Bible Commentaries
2 Crónicas 30

El Comentario Bíblico del ExpositorEl Comentario Bíblico del Expositor

Versículos 1-27

EZEQU�AS: EL VALOR RELIGIOSO DE LA M�SICA

2 Cr�nicas 29:1 ; 2 Cr�nicas 30:1 ; 2 Cr�nicas 31:1 ; 2 Cr�nicas 32:1

La inclinaci�n de la mente del cronista est� bien ilustrada por la proporci�n de espacio asignado al ritual por �l y por el libro de los Reyes, respectivamente. En este �ltimo, solo unas pocas l�neas est�n dedicadas al ritual, y la mayor parte del espacio se dedica a la invasi�n de Senaquerib, la embajada de Babilonia, etc. , mientras que en Cr�nicas el ritual ocupa aproximadamente tres veces m�s versos que los asuntos personales y p�blicos. .

Ezequ�as, aunque no estaba exento de culpa, era casi perfecto en su lealtad a Jehov�. El cronista reproduce la f�rmula habitual para un buen rey: "Hizo lo recto ante los ojos de Jehov�, conforme a todo lo que hab�a hecho David su padre"; pero su juicio cauteloso rechaza la declaraci�n un tanto ret�rica en Reyes de que "despu�s de �l no hubo ninguno como �l entre todos los reyes de Jud�, ni ninguno de los que fueron antes de �l".

La pol�tica de Ezequ�as qued� clara inmediatamente despu�s de su adhesi�n. Su celo por la reforma no pod�a tolerar demoras; el primer mes del primer a�o de su reinado lo vio activamente comprometido en la buena obra. No era una tarea f�cil lo que le esperaba. No solo hab�a altares en cada rinc�n de Jerusal�n y lugares altos id�latras en cada ciudad de Jud�, sino que los servicios del templo hab�an cesado, las l�mparas se hab�an apagado, los vasos sagrados cortados en pedazos, el templo hab�a sido contaminado y luego cerrado, y los sacerdotes y los levitas se dispersaron.

Diecis�is a�os de idolatr�a autorizada deben haber fomentado todo lo que era vil en el pa�s, haber puesto a hombres malvados en autoridad y creado numerosos intereses creados conectados por estrechos v�nculos con la idolatr�a, en particular los sacerdotes de todos los altares y lugares altos. Por otro lado, el reinado de Acaz hab�a sido una serie ininterrumpida de desastres; el pueblo hab�a soportado repetidamente los horrores de la invasi�n. Su gobierno con el paso del tiempo debi� volverse cada vez m�s impopular, porque cuando muri� no fue enterrado en los sepulcros de los reyes.

Como la idolatr�a era un rasgo prominente de su pol�tica, habr�a una reacci�n a favor de la adoraci�n de Jehov�, y no querr�a que los verdaderos creyentes le dijeran a la gente que sus sufrimientos eran consecuencia de la idolatr�a. Para un gran partido de Jud�, la revocaci�n de la pol�tica religiosa de su padre por parte de Ezequ�as ser�a tan bienvenida como la declaraci�n de Isabel contra Roma lo fue para la mayor�a de los ingleses.

Ezequ�as comenz� abriendo y reparando las puertas del templo. Sus puertas cerradas hab�an sido un s�mbolo del repudio nacional de Jehov�; reabrirlos era necesariamente el primer paso en la reconciliaci�n de Jud� con su Dios, pero s�lo el primer paso. Las puertas estaban abiertas como se�al de que Jehov� hab�a sido invitado a regresar a Su pueblo y nuevamente a manifestar Su presencia en el Lugar Sant�simo, para que a trav�s de esas puertas abiertas Israel pudiera tener acceso a �l por medio de los sacerdotes.

Pero el templo todav�a no era un lugar adecuado para la presencia de Jehov�. Con sus l�mparas apagadas, sus vasos sagrados destruidos, sus pisos y paredes llenos de polvo y llenos de toda inmundicia, era m�s bien un s�mbolo de la apostas�a de Jud�. Por consiguiente, Ezequ�as busc� la ayuda de los levitas. Es cierto que primero se dice que reuni� a sacerdotes y levitas, pero a partir de ese momento se ignora casi por completo a los sacerdotes.

Ezequ�as record� a los levitas las malas acciones de Acaz y sus seguidores y la ira que hab�an tra�do sobre Jud� y Jerusal�n; les dijo que su prop�sito era conciliar a Jehov� haciendo un pacto con �l; los exhort� como ministros escogidos de Jehov� y Su templo a que cooperaran de todo coraz�n en esta buena obra.

Los levitas respondieron a su llamado aparentemente m�s con hechos que con palabras. Ning�n portavoz responde al discurso del rey, pero con pronta obediencia se pusieron a trabajar de inmediato; se levantaron, coatitas, hijos de Merari, gersonitas, hijos de Isabel, Asaf, Hem�n y Jedut�n; el cronista tiene una afici�n hom�rica por los cat�logos de nombres altisonantes; se menciona debidamente a los l�deres de todas estas divisiones.

Coat, Gers�n y Merari son bien conocidos como los tres grandes clanes de la casa de Lev�; y aqu� encontramos a los tres gremios de cantantes -Asaph, Heman y Jeduthun- colocados al mismo nivel que los clanes m�s antiguos. Elizaphan aparentemente era una divisi�n del clan Kohath, que, al igual que los gremios de cantantes, hab�a obtenido un estatus independiente. El resultado es reconocer siete divisiones de la tribu.

Los jefes de los levitas reunieron a sus hermanos y, habiendo realizado los necesarios ritos de purificaci�n ceremonial para ellos, entraron a limpiar el templo; es decir, los sacerdotes entraron en el lugar santo y el lugar sant�simo y sacaron "toda la inmundicia" en el atrio, y los levitas la llevaron al arroyo Cedr�n; pero antes de que el edificio mismo se pudiera llegar a ocho d�as pasaron limpiando los atrios, y luego los sacerdotes entraron en el templo mismo y pasaron ocho d�as limpi�ndolo, de la manera descrita anteriormente.

Luego informaron al rey que la purificaci�n hab�a terminado, y especialmente que "todos los vasos que el rey Acaz arroj�" hab�an sido recuperados y consagrados con la debida ceremonia. En el cap�tulo anterior se nos dijo que Acaz hab�a cortado en pedazos las vasijas del templo, pero que pueden haber sido otras vasijas.

Entonces Ezequ�as celebr� una gran fiesta de dedicaci�n; Siete bueyes, siete carneros, siete corderos y siete machos cabr�os fueron ofrecidos como ofrenda por el pecado por la dinast�a, por el templo, por Jud� y (por orden especial del rey) por todo Israel, es decir , por el norte. tribus, as� como para Jud� y Benjam�n. Aparentemente, esta ofrenda por el pecado se hizo en silencio, pero despu�s el rey puso a los levitas y a los sacerdotes en sus lugares con sus instrumentos musicales, y cuando comenz� el holocausto, el c�ntico de Jehov� comenz� con las trompetas junto con los instrumentos de David, rey de Israel. Israel. Y toda la congregaci�n ador�, y los cantores cantaron, y tocaron las trompetas, y todo esto continu� hasta que termin� el holocausto.

Cuando el pueblo se reconcili� formalmente con Jehov� mediante este sacrificio nacional representativo, y as� purificado de la inmundicia de la idolatr�a y consagrado de nuevo a su Dios, se le permiti� e invit� a hacer sacrificios individuales, ofrendas de agradecimiento y holocaustos. Cada hombre podr�a disfrutar para s� mismo del privilegio renovado de tener acceso a Jehov�, obtener la seguridad del perd�n por sus pecados y ofrecer acci�n de gracias por sus propias bendiciones especiales.

Y trajeron ofrendas en abundancia: setenta novillos, cien carneros y doscientos corderos para holocausto; y seiscientos bueyes y tres mil ovejas para las ofrendas de acci�n de gracias. As� fueron restaurados y reiniciados los servicios del Templo; y Ezequ�as y el pueblo se regocijaron porque sintieron que este estallido de entusiasmo no premeditado se deb�a a la influencia bondadosa del Esp�ritu de Jehov�.

La narrativa del cronista est� algo empa�ada por un toque de celos profesionales. Seg�n el ritual ordinario, Lev�tico 1:6 el oferente despellejaba los holocaustos; pero por alguna raz�n especial, quiz�s debido a la excepcional solemnidad de la ocasi�n, este deber recay� ahora en los sacerdotes. Pero los holocaustos fueron m�s abundantes que cualquier precedente; los sacerdotes eran pocos para la obra, y los levitas fueron llamados para ayudarlos, "porque los levitas eran m�s rectos de coraz�n para purificarse que los sacerdotes". Aparentemente, incluso en el segundo templo, los hermanos no siempre viv�an juntos en unidad.

Ezequ�as hab�a proporcionado ahora los servicios regulares del templo y hab�a dado a los habitantes de Jerusal�n una oportunidad completa de regresar a Jehov�; pero la gente de las provincias conoc�a principalmente el Templo a trav�s de las grandes fiestas anuales. Estos tambi�n hab�an estado en suspenso durante mucho tiempo; y deb�an tomarse medidas especiales para asegurar su futura observancia. Para hacer esto, era necesario recordar a los provinciales su lealtad a Jehov�.

En circunstancias normales, la gran fiesta de la Pascua se habr�a observado en el primer mes, pero a la hora se�alada para la fiesta pascual, el templo todav�a estaba impuro, y los sacerdotes y levitas estaban ocupados en su purificaci�n, pero Ezequ�as no pudo soportarlo. el primer a�o de su reinado deber�a estar marcado por la omisi�n de esta gran fiesta. Consult� con los pr�ncipes y la asamblea p�blica, no se dice nada sobre los sacerdotes, y decidieron celebrar la Pascua en el segundo mes en lugar del primero.

Deducimos de las alusiones casuales en 2 Cr�nicas 30:6 que el reino de Samaria ya hab�a llegado a su fin; el pueblo hab�a sido llevado al cautiverio y solo quedaba un remanente. en la tierra. Desde este punto, los reyes de Jud� act�an como jefes religiosos de toda la naci�n y territorio de Israel. Ezequ�as envi� invitaciones a todo Israel desde Dan hasta Beerseba.

Hizo esfuerzos especiales para obtener una respuesta favorable de las tribus del norte, enviando cartas a Efra�n y Manas�s, es decir , a las diez tribus bajo su liderazgo. Les record� que sus hermanos hab�an ido al cautiverio porque las tribus del norte hab�an abandonado el Templo; y les ofreci� la esperanza de que, si adoraban en el templo y serv�an a Jehov�, ellos mismos escapar�an de m�s calamidades, y sus hermanos e hijos que hab�an ido al cautiverio regresar�an a su propia tierra.

"As� que los postes pasaron de ciudad en ciudad a trav�s del pa�s de Efra�n y Manas�s, hasta Zabul�n". O Zabul�n se usa en un sentido amplio para todas las tribus galileas, o la frase "de Beerseba a Dan" es meramente ret�rica, porque al norte, entre Zabul�n y Dan, se encuentran los territorios de Aser y Neftal�. Debe notarse que las tribus m�s all� del Jord�n no se mencionan en ninguna parte; ya hab�an salido de la historia de Israel y apenas se recordaban en la �poca del cronista.

La apelaci�n de Ezequ�as a las comunidades supervivientes del Reino del Norte fracas�; se burlaban de sus mensajeros y se burlaban de ellos; pero los individuos respondieron a su invitaci�n en tal n�mero que se habla de ellos como "una multitud del pueblo, incluso muchos de Efra�n y Manas�s, Isacar y Zabul�n". Tambi�n hab�a hombres de Aser entre los peregrinos del norte. Cf. 2 Cr�nicas 30:11 ; 2 Cr�nicas 30:18

El piadoso entusiasmo de Jud� se destac� en vivo contraste con la obstinada impenitencia de la mayor�a de las diez tribus. Por la gracia de Dios, Jud� fue de un coraz�n para observar la fiesta se�alada por Jehov� a trav�s del rey y los pr�ncipes, de modo que se reuni� en Jerusal�n una gran asamblea de adoradores, superando incluso las grandes reuniones que el cronista hab�a presenciado en el fiestas anuales.

Pero aunque el Templo hab�a sido limpiado, la Ciudad Santa a�n no estaba libre de la mancha de la idolatr�a. El car�cter de la Pascua exig�a que no solo el templo, sino toda la ciudad, fuera pura. El cordero pascual se com�a en casa y los postes de las puertas de la casa se rociaban con su sangre. Pero Acaz hab�a levantado altares en todos los rincones de la ciudad; ning�n israelita devoto pod�a tolerar los s�mbolos del culto id�latra cerca de la casa en la que celebraba los ritos solemnes de la Pascua. Por consiguiente, antes de que se matara la Pascua, estos altares fueron removidos.

Entonces comenz� la gran fiesta; pero despu�s de largos a�os de idolatr�a, ni el pueblo ni los sacerdotes y levitas estaban lo suficientemente familiarizados con los ritos de la fiesta como para poder realizarlos sin alguna dificultad y confusi�n. Por regla general, cada cabeza de familia sacrificaba su propio cordero; pero muchos de los adoradores, especialmente los del norte, no estaban ceremonialmente limpios, y esta tarea recay� sobre los levitas.

La inmensa concurrencia de adoradores y el trabajo adicional realizado en el ministerio del templo deben haber exigido extraordinarias exigencias a su celo y energ�a. Cf. 2 Cr�nicas 29:34 ; 2 Cr�nicas 30:3 Al principio, aparentemente vacilaron y se inclinaron a abstenerse de cumplir con sus deberes habituales.

Una pascua en un mes no designado por Mois�s, pero decidido por las autoridades civiles sin consultar al sacerdocio, puede parecer una innovaci�n dudosa y peligrosa. Al recordar la exitosa afirmaci�n de Azar�as de la prerrogativa jer�rquica contra Uz�as, podr�an estar inclinados a intentar una resistencia similar a Ezequ�as. Pero el piadoso entusiasmo del pueblo mostr� claramente que el Esp�ritu de Jehov� inspir� su celo un tanto irregular; de modo que los funcionarios eclesi�sticos se sintieron avergonzados por su actitud poco comprensiva y se adelantaron para participar plenamente y a�n m�s de lo que les correspond�a en esta gloriosa nueva dedicaci�n de Israel a Jehov�.

Pero quedaba una dificultad adicional: la impureza no s�lo imped�a matar los corderos pascuales, sino tambi�n participar en la Pascua; y una multitud del pueblo qued� inmunda. Sin embargo, habr�a sido descort�s e incluso peligroso desalentar su celo reci�n nacido excluy�ndolos del festival; adem�s, muchos de ellos eran fieles de entre las diez tribus, que hab�an acudido en respuesta a una invitaci�n especial, que la mayor�a de sus compatriotas hab�an rechazado con desd�n y desprecio.

Si hubieran sido enviados de regreso porque no se hab�an limpiado de acuerdo con un ritual que ignoraban, y del cual Ezequ�as podr�a haber sabido que ignorar�an, tanto el rey como sus invitados habr�an incurrido en el rid�culo inconmensurable de los imp�os norte�os. . Por consiguiente, se les permiti� participar en la Pascua a pesar de su inmundicia. Pero este permiso solo podr�a otorgarse con serias aprensiones en cuanto a sus consecuencias.

La Ley amenazaba de muerte a cualquiera que asistiera a los servicios del santuario en estado de impureza. Lev�tico 15:31 Posiblemente ya hubiera se�ales de un brote de pestilencia; en cualquier caso, el temor al castigo divino por presunci�n sacr�lega angustiar�a a toda la asamblea y estropear�a su disfrute de la comuni�n divina.

Una vez m�s, no es un sacerdote ni un profeta, sino el rey, el Mes�as, quien se presenta como mediador entre Dios y el hombre. Ezequ�as or� por ellos, diciendo: "Jehov�, en su gracia y misericordia, perdona a todo el que pone su coraz�n en buscar a Elohim, Jehov�, el Dios de sus padres, aunque no sea purificado seg�n el ritual del templo. Y Jehov� escuch� a Ezequ�as, y san� al pueblo, " es decir , los san� de la enfermedad actual o los alivi� del miedo a la pestilencia.

Y as� la fiesta prosigui� feliz y pr�spera, y se prolong� por aclamaci�n por siete d�as m�s. Durante catorce d�as, rey y pr�ncipes, sacerdotes y levitas, jud�os e israelitas se regocijaron delante de Jehov�; miles de bueyes y ovejas ahumados sobre el altar; y ahora los sacerdotes no estaban atrasados: gran n�mero se purificaba para servir a la devoci�n popular. Los sacerdotes y los levitas cantaron e hicieron melod�as a Jehov�, de modo que los levitas se ganaron el elogio especial del rey.

La gran fiesta termin� con una bendici�n solemne: "Los sacerdotes se levantaron y bendijeron al pueblo, y se escuch� su voz, y su oraci�n lleg� a su santa morada, hasta el cielo". Los sacerdotes, y a trav�s de ellos el pueblo, recibieron la certeza de que su adoraci�n solemne y prolongada hab�a tenido una grata aceptaci�n.

Ya m�s de una vez hemos tenido ocasi�n de considerar el tema principal del cronista: la importancia del Templo, su ritual y sus ministros. Incidentalmente y quiz�s inconscientemente, sugiere aqu� otra lecci�n, que es especialmente significativa por venir de un ritualista ardiente, a saber, las limitaciones necesarias de la uniformidad en el ritual. La celebraci�n de la Pascua de Ezequ�as est� llena de irregularidades: se lleva a cabo en el mes equivocado; se prolonga al doble del per�odo habitual; entre los adoradores hay multitudes de personas inmundas, cuya presencia en estos servicios deber�a haber sido castigada con un castigo terrible.

Todo se condona por motivos de emergencia, y las leyes rituales se anulan sin consultar a los funcionarios eclesi�sticos. Todo sirve para enfatizar la lecci�n que tocamos en relaci�n con los sacrificios de David en la era de Orn�n el jebuseo: el ritual est� hecho para el hombre, no el hombre para el ritual. Se puede insistir en la uniformidad completa en tiempos ordinarios, pero se puede prescindir de ella en cualquier emergencia urgente; la necesidad no conoce ninguna ley, ni siquiera la Tor� del Pentateuco.

Adem�s, en tales emergencias no es necesario esperar la iniciativa o incluso la sanci�n de los funcionarios eclesi�sticos; la autoridad suprema en la Iglesia en todas sus grandes crisis reside en todo el cuerpo de creyentes. Nadie tiene derecho a hablar con mayor autoridad sobre las limitaciones del ritual que un firme defensor de la santidad del ritual como el cronista; y bien podemos se�alar, como una de las se�ales m�s conspicuas de su inspiraci�n, el sentido com�n santificado mostrado por su registro franco y comprensivo de las irregularidades de la pascua de Ezequ�as.

Indudablemente hab�an surgido emergencias incluso en su propia experiencia de las grandes fiestas del Templo que le hab�an ense�ado esta lecci�n; y dice mucho del tono saludable de la comunidad del Templo en su �poca que �l no intente reconciliar la pr�ctica de Ezequ�as con la ley de Mois�s con ninguna objeci�n armoniosa.

Sin embargo, la obra de purificaci�n y restauraci�n a�n estaba incompleta: el Templo hab�a sido limpiado de las contaminaciones de la idolatr�a, los altares paganos hab�an sido removidos de Jerusal�n, pero los lugares altos permanec�an en todas las ciudades de Jud�. Cuando por fin termin� la Pascua, la multitud reunida, "todo Israel que estaba presente", parti�, como los puritanos ingleses o escoceses, en una gran expedici�n iconoclasta.

A lo largo y a lo ancho de la Tierra Prometida, en Jud� y Benjam�n, Efra�n y Manas�s, quebraron las columnas sagradas, derribaron Aserim y derribaron los lugares altos y altares; luego se fueron a casa.

Mientras tanto, Ezequ�as se dedicaba a reorganizar a los sacerdotes y levitas y a hacer arreglos para el pago y distribuci�n de las cuotas sagradas. El rey dio un ejemplo de liberalidad al hacer provisiones para las ofrendas diarias, semanales, mensuales y festivas. La gente no tard� en imitarlo; trajeron primicias y diezmos en tal abundancia que pasaron cuatro meses amontonando montones de ofrendas.

"As� hizo Ezequ�as en todo Jud�; e hizo lo bueno, lo recto y lo fiel delante de Jehov� su Dios; y en toda obra que comenz� en el servicio del templo, en la ley y en los mandamientos, para buscar a su Dios, lo hizo con todo su coraz�n, y lo llev� a un resultado exitoso ".

Luego siga un relato de la liberaci�n de Senaquerib y de la recuperaci�n de Ezequ�as de la enfermedad, una referencia a su orgullo indebido en el asunto de la embajada de Babilonia y una descripci�n de la prosperidad de su reinado, todo en su mayor parte resumido del libro. de Reyes. Sin embargo, casi se ignora al profeta Isa�as. Algunas de las modificaciones m�s importantes merecen un poco de atenci�n.

Se nos dice que la invasi�n asiria fue "despu�s de estas cosas y esta fidelidad", para que no olvidemos que la liberaci�n divina fue una recompensa por la lealtad de Ezequ�as a Jehov�. Si bien el libro de los Reyes nos dice que Senaquerib tom� todas las ciudades cercadas de Jud�, el cronista siente que ni siquiera esta medida de desgracia le habr�a ocurrido a un rey que acababa de reconciliar a Israel con Jehov�, y simplemente dice que Senaquerib ten�a el prop�sito de romper estas ciudades.

El cronista ha conservado un relato de las medidas tomadas por Ezequ�as para la defensa de su capital: c�mo tap� las fuentes y cursos de agua fuera de la ciudad, para que un ej�rcito sitiador no encontrara agua, y repar� y reforz� las murallas, y anim� a su pueblo a confiar en Jehov�.

Probablemente la interrupci�n del suministro de agua fuera de los muros estuvo relacionada con una operaci�n mencionada al final de la narraci�n del reinado de Ezequ�as: "Ezequ�as tambi�n detuvo el manantial superior de las aguas de Gih�n y las llev� directamente hacia el lado occidental del ciudad de David ". 2 Cr�nicas 32:30 Adem�s, las declaraciones del cronista se basan en 2 Reyes 20:20 , donde se dice que �Ezequ�as hizo el estanque y el conducto y trajo agua a la ciudad.

"El cronista, por supuesto, estaba �ntimamente familiarizado con la topograf�a de Jerusal�n en sus propios d�as, y usa su conocimiento para interpretar y ampliar la declaraci�n en el libro de Reyes. Posiblemente se gui� en parte por Isa�as 22:9 ; Isa�as 22:11 , donde "reunir las aguas del estanque inferior" y "hacer un dep�sito entre las dos paredes para el agua del estanque antiguo" se mencionan como precauciones tomadas en vista de un probable asedio asirio.

Las recientes investigaciones del Fondo de Exploraci�n Palestina han llevado al descubrimiento de acueductos, paros y desv�os de cursos de agua que se dice corresponden a las operaciones mencionadas por el cronista. Si este es el caso, muestran un conocimiento muy preciso por su parte de la topograf�a de Jerusal�n en su propio d�a, y tambi�n ilustran su cuidado de utilizar toda la evidencia existente con el fin de obtener una interpretaci�n clara y precisa de las declaraciones de su autoridad. .

El reinado de Ezequ�as parece una oportunidad adecuada para introducir algunas observaciones sobre la importancia que el cronista concede a la m�sica de los servicios del templo. Aunque la m�sica no es m�s prominente con �l que con algunos reyes anteriores, sin embargo, en el caso de David, Salom�n y Josafat, otros temas se presentaron para un tratamiento especial; y siendo el reinado de Ezequ�as el �ltimo en el que se habla especialmente de la m�sica del santuario, aqu� podemos revisar las diversas referencias a este tema.

En su mayor parte, el cronista cuenta su historia de los d�as virtuosos de los buenos reyes con un continuo acompa�amiento de la m�sica del templo. O�mos hablar de tocar y cantar cuando el Arca fue llevada a la casa de Obed-edom; cuando fue llevada a la ciudad de David; en la dedicaci�n del templo; en la batalla entre Ab�as y Jeroboam; en la reforma de Asa; en relaci�n con el derrocamiento de los amonitas, moabitas y meunim durante el reinado de Josafat; en la coronaci�n de Jo�s; en las fiestas de Ezequ�as; y de nuevo, aunque con menos �nfasis, en la pascua de Jos�as.

Sin duda, el especial protagonismo que se le da al tema indica un inter�s profesional por parte del autor. Sin embargo, si la m�sica ocupa una proporci�n indebida de su espacio, y ha resumido relatos de asuntos m�s importantes para dejar espacio a su tema favorito, no hay raz�n para suponer que sus declaraciones reales sobrestiman la medida en que la m�sica se us� en adoraci�n o la importancia que se le atribuye.

Las narraciones m�s antiguas se refieren a la m�sica en el caso de David y Jo�s, y asignan salmos y c�nticos a David y Salom�n. Adem�s, el juda�smo no est� solo en su afici�n por la m�sica, sino que comparte esta caracter�stica con casi todas las religiones.

Hasta ahora hemos hablado del cronista principalmente como m�sico profesional, pero debe entenderse claramente que el t�rmino debe tomarse en su mejor sentido. No estaba tan absorto en la t�cnica de su arte como para olvidar su significado sagrado; �l mismo no era menos un adorador porque era el ministro o agente del culto com�n. Sus relatos de las festividades muestran una sincera apreciaci�n de todo el ritual; y sus referencias a la m�sica no nos dan las circunstancias t�cnicas de su producci�n, sino que enfatizan su efecto general.

El sentido del cronista del valor religioso de la m�sica es en gran parte el de un devoto adorador, que se ve inducido a exponer en beneficio de los dem�s una verdad que es fruto de su propia experiencia. Esta experiencia no se limita a m�sicos capacitados; de hecho, un conocimiento cient�fico del arte a veces puede interferir con su influencia devocional. La cr�tica puede ocupar el lugar del culto; y el oyente, en lugar de ceder a las sagradas sugestiones del himno o el himno, puede distraerse con su juicio est�tico en cuanto a los m�ritos de la composici�n y la habilidad demostrada por su interpretaci�n.

De la misma manera, la apreciaci�n cr�tica de la voz, la elocuci�n, el estilo literario y el poder intelectual no siempre conduce a la edificaci�n de un serm�n. En la cultura m�s aut�ntica, sin embargo, la sensibilidad a estas cualidades secundarias se ha vuelto habitual y autom�tica, y se mezcla imperceptiblemente con la conciencia religiosa de la influencia espiritual. Este �ltimo es, pues, ayudado por la excelencia y solo ligeramente obstaculizado por defectos menores en los medios naturales.

Pero la mera ausencia de un gran conocimiento cient�fico de la m�sica puede dejar el esp�ritu abierto al hechizo que la m�sica sacra est� destinada a ejercer, de modo que todas las almas alegres e inocentes puedan ser "movidas con concordia de dulces sonidos" y corazones tristes y cansados. encuentra consuelo en tensiones moderadas que respiran simpat�a de las que las palabras son incapaces.

La m�sica, como un modo de expresi�n que se mueve dentro de las restricciones de un orden regular, se adhiere naturalmente al ritual. Como la literatura m�s antigua es poes�a, la liturgia m�s antigua es musical. La melod�a es el medio m�s simple y obvio por el cual las expresiones de un grupo de adoradores pueden combinarse en un acto de adoraci�n apropiado. La mera repetici�n de las mismas palabras por parte de una congregaci�n en el habla ordinaria tiende a que le falte impresionante o incluso decoro; el uso de la melod�a permite a una congregaci�n unirse en la adoraci�n incluso cuando muchos de sus miembros no se conocen entre s�.

Una vez m�s, la m�sica puede considerarse como una expansi�n del lenguaje: no un nuevo dialecto, sino una colecci�n de s�mbolos que pueden expresar el pensamiento y, m�s especialmente, la emoci�n, para los que el mero habla no tiene vocabulario. Esta nueva forma de lenguaje se convierte naturalmente en un auxiliar de la religi�n. Las palabras son instrumentos torpes para la expresi�n del coraz�n y son menos eficientes cuando se comprometen a exponer ideas morales y espirituales. La m�sica puede trascender el mero discurso al tocar el alma hasta asuntos delicados, sugiriendo visiones de cosas inefables e invisibles.

Browning hace que Abt Vogler diga de las esperanzas m�s duraderas y supremas que Dios ha concedido a los hombres: "Nosotros, los m�sicos, lo sabemos"; pero el mensaje de la m�sica llega a casa con poder para muchos que no tienen habilidad en su arte.

Información bibliográfica
Nicoll, William R. "Comentario sobre 2 Chronicles 30". "El Comentario Bíblico del Expositor". https://beta.studylight.org/commentaries/spa/teb/2-chronicles-30.html.