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2 Reyes 7

El Comentario Bíblico del ExpositorEl Comentario Bíblico del Expositor

Versículos 1-20

LA HAMBRE Y EL ASEDIO

2 Reyes 6:24 ; 2 Reyes 7:1

"Realmente no es un plan de inundaciones cuando los pr�ncipes juegan

El buitre entre carro�a; pero cuando

Ellos juegan a la carro�a entre los buitres, que

Es diez veces peor ".

-LESSING, " Nathan el Sabio ", Acto I, Sc. 3

Si el Ben-adad, rey de Siria, que redujo a Samaria a los horribles aprietos registrados en este cap�tulo, 2 Reyes 6:1 era el mismo Ben-adad a quien Acab hab�a tratado con tanta confianza descort�s, su odio contra Israel debe haber ardido con vehemencia. Adem�s del asunto de Dothan, ya hab�a sido derrotado dos veces con una enorme matanza, y contra esos desastres solo pudo establecer la muerte de Acab en Ramoth-Gilead.

Es obvio por la narraci�n anterior que �l podr�a avanzar en cualquier momento a su voluntad y placer al coraz�n del pa�s de su enemigo, y encerrarlo en su capital casi sin resistencia. Los trenes de asedio de la antig�edad eran muy ineficaces, y cualquier fortaleza fuerte pod�a resistir durante a�os, si tan s�lo estuviera bien abastecida. Ese no fue el caso de Samaria, y se redujo a una condici�n de gran hambruna.

Alimentos tan repugnantes como la cabeza de un asno, que en otras ocasiones los m�s pobres habr�an despreciado, ahora se vend�an por ochenta siclos de plata (alrededor de ocho libras esterlinas); y la cuarta parte de un xestes o kab - que era en s� mismo la medida seca m�s peque�a, la sexta parte de un seah - de la legumbre ordinaria o garbanzos tostados, vulgarmente conocidos como "esti�rcol de paloma", costaba cinco siclos ( alrededor de 12S. 6d.).

Mientras las cosas estaban en este terrible paso, "el Rey de Israel", como se le llama vagamente a lo largo de esta historia, hizo sus rondas en la pared para visitar a los centinelas y animar a los soldados en su defensa. Al pasar, una mujer grit�: "�Socorro, mi se�or, oh rey!" En las monarqu�as orientales, el rey es juez de los m�s humildes; un suplicante, por mezquino que sea, puede llorarle. Joram pens� que �ste era s�lo uno de los llamamientos que surg�an de la clamorosa mendacidad del hambre con la que se hab�a familiarizado tan dolorosamente. "�El Se�or te maldiga!" exclam� con impaciencia. "�En qu� puedo ayudarlo? Todos los pisos de los graneros est�n desnudos, todos los lagares vaciados". Y pas�.

Pero la mujer continu� su clamor salvaje y, volvi�ndose ante su importunidad, �l pregunt�: "�Qu� te aflige?"

Escuch� en respuesta una narraci�n tan espantosa como siempre golpe� la oreja de un rey en una ciudad sitiada. Entre las maldiciones denunciadas sobre el Israel ap�stata en el Pentateuco, leemos: "Comer�is la carne de vuestros hijos, y la carne de vuestras hijas comer�is"; Lev�tico 26:29 o, como se expresa con mayor amplitud en el Libro de Deuteronomio, "Te asediar� en todas tus puertas por toda tu tierra.

Y comer�s del fruto de tu vientre, de la carne de tus hijos y de tus hijas, que Jehov� tu Dios te ha dado, en el sitio y en la angustia con que te angustiar�n tus enemigos; de modo que el hombre que es tierno entre ustedes, y muy delicado, su mirada ser� maligna hacia su hermano, y hacia la esposa de su seno, y hacia el remanente de sus hijos que dejar�; de modo que no dar� a ninguno de ellos de la carne de sus hijos, que �l comer�, porque no le qued� nada en el sitio.

La mujer tierna y delicada, que no se aventurar�a a poner la planta de su pie en la tierra por delicadeza y ternura, su mirada ser� malvada hacia el esposo de su seno, y hacia su hijo, y hacia su hija, y hacia ella. hijos; porque ella los comer� en secreto por falta de todo en el sitio y en la angustia, si no cumples de cumplir todas las palabras de la ley, para que temas el nombre glorioso y terrible de Jehov� tu Dios.

" Deuteronomio 28:52 Encontramos casi las mismas palabras en el profeta Jerem�as; Jeremias 19:9 y en Lamentaciones leemos:" Las manos de las mujeres piadosas han empapado a sus propios hijos: fueron su alimento: en la destrucci�n de la hija de mi pueblo ".

Isa�as pregunta: "�Puede la mujer olvidar a su hijo de pecho, para no tener compasi�n del hijo de su vientre?" �Pobre de m�! siempre ha sido as� en esas horribles escenas de hambre, ya sea despu�s de un naufragio o en ciudades asoladas, cuando el hombre se degrada a un animal, con todos los instintos primitivos de un animal, y cuando la bestia salvaje aparece bajo el delgado barniz de la civilizaci�n. As� sucedi� en el sitio de Jerusal�n, en el sitio de Magdeburgo y en el naufragio de la Medusa, y en muchas otras ocasiones cuando las punzadas del hambre han corro�do todo vestigio de los tiernos afectos y del sentido moral.

Y esto hab�a ocurrido en Samaria: sus mujeres se hab�an convertido en can�bales y devoraron a sus propios peque�os.

"Esta mujer", grit� la suplicante, se�alando con su dedo flaco a un desgraciado como ella, "esta mujer me dijo:" Da a tu hijo, para que lo comamos hoy, y luego comeremos a mi hijo ". Ced� a su sugerencia. Matamos a mi hijo peque�o y comimos su carne cuando la hab�amos empapado. Al d�a siguiente le dije: 'Ahora da a tu hijo, para que lo comamos', �y ella ha escondido a su hijo! "

�C�mo pod�a el rey responder a un llamamiento tan horrible? Se hab�a cometido injusticia; pero �iba a ordenar y sancionar mediante la reparaci�n del canibalismo reciente y el asesinato por parte de su madre de otro beb�? En esa repugnante destrucci�n de todo instinto natural, �qu� pod�a hacer �l, qu� pod�a hacer cualquier hombre? �Puede haber equidad entre las feroces bestias salvajes, cuando rugen por su presa y no est�n alimentadas?

Todo lo que pudo hacer el miserable rey fue rasgar sus vestidos con horror y seguir adelante; y cuando sus s�bditos hambrientos pasaron junto a �l en la pared, vieron que vest�a cilicio debajo de su p�rpura, en se�al, si no de arrepentimiento, pero de angustia, si no de oraci�n, pero de la mayor humillaci�n. Isa�as 20:2

Pero si en verdad, en su miseria, se hab�a puesto ese cilicio para que al menos la apariencia de auto mortificaci�n pudiera mover a Jehov� a compadecerse, como lo hab�a hecho en el caso de su padre Acab, la se�al externa de su humildad lo hab�a hecho. nada que cambie su coraz�n. El espantoso llamamiento al que acababa de verse obligado a escuchar s�lo lo encendi� en un estallido de furia. El hombre que hab�a advertido, que hab�a profetizado, que hasta ahora durante este sitio no hab�a levantado el dedo para ayudar, el hombre que se cre�a que pod�a ejercer los poderes del cielo, y que no hab�a librado a su pueblo, sino que sufri�. que se hundieran sin ayuda en estas profundidades de la abyecci�n: �deber�a permit�rsele vivir? Si Jehov� no ayudaba, �de qu� le serv�a Eliseo? "Dios me haga as�, y m�s tambi�n", exclam� Joram, utilizando el juramento de su madre a El�as ( 1 Reyes 19:2 ) - "si la cabeza de Eliseo, hijo de Safat, se parare sobre �l hoy".

�Era este el rey que hab�a venido a Eliseo con tan humilde s�plica, cuando tres ej�rcitos perec�an de sed ante los ojos de Moab? �Era este el rey que hab�a llamado a Eliseo "mi padre", cuando el profeta condujo a la hueste enga�osa de los sirios a Samaria y le orden� a Joram que les pusiera una gran provisi�n? Era el mismo rey, pero ahora transportado con furia y reducido a la desesperaci�n. Su amenaza contra el profeta de Dios fue en realidad un desaf�o a Dios, como cuando nuestro infeliz Plantagenet, Enrique II, enloquecido por la p�rdida de Le Mans, exclam� que, dado que Dios le hab�a robado la ciudad que amaba, pagar�a a Dios por rob�ndole lo que m�s amaba en �l: su alma.

La amenaza de Joram ten�a una intenci�n muy seria, y envi� a un verdugo para que la cumpliera. Eliseo estaba sentado en su casa con los ancianos de la ciudad, que hab�an acudido a �l en busca de consejo en esta hora de suprema necesidad. Sab�a lo que estaba destinado a �l, y tambi�n se le hab�a revelado que el rey seguir�a a su mensajero para cancelar su sanguinaria amenaza. "Miren", dijo a los ancianos, "c�mo este hijo de homicida", porque nuevamente indica su desprecio e indignaci�n por el hijo de Acab y Jezabel, "�ha enviado a decapitarme! Cuando venga, cierre la puerta, y mant�ngala firme contra �l. Su se�or le sigue de cerca. "

Lleg� el mensajero y se le neg� la entrada. El rey lo sigui� y, al entrar en la habitaci�n donde estaban sentados el profeta y los ancianos, abandon� su malvado plan de matar a Eliseo con la espada, pero lo abrum� con reproches y, desesperado, renunci� a toda confianza en Jehov�. Eliseo, como implican las palabras del rey, debe haber rechazado todo permiso para capitular: debe haber mantenido desde el principio una promesa de que Dios enviar�a liberaci�n.

Pero no hab�a llegado ninguna liberaci�n. La gente se mor�a de hambre. Las mujeres devoraban a sus beb�s. No podr�a suceder nada peor si abrieran de par en par sus puertas al anfitri�n sirio. "He aqu�", dijo el rey, "esta maldad es la que est� haciendo Jehov�. Nos has enga�ado. Jehov� no tiene la intenci�n de librarnos. �Por qu� debo esperar m�s en �l?" Quiz�s el rey quiso dar a entender que el Baal de su madre era m�s digno de servir, y nunca habr�a dejado que sus devotos se hundieran en estos estrechos.

Y ahora hab�a llegado el l�mite del hombre, y era la oportunidad de Dios. A Eliseo finalmente se le permiti� anunciar que lo peor hab�a pasado, que al d�a siguiente muchos sonreir�an en la ciudad sitiada. "As� dice el Se�or", exclam� al rey exhausto y abatido: "Ma�ana a esta hora, en lugar de vender una cabeza de asno por ochenta siclos, y un dedal de legumbres por cinco siclos, se vender� un pu�ado de flor de harina. por un siclo, y dos picotazos de cebada por un siclo, en la puerta de Samaria ".

El rey estaba apoyado en la mano de su oficial principal, ya este soldado la promesa le parec�a no s�lo incre�ble, sino tambi�n tonta: porque en el mejor de los casos s�lo pod�a suponer que la hueste siria levantar�a el sitio; y aunque esperar eso parec�a absurdo, ni siquiera eso cumplir�a en lo m�s m�nimo la inmensa predicci�n. Por lo tanto, respondi� con total desprecio: "�S�! �Jehov� est� haciendo ventanas en el cielo! �Pero aun as� podr�a ser esto?" Es como si hubiera respondido a una promesa solemne con un proverbio burl�n como: "�S�! �Si el cielo se cae, deber�amos pescar alondras!"

Tal repudio despectivo de una promesa divina era una blasfemia; y respondiendo al desprecio con desprecio y al acertijo con acertijos, Eliseo responde a la burla: "�S�! Y ver�s esto, pero no lo disfrutar�s".

La palabra del Se�or fue la palabra de un verdadero profeta, y el milagro se realiz�. No solo se levant� el sitio, sino que el bot�n totalmente imprevisto de todo el campamento sirio, con toda su rapi�a acumulada, provoc� la abundancia predicha.

Hab�a cuatro leprosos fuera de la puerta de Samaria, como los leprosos mendicantes que se re�nen all� hasta el d�a de hoy. Fueron aislados de toda la sociedad humana, excepto la suya propia. La lepra se consideraba contagiosa, y si se les proporcionaba "casas de los desafortunados" ( Biut-el-Masakin ), como parece haber sido el caso en Jerusal�n, se constru�an fuera de la ciudad. Lev�tico 13:46 ; N�meros 5:2 S�lo pod�an vivir de la mendicidad, y esto agravaba su miserable condici�n. �Y c�mo pod�a alguien arrojar comida a estos mendigos por encima de las paredes, cuando apenas hab�a comida de cualquier tipo dentro de ellos?

As� que, tomando consejo de su desesperaci�n, decidieron desertar a los sirios: entre ellos al menos encontrar�an comida, si se les perdonaba la vida; y si no, la muerte ser�a una feliz liberaci�n de su actual miseria.

As� que en el crep�sculo de la tarde, cuando no se les pod�a ver ni disparar desde la muralla de la ciudad como desertores, se dirigieron sigilosamente al campamento sirio.

Cuando llegaron a su c�rculo m�s externo, para su asombro, todo fue silencio. Entraron sigilosamente en una de las tiendas con miedo y asombro. All� hab�a comida y bebida, y satisficieron los antojos de su hambre. Tambi�n se almacen� con el bot�n de las ciudades y aldeas saqueadas de Israel. A esto se ayudaron, y se lo llevaron y lo escondieron. Habiendo estropeado esta tienda, entraron un segundo.

Tambi�n estaba desierto, y llevaron una nueva reserva de tesoros a su escondite. Y luego comenzaron a sentirse inc�modos por no divulgar a sus conciudadanos hambrientos las noticias extra�as y doradas de un campamento desierto. La noche avanzaba; el d�a revelar�a el secreto. Si llevaran las buenas nuevas, sin duda ganar�an una rica guerrilla . Si esperaban hasta la ma�ana, podr�an ser ejecutados por su reticencia ego�sta y su robo.

Lo m�s seguro era regresar a la ciudad, despertar al carcelero y enviar un mensaje al palacio. Entonces los leprosos se apresuraron a regresar a trav�s de la noche, y gritaron al centinela en la puerta: "�Fuimos al campamento de Siria, y estaba desierto! No hab�a ning�n hombre all�, no se o�a ni un sonido. Los caballos estaban amarrados all�. , y los asnos, y las tiendas quedaron tal como estaban ".

El centinela llam� al otro vigilante para escuchar la maravillosa noticia e instant�neamente corri� con �l al palacio. La casa dormida se despert�; y aunque todav�a era de noche, el propio rey se levant�. Pero no pudo deshacerse de su abatimiento y no hizo referencia a la predicci�n de Eliseo. Las noticias a veces suenan demasiado buenas para ser verdad. "Es s�lo un se�uelo", dijo. "Solo pueden haber dejado su campamento para atraernos a una emboscada, para que puedan regresar, masacrarnos y capturar nuestra ciudad".

"Env�a a ver", respondi� uno de sus cortesanos. "Env�e cinco jinetes para probar la verdad y vigilar. Si mueren, su difunto es el destino de todos nosotros".

Entonces se enviaron dos carros con caballos, con instrucciones no solo para visitar el campamento, sino tambi�n para rastrear los movimientos del ej�rcito.

Fueron y encontraron que era como hab�an dicho los leprosos. El campamento estaba desierto y yac�a all� como un inmenso bot�n; y por alguna raz�n los sirios hab�an huido hacia el Jord�n para escapar a Damasco por la orilla oriental. Todo el camino estaba sembrado de las huellas de su precipitada huida; estaba lleno de vestiduras y vasijas esparcidas.

Probablemente, tambi�n, los mensajeros se encontraron con alg�n fugitivo discapacitado y aprendieron el secreto de esta asombrosa estampida. Fue el resultado de uno de esos p�nicos repentinos e inexplicables a los que los enormes, inmanejables, heterog�neos. Los ej�rcitos orientales, que no tienen un sistema organizado de centinelas ni una disciplina entrenada, son constantemente responsables. Ya nos hemos encontrado con varios casos en la historia de Israel. Tal fue el p�nico que se apoder� de los madianitas cuando los trescientos de Gede�n tocaron sus trompetas; y el p�nico de los sirios ante los pajes de las provincias de Acab; y de los ej�rcitos combinados en el Valle de la Sal; y de los moabitas en Wady-el-Ahsy; y luego de los asirios ante los muros de Jerusal�n.

El miedo es contagioso f�sicamente y, una vez que se ha instalado, se hincha con una violencia tan inexplicable que los griegos llamaron a estos terrores "p�nico", porque cre�an que estaban directamente inspirados por el dios Pan. Por muy disciplinado que fuera el ej�rcito de los Diez Mil Griegos en su famosa retirada, estuvieron a punto de caer v�ctimas de un p�nico repentino, si Clearchus no hubiera publicado con prontitud el recurso del heraldo la proclamaci�n de una recompensa por el arresto del hombre que hab�a soltado el culo.

Un terror tan inexplicable, causado por un ruido como de carros y caballos que reverberaban entre las colinas, se hab�a apoderado de la hueste siria. Pensaron que Joram hab�a contratado en secreto un ej�rcito de los pr�ncipes de los Jetas y de los egipcios para marchar repentinamente sobre ellos. En una confusi�n salvaje, sin detenerse a razonar ni a indagar, echaron a volar, aumentando su p�nico por el ruido y la r�faga de su propia precipitaci�n.

Tan pronto como los mensajeros dieron sus buenas nuevas, la gente de Samaria comenz� a salir tumultuosamente por las puertas, a arrojarse sobre la comida y el despojo. Fue como la prisa de los miserables sucios, hambrientos y demacrados que horroriz� a los guardianes de las tiendas reservadas en Smolensk en la retirada de Napole�n de Mosc�, y los oblig� a cerrar las puertas y arrojar comida y cereales a los soldados que luchaban por las ventanas. de los h�rreos.

Para asegurar el orden y evitar el desastre, el rey nombr� a su se�or asistente para mantener la puerta. Pero el torrente de gente lo arroj� al suelo y pisotearon su cuerpo en su ansia de alivio. Muri� despu�s de haber visto que se cumpl�a la promesa de Eliseo, y que se hab�a concedido la baratura y la abundancia, cuya profec�a cre�a que s�lo cab�a para su burla esc�ptica.

"El p�nico repentino que liber� a la ciudad", dice Dean Stanley, "es la que marc� la" intervenci�n en nombre de la capital del norte ". Ning�n otro incidente se pudo encontrar en los anales sagrados tan apropiadamente para expresar, en la Iglesia de Gouda, la piadosa gratitud de los ciudadanos de Leyden, por su liberaci�n del ej�rcito espa�ol, como el levantamiento milagroso del sitio de Samaria.

Información bibliográfica
Nicoll, William R. "Comentario sobre 2 Kings 7". "El Comentario Bíblico del Expositor". https://beta.studylight.org/commentaries/spa/teb/2-kings-7.html.