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2 Crónicas 35

El Comentario Bíblico del ExpositorEl Comentario Bíblico del Expositor

Versículos 1-27

LOS �LTIMOS REYES DE JUD�

2 Cr�nicas 34:1 ; 2 Cr�nicas 35:1 ; 2 Cr�nicas 36:1

Cualquiera que sea la influencia que la reforma de Manas�s ejerci� sobre su pueblo en general, la mancha de idolatr�a no fue eliminada de su propia familia. Su hijo Amon lo sucedi� a la edad de veintid�s a�os. En su reinado de dos a�os comprimi� todas las variedades de maldad que alguna vez practic� su padre y deshizo la buena obra de los �ltimos a�os de Manas�s. Recuper� las im�genes esculpidas que Manas�s hab�a desechado, las volvi� a colocar en sus santuarios y las ador� en lugar de a Jehov�. Pero en su caso no hubo arrepentimiento, y fue cortado en su juventud.

En ausencia de evidencia concluyente en cuanto a la fecha de la reforma de Manas�s, no podemos determinar con certeza si Am�n recibi� su entrenamiento temprano antes o despu�s de que su padre regresara a la adoraci�n de Jehov�. En cualquier caso, la historia anterior de Manas�s le dificultar�a contrarrestar cualquier influencia maligna que atrajera a Am�n hacia la idolatr�a. Am�n podr�a poner el ejemplo y quiz�s la ense�anza de los d�as anteriores de su padre en contra de cualquier exhortaci�n posterior a la justicia. Cuando un padre ha ayudado a desviar a sus hijos, no puede estar seguro de que los llevar� consigo en su arrepentimiento.

Despu�s del asesinato de Am�n, el pueblo coloc� a su hijo Jos�as en el trono. Como Jo�s y Manas�s, Jos�as era un ni�o de solo ocho a�os. El cronista sigue la l�nea general de la historia del libro de los Reyes, modificando, resumiendo y ampliando, pero sin introducir nuevos incidentes; la reforma, la reparaci�n del Templo, el descubrimiento del libro de la Ley, la Pascua, la derrota y muerte de Jos�as en Meguido, son narrados por ambos historiadores. Solo tenemos que notar diferencias en un tratamiento algo similar del mismo tema.

M�s all� de la declaraci�n general de que Jos�as "hizo lo recto ante los ojos de Jehov�", no o�mos nada acerca de �l en el libro de los Reyes hasta el a�o dieciocho de su reinado, y su reforma y eliminaci�n de la idolatr�a se ubican en ese a�o. Las autoridades del cronista corrigieron la afirmaci�n de que el piadoso rey toler� la idolatr�a durante dieciocho a�os. Registran arco en el octavo a�o de su reinado, cuando ten�a diecis�is a�os, comenz� a buscar al Dios de David; ya los doce a�os se puso a la obra de destruir �dolos por todo el territorio de Israel, en las ciudades y ruinas de Manas�s, Efra�n y Sime�n, hasta Neftal�, as� como en Jud� y Benjam�n.

Al ver que las ciudades asignadas a Sime�n estaban en el sur de Jud�, es un poco dif�cil entender por qu� aparecen con las tribus del norte, a menos que t�cnicamente se las considere para formar el n�mero antiguo.

La consecuencia de este cambio de fecha es que en Cr�nicas la reforma precede al descubrimiento del libro de la Ley, mientras que en la historia anterior este descubrimiento es la causa de la reforma. El relato del cronista de los �dolos y otros aparatos de adoraci�n falsa destruidos por Jos�as es mucho menos detallado que el del libro de Reyes. Haber reproducido la narraci�n anterior en su totalidad habr�a planteado serias dificultades.

Seg�n el cronista, Manas�s hab�a limpiado Jerusal�n de �dolos y altares de �dolos; y solo Am�n fue responsable de todo lo que exist�a all� en el momento de la ascensi�n de Jos�as; pero en el libro de los reyes Jos�as encontr� en Jerusal�n los altares erigidos por los reyes de Jud� y los caballos que hab�an dado al sol. Los altares de Manas�s todav�a estaban en los patios del Templo; y enfrente de Jerusal�n a�n quedaban los lugares altos que Salom�n hab�a construido para Astart�, Quemos y Milcom.

Como el cronista al describir el reinado de Salom�n omiti� cuidadosamente toda menci�n de sus pecados, tambi�n omite esta referencia a su idolatr�a. Adem�s, si lo hubiera insertado, habr�a tenido que explicar c�mo estos lugares altos escaparon al celo de los muchos reyes piadosos que acabaron con los lugares altos. De manera similar, habiendo omitido el relato del hombre de Dios que profetiz� la ruina del santuario de Jeroboam en Betel, aqu� omite el cumplimiento de esa profec�a.

El relato de la reparaci�n del templo se ampl�a con la inserci�n de varios detalles en cuanto a los nombres, funciones y celo de los levitas, entre los cuales los que ten�an habilidad en los instrumentos musicales parecen haber tenido la supervisi�n de los obreros. Nos recuerdan los muros de Tebas, que se levantaron del suelo mientras Orfeo tocaba su flauta. De manera similar, en el relato de la asamblea convocada para escuchar el contenido del libro de la Ley, los levitas sustituyen a los profetas. Este libro de la Ley se dice en Cr�nicas que fue dado por Mois�s, pero su nombre no est� conectado con el libro en la narraci�n paralela en el libro de Reyes.

La autoridad anterior simplemente declara que Jos�as celebr� una gran pascua; Chronicles, como de costumbre, describe el festival en detalle. En primer lugar, el rey orden� a los sacerdotes y levitas que se purificaran y ocuparan sus lugares en el debido orden, para que estuvieran listos para cumplir con sus deberes sagrados. La narraci�n es muy oscura, pero parece que durante la apostas�a de Am�n o debido a las recientes reparaciones del Templo, el Arca hab�a sido removida del Lugar Sant�simo.

La Ley hab�a asignado especialmente a los levitas el deber de llevar el Tabern�culo y sus muebles, y parecen haber pensado que solo estaban obligados a ejercer la funci�n de llevar el Arca; tal vez propusieron llevarlo en procesi�n solemne alrededor de la ciudad como parte de la celebraci�n de la Pascua, olvidando las palabras de David de que los levitas no deb�an llevar m�s el Tabern�culo y sus vasijas.

Habr�an estado encantados de sustituir este llamativo y honorable servicio por el laborioso y servil trabajo de desollar a las v�ctimas. Jos�as, sin embargo, les orden� que pusieran el arca en el templo y se ocuparan de sus otros deberes.

A continuaci�n, el rey y sus nobles proporcionaron animales de diversas clases para los sacrificios y la cena de Pascua. Los dones de Jos�as fueron a�n m�s generosos que los de Ezequ�as. Este �ltimo hab�a dado mil bueyes y diez mil ovejas; Josiah dio solo tres veces m�s. Adem�s, en la Pascua de Ezequ�as no se mencionan las ofrendas de los pr�ncipes, pero ahora agregaron sus ofrendas a las del rey.

Los jefes del sacerdocio proporcionaron trescientos bueyes y dos mil seiscientas reses para los sacerdotes, y los jefes de los levitas quinientos bueyes y cinco mil reses para los levitas. Pero a pesar de las numerosas v�ctimas de la pascua de Jos�as, a�n no alcanzaron el gran sacrificio de veintid�s mil bueyes y ciento veinte mil ovejas que ofreci� Salom�n en la dedicaci�n del templo.

Entonces comenz� el trabajo real de los sacrificios: las v�ctimas fueron asesinadas y desolladas, y su sangre fue rociada sobre el altar; los holocaustos se distribuyeron entre el pueblo; se asaron los corderos pascuales y las dem�s ofrendas cocidas, y los levitas "las llevaron r�pidamente a todos los hijos del pueblo". Aparentemente, los particulares no pudieron encontrar los medios para cocinar la abundante provisi�n que se les proporcion�; y, para satisfacer la necesidad del caso, los patios del templo se convirtieron en cocinas y mataderos para los fieles reunidos. Las otras ofrendas no se comer�an con el cordero pascual, sino que servir�an durante los d�as restantes de la fiesta.

Los levitas no solo prove�an para el pueblo, para ellos mismos y para los sacerdotes, sino que los levitas que ministraban en el asunto de los sacrificios tambi�n preparaban para sus hermanos que eran cantores y porteadores, de modo que estos �ltimos pudieron asistir sin ser molestados a sus propios sacrificios. deberes especiales; todos los miembros del gremio de porteadores estaban en las puertas manteniendo el orden entre la multitud de fieles; y toda la fuerza de la orquesta y el coro contribuy� a la belleza y solemnidad de los servicios. Fue la Pascua m�s grande celebrada por cualquier rey israelita.

La pascua de Jos�as, como la de Ezequ�as, fue seguida por una formidable invasi�n extranjera; pero mientras que Ezequ�as fue recompensado por su renovada lealtad con una triunfante liberaci�n, Jos�as fue derrotado y asesinado. Estos hechos someten la teor�a de la retribuci�n del cronista a una tensi�n severa. Su perplejidad encuentra expresi�n pat�tica en las palabras iniciales de la nueva secci�n, "Despu�s de todo esto", despu�s de que todos los �dolos hubieran sido quitados, despu�s de la celebraci�n de la Pascua m�s magn�fica que la monarqu�a hab�a visto jam�s.

Despu�s de todo esto, cuando busc�bamos las recompensas prometidas de la piedad: temporadas f�rtiles, paz y prosperidad en el hogar, victoria y dominio en el extranjero, tributos de los pueblos sometidos y riqueza del comercio exitoso, despu�s de todo esto, la derrota de los ej�rcitos de Jehov� en Meguido, la huida y muerte del rey herido, el lamento por Jos�as, la exaltaci�n de un candidato de Fara�n al trono y el pago de tributo al rey egipcio.

El cronista no tiene una explicaci�n completa de este doloroso misterio, pero hace lo que puede para afrontar las dificultades del caso. Como los grandes profetas en casos similares, considera que el rey pagano tiene una comisi�n divina. El rey jud�o deber�a haber recibido el llamamiento del fara�n a Jos�as para que permaneciera neutral como un mensaje autorizado de Jehov�. Fue el hecho de no discernir en un rey pagano al vocero y profeta de Jehov� lo que le cost� la vida a Jos�as y la libertad a Jud�.

El cronista no ten�a motivos para demorarse en los �ltimos d�as tristes de la monarqu�a; el resto de su narraci�n est� casi enteramente abreviado del libro de los Reyes. Joacaz, Joacim, Joaqu�n y Sedequ�as pasan por la escena en r�pida y melanc�lica sucesi�n. En el caso de Joacaz, que s�lo rein� tres meses, el cronista omite el juicio desfavorable registrado en el libro de los Reyes; pero lo repite para los otros tres, incluso para el pobre muchacho de ocho a�os que fue llevado cautivo despu�s de un reinado de tres meses y diez d�as. El cronista no hab�a aprendido que los reyes no pueden hacer mal; por otro lado, la pol�tica imp�a de los ministros de Joaqu�n est� etiquetada con el nombre del ni�o soberano.

Cada uno de estos reyes a su vez fue depuesto y llevado al cautiverio, a menos que Joacim sea una excepci�n. En el libro de los Reyes se nos dice que se acost� con sus padres, es decir , que muri� y fue enterrado en las tumbas reales de Jerusal�n, una declaraci�n que la LXX inserta aqu� tambi�n, especificando, sin embargo, que fue enterrado en el jard�n. de Uzza. Si el piadoso Jos�as fue castigado por un solo error con la derrota y la muerte, �por qu� se le permiti� al malvado Joacim reinar hasta el final de su vida y luego morir en su cama? La informaci�n del cronista difer�a de la de la narraci�n anterior de una manera que elimin�, o en todo caso suprimi�, la dificultad.

Omite la declaraci�n de que Joacim durmi� con sus padres y nos dice que Nabucodonosor lo at� con grilletes para llevarlo a Babilonia. Los lectores ocasionales supondr�an naturalmente que este prop�sito se llev� a cabo y que la justicia divina qued� satisfecha con la muerte de Joacim en cautiverio; y, sin embargo, si compararan este pasaje con el del libro de los Reyes, se les podr�a ocurrir que despu�s de que el rey fue encadenado, algo podr�a haber llevado a Nabucodonosor a cambiar de opini�n, o, como Manas�s, Joacim podr�a haberse arrepentido y permitido regresar.

Pero es muy dudoso que las autoridades del cronista contemplaran la posibilidad de tal interpretaci�n; No es justo atribuirles todas las sutilezas de los comentaristas modernos.

La verdadera conclusi�n de la historia del cronista de los reyes de la casa de David es un resumen de los pecados de los �ltimos d�as de la monarqu�a y de la historia de su ruina final en 2 Cr�nicas 36:14 . Todos los jefes de los sacerdotes y del pueblo fueron entregados a las abominaciones de la idolatr�a; y a pesar de las constantes y urgentes amonestaciones de los profetas de Jehov�, endurecieron su coraz�n, y se burlaron de los mensajeros de Dios, y despreciaron sus palabras, y abusaron de sus profetas, hasta que la ira de Jehov� se levant� contra su pueblo, y no hubo cicatrizaci�n.

Sin embargo, a esta perorata se agrega una nota que la duraci�n del cautiverio se fij� en setenta a�os, para que la tierra pudiera "disfrutar de sus s�bados". Esta nota se basa en Lev�tico 25:1 , seg�n el cual la tierra deb�a dejarse en barbecho cada siete a�os. El cautiverio de setenta a�os compensar�a setenta per�odos de seis a�os cada uno durante los cuales no se hab�an observado a�os sab�ticos. As�, la Cautividad, con los cuatrocientos veinte a�os anteriores de negligencia, equivaldr�a a setenta per�odos sab�ticos. No hay econom�a en retener lo que se le debe a Dios.

Adem�s, el editor que separ� Cr�nicas del libro de Esdras y Nehem�as se mostr� reacio a permitir que la primera parte de la historia terminara en un l�gubre registro de pecado y ruina. Los jud�os modernos, al leer el �ltimo cap�tulo de Isa�as, en lugar de concluir con las malas palabras de los dos �ltimos vers�culos, repiten una parte anterior del cap�tulo. As� que aqu�, a la historia de la ruina de Jerusal�n, el editor ha agregado dos vers�culos del comienzo del libro de Esdras, que contienen el decreto de Ciro que autoriza el regreso del cautiverio.

Y as� Cr�nicas concluye en medio de una frase que se completa en el libro de Esdras: "�Qui�n hay entre vosotros de todo su pueblo? Que Jehov� su Dios est� con �l, y que suba". 2 Cr�nicas 36:23

Tal conclusi�n sugiere dos consideraciones que formar�n un cierre apropiado a nuestra exposici�n. Cr�nicas no es una obra terminada; no tiene un final formal; m�s bien se rompe abruptamente como un diario interrumpido. De la misma manera, el libro de los Reyes concluye con una nota sobre el trato que se dio al cautivo Joaqu�n en Babilonia: el �ltimo vers�culo dice: "Y para su asignaci�n se le daba una asignaci�n continua del rey, cada d�a una porci�n, todos los d�as de su vida.

"El libro de Nehem�as tiene una breve oraci�n final:" Acu�rdate de m�, oh Dios m�o, para siempre "; pero el p�rrafo anterior est� simplemente ocupado, con los arreglos para la ofrenda de le�a y las primicias. As�, en el Nuevo Testamento, la historia de la Iglesia rompe con la afirmaci�n de que San Pablo residi� dos a�os enteros en su propia casa alquilada, predicando el reino de Dios. Los escritores sagrados reconocen la continuidad del trato de Dios con su pueblo; no sugieren que un per�odo pueda ser marcado fuera por una clara l�nea divisoria o intervalo de otro.

Cada historiador deja, por as� decirlo, los cabos sueltos de su obra listos para ser retomados y continuados por sus sucesores. El Esp�ritu Santo busca estimular a la Iglesia a tener una perspectiva de futuro, para que pueda esperar y trabajar por un futuro en el que el poder y la gracia de Dios no ser�n menos manifiestos que en el pasado. Adem�s, el editor final de Cr�nicas se ha mostrado reacio a que el libro concluya con un l�gubre relato de pecado y ruina, y ha a�adido algunas l�neas para recordar a sus lectores la nueva vida de fe y esperanza que se encuentra m�s all� del cautiverio. Al hacerlo, se ha hecho eco de la nota clave de la profec�a: m�s all� de la transgresi�n y el castigo del hombre, los profetas vieron la visi�n de su perd�n y restauraci�n a Dios.

Información bibliográfica
Nicoll, William R. "Comentario sobre 2 Chronicles 35". "El Comentario Bíblico del Expositor". https://beta.studylight.org/commentaries/spa/teb/2-chronicles-35.html.