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Saturday, September 28th, 2024
the Week of Proper 20 / Ordinary 25
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Bible Commentaries
El Comentario Bíblico del Expositor El Comentario Bíblico del Expositor
Declaración de derechos de autor
Estos archivos están en el dominio público.
Texto cortesía de BibleSupport.com. Usado con permiso.
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Texto cortesía de BibleSupport.com. Usado con permiso.
Información bibliográfica
Nicoll, William R. "Comentario sobre 2 Chronicles 32". "El Comentario Bíblico del Expositor". https://beta.studylight.org/commentaries/spa/teb/2-chronicles-32.html.
Nicoll, William R. "Comentario sobre 2 Chronicles 32". "El Comentario Bíblico del Expositor". https://beta.studylight.org/
Versículos 1-33
EZEQU�AS: EL VALOR RELIGIOSO DE LA M�SICA
2 Cr�nicas 29:1 ; 2 Cr�nicas 30:1 ; 2 Cr�nicas 31:1 ; 2 Cr�nicas 32:1
La inclinaci�n de la mente del cronista est� bien ilustrada por la proporci�n de espacio asignado al ritual por �l y por el libro de los Reyes, respectivamente. En este �ltimo, solo unas pocas l�neas est�n dedicadas al ritual, y la mayor parte del espacio se dedica a la invasi�n de Senaquerib, la embajada de Babilonia, etc. , mientras que en Cr�nicas el ritual ocupa aproximadamente tres veces m�s versos que los asuntos personales y p�blicos. .
Ezequ�as, aunque no estaba exento de culpa, era casi perfecto en su lealtad a Jehov�. El cronista reproduce la f�rmula habitual para un buen rey: "Hizo lo recto ante los ojos de Jehov�, conforme a todo lo que hab�a hecho David su padre"; pero su juicio cauteloso rechaza la declaraci�n un tanto ret�rica en Reyes de que "despu�s de �l no hubo ninguno como �l entre todos los reyes de Jud�, ni ninguno de los que fueron antes de �l".
La pol�tica de Ezequ�as qued� clara inmediatamente despu�s de su adhesi�n. Su celo por la reforma no pod�a tolerar demoras; el primer mes del primer a�o de su reinado lo vio activamente comprometido en la buena obra. No era una tarea f�cil lo que le esperaba. No solo hab�a altares en cada rinc�n de Jerusal�n y lugares altos id�latras en cada ciudad de Jud�, sino que los servicios del templo hab�an cesado, las l�mparas se hab�an apagado, los vasos sagrados cortados en pedazos, el templo hab�a sido contaminado y luego cerrado, y los sacerdotes y los levitas se dispersaron.
Diecis�is a�os de idolatr�a autorizada deben haber fomentado todo lo que era vil en el pa�s, haber puesto a hombres malvados en autoridad y creado numerosos intereses creados conectados por estrechos v�nculos con la idolatr�a, en particular los sacerdotes de todos los altares y lugares altos. Por otro lado, el reinado de Acaz hab�a sido una serie ininterrumpida de desastres; el pueblo hab�a soportado repetidamente los horrores de la invasi�n. Su gobierno con el paso del tiempo debi� volverse cada vez m�s impopular, porque cuando muri� no fue enterrado en los sepulcros de los reyes.
Como la idolatr�a era un rasgo prominente de su pol�tica, habr�a una reacci�n a favor de la adoraci�n de Jehov�, y no querr�a que los verdaderos creyentes le dijeran a la gente que sus sufrimientos eran consecuencia de la idolatr�a. Para un gran partido de Jud�, la revocaci�n de la pol�tica religiosa de su padre por parte de Ezequ�as ser�a tan bienvenida como la declaraci�n de Isabel contra Roma lo fue para la mayor�a de los ingleses.
Ezequ�as comenz� abriendo y reparando las puertas del templo. Sus puertas cerradas hab�an sido un s�mbolo del repudio nacional de Jehov�; reabrirlos era necesariamente el primer paso en la reconciliaci�n de Jud� con su Dios, pero s�lo el primer paso. Las puertas estaban abiertas como se�al de que Jehov� hab�a sido invitado a regresar a Su pueblo y nuevamente a manifestar Su presencia en el Lugar Sant�simo, para que a trav�s de esas puertas abiertas Israel pudiera tener acceso a �l por medio de los sacerdotes.
Pero el templo todav�a no era un lugar adecuado para la presencia de Jehov�. Con sus l�mparas apagadas, sus vasos sagrados destruidos, sus pisos y paredes llenos de polvo y llenos de toda inmundicia, era m�s bien un s�mbolo de la apostas�a de Jud�. Por consiguiente, Ezequ�as busc� la ayuda de los levitas. Es cierto que primero se dice que reuni� a sacerdotes y levitas, pero a partir de ese momento se ignora casi por completo a los sacerdotes.
Ezequ�as record� a los levitas las malas acciones de Acaz y sus seguidores y la ira que hab�an tra�do sobre Jud� y Jerusal�n; les dijo que su prop�sito era conciliar a Jehov� haciendo un pacto con �l; los exhort� como ministros escogidos de Jehov� y Su templo a que cooperaran de todo coraz�n en esta buena obra.
Los levitas respondieron a su llamado aparentemente m�s con hechos que con palabras. Ning�n portavoz responde al discurso del rey, pero con pronta obediencia se pusieron a trabajar de inmediato; se levantaron, coatitas, hijos de Merari, gersonitas, hijos de Isabel, Asaf, Hem�n y Jedut�n; el cronista tiene una afici�n hom�rica por los cat�logos de nombres altisonantes; se menciona debidamente a los l�deres de todas estas divisiones.
Coat, Gers�n y Merari son bien conocidos como los tres grandes clanes de la casa de Lev�; y aqu� encontramos a los tres gremios de cantantes -Asaph, Heman y Jeduthun- colocados al mismo nivel que los clanes m�s antiguos. Elizaphan aparentemente era una divisi�n del clan Kohath, que, al igual que los gremios de cantantes, hab�a obtenido un estatus independiente. El resultado es reconocer siete divisiones de la tribu.
Los jefes de los levitas reunieron a sus hermanos y, habiendo realizado los necesarios ritos de purificaci�n ceremonial para ellos, entraron a limpiar el templo; es decir, los sacerdotes entraron en el lugar santo y el lugar sant�simo y sacaron "toda la inmundicia" en el atrio, y los levitas la llevaron al arroyo Cedr�n; pero antes de que el edificio mismo se pudiera llegar a ocho d�as pasaron limpiando los atrios, y luego los sacerdotes entraron en el templo mismo y pasaron ocho d�as limpi�ndolo, de la manera descrita anteriormente.
Luego informaron al rey que la purificaci�n hab�a terminado, y especialmente que "todos los vasos que el rey Acaz arroj�" hab�an sido recuperados y consagrados con la debida ceremonia. En el cap�tulo anterior se nos dijo que Acaz hab�a cortado en pedazos las vasijas del templo, pero que pueden haber sido otras vasijas.
Entonces Ezequ�as celebr� una gran fiesta de dedicaci�n; Siete bueyes, siete carneros, siete corderos y siete machos cabr�os fueron ofrecidos como ofrenda por el pecado por la dinast�a, por el templo, por Jud� y (por orden especial del rey) por todo Israel, es decir , por el norte. tribus, as� como para Jud� y Benjam�n. Aparentemente, esta ofrenda por el pecado se hizo en silencio, pero despu�s el rey puso a los levitas y a los sacerdotes en sus lugares con sus instrumentos musicales, y cuando comenz� el holocausto, el c�ntico de Jehov� comenz� con las trompetas junto con los instrumentos de David, rey de Israel. Israel. Y toda la congregaci�n ador�, y los cantores cantaron, y tocaron las trompetas, y todo esto continu� hasta que termin� el holocausto.
Cuando el pueblo se reconcili� formalmente con Jehov� mediante este sacrificio nacional representativo, y as� purificado de la inmundicia de la idolatr�a y consagrado de nuevo a su Dios, se le permiti� e invit� a hacer sacrificios individuales, ofrendas de agradecimiento y holocaustos. Cada hombre podr�a disfrutar para s� mismo del privilegio renovado de tener acceso a Jehov�, obtener la seguridad del perd�n por sus pecados y ofrecer acci�n de gracias por sus propias bendiciones especiales.
Y trajeron ofrendas en abundancia: setenta novillos, cien carneros y doscientos corderos para holocausto; y seiscientos bueyes y tres mil ovejas para las ofrendas de acci�n de gracias. As� fueron restaurados y reiniciados los servicios del Templo; y Ezequ�as y el pueblo se regocijaron porque sintieron que este estallido de entusiasmo no premeditado se deb�a a la influencia bondadosa del Esp�ritu de Jehov�.
La narrativa del cronista est� algo empa�ada por un toque de celos profesionales. Seg�n el ritual ordinario, Lev�tico 1:6 el oferente despellejaba los holocaustos; pero por alguna raz�n especial, quiz�s debido a la excepcional solemnidad de la ocasi�n, este deber recay� ahora en los sacerdotes. Pero los holocaustos fueron m�s abundantes que cualquier precedente; los sacerdotes eran pocos para la obra, y los levitas fueron llamados para ayudarlos, "porque los levitas eran m�s rectos de coraz�n para purificarse que los sacerdotes". Aparentemente, incluso en el segundo templo, los hermanos no siempre viv�an juntos en unidad.
Ezequ�as hab�a proporcionado ahora los servicios regulares del templo y hab�a dado a los habitantes de Jerusal�n una oportunidad completa de regresar a Jehov�; pero la gente de las provincias conoc�a principalmente el Templo a trav�s de las grandes fiestas anuales. Estos tambi�n hab�an estado en suspenso durante mucho tiempo; y deb�an tomarse medidas especiales para asegurar su futura observancia. Para hacer esto, era necesario recordar a los provinciales su lealtad a Jehov�.
En circunstancias normales, la gran fiesta de la Pascua se habr�a observado en el primer mes, pero a la hora se�alada para la fiesta pascual, el templo todav�a estaba impuro, y los sacerdotes y levitas estaban ocupados en su purificaci�n, pero Ezequ�as no pudo soportarlo. el primer a�o de su reinado deber�a estar marcado por la omisi�n de esta gran fiesta. Consult� con los pr�ncipes y la asamblea p�blica, no se dice nada sobre los sacerdotes, y decidieron celebrar la Pascua en el segundo mes en lugar del primero.
Deducimos de las alusiones casuales en 2 Cr�nicas 30:6 que el reino de Samaria ya hab�a llegado a su fin; el pueblo hab�a sido llevado al cautiverio y solo quedaba un remanente. en la tierra. Desde este punto, los reyes de Jud� act�an como jefes religiosos de toda la naci�n y territorio de Israel. Ezequ�as envi� invitaciones a todo Israel desde Dan hasta Beerseba.
Hizo esfuerzos especiales para obtener una respuesta favorable de las tribus del norte, enviando cartas a Efra�n y Manas�s, es decir , a las diez tribus bajo su liderazgo. Les record� que sus hermanos hab�an ido al cautiverio porque las tribus del norte hab�an abandonado el Templo; y les ofreci� la esperanza de que, si adoraban en el templo y serv�an a Jehov�, ellos mismos escapar�an de m�s calamidades, y sus hermanos e hijos que hab�an ido al cautiverio regresar�an a su propia tierra.
"As� que los postes pasaron de ciudad en ciudad a trav�s del pa�s de Efra�n y Manas�s, hasta Zabul�n". O Zabul�n se usa en un sentido amplio para todas las tribus galileas, o la frase "de Beerseba a Dan" es meramente ret�rica, porque al norte, entre Zabul�n y Dan, se encuentran los territorios de Aser y Neftal�. Debe notarse que las tribus m�s all� del Jord�n no se mencionan en ninguna parte; ya hab�an salido de la historia de Israel y apenas se recordaban en la �poca del cronista.
La apelaci�n de Ezequ�as a las comunidades supervivientes del Reino del Norte fracas�; se burlaban de sus mensajeros y se burlaban de ellos; pero los individuos respondieron a su invitaci�n en tal n�mero que se habla de ellos como "una multitud del pueblo, incluso muchos de Efra�n y Manas�s, Isacar y Zabul�n". Tambi�n hab�a hombres de Aser entre los peregrinos del norte. Cf. 2 Cr�nicas 30:11 ; 2 Cr�nicas 30:18
El piadoso entusiasmo de Jud� se destac� en vivo contraste con la obstinada impenitencia de la mayor�a de las diez tribus. Por la gracia de Dios, Jud� fue de un coraz�n para observar la fiesta se�alada por Jehov� a trav�s del rey y los pr�ncipes, de modo que se reuni� en Jerusal�n una gran asamblea de adoradores, superando incluso las grandes reuniones que el cronista hab�a presenciado en el fiestas anuales.
Pero aunque el Templo hab�a sido limpiado, la Ciudad Santa a�n no estaba libre de la mancha de la idolatr�a. El car�cter de la Pascua exig�a que no solo el templo, sino toda la ciudad, fuera pura. El cordero pascual se com�a en casa y los postes de las puertas de la casa se rociaban con su sangre. Pero Acaz hab�a levantado altares en todos los rincones de la ciudad; ning�n israelita devoto pod�a tolerar los s�mbolos del culto id�latra cerca de la casa en la que celebraba los ritos solemnes de la Pascua. Por consiguiente, antes de que se matara la Pascua, estos altares fueron removidos.
Entonces comenz� la gran fiesta; pero despu�s de largos a�os de idolatr�a, ni el pueblo ni los sacerdotes y levitas estaban lo suficientemente familiarizados con los ritos de la fiesta como para poder realizarlos sin alguna dificultad y confusi�n. Por regla general, cada cabeza de familia sacrificaba su propio cordero; pero muchos de los adoradores, especialmente los del norte, no estaban ceremonialmente limpios, y esta tarea recay� sobre los levitas.
La inmensa concurrencia de adoradores y el trabajo adicional realizado en el ministerio del templo deben haber exigido extraordinarias exigencias a su celo y energ�a. Cf. 2 Cr�nicas 29:34 ; 2 Cr�nicas 30:3 Al principio, aparentemente vacilaron y se inclinaron a abstenerse de cumplir con sus deberes habituales.
Una pascua en un mes no designado por Mois�s, pero decidido por las autoridades civiles sin consultar al sacerdocio, puede parecer una innovaci�n dudosa y peligrosa. Al recordar la exitosa afirmaci�n de Azar�as de la prerrogativa jer�rquica contra Uz�as, podr�an estar inclinados a intentar una resistencia similar a Ezequ�as. Pero el piadoso entusiasmo del pueblo mostr� claramente que el Esp�ritu de Jehov� inspir� su celo un tanto irregular; de modo que los funcionarios eclesi�sticos se sintieron avergonzados por su actitud poco comprensiva y se adelantaron para participar plenamente y a�n m�s de lo que les correspond�a en esta gloriosa nueva dedicaci�n de Israel a Jehov�.
Pero quedaba una dificultad adicional: la impureza no s�lo imped�a matar los corderos pascuales, sino tambi�n participar en la Pascua; y una multitud del pueblo qued� inmunda. Sin embargo, habr�a sido descort�s e incluso peligroso desalentar su celo reci�n nacido excluy�ndolos del festival; adem�s, muchos de ellos eran fieles de entre las diez tribus, que hab�an acudido en respuesta a una invitaci�n especial, que la mayor�a de sus compatriotas hab�an rechazado con desd�n y desprecio.
Si hubieran sido enviados de regreso porque no se hab�an limpiado de acuerdo con un ritual que ignoraban, y del cual Ezequ�as podr�a haber sabido que ignorar�an, tanto el rey como sus invitados habr�an incurrido en el rid�culo inconmensurable de los imp�os norte�os. . Por consiguiente, se les permiti� participar en la Pascua a pesar de su inmundicia. Pero este permiso solo podr�a otorgarse con serias aprensiones en cuanto a sus consecuencias.
La Ley amenazaba de muerte a cualquiera que asistiera a los servicios del santuario en estado de impureza. Lev�tico 15:31 Posiblemente ya hubiera se�ales de un brote de pestilencia; en cualquier caso, el temor al castigo divino por presunci�n sacr�lega angustiar�a a toda la asamblea y estropear�a su disfrute de la comuni�n divina.
Una vez m�s, no es un sacerdote ni un profeta, sino el rey, el Mes�as, quien se presenta como mediador entre Dios y el hombre. Ezequ�as or� por ellos, diciendo: "Jehov�, en su gracia y misericordia, perdona a todo el que pone su coraz�n en buscar a Elohim, Jehov�, el Dios de sus padres, aunque no sea purificado seg�n el ritual del templo. Y Jehov� escuch� a Ezequ�as, y san� al pueblo, " es decir , los san� de la enfermedad actual o los alivi� del miedo a la pestilencia.
Y as� la fiesta prosigui� feliz y pr�spera, y se prolong� por aclamaci�n por siete d�as m�s. Durante catorce d�as, rey y pr�ncipes, sacerdotes y levitas, jud�os e israelitas se regocijaron delante de Jehov�; miles de bueyes y ovejas ahumados sobre el altar; y ahora los sacerdotes no estaban atrasados: gran n�mero se purificaba para servir a la devoci�n popular. Los sacerdotes y los levitas cantaron e hicieron melod�as a Jehov�, de modo que los levitas se ganaron el elogio especial del rey.
La gran fiesta termin� con una bendici�n solemne: "Los sacerdotes se levantaron y bendijeron al pueblo, y se escuch� su voz, y su oraci�n lleg� a su santa morada, hasta el cielo". Los sacerdotes, y a trav�s de ellos el pueblo, recibieron la certeza de que su adoraci�n solemne y prolongada hab�a tenido una grata aceptaci�n.
Ya m�s de una vez hemos tenido ocasi�n de considerar el tema principal del cronista: la importancia del Templo, su ritual y sus ministros. Incidentalmente y quiz�s inconscientemente, sugiere aqu� otra lecci�n, que es especialmente significativa por venir de un ritualista ardiente, a saber, las limitaciones necesarias de la uniformidad en el ritual. La celebraci�n de la Pascua de Ezequ�as est� llena de irregularidades: se lleva a cabo en el mes equivocado; se prolonga al doble del per�odo habitual; entre los adoradores hay multitudes de personas inmundas, cuya presencia en estos servicios deber�a haber sido castigada con un castigo terrible.
Todo se condona por motivos de emergencia, y las leyes rituales se anulan sin consultar a los funcionarios eclesi�sticos. Todo sirve para enfatizar la lecci�n que tocamos en relaci�n con los sacrificios de David en la era de Orn�n el jebuseo: el ritual est� hecho para el hombre, no el hombre para el ritual. Se puede insistir en la uniformidad completa en tiempos ordinarios, pero se puede prescindir de ella en cualquier emergencia urgente; la necesidad no conoce ninguna ley, ni siquiera la Tor� del Pentateuco.
Adem�s, en tales emergencias no es necesario esperar la iniciativa o incluso la sanci�n de los funcionarios eclesi�sticos; la autoridad suprema en la Iglesia en todas sus grandes crisis reside en todo el cuerpo de creyentes. Nadie tiene derecho a hablar con mayor autoridad sobre las limitaciones del ritual que un firme defensor de la santidad del ritual como el cronista; y bien podemos se�alar, como una de las se�ales m�s conspicuas de su inspiraci�n, el sentido com�n santificado mostrado por su registro franco y comprensivo de las irregularidades de la pascua de Ezequ�as.
Indudablemente hab�an surgido emergencias incluso en su propia experiencia de las grandes fiestas del Templo que le hab�an ense�ado esta lecci�n; y dice mucho del tono saludable de la comunidad del Templo en su �poca que �l no intente reconciliar la pr�ctica de Ezequ�as con la ley de Mois�s con ninguna objeci�n armoniosa.
Sin embargo, la obra de purificaci�n y restauraci�n a�n estaba incompleta: el Templo hab�a sido limpiado de las contaminaciones de la idolatr�a, los altares paganos hab�an sido removidos de Jerusal�n, pero los lugares altos permanec�an en todas las ciudades de Jud�. Cuando por fin termin� la Pascua, la multitud reunida, "todo Israel que estaba presente", parti�, como los puritanos ingleses o escoceses, en una gran expedici�n iconoclasta.
A lo largo y a lo ancho de la Tierra Prometida, en Jud� y Benjam�n, Efra�n y Manas�s, quebraron las columnas sagradas, derribaron Aserim y derribaron los lugares altos y altares; luego se fueron a casa.
Mientras tanto, Ezequ�as se dedicaba a reorganizar a los sacerdotes y levitas y a hacer arreglos para el pago y distribuci�n de las cuotas sagradas. El rey dio un ejemplo de liberalidad al hacer provisiones para las ofrendas diarias, semanales, mensuales y festivas. La gente no tard� en imitarlo; trajeron primicias y diezmos en tal abundancia que pasaron cuatro meses amontonando montones de ofrendas.
"As� hizo Ezequ�as en todo Jud�; e hizo lo bueno, lo recto y lo fiel delante de Jehov� su Dios; y en toda obra que comenz� en el servicio del templo, en la ley y en los mandamientos, para buscar a su Dios, lo hizo con todo su coraz�n, y lo llev� a un resultado exitoso ".
Luego siga un relato de la liberaci�n de Senaquerib y de la recuperaci�n de Ezequ�as de la enfermedad, una referencia a su orgullo indebido en el asunto de la embajada de Babilonia y una descripci�n de la prosperidad de su reinado, todo en su mayor parte resumido del libro. de Reyes. Sin embargo, casi se ignora al profeta Isa�as. Algunas de las modificaciones m�s importantes merecen un poco de atenci�n.
Se nos dice que la invasi�n asiria fue "despu�s de estas cosas y esta fidelidad", para que no olvidemos que la liberaci�n divina fue una recompensa por la lealtad de Ezequ�as a Jehov�. Si bien el libro de los Reyes nos dice que Senaquerib tom� todas las ciudades cercadas de Jud�, el cronista siente que ni siquiera esta medida de desgracia le habr�a ocurrido a un rey que acababa de reconciliar a Israel con Jehov�, y simplemente dice que Senaquerib ten�a el prop�sito de romper estas ciudades.
El cronista ha conservado un relato de las medidas tomadas por Ezequ�as para la defensa de su capital: c�mo tap� las fuentes y cursos de agua fuera de la ciudad, para que un ej�rcito sitiador no encontrara agua, y repar� y reforz� las murallas, y anim� a su pueblo a confiar en Jehov�.
Probablemente la interrupci�n del suministro de agua fuera de los muros estuvo relacionada con una operaci�n mencionada al final de la narraci�n del reinado de Ezequ�as: "Ezequ�as tambi�n detuvo el manantial superior de las aguas de Gih�n y las llev� directamente hacia el lado occidental del ciudad de David ". 2 Cr�nicas 32:30 Adem�s, las declaraciones del cronista se basan en 2 Reyes 20:20 , donde se dice que �Ezequ�as hizo el estanque y el conducto y trajo agua a la ciudad.
"El cronista, por supuesto, estaba �ntimamente familiarizado con la topograf�a de Jerusal�n en sus propios d�as, y usa su conocimiento para interpretar y ampliar la declaraci�n en el libro de Reyes. Posiblemente se gui� en parte por Isa�as 22:9 ; Isa�as 22:11 , donde "reunir las aguas del estanque inferior" y "hacer un dep�sito entre las dos paredes para el agua del estanque antiguo" se mencionan como precauciones tomadas en vista de un probable asedio asirio.
Las recientes investigaciones del Fondo de Exploraci�n Palestina han llevado al descubrimiento de acueductos, paros y desv�os de cursos de agua que se dice corresponden a las operaciones mencionadas por el cronista. Si este es el caso, muestran un conocimiento muy preciso por su parte de la topograf�a de Jerusal�n en su propio d�a, y tambi�n ilustran su cuidado de utilizar toda la evidencia existente con el fin de obtener una interpretaci�n clara y precisa de las declaraciones de su autoridad. .
El reinado de Ezequ�as parece una oportunidad adecuada para introducir algunas observaciones sobre la importancia que el cronista concede a la m�sica de los servicios del templo. Aunque la m�sica no es m�s prominente con �l que con algunos reyes anteriores, sin embargo, en el caso de David, Salom�n y Josafat, otros temas se presentaron para un tratamiento especial; y siendo el reinado de Ezequ�as el �ltimo en el que se habla especialmente de la m�sica del santuario, aqu� podemos revisar las diversas referencias a este tema.
En su mayor parte, el cronista cuenta su historia de los d�as virtuosos de los buenos reyes con un continuo acompa�amiento de la m�sica del templo. O�mos hablar de tocar y cantar cuando el Arca fue llevada a la casa de Obed-edom; cuando fue llevada a la ciudad de David; en la dedicaci�n del templo; en la batalla entre Ab�as y Jeroboam; en la reforma de Asa; en relaci�n con el derrocamiento de los amonitas, moabitas y meunim durante el reinado de Josafat; en la coronaci�n de Jo�s; en las fiestas de Ezequ�as; y de nuevo, aunque con menos �nfasis, en la pascua de Jos�as.
Sin duda, el especial protagonismo que se le da al tema indica un inter�s profesional por parte del autor. Sin embargo, si la m�sica ocupa una proporci�n indebida de su espacio, y ha resumido relatos de asuntos m�s importantes para dejar espacio a su tema favorito, no hay raz�n para suponer que sus declaraciones reales sobrestiman la medida en que la m�sica se us� en adoraci�n o la importancia que se le atribuye.
Las narraciones m�s antiguas se refieren a la m�sica en el caso de David y Jo�s, y asignan salmos y c�nticos a David y Salom�n. Adem�s, el juda�smo no est� solo en su afici�n por la m�sica, sino que comparte esta caracter�stica con casi todas las religiones.
Hasta ahora hemos hablado del cronista principalmente como m�sico profesional, pero debe entenderse claramente que el t�rmino debe tomarse en su mejor sentido. No estaba tan absorto en la t�cnica de su arte como para olvidar su significado sagrado; �l mismo no era menos un adorador porque era el ministro o agente del culto com�n. Sus relatos de las festividades muestran una sincera apreciaci�n de todo el ritual; y sus referencias a la m�sica no nos dan las circunstancias t�cnicas de su producci�n, sino que enfatizan su efecto general.
El sentido del cronista del valor religioso de la m�sica es en gran parte el de un devoto adorador, que se ve inducido a exponer en beneficio de los dem�s una verdad que es fruto de su propia experiencia. Esta experiencia no se limita a m�sicos capacitados; de hecho, un conocimiento cient�fico del arte a veces puede interferir con su influencia devocional. La cr�tica puede ocupar el lugar del culto; y el oyente, en lugar de ceder a las sagradas sugestiones del himno o el himno, puede distraerse con su juicio est�tico en cuanto a los m�ritos de la composici�n y la habilidad demostrada por su interpretaci�n.
De la misma manera, la apreciaci�n cr�tica de la voz, la elocuci�n, el estilo literario y el poder intelectual no siempre conduce a la edificaci�n de un serm�n. En la cultura m�s aut�ntica, sin embargo, la sensibilidad a estas cualidades secundarias se ha vuelto habitual y autom�tica, y se mezcla imperceptiblemente con la conciencia religiosa de la influencia espiritual. Este �ltimo es, pues, ayudado por la excelencia y solo ligeramente obstaculizado por defectos menores en los medios naturales.
Pero la mera ausencia de un gran conocimiento cient�fico de la m�sica puede dejar el esp�ritu abierto al hechizo que la m�sica sacra est� destinada a ejercer, de modo que todas las almas alegres e inocentes puedan ser "movidas con concordia de dulces sonidos" y corazones tristes y cansados. encuentra consuelo en tensiones moderadas que respiran simpat�a de las que las palabras son incapaces.
La m�sica, como un modo de expresi�n que se mueve dentro de las restricciones de un orden regular, se adhiere naturalmente al ritual. Como la literatura m�s antigua es poes�a, la liturgia m�s antigua es musical. La melod�a es el medio m�s simple y obvio por el cual las expresiones de un grupo de adoradores pueden combinarse en un acto de adoraci�n apropiado. La mera repetici�n de las mismas palabras por parte de una congregaci�n en el habla ordinaria tiende a que le falte impresionante o incluso decoro; el uso de la melod�a permite a una congregaci�n unirse en la adoraci�n incluso cuando muchos de sus miembros no se conocen entre s�.
Una vez m�s, la m�sica puede considerarse como una expansi�n del lenguaje: no un nuevo dialecto, sino una colecci�n de s�mbolos que pueden expresar el pensamiento y, m�s especialmente, la emoci�n, para los que el mero habla no tiene vocabulario. Esta nueva forma de lenguaje se convierte naturalmente en un auxiliar de la religi�n. Las palabras son instrumentos torpes para la expresi�n del coraz�n y son menos eficientes cuando se comprometen a exponer ideas morales y espirituales. La m�sica puede trascender el mero discurso al tocar el alma hasta asuntos delicados, sugiriendo visiones de cosas inefables e invisibles.
Browning hace que Abt Vogler diga de las esperanzas m�s duraderas y supremas que Dios ha concedido a los hombres: "Nosotros, los m�sicos, lo sabemos"; pero el mensaje de la m�sica llega a casa con poder para muchos que no tienen habilidad en su arte.