Bible Commentaries
2 Samuel 12

El Comentario Bíblico del ExpositorEl Comentario Bíblico del Expositor

Versículos 1-12

CAPITULO XV

DAVID Y NATHAN.

2 Samuel 12:1 ; 2 Samuel 12:26 .

A menudo es el m�todo de los escritores de las Escrituras, cuando la corriente de la historia p�blica ha sido interrumpida por un incidente privado o personal, completar de inmediato el incidente y luego volver a la historia principal, retom�ndola en el punto en el que fue interrumpido. De esta manera, a veces sucede (como ya hemos visto) que los eventos anteriores se registran en una parte posterior de la narrativa de lo que implicar�a el orden natural.

En el curso de la narraci�n de la guerra de David con Amm�n, se presenta el incidente de su pecado con Betsab�. De acuerdo con el m�todo mencionado, ese incidente se registra directamente hasta su final, incluido el nacimiento del segundo hijo de Betsab�, que debe haber ocurrido al menos dos a�os despu�s. Concluido esto, la historia de la guerra con Amm�n se reanuda en el punto en que se interrumpi�.

No debemos suponer, como muchos han hecho, que los eventos registrados en los vers�culos finales de este cap�tulo ( 2 Samuel 12:26 ) ocurrieron m�s tarde que los registrados inmediatamente antes. Esto implicar�a que el sitio de Rabbah dur� dos o tres a�os, una suposici�n dif�cil de aceptar; porque Joab la estaba asediando cuando David vio por primera vez a Betsab�, y no hay raz�n para suponer que un pueblo como los amonitas podr�a mantener las meras obras exteriores de la ciudad durante dos o tres a�os contra un ej�rcito como el de David y tal comandante como Joab.

Parece mucho m�s probable que el primer �xito de Joab contra Rab� se obtuviera poco despu�s de la muerte de Ur�as, y que su mensaje a David de que viniera y tomara la ciudadela en persona se envi� poco despu�s del mensaje que anunci� la muerte de Ur�as.

En ese caso, el orden de los eventos ser�a el siguiente: Despu�s de la muerte de Ur�as, Joab se prepara para un asalto a Rab�. Mientras tanto, en Jerusal�n, Betsab� pasa por la forma de duelo por su marido, y cuando terminan los d�as habituales de duelo, David se apresura a llamarla y la convierte en su esposa. Luego viene un mensaje de Joab de que ha logrado tomar la ciudad de las aguas, y que solo queda por tomar la ciudadela, por lo que insta a David a que venga �l mismo con fuerzas adicionales y, por lo tanto, obtenga el honor de conquistar el lugar.

M�s bien sorprende a uno encontrar a Joab rechazando un honor para s� mismo, como tambi�n nos sorprende encontrar a David que va a cosechar lo que otro hab�a sembrado. David, sin embargo, va con "todo el pueblo", y tiene �xito, y despu�s de deshacerse de los amonitas regresa a Jerusal�n. Poco despu�s de que nazca el hijo de Betsab�; luego Nat�n va a David y le da el mensaje que lo arroja al polvo. Este no es solo el orden m�s natural para los eventos, sino que concuerda mejor con el esp�ritu de la narraci�n.

Las crueldades practicadas por David contra los amonitas env�an un estremecimiento de horror a trav�s de nosotros mientras las leemos. Sin duda merec�an un severo castigo; la ofensa original fue un ultraje a todo sentimiento justo, un ultraje al derecho de gentes, un insulto gratuito y despectivo; y al traer estos vastos ej�rcitos sirios al campo, hab�an sometido incluso a los israelitas victoriosos a graves sufrimientos y p�rdidas, en trabajo, dinero y vidas.

Se han hecho intentos para explicar las severidades infligidas a los amonitas, pero es imposible explicar una narrativa hist�rica simple. Era la manera en que los guerreros victoriosos de esos pa�ses endurec�an sus corazones contra toda compasi�n hacia los enemigos cautivos, y David, a pesar de lo bondadoso que era, hizo lo mismo. Y si se dice que seguramente su religi�n, si fuera la religi�n del tipo correcto, deber�a haberlo hecho m�s compasivo, respondemos que en este per�odo su religi�n estaba en un estado de colapso.

Cuando su religi�n estaba en un estado saludable y activo, se mostr� en primer lugar por su consideraci�n por el honor de Dios, para cuya arca proporcion� un lugar de descanso y en cuyo honor se propon�a construir un templo. El amor a Dios fue acompa�ado por el amor al hombre, manifestado en sus esfuerzos por mostrar bondad a la casa de Sa�l por amor a Jonat�n, y a Han�n por amor a Nahash. Pero ahora el panorama est� al rev�s; cae en un estado fr�o de coraz�n hacia Dios, y en relaci�n con esa declinaci�n marcamos un castigo m�s severo de lo habitual infligido a sus enemigos.

As� como las hojas se vuelven amarillas por primera vez y finalmente caen del �rbol en oto�o, cuando los jugos que las alimentaban comienzan a fallar, las acciones bondadosas que hab�an marcado los mejores per�odos de su vida fallan primero, luego se convierten en actos de crueldad cuando eso El Esp�ritu Santo, que es la fuente de toda bondad, al ser resistido y contristado por �l, retiene Su poder viviente.

En toda la transacci�n en Rab�, David se muestra mal. No es propio de �l que se sienta impulsado a emprender una apelaci�n a su amor por la fama; podr�a haber dejado a Joab para completar la conquista y disfrutar del honor que su espada hab�a ganado sustancialmente. No es propio de �l pasar por la ceremonia de ser coronado con la corona del rey de Amm�n, como si fuera algo grandioso tener una diadema tan preciosa en la cabeza.

Sobre todo, no es propio de �l mostrar un esp�ritu tan terrible al deshacerse de sus prisioneros de guerra. Pero es muy probable que todo esto hubiera sucedido si a�n no se hubiera arrepentido de su pecado. Cuando la conciencia de un hombre est� inc�moda, su temperamento suele ser irritable. Infeliz en lo m�s �ntimo de su alma, est� en el temperamento que m�s f�cilmente se vuelve salvaje cuando es provocado. Nadie puede imaginar que la conciencia de David estaba tranquila.

Debe haber tenido ese sentimiento de inquietud que todo buen hombre experimenta despu�s de hacer un acto incorrecto, antes de llegar a una clara aprehensi�n de �l; debi� estar ansioso por escapar de s� mismo, y la petici�n de Joab de que fuera a Rab� y pusiera fin a la guerra debi� de ser muy oportuna. En la excitaci�n de la guerra escapar�a por un tiempo de la persecuci�n de su conciencia; pero estar�a inquieto e irritable, y estar�a dispuesto a apartar de su camino, de la manera m�s poco ceremoniosa, a quienquiera que se cruzara en su camino.

Ahora regresamos con �l a Jerusal�n. Hab�a a�adido otra a su larga lista de ilustres victorias y se hab�a llevado a la capital otra gran cantidad de bot�n. La atenci�n del p�blico estar�a completamente ocupada con estos brillantes eventos; y un rey que entra en su capital a la cabeza de sus tropas victoriosas, y seguido por carros cargados con tesoros p�blicos, no debe temer una dura construcci�n en sus acciones privadas.

El destino de Ur�as podr�a despertar poca atenci�n; el asunto de Betsab� pronto acabar�a. La brillante victoria que hab�a puesto fin a la guerra parec�a, al mismo tiempo, haber librado al rey de un esc�ndalo personal que David podr�a jactarse de que ahora todo ser�a paz y tranquilidad, y que las aguas del olvido se acumular�an sobre ese feo asunto de Ur�as.

"Pero lo que David hab�a hecho desagrad� al Se�or".

"Y el Se�or envi� a Nat�n a David".

Lenta, triste y silenciosamente el profeta dobla sus pasos hacia el palacio. Con ansiedad y dolor, se prepara para la tarea m�s angustiosa que haya tenido que afrontar un profeta del Se�or. Tiene que transmitir la reprensi�n de Dios al rey; tiene que reprender a aquel de quien, sin duda, ha recibido muchos impulsos hacia todo lo elevado y santo. Muy felizmente, viste su mensaje con el atuendo oriental de la par�bola.

Pone su par�bola en una forma tan realista que el rey no sospecha su car�cter real. El ladr�n rico que perdon� sus propios reba�os y reba�os para alimentar al viajero, y rob� la oveja del pobre, es un verdadero criminal de carne y hueso para �l. Y la acci�n es tan vil, su crueldad es tan atroz, que no es suficiente imponer contra un miserable tan miserable la ley ordinaria de la restituci�n cu�druple; en el ejercicio de su alta prerrogativa, el rey pronuncia una sentencia de muerte sobre el rufi�n, y la confirma con la solemnidad de un juramento: "El hombre que ha hecho esto, seguramente morir�.

"El destello de indignaci�n a�n est� en sus ojos, el rubor del resentimiento a�n est� en su frente, cuando el profeta con voz tranquila y ojos penetrantes pronuncia las palabras solemnes:" �T� eres el hombre! "T�, gran rey de Israel, eres el ladr�n, el rufi�n, condenado por tu propia voz a la muerte del peor malhechor! "As� ha dicho el Se�or Dios de Israel: Yo te ung� por rey sobre Israel, y te libr� de la mano de Sa�l; y te di la casa de tu se�or, y las mujeres de tu se�or en tu seno, y te di la casa de Israel y de Jud�; y si hubiera sido muy poco, adem�s te habr�a dado tal y tal cosa. �Por qu� has despreciado el mandamiento del Se�or, de hacer lo malo ante sus ojos? T� mataste a espada a Ur�as heteo, y lo mataste con la espada de los hijos de Am�n.

No es dif�cil imaginarse la apariencia del rey cuando el profeta entreg� su mensaje: c�mo al principio, cuando dec�a: "T� eres el hombre", lo miraba con ansiedad y nostalgia, como quien no sabe adivinar su significado. ; y luego, cuando el profeta procedi� a aplicar su par�bola, c�mo, con la conciencia herida, su expresi�n cambiar�a a una de horror y agon�a; c�mo las haza�as de los �ltimos doce meses resplandecer�an sobre �l con toda su infame bajeza, y la Justicia ultrajada, con cien espadas relucientes, parecer�a impaciente por devorarlo.

No es mera imaginaci�n que, en un momento, la mente pueda acelerarse tanto como para abrazar las acciones de un largo per�odo; y que con la misma rapidez el aspecto moral de ellos puede cambiar por completo. Hay momentos en los que tanto los poderes de la mente como los del cuerpo est�n tan estimulados que se vuelven capaces de realizar esfuerzos nunca antes so�ados. El pr�ncipe mudo, en la historia antigua, que en toda su vida nunca hab�a dicho una palabra, pero encontr� el poder del habla cuando vio una espada levantada para matar a su padre, mostr� c�mo el peligro pod�a estimular los �rganos del cuerpo.

El repentino cambio en los sentimientos de David ahora, como el repentino cambio en los de Sa�l camino a Damasco, mostr� la rapidez el�ctrica que se puede comunicar a las operaciones del alma. Tambi�n mostr� qu� agentes invisibles e irresistibles de convicci�n y condenaci�n puede poner en juego el gran Juez cuando es Su voluntad hacerlo. As� como el martillo de vapor puede ajustarse de modo que rompa una c�scara de nuez sin da�ar el grano o triture un bloque de cuarzo hasta convertirlo en polvo, el Esp�ritu de Dios puede oscilar, en sus efectos sobre la conciencia, entre el m�s leve sentimiento de inquietud y la agon�a m�s amarga del remordimiento.

s buenas ofertas? Cu�n asombroso es el efecto atribuido por el profeta Zacar�as al derramamiento del esp�ritu de gracia y s�plica sobre la casa de David y los habitantes de Jerusal�n, cuando "mirar�n a Aquel a quien traspasaron, y lo llorar�n como uno solo". hace duelo por un hijo �nico, y tendr� amargura por �l como quien tiene amargura por su primog�nito ". �Ojal� nuestro coraz�n se exaltara en esas invocaciones del Esp�ritu que a menudo cantamos, pero ay! tan mansamente - �Ojal� nuestro coraz�n se exaltara en esas invocaciones del Esp�ritu que a menudo cantamos, pero ay! tan mansamente - �Ojal� nuestro coraz�n entero se exaltara en esas invocaciones del Esp�ritu que a menudo cantamos, pero ay! tan mansamente -

"Ven, Esp�ritu Santo, ven,

Deja que tus brillantes rayos se eleven;

Disipa la oscuridad de nuestras mentes.

Y abre todos nuestros ojos.

"Conv�ncenos de nuestro pecado,

Cond�cenos a la sangre de Jes�s,

Y enciende en nuestro pecho la llama

Del amor eterno ".

No podemos pasar de este aspecto del caso de David sin se�alar el terrible poder del autoenga�o. Nada ciega tanto a los hombres ante el car�cter real de un pecado como el hecho de que es suyo. Si se les presenta a la luz del pecado de otro hombre, se sorprenden. Es f�cil para el amor propio tejer un velo de hermosos bordados y arrojarlo sobre aquellos hechos por los que uno se siente algo inc�modo.

Es f�cil idear por nosotros mismos esta excusa y aquella, y hacer hincapi� en una excusa y otra que puede atenuar la apariencia de criminalidad. Pero nada es m�s desaprobado, nada m�s deplorable, que el �xito en ese mismo proceso. �Feliz por ti si te env�an un Nathan a tiempo para hacer jirones tu elaborado bordado y dejar al descubierto la vileza esencial de tu acto! Feliz por ti si se hace que tu conciencia afirme su autoridad y te grite con su terrible voz: "�T� eres el hombre!" Porque si vives y mueres en tu para�so de necios, perdonando todo pecado y diciendo paz, paz, cuando no hay paz, no hay nada para ti sino el rudo despertar del d�a del juicio, cuando el granizo barrer� el refugio. de mentiras!

Despu�s de que Nat�n expuso el pecado de David, procedi� a declarar su sentencia. No era una sentencia de muerte, en el sentido corriente del t�rmino, pero era una sentencia de muerte en un sentido a�n m�s dif�cil de soportar. Consist�a en tres cosas: primero, la espada nunca deber�a salir de su casa; segundo, de su propia casa se deber�a levantar el mal contra �l, y un har�n deshonrado deber�a mostrar la naturaleza y el alcance de la humillaci�n que vendr�a sobre �l; y en tercer lugar, deber�a hacerse una exposici�n p�blica de su pecado, para que se pusiera en la picota de la reprensi�n divina, y en la verg�enza que implicaba, ante todo Israel y ante el sol.

Cuando David confes� su pecado, Nat�n le dijo que el Se�or lo hab�a perdonado amablemente, pero al mismo tiempo un castigo especial fue para marcar cu�n preocupado estaba Dios por el hecho de que por su pecado hab�a hecho que el enemigo blasfemara: el ni�o nacido de Betsab� iba a morir.

Reservando esta �ltima parte de la oraci�n y la relaci�n de David con ella para consideraci�n futura, prestemos atenci�n a la primera parte de su retribuci�n. "La espada no se apartar� jam�s de tu casa". Aqu� encontramos un gran principio en el gobierno moral de Dios: la correspondencia entre una ofensa y su retribuci�n. De estos muchos casos ocurren en el Antiguo Testamento, Jacob enga�� a su padre; fue enga�ado por sus propios hijos.

Lot tom� una decisi�n mundana; en la ruina del mundo estaba abrumado. Entonces David, habiendo matado a Ur�as a espada, la espada nunca se apartar�a de �l. Le hab�a robado a Ur�as a su esposa; sus vecinos tambi�n le robar�an y deshonrar�an. Hab�a perturbado la pureza de la relaci�n familiar; su propia casa se convertir�a en una guarida de contaminaci�n. Hab�a mezclado el enga�o y la traici�n con sus acciones; se le practicar�a el enga�o y la traici�n.

�Qu� perspectiva tan triste y siniestra! Los hombres buscan naturalmente la paz en la vejez; Se espera que la noche de la vida sea tranquila. Pero para �l no deb�a haber calma; y su prueba iba a recaer sobre la parte m�s tierna de su naturaleza. Sent�a un gran afecto por sus hijos; en ese mismo sentimiento iba a ser herido, y eso tambi�n durante toda su vida. �Oh, que nadie suponga que, debido a que los hijos de Dios son salvados por Su misericordia del castigo eterno, es una cosa ligera para ellos despreciar los mandamientos del Se�or! Tu propia maldad te castigar�, y tus rebeliones te reprender�n; conoce, pues, y ve que es cosa mala y amarga que hayas abandonado al Se�or tu Dios, y que tu temor no est� en m�, ha dicho Jehov� de los ej�rcitos. . "

Preeminente en su amargura fue esa parte de la retribuci�n de David que hizo de su propia casa la fuente de donde deb�an surgir sus m�s amargas pruebas y humillaciones. En su mayor parte, es solo en casos extremos que los padres tienen que enfrentarse a esta prueba. S�lo en los hogares m�s perversos, y en la mayor parte de los hogares donde las pasiones se vuelven locas por la bebida, la mano del ni�o se levanta contra su padre para herirlo y deshonrarlo.

Fue una terrible humillaci�n para el rey de Israel tener que soportar esta condenaci�n, y especialmente para ese rey de Israel que en muchos aspectos se parec�a tanto a la Simiente prometida, que de hecho iba a ser el progenitor de esa Simiente, as� que que cuando viniera el Mes�as, se le llamara "el Hijo de David". �Pobre de m�! la gloria de esta distinci�n iba a quedar tristemente empa�ada. "Hijo de David" iba a ser un t�tulo muy equ�voco, seg�n el car�cter del individuo que lo portara.

En un caso denotar�a el cl�max mismo del honor; en otro, la profundidad de la humillaci�n. S�, esa casa de David apestar�a a lujurias y cr�menes antinaturales. Del seno de ese hogar donde, en otras circunstancias, hubiera sido tan natural buscar ni�os modelo, puros, cari�osos y obedientes, saldr�an monstruos de la lujuria y monstruos de la ambici�n, cuyas infamias dif�cilmente encontrar�an. un paralelo en los anales de la naci�n. En los pechos de algunos de estos ni�os reales, el diablo encontrar�a un asiento donde planear y ejecutar los cr�menes m�s antinaturales.

Y aquella ciudad de Jerusal�n, que �l hab�a rescatado de los jebuseos, consagrada como morada de Dios, y edificada y adornada con los despojos que el rey hab�a tomado en muchos campos bien peleados, se volver�a contra �l en su vejez, �y obligarlo a volar a cualquier lugar donde se pudiera encontrar un refugio como sin hogar y casi tan desamparado como en los d�as de su juventud cuando huy� de Sa�l!

Y por �ltimo, su retribuci�n iba a ser p�blica. �l hab�a hecho su parte en secreto, pero Dios har�a la suya abiertamente. No hab�a un hombre o una mujer en todo Israel que no ver�a venir estos juicios sobre un rey que hab�a ultrajado su posici�n real y sus prerrogativas reales. �C�mo podr�a volver a entrar y salir felizmente entre ellos? �C�mo pod�a estar seguro, cuando conoc�a a alguno de ellos, de que no pensaban en su crimen y lo condenaban en su coraz�n? �C�mo pod�a enfrentarse al ce�o apenas reprimido de todos los hititas, que recordar�a el trato que le dio a su fiel pariente? �Qu� carga llevar�a para siempre el que sol�a llevar una mirada tan franca, honesta y amable, que era tan afable con todos los que buscaban su consejo y tan tierno con todos los que estaban en problemas! �Y qu� salida podr�a encontrar para toda esta miseria? Solo hab�a uno en el que pod�a pensar.

Si tan solo Dios lo perdonara; si �l, cuya misericordia estaba en los cielos, lo recibiera de nuevo con Su infinita condescendencia en Su comuni�n, y le concediera esa gracia que no es fruto del m�rito del hombre, sino, como su mismo nombre implica, de la bondad ilimitada de Dios. , entonces podr�a su alma regresar de nuevo a su tranquilo descanso, aunque la vida nunca podr�a ser para �l lo que era antes. Y esto, como veremos m�s adelante, es lo que se propuso con gran empe�o buscar, y lo que se le permiti� encontrar de la misericordia de Dios.

�Oh pecador, si te extraviaste como oveja descarriada y te sumergiste en las profundidades del pecado, debes saber que no todo est� perdido contigo! Todav�a hay un camino abierto a la paz, si no al gozo. En medio de las diez mil veces diez mil voces que te condenan, hay una voz de amor que viene del cielo y dice: "Vu�lvete a m�, y yo volver� a ti, dice el Se�or".

Versículos 13-25

CAPITULO XVI.

PENITENCIA Y CASTIGO.

2 Samuel 12:13 .

CUANDO Nat�n termin� su mensaje, a pesar de que hab�a hablado de manera clara y contundente, David no mostr� irritaci�n, no se quej� del profeta, sino que simple y humildemente confes�: "He pecado". Es tan com�n que los hombres se sientan ofendidos cuando un siervo de Dios les reprocha, y que imputen su interferencia a un motivo indigno y al deseo de alguien de lastimarlos y humillarlos, que es reconfortante encontrar a un gran rey recibiendo la reprensi�n del siervo del Se�or con esp�ritu de profunda humildad y franca confesi�n.

Muy diferente fue la experiencia de Juan el Bautista cuando recrimin� a Herodes. Muy diferente fue la experiencia del famoso Cris�stomo cuando reprendi� al emperador y a la emperatriz por una conducta indigna de los cristianos. Muy diferente ha sido la experiencia de muchos ministros fieles en una esfera m�s humilde, cuando, constre�ido por un sentido del deber, se ha dirigido a alg�n hombre de influencia en su reba�o 'y le ha hablado seriamente de los pecados que traen reproche al pueblo. nombre de Cristo.

A menudo le ha costado al hombre fiel d�as y noches de dolor; prepararse para el deber ha sido como prepararse para el martirio; y ha sido realmente un martirio cuando ha tenido que soportar la larga y maligna enemistad del hombre a quien reprendi�. Por m�s vil que haya sido la conducta de David, una cosa es a su favor que reciba su reprensi�n con perfecta humildad y sumisi�n; no intenta paliar su conducta ni ante Dios ni ante los hombres; pero resume todo su sentimiento en estas expresivas palabras: "He pecado contra el Se�or".

A este franco reconocimiento, Nat�n respondi� que el Se�or hab�a quitado su pecado, para que no sufriera el castigo de la muerte. Su propio juicio era que el malvado que hab�a robado la oveja deb�a morir, y como result� ser �l mismo, indicaba el castigo que se le deb�a. Sin embargo, el Se�or, en ejercicio de su clemencia, se ha complacido en remitir ese castigo. Pero una prueba palpable de Su disgusto se dar�a de otra manera: el hijo de Betsab� iba a morir.

Se convertir�a, por as� decirlo, en el chivo expiatorio de su padre. En aquellos tiempos, el padre y el hijo se contaban tanto como uno que la ofensa del uno a menudo reca�a sobre ambos. Cuando Ac�n rob� el bot�n en Jeric�, no solo �l mismo, sino toda su familia, comparti� su sentencia de muerte. En este caso de David, el padre iba a escapar, pero el ni�o iba a morir. Puede parecer dif�cil y apenas justo. Pero la muerte del ni�o, aunque en forma de castigo, podr�a resultar una gran ganancia.

Podr�a significar la transferencia a un estado de existencia m�s elevado y brillante. Podr�a significar escapar de una vida llena de dolores y peligros al mundo donde ya no hay dolor, ni tristeza, ni muerte, porque las cosas anteriores pasaron.

No podemos pasar de la consideraci�n de la gran penitencia de David por su pecado sin detenernos un poco m�s en algunos de sus rasgos. Es en el Salmo cincuenta y uno donde mejor se nos revela la obra de su alma. Sin duda, algunos cr�ticos modernos han insistido en�rgicamente en que ese salmo no es en absoluto de David; que pertenece a alg�n otro per�odo, como indica el �ltimo vers�culo, cuando los muros de Jerusal�n estaban en ruinas; probablemente el per�odo de la Cautividad.

Pero incluso si tuvi�ramos que decir de los dos �ltimos vers�culos que deben haber sido agregados en otro momento, no podemos dejar de considerar que el salmo es la efusi�n del alma de David, y no la expresi�n de la penitencia de la naci�n en general. Si alguna vez el salmo fue la expresi�n de los sentimientos de un individuo, es �ste. Y si alguna vez el salmo fue apropiado para el rey David, es este. Porque lo �nico que predomina en el alma del escritor es su relaci�n personal con Dios.

Lo �nico que �l valora, y por lo que todas las dem�s cosas se cuentan excepto el esti�rcol, es el trato amistoso con Dios. Este pecado sin duda ha tenido muchos otros efectos atroces, pero lo terrible es que ha roto el v�nculo que lo un�a a Dios, ha cortado todas las cosas benditas que vienen por ese canal, lo ha convertido en un paria de �l. cuya bondad amorosa es mejor que la vida. Sin el favor de Dios, la vida no es m�s que miseria.

No puede hacer ning�n bien al hombre; no puede hacer ning�n servicio a Dios. Es raro, incluso para los buenos hombres, tener un sentido tan profundo de la bendici�n del favor de Dios. David fue uno de los que lo tuvo en el grado m�s profundo; y como el Salmo cincuenta y uno est� lleno de �l, ya que forma el alma misma de sus ruegos, no podemos dudar de que era un salmo de David.

La humillaci�n del salmista ante Dios es muy profunda, muy completa. Su caso es de simple misericordia; no tiene la sombra de un alegato en defensa propia. Su pecado es atroz en todos los aspectos. Es el producto de alguien tan vil que puede decirse que fue formado en la iniquidad y concebido en el pecado. Su aspecto como pecado contra Dios es tan abrumador que absorbe el otro aspecto: el pecado contra el hombre. No es que �l tambi�n haya pecado contra el hombre, pero es el pecado contra Dios lo que es tan terrible, tan abrumador.

Sin embargo, si su pecado abunda, el salmista siente que la gracia de Dios abunda mucho m�s. Tiene el sentido m�s alto de la excelencia y la multitud de las bondades amorosas de Dios. El hombre nunca puede volverse tan odioso como para estar m�s all� de la compasi�n divina. Nunca podr� volverse tan culpable como para estar m�s all� del perd�n Divino. "Borra mis rebeliones", solloza David, sabiendo que se puede hacer. "Purif�came con hisopo", grita, "y ser� limpio; l�vame y ser� m�s blanco que la nieve. Crea en m� un coraz�n limpio y renueva un esp�ritu recto dentro de m�".

Pero esto no es todo; est� lejos de todo. Aboga de manera muy lastimera por la restauraci�n de la amistad de Dios. "No me eches de tu presencia, y no quites de m� tu santo Esp�ritu", porque eso ser�a el infierno; "Vu�lveme el gozo de tu salvaci�n, y sustentarme con tu esp�ritu libre", porque eso es el cielo. Y, con el sentido renovado del amor y la gracia de Dios, vendr�a un poder renovado para servir a Dios y ser �til a los hombres.

"Entonces ense�ar� a los transgresores tus caminos, y los pecadores se convertir�n a ti. Oh Se�or, abre mis labios, y mi boca anunciar� tu alabanza". No me prives para siempre de Tu amistad, porque entonces la vida no ser�a m�s que tinieblas y angustia; No me depongas para siempre de Tu ministerio, contin�a para m� el honor y el privilegio de convertir a los pecadores a Ti. En los sacrificios de la ley era innecesario pensar, como si fueran suficientes para purgar un pecado tan abrumador. "No deseas sacrificio, de lo contrario yo lo dar�a; no te deleitas en holocaustos. Los sacrificios de Dios son el esp�ritu quebrantado; al coraz�n contrito y humillado, oh Dios, no despreciar�s".

Con toda su conciencia de pecado, David todav�a tiene una fe profunda en la misericordia de Dios y est� perdonado. Pero, como hemos visto, el desagrado divino contra �l debe manifestarse abiertamente en otra forma, porque, adem�s de su pecado personal, ha dado ocasi�n a los enemigos del Se�or para blasfemar.

Esta es una agravaci�n de la culpa que solo los hijos de Dios pueden cometer. Y es una agravaci�n del tipo m�s angustiante, lo suficientemente seguro como para advertir a todo cristiano de la vil autocomplacencia. La blasfemia a la que David hab�a dado ocasi�n era la que niega la realidad de la obra de Dios en las almas de su pueblo. Niega que sean mejores que otros. Solo hacen m�s pretensi�n, pero esa pretensi�n es hueca, si no hip�crita.

No existe una obra especial del Esp�ritu Santo en ellos y, por lo tanto, no hay raz�n para que alguien busque convertirse, o para implorar la gracia especial del Esp�ritu de Dios. �Pobre de m�! �Cu�n cierto es que cuando alguien que ocupa un lugar conspicuo en la Iglesia de Dios se derrumba, es seguro que esas burlas ser�n descargadas por todos lados! �Qu� buen ojo tiene el mundo para las inconsistencias de los cristianos! �Con qu� severidad despiadada les cae encima cuando caen en estas inconsistencias! Pecados en los que dif�cilmente se pensar�a si los hubieran cometido otros, �qu� aspecto tan grave asumen cuando los cometen ellos! Si hubiera sido Nabucodonosor, por ejemplo, quien trat� a Ur�as como lo hizo David, �Qui�n lo hubiera pensado por segunda vez? �Qu� m�s se pod�a esperar de Nabucodonosor? Que una sociedad cristiana o cualquier otro organismo cristiano sea culpable de un esc�ndalo, �c�mo los peri�dicos mundanos se aferran a �l como un tesoro y se regocijan por su v�ctima humillada, como los indios rojos bailando sus danzas de guerra y haciendo florecer sus tomahawks sobre alg�n prisionero miserable? .

El desprecio es muy amargo ya veces muy injusto; sin embargo, tal vez tenga en conjunto un efecto saludable, simplemente porque estimula la vigilancia y el cuidado por parte de la Iglesia. Pero lo peor del caso es que por parte de los incr�dulos estimula esa blasfemia que es tanto deshonra para Dios como perniciosa para el hombre. Pr�cticamente esta blasfemia niega toda la obra del Esp�ritu Santo en el coraz�n de los hombres.

Niega la realidad de cualquier agencia sobrenatural del Esp�ritu en uno m�s que en todos. Y negar la obra del Esp�ritu, hace que los hombres se descuiden del Esp�ritu; neutraliza las solemnes palabras de Cristo: "Os es necesario nacer de nuevo". Hace retroceder el reino de Dios, y hace retroceder a muchos peregrinos que hab�an estado pensando seriamente en comenzar el viaje a la ciudad celestial, porque ahora no est� seguro de si existe tal ciudad.

Apenas Nat�n ha salido de la casa del rey cuando el ni�o comienza a enfermarse y la enfermedad se agrava mucho. Deber�amos haber esperado que David estuviera preocupado y angustiado, pero dif�cilmente en la medida en que alcanz� su angustia. En la intensidad de su ansiedad y dolor hay algo notable. Un ni�o reci�n nacido dif�cilmente podr�a haber tomado ese misterioso agarre en el coraz�n de un padre que com�nmente se requiere un poco de tiempo para desarrollarse, pero que, una vez que est� all�, hace que la p�rdida incluso de un ni�o peque�o sea un duro golpe y abandona el coraz�n. enfermo y dolorido durante muchos d�as.

Pero hay algo en la agon�a de un beb� que desanima el coraz�n m�s fuerte, especialmente cuando se presenta en ataques convulsivos que ninguna habilidad puede aliviar. Y si, adem�s, uno fuera torturado con la convicci�n de que el ni�o estaba sufriendo por su propia cuenta, la angustia de uno bien podr�a ser abrumadora. Y este era el sentimiento de David. Su pecado siempre estuvo ante �l. Al ver al ni�o que sufr�a, debi� sentir como si las rayas que deber�an haber ca�do sobre �l desgarraran el cuerpo tierno del pobre ni�o y lo aplastaran con un sufrimiento inmerecido.

Incluso en casos ordinarios, es misterioso ver a un beb� en agon�a mortal. Es solemne pensar que el �nico miembro de la familia que no ha cometido ning�n pecado debe ser el primero en cosechar la paga mortal del pecado. Nos lleva a pensar en la humanidad como un �rbol de muchas ramas; y cuando la helada invernal comienza a prevalecer, son las ramitas m�s j�venes y tiernas las que primero se caen y mueren.

�Oh! �Cu�n cuidadosos deben ser los que est�n en edad madura, y especialmente los padres, no sea que por sus pecados traigan una retribuci�n que recaiga primero sobre sus hijos, y quiz�s sobre los m�s j�venes e inocentes de todos! Sin embargo, �cu�ntas veces vemos a los ni�os sufrir por los pecados de sus padres y sufrir de una manera que, al menos en esta vida, no admite un remedio correcto! En ese "llanto amargo del Londres marginado", que hace algunos a�os lleg� a los o�dos del pa�s, la nota m�s angustiosa fue, con mucho, el llanto de los ni�os abandonados por padres borrachos antes de que pudieran caminar, o que vivieran con ellos en chozas donde los golpes y las maldiciones vinieron en lugar de la comida, la ropa y la bondad: ni�os criados sin nada de la luz del sol del amor, cada sentimiento de ternura mordido y marchitado de ra�z por la escarcha de la crueldad brutal y amarga.

Y si en las familias ordinarias no se hace que los ni�os sufran de manera tan palpable por los pecados de sus padres, sufren de muchas maneras lo suficientemente graves. Dondequiera que haya un mal ejemplo, donde haya una laxitud de principios, donde se deshonre a Dios, el pecado reacciona sobre los ni�os. Su textura moral est� relajada; aprenden a jugar con el pecado y, jugando con el pecado, a no creer en la retribuci�n por el pecado.

Y donde la conciencia no se ha destruido por completo en el padre, y el remordimiento por el pecado comienza a prevalecer y la retribuci�n por venir, no es lo que tiene que sufrir en su propia persona lo que siente m�s profundamente, sino lo que tiene que soportar y soportar. sufrido por sus hijos. �Alguien pregunta por qu� Dios ha constituido la sociedad para que los inocentes est�n implicados en el pecado de los culpables? La respuesta es que esto no surge de la constituci�n de Dios, sino de la perversi�n del hombre.

�Por qu�, podemos preguntarnos, los hombres subvierten el orden moral de Dios? �Por qu� derriban sus cercas y terraplenes y, contrariamente al plan divino, dejan que arroyos ruinosos viertan sus aguas destructivas en sus hogares y cercados? Si la raza humana hubiera preservado desde el principio la constituci�n que Dios les dio, obedeci� su ley tanto individualmente como como cuerpo social, tales cosas no habr�an sido. Pero el hombre imprudente, en su af�n de salirse con la suya, ignora el arreglo divino y se sumerge a s� mismo y a su familia en las profundidades del dolor.

Sin embargo, hay algo incluso m�s all� de esto que llama nuestra atenci�n en el comportamiento de David. Aunque Nathan hab�a dicho que el ni�o morir�a, se dedic� de la manera m�s seria, mediante la oraci�n y el ayuno, a conseguir que Dios lo perdonara. �No fue este un procedimiento extra�o? Podr�a justificarse solo en el supuesto de que el juicio divino fue modificado por una condici�n no expresada de que, si David se humillaba en verdadero arrepentimiento, no tendr�a que ser infligido.

De todos modos, lo vemos dedicando toda su alma a estos ejercicios: participando en ellos con tanta seriedad que no tomaba alimentos regulares, y en lugar del lecho real se contentaba con tumbarse en la tierra. Su seriedad en esto estaba bien adaptada para mostrar la diferencia entre un servicio religioso realizado con reverencia, porque es lo correcto, y el servicio de alguien que tiene un fin definido en vista, que busca una bendici�n definida, y que lucha con Dios para obtenerlo.

Pero David no ten�a ning�n motivo v�lido para esperar que, incluso si se arrepintiera, Dios evitar�a el juicio del ni�o; de hecho, la raz�n que se le asign� mostraba lo contrario: porque hab�a dado ocasi�n a los enemigos del Se�or para blasfemar.

Y as�, despu�s de una semana muy cansada y triste, el ni�o muri�. Pero en lugar de abandonarse a un tumulto de angustia cuando ocurri� este evento, cambi� por completo su comportamiento. Su esp�ritu se calm�, "se levant� de la tierra, se lav�, se ungi� y se cambi� de ropa, y entr� en la casa del Se�or y ador�; luego vino a su propia casa, y cuando lo requiri�, ellos le pusieron pan, y comi�.

"A sus sirvientes les pareci� un procedimiento extra�o. La respuesta de David mostr� que hab�a un prop�sito racional en ello. Mientras creyera posible que la vida del ni�o podr�a salvarse, no solo continu� orando en ese sentido, sino que Hizo todo lo posible para evitar que su atenci�n se volviera hacia otra cosa, hizo todo lo posible para concentrar su alma en ese �nico objeto, y dejar que le pareciera a Dios cu�n completamente ocupaba su mente.

La muerte del ni�o mostr� que no era la voluntad de Dios conceder su petici�n, a pesar de su profundo arrepentimiento y su ferviente oraci�n y ayuno. Todo suspenso hab�a llegado a su fin y, por lo tanto, todo motivo para seguir ayunando y orando. Que David se abandonara a los lamentos de dolor agravado en este momento habr�a sido muy incorrecto. Habr�a sido pelear con la voluntad de Dios. Habr�a sido desafiar el derecho de Dios a ver al ni�o como uno con su padre y tratarlo en consecuencia.

Y hab�a otra raz�n m�s. Si su coraz�n todav�a anhelaba al ni�o, la reuni�n no era imposible, aunque no podr�a tener lugar en esta vida. "Ir� a �l, pero �l no volver� a m�". La vislumbre del futuro expresada en estas palabras es conmovedora y hermosa. La relaci�n entre David y ese peque�o ni�o no ha terminado. Aunque los restos mortales pronto se desmoronar�n, padre e hijo a�n no han terminado el uno con el otro. Pero su encuentro no ser� en este mundo. Ciertamente se encontrar�n de nuevo, pero "Ir� a �l, y �l no volver� a m�".

Y este atisbo de la futura relaci�n de padres e hijos, separados aqu� por la mano de la muerte, ha resultado siempre m�s reconfortante para los corazones cristianos desconsolados. Es muy conmovedor y muy reconfortante iluminar esta brillante visi�n del futuro en un per�odo tan temprano de la historia del Antiguo Testamento. Las palabras no pueden expresar la desolaci�n del coraz�n que causan tales duelos. Cuando Rachel llora por sus hijos, no puede ser consolada si piensa que no es as�.

Pero una nueva luz se ilumina en su coraz�n desolado cuando se le asegura que puede ir a ellos, aunque no volver�n a ella. Bienaventurados, en verdad, los muertos que mueren en el Se�or, y, por doloroso que sea el golpe que los elimin�, benditos son sus amigos sobrevivientes. Ir�is a ellos, aunque ellos no volver�n a vosotros. C�mo vas a reconocerlos, c�mo vas a estar en comuni�n con ellos, en qu� lugar estar�n, en qu� condici�n de conciencia, no puedes decirlo; pero "ir�s a ellos"; la separaci�n ser� s�lo temporal, y �qui�n puede concebir que el gozo de la uni�n, que la uni�n nunca se rompa con la separaci�n para siempre?

Otro hecho que debemos notar antes de pasar por el registro de la confesi�n y el castigo de David: el coraje moral que mostr� al pronunciar el Salmo cincuenta y uno al m�sico principal, y as� ayudar a mantenerse vivo en su propia generaci�n y para siempre. viniendo el recuerdo de su transgresi�n. La mayor�a de los hombres habr�an pensado en la forma m�s eficaz de enterrar la fea transacci�n, y habr�an tratado de poner su mejor cara ante su gente.

No as� David. Estaba dispuesto a que su pueblo y toda la posteridad lo vieran como el atroz transgresor que era; que pensaran en �l como quisieran. Vio que esta eterna exposici�n de su vileza era esencial para extraer de la miserable transacci�n las lecciones saludables que pudiera dar. Con un maravilloso esfuerzo de magnanimidad, resolvi� colocarse en la picota de la verg�enza p�blica, para exponer su memoria a todo el trato repugnante que los burladores y libertinos de todas las edades posteriores podr�an considerar oportuno amontonar sobre ella.

Es injusto para David, cuando los incr�dulos lo critican por su pecado en el asunto de Ur�as, pasar por alto el hecho de que el primer registro p�blico de la transacci�n provino de su propia pluma y fue entregado al m�sico principal, para uso p�blico. Los infieles pueden burlarse, pero esta narraci�n ser� una prueba permanente de que la necedad de Dios es m�s sabia que los hombres. La vista dada a los siervos de Dios de la debilidad y el enga�o de sus corazones; la advertencia de no perder el tiempo con los primeros movimientos del pecado; la vista de la miseria que sigue a su paso; el est�mulo que tiene el pecador convencido de humillarse ante Dios; el impulso dado al sentimiento penitencial; la esperanza de la misericordia despert� en el pecho de los desesperados; el caminar m�s suave, m�s humilde y m�s santo cuando se ha obtenido el perd�n y se ha restaurado la paz, lecciones como estas, que ofrece esta narraci�n en todas las �pocas, convertir� a los corazones reflexivos en un terreno constante para magnificar a Dios. "�Oh profundidad de las riquezas, tanto de la sabidur�a como del conocimiento de Dios! �Cu�n inescrutables son sus juicios e inescrutables sus caminos!"

Versículos 26-31

CAPITULO XV

DAVID Y NATHAN.

2 Samuel 12:1 ; 2 Samuel 12:26 .

A menudo es el m�todo de los escritores de las Escrituras, cuando la corriente de la historia p�blica ha sido interrumpida por un incidente privado o personal, completar de inmediato el incidente y luego volver a la historia principal, retom�ndola en el punto en el que fue interrumpido. De esta manera, a veces sucede (como ya hemos visto) que los eventos anteriores se registran en una parte posterior de la narrativa de lo que implicar�a el orden natural.

En el curso de la narraci�n de la guerra de David con Amm�n, se presenta el incidente de su pecado con Betsab�. De acuerdo con el m�todo mencionado, ese incidente se registra directamente hasta su final, incluido el nacimiento del segundo hijo de Betsab�, que debe haber ocurrido al menos dos a�os despu�s. Concluido esto, la historia de la guerra con Amm�n se reanuda en el punto en que se interrumpi�.

No debemos suponer, como muchos han hecho, que los eventos registrados en los vers�culos finales de este cap�tulo ( 2 Samuel 12:26 ) ocurrieron m�s tarde que los registrados inmediatamente antes. Esto implicar�a que el sitio de Rabbah dur� dos o tres a�os, una suposici�n dif�cil de aceptar; porque Joab la estaba asediando cuando David vio por primera vez a Betsab�, y no hay raz�n para suponer que un pueblo como los amonitas podr�a mantener las meras obras exteriores de la ciudad durante dos o tres a�os contra un ej�rcito como el de David y tal comandante como Joab.

Parece mucho m�s probable que el primer �xito de Joab contra Rab� se obtuviera poco despu�s de la muerte de Ur�as, y que su mensaje a David de que viniera y tomara la ciudadela en persona se envi� poco despu�s del mensaje que anunci� la muerte de Ur�as.

En ese caso, el orden de los eventos ser�a el siguiente: Despu�s de la muerte de Ur�as, Joab se prepara para un asalto a Rab�. Mientras tanto, en Jerusal�n, Betsab� pasa por la forma de duelo por su marido, y cuando terminan los d�as habituales de duelo, David se apresura a llamarla y la convierte en su esposa. Luego viene un mensaje de Joab de que ha logrado tomar la ciudad de las aguas, y que solo queda por tomar la ciudadela, por lo que insta a David a que venga �l mismo con fuerzas adicionales y, por lo tanto, obtenga el honor de conquistar el lugar.

M�s bien sorprende a uno encontrar a Joab rechazando un honor para s� mismo, como tambi�n nos sorprende encontrar a David que va a cosechar lo que otro hab�a sembrado. David, sin embargo, va con "todo el pueblo", y tiene �xito, y despu�s de deshacerse de los amonitas regresa a Jerusal�n. Poco despu�s de que nazca el hijo de Betsab�; luego Nat�n va a David y le da el mensaje que lo arroja al polvo. Este no es solo el orden m�s natural para los eventos, sino que concuerda mejor con el esp�ritu de la narraci�n.

Las crueldades practicadas por David contra los amonitas env�an un estremecimiento de horror a trav�s de nosotros mientras las leemos. Sin duda merec�an un severo castigo; la ofensa original fue un ultraje a todo sentimiento justo, un ultraje al derecho de gentes, un insulto gratuito y despectivo; y al traer estos vastos ej�rcitos sirios al campo, hab�an sometido incluso a los israelitas victoriosos a graves sufrimientos y p�rdidas, en trabajo, dinero y vidas.

Se han hecho intentos para explicar las severidades infligidas a los amonitas, pero es imposible explicar una narrativa hist�rica simple. Era la manera en que los guerreros victoriosos de esos pa�ses endurec�an sus corazones contra toda compasi�n hacia los enemigos cautivos, y David, a pesar de lo bondadoso que era, hizo lo mismo. Y si se dice que seguramente su religi�n, si fuera la religi�n del tipo correcto, deber�a haberlo hecho m�s compasivo, respondemos que en este per�odo su religi�n estaba en un estado de colapso.

Cuando su religi�n estaba en un estado saludable y activo, se mostr� en primer lugar por su consideraci�n por el honor de Dios, para cuya arca proporcion� un lugar de descanso y en cuyo honor se propon�a construir un templo. El amor a Dios fue acompa�ado por el amor al hombre, manifestado en sus esfuerzos por mostrar bondad a la casa de Sa�l por amor a Jonat�n, y a Han�n por amor a Nahash. Pero ahora el panorama est� al rev�s; cae en un estado fr�o de coraz�n hacia Dios, y en relaci�n con esa declinaci�n marcamos un castigo m�s severo de lo habitual infligido a sus enemigos.

As� como las hojas se vuelven amarillas por primera vez y finalmente caen del �rbol en oto�o, cuando los jugos que las alimentaban comienzan a fallar, las acciones bondadosas que hab�an marcado los mejores per�odos de su vida fallan primero, luego se convierten en actos de crueldad cuando eso El Esp�ritu Santo, que es la fuente de toda bondad, al ser resistido y contristado por �l, retiene Su poder viviente.

En toda la transacci�n en Rab�, David se muestra mal. No es propio de �l que se sienta impulsado a emprender una apelaci�n a su amor por la fama; podr�a haber dejado a Joab para completar la conquista y disfrutar del honor que su espada hab�a ganado sustancialmente. No es propio de �l pasar por la ceremonia de ser coronado con la corona del rey de Amm�n, como si fuera algo grandioso tener una diadema tan preciosa en la cabeza.

Sobre todo, no es propio de �l mostrar un esp�ritu tan terrible al deshacerse de sus prisioneros de guerra. Pero es muy probable que todo esto hubiera sucedido si a�n no se hubiera arrepentido de su pecado. Cuando la conciencia de un hombre est� inc�moda, su temperamento suele ser irritable. Infeliz en lo m�s �ntimo de su alma, est� en el temperamento que m�s f�cilmente se vuelve salvaje cuando es provocado. Nadie puede imaginar que la conciencia de David estaba tranquila.

Debe haber tenido ese sentimiento de inquietud que todo buen hombre experimenta despu�s de hacer un acto incorrecto, antes de llegar a una clara aprehensi�n de �l; debi� estar ansioso por escapar de s� mismo, y la petici�n de Joab de que fuera a Rab� y pusiera fin a la guerra debi� de ser muy oportuna. En la excitaci�n de la guerra escapar�a por un tiempo de la persecuci�n de su conciencia; pero estar�a inquieto e irritable, y estar�a dispuesto a apartar de su camino, de la manera m�s poco ceremoniosa, a quienquiera que se cruzara en su camino.

Ahora regresamos con �l a Jerusal�n. Hab�a a�adido otra a su larga lista de ilustres victorias y se hab�a llevado a la capital otra gran cantidad de bot�n. La atenci�n del p�blico estar�a completamente ocupada con estos brillantes eventos; y un rey que entra en su capital a la cabeza de sus tropas victoriosas, y seguido por carros cargados con tesoros p�blicos, no debe temer una dura construcci�n en sus acciones privadas.

El destino de Ur�as podr�a despertar poca atenci�n; el asunto de Betsab� pronto acabar�a. La brillante victoria que hab�a puesto fin a la guerra parec�a, al mismo tiempo, haber librado al rey de un esc�ndalo personal que David podr�a jactarse de que ahora todo ser�a paz y tranquilidad, y que las aguas del olvido se acumular�an sobre ese feo asunto de Ur�as.

"Pero lo que David hab�a hecho desagrad� al Se�or".

"Y el Se�or envi� a Nat�n a David".

Lenta, triste y silenciosamente el profeta dobla sus pasos hacia el palacio. Con ansiedad y dolor, se prepara para la tarea m�s angustiosa que haya tenido que afrontar un profeta del Se�or. Tiene que transmitir la reprensi�n de Dios al rey; tiene que reprender a aquel de quien, sin duda, ha recibido muchos impulsos hacia todo lo elevado y santo. Muy felizmente, viste su mensaje con el atuendo oriental de la par�bola.

Pone su par�bola en una forma tan realista que el rey no sospecha su car�cter real. El ladr�n rico que perdon� sus propios reba�os y reba�os para alimentar al viajero, y rob� la oveja del pobre, es un verdadero criminal de carne y hueso para �l. Y la acci�n es tan vil, su crueldad es tan atroz, que no es suficiente imponer contra un miserable tan miserable la ley ordinaria de la restituci�n cu�druple; en el ejercicio de su alta prerrogativa, el rey pronuncia una sentencia de muerte sobre el rufi�n, y la confirma con la solemnidad de un juramento: "El hombre que ha hecho esto, seguramente morir�.

"El destello de indignaci�n a�n est� en sus ojos, el rubor del resentimiento a�n est� en su frente, cuando el profeta con voz tranquila y ojos penetrantes pronuncia las palabras solemnes:" �T� eres el hombre! "T�, gran rey de Israel, eres el ladr�n, el rufi�n, condenado por tu propia voz a la muerte del peor malhechor! "As� ha dicho el Se�or Dios de Israel: Yo te ung� por rey sobre Israel, y te libr� de la mano de Sa�l; y te di la casa de tu se�or, y las mujeres de tu se�or en tu seno, y te di la casa de Israel y de Jud�; y si hubiera sido muy poco, adem�s te habr�a dado tal y tal cosa. �Por qu� has despreciado el mandamiento del Se�or, de hacer lo malo ante sus ojos? T� mataste a espada a Ur�as heteo, y lo mataste con la espada de los hijos de Am�n.

No es dif�cil imaginarse la apariencia del rey cuando el profeta entreg� su mensaje: c�mo al principio, cuando dec�a: "T� eres el hombre", lo miraba con ansiedad y nostalgia, como quien no sabe adivinar su significado. ; y luego, cuando el profeta procedi� a aplicar su par�bola, c�mo, con la conciencia herida, su expresi�n cambiar�a a una de horror y agon�a; c�mo las haza�as de los �ltimos doce meses resplandecer�an sobre �l con toda su infame bajeza, y la Justicia ultrajada, con cien espadas relucientes, parecer�a impaciente por devorarlo.

No es mera imaginaci�n que, en un momento, la mente pueda acelerarse tanto como para abrazar las acciones de un largo per�odo; y que con la misma rapidez el aspecto moral de ellos puede cambiar por completo. Hay momentos en los que tanto los poderes de la mente como los del cuerpo est�n tan estimulados que se vuelven capaces de realizar esfuerzos nunca antes so�ados. El pr�ncipe mudo, en la historia antigua, que en toda su vida nunca hab�a dicho una palabra, pero encontr� el poder del habla cuando vio una espada levantada para matar a su padre, mostr� c�mo el peligro pod�a estimular los �rganos del cuerpo.

El repentino cambio en los sentimientos de David ahora, como el repentino cambio en los de Sa�l camino a Damasco, mostr� la rapidez el�ctrica que se puede comunicar a las operaciones del alma. Tambi�n mostr� qu� agentes invisibles e irresistibles de convicci�n y condenaci�n puede poner en juego el gran Juez cuando es Su voluntad hacerlo. As� como el martillo de vapor puede ajustarse de modo que rompa una c�scara de nuez sin da�ar el grano o triture un bloque de cuarzo hasta convertirlo en polvo, el Esp�ritu de Dios puede oscilar, en sus efectos sobre la conciencia, entre el m�s leve sentimiento de inquietud y la agon�a m�s amarga del remordimiento.

s buenas ofertas? Cu�n asombroso es el efecto atribuido por el profeta Zacar�as al derramamiento del esp�ritu de gracia y s�plica sobre la casa de David y los habitantes de Jerusal�n, cuando "mirar�n a Aquel a quien traspasaron, y lo llorar�n como uno solo". hace duelo por un hijo �nico, y tendr� amargura por �l como quien tiene amargura por su primog�nito ". �Ojal� nuestro coraz�n se exaltara en esas invocaciones del Esp�ritu que a menudo cantamos, pero ay! tan mansamente - �Ojal� nuestro coraz�n se exaltara en esas invocaciones del Esp�ritu que a menudo cantamos, pero ay! tan mansamente - �Ojal� nuestro coraz�n entero se exaltara en esas invocaciones del Esp�ritu que a menudo cantamos, pero ay! tan mansamente -

"Ven, Esp�ritu Santo, ven,

Deja que tus brillantes rayos se eleven;

Disipa la oscuridad de nuestras mentes.

Y abre todos nuestros ojos.

"Conv�ncenos de nuestro pecado,

Cond�cenos a la sangre de Jes�s,

Y enciende en nuestro pecho la llama

Del amor eterno ".

No podemos pasar de este aspecto del caso de David sin se�alar el terrible poder del autoenga�o. Nada ciega tanto a los hombres ante el car�cter real de un pecado como el hecho de que es suyo. Si se les presenta a la luz del pecado de otro hombre, se sorprenden. Es f�cil para el amor propio tejer un velo de hermosos bordados y arrojarlo sobre aquellos hechos por los que uno se siente algo inc�modo.

Es f�cil idear por nosotros mismos esta excusa y aquella, y hacer hincapi� en una excusa y otra que puede atenuar la apariencia de criminalidad. Pero nada es m�s desaprobado, nada m�s deplorable, que el �xito en ese mismo proceso. �Feliz por ti si te env�an un Nathan a tiempo para hacer jirones tu elaborado bordado y dejar al descubierto la vileza esencial de tu acto! Feliz por ti si se hace que tu conciencia afirme su autoridad y te grite con su terrible voz: "�T� eres el hombre!" Porque si vives y mueres en tu para�so de necios, perdonando todo pecado y diciendo paz, paz, cuando no hay paz, no hay nada para ti sino el rudo despertar del d�a del juicio, cuando el granizo barrer� el refugio. de mentiras!

Despu�s de que Nat�n expuso el pecado de David, procedi� a declarar su sentencia. No era una sentencia de muerte, en el sentido corriente del t�rmino, pero era una sentencia de muerte en un sentido a�n m�s dif�cil de soportar. Consist�a en tres cosas: primero, la espada nunca deber�a salir de su casa; segundo, de su propia casa se deber�a levantar el mal contra �l, y un har�n deshonrado deber�a mostrar la naturaleza y el alcance de la humillaci�n que vendr�a sobre �l; y en tercer lugar, deber�a hacerse una exposici�n p�blica de su pecado, para que se pusiera en la picota de la reprensi�n divina, y en la verg�enza que implicaba, ante todo Israel y ante el sol.

Cuando David confes� su pecado, Nat�n le dijo que el Se�or lo hab�a perdonado amablemente, pero al mismo tiempo un castigo especial fue para marcar cu�n preocupado estaba Dios por el hecho de que por su pecado hab�a hecho que el enemigo blasfemara: el ni�o nacido de Betsab� iba a morir.

Reservando esta �ltima parte de la oraci�n y la relaci�n de David con ella para consideraci�n futura, prestemos atenci�n a la primera parte de su retribuci�n. "La espada no se apartar� jam�s de tu casa". Aqu� encontramos un gran principio en el gobierno moral de Dios: la correspondencia entre una ofensa y su retribuci�n. De estos muchos casos ocurren en el Antiguo Testamento, Jacob enga�� a su padre; fue enga�ado por sus propios hijos.

Lot tom� una decisi�n mundana; en la ruina del mundo estaba abrumado. Entonces David, habiendo matado a Ur�as a espada, la espada nunca se apartar�a de �l. Le hab�a robado a Ur�as a su esposa; sus vecinos tambi�n le robar�an y deshonrar�an. Hab�a perturbado la pureza de la relaci�n familiar; su propia casa se convertir�a en una guarida de contaminaci�n. Hab�a mezclado el enga�o y la traici�n con sus acciones; se le practicar�a el enga�o y la traici�n.

�Qu� perspectiva tan triste y siniestra! Los hombres buscan naturalmente la paz en la vejez; Se espera que la noche de la vida sea tranquila. Pero para �l no deb�a haber calma; y su prueba iba a recaer sobre la parte m�s tierna de su naturaleza. Sent�a un gran afecto por sus hijos; en ese mismo sentimiento iba a ser herido, y eso tambi�n durante toda su vida. �Oh, que nadie suponga que, debido a que los hijos de Dios son salvados por Su misericordia del castigo eterno, es una cosa ligera para ellos despreciar los mandamientos del Se�or! Tu propia maldad te castigar�, y tus rebeliones te reprender�n; conoce, pues, y ve que es cosa mala y amarga que hayas abandonado al Se�or tu Dios, y que tu temor no est� en m�, ha dicho Jehov� de los ej�rcitos. . "

Preeminente en su amargura fue esa parte de la retribuci�n de David que hizo de su propia casa la fuente de donde deb�an surgir sus m�s amargas pruebas y humillaciones. En su mayor parte, es solo en casos extremos que los padres tienen que enfrentarse a esta prueba. S�lo en los hogares m�s perversos, y en la mayor parte de los hogares donde las pasiones se vuelven locas por la bebida, la mano del ni�o se levanta contra su padre para herirlo y deshonrarlo.

Fue una terrible humillaci�n para el rey de Israel tener que soportar esta condenaci�n, y especialmente para ese rey de Israel que en muchos aspectos se parec�a tanto a la Simiente prometida, que de hecho iba a ser el progenitor de esa Simiente, as� que que cuando viniera el Mes�as, se le llamara "el Hijo de David". �Pobre de m�! la gloria de esta distinci�n iba a quedar tristemente empa�ada. "Hijo de David" iba a ser un t�tulo muy equ�voco, seg�n el car�cter del individuo que lo portara.

En un caso denotar�a el cl�max mismo del honor; en otro, la profundidad de la humillaci�n. S�, esa casa de David apestar�a a lujurias y cr�menes antinaturales. Del seno de ese hogar donde, en otras circunstancias, hubiera sido tan natural buscar ni�os modelo, puros, cari�osos y obedientes, saldr�an monstruos de la lujuria y monstruos de la ambici�n, cuyas infamias dif�cilmente encontrar�an. un paralelo en los anales de la naci�n. En los pechos de algunos de estos ni�os reales, el diablo encontrar�a un asiento donde planear y ejecutar los cr�menes m�s antinaturales.

Y aquella ciudad de Jerusal�n, que �l hab�a rescatado de los jebuseos, consagrada como morada de Dios, y edificada y adornada con los despojos que el rey hab�a tomado en muchos campos bien peleados, se volver�a contra �l en su vejez, �y obligarlo a volar a cualquier lugar donde se pudiera encontrar un refugio como sin hogar y casi tan desamparado como en los d�as de su juventud cuando huy� de Sa�l!

Y por �ltimo, su retribuci�n iba a ser p�blica. �l hab�a hecho su parte en secreto, pero Dios har�a la suya abiertamente. No hab�a un hombre o una mujer en todo Israel que no ver�a venir estos juicios sobre un rey que hab�a ultrajado su posici�n real y sus prerrogativas reales. �C�mo podr�a volver a entrar y salir felizmente entre ellos? �C�mo pod�a estar seguro, cuando conoc�a a alguno de ellos, de que no pensaban en su crimen y lo condenaban en su coraz�n? �C�mo pod�a enfrentarse al ce�o apenas reprimido de todos los hititas, que recordar�a el trato que le dio a su fiel pariente? �Qu� carga llevar�a para siempre el que sol�a llevar una mirada tan franca, honesta y amable, que era tan afable con todos los que buscaban su consejo y tan tierno con todos los que estaban en problemas! �Y qu� salida podr�a encontrar para toda esta miseria? Solo hab�a uno en el que pod�a pensar.

Si tan solo Dios lo perdonara; si �l, cuya misericordia estaba en los cielos, lo recibiera de nuevo con Su infinita condescendencia en Su comuni�n, y le concediera esa gracia que no es fruto del m�rito del hombre, sino, como su mismo nombre implica, de la bondad ilimitada de Dios. , entonces podr�a su alma regresar de nuevo a su tranquilo descanso, aunque la vida nunca podr�a ser para �l lo que era antes. Y esto, como veremos m�s adelante, es lo que se propuso con gran empe�o buscar, y lo que se le permiti� encontrar de la misericordia de Dios.

�Oh pecador, si te extraviaste como oveja descarriada y te sumergiste en las profundidades del pecado, debes saber que no todo est� perdido contigo! Todav�a hay un camino abierto a la paz, si no al gozo. En medio de las diez mil veces diez mil voces que te condenan, hay una voz de amor que viene del cielo y dice: "Vu�lvete a m�, y yo volver� a ti, dice el Se�or".

Información bibliográfica
Nicoll, William R. "Comentario sobre 2 Samuel 12". "El Comentario Bíblico del Expositor". https://beta.studylight.org/commentaries/spa/teb/2-samuel-12.html.