Bible Commentaries
2 Reyes 9

El Comentario Bíblico del ExpositorEl Comentario Bíblico del Expositor

Versículos 1-37

LA REVUELTA DE JEHU

2 Reyes 9:1

BC 842

" Te semper anteit saeva Necessitas, Clavos trabales et cuneos manu, Gestans ahena " .

- HORAT., " Od. " , I 35:17

Hab�a transcurrido mucho tiempo desde que El�as hab�a recibido la triple comisi�n que marcar�a el final de su carrera. Ahora se hab�an cumplido dos de esos mandatos divinos. Hab�a ungido a Eliseo, hijo de Safat, de Abel-Mehola, para que fuera profeta en su aposento; y Eliseo hab�a ungido a Hazael para ser rey de Siria, 1 Reyes 19:15 la tercera y m�s peligrosa comisi�n, que involucraba nada menos que el derrocamiento de la poderosa dinast�a de Omri, segu�a sin cumplirse.

Si el nombre de Jeh� ("Jehov� es �l"): 2 Reyes 8:12 hab�a mencionado realmente a El�as, el terrible secreto debe haber permanecido enterrado en el pecho del profeta y en el de su sucesor durante muchos a�os. Adem�s, Jeh� era todav�a un hombre muy joven, y haberlo se�alado como el fundador de una dinast�a habr�a sido condenarlo a una destrucci�n segura.

Un rey oriental, cuya familia una vez se sent� con seguridad en el trono, est� rodeado por una divinidad terrible y exige una obediencia incondicional. El�as hab�a sido removido de la tierra antes de que se cumpliera esta tarea, y Eliseo tuvo que esperar su oportunidad. Pero la condenaci�n pas�, aunque el juicio fue tard�o. A los hijos de Acab se les dej� un espacio para arrepentirse o para llenar hasta el borde la copa de las iniquidades de su padre.

"La espada del cielo no se apresur� a herir, ni se demora todav�a".

Ocoz�as, el hijo mayor de Acab, despu�s de un reinado de un a�o, marcado solo por cr�menes y desgracias, hab�a terminado en abrumador desastre su deplorable carrera. Su hermano Joram lo hab�a sucedido, y ahora hab�a estado en el trono durante al menos doce a�os, lo que se hab�a se�alado principalmente por ese intento fallido de recuperar el territorio de Moab rebelde, al que debemos la c�lebre Piedra de Mesa.

Ya hemos narrado el resultado de la campa�a que tuvo tantas vicisitudes. Los ej�rcitos combinados de Israel, Jud� y Edom hab�an sido librados por la interposici�n de Eliseo de morir de sed junto al lecho quemado de Wady-el-Ahsy; y aprovech�ndose del violento asalto de los moabitas, hab�an barrido todo lo que ten�an delante. Pero Moab se mantuvo a raya en Kirharaseth (Kerak), su fortaleza m�s fuerte, a seis millas de Ar o Rabbah, y diez millas al este del extremo sur del Mar Muerto.

Se encontraba a tres mil pies sobre el nivel del mar y est� defendido por una red de valles escarpados. Sin embargo, Israel lo habr�a sometido, de no ser por el acto de horrible desesperaci�n al que recurri� el rey de Moab en su extremo, al ofrecer a su hijo mayor en holocausto a Quemos sobre el muro de la ciudad. Horrorizado por la cat�strofe y aterrorizado por el temor de que la venganza de Chemosh no pudiera sino despertarse con un sacrificio tan tremendo, la hueste sitiadora se hab�a retirado.

A partir de ese momento, Moab no solo hab�a sido libre, sino que asumi� el papel de agresor y envi� a sus bandas de merodeadores a perseguir y llevar las granjas y casas de su antiguo conquistador. 2 Reyes 13:20 ; 2 Reyes 24:2 ; Jeremias 48:1

Luego siguieron las agresiones de Ben-adad que hab�an sido frustradas por la perspicacia de Eliseo, y que debieron su cesaci�n temporal a su generosidad. 2 Reyes 6:8 La reaparici�n de los sirios en el campo hab�a reducido a Samaria a las profundidades m�s bajas de una espantosa hambruna. Pero el d�a de la ciudad culpable a�n no hab�a llegado, y un p�nico repentino, causado entre los invasores por un rumoreado asalto de hititas y egipcios, la hab�a salvado de la destrucci�n.

2 Reyes 7:6 Aprovechando el respiro causado por el cambio de la dinast�a siria, y presionando en su ventaja, Joram, con la ayuda de su sobrino de Judea, se hab�a apoderado una vez m�s de Ramot-Galaad antes de que Hazael estuviera seguro en el trono que hab�a usurpado.

Esta era entonces la situaci�n: -Los reyes aliados y parientes de Israel y Jud� estaban holgazaneando en la pompa de la hospitalidad en Jezreel; sus ej�rcitos acamparon alrededor de Ramot de Galaad; ya la cabeza del ej�rcito de Israel estaba el astuto y vehemente nieto de Nimshi.

Eliseo vio y aprovech� su oportunidad. Hab�a amanecido el d�a de la venganza del Se�or. Las cosas no hab�an cambiado materialmente desde los d�as de Acab. Si a Jehov� se le adoraba nominalmente, si los mismos nombres de los reyes de Israel daban testimonio de Su supremac�a, tambi�n se adoraba a Baal. La maldici�n que El�as hab�a pronunciado contra Acab y su casa sigui� sin cumplirse. El cr�dito de la profec�a estaba en juego.

La sangre de Nabot y sus hijos muertos clamaron al Se�or desde la tierra; y hasta ahora parec�a haber llorado en vano. Si los Nebiim (la clase prof�tica) iban a tener su peso debido en Israel, hab�a llegado la hora y el hombre estaba listo.

La luz que cae sobre Eliseo es tenue e intermitente. Su nombre est� rodeado por un halo de nebulosas maravillas, muchas de las cuales son de car�cter privado y personal. Pero era un enemigo conocido de Acab y su casa. De hecho, m�s de una vez se hab�a interpuesto para arrebatarlos de la ruina, como en la expedici�n contra Moab, y en los espantosos apuros del sitio de Samaria por los sirios. Sin embargo, su persona hab�a sido odiosa para los hijos de Jezabel, y su vida hab�a sido puesta en peligro por sus estallidos de furia repentina.

Dif�cilmente podr�a volver a tener una oportunidad tan favorable como la que ahora se ofrec�a, cuando la hueste armada estaba en un lugar y el rey en otro. Quiz�s, tambi�n, pudo haber sido consciente de que los soldados no estaban muy contentos de encontrar a la cabeza a un rey que era tan h�bil como para dejarlos expuestos a un enemigo poderoso y no mostraba deseos de regresar. Sus "asuntos privados urgentes" no eran tan urgentes como para darle derecho a descansar en el lujoso Jezreel.

No sabemos d�nde estaba Eliseo en ese momento; tal vez en Dot�n, tal vez en Samaria. De repente, lo llam� a un joven, uno de los Hijos de los Profetas, en cuya rapidez y valor pod�a confiar, le puso en las manos un frasco del aceite de la unci�n consagrado, le dijo que se ci�ara los lomos y cruzara r�pidamente el Jordania a Ramot de Galaad. Cuando llegara, deb�a pedirle a Jeh� que se levantara de la compa��a de sus compa�eros capitanes, que lo llevara a "una c�mara dentro de otra c�mara", que cerrara la puerta al secreto, que vierte el aceite de consagraci�n sobre su cabeza, que lo unja. �l Rey de Israel en el nombre de Jehov�, y luego volar sin demora.

El mensajero �los rabinos suponen que era Jon�s, el hijo de Amittai� sab�a bien que el suyo era un servicio de inmenso peligro en el que su vida pod�a pagar f�cilmente la p�rdida de su temeridad. �C�mo iba a adivinar que de inmediato, sin dar un golpe, el ej�rcito de Israel arrojar�a por los vientos su lealtad jurada al hijo del guerrero Acab, el cuarto monarca de la poderosa dinast�a de Omri? �No podr�a uno de los mil posibles accidentes frustrar una conspiraci�n cuyo �xito depend�a del coraje inquebrantable y la prontitud de su �nica mano?

No era m�s que un joven, pero era el alumno entrenado de un maestro que, una y otra vez, se hab�a enfrentado a reyes y no hab�a tenido miedo. Surgi� de una comunidad que hered� las espl�ndidas tradiciones del Profeta de la Llama.

No vacil� un momento. Apret� la piel del camello alrededor de sus miembros desnudos, ech� hacia atr�s los largos y oscuros mechones del nazareo y sigui� su camino a toda velocidad. Un verdadero hijo de las escuelas de los profetas de Jehov� no tiene ni puede tener miedo al hombre. Los ej�rcitos de Israel y Jud� vieron la figura salvaje y voladora de un joven, con su vestidura peluda y sus rizos sueltos, corriendo por el campamento. Cualesquiera que sean sus conjeturas, no admiti� preguntas.

Aprovechando el asombro con que la sombra de El�as hab�a cubierto a la persona sacrosanta de un mensajero prof�tico, se dirigi� directamente al consejo de guerra de los capitanes; y haciendo a un lado todo intento de impedir su progreso con la s�plica de que �l era el portador del mensaje de Jehov�, irrumpi� en el consejo de los asombrados guerreros, que estaban reunidos en el patio privado de una casa en la ciudad fortaleza.

Conoc�a la fama de Jeh�, pero no conoc�a su persona y no se atrev�a a perder el tiempo. "Tengo un encargo para ti, oh capit�n", dijo a la asamblea en general. El mensaje no hab�a sido dirigido a nadie en particular, y Jeh� naturalmente pregunt�: "�A cu�l de todos nosotros?" Con la misma intuici�n r�pida que a menudo ha permitido a hombres en circunstancias similares reconocer a un l�der, como Josefo reconoci� a Vespasiano y a S.

Severino reconoci� a Odoacro y Juana de Arco reconoci� a Carlos VI de Francia; �l respondi� de inmediato: "A ti, oh capit�n". Jeh� no dud� ni un momento. Los profetas hab�an demostrado, muchas veces, que sus mensajes no pod�an ser descuidados ni despreciados. �l se levant� y sigui� al joven, que lo condujo al escondrijo m�s secreto de la casa, y all�, derramando sobre su cabeza el fragante aceite de consagraci�n, dijo: As� ha dicho Jehov�, Dios de Israel: Yo te he ungido por rey. el pueblo de Jehov�, incluso sobre Israel.

"�l iba a herir la casa de su se�or Acab en venganza por la sangre de los profetas y siervos de Jehov� a quienes Jezabel hab�a asesinado. La casa de Acab, todo var�n de ella, joven y viejo, esclavo y libre, est� condenado a perecer, como las casas de Jeroboam y de Baasa hab�a perecido delante de ellos, por un fin sangriento. Adem�s, los perros deb�an comer a Jezabel junto al terrapl�n de Jezreel, y no habr�a quien la enterrara.

Un momento fue suficiente para su atrevida haza�a, para su ardiente mensaje; al siguiente, abri� la puerta y huy�. Los soldados del campamento debieron de susurrar juntos a�n m�s ansiosos al ver al mismo joven agitado correr a trav�s de sus filas con la misma impetuosidad que hab�a marcado su entrada. En esos d�as oscuros, la aparici�n repentina de un profeta sol�a ser el heraldo de una terrible tormenta.

Jeh� fue tomado completamente por sorpresa; pero seg�n la lectura conservada por Efra�n Syrus en 2 Reyes 9:26 , la noche anterior hab�a visto en un sue�o la sangre de Nabot y sus hijos. Si el pensamiento de la rebeli�n alguna vez hab�a pasado por su mente por un momento, nunca hab�a asumido una forma definida. Es cierto que hab�a sido un guerrero desde su juventud.

Cierto, hab�a sido uno de los guardaespaldas de Acab, y hab�a viajado antes que �l en un carro al menos veinte a�os antes, y ahora hab�a ascendido por valor y capacidad al alto puesto de capit�n del ej�rcito. Tambi�n es cierto que hab�a o�do la gran maldici�n que El�as hab�a pronunciado sobre Acab a la puerta de la vi�a de Nabot; pero lo escuch� cuando a�n era un joven oscuro, y poco hab�a so�ado que su mano fuera la que lo llevar�a a la ejecuci�n.

�Quien era �l? �Y no hab�a sido la casa de Omri, en cierto sentido, sancionada por el Cielo? �Y no fueron las palabras del profeta "gritos salvajes y errantes", cuyos problemas podr�an evitarse con un arrepentimiento como el de Acab?

Y sinti� otro recelo. �No podr�a ser esta escena la trama de alg�n enemigo secreto? �No podr�a ser, en todo caso, una broma imprudente que le hicieron sus camaradas? Si alg�n miembro celoso de la confederaci�n de capitanes delatara el hecho de que Jeh� hab�a alterado su lealtad, �estar�a su cabeza a salvo por una sola hora? Actuar�a con cautela. Volvi� con sus compa�eros capitanes y no dijo nada.

Pero ard�an de curiosidad. Algo debe ser inminente. Los profetas no se apresuraron a entrar tumultuosamente sin ning�n prop�sito. �No debe ser el manto de pelo del joven un estandarte de guerra?

"�Todo esta bien?" ellos gritaron. "�Por qu� este hombre fren�tico vino a ti?"

"T� lo sabes todo", respondi� Jeh� con cautelosa frialdad. "Sabes m�s sobre esto que yo. Conoces al hombre, y lo que fue su charla".

"�Mentiras!" Respondieron sin rodeos los rudos soldados. "Cu�ntanos ahora."

Entonces el ojo de Jeh� los midi� a ellos y a sus sentimientos. Un juez de hombres y de rostros de hombres, vio una conspiraci�n brillando en sus rostros. Vio que sospechaban el verdadero estado de las cosas y se encendieron por llevarlo a cabo. Quiz�s hab�an visto el frasco de aceite debajo del escaso vestido del joven. �Podr�a una observaci�n acelerada al menos no darse cuenta de que los cabellos oscuros del soldado estaban relucientes y fragantes, como no lo hab�an sido hace un momento, con aceite consagrado?

Entonces Jeh� les cont� con franqueza el peligroso secreto. As� y as� hab�a hablado el joven profeta, y hab�a dicho: "As� ha dicho Jehov�: Yo te he ungido por rey sobre Israel".

El mensaje fue recibido con un grito de aprobaci�n en respuesta. Ese grito fue el toque de muerte de la casa de Omri. Demostr� que la dinast�a reinante hab�a perdido por completo su popularidad. La suerte no hab�a seguido a los hijos del asesino de Nabot. Israel estaba cansado de su madre Jezabel. �Por qu� era este rey Joram, este rey de malos auspicios, que hab�a sido repudiado por Moab y acosado por Siria? �Por qu�, en el primer destello de posible prosperidad, estaba siendo detenido en Jezreel por heridas que, seg�n los rumores, ya estaban suficientemente curadas para permitir que vuelva a su puesto? �Abajo la semilla del asesino y la hechicera! �Que el valiente Jeh� sea rey, como ha dicho Jehov�!

As� que los capitanes se pusieron en pie de un salto, y all� mismo agarraron a Jeh�, y lo llevaron triunfalmente a lo alto de las escaleras que rodeaban el interior del patio, y se quitaron los mantos para improvisar para �l la apariencia de un trono acolchado. . Entonces, en presencia de los soldados en los que pod�an confiar, tocaron de repente el cuerno de carnero y gritaron: "�Jeh� es el rey!"

Jeh� no era hombre que permitiera que la hierba creciera bajo sus pies. Nada pone a prueba el vigor y el valor de un hombre con tanta seguridad como una crisis repentina. Es esta r�pida resoluci�n la que ha elevado a muchos hombres al trono, como elev� a Ot�n, a Napole�n I y a Napole�n III. La historia de Israel est� especialmente llena de golpes de estado , pero ninguno de ellos es ni la mitad de decisivo o abrumador que este. Jeh� acept� instant�neamente el oficio de vengador de Jehov� en la casa de Acab.

Todo, como vio Jeh�, depend�a de la rapidez y la furia con que se lanzara el golpe. "Si quieres que yo sea tu rey", dijo, "mant�n las l�neas seguras y vigila los muros de la fortaleza. Yo ser� mi propio mensajero para Joram. No dejes que ning�n desertor salga a avisarle".

Fue acordado; y Jeh�, s�lo llevando consigo a Bidkar, su compa�ero oficial y un peque�o grupo de seguidores, parti� a toda velocidad desde Ramot de Galaad.

La fortaleza de Ramoth, ahora la importante ciudad de Es-Salt, un lugar que siempre debe haber sido la llave de Gilead, fue construida en la cima de un promontorio rocoso, fortificado tanto por la naturaleza como por el arte. Est� al sur del r�o Jaboc, y se encuentra en la cabecera del �nico camino f�cil que desciende hacia el oeste hasta el Jord�n y hacia el este hasta la rica meseta del interior.

Al cruzar los vados del Jord�n, Jeh� pronto podr�a unirse a la carretera principal, que, pasando Tirsa, Saret�n y Bet-se�n, y barriendo hacia el este del monte Gilboa, da f�cil acceso a Jezreel.

El vigilante de la elevada atalaya del palacio de verano vio una tormenta de polvo que avanzaba a toda velocidad desde el este por el valle hacia la ciudad. Los tiempos eran salvajes y turbulentos. �Qu� podr�a ser? Grit� su alarma: "�Veo una tropa!" Las noticias fueron alarmantes y el rey fue informado instant�neamente de que carros y jinetes se acercaban a la ciudad real. "Env�a un jinete a su encuentro", dijo, "con el mensaje: '�Est� todo bien?"

El jinete vol� hacia adelante y grit� a la escolta que se apresuraba: "El rey pregunta: '�Est� todo bien? �Es paz?' 'Porque probablemente la ciudad ansiosa esperaba que hubiera alguna victoria del ej�rcito contra Hazael, que llenar�a ellos con alegr�a.

"�Qu� tienes que ver con la paz? Vu�lvete detr�s de m�", respondi� Jeh�; y, por fuerza, el jinete, cualesquiera que hayan sido sus conjeturas, tuvo que seguir en la retaguardia.

"Los alcanz�", grit� el centinela en la torre de vigilancia, "pero no regresa".

La noticia fue enigm�tica y alarmante; y el rey angustiado envi� a otro jinete. De nuevo ocurri� el mismo coloquio, y de nuevo el vigilante dio el ominoso mensaje, a�adi�ndole la noticia a�n m�s desconcertante de que, en la conducci�n loca y precipitada del auriga, reconoce la conducci�n de Jeh�, el hijo de Nimshi.

�Qu� le hab�a pasado a su ej�rcito? �Por qu� el capit�n de la hueste conduc�a con tanta furia hacia Jezreel?

Evidentemente, las cosas eran muy cr�ticas, independientemente de lo que pudiera presagiar la r�pida aproximaci�n de carros y jinetes. "Pon mi carro", dijo Joram; y su sobrino Ocoz�as, que hab�a compartido su campa�a y no estaba menos consumido por la ansiedad de enterarse de noticias que no pod�an dejar de ser urgentes, pas� junto a �l en otro carro para encontrarse con Jeh�. No llevaron consigo ninguna escolta digna de menci�n. La rebeli�n no solo fue repentina sino totalmente inesperada.

Los dos reyes se encontraron con Jeh� en el lugar del m�s oscuro presagio. Era la parcela de tierra que hab�a sido la vi�a de Nabot, a cuya puerta Acab hab�a o�do de El�as el terrible mensaje de su condenaci�n. As� como New Forest era ominoso para nuestros primeros reyes normandos como testigo de sus crueldades y usurpaciones, tambi�n lo era este lugar de la casa de Omri, aunque estaba adyacente a su palacio de marfil, y hab�a sido transformado de un vi�edo en un jard�n o placer.

"�Es paz, Jeh�?" grit� el rey agitado; con lo que probablemente solo quiso preguntar: "�Va todo bien en el ej�rcito en Ramoth?"

La feroz respuesta que brot� de los labios de su general lo desenga�� fatalmente. "�Qu� paz", respondi� brutalmente el rebelde, "mientras sean tantas las prostituciones de tu madre Jezabel y sus hechicer�as?" Despu�s de todo, ella era la fons et origo mali de la casa de Joram. El suyo era el oscuro esp�ritu de asesinato e idolatr�a que hab�a entrado en esa casa. Ella fue la instigadora y ejecutora del crimen contra Naboth. Ella hab�a sido la fundadora del culto a Baal y Asera; ella era la asesina de los profetas; ella hab�a sido especialmente se�alada para vengarse en la condenaci�n pronunciada tanto por El�as como por Eliseo.

La respuesta fue inconfundible. Esto fue una revuelta, una revoluci�n. "�Traici�n, Ocoz�as!" grit� el rey aterrorizado, e instant�neamente dio la vuelta a su carro para huir. Pero no tan r�pido como para escapar de la n�mesis que lo hab�a estado asaltando con pies de plomo, pero que ahora lo golpeaba irremediablemente con mano de hierro. Sin dudarlo un instante, Jeh� le arrebat� el arco al auriga que lo acompa�aba, "llen� sus manos con �l", y desde su extensi�n completa y su cuerda resonante aceler� la flecha, que golpe� a Joram en la espalda con una fuerza fatal y le atraves� el coraz�n. Sin decir una palabra, el infeliz rey se arrodill� en su carro y cay� de bruces, muerto.

"Lev�ntalo", grit� Jeh� a Bidkar, "y arr�jalo donde est�, aqu�, en esta parte del campo de Nabot el jezreelita. Aqu�, hace a�os, t� y yo, mientras cabalg�bamos detr�s de Acab, o�mos a El�as pronuncia su or�culo sobre el padre de este hombre, para que la venganza lo reciba aqu�. Donde los perros lamieron la sangre de Nabot y sus hijos, que los perros lamieran la sangre del hijo de Acab ".

Pero Jeh� no era hombre que permitiera que el asesinato del rey detuviera las ruedas de su carro cuando a�n quedaba trabajo por hacer. Tambi�n Ocoz�as de Jud� pertenec�a a la casa de Acab, porque era nieto de Acab y sobrino y aliado de Joram. Sin detenerse a llorar o vengar la tragedia del asesinato de su t�o, Ocoz�as huy� hacia Bethgan o Engannim, la fuente de los jardines, al sur de Jezreel, camino a Samaria y Jerusal�n.

Jeh� dio la orden lac�nica: "Golp�alo tambi�n"; pero el miedo a�adi� alas a la velocidad del desventurado rey de Jud�. Los caballos de sus carros eran caballos reales y estaban frescos; los de Jeh� se agotaron con el largo y feroz viaje desde Ramot. Lleg� hasta el ascenso de Gur antes de que lo adelantaran. All�, no lejos de Ibleam, la colina rocosa le impidi� huir y fue herido por los perseguidores. Pero logr� luchar hacia Meguido, al sur de la llanura de Jezreel, y all� se escondi�.

Fue descubierto, arrastrado y asesinado. Ni siquiera los feroces emisarios de Jeh� hicieron la guerra contra los cad�veres, como tampoco lo hizo An�bal o Carlos V. Dejaron tal mezquindad al propio Jeh� ya nuestro Carlos II. No interfirieron con los restos del rey muerto. Sus siervos los llevaron a Jerusal�n, y all� fue sepultado con sus padres en el sepulcro de los reyes, en la ciudad de David. Como no hab�a nada m�s que contar sobre �l, el historiador omite la f�rmula habitual sobre el resto de los hechos de Ocoz�as y todo lo que hizo. Su muerte ilustra el proverbio mitgegangen mitgefannen : era el camarada de los hombres malvados y pereci� con ellos.

Jeh� lleg� r�pidamente a Jezreel, pero la interposici�n de Joram y las �rdenes de perseguir a Ocoz�as hab�an provocado una breve demora, y Jezabel ya se hab�a dado cuenta de que su perdici�n era inminente.

Ni siquiera la repentina y terrible muerte de su hijo, y la cercan�a de su propio destino, intimidaron el coraz�n de acero de la hechicera de Tiro. Si iba a morir, se encontrar�a con la muerte como una reina. Como para un banquete de la corte, se pint� las pesta�as y las cejas con antimonio, para que sus ojos parecieran grandes y lustrosos, y se puso su tocado enjoyado. Luego subi� a la torre del palacio y, mirando a trav�s del enrejado sobre la puerta de la ciudad, observ� el avance atronador del carro de Jeh� y salud� al usurpador triunfante con el insulto m�s amargo que pudo idear.

Sab�a que Omri, el padre de su marido, se hab�a vengado r�pidamente de la culpa del usurpador Zimri, que se hab�a visto obligado a quemarse en el har�n de Tirsa despu�s de un reinado turbulento de un mes. Su voz aguda se escuch� por encima del rugido de las ruedas de los carros en la siniestra burla:

"�Es la paz, Zimri, asesino de tu amo?"

�No! - Ella quiso decir: "�No hay paz para ti ni para los tuyos, como tampoco para m� o para los m�os! Puedes matarnos; pero t� tambi�n, �tu condenaci�n aguarda!"

Herido por las palabras de mal augurio, Jeh� la mir� y grit�:

"�Qui�n est� de mi lado? �Qui�n?"

El palacio aparentemente estaba plagado de traidores. Acab hab�a sido el primer pol�gamo entre los reyes de Israel y, por lo tanto, el primero tambi�n en introducir la odiosa atrocidad de los eunucos. Esos desgraciados, los presagios de los serraglios orientales, la desgracia de la humanidad, son casi siempre los enemigos retributivos de las sociedades de las que son v�ctimas indefensas. Rara vez se busca fidelidad o gratitud en naturalezas deformadas en malignidad por la despiadada maldad de los hombres.

Tampoco la naturaleza de Jezabel inspiraba afecto. Uno o dos eunucos sacaron inmediatamente por las ventanas sus rostros hinchados y sin barba. "�T�rala al suelo!" Jeh� grit�. Arrojaron a la desdichada reina (�alguna reina ha muerto alguna vez de una muerte tan vergonzosa y ignominiosa?), Y su sangre brot� sobre la pared y sobre los caballos. Jeh�, que s�lo se hab�a detenido un instante en su precipitada carrera, pas� sus caballos sobre su cad�ver y entr� por la puerta de su capital con las ruedas carmes� de su sangre.

La historia apenas registra otro ejemplo de tal escena, excepto cuando Tulia, un siglo despu�s, condujo su carro sobre el cad�ver de su padre Servio Tulio en el Vicus Sceleratus de la antigua Roma.

Pero, �qu� le importaba a Jeh�? M�s de un conquistador se ha sentado ahora a la cena preparada para su enemigo; y la obsequiosa casa de los tiranos muertos, dispuesta a cumplir las �rdenes de su nuevo se�or, condujo al hambriento al banquete provisto para los reyes a quienes hab�a matado. Ning�n hombre so�aba con proferir un lamento, ning�n hombre pensaba en levantar un dedo por Joram muerto o por Jezabel muerta, aunque todos hab�an estado bajo su dominio durante al menos treinta y cinco a�os. "Los imp�os perecen, y nadie le hace caso". "Cuando perecen los imp�os, hay gritos".

Puede que nos asuste una revoluci�n tan repentina y tan completa; sin embargo, es fiel a la historia. Un tirano o una camarilla pueden oprimir a una naci�n durante largos a�os. Su palabra puede considerarse absoluta, su poder irresistible. La tiran�a parece paralizar el coraje de la resistencia, como la legendaria cabeza de Medusa. Elimine su fascinaci�n por la corrupci�n y los hombres se convertir�n en hombres, y no en m�quinas, una vez m�s. La osad�a de Jeh� despert� a Israel del letargo que la hab�a hecho tolerar los asesinatos y encantamientos de este extranjero adorador de Baal. Del mismo modo, en una semana Robespierre parec�a un aut�crata invencible; la semana siguiente, su poder se hab�a convertido en polvo y cenizas con un toque.

No fue hasta que Jeh� hubo saciado su sed y hambre despu�s de ese impulso salvaje, que hab�a terminado en el asesinato de dos reyes y una reina y en su repentina elevaci�n a un trono, que incluso a este nuevo rey tigre se le ocurri� preguntar qu� se hab�a convertido en Jezabel. Pero cuando hubo comido y bebido, dijo: "Ve, ve ahora a esta mujer maldita y enti�rrala, porque es hija de un rey". Que hubiera sido primero princesa, luego reina, luego Gebirah en Israel durante casi toda su vida no era nada: no era nada para Jeh� que fuera esposa, madre y abuela de reyes y reinas tanto de Israel como de Jud�; pero tambi�n era hija de Etbaal, el rey sacerdote de Tiro y Sid�n, y por lo tanto, cualquier tratamiento vergonzoso de sus restos podr�a provocar problemas en la regi�n de Fenicia.

Pero nadie se hab�a tomado la molestia de cuidar el cad�ver de Jezabel. La poblaci�n de Jezreel estaba ocupada con su nuevo rey. Donde cay� Jezabel, all� la hab�an dejado yacer y nadie, aparentemente, se preocup� siquiera de despojarla de las t�nicas reales, ahora saturadas de sangre. Arrojada desde la torre del palacio, su cuerpo hab�a ca�do en el espacio abierto justo fuera de las murallas, lo que se llama "los mont�culos" de una ciudad del Este.

En el extra�o descuido del saneamiento que describe como "destino" incluso la visita de una pestilencia evitable, todo tipo de despojos son arrojados a este espacio vac�o para enconarse en el calor tropical. Yo mismo he visto a los perros parias ya los buitres aliment�ndose de un espantoso caballo muerto en un espacio en ruinas dentro de la calle de Beit-Dejun; y los perros y los buitres, "esos enterradores nacionales", hab�an hecho su trabajo sin que se les pidiera el cad�ver de la reina de Tiro.

Cuando los hombres fueron a enterrarla, solo encontraron algunos huesos murmurados por perros: el cr�neo, los pies y las palmas de las manos. 1 Reyes 21:23 Le llevaron la noticia a Jeh� mientras descansaba despu�s de su fiesta. No lo desconcert� de ninguna manera. Inmediatamente reconoci� que otro levin-bolt hab�a ca�do del trueno de la profec�a de El�as, y no se preocup� m�s por el asunto. Su cad�ver, como hab�a profetizado el hombre de Dios, se hab�a vuelto como esti�rcol sobre la superficie del campo, de modo que nadie pod�a decir: "�sta es Jezabel".

Información bibliográfica
Nicoll, William R. "Comentario sobre 2 Kings 9". "El Comentario Bíblico del Expositor". https://beta.studylight.org/commentaries/spa/teb/2-kings-9.html.