Bible Commentaries
2 Crónicas 15

El Comentario Bíblico del ExpositorEl Comentario Bíblico del Expositor

Versículos 1-19

ASA: RETRIBUCI�N DIVINA

2 Cr�nicas 14:1 ; 2 Cr�nicas 15:1 ; 2 Cr�nicas 16:1

ABIJAH, muriendo, por lo que podemos deducir de Cr�nicas, en el olor de la santidad, fue sucedido por su hijo Asa. La historia de Asa del cronista es mucho m�s completa que la que se da en el libro de Reyes. La narrativa m�s antigua se utiliza como marco en el que se inserta libremente material de fuentes posteriores. El comienzo del nuevo reinado fue singularmente prometedor. Ab�as hab�a sido un muy David, hab�a peleado las batallas de Jehov� y hab�a asegurado la seguridad e independencia de Jud�.

Asa, como Salom�n, entr� en el goce pac�fico de los esfuerzos de su predecesor en el campo. "En sus d�as la tierra estuvo tranquila diez a�os", como en los d�as en que los jueces hab�an entregado a Israel, y pudo exhortar a su pueblo a realizar un esfuerzo prudente record�ndoles que Jehov� les hab�a dado descanso por todos lados. Este intervalo de silencio se utiliz� tanto para la reforma religiosa como para las precauciones militares.

Los lugares altos y los �dolos y s�mbolos paganos que de alguna manera hab�an sobrevivido al celo de Ab�as por el ritual mosaico fueron barridos, y a Jud� se le orden� buscar a Jehov� y observar la Ley; y construy� fortalezas con torres, puertas y barrotes, y levant� un gran ej�rcito "que llevaba escudos y lanzas", no una mera recaudaci�n apresurada de campesinos a medio brazos con hachas y guada�as. La poderosa formaci�n sobrepas� incluso la gran cantidad de Ab�as de cuatrocientos mil de Jud� y Benjam�n: hab�a quinientos ochenta mil hombres, trescientos mil de Jud� que llevaban escudos y lanzas y doscientos ochenta mil de Benjam�n que llevaban escudos y escudos. hizo arcos.

La gran concentraci�n de Benjamitas bajo Asa contrasta notablemente con la escasa historia de seiscientos guerreros que formaron toda la fuerza de Benjam�n despu�s de su desastrosa derrota en los d�as de los jueces; y el espl�ndido equipo de esta poderosa hueste muestra el r�pido progreso de la naci�n desde los desesperados d�as de Samgar y Jael o incluso del primer reinado de Sa�l, cuando "no se ve�a ni escudo ni lanza entre cuarenta mil en Israel.

"Estas referencias de edificios, especialmente fortalezas, a almacenes militares y al gran n�mero de ej�rcitos jud�os e israelitas, forman una clase distinta entre las adiciones hechas por el cronista al material tomado del libro de los Reyes. Se encuentran en las narraciones de los reinados de David, Roboam, Josafat, Uz�as, Jotam, Manas�s, de hecho, en los reinados de casi todos los reyes buenos; la edificaci�n de Manas�s se termin� despu�s de que se apart� de sus malos caminos.

1 Cr�nicas 12:1 , etc .; 2 Cr�nicas 11:5 y sigs .; 2 Cr�nicas 17:12 ss; 2 Cr�nicas 26:9 y sigs .; 2 Cr�nicas 27:4 y sigs .; 2 Cr�nicas 28:23 ; 2 Cr�nicas 33:14Ezequ�as y Jos�as estaban demasiado ocupados con las festividades sagradas por un lado y los invasores hostiles por el otro como para tener mucho tiempo libre para construir, y no habr�a estado de acuerdo con el car�cter de Salom�n como pr�ncipe de paz haber puesto �nfasis en sus arsenales. y ej�rcitos De lo contrario, el cronista, que viv�a en una �poca en la que los recursos b�licos de Jud� eran m�nimos, estaba naturalmente interesado en estas reminiscencias de la gloria difunta; y los provincianos jud�os se enorgullec�an de contar estas piezas de informaci�n anticuaria sobre sus pueblos nativos, del mismo modo que los sirvientes de las antiguas casas solariegas se deleitan en se�alar el ala que a�adi� alg�n famoso caballero o alg�n escudero jacobita.

Los preparativos b�licos de Asa posiblemente ten�an la intenci�n, como los de la Triple Alianza, de permitirle mantener la paz; pero si es as�, su secuela no ilustra la m�xima " Si vis pacem, para bellum ". El rumor de su vasto armamento lleg� a un poderoso monarca: "Zerah el et�ope". ( 2 Cr�nicas 14:9 ) La vaguedad de esta descripci�n se debe sin duda a la lejan�a del cronista de los tiempos que describe.

Zerah a veces se ha identificado con el sucesor de Shishak, Osorkon I, el segundo rey de la vig�simo segunda dinast�a egipcia. Zerah sinti� que el gran ej�rcito de Asa era una amenaza permanente para los pr�ncipes circundantes, y emprendi� la tarea de destruir este nuevo poder militar: "Sali� contra ellos". Por numerosas que fueran las fuerzas de Asa, todav�a lo dejaban dependiente de Jehov�, porque el enemigo era a�n m�s numeroso y estaba mejor equipado.

Zerah llev� a la batalla a un ej�rcito de un mill�n de hombres, apoyado por trescientos carros de guerra. Con esta enorme hueste lleg� a Maresa, al pie de las tierras altas de Jud�, en direcci�n al suroeste de Jerusal�n. A pesar de la inferioridad de su ej�rcito, Asno sali� a recibirlo; "y pusieron en orden de batalla en el valle de Sefat� en Maresa". Al igual que Ab�as, Asa sinti� que, con su aliado divino, no ten�a por qu� temer las probabilidades en su contra, incluso cuando pod�an contarse por cientos de miles.

Confiando en Jehov�, hab�a salido al campo contra el enemigo; y ahora, en el momento decisivo, hizo un confiado llamado de ayuda: "Jehov�, no hay nadie fuera de Ti que ayude entre el valiente y el que no tiene fuerzas". Quinientos ochenta mil hombres no parec�an nada comparados con las huestes que se alineaban contra ellos, y los superaban en n�mero en una proporci�n de casi dos a uno. "Ay�danos, Jehov� nuestro Dios; porque en ti confiamos, y en tu nombre venimos contra esta multitud. Jehov�, t� eres nuestro Dios; no prevalezca el hombre contra ti."

Jehov� justific� la confianza depositada en �l. Derrot� a los et�opes y huyeron hacia el suroeste en direcci�n a Egipto; y Asa y su ej�rcito los persiguieron hasta Gerar, con terrible matanza, de modo que del mill�n de seguidores de Zera no qued� uno con vida. Por supuesto, esta afirmaci�n es hiperb�lica. La carnicer�a fue enorme y no quedaba ning�n enemigo vivo a la vista. Al parecer, Gerar y las ciudades vecinas hab�an ayudado a Zerah en su avance e intentaron albergar a los fugitivos de Mareshah.

Paralizadas por el temor de Jehov�, cuya ira vengativa se hab�a manifestado tan terriblemente, estas ciudades fueron presa f�cil de los jud�os victoriosos. Hirieron y saquearon todas las ciudades alrededor de Gerar, y recogieron una rica cosecha "porque hab�a mucho despojo en ellas". Parece que las tribus n�madas del desierto del sur tambi�n se hab�an identificado de alguna manera con los invasores; Asa los atac� a su vez. "Hirieron tambi�n las tiendas del ganado"; y como la riqueza de estas tribus resid�a en sus reba�os y manadas, "se llevaron muchas ovejas y camellos, y regresaron a Jerusal�n".

Esta victoria es muy paralela a la de Ab�as sobre Jeroboam. En ambos, el n�mero de ej�rcitos se calcula en cientos de miles; y el ej�rcito enemigo supera en n�mero al ej�rcito de Jud� en un caso exactamente en dos a uno, en el otro en casi esa proporci�n: en ambos el rey de Jud� conf�a con tranquila seguridad en la ayuda de Jehov�, y Jehov� golpea al enemigo; los jud�os luego masacran al ej�rcito derrotado y saquean o capturan las ciudades vecinas.

Estas victorias sobre n�meros superiores pueden f�cilmente ser igualadas o superadas por numerosos ejemplos sorprendentes de la historia secular. Las probabilidades eran mayores en Agincourt, donde al menos sesenta mil franceses fueron derrotados por no m�s de veinte mil ingleses; en Marat�n, los griegos derrotaron a un ej�rcito persa diez veces m�s numeroso que el suyo; en la India, los generales ingleses han derrotado innumerables hordas de guerreros nativos, como cuando Wellesley-

"Contra las mir�adas de Assaye Choc� con sus pocos fogosos y gan�".

En su mayor parte, los generales victoriosos han estado dispuestos a reconocer el brazo socorrista del Dios de las batallas. Enrique V de Shakespeare despu�s de Agincourt habla en el esp�ritu de la oraci�n de Asa:

"Oh Dios, tu brazo estaba aqu�; y no a nosotros, sino s�lo a tu brazo, atribuye, todos, t�malo, Dios, porque es solo tuyo".

Cuando la peque�a embarcaci�n que compon�a la flota de Isabel derrot� a los enormes galeones y galeones espa�oles, y las tormentas de los mares del norte terminaron la obra de destrucci�n, la piedad agradecida de la Inglaterra protestante sinti� que sus enemigos hab�an sido destruidos por el aliento del Se�or; " Afflavit Deus et dissipantur ".

El principio que subyace a tales sentimientos es bastante independiente de las proporciones exactas de los ej�rcitos opuestos. Las victorias de n�meros inferiores en una causa justa son las ilustraciones m�s sorprendentes, pero no las m�s significativas, de la superioridad de la fuerza moral sobre la material. En los movimientos m�s amplios de la pol�tica internacional podemos encontrar casos a�n m�s caracter�sticos. Es cierto tanto para las naciones como para los individuos que:

"El Se�or mata y da vida; �l hace descender al Seol y levantar; el Se�or empobrece y enriquece; humilla, y tambi�n levanta; levanta del polvo al pobre, levanta al menesteroso del muladar, para que se sienten con los pr�ncipes y hereden el trono de la gloria ".

La Italia del siglo XVIII parec�a tan desesperadamente dividida como Israel bajo los jueces, y Grecia tan completamente esclavizada del "turco indecible" como los jud�os de Nabucodonosor; y sin embargo, desprovistas de recursos materiales, estas naciones ten�an a su disposici�n grandes fuerzas morales: la memoria de la grandeza antigua y el sentimiento de nacionalidad; y hoy Italia puede contar cientos de miles como los cronistas reyes jud�os, y Grecia construye sus fortalezas por tierra y sus acorazados para dominar el mar. El Se�or ha luchado por Israel.

Pero el principio tiene una aplicaci�n m�s amplia. Un peque�o examen de los movimientos m�s oscuros y complicados de la vida social mostrar� fuerzas morales en todas partes que superan y controlan las aparentemente irresistibles fuerzas materiales que se les oponen. Los pioneros ingleses y estadounidenses de los movimientos para la abolici�n de la esclavitud tuvieron que enfrentarse a lo que parec�a una falange impenetrable de poderosos intereses e influencias; pero probablemente cualquier estudioso imparcial de la historia habr�a previsto el triunfo final de un pu�ado de hombres serios sobre toda la riqueza y el poder pol�tico de los due�os de esclavos.

Las fuerzas morales a disposici�n de los abolicionistas eran obviamente irresistibles. Pero el soldado en medio del humo y el tumulto puede todav�a estar ansioso y abatido en el mismo momento en que el espectador ve claramente que la batalla est� ganada: y los obreros cristianos m�s fervientes a veces vacilan cuando se dan cuenta de las vastas y terribles fuerzas que luchan contra ellos. En esos momentos somos reprendidos y animados por la simple fe del cronista en el poder dominante de Dios.

Se puede objetar que si la victoria fuera asegurada por la intervenci�n divina, no habr�a necesidad de reunir quinientos ochenta mil hombres o, de hecho, ning�n ej�rcito en absoluto. Si en todos y cada uno de los casos Dios dispone, �qu� necesidad hay de la devoci�n a Su servicio de nuestra mejor fuerza, energ�a y cultura, o de cualquier esfuerzo humano en absoluto? Un sano instinto espiritual lleva al cronista a enfatizar los grandes preparativos de Ab�as y Asa.

No tenemos derecho a buscar la cooperaci�n divina hasta que hayamos hecho nuestro mejor esfuerzo; no debemos sentarnos con las manos juntas y esperar que se realice una salvaci�n completa para nosotros, y luego continuar como espectadores ociosos de la redenci�n de la humanidad por parte de Dios, debemos poner a prueba nuestros recursos al m�ximo para reunir a nuestros cientos de miles de soldados; debemos trabajar en nuestra propia salvaci�n con temor y temblor, porque es Dios quien obra en nosotros tanto el querer como el hacer de Su buena voluntad.

Este principio puede expresarse de otra manera. Incluso para los cientos de miles, la ayuda Divina sigue siendo necesaria. Los l�deres de las grandes huestes dependen tanto de la ayuda divina como Jonat�n y su escudero luchando solos contra una guarnici�n filistea, o David arm�ndose con una honda y una piedra contra Goliat de Gat. El obrero cristiano m�s competente en la plenitud de su fuerza espiritual necesita la gracia tanto como el joven inexperto que hace su primera aventura en el servicio del Se�or.

En este punto nos encontramos con otra de las obvias auto-contradicciones del cronista. Al comienzo de la narraci�n del reinado de Asa se nos dice que el rey elimin� los lugares altos y los s�mbolos de la adoraci�n id�latra, y que, debido a que Jud� hab�a buscado as� a Jehov�, les dio descanso. La liberaci�n de Zera es otra marca del favor divino: Y sin embargo, en el cap�tulo quince, Asa, en obediencia a la amonestaci�n prof�tica, quita las abominaciones de sus dominios, como si no hubiera habido una reforma previa, pero se nos dice que los lugares altos no fueron sacados de Israel.

El contexto naturalmente sugerir�a que Israel aqu� significa el reino de Asa, como el verdadero Israel de Dios; pero como el vers�culo est� tomado del libro de Reyes, y "de Israel" es una adici�n editorial hecha por el cronista, probablemente tiene la intenci�n de armonizar el vers�culo prestado con la declaraci�n anterior del cronista de que Asa elimin� los lugares altos. Si es as�, debemos entender que Israel significa el Reino del Norte, del cual los lugares altos no hab�an sido removidos, aunque Jud� hab�a sido purificado de estas abominaciones. Pero aqu�, como a menudo en otros lugares, Cr�nicas tomadas por s� solas no ofrece ninguna explicaci�n de sus inconsistencias.

Nuevamente, en la primera reforma de Asa, le orden� a Jud� que buscara a Jehov� y cumpliera la ley y los mandamientos; y por eso Jud� busc� al Se�or. Adem�s, Ab�as, unos diecisiete a�os antes de la segunda reforma de Asa, se jact� especialmente de que Jud� no hab�a abandonado a Jehov�, sino que ten�a sacerdotes que ministraban a Jehov�, "los hijos de Aar�n y los levitas en su obra". Durante el reinado de Roboam de diecisiete a�os, Jehov� fue debidamente honrado durante los primeros tres a�os, y nuevamente despu�s de la invasi�n de Sisac en el quinto a�o de Roboam.

De modo que durante los treinta o cuarenta a�os anteriores, la adoraci�n debida a Jehov� solo hab�a sido interrumpida por lapsos ocasionales en la desobediencia. Pero ahora el profeta Oded presenta ante este pueblo fiel el ejemplo de advertencia de las "largas temporadas" cuando Israel estaba sin el Dios verdadero, y sin un sacerdote que ense�ara, y sin ley. Y, sin embargo, anteriormente Cr�nicas proporciona una lista ininterrumpida de sumos sacerdotes desde Aar�n hacia abajo. En respuesta al llamamiento de Oded, el rey y el pueblo emprendieron la obra de reforma como si hubieran tolerado el descuido de Dios, los sacerdotes y la Ley, como lo hab�a descrito el profeta.

Otra discrepancia menor se encuentra en la declaraci�n de que "el coraz�n de Asa fue perfecto todos sus d�as"; esto se reproduce literalmente del libro de los Reyes. Inmediatamente despu�s, el cronista relata las malas acciones de Asa en los �ltimos a�os de su reinado.

Tales contradicciones hacen imposible dar una exposici�n completa y continua de Cr�nicas que sea al mismo tiempo consistente. Sin embargo, no carecen de valor para el estudiante cristiano. Proporcionan evidencia de la buena fe del cronista. Sus contradicciones se deben claramente al uso de fuentes independientes y discrepantes, y no a la manipulaci�n de las declaraciones de sus autoridades.

Tambi�n son una indicaci�n de que el cronista concede mucha m�s importancia a la edificaci�n espiritual que a la precisi�n hist�rica. Cuando busca exponer a sus contempor�neos la naturaleza superior y la mejor vida de los grandes h�roes nacionales, y as� proporcionarles un ideal de realeza, es escrupulosa y dolorosamente cuidadoso en eliminar todo lo que debilitar�a la fuerza de la lecci�n que �l est� tratando de ense�ar; pero es comparativamente indiferente a la precisi�n de los detalles hist�ricos.

Cuando sus autoridades se contradicen entre s� en cuanto al n�mero o la fecha de las reformas de Asa, o incluso al car�cter de sus �ltimos a�os, no duda en colocar las dos narraciones una al lado de la otra y pr�cticamente extraer lecciones de ambas. La obra del cronista y su presencia con el Pentateuco y los evangelios sin�pticos en el canon sagrado implican una enf�tica declaraci�n del juicio del Esp�ritu y de la Iglesia de que la precisi�n hist�rica detallada no es una consecuencia necesaria de la inspiraci�n.

Al exponer esta segunda narraci�n de una reforma de Asa, no haremos ning�n intento de lograr una armon�a completa con el resto de Cr�nicas; cualquier inconsistencia entre la exposici�n aqu� y en otros lugares simplemente surgir� de una fiel adhesi�n a nuestro texto.

Entonces, la ocasi�n de la segunda reforma de Asa fue la siguiente: Asa regresaba triunfante de su gran derrota de Zera, trayendo consigo sustanciales frutos de victoria en forma de abundante bot�n. La riqueza y el poder hab�an sido una trampa para David y Roboam, y los hab�an involucrado en un pecado grave. Asa tambi�n podr�a haber sucumbido a las tentaciones de la prosperidad; pero, por una gracia divina especial que no se concedi� a sus predecesores, fue protegido contra el peligro mediante una advertencia prof�tica.

En el mismo momento en que Asa podr�a haber esperado ser recibido por las aclamaciones de los habitantes de Jerusal�n, cuando el rey se regocijar�a con el sentimiento del favor divino, el �xito militar y el aplauso popular, la amonestaci�n del profeta detuvo la exaltaci�n indebida que podr�a han apresurado a Asa a cometer un pecado presuntuoso. Asa y su pueblo no deb�an presumir de su privilegio; su continuidad depend�a por completo de su continua obediencia: si ca�an en el pecado, las recompensas de su antigua lealtad se desvanecer�an como el oro de las hadas.

"O�dme, Asa, y todo Jud� y Benjam�n: Jehov� est� con vosotros mientras est�is con �l; y si le busc�is, �l ser� hallado por vosotros; pero si le abandon�is, �l os abandonar�". Esta lecci�n fue reforzada de la historia anterior de Israel. Los siguientes vers�culos son virtualmente un resumen de la historia de los jueces:

"Y por largas temporadas Israel estuvo sin el Dios verdadero, y sin sacerdote docente, y sin ley".

Los jueces cuentan c�mo una y otra vez Israel se apart� de Jehov�. "Pero cuando en su angustia se volvieron a Jehov�, Dios de Israel, y lo buscaron, fue hallado de ellos".

El discurso de Oded es muy similar a otro resumen algo m�s completo de la historia de los jueces, contenido en la despedida de Samuel al pueblo, en el que les record� c�mo cuando se olvidaron de Jehov�, su Dios, los vendi� en manos de sus enemigos, y cuando clamaron a Jehov�, envi� a Zorobabel, a Barac, a Jeft� ya Samuel, y los libr� de la mano de sus enemigos por todas partes, y vivieron confiados. Oded procede a otras caracter�sticas del per�odo de los jueces:

"No hubo paz para el que sal�a, ni para el que entraba; pero grandes aflicciones cayeron sobre todos los habitantes de las tierras. Y fueron quebrantados, naci�n contra naci�n y ciudad contra ciudad, porque Dios los afligi�. con toda adversidad ".

La canci�n de Deborah registra grandes disgustos: las carreteras estaban desocupadas y los viajeros caminaban por caminos secundarios; cesaron los gobernantes en Israel; Gede�n "trillaba trigo en el lagar para esconderlo de los madianitas". El quebrantamiento de naci�n contra naci�n y de ciudad contra ciudad se referir� a la destrucci�n de Sucot y Penuel por parte de Gede�n, los sitios de Siquem y Tebes por parte de Ahimelec, la masacre de los efraimitas por parte de Jeft� y la guerra civil entre Benjam�n y el resto de Israel. y la consiguiente destrucci�n de Jabes de Galaad.

Jueces 5:6 ; Jueces 6:2 ; Jueces 8:15 ; Jueces 9:1 ; Jueces 12:6

"Pero", dijo Oded, "esfu�rzate y no dejes que tus manos est�n flojas, porque tu trabajo ser� recompensado". Oded implica que en Jud� prevalec�an abusos que pod�an extenderse y corromper a todo el pueblo, para atraer sobre ellos la ira de Dios y hundirlos en todas las miserias de los tiempos de los jueces. Estos abusos fueron generalizados, apoyados por poderosos intereses y numerosos adeptos. La reina madre, uno de los personajes m�s importantes de un estado oriental, se dedic� a las observancias paganas.

Su represi�n necesitaba coraje, energ�a y tenacidad; pero si se enfrentaran resueltamente a ellos, Jehov� recompensar�a los esfuerzos de Sus siervos con �xito, y Jud� gozar�a de prosperidad. En consecuencia, Asa se anim� y quit� las abominaciones de Jud� y Benjam�n y de las ciudades que ten�a en Efra�n. Las abominaciones eran los �dolos y todos los acompa�amientos crueles y obscenos de la adoraci�n pagana.

Cf. 1 Reyes 15:12 En la exhortaci�n del profeta a ser fuertes y no holgazanear, y en la declaraci�n correspondiente de que Asa se anim�, tenemos una pista para todos los reformadores. Ni Oded ni Asa subestimaron la seriedad de la tarea que ten�an ante ellos. Ellos calcularon el costo y con los ojos abiertos y el conocimiento pleno se enfrentaron al mal que pretend�an erradicar.

El significado completo del lenguaje del cronista solo se ve cuando recordamos lo que precedi� al llamado del profeta a Asa. El capit�n de medio mill�n de soldados, el conquistador de un mill�n de et�opes con trescientos carros, tiene que cobrar valor antes de poder decidirse a deshacerse de las abominaciones de sus propios dominios. La maquinaria militar se crea m�s f�cilmente que la justicia nacional; es m�s f�cil masacrar a los vecinos que dejar entrar la luz en los lugares oscuros que est�n llenos de las habitaciones de la crueldad; y una pol�tica exterior vigorosa es un mal sustituto de una buena administraci�n.

El principio tiene su aplicaci�n al individuo. La viga en nuestro propio ojo parece m�s dif�cil de extraer que la mota en el de nuestro hermano, y un hombre a menudo necesita m�s valor moral para reformarse a s� mismo que para denunciar los pecados de otras personas o instarlos a aceptar la salvaci�n. La mayor�a de los ministros podr�an confirmar por su propia experiencia lo que Portia dijo: "Puedo ense�ar m�s f�cilmente a veinte lo que era bueno hacer que ser uno de los veinte que siguen mis propias ense�anzas".

La reforma de Asa fue tanto constructiva como destructiva; la tolerancia de las "abominaciones" hab�a disminuido el celo del pueblo por Jehov�, e incluso el altar de Jehov� ante el p�rtico del Templo hab�a sufrido por descuido: ahora se renov�, y Asa reuni� al pueblo para una gran fiesta. Bajo Roboam, muchos israelitas piadosos hab�an dejado el Reino del Norte para vivir donde pod�an adorar libremente en el Templo; bajo Asa hubo una nueva migraci�n, "porque le cayeron de Israel en abundancia cuando vieron que Jehov� su Dios estaba con �l.

"Y sucedi� que en la gran asamblea que Asa reuni� en Jerusal�n no s�lo estaban representados Jud� y Benjam�n, sino tambi�n Efra�n, Manas�s y Sime�n. El cronista ya nos ha dicho que despu�s del regreso de la cautividad algunos de los hijos de Efra�n y Manas�s habitaban en Jerusal�n con los hijos de Jud� y Benjam�n, 1 Cr�nicas 9:3 y �l siempre tiene cuidado de notar cualquier asentamiento de miembros de las diez tribus en Jud� o cualquier adquisici�n de territorio del norte por los reyes de Jud� Tales hechos ilustraron su doctrina de que Jud� era el verdadero Israel espiritual, el verdadero o el conjunto de las doce tribus, del pueblo elegido.

La fiesta de Asa se celebr� en el tercer mes de su decimoquinto a�o, el mes Siv�n, que corresponde aproximadamente a nuestro junio. La Fiesta de las Semanas, en la que se ofrecieron los primeros frutos, se sinti� en este mes; y su festival fue probablemente una celebraci�n especial de esta fiesta. El sacrificio de setecientos bueyes y siete mil ovejas del bot�n tomado de los et�opes y sus aliados podr�a considerarse una especie de primicia.

El pueblo se comprometi� solemnemente a obedecer permanentemente a Jehov�; este festival y sus ofrendas iban a ser primicias o prueba de lealtad futura. "Hicieron pacto de buscar a Jehov�, el Dios de sus padres, con todo su coraz�n y con toda su alma; juraron a Jehov� con gran voz, con j�bilo, con trompetas y con cornetas". La observancia de este pacto no deb�a dejarse a las incertidumbres de la lealtad individual; la comunidad deb�a estar en guardia contra los ofensores, los acanos que pudieran perturbar a Israel.

Seg�n la severa ley del Pentateuco, �xodo 22:20 , Deuteronomio 13:5 , Deuteronomio 13:9 , Deuteronomio 13:15 "todo aquel que no busque a Jehov�, el Dios de Israel, ser� condenado a muerte, ya sea peque�o o grande , ya sea hombre o mujer.

"La b�squeda de Jehov�, en la medida en que pudiera ser impuesta mediante castigos, debe haber consistido en observancias externas; y la prueba habitual de que un hombre no buscaba a Jehov� se encontrar�a en su b�squeda de otros dioses y participando en ritos paganos. Tal apostas�a no era meramente una ofensa eclesi�stica, sino que implicaba inmoralidad y un alejamiento del patriotismo El jud�o piadoso no pod�a tolerar el paganismo m�s de lo que pod�amos tolerar en Inglaterra las religiones que sancionaban la poligamia o el suttee.

Habiendo hecho as� un pacto con Jehov�, "todo Jud� se regocij� en su juramento porque lo hab�an jurado con todo su coraz�n y lo hab�an buscado con todo su deseo". Al principio, sin duda, ellos, como su rey, "se animaron"; se dirigieron con desgana y aprensi�n a una empresa peligrosa y no deseada. Ahora se regocijaban por la gracia divina que hab�a inspirado sus esfuerzos y se hab�a manifestado en su valor y devoci�n, por el feliz resultado de su empresa y por el entusiasmo universal por Jehov�; y puso el sello de su aprobaci�n sobre su alegr�a, fue hallado de ellos, y Jehov� les dio reposo en derredor, de modo que no hubo m�s guerra por veinte a�os: hasta el a�o treinta y cinco del reinado de Asa.

Es una tarea desagradable dejar a un lado las abominaciones: muchos nidos inmundos de p�jaros inmundos se alteran en el proceso; los hombres no elegir�an que se les colocara esta cruz en particular, pero solo aquellos que toman su cruz y siguen a Cristo pueden esperar entrar en el gozo del Se�or.

La narraci�n de esta segunda reforma se completa con la adici�n de detalles tomados del libro de Reyes. A continuaci�n, el cronista relata c�mo, en el a�o treinta y seis del reinado de Asa, Baasa comenz� a fortalecer Ram� como un puesto de avanzada contra Jud�, pero se vio obligado a abandonar su empresa por la intervenci�n del rey sirio. Ben-adad, a quien Asa alquil� con sus propios tesoros y los del templo; Entonces Asa se llev� las piedras y la madera de Baasa y construy� Geba y Mizpa como puestos de avanzada jud�os contra Israel.

Con la excepci�n de la fecha y algunos cambios menores, la narraci�n hasta ahora est� tomada literalmente del libro de los Reyes. El cronista, como el autor del documento sacerdotal del Pentateuco, estaba ansioso por proporcionar a sus lectores un sistema cronol�gico exacto y completo; era el Ussher o Clinton de su generaci�n. Su fecha de la guerra contra Baasa probablemente se basa en una interpretaci�n de la fuente utilizada para el cap�tulo 15; la primera reforma asegur� un descanso de diez a�os, la segunda reforma, m�s completa, un descanso exactamente el doble que la primera.

En inter�s de estas referencias cronol�gicas, el cronista ha sacrificado una declaraci�n que se repite dos veces en el libro de los Reyes: que hubo guerra entre Asa y Baasa todos sus d�as. Cuando Baasa subi� al trono en el tercer a�o de Asa, la declaraci�n del libro de los Reyes habr�a parecido contradecir la afirmaci�n del cronista de que no hubo guerra entre el a�o quince y el treinta y cinco del reinado de Asa.

1 Reyes 15:16 ; 1 Reyes 15:32

Despu�s de su victoria sobre Zerah, Asa recibi� un mensaje divino que de alguna manera fren� la exuberancia de su triunfo; un mensaje similar le esperaba despu�s de su exitosa expedici�n a Ram�. Por Oded, Jehov� hab�a advertido a Asa, pero ahora comision� a Hanani, el vidente, para que pronunciara una sentencia de condenaci�n. El fundamento de la sentencia fue que Asa no se hab�a apoyado en Jehov�, sino en el rey de Siria.

Aqu� el cronista se hace eco de una de las notas clave de los grandes profetas. Isaih hab�a protestado contra la alianza que Acaz concluy� con Asiria para obtener ayuda nuevamente para el inicio unido de Rez�n, rey de Siria, y Peka, rey de Israel, y hab�a predicho que Jehov� traer�a sobre Acaz, su pueblo y su dinast�a. d�as que no hab�an llegado desde la perturbaci�n, incluso el rey de Asiria.

Isa�as 7:17 Cuando se cumpli� esta predicci�n, y la nube de tormenta de la invasi�n asiria oscureci� toda la tierra de Jud�, los jud�os, en su falta de fe, miraron a Egipto en busca de liberaci�n; y nuevamente Isa�as denunci� la alianza extranjera: "�Ay de los que descienden a Egipto en busca de ayuda, pero no miran al Santo de Israel, ni buscan a Jehov�; la fuerza de Fara�n ser� tu verg�enza, y la confianza en la sombra de Egipto tu confusi�n.

" Isa�as 31:1 ; Isa�as 30:3 De modo que Jerem�as, a su vez, protest� contra el resurgimiento de la alianza egipcia:" Tambi�n te avergonzar�s de Egipto, como te avergonzaste de Asiria ". Jeremias 2:36

En sus sucesivas calamidades, los jud�os no pudieron encontrar consuelo en el estudio de la historia anterior; el pretexto con el que cada uno de sus opresores hab�a intervenido en los asuntos de Palestina hab�a sido una invitaci�n de Jud�.

En su aflicci�n hab�an buscado un remedio peor que la enfermedad; las consecuencias de esta charlataner�a pol�tica siempre hab�an exigido medicinas a�n m�s desesperadas y fatales. La libertad de las incursiones fronterizas de los efraimitas se asegur� al precio de las despiadadas devastaciones de Hazael; la liberaci�n de Rezin solo condujo a masacres en masa y al expolio de Senaquerib. La Alianza Extranjera era un opi�ceo que hab�a que tomar en dosis cada vez mayores, hasta que por fin provoc� la muerte del paciente.

Sin embargo, estas no son las lecciones que el vidente busca inculcar a Asa. Hanani adopta un tono m�s elevado. No le dice que su imp�a alianza con Ben-adad fue la primera de una cadena de circunstancias que terminar�a en la ruina de Jud�. Pocas generaciones est�n muy perturbadas por la perspectiva de la ruina de su pa�s en un futuro lejano: "Despu�s de nosotros el Diluvio". Incluso el piadoso rey Ezequ�as, cuando se le inform� del pr�ximo cautiverio de Jud�, encontr� mucho consuelo en el pensamiento de que deber�a haber paz y verdad en sus d�as.

A la manera de los profetas, el mensaje de Hanani se refiere a su propia �poca. Para su gran fe, la alianza con Siria se presentaba principalmente como la p�rdida de una gran oportunidad. Asa se hab�a privado del privilegio de luchar con Siria, por lo que Jehov� habr�a encontrado una nueva ocasi�n para manifestar Su poder infinito y Su misericordioso favor hacia Jud�. Si no hubiera habido alianza con Jud�, el inquieto y belicoso rey de Siria podr�a haberse unido a Baasa para atacar a Asa; otro mill�n de paganos y otros cientos de sus carros habr�an sido destruidos por el poder implacable del Se�or de los Ej�rcitos.

Y sin embargo, a pesar de la gran lecci�n objetiva que hab�a recibido en la derrota de Zerah, Asa no hab�a pensado en Jehov� como su Aliado. Hab�a olvidado la providencia de Jehov� que todo lo observaba y todo lo controlaba, y hab�a cre�do necesario complementar la protecci�n divina contratando a un rey pagano con los tesoros del templo; y, sin embargo, "los ojos de Jehov� corren de un lado a otro por toda la tierra, para mostrarse fuerte a favor de aquellos cuyo coraz�n es perfecto para con �l.

"Con este pensamiento, que los ojos de Jehov� van y vienen por toda la tierra, Zacar�as Zacar�as 4:10 consol� a los jud�os en los d�as oscuros entre el Retorno y la reconstrucci�n del Templo. Posiblemente durante los veinte a�os de tranquilidad de Asa, su fe hab�a debilitarse por falta de disciplina severa.

S�lo con cierta reserva podemos aventurarnos a orar para que el Se�or "quite de nuestra vida la tensi�n y el estr�s". La disciplina del desamparo y la dependencia preserva la conciencia de la amorosa providencia de Dios. Los recursos de la gracia divina no est�n destinados exclusivamente a nuestro bienestar personal; debemos imponerles impuestos al m�ximo, con la seguridad de que Dios honrar� todos nuestros giros en su tesorer�a.

Las grandes oportunidades de veinte a�os de paz y prosperidad no le fueron dadas a Asa para acumular fondos con los que sobornar a un rey pagano, y luego, con este refuerzo de sus recursos acumulados, para llevar a cabo la poderosa empresa de robar las piedras y la madera de Baasa y construyendo los muros de un par de fortalezas fronterizas. Con semejante historia y esas oportunidades a sus espaldas, Asa deber�a haberse sentido competente, con la ayuda de Jehov�, para lidiar con Baasa y Benhadad, y deber�a haber tenido el valor de enfrentarlos a ambos.

El pecado como el de Asa ha sido la suprema apostas�a de la Iglesia en todas sus ramas y a trav�s de todas sus generaciones: Cristo ha sido negado, no por falta de devoci�n, sino por falta de fe. Los campeones de la verdad, los reformadores y los guardianes del Templo, como Asa, han estado ansiosos por unir a su santa causa los crueles prejuicios de la ignorancia y la locura, la codicia y la venganza de los hombres ego�stas. Tem�an que estas poderosas fuerzas se alinearan entre los enemigos de la Iglesia y su Maestro.

Las sectas y los partidos han disputado con entusiasmo el privilegio de aconsejar a un pr�ncipe derrochador c�mo debe satisfacer su sed de sangre y ejercer su insolencia lasciva y brutal; la Iglesia ha tolerado casi todas las iniquidades y se ha esforzado por apagar mediante la persecuci�n toda nueva revelaci�n del Esp�ritu, a fin de conciliar los intereses creados y las autoridades establecidas. Incluso se ha sugerido que las Iglesias nacionales y los grandes vicios nacionales estaban tan �ntimamente aliados que sus partidarios estaban contentos de que deb�an mantenerse firmes o caer juntos.

Por otro lado, los defensores de la reforma no han tardado en apelar a los celos populares y agravar la amargura de las disputas sociales. A Hanani, el vidente, le hab�a llegado la visi�n de una fe m�s amplia y pura, que se regocijar�a al ver la causa de Satan�s apoyada en todas las pasiones malvadas y los intereses ego�stas que son sus aliados naturales. Se le asegur� que cuanto mayor sea la hueste de Satan�s, m�s notable y completo ser� el triunfo de Jehov�.

Si tuvi�ramos su fe, no deber�amos estar ansiosos por sobornar a Satan�s para que echara fuera a Satan�s, sino que deber�amos llegar a comprender que el despliegue total del infierno que nos ataca al frente es menos peligroso que unas pocas compa��as de mercenarios diab�licos en nuestro propio orden. En el primer caso, el derrocamiento de los poderes de las tinieblas es m�s seguro y m�s completo.

Las malas consecuencias de la pol�tica de Asa no se limitaron a la p�rdida de una gran oportunidad, ni sus tesoros fueron el �nico precio que tuvo que pagar por fortificar Geba y Mizpa con los materiales de construcci�n de Baasa. Hanani le declar� que de ahora en adelante deber�a tener guerras. Esta alianza comprada fue solo el comienzo, y no el final, de los problemas. En lugar de la victoria completa y decisiva que hab�a eliminado a los et�opes de una vez por todas, Asa y su pueblo fueron acosados ??y exhaustos por la guerra continua. La vida cristiana tendr�a victorias m�s decisivas, y ser�a menos una lucha perpetua y agotadora, si tuvi�ramos fe para abstenernos del uso de medios dudosos para fines elevados.

Oded's message of warning had been accepted and obeyed, but Asa was now no longer docile to Divine discipline. David and Hezekiah submitted themselves to the censure of Gad and Isaiah; but Asa was wroth with Hanani and put him in prison, because the prophet had ventured to rebuke him. His sin against God corrupted even his civil administration; and the ally of a heathen king, the persecutor of God's prophet, also oppressed the people.

Tres a�os despu�s del rechazo de Baasa, un nuevo castigo cay� sobre Asa: sus pies se enfermaron gravemente. Sin embargo, no se humill� a s� mismo, sino que fue culpable de otros pecados; no busc� a Jehov�, sino a los m�dicos. Es probable que buscar a Jehov� con respecto a la enfermedad no fuera simplemente una cuesti�n de adoraci�n. Reuss ha sugerido que la pr�ctica leg�tima de la medicina pertenec�a a las escuelas de los profetas; pero parece tan probable que en Jud�, como en Egipto, cualquier conocimiento existente del arte de curar se encontrara entre los sacerdotes.

Por el contrario, era casi seguro que los m�dicos que no eran sacerdotes ni profetas de Jehov� ser�an ministros de adoraci�n id�latra y magos. Al parecer, no lograron aliviar a su paciente: Asa permaneci� en el dolor y la debilidad durante dos a�os, y luego muri�. Probablemente los sufrimientos de sus �ltimos d�as hab�an protegido a su pueblo de una mayor opresi�n, y hab�an apelado inmediatamente a su simpat�a y eliminado cualquier motivo de resentimiento.

Cuando muri�, solo recordaron sus virtudes y logros; y lo enterr� con majestuosidad real, con aromas dulces y diversas clases de especias; e hizo una gran quema para �l, probablemente de maderas arom�ticas.

Al discutir la descripci�n del cronista de los buenos reyes, hemos notado que, mientras que Cr�nicas y el libro de los Reyes coinciden en mencionar las desgracias que, por regla general, oscurecieron sus �ltimos a�os, Cr�nicas en cada caso registra alguna reca�da en el pecado que precedi� a estas desgracias. Desde el punto de vista teol�gico de la escuela del cronista, estos odiosos registros de los pecados de los buenos reyes eran necesarios para dar cuenta de sus desgracias.

El devoto estudioso del libro de los Reyes ley� con sorpresa que de los piadosos reyes que hab�an sido devotos de Jehov� y Su templo, cuya aceptaci�n por �l hab�a sido demostrada por las victorias que les concedieron, uno hab�a muerto de una dolorosa enfermedad en sus pies. , otro en un lazarillo, dos hab�an sido asesinados y uno muerto en batalla. �Por qu� la fe y la devoci�n fueron tan mal recompensadas? �No fue en vano servir a Dios? �Qu� provecho hab�a en guardar Sus ordenanzas? El cronista se sinti� afortunado al descubrir entre sus autoridades posteriores informaci�n adicional que explicaba estos misterios y justificaba los caminos de Dios ante el hombre. Incluso los reyes buenos no hab�an estado exentos de reproche, y sus desgracias hab�an sido el juicio justo de sus pecados.

El principio que gui� al cronista en esta selecci�n de material fue que el pecado siempre fue castigado con una retribuci�n completa, inmediata y manifiesta en esta vida, y que, a la inversa, toda desgracia era el castigo del pecado. Hay una sencillez y aparente justicia en esta teor�a que siempre la ha convertido en la doctrina principal de una determinada etapa del desarrollo moral. Probablemente fue la ense�anza religiosa popular en Israel desde los primeros d�as hasta el momento en que nuestro Se�or consider� necesario protestar contra la idea de que los galileos cuya sangre Pilato hab�a mezclado con sus sacrificios eran m�s pecadores que todos los galileos porque hab�an padecido estas cosas, o que los dieciocho sobre los que cay� la torre de Silo� y los mat� eran m�s ofensores que todos los habitantes de Jerusal�n.

Esta doctrina de la retribuci�n era corriente entre los griegos. Cuando ca�an sobre los hombres terribles calamidades, sus vecinos supon�an que eran el castigo de cr�menes especialmente atroces. Cuando el rey espartano Cle�menes se suicid�, la opini�n p�blica en Grecia pregunt� de inmediato qu� pecado en particular hab�a pagado as� la pena. Las horribles circunstancias de su muerte fueron atribuidas a la ira de alguna deidad ofendida, y la causa de la ofensa fue buscada en uno de sus muchos actos de sacrilegio, posiblemente as� fue castigado por haber sobornado a la sacerdotisa del or�culo de Delfos.

Los atenienses, sin embargo, cre�an que su sacrilegio hab�a consistido en talar �rboles en su bosque sagrado de Eleusis; pero los argivos prefirieron sostener que lleg� a un final prematuro porque hab�a prendido fuego a una arboleda consagrada a su h�roe ep�nimo Argos. Del mismo modo, cuando en el curso de la guerra del Peloponeso los eginetas fueron expulsados ??de su isla, esta calamidad se consider� como un castigo infligido sobre ellos porque cincuenta a�os antes hab�an arrastrado y ejecutado a un suplicante que hab�a agarrado el mango de la puerta del templo de Demeter Theomophorus.

Por otro lado, la maravillosa manera en que en cuatro o cinco ocasiones los estragos de la pestilencia libraron a Dionisio de Siracusa de sus enemigos cartagineses fue atribuida por sus admiradores amigos al favor de los dioses.

Como muchas otras doctrinas simples y l�gicas, esta teor�a jud�a de la retribuci�n entr� en colisi�n con hechos obvios y pareci� poner la ley de Dios en desacuerdo con la conciencia iluminada. "Debajo de las formas m�s simples de verdad acecha el error m�s sutil". La prosperidad de los imp�os y los sufrimientos de los justos eran una dificultad religiosa permanente para el devoto israelita. La doctrina popular se mantuvo tenazmente, apoyada no solo por prescripciones antiguas, sino tambi�n por las clases m�s influyentes de la sociedad.

Todos los que eran j�venes, robustos, ricos, poderosos o exitosos estaban interesados ??en mantener una doctrina que hac�a de la salud, las riquezas, el rango y el �xito los signos externos y visibles de la justicia. En consecuencia, la simplicidad de la doctrina original se cubri� con una apolog�tica ingeniosa y elaborada. Se sosten�a que la prosperidad de los malvados era s�lo por una temporada; antes de morir, el juicio de Dios lo alcanzar�a. Fue un error hablar de los sufrimientos de los justos: estos mismos sufrimientos mostraban que su justicia era solo aparente, y que en secreto hab�a sido culpable de un pecado grave.

De toda la crueldad infligida en nombre de la ortodoxia, poco hay que pueda superar la refinada tortura debida a esta apolog�tica jud�a. Su c�nica ense�anza se encontr� con el sufriente en la angustia del duelo, en el dolor y la depresi�n de la enfermedad, cuando fue aplastado por p�rdidas repentinas y ruinosas o deshonrado p�blicamente por la sentencia injusta de un tribunal de justicia venal. En lugar de recibir simpat�a y ayuda, se vio a s� mismo considerado como un paria moral y un paria debido a sus desgracias; cuando m�s necesitaba la gracia divina, se le pidi� que se considerara un objeto especial de la ira de Jehov�. Si su ortodoxia sobreviv�a a sus calamidades, revisar�a su vida pasada con morbosa retrospecci�n y se convencer�a a s� mismo de que efectivamente hab�a sido culpable por encima de todos los dem�s pecadores.

El libro de Job es una protesta inspirada contra la teor�a actual de la retribuci�n, y la discusi�n completa de la cuesti�n pertenece a la exposici�n de ese libro. Pero la narrativa de Cr�nicas, como gran parte de la historia de la Iglesia en todas las �pocas, est� controlada en gran medida por los controvertidos intereses de la escuela de la que eman�. En manos del cronista se narra la historia de los reyes de Jud� de tal manera que se convierte en una pol�mica contra el libro de.

Trabajo. La tr�gica y vergonzosa muerte de los buenos reyes present� una dificultad crucial para la teolog�a del cronista. Las otras desgracias de un buen hombre podr�an compensarse con la prosperidad en sus �ltimos d�as; pero en una teor�a de la retribuci�n que requer�a una completa satisfacci�n de la justicia en esta vida, no pod�a haber compensaci�n por una muerte deshonrosa. De ah� la ansiedad del cronista por registrar cualquier error de los buenos reyes en sus �ltimos d�as.

La cr�tica y correcci�n de esta doctrina pertenecen, como hemos dicho, a la exposici�n del libro de Job. Aqu� nos interesa m�s bien descubrir la verdad permanente de la que la teor�a es a la vez una expresi�n imperfecta y exagerada. Para empezar, hay pecados que traen sobre el transgresor un castigo r�pido, evidente y dram�tico. La ley humana trata as� con algunos pecados; las leyes de la salud visitan a otros con una severidad similar; a veces, el juicio divino derriba a hombres y naciones ante un mundo aterrado.

Entre tales juicios podr�amos considerar los castigos de los pecados reales tan frecuentes en las p�ginas de Cr�nicas. Los juicios de Dios no suelen ser tan inmediatos y manifiestos, pero estos casos sorprendentes ilustran y refuerzan las ciertas consecuencias del pecado. Nos ocupamos ahora de casos en los que Dios fue despreciado; y, aparte de la gracia divina, los devotos del pecado est�n destinados a convertirse en sus esclavos y v�ctimas.

Ruskin ha dicho: "La medicina a menudo falla en su efecto, pero el veneno nunca; y si bien, al resumir la observaci�n de la vida pasada no desaprovechada, puedo decir verdaderamente que he visto mil veces a Patience decepcionada de su esperanza y Sabidur�a. de su objetivo, nunca he visto la locura sin fruto de la maldad, ni el vicio concluir sino en la calamidad ". Ahora que hemos sido tra�dos a una luz m�s completa y liberados de los peligros pr�cticos de la antigua doctrina israelita, podemos permitirnos el lujo de olvidar los aspectos menos satisfactorios de la ense�anza del cronista, y debemos sentirnos agradecidos con �l por hacer cumplir la saludable y necesaria lecci�n. que el pecado trae un castigo inevitable, y que por lo tanto, independientemente de lo que sugieran las apariencias actuales, "el mundo ciertamente no fue enmarcado para la conveniencia duradera de hip�critas, libertinos y opresores".

De hecho, las consecuencias del pecado son regulares y exactas; y los juicios sobre los reyes de Jud� en Cr�nicas simbolizan con precisi�n las operaciones de la disciplina divina. Pero la lluvia, la ruina y la desgracia son s�lo elementos secundarios en los juicios de Dios; y la mayor�a de las veces no son juicios en absoluto. Tienen sus usos como castigo; pero si nos detenemos en ellos con una insistencia demasiado enf�tica, los hombres suponen que el dolor es un mal peor que el pecado, y que el pecado s�lo debe evitarse porque causa sufrimiento al pecador.

La consecuencia realmente grave de los actos malvados es la formaci�n y confirmaci�n del car�cter malvado. Herbert Spencer dice en sus "Primeros principios" "que el movimiento, una vez establecido a lo largo de cualquier l�nea, se convierte en s� mismo en una causa del movimiento posterior a lo largo de esa l�nea". Esto es absolutamente cierto en la din�mica moral y espiritual: cada pensamiento, sentimiento, palabra o acto incorrecto, cada falla en pensar, sentir, hablar o actuar correctamente, altera a la vez el car�cter de un hombre para peor.

De ahora en adelante le resultar� m�s f�cil pecar y m�s dif�cil hacer el bien; ha torcido otro hilo en el cord�n del h�bito; y aunque cada uno puede ser tan fino como los hilos de una telara�a, con el tiempo habr� cordones lo suficientemente fuertes como para haber atado a Sans�n antes de que Dalila le afeitara sus siete mechones. Este es el verdadero castigo del pecado: perder los instintos finos, los impulsos generosos y las ambiciones m�s nobles de la hombr�a, y convertirse cada d�a m�s en una bestia y un demonio.

Información bibliográfica
Nicoll, William R. "Comentario sobre 2 Chronicles 15". "El Comentario Bíblico del Expositor". https://beta.studylight.org/commentaries/spa/teb/2-chronicles-15.html.