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Bible Commentaries
1 Timoteo 5

El Comentario Bíblico del ExpositorEl Comentario Bíblico del Expositor

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Versículos 3-4

Cap�tulo 14

EL COMPORTAMIENTO DEL PASTOR HACIA LAS MUJERES: LA VIUDA DE LA IGLESIA. - 1 Timoteo 5:3 ; 1 Timoteo 5:9

EL tema de este quinto cap�tulo es "El comportamiento del pastor hacia los hombres y mujeres mayores y m�s j�venes de la congregaci�n". Algunos han pensado que forma la parte principal de la carta a la que todo el resto es m�s o menos introductorio o complementario. Pero la estructura de la carta no se puede armonizar f�cilmente con este punto de vista. Parece estar mucho m�s cerca de la verdad decir que la manera impremeditada en que se introduce este tema no puede explicarse bien a menos que asumamos que estamos leyendo una carta genuina y no un tratado falsificado.

La conexi�n de los diferentes temas abordados es vaga y no siempre muy obvia. Los puntos se mencionan en el orden en que se le ocurren a la mente del escritor sin una disposici�n cuidadosa. Despu�s de las exhortaciones personales dadas al final del cap�tulo 4, que tienen una solemnidad que podr�a llevar a suponer que el Ap�stol estaba a punto de cerrar sus palabras, comienza de nuevo y trata un tema completamente nuevo que se ha producido. a �l.

No es dif�cil adivinar qu� ha sugerido el nuevo tema. Las exhortaciones personales con las que termina la secci�n anterior contienen estas palabras: "Nadie menosprecie tu juventud; antes s� t� ejemplo para los que creen en palabra, en estilo de vida, en amor, en fe, en pureza". Timoteo no debe permitir el hecho de que es m�s joven que muchos de aquellos sobre los que est� destinado a interferir en el debido desempe�o de sus deberes.

No debe dar a nadie un asidero para acusarlo de falta de gravedad o decoro. La sobriedad de conducta es contrarrestar cualquier aparente falta de experiencia. Pero St. Paul recuerda que hay otro lado de eso. Aunque Timoteo debe comportarse de tal manera que nunca recuerde a su reba�o su relativa juventud, �l mismo siempre debe tener en cuenta que todav�a es un hombre joven. Esto debe recordarse especialmente al tratar con personas de ambos sexos que son mayores que �l y en su comportamiento hacia las mujeres j�venes.

San Pablo comienza con el tratamiento de los hombres mayores y vuelve a este punto m�s adelante. Entre estos dos pasajes sobre los hombres, da instrucciones para la gu�a de Timoteo con respecto a las mujeres de su reba�o, y especialmente con respecto a las viudas. El tema ocupa m�s de la mitad del cap�tulo y es de gran inter�s, ya que es nuestra principal fuente de informaci�n con respecto al tratamiento de las viudas en la Iglesia primitiva.

Los comentaristas no son de ninguna manera un�nimes en su interpretaci�n de los detalles del pasaje, pero se cree que la explicaci�n que se ofrece ahora est� en armon�a con el griego original, es consistente consigo mismo y no contradice nada que se conozca de otras fuentes. .

Es bastante evidente que se habla de m�s de una clase de viudas: y una de las preguntas que plantea el pasaje es: �Cu�ntas clases de viudas se indican? Podemos distinguir cuatro tipos; y parece probable que el Ap�stol quiera darnos cuatro tipos;

1. Existe "la viuda en verdad (? ????? ????)". Su caracter�stica es que est� "desolada", es decir, bastante sola en el mundo. No solo ha perdido a su marido, sino que no tiene hijos ni ning�n otro pariente cercano que le ayude a atender sus necesidades. Su esperanza est� puesta en Dios, a quien ascienden sus oraciones d�a y noche. Se la contrasta con otras dos clases de viudas, las cuales est�n en una posici�n mundana mejor que ella, porque no est�n desoladas ni desamparadas; sin embargo, uno de ellos es mucho m�s miserable que la viuda, porque la forma de vida que adopta es tan indigna de ella.

2. Est� la viuda que "tiene hijos o nietos". El afecto natural har� que estos se encarguen de que su padre viudo no llegue a querer. Si no es as�, entonces deben aprender que "mostrar piedad hacia su propia familia y recompensar a sus padres" es un deber primordial, y que la congregaci�n no debe cargar con el sustento de su madre hasta que no hayan hecho primero todo lo necesario. puede para ella.

Ignorar este simple deber es negar los primeros principios del cristianismo, que es el evangelio del amor y el deber, y caer por debajo del nivel de los incr�dulos, la mayor�a de los cuales reconoci� el deber de mantener a los padres indefensos. Nada se dice del car�cter de la viuda que tiene hijos o nietos que la mantienen; pero, al igual que la viuda, se la contrasta con la tercera clase de viudas y, por lo tanto, inferimos que su car�cter est� libre de reproches.

3. Est� la viuda que "se entrega al placer". En lugar de continuar con oraciones y s�plicas d�a y noche, contin�a en la frivolidad y el lujo, o algo peor. De ella, como de la Iglesia de Sardis, se puede decir: "Tienes nombre de que vives y est�s muerto". Apocalipsis 3:1

4. Est� la viuda "inscrita"; es decir, uno cuyo nombre ha sido inscrito en las listas de la Iglesia como tal. Ella es una "viuda de verdad" y algo m�s. No solo es una persona que necesita y merece el apoyo de la congregaci�n, sino que tiene derechos y deberes especiales. Ocupa un cargo y tiene una funci�n que cumplir. Es viuda, no solo por haber perdido a su esposo, sino por haber sido admitida en la compa��a de aquellas mujeres en duelo a quienes la Iglesia ha confiado una parte definida de la obra de la Iglesia.

Siendo esto as�, hay que buscar algo m�s que el mero hecho de estar sola en el mundo. Debe tener sesenta a�os, haber tenido un solo marido, haber tenido experiencia en la crianza de hijos y ser bien conocida como devota de las buenas obras. Si tiene estas calificaciones, puede inscribirse como viuda de la Iglesia; pero de ello no se sigue que, porque los tiene, ser� nombrada.

El trabajo al que debieron dedicarse estas ancianas fue doble:

(1) Oraci�n, especialmente intercesi�n por los que est�n en problemas;

(2) Obras de misericordia, especialmente ministrar a los enfermos, guiar a las j�venes cristianas en una vida de santidad y ganar a las mujeres paganas para la fe.

Estos hechos los aprendemos de las frecuentes regulaciones sobre las viudas durante los siglos segundo, tercero y cuarto. Al parecer, fue durante el siglo II cuando m�s floreci� el orden de las viudas.

Este orden primitivo de viudas de la Iglesia debe distinguirse del orden igualmente primitivo de diaconisas, y de un orden posterior de viudas, que creci� al lado del orden anterior, y continu� mucho despu�s de que el orden anterior hab�a dejado de existir. Pero ser�a contrario a toda probabilidad, y a todo lo que sabemos sobre los oficios de la Iglesia en la era apost�lica y subapost�lica, suponer que las distinciones entre los diferentes �rdenes de mujeres fueron tan marcadas en los primeros per�odos como lo fueron despu�s, o que eran precisamente los mismos en todas las ramas de la Iglesia.

A veces se ha sostenido que la viuda de la Iglesia de la que hablamos en el pasaje que tenemos ante nosotros es id�ntica a la diaconisa. La evidencia de que los dos �rdenes eran distintos es tan fuerte que casi equivale a una demostraci�n.

1. Es muy posible que esta misma Ep�stola proporcione suficiente evidencia para hacer la identificaci�n muy improbable. Si las "mujeres" mencionadas en la secci�n sobre di�conos 1 Timoteo 3:11 son diaconisas, entonces las calificaciones para este oficio son bastante diferentes de las calificaciones para el de una viuda, y se tratan en secciones bastante diferentes de la carta.

2. Pero incluso si las diaconisas no son tratadas en absoluto en ese pasaje, el l�mite de edad parece bastante fuera de lugar, si son id�nticas a las viudas. En el caso de las viudas, era importante inscribir a nadie que quisiera volver a casarse en esta obra especial de la Iglesia. Y como sus deberes consist�an en gran medida en la oraci�n, la edad avanzada no era impedimento, sino todo lo contrario. Pero el trabajo de la diaconisa era en su mayor parte un trabajo activo, y no ser�a razonable admitir a nadie en la oficina hasta que la mejor parte de su vida laboral hubiera terminado.

La diferencia en el trabajo que se les asigna apunta en la misma direcci�n. Como ya se dijo, el trabajo especial de la viuda era la oraci�n de intercesi�n y el ministerio a los enfermos. El trabajo especial de la diaconisa era vigilar la puerta de las mujeres en las iglesias, sentar a las mujeres en la congregaci�n y asistir a las mujeres en los bautismos. El bautismo se administraba generalmente por inmersi�n y el bautismo de adultos era muy frecuente, por lo que hab�a mucha necesidad de asistentes femeninas.

1. En su cita, la diaconisa recibi� la imposici�n de manos, la viuda no. La forma de oraci�n para la ordenaci�n de una diaconisa se da en las Constituciones Apost�licas (8:19, 20) y es digna de citarse. "Con respecto a una diaconisa, yo Bartolom� hago esta constituci�n: Oh Obispo, pondr�s tus manos sobre ella en presencia del presbiterio y de los di�conos y diaconisas, y dir�s: Oh Dios eterno, Padre de nuestro Se�or Jesucristo, el Creador del hombre y de la mujer; Quien llen� del Esp�ritu a Miriam, D�bora, Ana y Hulda; Quien no desde�� que Tu Hijo Unig�nito naciera de mujer; Quien tambi�n en el tabern�culo del testimonio y en el En el templo ordenaste a mujeres para que fuesen guardianas de tus santas puertas; mira ahora tambi�n a este tu siervo,

Conc�dele tu Santo Esp�ritu y l�mpiala de toda contaminaci�n de carne y esp�ritu, para que pueda desempe�ar dignamente la obra que le ha sido encomendada, para tu gloria y alabanza de tu Cristo; con quien sea la gloria y la adoraci�n a Ti y al Esp�ritu Santo por los siglos de los siglos. Am�n. �No se encuentra nada por el estilo para el nombramiento de una viuda de la Iglesia.

2. Est� muy en armon�a con el hecho de que las diaconisas fueron ordenadas, mientras que las viudas no lo fueron, que las viudas sean colocadas bajo las diaconisas. "Las viudas deben ser serias, obedientes a sus obispos, presb�teros y di�conos; y adem�s a las diaconisas, con piedad, reverencia y temor".

3. La diaconisa puede ser una mujer soltera o una viuda, y aparentemente se prefiere a la primera. "Que la diaconisa sea una virgen pura; o al menos una viuda que haya estado casada una sola vez". Pero, aunque ocurrieron tales cosas, Tertuliano protesta que es una monstruosa irregularidad admitir a una mujer soltera en la orden de las viudas. Ahora bien, si las viudas y las diaconisas fueran id�nticas, las "viudas" solteras habr�an sido bastante comunes, ya que las diaconisas solteras eran bastante comunes.

Sin embargo, habla del caso de una "viuda virgen" que hab�a llegado a su conocimiento como una maravilla, una monstruosidad y una contradicci�n de t�rminos. Es cierto que Ignacio en su carta a la Iglesia de Esmirna utiliza un lenguaje que se ha pensado para apoyar la identificaci�n: "Saludo a las casas de mis hermanos con sus esposas e hijos, ya las v�rgenes que se llaman viudas". Pero es incre�ble que en Esmirna todas las viudas de la Iglesia no estuvieran casadas; y es igualmente improbable que Ignacio env�e un saludo a las "viudas" solteras (si las hubiera) e ignore el resto.

Sin embargo, su lenguaje puede explicarse con bastante facilidad sin una hip�tesis tan extra�a. Puede querer decir: "Saludo a las llamadas viudas, pero a las que en realidad se podr�a considerar v�rgenes". Y en apoyo de esta interpretaci�n, el obispo Lightfoot cita a Clemente de Alejandr�a, quien dice que el hombre continente, como la viuda del continente, vuelve a ser virgen; y Tertuliano, que habla de las viudas continentales como doncellas (Deo) a los ojos de Dios como v�rgenes por segunda vez.

Pero, sea lo que sea lo que Ignacio haya querido decir con "las v�rgenes que se llaman viudas", podemos concluir con seguridad que ni en su tiempo, como en el de San Pablo, las viudas eran id�nticas a las diaconisas.

El �ltimo orden de viudas que creci� al lado del orden apost�lico, y al final suplant�, o en todo caso sobrevivi�, el orden m�s antiguo, naci� alrededor del siglo III. Consist�a en personas que hab�an perdido a sus maridos y hab�an hecho el voto de no volver a casarse nunca m�s. A partir de mediados del siglo II o un poco m�s tarde nos encontramos con un fuerte sentimiento contra el surgimiento de segundas nupcias, y este sentimiento se intensific� muy posiblemente cuando el Evangelio entr� en contacto con las tribus alemanas, entre las cuales el sentimiento ya exist�a independientemente del cristianismo.

En este nuevo orden de viudas que hab�an hecho voto de continencia no hab�a restricci�n de edad, ni era necesario que fueran personas necesitadas de la limosna de la congregaci�n. En el orden apost�lico, la idea fundamental parece haber sido que los indigentes: las viudas deb�an ser sostenidas por la Iglesia, y que a cambio de esto, las que estaban calificadas deb�an hacer alg�n trabajo eclesial especial. En el orden posterior, la idea fundamental era que era bueno que una viuda permaneciera soltera y que el voto de hacerlo la ayudar�a a perseverar.

Al ordenar a Timoteo que "honre a las viudas que son viudas", el Ap�stol enuncia un principio que ha tenido una influencia amplia y permanente, no s�lo en la disciplina eclesi�stica sino en la legislaci�n europea. Hablando del crecimiento de la idea moderna de un testamento, mediante el cual un hombre puede regular el descenso de su propiedad dentro y fuera de su familia, Sir Henry Maine comenta que "rara vez se permiti� que el ejercicio del poder testamentario interfiriera con el derecho de la viuda a una parte determinada, y de los hijos a determinadas proporciones fijas de la herencia transferida.

Las acciones de los hijos, como muestra su cantidad, fueron determinadas por la autoridad de la ley romana. La provisi�n para la viuda fue imputable a los esfuerzos de la Iglesia, que nunca relaj� su solicitud por el inter�s de las esposas que sobrevivieran a sus maridos, conquistando, quiz�s, uno de los m�s arduos de sus triunfos cuando, despu�s de exigir durante dos o tres siglos un Con la promesa expresa del marido en el matrimonio de dotar a su esposa, finalmente logr� implantar el principio de la dote en el derecho consuetudinario de toda Europa occidental.

"Este es uno de los numerosos casos en los que el Evangelio, al insistir en la importancia de alg�n principio humano, ha contribuido al progreso y la seguridad de los mejores elementos de la civilizaci�n.

No solo la humanidad, sino tambi�n el tacto y el sentido com�n del Ap�stol son conspicuos a lo largo de todo el pasaje, ya sea que consideremos las direcciones generales con respecto al comportamiento del joven pastor hacia los diferentes sectores de su reba�o, viejos y j�venes, hombres y mujeres, o las reglas especiales relativas a las viudas. El resumen y la sustancia parece ser que el pastor debe tener mucho celo y alentarlo en los dem�s, pero debe tener mucho cuidado de que, ni en s� mismo ni en aquellos a quienes tiene que guiar, el celo supere la discreci�n.

Las reprimendas bien merecidas pueden hacer mucho m�s da�o que bien, si se administran sin respetar la posici�n de quienes las necesitan. Y en todos sus ministerios, el superintendente espiritual debe tener cuidado de no ceder a las cr�ticas da�inas. No debe permitir que se hable mal de su bien. Lo mismo ocurre con las viudas. No se puede establecer con seguridad ninguna regla estricta. Casi todo depende de las circunstancias.

En general, el caso de las viudas es an�logo al de las mujeres solteras. Para quien tiene fuerza para renunciar al estado matrimonial, para dedicar m�s tiempo y energ�a al servicio directo de Dios, es mejor permanecer soltero, si es soltero, y si es viudo, no volver a casarse. Pero no hay una bendici�n peculiar en el estado de soltero, si el motivo para evitar el matrimonio es ego�sta, e.

g., para evitar las preocupaciones y los deberes dom�sticos y disponer de tiempo libre para el disfrute personal. Entre las mujeres m�s j�venes, es menos probable que el motivo superior est� presente o, en todo caso, que sea permanente. Es tan probable que tarde o temprano deseen casarse, que ser� m�s prudente no desanimarlos a hacerlo. Por el contrario, que se considere normal que una joven se case y que una joven viuda se vuelva a casar.

No es lo mejor para ellos, pero es lo m�s seguro. Aunque la obra m�s elevada para Cristo la pueden realizar mejor quienes, permaneciendo solteros, han mantenido al m�nimo sus lazos dom�sticos, es m�s probable que las mujeres j�venes realicen un trabajo �til en la sociedad y es menos probable que sufran da�os si se casan. y tener hijos. En el caso de las mujeres mayores, esto no es cierto. La edad en s� misma es una garant�a considerable: y una mujer de sesenta a�os, que est� dispuesta a dar tal prenda, puede ser alentada a entrar en una vida de viudez perpetua.

Pero tambi�n debe haber otras calificaciones, si desea inscribirse entre aquellos que no solo tienen derecho por su condici�n de indigencia a recibir manutenci�n de la Iglesia, sino que por raz�n de su aptitud son comisionados para emprender la obra de la Iglesia. Y estas calificaciones deben investigarse cuidadosamente. Ser�a mucho mejor rechazar a algunos que, despu�s de todo, podr�an haber sido �tiles, que correr el riesgo de admitir a cualquiera que exhibiera el esc�ndalo de haber sido apoyado por la Iglesia y especialmente dedicado a las obras cristianas de misericordia, y de tener despu�s de todo. todos regresaron a la sociedad como mujeres casadas con placeres y cuidados ordinarios.

Un objeto a lo largo de estas direcciones es la econom�a de los recursos cristianos. La Iglesia acepta el deber que le inculca de "atender a los suyos". Pero no debe cargarse con el apoyo de nadie m�s que de los que realmente est�n en la miseria. A los parientes cercanos de las personas necesitadas se les debe ense�ar a dejar libre a la Iglesia para aliviar a aquellos que no tienen parientes cercanos que los mantengan. En segundo lugar, en la medida de lo posible, se debe alentar a los que se sienten aliviados por las limosnas de la congregaci�n a que hagan algo al emprender la obra de la Iglesia que les conviene.

San Pablo no tiene idea de empobrecer a la gente. Mientras puedan, deben mantenerse a s� mismos. Cuando hayan dejado de poder hacer esto, deben ser mantenidos por sus hijos o nietos. Si no tienen a nadie que los ayude, la Iglesia debe asumir su apoyo; pero tanto por su bien como por los intereses de la comunidad, debe, si es posible, hacer que el apoyo otorgado sea una retribuci�n por el trabajo realizado y no una mera limosna.

La viudez no debe ser una excusa para ser mantenida en una ociosidad da�ina. Pero el punto en el que el Ap�stol insiste m�s enf�ticamente, expres�ndolo de diferentes maneras no menos de tres veces en esta peque�a secci�n ( 1 Timoteo 5:4 ; 1 Timoteo 5:8 ; 1 Timoteo 5:16 ) es este, - que las viudas por regla general, deben ser apoyados por sus propias relaciones; s�lo en casos excepcionales, donde no hay parientes que puedan ayudar, la Iglesia debe asumir este deber.

Tenemos aqu� una advertencia contra el error que se comete tan a menudo en la actualidad de liberar a las personas de sus responsabilidades asumiendo para ellas con una caridad equivocada los deberes que deben cumplir y son capaces de cumplir por s� mismos.

Por lo tanto, podemos resumir los principios establecidos as�:

Se necesita discreci�n y tacto al tratar con los diferentes sectores de la congregaci�n, y especialmente al relevar a las viudas. Se debe tener cuidado de no fomentar un rigor que probablemente no se mantendr� o oportunidades de ocio que seguramente conducir�n a da�os. Se debe brindar ayuda generosamente a los indigentes; pero los recursos de la Iglesia deben guardarse celosamente. No deben desperdiciarse en los indignos o en aquellos que tienen otros medios de ayuda. Y, en la medida de lo posible, la independencia de los relevados debe protegerse emple�ndolos al servicio de la Iglesia.

En conclusi�n, vale la pena se�alar que esta menci�n de una orden de viudas no es un argumento en contra de la autor�a paulina de estas ep�stolas, como si tal cosa no existiera en su tiempo. En Hechos 6:1 las viudas aparecen como un cuerpo distinto en la Iglesia de Jerusal�n. En Hechos 9:39 ; Hechos 9:41 , aparecen casi como una orden en la Iglesia de Jope.

Ellos "muestran los abrigos y vestidos que hizo Dorcas" de una manera que parece implicar que era su negocio distribuir tales cosas entre los necesitados. Incluso si eso no significa m�s que que Dorcas las hizo para el alivio de las viudas mismas, todav�a el paso de un cuerpo de viudas apartado para la recepci�n de limosnas a una orden de viudas apartadas para el deber de oraci�n de intercesi�n y ministrar a la enfermedad no es larga, y es posible que se haya hecho f�cilmente en vida de San Pablo.

Cap�tulo 14

EL COMPORTAMIENTO DEL PASTOR HACIA LAS MUJERES: LA VIUDA DE LA IGLESIA. - 1 Timoteo 5:3 ; 1 Timoteo 5:9

EL tema de este quinto cap�tulo es "El comportamiento del pastor hacia los hombres y mujeres mayores y m�s j�venes de la congregaci�n". Algunos han pensado que forma la parte principal de la carta a la que todo el resto es m�s o menos introductorio o complementario. Pero la estructura de la carta no se puede armonizar f�cilmente con este punto de vista. Parece estar mucho m�s cerca de la verdad decir que la manera impremeditada en que se introduce este tema no puede explicarse bien a menos que asumamos que estamos leyendo una carta genuina y no un tratado falsificado.

La conexi�n de los diferentes temas abordados es vaga y no siempre muy obvia. Los puntos se mencionan en el orden en que se le ocurren a la mente del escritor sin una disposici�n cuidadosa. Despu�s de las exhortaciones personales dadas al final del cap�tulo 4, que tienen una solemnidad que podr�a llevar a suponer que el Ap�stol estaba a punto de cerrar sus palabras, comienza de nuevo y trata un tema completamente nuevo que se ha producido. a �l.

No es dif�cil adivinar qu� ha sugerido el nuevo tema. Las exhortaciones personales con las que termina la secci�n anterior contienen estas palabras: "Nadie menosprecie tu juventud; antes s� t� ejemplo para los que creen en palabra, en estilo de vida, en amor, en fe, en pureza". Timoteo no debe permitir el hecho de que es m�s joven que muchos de aquellos sobre los que est� destinado a interferir en el debido desempe�o de sus deberes.

No debe dar a nadie un asidero para acusarlo de falta de gravedad o decoro. La sobriedad de conducta es contrarrestar cualquier aparente falta de experiencia. Pero St. Paul recuerda que hay otro lado de eso. Aunque Timoteo debe comportarse de tal manera que nunca recuerde a su reba�o su relativa juventud, �l mismo siempre debe tener en cuenta que todav�a es un hombre joven. Esto debe recordarse especialmente al tratar con personas de ambos sexos que son mayores que �l y en su comportamiento hacia las mujeres j�venes.

San Pablo comienza con el tratamiento de los hombres mayores y vuelve a este punto m�s adelante. Entre estos dos pasajes sobre los hombres, da instrucciones para la gu�a de Timoteo con respecto a las mujeres de su reba�o, y especialmente con respecto a las viudas. El tema ocupa m�s de la mitad del cap�tulo y es de gran inter�s, ya que es nuestra principal fuente de informaci�n con respecto al tratamiento de las viudas en la Iglesia primitiva.

Los comentaristas no son de ninguna manera un�nimes en su interpretaci�n de los detalles del pasaje, pero se cree que la explicaci�n que se ofrece ahora est� en armon�a con el griego original, es consistente consigo mismo y no contradice nada que se conozca de otras fuentes. .

Es bastante evidente que se habla de m�s de una clase de viudas: y una de las preguntas que plantea el pasaje es: �Cu�ntas clases de viudas se indican? Podemos distinguir cuatro tipos; y parece probable que el Ap�stol quiera darnos cuatro tipos;

1. Existe "la viuda en verdad (? ????? ????)". Su caracter�stica es que est� "desolada", es decir, bastante sola en el mundo. No solo ha perdido a su marido, sino que no tiene hijos ni ning�n otro pariente cercano que le ayude a atender sus necesidades. Su esperanza est� puesta en Dios, a quien ascienden sus oraciones d�a y noche. Se la contrasta con otras dos clases de viudas, las cuales est�n en una posici�n mundana mejor que ella, porque no est�n desoladas ni desamparadas; sin embargo, uno de ellos es mucho m�s miserable que la viuda, porque la forma de vida que adopta es tan indigna de ella.

2. Est� la viuda que "tiene hijos o nietos". El afecto natural har� que estos se encarguen de que su padre viudo no llegue a querer. Si no es as�, entonces deben aprender que "mostrar piedad hacia su propia familia y recompensar a sus padres" es un deber primordial, y que la congregaci�n no debe cargar con el sustento de su madre hasta que no hayan hecho primero todo lo necesario. puede para ella.

Ignorar este simple deber es negar los primeros principios del cristianismo, que es el evangelio del amor y el deber, y caer por debajo del nivel de los incr�dulos, la mayor�a de los cuales reconoci� el deber de mantener a los padres indefensos. Nada se dice del car�cter de la viuda que tiene hijos o nietos que la mantienen; pero, al igual que la viuda, se la contrasta con la tercera clase de viudas y, por lo tanto, inferimos que su car�cter est� libre de reproches.

3. Est� la viuda que "se entrega al placer". En lugar de continuar con oraciones y s�plicas d�a y noche, contin�a en la frivolidad y el lujo, o algo peor. De ella, como de la Iglesia de Sardis, se puede decir: "Tienes nombre de que vives y est�s muerto". Apocalipsis 3:1

4. Est� la viuda "inscrita"; es decir, uno cuyo nombre ha sido inscrito en las listas de la Iglesia como tal. Ella es una "viuda de verdad" y algo m�s. No solo es una persona que necesita y merece el apoyo de la congregaci�n, sino que tiene derechos y deberes especiales. Ocupa un cargo y tiene una funci�n que cumplir. Es viuda, no solo por haber perdido a su esposo, sino por haber sido admitida en la compa��a de aquellas mujeres en duelo a quienes la Iglesia ha confiado una parte definida de la obra de la Iglesia.

Siendo esto as�, hay que buscar algo m�s que el mero hecho de estar sola en el mundo. Debe tener sesenta a�os, haber tenido un solo marido, haber tenido experiencia en la crianza de hijos y ser bien conocida como devota de las buenas obras. Si tiene estas calificaciones, puede inscribirse como viuda de la Iglesia; pero de ello no se sigue que, porque los tiene, ser� nombrada.

El trabajo al que debieron dedicarse estas ancianas fue doble:

(1) Oraci�n, especialmente intercesi�n por los que est�n en problemas;

(2) Obras de misericordia, especialmente ministrar a los enfermos, guiar a las j�venes cristianas en una vida de santidad y ganar a las mujeres paganas para la fe.

Estos hechos los aprendemos de las frecuentes regulaciones sobre las viudas durante los siglos segundo, tercero y cuarto. Al parecer, fue durante el siglo II cuando m�s floreci� el orden de las viudas.

Este orden primitivo de viudas de la Iglesia debe distinguirse del orden igualmente primitivo de diaconisas, y de un orden posterior de viudas, que creci� al lado del orden anterior, y continu� mucho despu�s de que el orden anterior hab�a dejado de existir. Pero ser�a contrario a toda probabilidad, y a todo lo que sabemos sobre los oficios de la Iglesia en la era apost�lica y subapost�lica, suponer que las distinciones entre los diferentes �rdenes de mujeres fueron tan marcadas en los primeros per�odos como lo fueron despu�s, o que eran precisamente los mismos en todas las ramas de la Iglesia.

A veces se ha sostenido que la viuda de la Iglesia de la que hablamos en el pasaje que tenemos ante nosotros es id�ntica a la diaconisa. La evidencia de que los dos �rdenes eran distintos es tan fuerte que casi equivale a una demostraci�n.

1. Es muy posible que esta misma Ep�stola proporcione suficiente evidencia para hacer la identificaci�n muy improbable. Si las "mujeres" mencionadas en la secci�n sobre di�conos 1 Timoteo 3:11 son diaconisas, entonces las calificaciones para este oficio son bastante diferentes de las calificaciones para el de una viuda, y se tratan en secciones bastante diferentes de la carta.

2. Pero incluso si las diaconisas no son tratadas en absoluto en ese pasaje, el l�mite de edad parece bastante fuera de lugar, si son id�nticas a las viudas. En el caso de las viudas, era importante inscribir a nadie que quisiera volver a casarse en esta obra especial de la Iglesia. Y como sus deberes consist�an en gran medida en la oraci�n, la edad avanzada no era impedimento, sino todo lo contrario. Pero el trabajo de la diaconisa era en su mayor parte un trabajo activo, y no ser�a razonable admitir a nadie en la oficina hasta que la mejor parte de su vida laboral hubiera terminado.

La diferencia en el trabajo que se les asigna apunta en la misma direcci�n. Como ya se dijo, el trabajo especial de la viuda era la oraci�n de intercesi�n y el ministerio a los enfermos. El trabajo especial de la diaconisa era vigilar la puerta de las mujeres en las iglesias, sentar a las mujeres en la congregaci�n y asistir a las mujeres en los bautismos. El bautismo se administraba generalmente por inmersi�n y el bautismo de adultos era muy frecuente, por lo que hab�a mucha necesidad de asistentes femeninas.

1. En su cita, la diaconisa recibi� la imposici�n de manos, la viuda no. La forma de oraci�n para la ordenaci�n de una diaconisa se da en las Constituciones Apost�licas (8:19, 20) y es digna de citarse. "Con respecto a una diaconisa, yo Bartolom� hago esta constituci�n: Oh Obispo, pondr�s tus manos sobre ella en presencia del presbiterio y de los di�conos y diaconisas, y dir�s: Oh Dios eterno, Padre de nuestro Se�or Jesucristo, el Creador del hombre y de la mujer; Quien llen� del Esp�ritu a Miriam, D�bora, Ana y Hulda; Quien no desde�� que Tu Hijo Unig�nito naciera de mujer; Quien tambi�n en el tabern�culo del testimonio y en el En el templo ordenaste a mujeres para que fuesen guardianas de tus santas puertas; mira ahora tambi�n a este tu siervo,

Conc�dele tu Santo Esp�ritu y l�mpiala de toda contaminaci�n de carne y esp�ritu, para que pueda desempe�ar dignamente la obra que le ha sido encomendada, para tu gloria y alabanza de tu Cristo; con quien sea la gloria y la adoraci�n a Ti y al Esp�ritu Santo por los siglos de los siglos. Am�n. �No se encuentra nada por el estilo para el nombramiento de una viuda de la Iglesia.

2. Est� muy en armon�a con el hecho de que las diaconisas fueron ordenadas, mientras que las viudas no lo fueron, que las viudas sean colocadas bajo las diaconisas. "Las viudas deben ser serias, obedientes a sus obispos, presb�teros y di�conos; y adem�s a las diaconisas, con piedad, reverencia y temor".

3. La diaconisa puede ser una mujer soltera o una viuda, y aparentemente se prefiere a la primera. "Que la diaconisa sea una virgen pura; o al menos una viuda que haya estado casada una sola vez". Pero, aunque ocurrieron tales cosas, Tertuliano protesta que es una monstruosa irregularidad admitir a una mujer soltera en la orden de las viudas. Ahora bien, si las viudas y las diaconisas fueran id�nticas, las "viudas" solteras habr�an sido bastante comunes, ya que las diaconisas solteras eran bastante comunes.

Sin embargo, habla del caso de una "viuda virgen" que hab�a llegado a su conocimiento como una maravilla, una monstruosidad y una contradicci�n de t�rminos. Es cierto que Ignacio en su carta a la Iglesia de Esmirna utiliza un lenguaje que se ha pensado para apoyar la identificaci�n: "Saludo a las casas de mis hermanos con sus esposas e hijos, ya las v�rgenes que se llaman viudas". Pero es incre�ble que en Esmirna todas las viudas de la Iglesia no estuvieran casadas; y es igualmente improbable que Ignacio env�e un saludo a las "viudas" solteras (si las hubiera) e ignore el resto.

Sin embargo, su lenguaje puede explicarse con bastante facilidad sin una hip�tesis tan extra�a. Puede querer decir: "Saludo a las llamadas viudas, pero a las que en realidad se podr�a considerar v�rgenes". Y en apoyo de esta interpretaci�n, el obispo Lightfoot cita a Clemente de Alejandr�a, quien dice que el hombre continente, como la viuda del continente, vuelve a ser virgen; y Tertuliano, que habla de las viudas continentales como doncellas (Deo) a los ojos de Dios como v�rgenes por segunda vez.

Pero, sea lo que sea lo que Ignacio haya querido decir con "las v�rgenes que se llaman viudas", podemos concluir con seguridad que ni en su tiempo, como en el de San Pablo, las viudas eran id�nticas a las diaconisas.

El �ltimo orden de viudas que creci� al lado del orden apost�lico, y al final suplant�, o en todo caso sobrevivi�, el orden m�s antiguo, naci� alrededor del siglo III. Consist�a en personas que hab�an perdido a sus maridos y hab�an hecho el voto de no volver a casarse nunca m�s. A partir de mediados del siglo II o un poco m�s tarde nos encontramos con un fuerte sentimiento contra el surgimiento de segundas nupcias, y este sentimiento se intensific� muy posiblemente cuando el Evangelio entr� en contacto con las tribus alemanas, entre las cuales el sentimiento ya exist�a independientemente del cristianismo.

En este nuevo orden de viudas que hab�an hecho voto de continencia no hab�a restricci�n de edad, ni era necesario que fueran personas necesitadas de la limosna de la congregaci�n. En el orden apost�lico, la idea fundamental parece haber sido que los indigentes: las viudas deb�an ser sostenidas por la Iglesia, y que a cambio de esto, las que estaban calificadas deb�an hacer alg�n trabajo eclesial especial. En el orden posterior, la idea fundamental era que era bueno que una viuda permaneciera soltera y que el voto de hacerlo la ayudar�a a perseverar.

Al ordenar a Timoteo que "honre a las viudas que son viudas", el Ap�stol enuncia un principio que ha tenido una influencia amplia y permanente, no s�lo en la disciplina eclesi�stica sino en la legislaci�n europea. Hablando del crecimiento de la idea moderna de un testamento, mediante el cual un hombre puede regular el descenso de su propiedad dentro y fuera de su familia, Sir Henry Maine comenta que "rara vez se permiti� que el ejercicio del poder testamentario interfiriera con el derecho de la viuda a una parte determinada, y de los hijos a determinadas proporciones fijas de la herencia transferida.

Las acciones de los hijos, como muestra su cantidad, fueron determinadas por la autoridad de la ley romana. La provisi�n para la viuda fue imputable a los esfuerzos de la Iglesia, que nunca relaj� su solicitud por el inter�s de las esposas que sobrevivieran a sus maridos, conquistando, quiz�s, uno de los m�s arduos de sus triunfos cuando, despu�s de exigir durante dos o tres siglos un Con la promesa expresa del marido en el matrimonio de dotar a su esposa, finalmente logr� implantar el principio de la dote en el derecho consuetudinario de toda Europa occidental.

"Este es uno de los numerosos casos en los que el Evangelio, al insistir en la importancia de alg�n principio humano, ha contribuido al progreso y la seguridad de los mejores elementos de la civilizaci�n.

No solo la humanidad, sino tambi�n el tacto y el sentido com�n del Ap�stol son conspicuos a lo largo de todo el pasaje, ya sea que consideremos las direcciones generales con respecto al comportamiento del joven pastor hacia los diferentes sectores de su reba�o, viejos y j�venes, hombres y mujeres, o las reglas especiales relativas a las viudas. El resumen y la sustancia parece ser que el pastor debe tener mucho celo y alentarlo en los dem�s, pero debe tener mucho cuidado de que, ni en s� mismo ni en aquellos a quienes tiene que guiar, el celo supere la discreci�n.

Las reprimendas bien merecidas pueden hacer mucho m�s da�o que bien, si se administran sin respetar la posici�n de quienes las necesitan. Y en todos sus ministerios, el superintendente espiritual debe tener cuidado de no ceder a las cr�ticas da�inas. No debe permitir que se hable mal de su bien. Lo mismo ocurre con las viudas. No se puede establecer con seguridad ninguna regla estricta. Casi todo depende de las circunstancias.

En general, el caso de las viudas es an�logo al de las mujeres solteras. Para quien tiene fuerza para renunciar al estado matrimonial, para dedicar m�s tiempo y energ�a al servicio directo de Dios, es mejor permanecer soltero, si es soltero, y si es viudo, no volver a casarse. Pero no hay una bendici�n peculiar en el estado de soltero, si el motivo para evitar el matrimonio es ego�sta, e.

g., para evitar las preocupaciones y los deberes dom�sticos y disponer de tiempo libre para el disfrute personal. Entre las mujeres m�s j�venes, es menos probable que el motivo superior est� presente o, en todo caso, que sea permanente. Es tan probable que tarde o temprano deseen casarse, que ser� m�s prudente no desanimarlos a hacerlo. Por el contrario, que se considere normal que una joven se case y que una joven viuda se vuelva a casar.

No es lo mejor para ellos, pero es lo m�s seguro. Aunque la obra m�s elevada para Cristo la pueden realizar mejor quienes, permaneciendo solteros, han mantenido al m�nimo sus lazos dom�sticos, es m�s probable que las mujeres j�venes realicen un trabajo �til en la sociedad y es menos probable que sufran da�os si se casan. y tener hijos. En el caso de las mujeres mayores, esto no es cierto. La edad en s� misma es una garant�a considerable: y una mujer de sesenta a�os, que est� dispuesta a dar tal prenda, puede ser alentada a entrar en una vida de viudez perpetua.

Pero tambi�n debe haber otras calificaciones, si desea inscribirse entre aquellos que no solo tienen derecho por su condici�n de indigencia a recibir manutenci�n de la Iglesia, sino que por raz�n de su aptitud son comisionados para emprender la obra de la Iglesia. Y estas calificaciones deben investigarse cuidadosamente. Ser�a mucho mejor rechazar a algunos que, despu�s de todo, podr�an haber sido �tiles, que correr el riesgo de admitir a cualquiera que exhibiera el esc�ndalo de haber sido apoyado por la Iglesia y especialmente dedicado a las obras cristianas de misericordia, y de tener despu�s de todo. todos regresaron a la sociedad como mujeres casadas con placeres y cuidados ordinarios.

Un objeto a lo largo de estas direcciones es la econom�a de los recursos cristianos. La Iglesia acepta el deber que le inculca de "atender a los suyos". Pero no debe cargarse con el apoyo de nadie m�s que de los que realmente est�n en la miseria. A los parientes cercanos de las personas necesitadas se les debe ense�ar a dejar libre a la Iglesia para aliviar a aquellos que no tienen parientes cercanos que los mantengan. En segundo lugar, en la medida de lo posible, se debe alentar a los que se sienten aliviados por las limosnas de la congregaci�n a que hagan algo al emprender la obra de la Iglesia que les conviene.

San Pablo no tiene idea de empobrecer a la gente. Mientras puedan, deben mantenerse a s� mismos. Cuando hayan dejado de poder hacer esto, deben ser mantenidos por sus hijos o nietos. Si no tienen a nadie que los ayude, la Iglesia debe asumir su apoyo; pero tanto por su bien como por los intereses de la comunidad, debe, si es posible, hacer que el apoyo otorgado sea una retribuci�n por el trabajo realizado y no una mera limosna.

La viudez no debe ser una excusa para ser mantenida en una ociosidad da�ina. Pero el punto en el que el Ap�stol insiste m�s enf�ticamente, expres�ndolo de diferentes maneras no menos de tres veces en esta peque�a secci�n ( 1 Timoteo 5:4 ; 1 Timoteo 5:8 ; 1 Timoteo 5:16 ) es este, - que las viudas por regla general, deben ser apoyados por sus propias relaciones; s�lo en casos excepcionales, donde no hay parientes que puedan ayudar, la Iglesia debe asumir este deber.

Tenemos aqu� una advertencia contra el error que se comete tan a menudo en la actualidad de liberar a las personas de sus responsabilidades asumiendo para ellas con una caridad equivocada los deberes que deben cumplir y son capaces de cumplir por s� mismos.

Por lo tanto, podemos resumir los principios establecidos as�:

Se necesita discreci�n y tacto al tratar con los diferentes sectores de la congregaci�n, y especialmente al relevar a las viudas. Se debe tener cuidado de no fomentar un rigor que probablemente no se mantendr� o oportunidades de ocio que seguramente conducir�n a da�os. Se debe brindar ayuda generosamente a los indigentes; pero los recursos de la Iglesia deben guardarse celosamente. No deben desperdiciarse en los indignos o en aquellos que tienen otros medios de ayuda. Y, en la medida de lo posible, la independencia de los relevados debe protegerse emple�ndolos al servicio de la Iglesia.

En conclusi�n, vale la pena se�alar que esta menci�n de una orden de viudas no es un argumento en contra de la autor�a paulina de estas ep�stolas, como si tal cosa no existiera en su tiempo. En Hechos 6:1 las viudas aparecen como un cuerpo distinto en la Iglesia de Jerusal�n. En Hechos 9:39 ; Hechos 9:41 , aparecen casi como una orden en la Iglesia de Jope.

Ellos "muestran los abrigos y vestidos que hizo Dorcas" de una manera que parece implicar que era su negocio distribuir tales cosas entre los necesitados. Incluso si eso no significa m�s que que Dorcas las hizo para el alivio de las viudas mismas, todav�a el paso de un cuerpo de viudas apartado para la recepci�n de limosnas a una orden de viudas apartadas para el deber de oraci�n de intercesi�n y ministrar a la enfermedad no es larga, y es posible que se haya hecho f�cilmente en vida de San Pablo.

Versículos 22-25

Cap�tulo 15

LAS RESPONSABILIDADES DEL PASTOR AL ORDENAR Y JUZGAR A LOS PRESBITEROS, LAS OBRAS QUE ANTES Y LAS QUE NOS SIGUEN. - 1 Timoteo 5:22

LA secci�n de la cual estos vers�culos forman la conclusi�n, como la secci�n anterior sobre el comportamiento hacia las diferentes clases de personas en la congregaci�n, nos proporciona evidencia de que estamos tratando con una carta real, escrita para dar el consejo necesario a una persona real, y no un tratado teol�gico o controvertido, disfrazado en forma de carta para obtener la autoridad del nombre de San Pablo por su contenido.

Aqu�, como antes, los pensamientos se suceden en un orden que es bastante natural, pero que tiene poco plan o disposici�n. Un amigo sincero y cari�oso, con ciertos puntos en su mente sobre los cuales estaba ansioso por decir algo, f�cilmente podr�a tratarlos de esta manera informal tal como se le ocurrieron, una cosa sugiriera otra. Pero un falsificador, empe�ado en hacer que sus propios puntos de vista se representen en el documento, no los unir�a de esta manera vagamente conectada: revelar�a m�s arreglos de los que podemos encontrar aqu�.

�Qu� falsificador, de nuevo, pensar�a en insertar ese consejo de dejar de ser un bebedor de agua en una acusaci�n muy solemne respecto a la elecci�n y ordenaci�n de presb�teros? Y, sin embargo, cu�n completamente natural se encuentra en este mismo contexto cuando se considera que viene de San Pablo a Timoteo.

Nos equivocaremos seriamente si partimos de la convicci�n de que la palabra "anciano" tiene el mismo significado a lo largo de este cap�tulo. Cuando en la primera parte San Pablo dice: "No reprendas a un anciano, sino exhortalo como a un padre", es bastante claro que se refiere simplemente a los ancianos, y no a las personas que ocupan el cargo de anciano: porque prosigue inmediatamente hablando del trato a los hombres m�s j�venes, y tambi�n a las mujeres mayores y m�s j�venes.

Pero cuando en la segunda mitad del cap�tulo dice: "Sean contados los ancianos que gobiernan bien como dignos de doble honor", y "No recibas acusaci�n contra un anciano, sino por boca de dos o tres testigos", es igualmente claro que se refiere a personas oficiales, y no meramente a personas de avanzada edad. La forma en que los pensamientos se sugirieron entre s� a lo largo de esta parte de la carta no es dif�cil de rastrear.

"Nadie desprecie tu juventud" sugiri� un consejo sobre c�mo deb�a comportarse el joven superintendente con los j�venes y los ancianos de ambos sexos. Esto llev� al tratamiento de las viudas, y esto nuevamente a la manera de nombrar a las viudas oficiales. Las mujeres que ocupan un puesto oficial sugiere el tema de los hombres que ocupan un puesto oficial en la Iglesia. Si el tratamiento de una clase requiere sabidur�a y circunspecci�n, no menos el tratamiento de la otra.

Y, por tanto, con m�s solemnidad que en el apartado anterior sobre las viudas, el Ap�stol da tambi�n sus indicaciones sobre este importante tema. "Te mando delante de Dios, y de Cristo Jes�s, y de los �ngeles elegidos, que guardes estas cosas sin prejuicios, sin hacer nada por parcialidad". Y luego pasa a las palabras que forman nuestro texto.

Se ha dudado seriamente de que las palabras "No impongas las manos a nadie apresuradamente" se refieren a la ordenaci�n de los presb�teros o ancianos oficiales. Se insta a que la advertencia anterior sobre el tratamiento de las acusaciones formuladas contra los presb�teros y las personas que son culpables de un pecado habitual, se�ale funciones disciplinarias de alg�n tipo en lugar de la ordenaci�n. En consecuencia, algunos comentaristas de los tiempos modernos han tratado el pasaje como si se refiriera a la imposici�n de manos en la readmisi�n de los penitentes a la comuni�n.

Pero de tal costumbre en la �poca apost�lica no hay rastro. No hay nada improbable en la hip�tesis, siendo la imposici�n de manos un acto simb�lico com�n. Pero es una mera hip�tesis que no est� respaldada por pruebas. Eusebio, al hablar de la controversia entre Esteban de Roma y Cipriano de Cartago sobre el rebautismo de herejes, nos dice que la admisi�n de herejes a la Iglesia por imposici�n de manos con oraci�n, pero sin segundo bautismo, era la "vieja costumbre .

"Pero la admisi�n de herejes no es exactamente lo mismo que la readmisi�n de penitentes: y una costumbre podr�a ser" vieja "(??????? ????) en la �poca de Eusebio, o incluso de Cipriano, sin ser apost�lica o coet�nea de los Ap�stoles. esta declaraci�n de Eusebio da poco apoyo a la interpretaci�n propuesta del pasaje, y podemos preferir confiadamente la explicaci�n que ha prevalecido en todo caso desde la �poca de Cris�stomo, que se refiere a la ordenaci�n.

De la imposici�n de manos en el nombramiento de ministros tenemos suficiente evidencia en el Nuevo Testamento, no solo en estas Ep�stolas, 1 Timoteo 4:14 ; 2 Timoteo 1:6 pero en los Hechos. Hechos 13:3 Adem�s, esta explicaci�n se ajusta al contexto al menos tan bien como la supuesta mejora.

1. El Ap�stol est� hablando del tratamiento de los presb�teros, no de toda la congregaci�n. La imposici�n de manos a la admisi�n de un hereje o la readmisi�n de un penitente se aplicar�a a cualquier persona y no a los presb�teros.

2. en particular. Por lo tanto, es m�s razonable suponer que se refiere a la imposici�n de manos que acompa�� a la ordenaci�n.

3. Acaba de advertir a Timoteo contra el prejuicio o la parcialidad al tratar con los ancianos. Si bien el prejuicio puede llevarlo a apresurarse a condenar a un presb�tero acusado, antes de que se haya convencido de que las pruebas eran adecuadas, la parcialidad podr�a llevarlo a apresurarse a absolverlo. Pero hay una parcialidad m�s grave que esta, y es una de las principales causas de tales esc�ndalos como presb�teros indignos.

Existe la parcialidad que conduce a una ordenaci�n apresurada, antes de que se haya tenido el cuidado suficiente para asegurar que las calificaciones tan cuidadosamente establecidas en el cap�tulo 3 est�n presentes en la persona seleccionada. Es mejor prevenir que curar. Las precauciones adecuadas tomadas de antemano reducir�n al m�nimo el riesgo de cargos reales contra un anciano. Aqu� nuevamente la explicaci�n tradicional encaja admirablemente en el contexto.

"No participes de los pecados ajenos". Es habitual entender esta advertencia como referida a la responsabilidad de quienes ordenan. Si por prisa o descuido ordena a una persona no apta, debe compartir la culpa de los pecados que luego comete como anciano. El principio es justo, pero se puede dudar de que este sea el significado de San Pablo. La forma particular de negativo utilizado parece estar en contra.

�l dice "Ni todav�a (????) ser part�cipe de los pecados de otros hombres", lo que implica que esto es algo diferente a la prisa en la ordenaci�n. Parece estar volviendo a las advertencias sobre la parcialidad hacia los ancianos que viven en pecado. El significado, por lo tanto, es: "Cuidado con la prisa en la ordenaci�n que puede llevar a la admisi�n de hombres indignos al ministerio. Y si, a pesar de todo su cuidado, los ministros indignos llegan a su conocimiento, tenga cuidado con la indiferencia o parcialidad". hacia ellos, lo que te har� part�cipe de sus pecados.

"Esta interpretaci�n encaja bien con lo que sigue." Mant�ngase puro "-con un fuerte �nfasis en el pronombre." La rigurosidad en investigar los antecedentes de los candidatos a la ordenaci�n y en el tratamiento de la depravaci�n ministerial tendr� un efecto muy pobre, a menos que su propia vida est� libre de reproches ". Y, si omitimos el consejo entre par�ntesis acerca de tomar vino, el pensamiento contin�a as�:" Por regla general, no es dif�cil llegar a una decisi�n sabia con respecto a la idoneidad de los candidatos, o la culpabilidad de presb�teros acusados.

Los personajes de los hombres, tanto para el bien como para el mal, son com�nmente notorios. Los vicios de los malvados y las virtudes de los buenos sobrepasan cualquier juicio formal sobre ellos, y son bastante manifiestos antes de que se lleve a cabo una investigaci�n. Sin duda, hay excepciones, y luego se deben considerar las consecuencias de la vida de los hombres antes de que pueda formarse una opini�n justa. Pero, tarde o temprano (y generalmente m�s temprano que tarde) los hombres, y especialmente los ministros, ser�n conocidos por lo que son ".

Queda por averiguar el significado del curioso par�ntesis "No seas m�s bebedor de agua" y su conexi�n con el resto del pasaje.

Probablemente se le sugiri� a San Pablo las palabras anteriores: "Cu�date de hacerte responsable de los pecados de los dem�s. Mant�n tu propia vida por encima de toda sospecha". Este cargo le recuerda al Ap�stol que su amado disc�pulo ha estado usando medios desacertados para hacer esto mismo. Ya sea para se�alar su aborrecimiento por la borrachera, que era uno de los vicios m�s notorios de la �poca, o para someter su propio cuerpo m�s f�cilmente, Timoteo hab�a abandonado por completo el uso del vino, a pesar de su d�bil salud. .

San Pablo, por tanto, con caracter�stico afecto, se cuida de que no se malinterprete su cargo. Al instar a su representante a ser estrictamente cuidadoso con su propia conducta, no desea que se le entienda que lo alienta a renunciar a todo lo que pueda ser abusado o que pueda ser la base de una calumnia, ni tampoco que aprueba su rigor al renunciar al uso de vino. Al contrario, cree que es un error; y aprovecha esta oportunidad para dec�rselo, mientras est� en su mente.

Los ministros de Cristo tienen deberes importantes que realizar y no tienen derecho a enga�ar a su salud. Podemos repetir aqu�, con renovada confianza, que un toque de este tipo nunca se le habr�a ocurrido a un falsificador. Por lo tanto, para dar cuenta de toques tan naturales como estos, aquellos que sostienen que estas ep�stolas son una fabricaci�n ahora recurren a la hip�tesis de que el falsificador ten�a algunas cartas genuinas de San Pablo y trabaj� partes de ellas en sus propias producciones. Parece mucho m�s razonable creer que San Pablo los escribi� todos.

Volvamos a la afirmaci�n con la que el Ap�stol cierra este apartado de su carta. "Los pecados de algunos son evidentes, yendo antes al juicio; y algunos tambi�n los siguen despu�s. De la misma manera tambi�n hay buenas obras que son evidentes; y las que de otra manera no pueden ocultarse".

Ya hemos visto qu� relaci�n tienen estas palabras con el contexto. Se refieren al discernimiento entre buenos y malos candidatos al ministerio, y entre buenos y malos ministros, se�alando que en la mayor�a de los casos tal discernimiento no es dif�cil, porque la propia conducta de los hombres act�a como heraldo de su car�cter, proclam�ndolo a todos. el mundo. La declaraci�n, aunque hecha con especial referencia a las responsabilidades de Timoteo hacia los ancianos y aquellos que desean llegar a serlo, es de car�cter general y es igualmente cierta para toda la humanidad.

En la mayor�a de los casos, la conducta es un �ndice de car�cter bastante claro, y no es necesario realizar una investigaci�n formal para determinar si un hombre lleva una vida perversa o no. Pero las palabras tienen un significado a�n m�s profundo, uno que es bastante extra�o al contexto y, por lo tanto, dif�cilmente puede haber estado en la mente de San Pablo cuando las escribi�, pero que por ser cierto e importante, no debe pasarse por alto.

Para una investigaci�n formal sobre la conducta de los hombres. ante un funcionario eclesi�stico o de otro tipo, sustituyamos el tribunal de Cristo. Que la cuesti�n no sea el m�rito de ciertas personas para ser admitidas en alg�n cargo, sino su m�rito para ser admitidos a la vida eterna. La declaraci�n general hecha por el Ap�stol sigue siendo tan cierta como siempre. Hay algunos hombres que est�n, como ante Dios, as� tambi�n ante el mundo, como pecadores abiertos y autoproclamados.

Dondequiera que vayan, sus pecados van delante de ellos, flagrantes, llorando, notorios. Y cuando son convocados de aqu�, sus pecados los preceden nuevamente, esper�ndolos como acusadores y testigos ante el Juez. Toda la carrera de un pecador abierto y deliberado es la procesi�n de un criminal hacia su perdici�n. Sus pecados van antes, y sus consecuencias siguen despu�s, y �l avanza en medio, descuidado el uno e ignorante del otro.

Se ha re�do de sus pecados y ha ahuyentado el remordimiento por ellos. �l, por turnos, ha acariciado y expulsado el recuerdo de ellos; meditaba en ellos, cuando pensar en ellos era una agradable repetici�n de ellos; reprimi� el pensamiento de ellos, cuando pensar en ellos podr�a haber tra�do pensamientos de penitencia; y se ha comportado con ellos como si no s�lo pudiera hacerlos existir sin culpa, sino tambi�n controlarlos o aniquilarlos sin dificultad.

No ha controlado, no ha destruido, ni siquiera ha evadido a uno de ellos. Cada uno de ellos, cuando naci�, se convirti� en su maestro, avanzando ante �l para anunciar su culpabilidad y carg�ndolo con consecuencias de las que no pod�a escapar. Y cuando fue a su propio lugar, fueron sus pecados los que le hab�an precedido y le prepararon el lugar.

"Y algunos hombres tambi�n los siguen". Hay casos en los que los pecados de los hombres, aunque por supuesto no menos manifiestos para el Todopoderoso, son mucho menos manifiestos para el mundo, e incluso para ellos mismos, que en el caso de los pecadores flagrantes y abiertos. Las consecuencias de sus pecados son menos notorias, menos f�ciles de desenredar de la masa de inexplicable miseria de la que el mundo est� tan lleno. La causa y el efecto no se pueden unir con precisi�n; porque a veces uno, a veces el otro, a veces incluso ambos, se pierden de vista.

No hay anticipaci�n del premio final que se entregar� en el tribunal de Cristo. Hasta que no se coloca al culpable ante el trono para ser juzgado, no se sabe si la sentencia ser� desfavorable o no.

Incluso el hombre mismo ha vivido y muerto sin ser del todo consciente de cu�l es el estado del caso. No se ha examinado habitualmente a s� mismo para ver si ha estado viviendo en pecado o no. No se ha preocupado por recordar, arrepentirse y vencer esos pecados de los que ha sido consciente. Las consecuencias de sus pecados rara vez han llegado tan r�pidamente como para asustarlo y convencerlo de su enormidad.

Cuando por fin lo han alcanzado, ha sido posible dudar u olvidar que fueron sus pecados los que los causaron. Y, en consecuencia, ha dudado y se ha olvidado. Pero a pesar de todo eso, "siguen despu�s". Nunca se los elude, nunca se les quita la ropa. Una causa debe tener su efecto; y un pecado debe tener su castigo, si no en este mundo, ciertamente en el pr�ximo. "Aseg�rate de que tu pecado te descubrir�", probablemente en esta vida, pero al menos en el d�a del juicio. Tan ciertamente como la muerte sigue a un coraz�n traspasado o al cuello cortado, as� tambi�n el castigo sigue al pecado.

�C�mo es que en el mundo material nunca so�amos que la causa y el efecto pueden separarse y, sin embargo, creemos f�cilmente que en el mundo moral el pecado puede quedar impune para siempre? Nuestra relaci�n con el universo material se ha comparado con una partida de ajedrez. "El tablero de ajedrez es el mundo, las piezas son los fen�menos del universo, las reglas del juego son lo que llamamos las leyes de la naturaleza. El jugador del otro lado est� oculto para nosotros.

Sabemos que su juego es siempre limpio, justo y paciente. Pero tambi�n sabemos, a costa nuestra, que �l nunca pasa por alto un error, ni hace la m�s m�nima concesi�n por ignorancia. Al hombre que juega bien, se le paga lo m�s alto, con una especie de generosidad desbordante con la que el fuerte muestra deleite en la fuerza. Y quien juega mal tiene jaque mate, sin prisa, pero sin remordimiento. "Creemos esto impl�citamente en las leyes materiales del universo; que no pueden ser evadidas, no pueden ser transgredidas impunemente, no pueden ser obedecidas sin provecho.

Las leyes morales no son menos seguras. Ya sea que lo creamos o no (y ser� peor para nosotros si nos negamos a creerlo), el pecado, tanto arrepentido como no arrepentido, debe tener su castigo. Tambi�n podr�amos arrojar una piedra, o disparar una bala de ca��n, o lanzar un globo al aire y decir, "No volver�s a bajar", como pecado, y decir "No sufrir� nunca por ello". El arrepentimiento no priva al pecado de su efecto natural.

Nos equivocamos mucho al suponer que, si nos arrepentimos a tiempo, escapamos del castigo. Negarse a arrepentirse es un segundo y peor pecado que, sumado al primer pecado, aumenta la pena incalculablemente. Arrepentirse es escapar de este terrible aumento del castigo original; pero no es una forma de escapar del castigo mismo.

Pero hay un lado positivo en esta ley inexorable. Si el pecado debe tener su propio castigo, la virtud debe tener su propia recompensa. El uno es tan seguro como el otro; ya la larga, el hecho de la virtud y la recompensa de la virtud se aclarar�n a todo el mundo, y especialmente al hombre virtuoso mismo. "Las obras que son buenas son evidentes; y las que no son evidentes, no se pueden esconder". Ning�n santo conoce su propia santidad; y muchos humildes que buscan la santidad hacen buenas obras sin saber cu�n buenas son.

Menos a�n son todos los santos conocidos como tales en el mundo, o todas las buenas obras son reconocidas como buenas por quienes las presencian. Pero, sin embargo, las buenas obras por regla general son evidentes, y si no lo son, lo ser�n en el futuro. Si no en este mundo, al menos ante el tribunal de Cristo, ser�n valorados por su verdadero valor. Es tan cierto de los justos como de los malvados, que "sus obras los siguen.

"Y, si no hay destino m�s terrible que el de enfrentarse en el �ltimo d�a a una multitud de pecados desconocidos y olvidados, entonces dif�cilmente puede haber algo m�s bendecido que ser recibido por una multitud de hechos desconocidos y olvidados de amor y piedad. "En cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos, a estos m�s peque�os, a m� me lo hicisteis." "Venid, benditos de Mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundaci�n del mundo. . "

Información bibliográfica
Nicoll, William R. "Comentario sobre 1 Timothy 5". "El Comentario Bíblico del Expositor". https://beta.studylight.org/commentaries/spa/teb/1-timothy-5.html.
 
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