Epifanio y Cirilo, todos escriben menospreciando los segundos matrimonios, no como pecado, sino como debilidad. Casarse de nuevo es no alcanzar la gran perfecci�n que se nos presenta en la constituci�n del Evangelio. Aten�goras llega incluso a llamar a un segundo matrimonio "adulterio respetable" y a decir que quien as� se separa de su esposa muerta es un "ad�ltero disfrazado".

"Respetando al clero, Or�genes dice claramente:" Ni un obispo, ni un presb�tero, ni un di�cono, ni una viuda pueden casarse dos veces ". Los c�nones de los concilios no son menos claros, ni en cuanto al desaliento de los segundos matrimonios entre los laicos, o su incompatibilidad con lo que entonces se requer�a del clero. Los s�nodos de Ancyra (Cantar de los Cantares 19), de Neocaesarea ( Cantares de los Cantares 3:1 ; Cantares de los Cantares 7:1 ), y de Laodicea ( Cantares de los Cantares 1:1 ) sometieron a una pena a los laicos que se casaban m�s de una vez.

Esta pena parece haber variado en diferentes iglesias; pero en algunos casos implic� la excomuni�n por un tiempo. El Concilio de Nicea, por otro lado, establece como condici�n que los miembros de la secta puritana de los c�taros no sean recibidos en la Iglesia a menos que prometan por escrito comunicarse con quienes se han casado por segunda vez ( Cantares de los Cantares 8:1 ).

Las "Constituciones Apost�licas" (6, 17) y los llamados "C�nones Apost�licos" (17) proh�ben absolutamente la promoci�n de quien se ha casado dos veces a obispo, presb�tero o di�cono; y las "Constituciones Apost�licas" proh�ben el matrimonio de quien ya est� en el Orden Sagrado. Puede casarse una vez antes de ser ordenado, pero si es soltero en su ordenaci�n, debe permanecer as� toda su vida. Por supuesto, si su esposa muere, no se volver� a casar.

Incluso los cantantes, lectores y porteros, aunque pueden casarse despu�s de haber sido admitidos en el cargo, en ning�n caso deben casarse por segunda vez o casarse con una viuda. Y a la viuda de un cl�rigo no se le permiti� casarse por segunda vez.

Todos estos rigurosos puntos de vista y promulgaciones dejan pocas dudas sobre c�mo la Iglesia primitiva entend�a el lenguaje de San Pablo: a saber, que alguien que hab�a exhibido la debilidad de casarse por segunda vez no deb�a ser admitido en el ministerio. De esto sacaron la inferencia de que a quien ya estaba en las �rdenes no se le debe permitir casarse por segunda vez. Y de esto sacaron la inferencia adicional de que celebrar un contrato matrimonial era inadmisible para alguien que ya era obispo, presb�tero o di�cono. El matrimonio no era un obst�culo para la ordenaci�n, pero la ordenaci�n era un obst�culo para el matrimonio. Los hombres casados ??pueden convertirse en cl�rigos, pero es posible que las �rdenes superiores del clero no se casen.

Un poco de pensamiento mostrar� que ninguna de estas inferencias se sigue de la regla de San Pablo; y tenemos buenas razones para dudar de que hubiera sancionado a alguno de ellos. El Ap�stol gobierna que aquellos que han mostrado falta de fuerza moral al tomar una segunda esposa no deben ser ordenados di�conos o presb�teros. Pero en ninguna parte dice o insin�a que, si descubren en s� mismos una falta de fuerza moral de este tipo despu�s de su ordenaci�n, deben ser obligados a soportar una carga a la que son desiguales.

Por el contrario, el principio general, que tan claramente establece, decide el caso: "Si no tienen continencia, que se casen: porque es mejor casarse que quemarse". Y si esto es v�lido para los cl�rigos que han perdido a sus primeras esposas, es v�lido al menos con la misma fuerza para los que no estaban casados ??en el momento de su ordenaci�n. Por tanto, aquellas Iglesias que, como la nuestra, permiten al clero casarse, e incluso casarse por segunda vez, despu�s de la ordenaci�n, pueden afirmar con raz�n tener al Ap�stol de su lado.

Pero hay Iglesias, y entre ellas la Iglesia de Inglaterra, que ignoran las instrucciones del Ap�stol al admitir a quienes han estado m�s de una vez casados ??con el diaconado, e incluso con el episcopado. �Qu� defensa se puede hacer de una aparente laxitud, que parece equivaler a anarqu�a? La respuesta es que no hay nada que demuestre que San Pablo est� dando reglas que obligar�n a la Iglesia para siempre.

Es muy posible que sus instrucciones se den "a causa de la angustia actual". No nos consideramos obligados por el reglamento, que tiene una autoridad mucho m�s alta que la de un solo Ap�stol, con respecto al consumo de sangre y de las cosas estranguladas. El primer concilio, en el que estuvieron presentes la mayor�a de los ap�stoles, prohibi� comer estas cosas. Tambi�n prohibi� comer de las cosas ofrecidas a los �dolos.

El mismo San Pablo abri� el camino al mostrar que esta restricci�n no siempre es vinculante: y toda la Iglesia ha llegado a ignorar la otra. �Por qu�? Porque en ninguno de estos casos el acto es pecaminoso en s� mismo. Si bien era probable que los conversos jud�os se escandalizaran al ver a sus hermanos cristianos comer sangre, era conveniente prohibirlo; y aunque era probable que los conversos paganos pensaran a la ligera en la idolatr�a, si ve�an a sus hermanos cristianos comer lo que se hab�a ofrecido en sacrificio a un �dolo, era conveniente prohibirlo.

Cuando cesaron estos peligros, ces� la raz�n de la promulgaci�n; y la promulgaci�n fue ignorada con raz�n. El mismo principio se aplica a la ordenaci�n de personas que se han casado dos veces. Hoy en d�a un hombre no se considera menos fuerte que sus compa�eros, porque se ha casado por segunda vez. Negarse a ordenar a una persona as� ser�a perder un ministro en un momento en que la necesidad de ministros adicionales es grande; y esta p�rdida ser�a sin compensaci�n.

Y tenemos evidencia de que en la Iglesia primitiva el gobierno del Ap�stol sobre los b�gamos no se consideraba absoluto. En uno de sus tratados montanistas, Tertuliano se burla de los cat�licos por tener incluso entre sus obispos a hombres que se hab�an casado dos veces y que no se sonrojaron cuando se leyeron las ep�stolas pastorales; e Hip�lito, en su feroz ataque a Calixto, obispo de Roma, declara que bajo su mando los hombres que hab�an estado dos y tres veces casados ??fueron ordenados obispos, sacerdotes y di�conos.

Y sabemos que en la Iglesia griega se hizo una distinci�n entre los que se hab�an casado dos veces como cristianos y los que hab�an concluido el segundo matrimonio antes del bautismo. Estos �ltimos no fueron excluidos de la ordenaci�n. Y algunos llegaron a decir que si el primer matrimonio se realizaba antes del bautismo y el segundo despu�s, se deb�a considerar que el hombre hab�a estado casado una sola vez. Esta libertad en la interpretaci�n de la regla del Ap�stol condujo de manera natural a que, en algunas ramas de la Iglesia, se despreciara.

San Pablo dice: "No ordenes a un hombre que se haya casado m�s de una vez". Si puede decir: "Este hombre, que se ha casado m�s de una vez, se considerar� como si se hubiera casado una sola vez; tambi�n puede decir que la regla del Ap�stol fue s�lo temporal, y tenemos el derecho de juzgar su idoneidad". a nuestro tiempo ya circunstancias particulares ". Podemos tener confianza en que en tal asunto no fue el deseo de San Pablo privar a las Iglesias en todo momento de su libertad de juicio, y por lo tanto la Iglesia de Inglaterra est� justificada.

Versículos 14-16

Cap�tulo 12

LA RELACI�N DE LA CONDUCTA HUMANA CON EL MISTERIO DE LA PIEDAD. - 1 Timoteo 3:14

S T. PABLO aqu� hace una pausa en la Ep�stola. Ha concluido algunas de las principales direcciones que debe dar respecto a la preservaci�n de la doctrina pura, la conducci�n del culto p�blico y las calificaciones para el ministerio: y antes de pasar a otros temas se detiene para insistir en el importancia de estas cosas, se�alando lo que realmente est� involucrado en ellas. Su importancia es una de las principales razones de su escritura.

Aunque espera volver a estar con Timoteo incluso antes de lo esperado, no permitir� que asuntos de esta gravedad esperen su regreso a �feso. Porque, despu�s de todo, esta esperanza puede verse frustrada y puede pasar mucho tiempo antes de que los dos amigos se reencuentren cara a cara. La forma en que los cristianos deben comportarse en la casa de Dios no es un asunto que pueda esperar indefinidamente, ya que esta casa de Dios no es un santuario sin vida de una imagen sin vida, que no sabe nada y no se preocupa por lo que sucede en su interior. templo; sino una congregaci�n de almas inmortales y de cuerpos que son templos del Dios viviente, que destruir� al que destruya Su templo.

1 Corintios 3:17 La casa de Dios debe tener reglamentos para preservarla de un desorden indeseable. La congregaci�n que pertenece al Dios viviente debe tener una constituci�n para preservarla de la facci�n y la anarqu�a. M�s a�n, teniendo en cuenta que se le ha asignado un puesto de gran responsabilidad. La verdad en s� misma es evidente y se sostiene por s� misma: no necesita apoyo ni fundamento externo.

Pero la verdad, tal como se manifiesta al mundo, necesita el mejor apoyo y la base m�s firme que se pueda encontrar para ella. Y es deber y privilegio de la Iglesia suplirlos. La casa de Dios no es s�lo una comunidad que de manera solemne y especial pertenece al Dios vivo: es tambi�n "columna y baluarte de la verdad". Estas consideraciones muestran cu�n vital es la pregunta: �De qu� manera debe uno comportarse en esta comunidad?

Porque la verdad, a cuyo sostenimiento y establecimiento est� obligado a contribuir todo cristiano con su comportamiento en la Iglesia, es indiscutiblemente algo grande y profundo. "Por lo que todos admiten, el misterio de la fe cristiana es profundo y de peso; y la responsabilidad de ayudar u obstaculizar su establecimiento es proporcionalmente profunda y de peso. Otras cosas pueden ser objeto de controversia, pero esto no. es el misterio de la piedad ".

�Por qu� San Pablo habla de la verdad como "el misterio de la piedad"? Para expresar los aspectos divino y humano de la fe cristiana. En el lado Divino, el Evangelio es un misterio, un secreto revelado. Es un cuerpo de verdad originalmente oculto al conocimiento del hombre, al cual el hombre nunca podr�a encontrar el camino por su propia raz�n y habilidades sin ayuda. En una palabra, es una revelaci�n: una comunicaci�n de Dios a los hombres de la Verdad que ellos no podr�an haber descubierto por s� mismos.

"Misterio" es una de esas palabras que el cristianismo ha tomado prestadas del paganismo, pero que ha consagrado a nuevos usos transfigurando gloriosamente su significado. El misterio pagano fue algo que siempre se mantuvo oculto al grueso de la humanidad; un secreto al que s�lo se admit�an unos pocos privilegiados. Alent�, en el mismo centro de la religi�n, el ego�smo y la exclusividad. El misterio cristiano, por otro lado, es algo que alguna vez estuvo oculto, pero que ahora se da a conocer, no a unos pocos elegidos, sino a todos.

El t�rmino, por tanto, encierra una paradoja espl�ndida: es un secreto revelado a todos. En las propias palabras de San Pablo a los Romanos, Romanos 16:25 "la revelaci�n del misterio que ha sido guardado en silencio a trav�s de los tiempos eternos, pero ahora es manifestado, y por las escrituras de los profetas, seg�n el mandamiento del eterno Dios es dado a conocer a todas las naciones ". Rara vez usa la palabra misterio sin combinar con ella alguna otra palabra que signifique revelar, manifestar o dar a conocer.

Pero la fe cristiana no es s�lo un misterio, sino un "misterio de piedad". No solo habla de la generosidad del Dios Todopoderoso al revelar Sus consejos eternos al hombre, sino que tambi�n habla de las obligaciones del hombre como consecuencia de haber sido iniciado. Es un misterio, no "de desafuero", 2 Tesalonicenses 2:7 sino "de piedad.

"Aquellos que lo aceptan" profesan piedad "; profesan reverencia al Dios que les ha dado a conocer. Ense�a claramente sobre qu� principio debemos regular" c�mo deben comportarse los hombres en la casa de Dios ". El Evangelio es misterio de piedad, misterio de reverencia y de vida religiosa, santo mismo, y procedente del Santo, pide a sus destinatarios que sean santos, como es santo quien lo da.

"El cual fue manifestado en carne, justificado en esp�ritu, visto de �ngeles, predicado entre las naciones, cre�do en el mundo, recibido arriba en gloria".

Despu�s del texto sobre los tres testigos celestiales en la Primera Ep�stola de San Juan, ninguna lectura disputada en el Nuevo Testamento ha dado lugar a m�s controversias que el pasaje que tenemos ante nosotros. Esperemos que no est� muy lejano el d�a en que no haya m�s disputas sobre ninguno de los dos textos. La verdad, aunque todav�a se duda, especialmente en referencia al pasaje que tenemos ante nosotros, no es realmente dudosa. En ambos casos la lectura del A.

V. es indefendible. Es cierto que San Juan nunca escribi� las palabras sobre los "tres que dan testimonio en el cielo": y es cierto que San Pablo no escribi� "Dios fue manifestado en la carne", sino "Quien se manifest� en el carne." La lectura "Dios fue manifestado en carne" no aparece en ning�n escritor cristiano hasta fines del siglo IV, y en ninguna traducci�n de las Escrituras antes del siglo VII o VIII.

Y no se encuentra en ninguno de los cinco grandes manuscritos primarios, excepto como una correcci�n hecha por un escriba posterior, que conoc�a la lectura "Dios se manifest�", y la prefiri� a la otra, o al menos quiso preservarla. como una lectura alternativa, o como una interpretaci�n. Incluso un comentarista tan cauteloso y conservador como el difunto obispo Wordsworth de Lincoln declara que "la preponderancia del testimonio es abrumadora" contra la lectura "Dios se manifest� en la carne".

"En un antiguo manuscrito griego, se necesitar�an s�lo dos peque�os trazos para convertir" Qui�n "en" Dios "; y esta alteraci�n ser�a tentadora, ya que el" Qui�n "masculino despu�s del" misterio "neutro, parece duro y antinatural.

Pero aqu� nos encontramos con una consideraci�n muy interesante. Las palabras que siguen parecen una cita de alg�n himno o confesi�n cristiana primitiva. El movimiento r�tmico y el paralelismo de las seis cl�usulas equilibradas, de las cuales cada tripleta forma un cl�max, apunta a un hecho como �ste. Es posible que tengamos aqu� un fragmento de uno de los mismos himnos que, como dice Plinio el Joven al emperador Trajano, los cristianos sol�an cantar en antifonal al amanecer a Cristo como Dios. Un pasaje como este bien podr�a cantarse de lado a lado, l�nea por l�nea, o triplete por triplete, mientras los coros todav�a cantan los Salmos en nuestras iglesias.

"El cual fue manifestado en carne, Justificado en esp�ritu, Visto de �ngeles, Predicado entre las naciones, Cre�do en el mundo, Recibido arriba en gloria".

Supongamos que esta conjetura muy razonable y atractiva es correcta, y que San Pablo cita aqu� alguna forma conocida de palabras. Entonces, el "Qui�n" con el que comienza la cita se referir� a algo en las l�neas anteriores que no se citan. Cu�n natural, entonces, que San Pablo dejara el "Qui�n" sin cambios, aunque no se ajusta gramaticalmente a su propia oraci�n, pero en cualquier caso no hay duda en cuanto al antecedente del "Qui�n".

"El Misterio de la piedad" tiene como centro y base la vida de una Persona Divina; y la gran crisis en el largo proceso por el cual se revel� el misterio se alcanz� cuando esta Persona Divina "se manifest� en la carne". Hacer esta afirmaci�n o cita que el Ap�stol tiene en mente a los gn�sticos que "ense�an una doctrina diferente" ( 1 Timoteo 1:3 ), es bastante posible, pero de ninguna manera es seguro.

La "manifestaci�n" de Cristo en la carne es un tema favorito para �l, como para San Juan, y es uno de los puntos en los que los dos Ap�stoles no solo ense�an la misma doctrina, sino que la ense�an en el mismo idioma. El hecho de haber usado la palabra "misterio" bastar�a para hacerle hablar de "manifestaci�n", aunque no hubiera habido falsos maestros que negaran o explicaran el hecho de la Encarnaci�n del Divino Hijo.

Las dos palabras encajan exactamente entre s�. "Misterio", en la teolog�a cristiana, implica algo que una vez estuvo oculto, pero que ahora se ha dado a conocer; "manifestar" implica dar a conocer lo que una vez estuvo oculto. Una aparici�n hist�rica de Aquel que hab�a existido previamente, pero que se hab�a mantenido alejado del conocimiento del mundo, es lo que se quiere decir con "Quien fue manifestado en carne".

"Justificado en el esp�ritu". Esp�ritu aqu� no puede significar el Esp�ritu Santo, como el AV nos llevar�a a suponer. "En esp�ritu" en esta cl�usula contrasta obviamente con "en carne" en la cl�usula anterior. Y si "carne" significa la parte material de la naturaleza de Cristo, "esp�ritu" significa la parte inmaterial de Su naturaleza y la parte superior de ella. Su carne fue la esfera de Su manifestaci�n: Su esp�ritu fue la esfera de Su justificaci�n.

Hasta aqu� parece estar claro. Pero, �qu� debemos entender por su justificaci�n? �Y c�mo sucedi� en Su Esp�ritu? Son preguntas a las que se ha dado una gran variedad de respuestas; y ser�a imprudente afirmar de cualquiera de ellos que es tan satisfactorio como para ser concluyente.

La naturaleza humana de Cristo constaba, como la nuestra, de tres elementos: cuerpo, alma y esp�ritu. El cuerpo es la carne de la que se habla en la primera cl�usula. El alma (????), a diferencia del esp�ritu (??????), es el asiento de los afectos y deseos naturales. Fue el alma de Cristo la que se turb� ante la idea de un sufrimiento inminente. "Mi alma est� muy triste, hasta la muerte". Mateo 26:38 ; Marco 14:34 "Ahora est� turbada mi alma; �y qu� dir�? Padre, s�lvame de esta hora".

Juan 12:27 El esp�ritu es el asiento de las emociones religiosas: es la parte m�s alta e �ntima de la naturaleza del hombre; el santuario del templo. Fue en su esp�ritu que Cristo se vio afectado cuando la presencia del mal moral lo angusti�. Se sinti� conmovido por la indignaci�n en su esp�ritu cuando vio a los jud�os hip�critas mezclar sus lamentos sentimentales con los lamentos de coraz�n de Marta y Mar�a en la tumba de L�zaro.

Juan 11:33 Fue tambi�n en su esp�ritu que se turb� cuando, mientras Judas se sentaba a la mesa con �l y posiblemente junto a �l, dijo: "De cierto, de cierto os digo que uno de vosotros me entregar�". . Juan 13:21 Esta parte espiritual de Su naturaleza, que fue la esfera de Su sufrimiento m�s intenso, fue tambi�n la esfera de Su gozo y satisfacci�n m�s intensos. As� como la maldad moral aflig�a su esp�ritu, as� lo deleitaba la inocencia moral.

De una manera que ninguno de nosotros puede medir, Jesucristo conoci� el gozo de una buena conciencia. El desaf�o que hizo a los jud�os: "�Qui�n de vosotros me convence de pecado?" era uno que pod�a hacer a su propia conciencia. No ten�a nada en su contra y nunca podr�a acusarlo. Estaba justificado cuando hablaba y claro cuando juzgaba. Romanos 3:4 ; Salmo 51:4 Aunque era un hombre perfecto, y manifestado en carne d�bil y sufriente, no obstante fue "justificado en el esp�ritu".

"Visto de �ngeles". Es imposible determinar la ocasi�n precisa a la que se refiere. Desde la Encarnaci�n, Cristo ha sido visible para los �ngeles; pero aqu� parece aludirse a algo m�s especial que el hecho de la Encarnaci�n. La redacci�n en griego es exactamente la misma que en "Se apareci� a Cefas"; luego a los doce; luego se apareci� a m�s de quinientos hermanos a la vez, de los cuales la mayor parte permanece hasta ahora, pero algunos se han quedado dormidos; luego se apareci� a James; luego a todos los Ap�stoles; por �ltimo, como a un nacido fuera de tiempo, se me apareci�.

1 Corintios 15:5 Aqu�, por lo tanto, podr�amos traducir "apareci� a los �ngeles". �Qu� apariencia, o apariciones, del Verbo Encarnado a la hueste angelical se puede pretender?

La pregunta no puede responderse con certeza; pero con cierta confianza podemos aventurarnos a decir lo que no se puede pretender. "Aparecido a los �ngeles" dif�cilmente puede referirse a las apariciones ang�licas que se registran en relaci�n con la Natividad, Tentaci�n, Agon�a, Resurrecci�n y Ascensi�n de Cristo. En esas ocasiones, los �ngeles se aparecieron a Cristo y a los dem�s, no �l a los �ngeles. Con a�n mayor confianza podemos rechazar la sugerencia de que "�ngeles" aqu� significa los Ap�stoles, como �ngeles o mensajeros de Cristo, o esp�ritus malignos, como �ngeles de Satan�s.

Se puede dudar si en las Escrituras se puede encontrar algo paralelo a cualquiera de las explicaciones. Adem�s, "apareci� a los esp�ritus malignos" es una interpretaci�n que hace que el pasaje sea m�s dif�cil de lo que era antes. La manifestaci�n de Cristo a la hueste angelical, ya sea en la Encarnaci�n o en el regreso a la gloria, es un significado mucho m�s razonable para asignar a las palabras.

As� se pueden resumir las tres primeras cl�usulas de este himno primitivo. El misterio de la piedad ha sido revelado a la humanidad, y revelado en una Persona hist�rica, Quien, aunque se manifest� en carne humana, fue en lo m�s �ntimo de su esp�ritu declarado libre de todo pecado. Y esta manifestaci�n de un Hombre perfectamente justo no se limit� a la raza humana. Los �ngeles tambi�n lo presenciaron y pueden dar testimonio de su realidad.

El triplete restante es m�s simple: el significado de cada una de sus cl�usulas es claro. El mismo Cristo, que fue visto por los �ngeles, tambi�n fue predicado entre las naciones de la tierra y crey� en el mundo; sin embargo, �l mismo fue levantado de la tierra y recibido una vez m�s en gloria. La propagaci�n de la fe en un Cristo ascendido se declara aqu� llana e incluso con entusiasmo. A todas las naciones, al mundo entero, pertenece este Salvador glorificado. Todo esto a�ade �nfasis a la pregunta "c�mo deben comportarse los hombres en la casa de Dios" en la que se ense�an y defienden tales verdades.

Es notable cu�ntos arreglos de estas seis cl�usulas son posibles, y todos tienen un excelente sentido. Podemos convertirlos en dos tripletes de l�neas independientes: o podemos unir las dos primeras l�neas de cada triplete y luego hacer que las terceras l�neas se correspondan entre s�. En cualquier caso, cada grupo comienza con la tierra y termina con el cielo. O de nuevo, podemos convertir las seis l�neas en tres pareados. En el primer pareado, la carne y el esp�ritu se contrastan y combinan; en el segundo, �ngeles y hombres; en el tercero, tierra y cielo.

S�, indiscutiblemente, el misterio de la piedad es grande. La revelaci�n del Hijo Eterno, que impone a quienes la aceptan una santidad de la que su impecabilidad debe ser modelo, es algo terrible y profundo. Pero �l, que junto con cada tentaci�n que permite "abre tambi�n la v�a de escape", no impone un modelo a la imitaci�n sin conceder al mismo tiempo la gracia necesaria para luchar hacia �l.

Alcanzarlo es imposible, al menos en esta vida. Pero la conciencia de que no podemos alcanzar la perfecci�n no es excusa para apuntar a la imperfecci�n. La impecabilidad de Cristo est� inconmensurablemente m�s all� de nosotros aqu�; y puede ser que incluso en la eternidad la p�rdida causada por nuestros pecados en esta vida nunca sea cancelada por completo. Pero a aquellos que han tomado su cruz diariamente y han seguido a su Maestro, y que han lavado sus vestiduras y las han blanqueado en la sangre del Cordero, se les conceder� de ahora en adelante estar sin pecado "ante el trono de Dios y servirle d�a y noche. noche en su templo.

"Habiendo seguido a Cristo en la tierra, lo seguir�n a�n m�s en el cielo. Habiendo compartido Sus sufrimientos aqu�, compartir�n Su recompensa all�. Ellos tambi�n ser�n" vistos por los �ngeles "y" recibidos arriba en gloria ".

Información bibliográfica
Nicoll, William R. "Comentario sobre 1 Timothy 3". "El Comentario Bíblico del Expositor". https://beta.studylight.org/commentaries/spa/teb/1-timothy-3.html.