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Bible Commentaries
2 Crónicas 10

El Comentario Bíblico del ExpositorEl Comentario Bíblico del Expositor

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Versículos 1-19

REHOBOAM Y ABIJAH: LA IMPORTANCIA DEL RITUAL

2 Cr�nicas 10:1 ; 2 Cr�nicas 11:1 ; 2 Cr�nicas 12:1 ; 2 Cr�nicas 13:1

LA transici�n de Salom�n a Roboam saca a la luz un serio inconveniente del principio de selecci�n del cronista. En la historia de Salom�n no leemos m�s que riqueza, esplendor, dominio indiscutible y sabidur�a sobrehumana; y, sin embargo, apenas se le escapa el aliento del cuerpo del m�s grande y sabio rey de Israel antes de que su imperio caiga en pedazos. Se nos dice, como en el libro de los Reyes, que el pueblo se enfrent� a Roboam con una demanda de liberaci�n del "doloroso servicio de tu padre", y sin embargo, se nos dijo expresamente que s�lo dos cap�tulos antes "de los hijos de Israel lo hicieron". Salom�n no hizo siervos para su obra, sino que eran hombres de guerra, y jefes de sus capitanes, y jefes de sus carros y de su gente de a caballo.

"( 2 Cr�nicas 8:9 ) Al parecer, Roboam hab�a sido dejado por la sabidur�a de su padre a la compa��a de j�venes testarudos y tontos; sigui� sus consejos m�s que los de los canosos consejeros de Salom�n, con el resultado de que las diez tribus tuvieron �xito se rebelaron y eligieron a Jeroboam como rey. Roboam reuni� un ej�rcito para reconquistar su territorio perdido, pero Jehov�, a trav�s del profeta Sema�as, le prohibi� hacer la guerra contra Jeroboam.

El cronista aqu� y en otros lugares muestra su ansiedad por no dejar perplejas a las mentes simples con dificultades innecesarias. Podr�an sentirse acosados ??y perturbados por el descubrimiento de que el rey, que construy� el templo y estaba especialmente dotado de sabidur�a divina, hab�a ca�do en un pecado grave y hab�a recibido un castigo digno. En consecuencia, se omite todo lo que desacredita a Salom�n y menoscaba su gloria.

El principio general es s�lido; un maestro serio, consciente de sus responsabilidades, no impondr� injustificadamente dificultades a sus oyentes; cuando el silencio no implique deslealtad a la verdad, estar� dispuesto a que permanezcan en la ignorancia de algunos de los tratos m�s misteriosos de Dios en la naturaleza y la historia. Pero el silencio era m�s posible y menos peligroso en la �poca del cronista que en el siglo XIX.

Pod�a contar con un esp�ritu d�cil y sumiso en sus lectores; no preguntar�an m�s all� de lo que se les dec�a: no descubrir�an las dificultades por s� mismos. Los j�venes jud�os no estuvieron expuestos a los ataques de esc�pticos �vidos y militantes, que les impondr�an estas dificultades en forma exagerada, y de inmediato exigir�an que dejaran de creer en nada humano o divino.

Y, sin embargo, aunque el cronista ten�a grandes ventajas en este asunto, su propia narrativa ilustra los estrechos l�mites dentro de los cuales se puede aplicar con seguridad el principio de supresi�n de dificultades. Su silencio sobre los pecados y las desgracias de Salom�n hace que la revuelta de las diez tribus sea completamente inexplicable. Despu�s del relato de la perfecta sabidur�a, paz y prosperidad del reinado de Salom�n, la revuelta llega a un lector inteligente con un impacto de sorpresa y casi de incredulidad.

Si no pod�a probar la narrativa de las cr�nicas con la del libro de los Reyes y no era parte del prop�sito del cronista que su historia fuera probada as�, la transici�n violenta de la prosperidad ininterrumpida de Salom�n a la cat�strofe de la interrupci�n dejar�a al lector bastante incierto en cuanto a la credibilidad general de Cr�nicas. Al evitar a Escila, nuestro autor ha ca�do en Caribdis; ha suprimido una serie de dificultades s�lo para crear otras.

Si deseamos ayudar a los investigadores inteligentes y ayudarlos a formarse un juicio independiente, nuestro plan m�s seguro ser� a menudo decirles todo lo que sabemos y creer que las dificultades, que de ninguna manera han estropeado nuestra vida espiritual, no destruir�n su fe. .

En la siguiente secci�n, el cronista cuenta c�mo durante tres a�os Roboam administr� su reino disminuido con sabidur�a y �xito; �l y su pueblo caminaron en el camino de David y Salom�n, y su reino fue establecido y �l fue fuerte. Fortific� quince ciudades en Jud� y Benjam�n, y puso capitanes en ellas, y v�veres, aceite y vino, escudos y lanzas, y las hizo sumamente fuertes.

Roboam fue fortalecido a�n m�s por los desertores del Reino del Norte. Aunque el Pentateuco y el libro de Josu� asignaron a los sacerdotes y levitas ciudades en el territorio de Jeroboam, su asociaci�n �ntima con el Templo les impidi� seguir siendo ciudadanos de un estado hostil a Jerusal�n. El cronista en verdad nos dice que "Jeroboam y sus hijos los desecharon para que no desempe�aran el oficio de sacerdotes para Jehov�, y designaron a otros para que fueran sacerdotes para los lugares altos y los machos cabr�os y para los becerros que ten�a.

"Es dif�cil entender lo que el cronista quiere decir con esta declaraci�n. A primera vista, deber�amos suponer que Jeroboam se neg� a emplear la casa de Aar�n y la tribu de Lev� para la adoraci�n de sus machos cabr�os y becerros, pero el El cronista no pudo describir tal acci�n como "desecharlos para que no desempe�en el oficio de sacerdotes en Jehov�". Se ha explicado que el pasaje significa que Jeroboam trat� de impedirles ejercer sus funciones en el Templo impidi�ndoles visitar Jud�; pero confinar a los sacerdotes y levitas a su propio reino habr�a sido a.

extra�a forma de deshacerse de ellos. Sin embargo, ya fuera expulsados ??por Jeroboam o escapando de �l, llegaron a Jerusal�n y trajeron consigo de entre las diez tribus a otros israelitas piadosos, que estaban apegados al culto del templo. Jud� y Jerusal�n se convirtieron en el hogar de todos los verdaderos adoradores de Jehov�; y los que permanecieron en el Reino del Norte fueron entregados a la idolatr�a o al culto degenerado y corrupto de los lugares altos.

El cronista luego nos da un relato del har�n y los hijos de Roboam, y dice que actu� sabiamente y dispers� a sus veintiocho hijos "por todas las tierras de Jud� y Benjam�n, por todas las ciudades cercadas". Les dio los medios para mantener una mesa lujosa y les proporcion� numerosas esposas, y confi� en que, al estar tan felices en las circunstancias, carecer�an de tiempo libre, energ�a y ambici�n para imitar a Absal�n y Adon�as.

La prosperidad y la seguridad volvieron la cabeza de Roboam como hab�an hecho con la de David: "Abandon� la ley de Jehov�, ya todo Israel con �l". "Todo Israel" significa todos los s�bditos de Roboam; el cronista trata a las diez tribus como separadas de Israel. Los fieles adoradores de Jehov� en Jud� hab�an sido reforzados por los sacerdotes, los levitas y todos los dem�s israelitas piadosos del Reino del Norte; y sin embargo, en tres a�os abandonaron la causa por la que hab�an dejado su pa�s y la casa de su padre. El castigo no se demor� mucho, porque Sisac, rey de Egipto, invadi� Jud� con un ej�rcito inmenso y se llev� los tesoros de la casa de Jehov� y de la casa del rey.

El cronista explica por qu� Roboam no fue castigado con mayor severidad. Shishak apareci� ante Jerusal�n con su inmensa hueste: et�opes, lubim o libios y sukiim, un pueblo misterioso que solo se menciona aqu�. La LXX y la Vulgata traducen Sukiim como "trogloditas", aparentemente identific�ndolos con los habitantes de las cavernas en la costa occidental o et�ope del Mar Rojo. Para encontrar seguridad de estos enemigos extra�os y b�rbaros, Roboam y sus pr�ncipes se reunieron en Jerusal�n.

El profeta Sema�as apareci� ante ellos y declar� que la invasi�n era el castigo de Jehov� por su pecado, despu�s de lo cual se humillaron y Jehov� acept� su sumisi�n arrepentida. No destruir�a Jerusal�n, pero los jud�os deber�an servir a Sisac, "para que conozcan Mi servicio y el servicio de los reinos de los pa�ses". Cuando se deshicieron del yugo de Jehov�, se vendieron a una servidumbre peor.

No se puede ganar libertad repudiando las restricciones de la moral y la religi�n. Si no elegimos ser siervos de la obediencia para justicia, nuestra �nica alternativa es convertirnos en esclavos "del pecado hasta la muerte". El pecador arrepentido puede volver a su verdadera lealtad y, sin embargo, se le puede permitir probar algo de la amargura y la humillaci�n de la esclavitud del pecado. Su Shishak puede ser alg�n mal h�bito o propensi�n o propensi�n especial a la tentaci�n, que est� permitido para acosarlo sin destruir su vida espiritual. Con el tiempo, la disciplina del Se�or produce los frutos pac�ficos de la justicia, y el cristiano es destetado para siempre del servicio in�til del pecado.

Lamentablemente, el arrepentimiento inspirado por los problemas y la angustia no siempre es real y permanente. Muchos se humillar�n ante el Se�or para evitar una ruina inminente, y lo abandonar�n cuando el peligro haya pasado. Al parecer, Roboam pronto volvi� a caer en el pecado, porque el juicio final sobre �l es: "Hizo lo malo, porque no dispuso su coraz�n a buscar a Jehov�". David en su �ltima oraci�n hab�a pedido un "coraz�n perfecto" para Salom�n, pero no hab�a podido asegurar esta bendici�n para su nieto, y Roboam era "la insensatez del pueblo, uno que no ten�a entendimiento, que rechaz� la personas a trav�s de su consejo ". (Sir 47:23)

A Roboam le sucedi� su hijo Ab�as, de quien se nos dice en el libro de los Reyes que "anduvo en todos los pecados de su padre, que hab�a cometido antes de �l; y su coraz�n no era perfecto para con Jehov� su Dios, como el coraz�n de su padre David ". El cronista omite este veredicto desfavorable; ciertamente no clasifica a Ab�as entre los reyes buenos por la declaraci�n formal habitual de que "hizo lo bueno y recto a los ojos de Jehov�", pero Ab�as pronuncia un discurso exhortador y con la ayuda divina obtiene una gran victoria sobre Jeroboam.

No hay ninguna sugerencia de ninguna mala acci�n por parte de Ab�as; y, sin embargo, deducimos de la historia de Asa que en el reinado de Ab�as las ciudades de Jud� fueron entregadas a la idolatr�a, con toda su parafernalia de "altares extra�os, lugares altos, Aserim e im�genes solares". Como en el caso de Salom�n, aqu�, el cronista ha sacrificado incluso la consistencia de su propia narrativa a su cuidado por la reputaci�n de la casa de David.

No sabemos c�mo se hizo a un lado el veredicto de la historia antigua sobre Ab�as. La obra caritativa de blanquear a los malos personajes de la historia siempre ha tenido atractivo para los analistas emprendedores; y Ab�as era un tema m�s prometedor que Ner�n, Tiberio o Enrique VIII. El cronista se alegrar�a de descubrir otro buen rey de Jud�; pero, sin embargo, �por qu� deber�a ser borrado el registro de los pecados de Ab�as, mientras Ocoz�as y Am�n todav�a estaban sujetos a la execraci�n de la posteridad?

Probablemente el cronista estaba ansioso por que nada estropeara el efecto de su narraci�n de la victoria de Ab�as. Si sus fuentes posteriores hubieran registrado algo igualmente digno de cr�dito de Ocoz�as y Am�n, podr�a haber ignorado el juicio del libro de los Reyes tambi�n en su caso.

La secci�n a la que el cronista concede tanta importancia describe un episodio sorprendente en la guerra cr�nica entre Jud� e Israel. Aqu� Israel se usa, como en la historia anterior, para referirse al Reino del Norte, y no denota el Israel espiritual , es decir , Jud�, como en el cap�tulo anterior. Esta desconcertante variaci�n en el uso del t�rmino "Israel" muestra hasta qu� punto Cr�nicas se ha apartado de las ideas religiosas del libro de los Reyes, y nos recuerda que el cronista s�lo ha asimilado parcial e imperfectamente su material m�s antiguo.

Ab�as y Jeroboam hab�an reunido cada uno un ej�rcito inmenso, pero el ej�rcito de Israel era dos veces mayor que el de Jud�: Jeroboam ten�a ochocientos mil contra los cuatrocientos mil de Ab�as. Jeroboam avanz�, confiado en su abrumadora superioridad y feliz en la creencia de que la Providencia se pone del lado de los batallones m�s fuertes. Ab�as, sin embargo, no se sinti� consternado por las probabilidades en su contra; su confianza era m Jehov�.

Los dos ej�rcitos se encontraron en las cercan�as del monte Zemaraim, sobre el cual Ab�as fij� su campamento. El monte Zemaraim estaba en la regi�n monta�osa de Efra�n, pero su posici�n no se puede determinar con certeza; probablemente estaba cerca de la frontera de los dos reinos. Posiblemente fue el sitio de la ciudad benjamita del mismo nombre que se menciona en el libro de Josu� en estrecha relaci�n con Betel. Josu� 18:22 Si es as�, deber�amos buscarlo en las cercan�as de Betel, una posici�n que se adaptar�a a las pocas indicaciones de lugar dadas por la narraci�n.

Antes de la batalla, Ab�as hizo un esfuerzo por inducir a sus enemigos a partir en paz. Desde la posici�n ventajosa de su campamento en la monta�a, se dirigi� a Jeroboam y su ej�rcito como Jotam se hab�a dirigido a los hombres de Siquem desde el monte Gerizim. Jueces 9:8 Ab�as recordaron a los rebeldes, para, como tal, ellos-que consideraba Jehov�, el Dios de Israel, hab�a dado el reino a David sobre Israel para siempre, incluso a �l ya sus hijos, por un pacto de sal, por una carta tan solemne e inalterable como aquella por la cual se hab�an entregado las ofrendas a los hijos de Aar�n.

N�meros 18:19 La obligaci�n de un anfitri�n �rabe para con el hu�sped que se hab�a sentado a la mesa con �l y comido de su sal no era m�s vinculante que el decreto divino que hab�a dado el trono de Israel a la casa de David. Y, sin embargo, Jeroboam, hijo de Nabat, se hab�a atrevido a infringir los sagrados derechos de la dinast�a elegida. �l, el esclavo de Salom�n, se hab�a levantado y se hab�a rebelado contra su amo.

El pr�ncipe indignado de la casa de David olvida naturalmente que la perturbaci�n fue obra del propio Jehov�, y que Jeroboam se levant� contra su amo, no por instigaci�n de Satan�s, sino por orden del profeta Ab�as. 2 Cr�nicas 10:15 Los defensores de causas sagradas, incluso en momentos inspirados, tienden a ser unilaterales en sus declaraciones de hechos.

Mientras Ab�as es severo con Jeroboam y sus c�mplices y los llama "hombres vanidosos, hijos de Belial", muestra una ternura filial por la memoria de Roboam. Ese desdichado rey hab�a sido puesto en desventaja cuando era joven y tierno e incapaz de tratar con severidad a los rebeldes. La ternura que podr�a amenazar con castigar a su pueblo con escorpiones debe haber sido del tipo ...

"Que se atrevi� a mirar la tortura y no pudo mirar la guerra";

s�lo aparece en la historia en la precipitada huida de Roboam a Jerusal�n. Sin embargo, nadie censurar� a Ab�as por tener una opini�n indebidamente favorable del car�cter de su padre.

Pero cualquiera que sea la ventaja que Jeroboam haya encontrado en su primera revuelta, Ab�as le advierte que ahora no necesita pensar en resistir el reino de Jehov� en manos de los hijos de David. Ya no se opone a una juventud sin experiencia, sino a hombres que conocen su abrumadora ventaja. Jeroboam no necesita pensar en complementar y completar sus logros anteriores agregando a Jud� y Benjam�n a su reino.

Contra su superioridad de cuatrocientos mil soldados, Ab�as puede establecer una alianza divina, atestiguada por la presencia de sacerdotes y levitas y la realizaci�n regular del ritual pentateucal, mientras que la alienaci�n de Israel de Jehov� se muestra claramente por las �rdenes irregulares de sus sacerdotes. Pero que Ab�as hable por s� mismo:

"Vosotros sois una gran multitud, y hay con vosotros los becerros de oro que Jeroboam os hizo por dioses". Posiblemente Ab�as pudo se�alar a Betel, donde el santuario real del becerro de oro era visible para ambos ej�rcitos: "�No hab�is expulsado a los sacerdotes de Jehov�, los hijos de Aar�n y los levitas, y os hab�is hecho sacerdotes a la manera pagana? ? Cuando alguno viene a consagrarse con un becerro y siete carneros, le hac�is sacerdote de los que no son dioses.

Pero en cuanto a nosotros, Jehov� es nuestro Dios, y no lo hemos desamparado; y tenemos sacerdotes, los hijos de Aar�n, que ministran a Jehov�, y los levitas, que hacen su obra se�alada; y queman para Jehov� por la ma�ana y por la tarde holocaustos e incienso arom�tico; y los panes de la proposici�n los ponen en orden sobre la mesa que se guarda. libre de toda inmundicia; y tenemos el candelero de oro, con sus l�mparas, para quemar todas las noches; porque observamos las ordenanzas de Jehov� nuestro Dios; pero le hab�is abandonado.

Y he aqu�, Dios est� con nosotros a nuestra cabeza, y sus sacerdotes, con las trompetas de alarma, para hacer sonar la alarma contra ti. Hijos de Israel, no pele�is contra Jehov� Dios de vuestros padres; porque no prosperar�is ".

This speech, we are told, "has been much admired. It was well suited to its object, and exhibits correct notions of the theocratical institutions." But like much other admirable eloquence, in the House of Commons and elsewhere, Abijah's speech had no effect upon those to whom it was addressed. Jeroboam apparently utilized the interval to plant an ambush in the rear of the Jewish army.

El discurso de Ab�as es �nico. Ha habido otros casos en los que los comandantes han tratado de hacer que la oratoria sustituya a las armas y, como Ab�as, en su mayor�a no han tenido �xito; pero por lo general han apelado a motivos inferiores. Los enviados de Senaquerib trataron infructuosamente de seducir a la guarnici�n de Jerusal�n de su lealtad a Ezequ�as, pero se basaron en amenazas de destrucci�n y promesas de "una tierra de ma�z y vino, una tierra de pan y vi�edos, una tierra de aceite de oliva y miel.

Sin embargo, hay un ejemplo paralelo de persuasi�n m�s exitosa. Cuando Octavio estaba en guerra con su compa�ero triunviro L�pido, hizo un atrevido intento de ganarse al ej�rcito de su enemigo. No se dirigi� a ellos desde la segura elevaci�n de un vecino. monta�a, pero cabalg� abiertamente hacia el campamento hostil. Apel� a los soldados con motivos tan elevados como los instados por Ab�as, y les pidi� que salvaran a su pa�s de la guerra civil abandonando a L�pido.

En ese momento su apelaci�n fracas�, y solo escap� con una herida en el pecho; pero despu�s de un tiempo, los soldados de su enemigo se acercaron a �l en destacamentos, y finalmente L�pido se vio obligado a rendirse a su rival. Pero los desertores no fueron totalmente influenciados por el patriotismo puro. Octavio hab�a preparado cuidadosamente el camino para su dram�tica aparici�n en el campamento de L�pido y hab�a utilizado medios de persuasi�n m�s groseros que los argumentos dirigidos al sentimiento patri�tico.

Otro ejemplo de apelaci�n exitosa a una fuerza hostil se encuentra en la historia del primer Napole�n, cuando marchaba sobre Par�s despu�s de su regreso de Elba. Cerca de Grenoble se encontr� con un cuerpo de tropas reales. Inmediatamente avanz� hacia el frente, y exponiendo su pecho, exclamando a las filas opuestas: "Aqu� est� su emperador; si alguien quiere matarme, que dispare". El destacamento, que hab�a sido enviado para detener su avance, desert� de inmediato ante su antiguo comandante.

La tarea de Ab�as era menos esperanzadora: los soldados a quienes Octavio y Napole�n ganaron hab�an conocido a estos generales como comandantes leg�timos de los ej�rcitos romano y franc�s respectivamente, pero Ab�as no pod�a apelar a ninguna vieja asociaci�n en la mente del ej�rcito de Jeroboam; los israelitas estaban animados por los celos tribales antiguos, y Jeroboam estaba hecho de una materia m�s dura que L�pido o el atractivo de Luis XVIII Ab�as es un monumento de su humanidad, fe y devoci�n; y si no logr� influir en el enemigo, sin duda sirvi� para inspirar a su propio ej�rcito.

Al principio, sin embargo, las cosas salieron mal con Jud�. Fueron superados en general y en n�mero: el cuerpo principal de Jeroboam los atac� por delante y la emboscada atac� su retaguardia. Como los hombres de Hai, "cuando Jud� mir� hacia atr�s, he aqu� que la batalla estaba delante y detr�s de ellos". Pero Jehov�, que pele� contra Hai, estaba peleando por Jud�, y clamaron a Jehov�; y luego, como en Jeric�, "los hombres de Jud� dieron un grito, y cuando gritaron, Dios hiri� a Jeroboam ya todo Israel delante de Ab�as y Jud�.

"La derrota fue completa, y estuvo acompa�ada de una terrible matanza. No menos de quinientos mil israelitas fueron asesinados por los hombres de Jud�. Estos �ltimos aprovecharon su ventaja y tomaron la ciudad vecina de Betel y otras ciudades israelitas. Para el tiempo Israel fue "abatido", y no se recuper� de sus tremendas p�rdidas durante los tres a�os del reinado de Ab�as. En cuanto a Jeroboam, Jehov� lo hiri� y muri�; pero "Ab�as se hizo poderoso, y tom� para s� catorce mujeres, y engendr� veinte "y-dos hijos y diecis�is hijas." Su historia se cierra con el registro de estas pruebas del favor divino, y "durmi� con sus padres, y lo sepultaron en la ciudad de David, y Asa su hijo rein� en su lugar." "

La lecci�n que el cronista intenta ense�ar con su narrativa es obviamente la importancia del ritual, no la importancia del ritual aparte de la adoraci�n del Dios verdadero; enfatiza la presencia de Jehov� con Jud�, en contraste con la adoraci�n israelita de becerros y aquellos que no son dioses. El cronista se detiene en el mantenimiento del sacerdocio leg�timo y el ritual prescrito como expresi�n natural y prueba clara de la devoci�n de los hombres de Jud� a su Dios.

Puede ayudarnos a darnos cuenta del significado del discurso de Ab�as, si tratamos de construir un llamamiento con el mismo esp�ritu para un general cat�lico en la Guerra de los Treinta A�os dirigi�ndose a un ej�rcito protestante hostil. Imag�nense a Wallenstein o Tilly, movidos por alg�n esp�ritu ins�lito de piadosa oratoria, dirigi�ndose a los soldados de Gustavus Adolphus:

"Tenemos un Papa que se sienta en la silla de Pedro, obispos y sacerdotes que ministran al Se�or, en la verdadera sucesi�n apost�lica. El sacrificio de la Misa se ofrece diariamente; maitines, laudes, v�speras; y complementos se celebran debidamente; nuestras iglesias son perfumados con incienso y gloriosos con vidrieras e im�genes; tenemos crucifijos, l�mparas y cirios; y nuestros sacerdotes est�n bien vestidos con vestiduras eclesi�sticas; porque observamos las tradiciones de la Iglesia, pero ustedes han abandonado el orden divino. Dios est� con nosotros a la cabeza; y tenemos estandartes bendecidos por el Papa. Oh suecos, pele�is contra Dios; no prosperar�is ".

Como protestantes, puede resultarnos dif�cil simpatizar con los sentimientos de un devoto romanista o incluso con los de un fiel observador del complicado ritual mosaico. No podr�amos construir un paralelo tan cercano al discurso de Ab�as en t�rminos de cualquier orden protestante de servicio, y sin embargo, las objeciones que cualquier denominaci�n moderna siente a las desviaciones de sus propias formas de adoraci�n descansan en los mismos principios que las de Ab�as.

En abstracto, el discurso ense�a dos lecciones principales: la importancia de un ministerio oficial y debidamente acreditado y de un ritual adecuado y autorizado. Estos principios son perfectamente generales y no se limitan a lo que habitualmente se conoce como sacerdotalismo y ritualismo. Cada Iglesia tiene en la pr�ctica alg�n ministerio oficial, incluso aquellas Iglesias que profesan deber su existencia separada a la necesidad de protestar contra un ministerio oficial.

Los hombres cuya ocupaci�n principal es denunciar el arte sacerdotal pueden estar ellos mismos saturados con el esp�ritu sacerdotal. Cada Iglesia tambi�n tiene su ritual. El silencio de una reuni�n de Amigos es tanto un rito como la genuflexi�n m�s elaborada ante un altar muy ornamentado. Considerar esencial la ausencia o la presencia de ritos es igualmente ritualista. El hombre que abandona su lugar de adoraci�n habitual porque se canta "Am�n" al final de un himno es un ritualista tan intolerante como su hermano, que no se atreve a pasar por un altar sin persignarse.

Consideremos entonces los dos principios del cronista en este sentido amplio. El ministerio oficial de Israel estaba formado por los sacerdotes y los levitas, y el cronista consider� que era una prueba de la piedad de los jud�os el que se adhirieran a este ministerio y no admitieran en el sacerdocio a nadie que pudiera traer un becerro y siete carneros. La alternativa no era entre un sacerdocio hereditario y uno abierto a cualquier aspirante con calificaciones espirituales especiales, sino entre un ministerio debidamente capacitado y calificado, por un lado, y un grupo heterog�neo de los precursores de Sim�n el Mago, por el otro.

Es imposible no simpatizar con el cronista. Para empezar, la calificaci�n de la propiedad era demasiado baja. Si se van a comprar viviendas, deben pagar un precio acorde con la dignidad y responsabilidad del sagrado oficio. El mero pago de la entrada, por as� decirlo, de un becerro y siete carneros debi� inundar el sacerdocio de Jeroboam con una multitud de aventureros, para quienes la asunci�n del cargo era una cuesti�n de especulaci�n social o comercial.

El sistema de aventuras privadas de proveer para el ministerio de la palabra apenas tiende ni a la dignidad ni a la eficiencia de la Iglesia. Pero, en cualquier caso, no es deseable que los meros dones mundanos, el dinero, la posici�n social o incluso el intelecto se conviertan en los �nicos pasaportes para el servicio cristiano; incluso las tradiciones y la educaci�n de un sacerdocio hereditario ser�an canales m�s probables de calificaciones espirituales.

Otro punto que el cronista objeta en los sacerdotes de Jeroboam es la falta de cualquier otra calificaci�n que no sea la propiedad. Cualquiera que eligiera pod�a ser sacerdote. Un sistema as� combinaba lo que podr�an parecer vicios opuestos. Conserv� un ministerio artificial; estos sacerdotes autoproclamados formaron una orden clerical; y, sin embargo, no ofrec�a garant�a alguna de idoneidad o devoci�n. El cronista, en cambio, por la importancia que concede al sacerdocio lev�tico, reconoce la necesidad de un ministerio oficial, pero est� ansioso de que sea guardado con celoso cuidado contra la intrusi�n de personas inadecuadas.

Un argumento concluyente a favor de un ministerio oficial se encuentra en su adopci�n formal por la mayor�a de las iglesias y su aparici�n sin invitaci�n en el resto. No deber�amos contentarnos ahora con las salvaguardias contra ministros inadecuados que se encuentran en la sucesi�n hereditaria; El sistema del Pentateuco no ser�a aceptable ni posible en el siglo XIX: y sin embargo, si hubiera sido perfectamente administrado, el sacerdocio jud�o habr�a sido digno de su alto cargo, ni habr�an llegado los tiempos para la sustituci�n de un sistema mejor. .

Muchas de las consideraciones que justifican la sucesi�n hereditaria en una monarqu�a constitucional podr�an aducirse en defensa de un sacerdocio hereditario. Incluso ahora, sin ninguna presi�n de la ley o la costumbre, existe una cierta tendencia a la sucesi�n hereditaria en el cargo ministerial. Ser�a f�cil nombrar a ministros distinguidos que se sintieron inspirados para el alto llamamiento por el servicio devoto de sus padres, y que recibieron una preparaci�n invaluable para la obra de su vida gracias al entusiasmo cristiano de una familia clerical. La ascendencia clerical de los Wesley es solo una de las muchas ilustraciones de un genio heredado para el ministerio.

Pero aunque el mejor m�todo para obtener un ministerio adecuado var�a con las circunstancias cambiantes, el principio fundamental del cronista es de aplicaci�n permanente y universal. La Iglesia siempre ha sentido una justa preocupaci�n por que los representantes oficiales de su fe y su orden se encomienden a la conciencia de todo hombre ante los ojos de Dios. El profeta no necesita testimonios ni estatus oficial: la palabra del Se�or puede fluir libremente sin ninguno de ellos; pero el nombramiento o elecci�n a un cargo eclesi�stico conf�a al funcionario el honor de la Iglesia y en cierta medida de su Maestro.

El otro principio del cronista es la importancia de un ritual adecuado y autorizado. Ya hemos notado que cualquier orden de servicio que est� fijado por la constituci�n o costumbre de una Iglesia implica el principio del ritual. El discurso de Ab�as no insiste en que solo se deba tolerar el ritual establecido; tales preguntas no hab�an entrado en el horizonte del cronista. El m�rito de Jud� radica en poseer y practicar un ritual leg�timo, es decir, en observar el mandato paulino de hacer todas las cosas con decencia y en orden: La generaci�n actual no est� inclinada a imponer una obediencia muy estricta a la ense�anza de Pablo, y la encuentra dif�cil simpatizar con el entusiasmo de Ab�as por el simbolismo de la adoraci�n.

Pero los hombres de hoy no son radicalmente diferentes de los contempor�neos del cronista, y es tan leg�timo apelar a la sensibilidad espiritual a trav�s del ojo como a trav�s del o�do; la arquitectura y la decoraci�n no son ni m�s ni menos espirituales que una voz atractiva y una elocuci�n impresionante. La novedad y la variedad tienen, o deber�an tener, su lugar leg�timo en el culto p�blico; pero la Iglesia tiene sus obligaciones para con aquellos que tienen necesidades espirituales m�s regulares.

La mayor�a de nosotros encontramos gran parte de la utilidad de la adoraci�n p�blica en la influencia de asociaciones espirituales antiguas y familiares, que solo pueden mantenerse mediante una medida de permanencia y fijeza en el servicio Divino. El simbolismo de la Cena del Se�or nunca pierde su frescura y, sin embargo, es relajante porque es familiar e impresionante porque es antiguo. Por otro lado, el mantenimiento de este ritual es un testimonio constante de la continuidad de la vida y la fe cristianas. Adem�s, en este rito la mayor parte de la cristiandad encuentra el signo exterior y visible de su unidad.

El ritual tambi�n tiene su valor negativo. Al observar las ordenanzas lev�ticas, los jud�os estaban protegidos de los caprichos de cualquier due�o ambicioso de un becerro y siete carneros. Si bien otorgamos libertad a todos para usar la forma de adoraci�n en la que encuentren el mayor beneficio espiritual, necesitamos tener iglesias cuyo ritual sea comparativamente fijo. Los cristianos que se encuentran m�s ayudados por los m�todos de devoci�n m�s tranquilos y regulares, naturalmente, buscan un orden de servicio establecido para protegerlos de la excitaci�n indebida y distractora.

A pesar del amplio intervalo que separa a la Iglesia moderna del juda�smo, todav�a podemos discernir una unidad de principios y nos complace confirmar el juicio de la experiencia cristiana a partir de las lecciones de una dispensaci�n anterior y diferente. Pero ser�amos injustos con la ense�anza del cronista si olvid�ramos que para su �poca su ense�anza era capaz de una aplicaci�n mucho m�s definida y contundente.

El cristianismo y el Islam han purificado el culto religioso en Europa, Am�rica y una gran parte de Asia. Ya no nos sentimos tentados por los ritos crueles y repugnantes del paganismo. Los jud�os conoc�an la extravagancia salvaje, la gran inmoralidad y la crueldad despiadada del culto fenicio y sirio. Si hubi�ramos vivido en la �poca del cronista y hubi�ramos compartido su experiencia de los ritos id�latras, tambi�n deber�amos haber compartido su entusiasmo por el ritual puro y elevado del Pentateuco. Deber�amos haberlo considerado como una barrera divina entre Israel y las abominaciones del paganismo, y deber�amos haber estado celosos de su estricta observancia.

Información bibliográfica
Nicoll, William R. "Comentario sobre 2 Chronicles 10". "El Comentario Bíblico del Expositor". https://beta.studylight.org/commentaries/spa/teb/2-chronicles-10.html.
 
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